martes, 27 de septiembre de 2022

De dinero, impuestos e izquierda


 



Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de dinero, impuestos e izquierdas, porque como dice en ella el poeta Luis García Montero, la izquierda puede hacer que en la crisis la discusión no sea una pelea entre políticos desacreditados, sino entre la sociedad y los millonarios que no quieren limitar sus beneficios en favor del bien común. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Don Dinero
LUIS GARCÍA MONTERO
26 SEPT 2022 - El País

Poderoso caballero es Don Dinero. La política hace bien en discutir de cualquier asunto que afecte a la vida de las personas: su identidad sexual y sus cuerpos, sus religiones y sus razas. Pero si la discusión sirve para ocultar el debate sobre el dinero, las buenas ideas son presa fácil de los estrategas reaccionarios. La manipulación de los instintos abona reacciones individuales que fragmentan el bien común y diluyen el respeto del otro bajo el grito de las propias obsesiones. La derecha neoliberal lleva tiempo caricaturizando los asuntos cívicos de la izquierda, desde el feminismo hasta la ecología y los migrantes. Consigue que las luchas de la emancipación se separen de las preocupaciones de las familias. En el 95 % de las casas se entiende que las mujeres deben cobrar el mismo salario que los hombres. Sin embargo, a la derecha le resulta fácil dejar el feminismo reducido al 1% si se trata de decir amigues en vez de amigos o amigas y de convertir la transexualidad en la única animadora de la conversación.
Al pensamiento emancipatorio le ha resultado siempre muy útil analizar el contexto de sus actuaciones. Sería conveniente aprovechar ahora que Don Dinero aflora en la crisis hasta el punto de caricaturizar al pensamiento de la derecha. El chiste bolivariano de un Gobierno socialcomunista y carnívoro de impuestos da hoy mucho menos juego que el impudor de la derecha cuando pone la política al servicio de las grandes fortunas. ¡Los ricos no deben pagar impuestos, mientras la nómina de los trabajadores es una sangría solidaria!
La izquierda conseguirá superar así la trampa de la degradación de la política cultivada por la derecha. Puede hacer que la discusión no sea una pelea entre políticos desacreditados, sino entre la sociedad y los millonarios que no quieren limitar sus beneficios en favor del bien común. Don Dinero sabe poner las cosas en su sitio.



















lunes, 26 de septiembre de 2022

De la democracia

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la respuesta del también historiador, Felipe Nieto, al alegato de hace unos días del catedrático José Álvarez Junco en favor de la democracia, que considera valioso y necesario, pero que sin embargo, considera discutible en cuanto a varios aspectos de la experiencia histórica del siglo XX. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Sobre fascismo y comunismo. Una respuesta a Álvarez Junco
FELIPE NIETO
24 SEPT 2022 - El País

