domingo, 12 de marzo de 2023

Del peligro de pensar

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del genetista Javier Sampedro, va del peligro de pensar. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Cuidado con lo que piensas
JAVIER SAMPEDRO
09 MAR 2023 - El País
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“Un penique por tus pensamientos”, decían en las películas antiguas, y el interlocutor solía responder: “No valen tanto”. Nos hemos educado bajo el principio de que los pensamientos son privados, resultan inimputables y, en efecto, valen menos de un penique. Lo primero —que son privados— está dejando de ser cierto. Lo segundo y lo tercero vendrán detrás.
Es verdad que no entendemos aún cómo el cerebro construye una representación del mundo, pero no hace falta entenderlo para empezar a usarlo. Por ejemplo, ver un avión de pasajeros aterrizando implica un proceso de abstracción progresiva —líneas, ángulos, superficies, volúmenes, una gramática de las formas— que puede detectarse con unas técnicas de imagen tan habituales como la resonancia magnética. Los humanos no sabemos leer esas pautas neuronales para deducir de ellas lo que está viendo una persona, pero la inteligencia artificial sí. Muéstrale a la máquina los patrones de actividad cerebral y ella sabrá que estás viendo un avión que aterriza o un reloj en un campanario. El trabajo de Yu Takagi y Shinji Nishimoto, de la Universidad de Osaka, está pendiente de revisión por pares.
Que las matemáticas puedan deducir a partir de la actividad neuronal lo que está pensando una persona es una evidencia llamada a encender el pelo de los filósofos. Algunos, como los de la escuela misteriana, aducirán que, aun cuando exista una explicación neurológica del pensamiento, los humanos no podremos entenderla, y la verdad es que el hecho de que haya sido necesaria la inteligencia artificial parece darles la razón en este caso. Otros, en la estela de Charles Sanders Peirce, recuperarán su concepto de qualia, los elementos de la experiencia consciente, como la rojez del rojo o el dolor de una jaqueca, que según esta escuela son irreducibles a la actividad de un mero conjunto de objetos, como un circuito neuronal. Dejaremos para los pensadores del futuro la refutación de estos ejercicios de ingenio académico.
También puede uno salirse por la tangente argumentando que la representación mental de una imagen es una cosa, y el verdadero pensamiento es otra totalmente distinta. No lo es. Toda actividad mental se debe a —o más bien consiste en— la actividad de ciertas configuraciones de neuronas, y esto vale lo mismo para ver un reloj de campanario que para escribir la Crítica de la razón pura. Ver es activar neuronas. Pensar también, a menos que uno esté dispuesto a reivindicar el dualismo cartesiano o la existencia del alma como guías para el avance del conocimiento.
Entonces, si los pensamientos ya no son privados, ¿seguirán siendo inimputables? Eres inocente mientras sueñas, canta Tom Waits, pero ¿hasta qué punto lo eres mientras piensas? Imagina que estás pensando en robar la piedra lunar, un prodigioso diamante capaz de derrocar un reino, y un neurodetective lo deduce de tu escáner cerebral. ¿Debería detenerte? Tu abogado sostendrá que no, porque los pensamientos son privados, pero el fiscal aducirá que no lo son. ¿Y si en vez de robar una joya estás planeando envenenar a media ciudad? ¿O destruir el mundo?
No, tus pensamientos ya no valen menos de un penique. Pueden valer una fortuna, y también llevarte a la ruina. Son tan reales como el arma que guardas en tu cajón.































[ARCHIVO DEL BLOG] Hans Küng y la teología. [Publicada el 08/08/2009]











