domingo, 2 de octubre de 2022

De Giorgia Meloni




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de nuevo sobre Giorgia Meloni, de la que el escritor Sergio del Molino dice que para ella y sus amigos bárbaros, los demócratas somos pura decadencia, los restos de una forma de vida abyecta que ha levantado las ruinas del presente. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Giorgia Melini contra Woody Allen 

SERGIO DEL MOLINO

28 SEP 2022 - El País

Mientras el mundo discutía si lo de Italia es derecha dura como el turrón, ultraderecha, fascismo o (¡ay, qué risa!) centroderecha, yo intentaba leer el último libro de Woody Allen. Se me hacía difícil concentrarme, no tanto por el ruido de los columnistas, los tertulianos y los políticos, sino por un malestar físico a consecuencia de intentar vivir en dos dimensiones del espacio-tiempo incompatibles: Woody Allen y Giorgia Meloni representan dos mundos en colisión, y quien quiera vivir en uno ha de renunciar al otro. No se puede tener un ojo en los chistes del primero y otro en las columnas que analizan a Meloni sin sufrir sudores, náuseas y vértigos. El libro se titula, como un aviso de las autoridades sanitarias, Gravedad cero.
Me duele reconocer que estos cuentos no valen gran cosa —salvo uno, Apéndices de Manhattan, magistral—, pero hasta la peor página de Allen tiene un rastro de sabiduría, una nota irónica bien tocada que acaricia y deja una sonrisa. No importa si es sublime o solo mejorable: para quienes hemos crecido con él, Woody Allen siempre será nuestra casa. Su humor sabe a los guisos de la madre, a las noches de juventud, a todo ese batiburrillo de intangibles y nostalgias que forman una patria. Leerlo mientras en Italia triunfa una política que podría haber protagonizado una de sus primeras comedias, como Bananas, deja una sensación inconsolable de soledad, abandono y derrota. Puede que las Meloni que cabalgan por las estepas de Europa carguen contra los inmigrantes y los fantasmas burócratas del sueño europeísta, pero el mundo que se disponen a arrasar (que ya han arrasado en buena medida) es el de Woody Allen.
Los ciudadanos de ese mundo abrazamos lo imperfecto como la condición humana básica, sin aspirar a ninguna forma de perfección; nos enfrentamos a las paradojas con un poco de ironía (y algún que otro antipsicótico); creemos en la conversación como un fin en sí mismo, sin esperar nunca una conclusión, y no tenemos más certeza que la de Alvy Singer al comienzo de Annie Hall: “La vida está llena de soledad, miseria, sufrimiento e infelicidad, y además se acaba muy pronto”. Para Meloni y sus amigos bárbaros (también en el ala izquierda populista, en eso no se distinguen), somos pura decadencia, los restos de una forma de vida abyecta que ha levantado las ruinas del presente. Somos, según una vieja metáfora que irritaba a Susan Sontag, la enfermedad occidental que su cirugía carnicera viene a extirpar. Ojalá que, al menos, usen anestesia.





















sábado, 1 de octubre de 2022

De las elecciones italianas

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las recientes elecciones en Italia, en las que, como dice en ella la escritora Concita de Gregorio, la izquierda no ha sido capaz de generar en su seno una clase dirigente igualitaria; no ha premiado el mérito, sino la lealtad, y las urnas han dicho basta de técnicos, volved a la política, pero mientras tanto, esta ha desaparecido. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




El pegamento del antifascismo ya no une en Italia
CONCITA DE GREGORIO 
27 SEPT 2022 - El País


