martes, 13 de septiembre de 2022

De la violencia contra las mujeres

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la violencia contra las mujeres, porque como dice en ella la profesora de Ciencias Sociales, Cira Box, más allá de la literalidad de la ley de libertad sexual, que se popularice entre las jóvenes el concepto de que “solo sí es sí” es suficiente para poner en marcha el cambio de paradigma en las relaciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Palabras que transforman y liberan
ZIRA BOX
08 SEPT 2022 - El País

En El invencible verano de Liliana, el libro dedicado a su hermana asesinada por su expareja cuando tan solo tenía 20 años, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza planteaba el peligro de la falta de palabras y discursos para reconocer la violencia. En un país, escribía, “donde, hasta hace poco, incluso la música popular ensalzaba a los hombres que, en arrebatos de celos o la menor provocación, asesinaban a mujeres, producir ese lenguaje ha sido una lucha heroica”. Rivera Garza se refería al término feminicidio, inexistente cuando su hermana menor moría en 1990 a manos del que había sido su novio desde la adolescencia, y a cómo esta incapacidad de poder nombrar les había impedido, no solo a Liliana, sino también a todos los que la rodeaban, dos cosas fundamentales: detectar un riesgo que terminó siendo mortal y reivindicar que no, que la culpa no había sido de una joven libre y autónoma disfrutando de sus años universitarios en la Ciudad de México, sino de un depredador posesivo que sintió la amenaza de su libertad.
Producir un lenguaje preciso, inventar nuevas palabras o popularizar ciertas consignas ha ayudado a que miles de mujeres sepamos nombrar lo que son delitos y a ponernos alerta ante situaciones de inseguridad. Pero también a entender que lo que nos pasa —el temor que sentimos solas por la noche o la incomodidad amenazante que nos produce la mirada persistente de un desconocido, por ejemplo— no son emociones aisladas e individuales de las que potencialmente tengamos que sentirnos avergonzadas, sino que forman parte de un mundo repleto de desigualdad. Y eso, como escribió Rebecca Solnit en uno de los textos recopilados en su conocido Los hombres me explican cosas, es poder, porque tener términos para poner nombres a ciertas realidades —la escritora norteamericana se refería al de “cultura de la violación”— nos permite comprender que determinadas cosas no son anomalías o individualidades, sino que tienen que ver con las estructuras culturales que sustentan el machismo. Redefinir el mundo con lenguaje, proseguía Solnit, es el primer paso para poder cambiarlo, así que no deberíamos dejar que se considere como una nimiedad.
Las reflexiones anteriores me vienen a la cabeza a raíz de la reciente aprobación de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual. La nueva norma implica, como se sabe, un nuevo enfoque jurídico y un cambio de paradigma a la hora de considerar las agresiones sexuales. Sin embargo, mi objetivo en estas líneas no es discutir, por falta de capacidad y formación jurídica, las cuestiones más técnicas (en estas páginas lo hacía Teresa Peramato), sino aplaudir como ciudadana de a pie no ya solo el cambio legal que supone, sino la transformación del lenguaje y el discurso que también conlleva. Celebro esto último porque sé que poseer palabras que nos dejen verbalizar de forma distinta lo que ocurre desencadenará, en efecto, una variación. En este sentido, que el “solo sí es sí” haya corrido como la pólvora es ya un triunfo porque, más allá de lo que se publique en el BOE, la consigna circula configurando su realidad: la de empezar a saber de forma generalizada, por ejemplo, que el consentimiento es un derecho y que, si las cosas se ponen difusas en esa zona de grises que tantas críticas ha levantado, ya no valdrán los esquemas de siempre. Que las nuevas generaciones de mujeres, esas adolescentes y jóvenes que comienzan a salir al mundo que les rodea, crezcan en un contexto en el que tengan claro que el verbo consentir es la clave y que varían los grados y la gravedad, pero que de lo que se habla es de delitos y agresiones, les ayudará a hacerlo más libremente —no solo a ellas, por supuesto, también a ellos—. No son necesarias cosas complicadas. No hace falta saber Derecho, haber leído la ley o estar especialmente informadas. Basta que sepan —ahí radica su fuerza— que el “solo sí es sí” les ampara para que empiece a operar el cambio. Porque las palabras son brújulas y linternas, armas y escudos, que no solo arrojan luz: también defienden, resguardan y orientan. A todas. A todos.
La ley ha suscitado numerosas críticas, no hace falta enumerarlas. Las que se han planteado dentro del feminismo quizá puedan provocar debates futuros para seguir caminando. Para las otras, las de una derecha reactiva y ofensiva que minusvalora sistemáticamente la violencia contra las mujeres, siempre queda volver de nuevo a Rebecca Solnit: “Las mujeres tienen miedo todo el rato de ser violadas y asesinadas, y puede que sea más importante hablar de esto que el proteger las zonas de confort de los hombres”. Más claro, agua. Aunque, afortunadamente, somos muchas y muchos los que en estos días celebramos que, en efecto, y en medio de la complejidad, solo sí sea sí.