La lectura del artículo Gorbachov y los fracasos del siglo XX, del historiador José Álvarez Junco, aparecido el 17 de septiembre en este periódico, ha producido en varias personas de mi entorno una cierta sorpresa. En mi caso, yendo un poco más allá de esa sensación, ha dado lugar a las siguientes reflexiones, expresión por esta vez de algunos desacuerdos con quien es ante todo un maestro y en buena medida un amigo.
Es de destacar el tono vehemente así como el carácter valiente del escrito del historiador. Su alegato en favor de la democracia es valioso y necesario. Sin embargo, su recurso a la experiencia histórica del siglo XX resulta discutible en varios aspectos. Son necesarios unos pocos matices, incluso en un escrito en el que voluntariamente se describen los hechos “de manera sucinta”, según sus palabras.
Comunismo y fascismo son los ejemplos de totalitarismo —término que Álvarez Junco evita escribir— en el siglo XX. Comparten muchos rasgos pero también significativas diferencias. Si ambos fueron enemigos de la democracia, no lo fueron en igual medida, ni en tiempo ni en forma.
Cuando surge el marxismo que sustenta el comunismo en el siglo XIX, la democracia era una aspiración minoritaria y de contenidos muy limitados, por lo que el objetivo de la utopía comunista de derrocar la sociedad burguesa y reemplazarla por la sociedad sin clases dejaba de lado la democracia, una superestructura política burguesa más. Alcanzar ese objetivo político comunista, por cierto, no se iba a producir “de la noche a la mañana”, como afirma Álvarez Junco. Más bien se trataba de una meta lejana, tanto más lejana cuanto más se iba adentrando el movimiento comunista en la historia, sobre todo en el siglo XX. En este tiempo sí, el comunismo de inspiración marxista leninista se declara decididamente enemigo de la idea democrática, lo que no impide, sin embargo, que unos años más adelante coopere con las democracias en la lucha contra el fascismo por motivos de interés mutuo.
El totalitarismo fascista, por su parte, un producto del siglo XX en todas sus versiones nacionales, nace con la aspiración declarada de destruir la democracia, incluso utilizando sus armas. Una vez en el poder, su necesaria voluntad de expansión le lleva a la guerra contra las razas y pueblos considerados inferiores y contra los sistemas débiles, como las democracias. Esta será la causa última de su “perdición”. Por lo tanto, su “fracaso”, en los términos benignos de Álvarez Junco, es en realidad una derrota sin paliativos, la ocurrida en la II Guerra Mundial, la mayor conflagración de la historia, provocada justamente por los fascismos.
El “fracaso” del comunismo soviético es, por tanto, muy diferente. Su hundimiento viene de la “imposibilidad” de reformarse, dice Álvarez Junco acertadamente, a propósito de los intentos fallidos de Mijaíl Gorbachov. Quedó patente en esos apasionantes años de finales del siglo XX la intrínseca incompatibilidad entre el comunismo soviético y la democracia.
Ahora bien, esta historia soviética y la de sus epígonos actuales no atiende a todo el variado panorama de los comunismos del siglo XX y del XXI. Como se sabe, después de 1945 los partidos comunistas occidentales, sin renunciar a sus programas máximos, sostenidos, eso sí, de forma cada vez más retórica, actuaron siempre en los parlamentos democráticos nacionales y se comprometieron a llegar al poder por procedimientos exclusivamente democráticos. El caso del PCI fue el más ejemplar, el que mejor representó la aporía del comunismo. Por su parte, el ilegal Partido Comunista de España (PCE) renunció a la toma violenta del poder en 1956, a partir de la Declaración de Reconciliación Nacional. Progresivamente, fue haciendo suyo el objetivo de la democracia para la España posfranquista. Qué clase de comunismo era este, se dirá. El comunismo occidental, libremente desarrollado en las sociedades abiertas y democráticas, un comunismo cada vez más próximo a la socialdemocracia, de la que salió a principios de siglo XX, a la que en buena medida ha acabado volviendo.
Álvarez Junco arremete al final de su escrito contra los comunismos aún vigentes, piezas dispersas y aisladas del espacio político actual y contra sus heterogéneos partidarios. Concuerdo vivamente con la denuncia de los subterfugios y circunloquios vergonzantes de que los defensores de aquellos hacen uso para no calificar como dictaduras a regímenes como el cubano, triste espectro superviviente para desgracia de su pueblo. Ya hace muchos años, luchadores de aquellos ámbitos político–geográficos lamentaban el apoyo a gobiernos dictatoriales por parte de sedicentes izquierdistas occidentales, amparados en las libertades y derechos de que disfrutaban en sus estables democracias.
Sin embargo, no puedo seguir al autor del artículo cuando señala a algunos grupos políticos de hoy, incluso a ministros del actual Gobierno —la mayoría encuadrados en Unidas Podemos— que se siguen declarando comunistas “sin ruborizarse”, dice Álvarez Junco. Podrá parecer esto bien o mal, mejor o peor. Pero, en mi opinión y según mis informaciones, estos grupos y estos políticos han actuado y han asegurado que actuarán conforme a métodos y principios democráticos. ¿Qué más podemos pedir?
Este es también el triunfo de la democracia. Y necesitamos que lo siga siendo en estos tiempos de amenazas a la democracia, de democracias iliberales y de auge de los neofascismos, históricos enemigos de la democracia revitalizados. Todas las fuerzas serán imprescindibles.
