Los italianos han votado a “la nueva”, por probar. Y si luego no funciona, se cambia. No hay nada racional y muy poco político en lo ocurrido el domingo: en el extranjero la alarma es máxima por “el regreso del fascismo a Italia”, pero no es exactamente así. No ha vuelto el fascismo del Duce: si acaso, ha muerto el antifascismo como pacto fundacional de la democracia de posguerra. Puede parecer un juego de palabras, un arabesco típico de la mentalidad italiana, pero, sin este punto de partida, no es posible comprender cómo los italianos podemos pasar de Mario Draghi a Giorgia Meloni en un día. El voto del domingo no se basa en las culturas políticas del siglo XX —la derecha, la izquierda, el centro— y no responde a criterios racionales; es un voto visceral, emotivo, de protesta y exasperación. Un voto anticasta: la clase política —toda— es percibida desde hace muchos años como una élite inmóvil preocupada solo por conservar su poder, y hay algo de verdad en ello.
Una gran parte de los votantes se mueve cada vez en masa hacia el “nuevo”, el que derribará el sistema. Primero fue Berlusconi, que prometió dirigir el país como sus negocios, con la fuerza del dinero, la influencia y las relaciones opacas que de él se derivan, ofreciendo la ilusión de que cualquiera podría llegar a ser como él. Hacerse a sí mismos con astucia e ingenio. Luego Matteo Renzi, el hombre nuevo del Partido Democrático, el joven que llegó para “desguazar” a la clase dirigente del viejo Partido Comunista Italiano, del que Renzi, un neodemocristiano, nunca había formado parte. Después llegó Beppe Grillo, un cómico. El populismo del “a la mierda todos” llegó justo en el momento en que la crisis económica enseñaba los dientes, la clase media se empobrecía, los ricos eran cada vez más ricos y, a menudo, corruptos. Fue el bum del Movimiento 5 Estrellas: el populismo del uno vale tanto como el otro, todos somos iguales, mandemos gente corriente al Gobierno... Pero, mientras tanto, avanzaba Matteo Salvini, el hombre del pueblo que come salami y desprecia a la casta de los cultos, promete al Norte liberarse del parásito del Sur, a los pobres encerrar fuera de las fronteras a los que son aún más pobres; el ministro del Interior del bloqueo naval contra los inmigrantes. Y ahora Meloni.
No son exactamente iguales, pero sí son casi los mismos los votantes que llevan del cero al 26%, al 33%, al 40% a fuerzas políticas que parecen, de hecho, la próxima ronda del tiovivo del parque de atracciones. Como cuando los niños aún no han terminado de jugar con el caballito balancín y ya están cansados, aburridos y decepcionados; quieren probar el castillo de los horrores. Es el desencanto de un pueblo sentimental y cínico, crédulo y escéptico.
Uno de cada tres no ha ido a votar. El desencanto también se mide así: ha votado el 63,9% de los italianos, 10 puntos menos que la vez anterior, el porcentaje más bajo de la historia republicana. “Total, todos son iguales”, “nada es para siempre; luego ya veremos”. Y, sin embargo, algo cambia. Pocos en la patria temen que Giorgia Meloni, nacida en 1977, pueda llevar de nuevo al país a la dictadura de Mussolini; de hecho, ese era otro siglo. Están dispuestos a perdonarle sus raíces culturales y políticas fascistas como si fuera el cartel que estaba colgado en la pared del dormitorio: el Duce o el Che Guevara, los Beatles o los Rolling Stones. La juventud pasa, dicen. Y, en cambio, no; no pasa. Nunca se deja de ser la raíz de la que se procede. Sin embargo, y esta es la novedad, el pegamento del antifascismo ya no une. Ahora ya se puede decir que Bella Ciao no es un canto de liberación, sino una canción política, partidista. Que la Resistencia es un pasado lejano, casi todos los supervivientes de los campos de concentración han muerto.
La izquierda, el Partido Democrático, ha dejado escapar la última oportunidad de liberarse de su reputación de partido de poder, que gobierna con cualquiera (con Grillo, con la Liga, con Berlusconi) sin ser votado. El enemigo siempre es interno, de izquierda: dos de los últimos secretarios, Bersani y Renzi, han dejado el Partido Democrático y han fundado sus propias formaciones. Enrico Letta quería un “campo amplio” contra la derecha —la alianza de todas las fuerzas de centroizquierda—, pero fue imposible, sobre todo por los resentimientos personales entre los dirigentes. Una vez más, cuestiones privadas, prepolíticas. Un ejemplo: una figura de la talla de Emma Bonino, candidata con el Partido Democrático, no entra en el Parlamento. Se ha enfrentado a Carlo Calenda, su exaliado ahora líder de un movimiento muy polémico con el Partido Democrático; en esa formación han perdido los dos, ha ganado la derecha. Por lo tanto, Letta ha fracasado en su objetivo de una alianza amplia, aunque no solo por su demérito: hoy sale de escena, renuncia al cargo de secretario general, no se volverá a presentar. Giuseppe Conte, el abogado populista que en pocos meses pasó de ser un desconocido devoto del padre Pío a dos veces jefe de Gobierno con alianzas opuestas y, al final, la Dolores Ibárruri de los excluidos, se fue al sur a decir una sola cosa: “Os daré el ingreso mínimo”, dinero sin trabajar. Le han dado las gracias. Su movimiento estaba por encima del 30%; se detuvo en el 15%, pero frenó la pérdida de apoyos y se ha convertido en el tercer partido.
De modo que Italia se encamina hacia un Gobierno posfascista y una oposición populista, en medio de un Partido Democrático sin identidad. Meloni —la aliada y amiga de Vox, de Orbán y de Marine Le Pen— podría convertirse en la primera mujer que gobierne Italia. Que la primera dirigente del país venga de la derecha es la prueba más clara de la derrota de la izquierda. Más cultural que política; una derrota histórica. La izquierda no ha sido capaz de generar en su seno una clase dirigente igualitaria, no ha premiado el mérito sino la pertenencia, la lealtad. Mientras tanto, sin embargo, también Forza Italia se disipa en un 8% y Berlusconi logra que su nueva novia silenciosa sea elegida en Sicilia. La Liga de Salvini, tras décadas de propaganda contra “Roma ladrona”, acaba por entregase a una romana de barrio. Con las categorías de la razón todo es un disparate.
Giorgia Meloni no tiene la clase dirigente adecuada para gobernar en un momento de crisis como este. La encontrará con ayuda de los empresarios, que siempre están dispuestos a ir al rescate de los vencedores, con los viejos camaradas a sus espaldas y quizá con ayuda de Mario Draghi, que tiene todo el interés por ver su obra terminada. Draghi podría haber llegado a ser presidente de la República, pero hace seis meses la clase política no lo quiso. Era un extraño. Hoy ganan las elecciones los que estaban en la oposición a Draghi (Giorgia Meloni) y los que derribaron su Gobierno (Giuseppe Conte, con Forza Italia y la Liga). Los italianos han dicho basta de técnicos, volved a la política. Pero, mientras tanto, la política ha desaparecido; se ha convertido en una batalla naval en un pantano. Un juego nuevo, un juego diferente. Pensar que “total, no va a durar mucho, luego se cambia” esta vez es realmente arriesgado. Para Italia, para Europa.






