 

















lunes, 12 de septiembre de 2022

De la tergiversación de la realidad

 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la tergiversación de la realidad por medios tecnológicos. Porque como dice en ella el filólogo Carlos Quesada, lo sucedido este verano en torno a la valla de Melilla y a las declaraciones de la ministra Montero son ejemplos de cómo al final de la tecnología que desinforma siempre hay alguien que la mueve. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







La era de la falsificación
CARLOS QUESADA
07 SEPT 2022 - El País

La carnicería de Melilla (37 muertos, según la ONG Caminando Fronteras) en junio pasado llamó la atención por un montón de motivos equivocados. Sorprendió que los inmigrantes tomaran la iniciativa, sorprendió que planearan un asalto a una garita abandonada, se hicieran con mazas y con una radial para derribar la puerta de la frontera o de su futuro, y hasta decidieran resistir al diluvio de botes de humo, porrazos, patadas, y perrerías con las que fueron atornillados mientras quedaban atrapados en el patio del cuartel. No sorprendió que fueran a fallar, casi ni sorprendió que fueran a morir, y desde luego no sorprendió que fueran golpeados una vez rendidos, arrojados como sacos sobre sus compañeros moribundos, o incluso devueltos a empujones a Marruecos por la policía marroquí desde suelo español, bajo la indiferente o gélida o cómplice mirada de nuestra policía. Es decir, sorprendió que la miseria piense y calcule y sobre todo se rebele, y no se resigne al papel amorfo, automático, y desesperado que se le supone. Sorprendió que esa gente quiera vivir.
Tras la ducha de higiénicas condenas de los comisarios y diputados de turno, han quedado a flote noticias menores de ese naufragio humano. Entre ellas, el esperpento de lo de la ministra Irene Montero. Se le preguntó por el asunto. Contestó frente a los micrófonos de TVE1, de La Sexta, de Antena 3, de dos móviles sin identificar, de Atlas (proveedora de noticias para Telecinco o Cuatro). Sus palabras eran claras. Que los hechos eran insoportables y dolorosos. Que había que investigar. Que había que ayudar a las familias de los fallecidos con los servicios consulares. Mareada por los periodistas, momentos después y para no repetirse hizo unas declaraciones anodinas, circulares, y a no fallar. Dijo que siempre iban a conocer su opinión. Que así había sido y así seguiría siendo. Dijo que siempre la iban a tener disponible para conocer su opinión. Humo, regate verbal para quitarse de encima a los moscones de la alcachofa. Y entonces, de pronto, sucedió: varios medios de comunicación difundieron un vídeo trucado con esas declaraciones sin esas declaraciones, con el final sin el principio. Peor, algunos de esos medios eran los mismos que habían recogido las declaraciones en directo. Peor, el vídeo trucado se había puesto en circulación desde una red social. Desde Twitter. Esos medios, contradiciendo a sus propios reporteros, confiaron en Twitter. Se engañó a tertulianos, a periodistas, a escritores, a un montón de gente. Y al descubrirse la farsa, el tuitero se esfumó en el aire del ciberespacio, los tertulianos cambiaron de tema o de marca de café, y los presentadores de telediarios, de radio, de programas que habían hecho carnaza con aquella violación de palabras, sonrieron y pasaron al siguiente escándalo.
Lo de Melilla (37 muertos) y lo de Montero giran ante mis ojos como las dos caras de una misma moneda fulgurante. El asalto a tumba abierta de los hambrientos del mundo fue recogido por cámaras de vigilancia, por satélites, por móviles de espontáneos. Son imágenes de una claridad meridiana, pero los policías y los ministros de aquí y de allí siguen discutiéndolas, retorciéndolas, negándolas. Según ellos, en Melilla la policía que abusó, actuó sin abusar; las ambulancias que no llegaron, llegaron, la gente medio muerta y fracturada que fue trasladada en autobuses destartalados a cientos de kilómetros sin una sed de agua ni un plato de comida, fue trasladada en autobuses impecables a pocos kilómetros y regalados de vino con cus-cus. Siempre hemos contado mentiras, pero nunca como ahora dispusimos de una tecnología tan precisa, tan milimétrica, para retocar imágenes, imitar sonidos, dar más gato por menos liebre al cerebro consternado. En la era de la información, la información nos falla. Si atendemos a las noticias de Melilla y de Montero, no sabremos lo que pasó en Melilla ni lo que dijo Montero. Hoy podemos dar por cierta una noticia falsa y por falsa una noticia cierta mediante el mismo truco de autoridad: imágenes, audios, impecables representaciones de la realidad. Hay tal cantidad y son tan perfectas, que ya no representan nada. Cualquiera puede discutirlas, suprimirlas, tunearlas. Los tiempos de la foto, del disco, del vídeo y pronto el adictivo metaverso nos arrojan de cabeza a la era de la falsificación. Y la falsificación no sólo falsifica, además suplanta. No sólo altera, vacía. Deja intacto el jarrón de las apariencias para llenarlo de flores muertas. Miente con la verdad. Sumidos en el desconcierto de este caballo de Troya, las cuestiones en las que la humanidad se ha devanado los sesos durante siglos (lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, etcétera) dejan paso desmayado a una pregunta más elemental, urgente, fisiológica, ensordecedora: qué es real. Y ante esta nueva duda, las pruebas se derriten y los hechos se deshacen porque están bajo sospecha. Quien crea que la culpa la tienen los píxeles o el Photoshop añade su granito de irresponsabilidad a este baile de máscaras. Al tirar del hilo de semejante laberinto tecnológico, al final siempre encontramos un dedo humano apretando un botón. Asumir que una noticia es siempre ese dedo podría ayudar. Y ese paso podría impulsarnos a una pregunta más práctica, acaso más honesta: ¿qué voy a hacer yo con el botón que me están apretando?




