Creo que ya he comentado anteriormente que mis dos personajes favoritos de ficción, ambos femeninos, son los de Ifigenia (Eurípides: "Ifigenia en Áulide", Cátedra, Madrid, 2004), y el de Antígona (Sófocles: "Antígona", ibíd.). En cuanto a personajes de la vida real, entre mis contemporáneos más admirados, y por sólo citar dos, están la politóloga norteamericana de origen judeo-alemán, Hannah Arendt (1906-1975), y el teólogo suizo, católico, Hans Küng (1928). De Küng estoy leyendo en estos días con inmenso placer el segundo tomo de sus memorias: "Verdad controvertida. Memorias" (Trotta, Madrid, 2009), que abarca el período 1968-2007, con episodios tan relevantes como su enfrentamiento con el Santo Oficio romano (la Inquisición actual), la prohibición de enseñar dictada contra él por el papa Juan Pablo II, y las relaciones primero amistosas y luego tirantes, pero siempre respetuosas, con su excompañero de cátedra en la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger, ahora papa con el nombre de Benedicto XVI
No estoy intentando crear un paralelismo entre ellos, pero si el personaje de Ifigenia cautiva por su inocente voluntad de entrega a los dioses, hasta el sacrificio, los de Antígona, Arendt y Küng, son paradigmas de la voluntad de defender contra todos y frente a todos, su libertad de criterio y opinión, en búsqueda de la verdad. 
Mi primera lectura de Hans Küng fue su monumental "Ser cristiano" (Cristiandad, Madrid, 1974), hace más de treinta años, que me impresionó sobremanera, y que devoré durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Luego, más tarde, y a lo largo de estos años, vendrían las lecturas de otros libros suyos como "¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo" (1978), "Proyecto de una ética mundial" (1990), "El judaísmo. Pasado, presente, futuro" (1991), "El cristianismo. Esencia e historia" (1994), "Libertad conquistada. Memorias" (2002), y "Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo" (2007). También durante muchos años estuve suscrito y fui lector fiel de la edición española de la revista internacional de teología "Concilium", fundada por él. 
Ninguna de estas lecturas, ni de otras muchas sobre el cristianismo y las religiones de la tierra, ha hecho tambalear mi falta de fe en dios o la vida eterna. Sigo sin creer en ninguno de los dos, pero que nadie confunda falta de fe con falta de respeto por el fenómeno religioso, que no sólo no me es ajeno, sino que me interesa profundamente. Les recomiendo la lectura de estas memorias del gran teólogo suizo Hans Küng, estoy seguro de que disfrutarán de ellas y aprenderán lo que "vale un peine" cuando alguien se rebela contra la autoridad despótica de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana en búsqueda y defensa de la verdad esencial del cristianismo... En febrero de 2006, justo un mes antes de su propia muerte, la revista de filosofía "El Ciervo" publicaba un hermoso artículo del teólogo español Casiano Floristán, compañero de Hans Küng en la Universidad de Tubinga, en homenaje a su colega, titulado "Hans Küng, un teólogo muy generoso", que es un estupendo resumen de las vicisitudes teológicas, personales y vitales del gran teólogo suizo. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 11 de marzo de 2023

