lunes, 13 de febrero de 2023

Del pacifismo

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la politóloga Estefanía Molina, va del pacifismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Ser pacifista hoy es apoyar la victoria de Ucrania
ESTEFANÍA MOLINA
10 FEB 2023 - El País
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En un acto de este diario celebrado en diciembre, un lector preguntó si, una vez acabe la guerra en Ucrania, haremos como si jamás hubiera ocurrido. Nuestro enviado especial Jacobo García respondió que no, pues la agresión del Kremlin es un camino de no retorno para la juventud ucrania. Y nada podrá ser como antes, tampoco en la Unión Europea, porque nuestra idea de paz depende ya de la derrota de Rusia. El pacifismo hoy es enviar al país gobernado por Volodímir Zelenski las armas que precise como dique de protección de nuestras libertades y modelo de convivencia.
Es la doctrina que Sanna Marin deslizó en Davos para alertar del peligro de no frenar a tiempo la expansión rusa. “Enviaríamos el mensaje de que se puede atacar a otros países y salir ganando”, dijo la primera ministra finlandesa, representando el sentir de los Estados bálticos y orientales. Son quienes se han implicado con mayor contundencia en esta guerra por su pánico atávico a sufrir una agresión futura, tras padecer la bota de la Unión Soviética.
Aunque nada pasará como una anécdota, tampoco en Europa occidental, vista la rapidez con que Bruselas se ha ido moviendo tras asumir que la política de apaciguamiento de Angela Merkel frente a Vladimir Putin ha resultado un fracaso, y no sólo por la invasión en curso. Dirigentes de varios partidos de ultraderecha, cuya ideología viene desestabilizando nuestras democracias, se fotografiaban paseando por el Kremlin. Rusia demostró su habilidad atenazando a la locomotora alemana en su dependencia del gas barato, una forma de chantajear al continente entero. Sabemos que la desinformación rusa es capaz de penetrar hasta los tuétanos del sistema.
En consecuencia, ser pacifista hoy en la UE es apoyar la victoria de Ucrania frente a Rusia para alcanzar una paz justa. El pacifismo actual no está en esa izquierda que niega a los ucranios su legítimo derecho a defenderse, llenándose la boca con una falsa moral de que “las guerras son malas”, como si Bruselas fuera la culpable de algo, con lo que ampara al agresor ruso y desprotege nuestros intereses. El pacifismo real hoy es aceptar que, mientras algunos se oponen al envío de tanques, misiles o aviones de combate para que Kíev dé la vuelta definitiva a la invasión de Putin, obvian que más grave sería enviar soldados, de producirse una eventual agresión en el territorio de la OTAN.
Generaciones enteras de jóvenes europeos asisten a la constatación de que su idea de paz quedará irremediablemente atada, durante décadas, a la creciente necesidad de reforzar nuestra seguridad y la independencia energética. El antiotanismo se ha convertido así en un fósil de la Guerra Fría, que sólo deleita a quienes viven empeñados en creer que nuestra idea de democracia comparte algo con el régimen ultranacionalista y de desprecio a las minorías ruso, simplemente porque odian a Estados Unidos. Olvidan quién sostendrá nuestro auxilio si vienen mal dadas.
Sin embargo, la UE no debe autocomplacerse sin antes reflexionar sobre los dilemas que existen en sus Estados miembros a la hora de forjar nuestro propio anillo defensivo. Polonia ha ejercido sin complejos el liderazgo de apoyo a Ucrania, pese a que venía suponiendo un quebradero de cabeza para Bruselas en cuestiones como su sistema judicial y la obediencia a ciertas normas comunitarias. Esa misma Europa del Este, en cambio, es capaz de empujar el envío de los tanques Leopard, de la mano del Reino Unido pos-Brexit, mientras que en Europa occidental, estandarte moral de la Unión, vivimos en continuo rebufo sobre nuestra propia protección.
Dicha dualidad explica por qué algunas voces ven con suspicacia la integración ucrania en el espacio comunitario. Existen recelos de que el país se acabe convirtiendo en una especie de Polonia o Hungría, cuya noción de pertenencia a la UE se base en tildar de “injerencias” ciertas obligaciones de acatar los valores de nuestro modelo. E incluso, que los ucranios alteren los equilibrios de poder francoalemanes, máxime por el peso que su población y tamaño le daría dentro de las instituciones europeas.
Aunque Bruselas demuestra tener la esperanza puesta en Ucrania, vista la rapidez con que se le ha asignado el estatus de candidata a entrar a la UE y el plan para acelerar la integración económica, no debe interpretarse sólo como un gesto solidario, sino defensivo y de interés mutuo. Cuando acabe la guerra, el continente podría sumar otro Ejército, entrenado en el campo de batalla en algunas de las tecnologías más modernas. La diferencia con respecto a otros países del Este es que Ucrania necesitará tanto apoyo para la reconstrucción que sus instituciones podrán partir de cero, también, en la exigencia política que simboliza nuestra bandera azul de estrellas, progreso que tanto anhelan.
Como señaló este jueves Zelenski en el Parlamento Europeo, donde fue recibido entre ovaciones: “Estamos defendiéndonos y defendiéndoles a ustedes (…) de la fuerza más antieuropea del mundo”. La UE ha encontrado en su firme apoyo a Ucrania, en la defensa de su libertad, de su soberanía nacional y de su derecho a existir como pueblo, el rumbo moral que hace años parecía haber perdido.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar. [Publicada el 03/05/2014]