domingo, 11 de septiembre de 2022

Del fracaso como escuela de aprendizaje

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del fracaso como escuela de democracia, porque como dice en ella el escritor Sergio del Molino, quienes no renuncian a vencer de antemano, como ha pasado en Chile, perderán siempre, y esa es una enseñanza que sirve para todos los países. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








La democracia consiste en fracasar
SERGIO DEL MOLINO
07 SEPT 2022 - El País

Ante un malentendido, las personas elegantes suelen decir “me he explicado mal”; como los amantes que, al abandonar a su pareja, subrayan “no eres tú, soy yo”, o el editor que rechaza un manuscrito que pondera magnífico, casi una obra maestra, pero no encaja en la línea editorial. Casi todas estas personas elegantes creen que la culpa es del otro, pero le conceden la dignidad de la retirada. La política no gasta estas delicadezas. En el mejor de los casos, cuando un gobernante se envaina una ley o pierde unos comicios recurre al “no me he explicado bien”, pero a poco que se caliente dirá que el pueblo ha votado mal. Desagradecido, ignorante, alienado por los poderes oscuros, gañán y embrutecido, el pueblo (o la gente, como se dice ahora) se resiste a ser salvado por expertos en Antonio Gramsci y directores de departamentos de estudios culturales, que no entienden qué ha podido fallar en sus teorías tan elocuentes.
El presidente chileno, Gabriel Boric, ha sido mucho más autocrítico que sus compañeros de viaje, y parece haber entendido algo que a los activistas más contumaces les parece inverosímil: que la democracia consiste en fracasar. No en perder, que es lo que ha hecho el Gobierno de Chile. Fracasar es otra cosa. El fracaso requiere una predisposición a la impureza y a reconocer el derecho a la existencia del otro. Exige renunciar a los ideales y a los programas de máximos para trabajar en el ingrato campo de lo posible. Quien no es capaz de aceptar la imperfección del mundo escribirá cartas muy bellas a los Reyes Magos, pero muy malas constituciones.
Los otros son una lata. No el infierno, como decía el filósofo francés, pero sí una molestia. Las cosas serían más fáciles si todos se parecieran a nosotros y soñaran con el mismo mañana. En nuestra vida individual podemos elegir a los amigos y hasta renegar de nuestra familia, para fabricarnos un mundo a nuestro gusto, pero los países democráticos no son clubes privados que seleccionan a sus miembros. Ningún grupo político puede ignorar a una parte de la sociedad, por muy antipática que le caiga. Los ciudadanos de una nación no tienen que quererse, incluso tienen derecho a odiarse, aunque reconociéndose siempre el mismo derecho a habitarla. Una buena Constitución es aquella que dice que el único triunfo del todo es el fracaso de las partes. Si Boric y sus aliados no renuncian a vencer de antemano, perderán siempre, y esa enseñanza sirve para todos los países.


