De muros y hogueras

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Nuccio Ordine, va de muros y hogueras. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Dos mil kilómetros de muro europeo
NUCCIO ORDINE
08 MAR 2023 - El País
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Los más de dos mil kilómetros de muros levantados en Europa contra los migrantes no han sido suficientes. Ni tampoco parecen serlo los miles de muertos en el Mediterráneo (¡no hay más que pensar en el trágico naufragio de hace unos días en Calabria, donde más de 70 migrantes perdieron la vida!). En el Consejo de Europa, muchos Estados miembros, siguiendo la estela de Viktor Orban, no dejan de exigir ulteriores barreras para proteger las fronteras nacionales de las invasiones de los “nuevos bárbaros”.
Así, en estos tristes días, no he podido sustraerme a la relectura de un hermoso cuento de Borges titulado La muralla y los libros, en el que el escritor argentino relaciona la empresa de construir murallas con la de quemar libros: “Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones —las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado— procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó”.
Se trata de dos acciones que comparten, en efecto, la ambición de “quemar” el pasado: los kilómetros de barreras de piedra contra los presuntos “enemigos” y la quema de bibliotecas tienden inevitablemente no solo a “abolir la historia”, sino también a borrar cualquier rastro de nuestra humanidad. Al fin y al cabo, quemar libros es una metáfora que ilustra radicalmente el dramático intento de reducir a cenizas toda forma de cultura.
Es el propio Borges, sin embargo, quien nos recuerda en Otras inquisiciones que, aunque sea imposible borrar definitivamente la memoria del pasado, nunca se debe bajar la guardia: “Es decir, el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y —paradójicamente— es una de las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado”.
Italo Calvino, gran admirador del escritor argentino, alude también al tema del “dentro” y del “fuera”. En su novela, El barón rampante, el protagonista, Cosimo Piovasco di Rondò, decide pasar su vida entera en la copa de los árboles, dedicándose sobre todo a construir, desde lo alto, un mundo más justo y solidario. Y es precisamente en un contexto donde se habla de masonería cuando el hermano (la voz narradora) se lo imagina irrumpiendo en una reunión secreta mientras grita una frase que repetía a menudo: “¡Si levantas un muro, piensa en lo que queda fuera!”.
Construir muros, en efecto, significa encerrar nuestra propia vida dentro de una jaula asfixiante, de un espacio delimitado, de una prisión sin ósmosis con el exterior. Significa cultivar una visión insular y miserable del ser humano y del conocimiento. Y qué terrible prisión sería un mundo sin libros y sin cultura, un mundo limitado al estrecho perímetro del propio egoísmo y de la propia ignorancia. Los muros materiales y los muros mentales se retroalimentan. Son el resultado de un peligroso desconocimiento y de terribles prejuicios (ideológicos o raciales, ¡eso importa poco!). Tienden a justificar su propia existencia con las “buenas intenciones” de protegerse del otro, del desconocido, del extranjero.
En su afán de perseguir peligrosos mitos “identitarios”, muchos partidos políticos europeos han pisado el acelerador con el objetivo de borrar su pasado: ya no se acuerdan de sus propios migrantes, abuelos y padres que se esforzaron por recuperar la dignidad perdida en otros lugares. Han fomentado de manera despiadada una guerra de los pobres (que han pagado con dureza las últimas crisis económicas y están pagando las consecuencias de la guerra de Ucrania) contra otros pobres (que huyen desesperadamente del hambre y de los conflictos religiosos con la esperanza de reconstruir un futuro en países más ricos).
El único objetivo de estos cínicos “empresarios del miedo” es ganar las elecciones. Y lo hacen asumiendo posiciones políticas enormemente contradictorias. En América y Europa, los partidos de los muros abanderan la defensa de la vida: pretenden anular las leyes sobre el aborto y, contra toda evidencia científica, consideran un óvulo recién fecundado como un ser humano. Defienden instrumentalmente a un cigoto, pero luego se encarnizan contra niños y adultos, en carne y hueso, que arriesgan su propia existencia para aspirar a una vida mejor.
Un sacerdote y escritor calabrés, Vincenzo Padula, ya les contestó con eficacia. En uno de sus artículos, publicado en 1894, exhortaba a los fieles a adorar no solo a los cristos de madera en las iglesias, sino sobre todo a los cristos de carne y hueso en las calles. Un cristianismo auténtico —defendido valientemente por el papa Francisco— muy distante del que evocan los partidos que luchan contra el aborto y contra cualquier forma de unión que no coincida con la llamada “familia natural” (padre, madre e hijos). ¿De qué sirve tanto furor religioso si, mortificando toda forma de solidaridad humana, se conculcan los sacrosantos derechos de los muchos cristos de carne y hueso que atestan nuestras dramáticas crónicas cotidianas?




























[ARCHIVO DEL BLOG] Roma. [Publicada el 18/04/2011]