Lo prometido es deuda, y las deudas siempre acaban por pagarse; unas veces gustosamente, y otras, las más, a la fuerza... Así pues, como prometía en mi entrada anterior hoy voy a hablar con gusto del por mí siempre respetado profesor, ensayista y escritor Fernando Savater, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. O para resultar un poco más concreto de su libro "Figuraciones mías" (Ariel, Barcelona, 2013), que lleva como subtítulo el que he dado yo a esta entrada de hoy. Es un precioso librito de apenas un centenar y medio de páginas, recopilación de otros artículos suyos, que se lee con sumo placer y en los que me veo reflejado, por supuesto pálidamente, dada la inconmensurable distancia intelectual que nos separa, al compartir muchas de las opiniones expuestas en el mismo.
Escribí sobre el libro, sin haberlo leído, en mi entrada del pasado 15 de marzo, al reseñar la crítica que del mismo se hacía en el número de ese mismo mes de Revista de Libros por parte del escritor y bibliotecario Sergio Campos. Y por mor de mi proverbial vaguería por naturaleza y por que otros saben hacer las reseñas críticas mucho mejor que yo, a los enlaces citados más arriba me remito.
Savater se muestra en sus artículos deudor y admirador de autores como Emile Cioran, amigo personal suyo; Ralph Waldo Emerson, Pío Baroja, William Shakespeare, Virgina Woolf, Dante, André Gide, Ray Bradbury, George Orwell y otros muchos que van salpicando las páginas del libro. No voy a citarlos a todos, pero hay bastantes historias y anécdotas sobre los mismos que resultan emotivas, entrañables y en todo caso, afortunadas.  
Es en la segunda parte del mismo, la que titula "La dificultad de educar", en la que Savater se encara con los problemas fundamentales de nuestra sociedad: la española, la europea y la universal. Hay en ella dos artículos que me han llamado la atención especialmente por mi identificación personal con lo expuesto en ellos. 
Uno, dedicado al "escepticismo", en el que comenta no compartir la puesta en cuestión del concepto de "verdad" en esta era posmoderna en que nos encontramos. Es evidente, dice en él, que la verdad no es absoluta, como tampoco lo es la belleza, el bien o la justicia, pero esa limitación no implica, añade, que no exista realmente para todos nosotros y que no tenga, sea donde fuere, elementos comunes. La verdad no la determina las diferencias culturales, sino las exigencias epistemológicas, pues no será la misma en matemáticas, historia o meteorología, dice, lo que debería llevar desde el escepticismo de cada cual a desconfiar del "escepticismo" mismo...
El segundo artículo del libro que me animo a comentar es de absoluta actualidad; se titula "Que decidan ellos", y va, como no, del tan traído y llevado concepto del "derecho a decidir". Tras mostrar su reconocimiento a lo dicho al respecto por el escritor Antonio Muñoz Molina en su libro "Todo lo que era sólido", del que ya escribí en una entrada de febrero pasado, dice Savater: "En una democracia el derecho a decidir es tan intrínseco a los ciudadanos como el derecho a nadar a los peces. De ello se prevalen los separatistas para vender su mercancía averíada: ¿quién va a querer renunciar a su "derecho a decidir"? Ahora bien: ¿por qué reclamar esa obviedad con el énfasis del que aspira a una conquista, como si hubiese en este país ciudadanos de cualquier latitud que carecieran de él? Sencillamente, porque lo que solicitan los separatistas no es el derecho a decidir que ya tienen, sino la anulación del derecho a decidir que tienen los demás. Lo que se exige no es el derecho a decidir de los catalanes sobre Cataluña o de los vascos sobre el País Vasco, sino que el resto de los españoles no pueda decidir como ellos sobre esa parte de su propio país. O sea, que acepten provisionalmente la mutilación de su soberanía hasta que se les imponga de forma definitiva". Se podrá compartir o no su opinión, faltaría más, pero a mí me parece acertada.
Este es un blog en el que tiene, por deformación profesional de su autor, un peso determinante la "Historia" como disciplina académica, y las "historias" de los otros como vocación escribidora del mismo autor. Termino, pues, con una reflexión que tampoco es mía, pero que también comparto, del que fuera mi profesor de Historia de la Filosofía en la UNED, don Emilio Lledó, en su libro "El origen del diálogo y la ética" (Gredos, Madrid, 2011). Dice así: "Hacer historia es saber preguntar al pasado. Y saber preguntar consiste en formular continuamente aquellas encuestas que necesita la soledad del presente, para encontrar compañía y solidaridad en todo lo que aconteció. Hacer historia es reivindicar la continuidad, humanizar el tiempo, al aceptar las modulaciones que en la monotonía cronológica ha marcado la voluntad humana. Por eso, hacer historia es, además, proyectar el futuro, orientarlo en la clarividente recuperación de lo que otros hombres hicieron para traernos el presente desde el que historiamos".
En eso se empeña este blog, con escasa o mayor fortuna, cada día, cada entrada, cada enlace..., aun a riesgo de equivocarse.
Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt 