viernes, 30 de septiembre de 2022

De la mujer en Irán

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la mujer en Irán, porqué como dice en ella la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán, el crimen cometido allí contra la joven Mahsa Amini no es anecdótico, sino que saca a la luz el problema sistémico de la brutal represión contra las mujeres en ese país. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Antígona en Irán
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
25 SEPT 2022 - El País

En 1989, una escuela pública francesa prohibió a tres niñas asistir a clase con el pañuelo islámico. El gesto de Fátima, Leila y Samira implicaba un doble reto, en la escuela y en su hogar. Un aspecto de su identidad privada pasó a convertirse en un acto político de afirmación pública. También de desafío, tanto a la autoridad de un Estado que buscaba integrarlas en el ideal de ciudadanía republicana, secular e igualitaria, como, involuntariamente, frente a las autoridades religiosas, temerosas ante la afirmación individual de unas mujeres que, al usar su voz públicamente, transgredían la modestia y el recato que el islam espera de ellas obligándolas a cubrir sus cabezas. El caso recordaba a la Antígona de Sófocles, como escribió la pensadora Seyla Benhabib, cuando la hija del Rey cumple las obligaciones para con su hogar y su religión, enterrando y honrando a su hermano, Polineces, que había desafiado la ley de la polis. También las niñas utilizaron los símbolos del ámbito privado para desafiar las normas de los guardianes de la esfera pública.
No hago aquí, faltaría más, una defensa del uso del velo islámico. Lo que quiero es que veamos la paradoja: si en Francia su uso por parte de unas niñas se convirtió en un acto político de provocación, en la Persépolis de la joven Mahsa Amini, asesinada por la policía moral, el desafío está en dejar de llevarlo. En ambos casos, lo que tenemos es la utilización de un símbolo de las sin voz para ganar visibilidad, pues la protesta política no siempre se apoya en un discurso propiamente dicho. El fondo es la lucha de las mujeres por su emancipación, y no hay nada más universalista, aunque a veces los caminos para esa lucha sean diversos y parezcan contradictorios. Por eso es crucial identificar los patrones comunes de la subyugación de las mujeres, su utilización como portadoras de la identidad nacional, la apropiación de su reproducción, de sus cuerpos siempre vistos como fuente de tentaciones y desorden social.
El crimen contra Mahsa Amini no es anecdótico: saca a la luz el problema sistémico de la brutal represión contra las mujeres iraníes, y podría ser la mecha que haga estallar el amplio descontento contra un régimen tenebroso y devastado económicamente por las sanciones. Como otras veces, las mujeres se convierten en portadoras de la protesta, pues perciben que el control de sus cuerpos forma parte de un proyecto político regresivo, omnipresente en Irán, pero que crece en todas partes: en la Rusia de un Putin temeroso de que la influencia europea arrase con el orden de género; en un Tribunal Supremo estadounidense cada vez más parecido a la distopía de Margaret Atwood. Las mujeres iraníes se alzan contra esta forma opresiva de poder y son el ejemplo de cómo el miedo, el temor a las represalias, puede convivir con la valentía. Y también de que, a veces, cuando hablamos, lo hacemos a través de la voz de otras. Por eso es tan importante visibilizar su protesta.




