domingo, 25 de septiembre de 2022

De las virtudes del azar

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las virtudes del azar, pues como dice en ella el genetista y divulgador científico Javier Sampedro, parece una buena idea impedir, con formas racionales e imaginativas, que los sesgos perpetúen las injusticias. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Si eres peor que el azar, usa el azar
JAVIER SAMPEDRO
22 SEPT 2022 - El País

Imagina un examen tipo test, digamos que tenga cuatro posibles respuestas por pregunta. Si aciertas la cuarta parte de las respuestas, te tendrán que poner un cero, porque eso es justo lo que acertaría una tribu de 12 monos tecleando al azar. Pero ¿qué nota merecerías si acertaras menos de la cuarta parte? ¿Un número negativo, irracional, imaginario, cuántico? Nada de eso. Así como no dar ni una de las 14 en una quiniela requiere cierto talento, responder un examen peor que el azar revela un sesgo. Si lanzas una moneda un millón de veces y salen 600.000 caras, el sesgo está en la moneda. Si tú respondes al examen peor que el azar, el sesgo está en tu mente, tal vez como un prejuicio inconsciente, un interés inconfesable o un modelo erróneo del mundo. No es nada raro. Es la especie humana, amigo.
Luchar contra los sesgos es una cuestión de educación, por supuesto, pero mientras arreglamos esas averías de fondo que nos pueden llevar siglos —o una eternidad, vista la rapidez a la que reaccionan nuestros sistemas educativos— parece una buena idea impedir, con formas racionales e imaginativas, que los sesgos perpetúen las injusticias que observamos ahora. Y una de esas estrategias es delegar en el azar cuando el azar lo hace mejor que nosotros. Es una tendencia en alza en el mundo intelectual, y quería informarles de ella antes de que perdamos el tren de nuevo.
La ciencia va por delante en esta iniciativa, como yo creo que debe ocurrir, puesto que se basa en datos fiables y teorías informadas. El Reserch on Research Institute (RoRI, Instituto de Investigación sobre la Investigación) es un consorcio coordinado por las universidades de Sheffield y Leiden y que se dedica abiertamente a someter a prueba, evaluar y experimentar con muchos ángulos del sistema de investigación internacional, su toma de decisiones y su eficiencia en el reparto de fondos. Sus investigaciones muestran que los humanos lo hacemos peor que el azar en esos aspectos, y sobre todo cuando dos proyectos que solicitan dinero exhiben una calidad muy similar, y superior al umbral de excelencia que requiere el financiador. En esos casos, los tribunales humanos patinan sobre el sucio hielo del prejuicio, lo que está muy feo en cualquiera, pero más aún en un científico.
Los sesgos son siempre los mismos, y seguramente no son específicos de la ciencia, ni del mundo académico. Favorecen a los investigadores más establecidos, a los nombres más reconocibles y a los que pertenecen a las universidades o institutos más prestigiosos. Son prejuicios comprensibles, pero carecen de la menor justificación empírica y es preciso erradicarlos de los procesos de decisión. Puesto que funcionan peor que el azar, la solución más rápida, simple y justa es utilizar el azar. Eso aniquila el sesgo de manera instantánea, puesto que el azar es tan idiota que no tiene ni prejuicios. La Academia Británica, la Fundación Volkswagen en Alemania, la Fundación Austriaca para la Ciencia y el Consejo de Investigación Sanitaria de Nueva Zelanda están promoviendo el azar en detrimento del prejuicio, y la revista Nature les ha dado su respaldo editorial. La moraleja es simple: si eres peor que el azar, usa el azar.




