domingo, 12 de febrero de 2023

De la idea de patria

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de la idea de patria. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Lengua, lealtad y patria
LOLA PONS RODRÍGUEZ
10 FEB 2023 - El País
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En noviembre de 1921 un crucero acorazado de la Marina sueca arribaba al puerto de Málaga. Lo recibieron autoridades militares españolas y suecas entre salvas; el féretro que sacaron del buque envuelto en las banderas de los dos países era el de Rafael Mitjana (1869-1921), un diplomático malagueño fallecido en Estocolmo que fue enterrado con honores en su tierra natal.
A cinco grados bajo cero, con el cielo bastante oscuro aunque son las tres de la tarde, entro en la Biblioteca Carolina, en Upsala, Suecia. Sin rebuscar demasiado, en una vitrina vertical dentro del pequeño museo que se visita dentro de la biblioteca, veo un libro impreso en Venecia en 1556 del que solo se conoce un ejemplar, el que tengo delante de mí. Rafael Mitjana, diplomático en la legación española en Estocolmo a principios del siglo XX y gran musicólogo, lo descubrió en 1907 y lo bautizó con el nombre del lugar que lo conserva: estoy delante del Cancionero de Upsala y algo me sobrecoge como filóloga. Contiene 70 composiciones musicales, muchas anónimas, 54 de ellas con letras (en español, en gallego y catalán); que exista nos ayuda a conocer más la música que se cantaba en las calles y cortes españolas de la época imperial. De las manos que compilaron las piezas y de cómo llegó a Suecia este impreso sabemos muy poco, pero el nombre propio de Mitjana, su descubridor, es clave en la conservación de este cancionero cuya estirpe, difusión y circulación es oscura.
Piso la nieve al salir de la biblioteca y una vaga analogía me trae a la memoria el recuerdo del documental de David Trueba Si me borrara el viento lo que yo canto (2019). Varios componentes se repiten: en lugar de un cancionero del siglo XVI nos referimos al vinilo de 1963 del que se habla en ese documental. De nuevo hay música, hay anonimia y hay una conexión entre España y Suecia. Esta vez no hay un buque imponente, sino un Renault 4 en cuyos bajos cruzó escondido un magnetófono desde Madrid a Estocolmo. Dos periodistas suecos hicieron un viaje de ida y vuelta desde la capital sueca a Madrid para grabar clandestinamente las canciones de protesta del genial Chicho Sánchez Ferlosio y difundirlas en un disco que triunfó en Escandinavia bajo el título Canciones de la resistencia española. Su compositor y cantante fue presentado en el disco como anónimo, su identidad se reveló al instaurarse la democracia en España. La sensibilidad de los suecos con la situación de España bajo el franquismo se despertó con ese disco y mientras que en España nos deslumbrábamos con las rubias suecas y sus bikinis, desconocíamos que al aterrizar de vuelta en Estocolmo los turistas suecos se topaban con que muchos de sus paisanos los esperaban en el aeropuerto con carteles de reproche en que los acusaban de estar regalando divisas a Franco.