Comencé a escribir esta entrada el 15 de mayo de 2010. Mi intención era hacer un relato sobre los recuerdos que tenía de Roma. Y lo primero que recordaba es que, de entrada, lo que más me había impresionado no había sido su monumentalidad, ni su historia, ni la exuberancia barroca de sus iglesias, plazas y fuentes, ni el esplendoroso testimonio de sus ruinas milenarias. No, lo que me había impresionado a primera vista había sido el caótico tráfico de la ciudad: un caos autordenado, eso sí, que parecía funcionar y sonar como una sinfonía de perfecta ejecución. Luego fui descubriendo todos los demás encantos y emociones que Roma guarda para el visitante, claro está, pero mi primera impresión de Roma fue algo tan prosaico como lo citado. 
He guardado ese borrador celosamente durante once meses en la memoria de mi portátil (uno más del centenar que tengo almacenado en ella como posibles nuevas entradas del blog) y no creo que hubiera acabado publicado sino llegar a ser por la intromisión, brillante como casi todas las suyas, de mi hija Ruth de hace unos días, que me ha animado a rescatarla. La publico sin terminar; tal y como la dejé en su momento, apenas esbozada. Con una salvedad, que no dejen de leer el delicioso reportaje que me llevó a escribirla...  Apareció publicado en la revista El Viajero de esa misma fecha, firmado por el periodista Enric González, con el título de "Historias de Roma". Reportaje que termina con la encomiosa recomendación del autor de que no se pierdan si tienen ocasión de presenciarlo el más maravilloso de los espectáculos que un mortal puede gozar en la Ciudad Eterna: ver caer la nieve en el interior del Panteón... Yo no lo he visto, aún, pero espero hacerlo algún día. En cada una de las ocasiones en que he visitado Roma, me he dejado muchas cosas por ver premeditadamente. Así, siempre encuentro una excusa para volver... La próxima tengo claro que me gustaría pasar una noche entera de verano deambulando por el Trastévere. Les dejo con mi crónica inacabada sobre Roma. Quizá en algún momento me anime a continuarla; solo quizá... 
Quince días en Roma dan para mucho, o para poco… Depende de las dotes de organización del visitante, de sus gustos estéticos, de sus posibilidades económicas, de su capacidad física. Sí, de su capacidad física, pues las calles de Roma están empedradas con adoquines y el asfalto brilla por su ausencia aun en las avenidas más afamadas y transitadas. Y además, lo de las Siete Colinas sobre las que se asentaba la ciudad en su fundación, se hace notar al paseante.
Lo primero que percibe el viajero nada más llegar a Roma es la fluidez con que discurre el aparente caos circulatorio de la ciudad. Es como si ese caos se autorganizara entre automovilistas, motoristas (¡muchos motoristas!) y peatones, que interaccionan entre sí, cada uno a su aire, sin inmiscuirse unos en la ruta de otros. Ves muchos policías y carabineros armados custodiando los numerosos edificios oficiales del centro de la ciudad, pero desde luego a ninguno de ellos parece preocuparles lo más mínimo la circulación. Los pasos de cebra no existen, o sólo son pintadas en el suelo; los semáforos, un adorno más de la ciudad. Los coches, y sobre todos las motos, circulan a una velocidad endiablada sorteándose unos a otros y, por supuesto, a los peatones. Se aparca en los sitios más inverosímiles y en las posiciones más extrañas y los peatones cruzan las calles y avenidas como pueden y donde pueden y donde quieren y como quieren. Curiosamente, no se ven apenas atascos ni siquiera a las horas centrales, no se oyen conciertos de cláxones, los peatones no insultan a los conductores ni estos a los peatones. En resumen: un caos absolutamente ordenado.
Nosotros hemos estado alojados en dos sencillos y cómodos hoteles. El primero, el Hotel Kent, junto a Porta Pia, una de las puertas de la muralla de Roma que daban acceso a la ciudad. Porta Pía fue precisamente la puerta por la que entraron en Roma las tropas italianas que incorporaron por la fuerza la ciudad al Reino de Italia en 1870, obligando al papa a recluirse en el Vaticano, de donde no volvió a salir ninguno de ellos hasta que lo hiciera Juan XXIII, a mediados del pasado siglo. En nuestra segunda visita a Roma lo hicimos en el Hotel Morgana, a unos doscientos metros de la imponente estación central de Roma, la famosa Estación Términi, y muy cerquita de la más hermosa de las basílicas romanas, la de Santa María la Mayor, territorio vaticano y no italiano, por cierto, al igual que las de San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros. En la Piazza del Cinquecento, frente a la fachada principal de Termini, se pueden coger casi todas las líneas de autobuses urbanos que recorren Roma y tienen allí su parada terminal. Y entonces fuimos conscientes de una segunda percepción: y esta  es que los autobuses urbanos de Roma no son gratuitos pero que nadie paga. Los autobuses de Roma no tienen cobrador; el conductor se limita a conducir, y no expide billetes. Estos tienen que comprarse en los quioscos de prensa, las terminales de autobuses, los estancos, las librerías o incluso en bares y restaurantes. Hay varios tipos de billetes: el normal, a 1 euro, se puede utilizar todas las veces que se desee durante los setenta y cinco minutos siguientes al momento en que se pique por vez primera en cualquier autobús, o por una sola vez si viajas en metro (Roma sólo tiene dos líneas de metro que se cruzan, como no, en la Estación Termini). Luego, existe otro billete, a 4 euros, que te sirve para subir a cualquier tipo de transporte público (autobús o metro) todas las veces que desees a lo largo del día en que lo piques por primera vez. Los visitantes “aprenden” enseguida que las probabilidades de que suba un inspector y te pille sin billete son mínimas, y los romanos, por lo que se ve, lo saben de antiguo. Conclusión, los transportes públicos de Roma no son gratuitos, pero no paga nadie. A pesar de lo cual los autobuses son limpios, cómodos, rápidos, pasan con una frecuencia envidiable, llegan a todos los puntos de la ciudad y en cada parada está señalado todo el itinerario de la línea que corresponda. Como no todo va a resultar tan fácil hay que señalar una pega: las paradas, salvo excepciones, no están denominadas por lugares turísticos o monumentales sino por calles o avenidas que al visitante no le suenan de nada, y por otro lado, es relativamente frecuente coger el autobús en la acera equivocada y terminar en el lugar opuesto a aquél al que pretendías llegar… A nosotros nos pasó en más de una ocasión...
Y ahí dejé mi crónica. Si he logrado llamar su atención lean ahora el reportaje de Enric González. Lo van a disfrutar, con seguridad. Y en cuanto pueden vayan a Roma y piérdanse por ella. Y sean felices, por favor, que este valle de lágrimas no da para mucho más... Tamaragua, amigos. HArendt