sábado, 10 de septiembre de 2022

De la falta de vergüenza en política

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la falta de vergüenza en política, porque como dice en ella el catedrático de Derecho Administrativo y exministro, Tomás de la Quadra-Salcedo, la alteración por el PP del normal funcionamiento de uno de los poderes estatales a través del bloqueo del CGPJ puede calificarse con toda propiedad como una especie de golpe de Estado institucional. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Las palabras y las cosas
TOMÁS DE LA QUADRA-SALCEDO
05 SEPT 2022 - El País

Concluidos en noviembre de 2018 los cinco años de mandato del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que establece la Constitución, el PP, tan pronto como pasó a la oposición, bloquea hasta hoy —durante tres años y medio ya— el nombramiento del nuevo CGPJ. Altera así el normal funcionamiento de las instituciones, logrando que el actual Consejo caducado haya continuado, hasta abril de 2021, haciendo los nombramientos para órganos judiciales que hubieran correspondido al futuro CGPJ.
Repite lo mismo que hizo, tras perder las elecciones de 2004, permitiendo al anterior Consejo —designado bajo la mayoría absoluta del PP— continuar dos años haciendo nombramientos que no le tocaban.
Sin entrar aquí en las razones últimas de esos incumplimientos por el PP de sus obligaciones constitucionales, lo cierto es que menoscaba la confianza que los ciudadanos puedan tener en la independencia de los órganos judiciales. La menoscaba al legitimar cualquier sospecha ciudadana sobre el porqué de esa manipulación en el nombramiento de integrantes de órganos judiciales de todos los niveles que parecería pretenderse al dejar que los haga un CGPJ caducado.
Una de las explicaciones, formal que no real, del incumplidor es que quiere cambiar el sistema de nombramientos previsto en la Constitución y en la Ley Orgánica del Poder Judicial, sistema que, precisamente, el propio PP había modificado cuando tenía mayoría para hacerlo y con arreglo al cual se nombró el CGPJ ya caducado.
La inconsistencia de esas explicaciones la prueba que el PP no tenía objeción alguna a que el CGPJ caducado siguiera haciendo nombramientos judiciales con esa composición que ahora quiere cambiar. La objeción solo la suscita cuando toca que sea el nuevo CGPJ, designado con otras mayorías parlamentarias, quien haga tales nombramientos judiciales como ordena la Constitución.
En todo caso no puede dejar de señalarse que en países como Alemania, Suecia, Dinamarca o Finlandia los nombramientos judiciales los hacen, a diferencia de España, sus gobiernos a instancias de los ministros de Justicia respectivos sobre la base de propuestas de órganos independientes de selección. Se trata de países que, en los informes del Consejo de Europa y de la Comisión Europea, ocupan los primeros lugares de mayor confianza entre los ciudadanos sobre la independencia de sus tribunales. A ninguno de dichos países se les ha reprochado ni pedido nunca que cambien sus sistemas de nombramientos por comprometer la independencia judicial. Da ello idea de la inconsistencia sustancial de sus explicaciones al invocar la independencia judicial para incumplir la Constitución.
Del bloqueo del PP a la renovación del CGPJ debe destacarse su gravedad en cuanto altera y suspende el normal funcionamiento de una de las instituciones del Estado (el CGPJ) íntimamente vinculada con uno de sus poderes: el poder judicial. Alteración dirigida a impedir que el nuevo CGPJ con una nueva composición proceda a hacer los nombramientos de titulares de órganos judiciales o las demás funciones que le corresponden. Esa nueva composición del CGPJ será siempre la que se adecue en cada momento —más o menos, dada la exigencia de acuerdos de tres quintos del Congreso y Senado para el nombramiento de miembros del CGPJ— a la composición de las Cortes Generales, representantes últimas de la soberanía.