Yo misma estoy en ese aeropuerto ahora, ya de vuelta de las jornadas sobre enseñanza del español que me han traído a Suecia y que me han hecho conocer a decenas de profesores provenientes de España, de México, de Rumania, de Argentina... y de Chile. Por este mismo aeropuerto, a partir de 1973, en Suecia entraron miles de chilenos. Con el decidido apoyo del Gobierno de Olof Palme, muchos chilenos se instalaron en Suecia, huyendo del garfio de la represión de Pinochet. El embajador sueco en Chile, Harald Edelstam, fue en Santiago el providencial Schindler de los chilenos atemorizados por la dictadura militar y facilitó que huyeran de su país y escaparan a Suecia. Cerca de 60.000 chilenos o descendientes de chilenos viven actualmente en Suecia; sus casos nos sirven para estudiar científicamente eso que en la Lingüística llaman “lengua de herencia”, la lengua que se aprende en casa dentro de un entorno social que tiene mayoritariamente otro idioma. El español de los chilenos suecos es una de esas lenguas de herencia. El término es científico y, al mismo tiempo, poético y entendible.
Otro de esos términos científicos que resultan claros para el no especialista es “lealtad”. Cuando los hablantes salen de su zona de origen y llegan a una sociedad que no comparte su lengua, los lingüistas estudiamos si la mantienen en casa, si la usan con sus hijos en el nuevo territorio, si los nietos terminan olvidando la lengua de herencia y la cultura de la que procedían. Suele ocurrir que la condición socioeconómica de partida y la cultura lingüística que se trajera de casa determina la conservación de la lengua de herencia, la lealtad a ella, en las segundas o terceras generaciones. Medir la lealtad lingüística ayuda a valorar la relación con la sociedad de procedencia y de destino.
Aunque la palabra “lealtad” tenga en la lengua común resonancias positivas, en Lingüística se emplea como un elemento medible y cuantificable que se estudia a partir de las historias de vida de las familias. Pero hoy quiero desposeer a esta palabra de su valor técnico y quiero hablar de las lealtades que personas concretas, hispanohablantes o no, han tenido con elementos fundamentales de nuestra historia cultural: nuestros impresos antiguos, nuestras disidencias, nuestras penalidades.
El avión está bajando en altura. La escritura me asegura lo que quiero honrar como recuerdo de este viaje, la memoria de todas estas personas leales en Suecia: los dos diplomáticos, el español Mitjana y el sueco Edelstam, los suecos anónimos que iban con carteles de denuncia al aeropuerto y que no veían en España solo el sol maravilloso que a ellos les faltaba sino la libertad que nos faltaba a nosotros, los periodistas que viajaron a España para grabarle un disco a un disidente, los suecos chilenos que cerraban la puerta de casa y escuchaban a Víctor Jara, una profesora balear que me contaba allí que sigue usando el catalán con sus niños en casa. No siempre tengo claro qué es la patria pero estas lealtades se acercan mucho a mi idea de patria.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre bancos y banqueros. [Publicada el 30/08/2012]