viernes, 10 de marzo de 2023

De la prudencia como cobardía

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del analista político Wolfgang Münchau, va de la prudencia como cobardía. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Prepárense para una decepción
WOLFGANG MÜNCHAU
06 MAR 2023 - El País
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¿Qué pasará si perdemos? O más bien, ¿qué pasará si la guerra acaba con una resolución que los ucranios y la mayoría de los occidentales consideramos insatisfactoria? La mayoría de las guerras no terminan con una victoria clara de uno de los bandos. Esta podría ser una de ellas.
Últimamente ha habido un cambio en las opiniones expresadas en las capitales europeas sobre el desenlace de la guerra. En estos momentos, Washington, Berlín y Londres comparten la previsión de que el conflicto se prolongará varios años. Ninguno de los contendientes tiene la superioridad necesaria en cuanto a soldados y equipo para infligir una derrota decisiva al otro.
Basta comparar esta valoración con la euforia del año pasado. Recuerdo que un general estadounidense retirado afirmaba que Ucrania gozaba de un impulso irreversible. La verdad es que incluso los expertos militares saben menos de lo que creen. Jugar a predecir el resultado de la guerra no tiene sentido. Que acabe en tablas es, por supuesto, solo uno de los varios escenarios posibles. Pero no es descabellado.
La razón más evidente por la que las expectativas occidentales han cambiado tanto es el fracaso generalizado a la hora de acordar objetivos bélicos precisos. Yo conozco al menos cuatro. El objetivo máximo es un cambio de régimen. Cuando Gordon Brown escribe que debemos a los ucranios el poner a Vladímir Putin ante un tribunal de crímenes de guerra, está pidiendo exactamente eso. ¿Cómo si no podríamos llevar a Putin a La Haya? Está claro que no vamos a secuestrarlo. Un tribunal de crímenes de guerra exigiría un golpe de Estado en Moscú y un nuevo Gobierno ruso dispuesto a extraditar a Putin. Algunos políticos europeos están de acuerdo con este objetivo. Olaf Scholz y Emmanuel Macron seguramente no.
El segundo, también ambicioso, pero menos extremo, es expulsar a Rusia de todos los territorios ucranios ocupados, incluida Crimea, que se anexionó en 2014.
El tercer propósito, más limitado, sería volver a las fronteras del 23 de febrero de 2022, el día antes de que Putin empezara la invasión del año pasado.
El canciller alemán Olaf Scholz ni siquiera se atreve a dar su apoyo a esto. Se limita a decir que Rusia no debe ganar. Con ello da a entender que está dispuesto a conformarse con menos, y este es el objetivo número cuatro: un compromiso turbio. Por ahora, la ambigüedad es lo que mantiene unida a la alianza occidental. Pero la ambigüedad tiene un precio terrible. Nos dividirá cuando se acerquen las fases finales de la guerra.
En vez de un objetivo unificado, tenemos líneas rojas. La más roja de todas es que no queremos enfrentarnos directamente a Rusia. Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania no quieren enviar aviones de combate por esta razón. Los cazas van acompañados de personal de apoyo que tendría que operar desde bases aéreas ucranias. Esto situaría a Occidente un paso más cerca del enfrentamiento militar directo con Rusia.
En segundo lugar, los europeos solo pueden mandar el equipamiento militar que tienen, menos el que necesitan. Y el que tienen es mucho menos del que las cifras oficiales dan a entender. Muchos países europeos, entre ellos Alemania, Italia y España, han escatimado en sus presupuestos de defensa. Una gran parte de los tanques Leopard 2 y de los aviones Eurofighter no funcionan. En vez de comprar piezas de repuesto, Alemania ha canibalizado el material que tenía arrancando piezas de unos tanques para reparar otros.
En tercer lugar, ningún país europeo quiere que se considere que actúa solo, por temor a convertirse en objetivo de Rusia. Cuando Scholz accedió por fin a mandar los Leopard 2 a Ucrania, le costó conseguir que otros líderes europeos contribuyeran también. En las capitales europeas se hicieron de antemano muchas declaraciones de buena voluntad sobre el envío de carros. Si acaso, Scholz actuará en el futuro incluso con más cautela que en el pasado.
Lo que también está empezando a ocurrir ahora es que el apoyo de la opinión pública al suministro de armas a Ucrania se está debilitando. En Alemania desde luego. Una encuesta reciente muestra que el 33% de los entrevistados se declara a favor de seguir apoyando militarmente a Ucrania, mientras que el 49% se opone a ello.
El entusiasmo por seguir ayudando a Ucrania es mayor en Estados Unidos, pero también está perdiendo fuerza. Una consulta realizada recientemente indica que el 48% de los estadounidenses son partidarios de la entrega de armas, frente a un 29% que se opone. En mayo de 2022, el porcentaje de estadounidenses que la apoyaban era del 60%. Los demócratas suelen estar más a favor del apoyo militar y financiero a Ucrania, mientras que los republicanos tienden a oponerse. No debemos dar por sentado que la ayuda estadounidense a Ucrania sobreviva a la campaña electoral de 2024.
Si Estados Unidos redujera su apoyo, también lo haría Alemania. Las piezas de dominó caerían. Esta es la apuesta de Putin. Un conflicto largo es lo que más le conviene.
Esta es mi hipótesis de cómo podría terminar esta guerra. Se trata de un escenario, no de un pronóstico: la guerra de trincheras continuará y la contraofensiva ucrania tendrá éxito, pero solo parcial. Un Occidente aquejado de déficit de atención acabará por perder aguante porque la política se entrometerá. Aumentará la presión para lograr un acuerdo de paz que garantice a Ucrania la independencia y la devolución de la mayor parte de sus territorios, pero no de todos. Ucrania no se convertirá en miembro de la OTAN. La Unión Europea ayudará a reconstruir el país y le ofrecerá una relación estrecha, pero sin llegar a la integración plena. Putin seguirá en el poder. No habrá tribunal de crímenes de guerra. Se levantarán las sanciones, pero para entonces Rusia y China habrán formado una alianza estratégica económica y militar. Putin seguirá adelante con su siguiente proyecto: la anexión de Bielorrusia.
¿Les parece una hipótesis poco razonable? Si creen que no lo es, pregúntense qué consecuencias tendrá para Occidente, para la cohesión de la Unión Europea y para la alianza trasatlántica. Prepárense para una decepción.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Adolfo Suárez: Un reconocimiento merecido. [Publicada el 19/07/2008]