Esa alteración del normal funcionamiento de uno de los poderes del Estado a través del bloqueo del CGPJ puede calificarse con toda propiedad como una especie de golpe de Estado. Un golpe de Estado institucional, al realizarse de forma consciente y deliberada con la concreta finalidad de impedir que el nuevo CGPJ con la nueva composición que corresponda realice los nombramientos y funciones que le competen; también con la finalidad inicial de conseguir, también deliberadamente, que el viejo CGPJ caducado —que correspondía a otra composición de las Cortes Generales— continuase haciendo nombramientos de jueces y magistrados para todos los órganos judiciales. Se vulnera, así, la voluntad constitucional de que, justamente cada cinco años, se renueve el Consejo con nuevos miembros que se correspondan con la evolución de las preferencias de los electores reflejadas en el Parlamento.
Un golpe de Estado no tiene que ver solo con el uso de la violencia o el armamento del Estado por parte del ejército o de las fuerzas de seguridad para fines distintos de los que motivaron que se les confiaran tales armas; ni tiene que estar tipificado con tal nombre como tal delito en el Código Penal. Un golpe de Estado se produce cuando, para alterar el normal funcionamiento de alguno de los tres poderes del Estado o cambiarlos, se emplean por alguien atribuciones y competencias reconocidas por el ordenamiento para dirigirlas (deliberada y fraudulentamente, por activa o por pasiva) a tal alteración contrariando su finalidad original.
El ejemplo ilustrativo es Trump presionando a su vicepresidente para que emplease la potestad que la legislación electoral le reconoce para certificar el resultado de las elecciones con la finalidad espuria de negar, con falsas alegaciones de fraude, la victoria de Biden. El intento de golpe de Estado de Trump no radica en que animara a asaltar con violencia el Capitolio —tal asalto solo fue el último recurso ilegal para forzar a su vicepresidente a dar tal golpe—, sino, exclusivamente, en que el vicepresidente se negase a certificar la victoria de Biden, abusando de su competencia. Lo que caracteriza el golpe de Estado es que emana del interior mismo del Estado al emplear, desviadamente, competencias, medios e instrumentos estatales, sean armas o atribuciones, para alterar cualquiera de los poderes.
Las palabras tienen la virtualidad de describir las cosas, pero también la de ocultarlas, siendo precisa en ocasiones una labor arqueológica para desvelar su correspondencia con las cosas (Foucault, Les mots et les choses). Hablar así, como aquí hacemos, de una especie de “golpe de Estado institucional” para calificar el bloqueo del CGPJ por el PP se hace necesario para acabar con el ocultamiento consciente o inconsciente en la descripción de lo que ocurre.
La urgencia de hacerlo la exige la comprobación de que no solo muchos medios de comunicación, sino el propio presidente del caducado CGPJ ha llegado a describir el bloqueo permanente de esa institución por el PP como un problema de los partidos que no se ponen de acuerdo para los nombramientos del nuevo CGPJ instando “a las fuerzas políticas concernidas” a “sacar la renovación del CGPJ de la lucha partidista” y refiriendo, además, a las Cortes Generales el incumplimiento de su deber constitucional. Palabras pronunciadas en su último discurso ante el Rey con ocasión de la apertura solemne del presente año judicial.
Es difícil que esas palabras no puedan llegar a ser interpretadas, en términos estrictamente objetivos y sin prejuzgar que se pronunciaran con la mejor intención, como una difuminación de la exclusiva responsabilidad del único culpable del bloqueo o como su justificación. Interpretadas, objetivamente hablando, como blanqueando esa especie de golpe de Estado institucional permanente al omitir la responsabilidad exclusiva del principal partido de la oposición y referirla a las Cortes Generales y al permitir que algunos lleguen a entenderlas, aunque sea erróneamente, como que legitiman incumplir la obligación constitucional de nombrar el nuevo CGPJ, pues basta con invocar que solo se cumplirá tal obligación si previamente se cambia la ley que el mismo PP hizo (o se asume por los demás el compromiso de cambiarla a su gusto) para traspasar a todos lo que es exclusiva responsabilidad del PP.
Urge acabar con la situación creada y a tal efecto empezar por ser cuidadosos con las palabras que se emplean para describir las cosas, con objeto de que la dirigencia del principal partido de la oposición, al no sentirse confortada con eufemismos, vuelva a la senda constitucional en que, hasta ahora, siempre ha estado, atendiendo a su deber con la Constitución, con la inmensa mayoría de sus votantes y con todos los españoles.