Reedito mi entrada de fecha 1 de marzo de 2009. No creo que haya perdido la más mínima actualidad; al contrario, pienso que con el tiempo, tres años y medio después de su publicación, la catástrofe que se anunciaba como probable se ha cumplido y ha sido mucho peor de lo previsto. Casandra, una vez más, tenía razón.
"Al principio los bancos sabían lo que vendían, y los clientes lo que compraban. Después pasamos a una fase en la que los bancos sabían lo que vendían pero los clientes no sabían lo que compraban. Y desde hace tiempo ni los bancos ni los clientes tienen idea de nada". Quién pronunció tan rotunda frase fue nada menos que Pedro Solbes, exvicepresidente del gobierno español y exministro de Economía y Hacienda. La cita está en El País del 1 de marzo de 2009, en un artículo firmado por J.G., titulado "Nacionalización o bancarrota", que reproduzco más adelante, y al que he añadido el titulado "Regla número 1: no compre nada que no entienda", escrito por David Fernández y publicado también en El País del día 13 de ese mismo mes y  año.
No hace falta ser Charles Darwin para darse cuenta de que la vida es "cambio". Tampoco hace falta ser muy listo para percibir que esos cambios unas veces salen bien y otras salen mal. Cuando yo comencé a trabajar en la banca (con dieciocho años recién cumplidos) en las oficinas no había calculadoras electrónicas, ni fotocopiadoras, ni ordenadores. Todo se hacía a mano o con unas impresionantes máquinas de escribir, que no fallaban nunca. Íbamos todos al trabajo con chaqueta y corbata, tratábamos a los clientes de usted, les respetábamos porque eran de quiénes comíamos, les vendíamos lo mejor de nosotros y de nuestros productos, y no les engañábamos jamás. Se pagaban las horas extras que se hacían (mal, pero se pagaban). Y cuando se entraba a trabajar a un banco, sabías que era para toda la vida a menos que metieras la mano en la "caja"... ¡Qué tiempos! Los empleados de una oficina eran como una gran familia. Claro, como en todas las familias, había algún cabrón que otro, pero se podía lidiar con ellos...
El cambio llegó, pero no fue con las calculadoras electrónicas, las fotocopiadoras multifunción o los ordenadores y las pantallas de última generación: llegó cuando se estableció la convicción que el cliente estaba para explotarle, el personal para estrujarlo, las oficinas para vender vajillas y electrodomésticos, los directivos para manipularlos con las retribuciones por objetivos, y los jefes y jefecillos para hacer cualquier tarea, reconvirtiéndolos en "oludis" (Objetos Laborales de Uso Discrecional). El caso era ganar dinero como fuera, con buenas prácticas, malas prácticas, o mediopensionistas prácticas. La más usual, hacer creer al cliente que lo que el banco le ofrecía era lo mejor para él... Y lo era: para el banco, por supuesto; no para el cliente. Si salía bien, y colaba, ascendías un puesto; si salía mal, y no colaba, a la calle. Recursos Humanos y Dirección Comercial miraban para otro lado y se ponía a buscar otros mirlos (entre el personal y entre los clientes). Ellos nunca eran responsables de nada. Supongo que era de esperar que aquellos lodos trajeran estos barros... Estamos en la Tercera Fase que enunciaba Pedro Solbes . Y tengo la impresión de que ni Dios sabe que va a pasar. Personalmente pienso que la nacionalización no garantiza que la banca se gestione mejor; quizá que se corrompa más aún. Pero pase lo que pase, espero que sea para bien y que volvamos a la Primera. La vida no es más que un eterno retorno. No creo que los banco vayan a escapar a esa ley. 
Sean felices, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 