Es noticia destacada en la prensa de hoy la visita que ayer realizaron los reyes al expresidente Adolfo Suárez en su domicilio particular para entregarle personalmente el Gran Collar de la Orden del Toisón de Oro, la condecoración nobiliaria más importante del mundo, de la que el rey de España es su Gran Maestre, y que le había sido otorgado por el Gobierno el pasado año. La noticia del encuentro la relata en un artículo de El Confidencial de hoy: "Que nunca caiga en el olvido", el periodista Federico Quevedo. 
Es un reconocimiento absolutamente merecido para quien fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981, impulsor de la Ley de Reforma Política que puso fin al régimen franquista y del proceso constituyente posterior que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978.
Hablé personalmente con Adolfo Suárez en una sola ocasión, poco después de ser designado presidente del gobierno por el Rey, en mi condición de secretario general en Las Palmas de la Unión del Pueblo Español (UDPE), una de las "asociaciones políticas" que él impulsaba desde la secretaría general del Movimiento. Me pareció, como han dicho de él otras personas con mucho más conocimiento de causa que yo, un auténtico animal político, un encantador de serpientes, al que no se le puede escatimar elogio alguno por lo que consiguió y por como lo consiguió... No le seguí en su creación de la UCD, tras el reconocimiento legal de los partidos políticos, y volví a la vida universitaria, porque nunca no me he sentido a gusto del todo como hombre de partido aunque haya militando en ellos, pero jamás ha dejado de interesarme la política, como ciencia teórica.
Pienso que se merece, aunque resulte tardío, ese reconocimiento que el pueblo, el gobierno y el Rey le otorgan con esta distinción. Y reconozco no haber podido dominar del todo la emoción que me ha embargado al ver la entrañable foto de un Adolfo Suárez incapaz de recordar quién es, quién fue y qué hizo, paseando junto al rey de los españoles... HArendt