jueves, 29 de septiembre de 2022

De la austeridad presupuestaria

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de austeridad presupuestaria, una austeridad en la que urge pasar en la Unión Europea, como dicen en ella los investigadores del Real Instituto Elcano, Federico Steinberg y Jorge Tamames, de una mentalidad de economía pequeña y abierta a otra globalizada, pero con fuerte demanda interna y capacidad para moldear los equilibrios geoeconómicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Volver a la austeridad en Europa es un viaje a ninguna parte
FEDERICO STEINBERG / JORGE TAMAMES
26 SEPT 2022 - El País

No existe una sola receta económica para la prosperidad. Se puede ser un país rico, con pleno empleo, una economía eminentemente exportadora y férrea disciplina fiscal, como Alemania, o una economía menos austera, apoyada en el motor del consumo interno, como Estados Unidos. Aunque la literatura académica muestra que no es fácil transitar de un paradigma macroeconómico a otro, los momentos de crisis son puntos de inflexión que abren posibilidades hasta entonces inasumibles.
Sirva como ejemplo la crisis financiera que nos golpeó entre 2008 y 2013. En la zona euro —sobre todo en países del sur— se optó por “germanizar” la economía mediante devaluaciones internas y recortes de gasto público, que llevaron a un bum exportador y a un elevado superávit externo, pero generaron un intenso descontento social, aumentos de la desigualdad e inestabilidad política. En 2020, la pandemia abrió un paréntesis a este paradigma, con políticas de expansión fiscal y monetaria sin precedentes que han resultado muy exitosas. La respuesta europea se complementó con un esfuerzo coordinado del que nacieron los fondos Next Generation.
Pero en 2022, cuando el rebote económico poscovid permitía alcanzar las tasas de desempleo más bajas de la historia reciente, la invasión rusa de Ucrania ensombreció las perspectivas. La cuestión, en un entorno de incertidumbre, guerra en Europa y políticas monetarias cada vez más restrictivas, es qué papel debe jugar la política presupuestaria. Aunque la camisa de fuerza de las reglas fiscales europeas sigue suspendida, se ha reabierto el debate sobre la conveniencia de retomar las políticas de austeridad.
Como explicamos a continuación, el actual entorno internacional es poco propicio para repetir la estrategia de ajustes y exportaciones. En la década pasada, la austeridad se impuso para consolidar las cuentas públicas y bajar las primas de riesgo en algunos países de la eurozona. Al margen de las imprecisiones de aquel relato, lo cierto es que estos palos venían acompañados de importantes zanahorias. La devaluación interna —instrumentada sobre todo mediante bajadas salariales— se presentaba como un instrumento útil para promover la competitividad-precio de las exportaciones. Es ahí donde, según el relato oficial, radicaba la pujanza de economías modélicas como la alemana. Así, la prosperidad generada por el bum exportador y la entrada de capitales compensaría con creces los sacrificios salariales.
Dar prioridad a las exportaciones como motor de crecimiento implica depender más del resto del mundo que de la demanda interna. Y es aquí donde, en comparación con la crisis de 2008, ahora nos enfrentamos a un panorama poco alentador. Esto es así porque las políticas de devaluación interna no siempre contribuyen a potenciar las exportaciones: tienen que darse tres condiciones clave en la economía internacional.
La primera es un clima que facilite el comercio global. Este requisito hoy está tocado, pero no hundido. Pese a las noticias recurrentes sobre su muerte, la globalización goza de una mala salud de hierro. Reconstruir cadenas de suministro globales conlleva costes —en términos de fricciones comerciales e inflación— que la mayor parte de Estados y sociedades no están dispuestos a asumir. Los planes de recuperación pospandemia traen consigo apuestas para acortar cadenas de suministros estratégicas —como los microchips o el material sanitario— y se está produciendo una tendencia hacia la regionalización comercial y la reubicación de partes de las cadenas de producción en economías con gobiernos menos asertivos que los de Moscú o Pekín (en inglés lo llaman friend-shoring). Esto supone que el comercio y las inversiones internacionales se están reconfigurando y transformando cualitativamente, pero que su importancia no disminuirá demasiado.