sábado, 24 de septiembre de 2022

De vivir sin certezas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de vivir sin certezas, como la emergencia climática, la desigualdad aberrante o la geopolítica, que como dice en ella escritora Azahara Palomeque parecen indicar el final de este sistema, y que quizá deberíamos acabar de una vez con sus coletazos moribundos y aventurarnos ya a imaginar otra cosa. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






El fin del capitalismo
AZAHARA PALOMEQUE
21 SEPT 2022 - El País

He aprendido a bregar con la falta de certezas y ahora ya no me da miedo. Quizá porque la experiencia en Estados Unidos me ha enfrentado a muchas situaciones extremas. O tal vez curada de humildad por lo tanto que se escapan de mis manos los cambios que querría ver acaecer, me levanto, tranquila aunque con cierto desasosiego, cada día, dispuesta a respirar otra jornada más de incertidumbre en un mundo que, poco a poco, presenta síntomas de derrumbe y parece recorrido por un oleaje de delirio. Una locura colectiva a la que me he acostumbrado con el fin, precisamente, de integrarme en ella sin hacer demasiado ruido. Sin embargo, a veces salta la chispa, me revuelvo de espanto, y eso genera algunos malentendidos.
Era la hora del almuerzo y mi madre había hecho potaje. Las verduras —lleva tomate, pimiento— han subido de precio últimamente pero, quitando esa nimiedad, lo demás transcurría con una normalidad apabullante, de esas que tejen cotidianidades y afectos. Hasta que ella, sin esconder una preocupación por mi futuro relacionada con mi reciente llegada a España, reticente a la poca estabilidad que otorga la escritura, mi profesión, insistió en que me hiciese funcionaria: si te sacas unas oposiciones tendrás asegurada una buena pensión. Así de simple se articulaba en su mente el plan que salvaría a la hija de la tormenta histórica que nos acecha; así, trayectoria lineal y ascendente, estaría protegida de cuanto vapuleo laboral, crisis, pandemia o sacudida meteorológica arreciase. Cuando respondí que, en 30 años —los que me quedarían teóricamente para jubilarme—, el mundo no tendría nada que ver con el que ella proyectaba en su cabeza, algo se rompió sobre la mesa; el plato de potaje empezó a vibrar al son de nuestras cucharas nerviosas y, con el estómago ya cerrado, a las dos nos empezó a brotar una agüilla en los ojos, algo entre el picor, la angustia y el perdón que nos debíamos.
Evocar el futuro se ha tornado cada vez más un desafío a las convenciones más consolidadas, a nuestros marcos rígidos de pensamiento y acción, y al entendimiento entre generaciones que, a causa de los distintos paradigmas que han transitado, hablan desde lugares alejados intentando encontrar un punto común que, en ocasiones, se resiste. Hace tres años, muy pocos habrían podido predecir la pandemia; lo mismo quizá pueda decirse de una crisis energética y un caos climático que no dan tregua y ahora revelan sus fauces en todo su esplendor, a pesar de que contemos con una cantidad ingente de estudios científicos que alertaban de su llegada. Para el primer caso, por ejemplo, el informe sobre la Estrategia Europea para la Seguridad Energética publicado en 2014 ya advertía de la necesidad de diversificar los proveedores de energía y reducir la dependencia de los combustibles fósiles a través de una economía lo más verde posible; para el segundo, decenas de cumbres y reuniones de alto caché internacional, desde Kioto a la COP26, representan una ristra de promesas vacías cuyo resultado está siendo el incremento de las emisiones de gases contaminantes hasta niveles insoportables, batiendo récord tras récord, como ocurre con la temperatura. De repente, nos miramos en un espejo deformado en cuyo paisaje falta agua, la electricidad y el gas son impagables para multitud de personas y empresas, y —en un intento a la desesperada por mantener un statu quo que nos ha conducido a la ruina— se quema más carbón y, como examinaba The New York Times, talamos bosques enteros para transformarlos en leña ante el temor de un invierno frío. En las conversaciones de los mandatarios europeos, como en mi almuerzo interrumpido, tal vez comience a flotar una suerte de epifanía que va quedando patente: el capitalismo no funciona.