sábado, 11 de febrero de 2023

Del pesimismo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Benigno Pendás, va del pesimismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Contra el pesimismo estéril
BENIGNO PENDÁS
01 DIC 2014 - El País
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La desilusión política es un fenómeno palpable, en las encuestas y en la calle. Sucede en España y en otras democracias maduras y estables. El malestar está ahí. Gentes (en otro tiempo) sensatas muestran su indignación con palabras gruesas que convendría evitar, porque unas veces se traducen en propuestas de regeneración, pero otras muchas sirven de sustento al populismo antipolítico. Si los partidos sólidos no ofrecen respuestas, el peligro acecha por todas partes. Vivimos en sociedades emotivas que buscan y encuentran culpables, casi siempre por méritos propios. Es fácil predicar el apocalipsis y anunciar el colapso del sistema, incertus quando. Pero los profetas siempre se equivocan en materia social y política.
En todo caso, algún elogio merece la sociedad española, capaz de rechazar el populismo de derechas, a diferencia de nuestros ilustres socios en la Unión Europea. En cambio, es muy preocupante la puesta en escena de un populismo de izquierdas, impropio de un país fiable, en el marco de una operación que apunta maneras al estilo de Gramsci. La reacción frente a ciertos despropósitos será un buen índice de la capacidad real para consolidar nuestra modernización. O si se prefiere, en términos orteguianos, para medir “la altura de los tiempos” en esta encrucijada histórica, tal vez un genuino umbral de épocas.
La afición de los españoles por hacer borrón y cuenta nueva parece un “invariante castizo” (como decía Fernando Chueca respecto a la arquitectura) del carácter nacional. Menos mal que tal carácter no existe, como demostró el recordado Caro Baroja, y por tanto está en nuestras manos hacer bien las cosas. Por eso, el pesimismo es estéril: en el fondo, una manera de eludir responsabilidades por medio de desahogos personales que a estas alturas no engañan a nadie. Hay que superar una minoría de edad culpable, en términos kantianos, imposible de justificar para una sociedad desarrollada en pleno siglo XXI. Es hora de actuar con madurez, al margen de sueños cargados de buenos propósitos. La adolescencia perpetua es una herencia de la posmodernidad que no nos podemos permitir en tiempos de crisis. No hay que pasar de la euforia a la impotencia sin buscar un acomodo razonable en alguna de las estaciones intermedias en los estados de ánimo colectivos. Como siempre, la moderación es mejor que la intransigencia. O, si se admite el oxímoron, la gravedad de la situación nos invita a ser radicalmente moderados.
La adolescencia perpetua es una herencia de la posmodernidad que no nos podemos permitir en tiempos de crisis
“La historia no termina en el futuro, sino en el presente”, dice con razón Collingwood. Por eso, construir desde el pasado reciente es la mejor respuesta al desafío. Los españoles conseguimos saldar en la Transición una vieja deuda con la libertad política. Frente a los tópicos, a veces bien ganados, España pasó a ser arquetipo del cambio (sustancialmente pacífico) de la dictadura a la democracia. Esta sociedad supo ser generosa y valiente. Nos quedan un orgullo legítimo y una lección, sin embargo, mal aprendida.
Sabemos hacer las cosas razonablemente bien, como es propio de la política, espejo de la vida. La reforma fue un acierto y la ruptura hubiera sido un error de alcance histórico. Aquí y ahora: las señas de identidad de la Constitución siguen siendo válidas, pero hay instituciones que rinden mejor y otras que (notoriamente) precisan una revisión. Hay un amplio margen de mejora por la vía del sentido común y la ejemplaridad personal. Para practicar las virtudes de la sensatez, conviene ser conscientes de que falta el proyecto sugestivo que animó la Transición: ser como los demás europeos. Ya lo hemos conseguido.
Vamos a lo práctico. ¿Reforma de la Constitución? Todos aceptamos con naturalidad el argumento de Thomas Jefferson: no society can make a pepetual constitucion… Pero el asunto es muy serio y no nos podemos equivocar. Así pues, sosiego y prudencia, también paciencia, para generar un consenso social que produzca acuerdos eficaces. Entre el inmovilismo y las aventuras sin final conocido hay un amplio terreno para avanzar en reformas útiles. Es hora de trabajar para lograrlo. No podemos salir de viaje sin saber cuál es el destino. Aquí no juegan las aventuras románticas ni las emociones vitales, sino una suerte de razón instrumental. Si se permite la ironía: prefiero aburrirme con Rawls antes que disfrutar con Nietzsche. Me refiero, claro, a la vida política, al margen de preferencias subjetivas.
En definitiva: es tiempo de plantear alternativas sensatas, pero conviene esperar al momento apropiado para mover las piezas sin caer en riesgos inútiles. Entre otras cosas, no nos engañemos, porque cuando se habla de reforma todos pensamos en el modelo territorial, en clave autonómica, federal o confederal; o, ya puestos, con intención centralista o independentista, dos opciones indeseables. Otros asuntos tan relevantes como la sucesión a la Corona, la Unión Europea o la propia regeneración democrática apenas sirven de complemento circunstancial. En política, el bálsamo de Fierabrás no existe. Sobre todo —para acabar también con Don Quijote— en estos tiempos de encrucijadas y no de ínsulas.
Necesitamos sosiego y prudencia, también paciencia, para generar un consenso social que produzca acuerdos eficaces.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Berlusconi y la idiotización de la sociedad. [Publicada el 27/01/2011]