La segunda condición es que otros países hagan políticas fiscales expansivas. Al fin y al cabo, si todos aplicasen una estrategia exportadora a la vez, la Tierra se vería obligada a obtener un superávit comercial con Marte. Por suerte para la UE, en la década de 2010 otras economías sí optaron por abrir el grifo del gasto, que vino además acompañado por expansiones monetarias que facilitaron la recuperación de su demanda agregada. De hecho, el crecimiento poscrisis de alumnos modélicos de la austeridad, como Irlanda y Alemania, no se explica sin los programas de estímulo fiscal que llevaron a cabo la economía estadounidense (altamente entrelazada con la irlandesa) y la china (que se convirtió en un destino prioritario para las exportaciones alemanas).
Hoy, Pekín continúa confinando a su población para lidiar con las nuevas variantes de la covid-19. En Washington, la Reserva Federal ha optado por endurecer la política monetaria. Todo ello sugiere que ni China ni Estados Unidos desempeñarán el papel que jugaron en la década anterior. Algo parecido se puede decir del conjunto de las economías emergentes, que pasan por dificultades económicas importantes. No habrá, por tanto, una demanda global para las exportaciones europeas como en el pasado.
El tercer requisito es que exista fiabilidad por parte de los países con los que se comercia y de los que se depende para productos clave. Los europeos pensaban que la interdependencia económica haría converger a los demás con el modelo de capitalismo occidental, pero la guerra en Ucrania ha demostrado que esto era una ilusión. La invasión rusa confirma que profundizar vínculos comerciales para reconducir tensiones políticas entre diferentes Estados en ocasiones es contraproducente. Esta estrategia no solo no ha logrado mitigar los desencuentros entre Bruselas y Moscú, sino que ha acrecentado una profunda dependencia de los hidrocarburos rusos, sobre todo por parte de Alemania, que nos vuelve muy vulnerables.
En última instancia, son estas consideraciones políticas las que obstaculizan un retorno al paradigma de austeridad y exportaciones que facilitó la recuperación tras la crisis financiera. Por eso, incluso Alemania acaba de entrar en déficit comercial por primera vez desde 1991. De ahora en adelante, la política económica de la UE tendrá que encajar dentro de un esquema integral destinado a lograr autonomía estratégica, en el que sería recomendable pensar en un paradigma de crecimiento diferente.
Países como España aún necesitan contener sus déficits públicos estructurales, así como estabilizar y reducir sus ratios de endeudamiento a medio y largo plazo, preferiblemente mediante crecimiento derivado de inversiones y reformas. Pero los árboles no deben impedirnos ver el bosque. El conjunto de la zona euro, con una ratio de deuda/PIB en el entorno del 100% —por debajo de Estados Unidos o Japón— dispone de un amplio margen de maniobra para utilizar la política fiscal como herramienta de estabilización del ciclo económico, así como para apoyar a los sectores vulnerables más afectados por la subida de los precios de la energía y los alimentos. Y esto es así incluso en un contexto de subida de los tipos de interés.
En la nueva realidad económica y geopolítica, caracterizada por las presiones desglobalizadoras y el antagonismo entre grandes potencias, ya no resulta viable un modelo de crecimiento tan basado en el sector exterior. Esto obliga a replantear el paradigma de devaluación salarial y crecimiento en Europa. Urge pasar de la mentalidad de economía pequeña y abierta a una de economía globalizada, pero con fuerte demanda interna y capacidad para moldear los equilibrios geoeconómicos. Esto requerirá avances en la política industrial y la unión fiscal para reforzar el papel internacional del euro. También exigirá poner en valor el papel del gasto público como inversión, garante de la estabilidad social y potenciador de crecimiento. La filosofía de Next Generation, donde la zanahoria de los fondos está condicionada a las reformas e inversiones, es el mejor camino a seguir para Europa.