El mercado marginalista de la energía, ese constructo caprichoso, precisa una “intervención de urgencia”, según apuntaló Ursula von der Leyen recientemente. Lo que hasta ahora parecía escrito en piedra se desvanece mientras afloran las “piedras del hambre” en Alemania, antiguas inscripciones situadas en las profundidades de los ríos que avisan de la sequía. Francia, asumiendo pérdidas, nacionaliza su principal compañía eléctrica y, en el Reino Unido, la mitad de los conservadores está a favor de adoptar medidas similares. Se escuchan voces que proponen topes a los precios del gas, de la luz, de los alimentos; en Escocia, se congelan los alquileres y se vetan los desahucios; buena parte del transporte milagrosamente se vuelve gratuito, y se exigen impuestos a los beneficios caídos del cielo de bancos y eléctricas. Como una máquina oxidada cuyos engranajes ya chirrían, al capitalismo se le rompió el abuso de tanto usarlo y, agotado en su herrumbre, las soluciones que auguran desde arriba pasan por un intervencionismo impropio a la libertad de mercado que también atañe a las medidas de ahorro energético. En mitad del desajuste, como en todo período donde reina la incerteza, y movidos por una desinformación lacerante, no es raro coincidir con colectivos de derechas que claman un límite al coste de la gasolina (¡que lo pare el Gobierno!, gritan, encendidos, ajenos a las doctrinas de un neoliberalismo que veneran), o a grupos de izquierdas enojados por las restricciones energéticas que aterrizan desde Europa, a menudo revestidas de una pátina de ecologismo (¡afectarán a los más pobres!).
El caos induce asimismo las contradicciones previsibles de una era que termina, agonizando: si, por una parte, se pide mesura en los usos de combustibles fósiles, por otra se subvencionan. Los últimos recursos disponibles, como el agua de Doñana, se explotan descontroladamente en un ejercicio descarado de menosprecio por la biodiversidad y la naturaleza que nos constituye; igualmente, se persigue esquilmar toda Extremadura en busca de un litio que no traerá riqueza, sino residuos tóxicos y los ecos caducos de una época que no volverá a fructificar como lo hiciera en su día: el capitalismo extractivista. De fondo, los gritos del malestar ya se palpan: en Praga, impulsada por el 18% de inflación, una manifestación que aglutinó a personas de una gran diversidad ideológica demandaba frenar el envío de armas a Ucrania y nuevos acuerdos con Putin. Al otro lado del espejo, en Estados Unidos, una investigación de The Wall Street Journal vaticinaba el inminente fin del bum del fracking, del que se obtiene el gas que desembarca licuado en nuestras costas.
Aires de inestabilidad planetaria; un mensaje y su opuesto enuncian a veces los mismos políticos engendrando confusión y no poco dolor social, como Biden, quien, en su ley estrella contra el cambio climático ha subyugado las energías renovables a la concesión de permisos de gas y petróleo. Intervencionismo pero “libertad”, libertad pero que los gobiernos nos saquen las castañas del fuego, porque resulta que la mano invisible que todo lo regula sufre daños irreversibles. Un delirio se pasea a sus anchas y nos impide pensar a largo plazo; mi jubilación, la de tantos, queda suspendida, en volandas, amiga de los unicornios y con la misma credibilidad que los trucos de un ilusionista cuando apenas sabemos cómo llegaremos al invierno. Si esto es el fin del capitalismo, como la emergencia climática, la desigualdad aberrante, la geopolítica indican, aventurémonos ya a imaginar otra cosa, acabemos de una vez con sus coletazos moribundos.