Ya he escrito en otras ocasiones sobre el personaje, pero recuerdo con especial cariño mis entradas del 20 de febrero de 2010: "Un gesto inapropiado", y del 18 de mayo de 2008: "Ensoñaciones", así que a ellas me remito y no creo que tenga mucho que añadir sobre él. Silvio Berlusconi  ha logrado, desde que se hizo con la presidencia del gobierno, lobotomizar a la sociedad italiana, prostituir a la república y sodomizar a su clase política. Y encima, que le aplaudan. Todo un récord difícil de igualar por ningún otro gobernante en ejercicio. Pero algo parece moverse en el seno de la sociedad italiana: lobotomizados, prostituidos y sodomizados comienzan a estar hartos del susodicho. La clase política le planta cara, las instituciones de la república le buscan algo más que las cosquillas, y la sociedad civil, con las mujeres al frente, le grita ¡basta ya! 

En mi último viaje a Italia, hace cuatro años, trabé una cierta complicidad amigable con una de nuestras guías, una atractiva joven italiana, con buen acento español, que no podía tener más de allá de 22 o 23 años. Se iban a celebrar en aquellos días elecciones generales en Italia y le pregunté su opinión sobre las mismas, las posibilidades de la izquierda de ganarlas y sobre lo que pensaba de Berlusconi. Para mi sorpresa, aquella dulce señorita  comenzó a despotricar contra la izquierda italiana, a la que responsabilizaba de todos los males de su patria, y a cantar alabanzas sobre el hombre que iba a salvarla, que no era otro que Silvio Berlusconi... Evidentemente, en cuanto pude desvié la conversación hacia las rivalidades manifiestas entre Rafael Sanzio y Leonardo da Vinci, o sobre la historia de Antinóo y el emperador Adriano, que tan bien conocía gracias a la preciosa "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, quizá, o sin quizá, uno de los libros que más profunda impresión me han causado nunca, y no volví a sacar a relucir mi interés por la política italiana.

Pero sí, las cosas han comenzado a cambiar en Italia. Y han sido las mujeres las que han dado el primer paso. Una crónica de la periodista italiana Lucía Magi: "Las curvas antes que el currículo", y un artículo de Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED y miembro del Consejo de Estado: "¿Se puede caer más bajo?", daban cuenta de ello en el diario El País de antes de ayer. No es posible saber cuanto más tardará en acabar "Il Cavaliere" en manos de la justicia italiana, pero que cae, seguro. Al menos, yo así lo espero. Por pura higiene mental, y por Italia, a la que amo como una segunda patria, quizá también por deformación profesional como historiador.

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt