domingo, 29 de octubre de 2017

[Tribuna de prensa] Lo mejor de la semana. Octubre, 2017 (IV)





Termina una semana excepcional marcada por el intento, fallido, de unas autoridades fascistoides y enajenadas, de dividir y enfrentar lo que la historia y la voluntad han unido hace más de 500 años: a España, y a los españoles. De ahí el excepcional número de artículos de opinión, más de 120, reflejados hoy en esta entrada, que seguro no va a repetirse. Les dejo con los Tribuna de prensa que durante esta semana pasada he ido subiendo a Desde el trópico de Cáncer. Espero que les resulten interesantes, y que como decía Hannah Arendt les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar. La vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa que de eso. Se los recomiendo encarecidamente. 

Domingo, 22 de octubre
El 155 es Historia y es desgarro, por Rubén Amón
Intervenida, no suspendida, por Javier Ayuso
Las mentiras deliberadas de Podemos, por Teodoro León Gross
Italia ante dos referendos, por Jorge del Palacio Martín
Vencer al independentismo, por Antonio Fernández Teixidó
El bum del boom, por Álex Grijelmo
A la sangre, por Manuel Vicent
¿Y la lealtad?, por José María Ruiz Soroa
Porque los malos líderes son malos seguidores, por Moisés Naím
Seguimos estando a tiempo, por Lluís Bassets
Dentro de la razón y la esperanza, por Soledad Gallego-Díaz
En la frontera de la irreversible, por Francisco Rosell
Matar recibiendo, por Arcadi Espada
Alea iacta est, por Fernando Sánchez Dragó
La ley ser pone de pie, por Javier Redondo
Estallido del Título VIII de la Constitución, por Jorge de Esteban
Quien destruyó la autonomía de Cataluña, por Ricardo de Querol
Las palabras ofendidas, por Javier Marías

Lunes, 23 de octubre
La ley y la calle, por Francisco Pomares
Los progresistas detestan el progreso, por Steven Pinker
Del procés al pánico, por Raúl del Pozo
La hora de los creyentes, por Rafa Latorre
Piratas, por Tadeu
Divide et impera, por Ferrán Caballero
Perpiñan, por Almudena Grandes
Sobre el artículo 155 de la Constitución, por Fernando Simón Yarza
En caso de dudar, a votar, por Xavier Vidal-Folch
Tiempos de confusión democrática, por Jorge del Palacio Martín
Cataluña en otoño, por Lluís Bassets
Invertir la tendencia a lo peor, por Patxo Unzueta
El filo de la navaja, por Eva Borreguero
El vacío, por Antonio Navalón
155, poder y compromiso, por Iñaki Gabilondo

Martes, 24 de octubre
Hay que parar esto, por Iñaki Gabilondo
Malos presagios, por Víctor Lapuente
Alegrías, por Félix de Azúa
Necesarias y proporcionadas, por Francesc de Carreras
Una alternativa creíble, por Jordi Gracia
China blanquea su imagen, por Juan Pablo Cardenal
Tú al Magreb, yo a Dinamarca, por Juan Aparicio Belmonte
Contra el ruido, por Pedro Simón
República y desobediencia, por Raúl del Pozo
¡Oh, la revolución!, por Arcadi Espada
Clásicos para la vida, por Nuccio Ordine
Cuando la revolución se precipitó en Rusia, por José Andrés Rojo
¿Y si no pudiera ejecutarse e 155?, por Rubén Amón
Le Monde acusa a Puigdemont, por Carla Mascia
El Caudillo les precedió, por Xavier Vidal-Folch
El Wall Street Journal avala el 155, por Sara Fernández y David Lema

Miércoles, 25 de octubre
En el nombre del pueblo, por Ángel Rivero
Palabras, por Antonio Lucas
Pablo en Epístola, por Santiago González
Aferrados a los castillos en el aire, por Eduardo Álvarez
Spain productions, por Carmen Rigalt
Izquierda y cordura, por Raúl del Pozo
Las oportunidades perdidas, por Raphael Minder
Las elecciones no son la solución, por Alejandro Molina
El voto nacionalista no se mueve, por Kiko Llaneras
Lecciones de la crisis catalana, por Antonio Roldán Menés
Repúblicas poco populares y nada democráticas, por Jorge Marirrodriga
Los Javianes, por Manuel Jabois
Ni serlo ni parecerlo, por Sandra León
Maldonado, por Leila Guerriero
La hora de Puigdemont, por Antonio Elorza
Salir de la contradicción europea, por Santiago López-Aranda

Jueves, 26 de octubre
Tiempo de lamentos y quebrantos, por Nicolás Redondo Terreros
La comodidad de Cataluña, por Arcadi Espada
El penúltimo responsable, por Luis María Ansón
Emperadores y Junqueras, por Emilia Landaluce
Tres Jordis, por Tadeu
Dos botellas de vino, por Raúl del Pozo
Nada será gratis, por Berna González-Harbour
Las grietas del miedo, por Javier Ayuso
Acabar con el procés, por José Ignacio Torreblanca
Elogio de la moderación, por José María Barreda
El trilema de Porrera, por Mariola Urrea Corres
Escobar, Llach y los cerdos, por Rubén Amón 
Cuanto, peor, mejor, por Andrés Betancort
Las instituciones, arrasadas, por Xavier Vidal-Folch
Ha sobrado ignorancia y pasión, por Emilio Lledó

Viernes, 27 de octubre
No digas que fue un sueño, por Rubén Amón
Saturno devora el bocadillo de sus hijos, por Xavier Vidal-Folch
Cuando todos perdemos, por Fernando Vallespín
La fragilidad de la política, por Máriam Martínez-Bascuñán
Constitución y autogobierno, por Ignacio Martín Blanco
La tragedia y la farsa, por Tomás de la Quadra-Salcedo
Transversal, por Jorge M. Reverte
Nos olvidamos de la fuerza, por Jorge Galindo
Hacer nación en la escuela, por Mariano Fernández-Enguita
Constitución y autogobierno, por Ignacio Martín Blanco
Así suena el golpe, por Rafa Latorre
Kataloniya, por Tadeu
Literatura fantástica, por Antonio Lucas
Entre el sainete y la temeridad, por Raúl Conde
Secesionismo en la UE, por Marcos S. Sipmann
Individualismo y disolución de la confianza, por Jean-Marie Guéhenno
Frívolos e irresponsables, por Lluís Bassets
Orden constitucional y elecciones, por Josep Piqué
La hora cero, por Mario Vargas Llosa
Sigue fuera de la ley, por Raúl del Pozo

Sábado, 28 de octubre
Para restaurar la ley, solo la ley, por Xavier Vidal-Folch
Se acabó el juego, por Gabriela Cañas
Infantilismo, victimismo, nacionalismo, por Teodoro León Gross
Cuando el humo se disipe, por Jorge Bustos
El régimen de 78, por Juan Luis Cebrián
El bestiario del separatismo, por Rubén Amón
Objetividad, por Julio Llamazares
TV3, al servicio del soberanismo, por Rosario G. Gómez
Mandamiento, por Fernando Savater
El fracaso de una generación, por Luisgé Martín
Un conflicto identitario, por José Andrés Torres
¿Astucia o liderazgo?, por Joan Botella
Los símbolos y el poder, por Javier Ayuso
El vacío siempre se llena, por Francisco G. Basterra
El papel de Podemos, por Álvaro Carvajal
Anatomía de un golpe de Estado, por Rafa Latorre
Elecciones por bandera, por Cayetana Álvarez de Toledo
Siempre el traidor es el vencido, por María Dolores de Cospedal
No cuidaron de España, por Lucía Méndez
Pueblo contra sociedad, por Manuel Arias Maldonado
Welcome to Spain, por María Vega
También en Berlanga hay tristes, por Luis Miguel Fuentes
Talla política, por Rafael Moyano
Cataluña y España, por Iván Vélez
Con las fronteras no se juega, por Carlos Yarnoz
República nonata, año cero, poder cero, por Lluís Bassets

Y desde los enlaces de más abajo pueden acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España y del mundo, actualizados continuamente. Espero que los disfruten:

The Washington Post (EUA)
El País (España)
Le Monde (Francia)
The New York Times (EUA)
The Times (Gran Bretaña)
Le Nouvel Observateur (Francia)
Chicago Tribune (EUA)
El Mundo (España)
La Vanguardia (España)
Los Angeles Times (EUA)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
L'Osservatore Romano (Vaticano)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Komsomolskaya Pravda (Rusia)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El Nuevo Herald (EUA)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Claves de Razón Práctica (España)
Cuadernos para el diálogo (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Real Instituto Elcano (España)
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (España)
Der Spiegel (Alemania)
The New Yorker (EUA)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Monde Diplomatique (Francia)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Revista Española de Ciencia Política (España)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Historia y Política (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Historia National Geographic (España)
Paris Match (Francia)
Instituto Nacional de Estadística (España)
Para terminar, les dejo con los reportajes de El País con las mejores imágenes del 2016, las treinta fotos más representativas de los 40 años de vida del periódico, las fotos ganadoras del World Press Photo 2017, y las 12 fotos del año de National Geographic. Y como siempre, las mejores fotos de la semana que termina en El País. 




Judíos ultraortodoxos contra el reclutamiento forzoso (Moddin, Israel)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

Humor en cápsulas] Para hoy domingo, 29 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7, Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar 
de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 28 de octubre de 2017

[Poesía y pintura] Hoy, con Blas de Otero y John Everett Millais






Retomo la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al "Tema de España" en la poesía española contemporánea, que tuvieron tan buena acogida de los lectores hace años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. 

En estos amargos momentos en que unos hijos espurios e indeseables reniegan de España, la insultan, la mancillan, y pretenden acallar las voces de aquellos otros que nos alzamos orgullosos de pronunciar su nombre, nada mejor que la poesía para reivindicarla como se merece. Si como dijo Walt Whitman la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz, también es, en palabras de ese gran poeta y gran español que fue Gabriel Celaya, un arma cargada de futuro. Empuñémosla, entonces, en su defensa.

Hoy traigo al blog al poeta Blas de Otero y su poema En el nombre de España, paz, y al pintor John Everett Millais y su cuadro El caballero erranteDisfrútenlos.

Blas de Otero(1916-1979) nació en Bilbao (Vizcaya) y estudió Derecho en la universidad de Zaragoza y Filosofía y Letras en la de Madrid. Sufrió frecuentes crisis depresivas desde su juventud derivadas de su situación familiar, que le llevaron sucesivamente por una etapa religiosa, otra existencialista y por último a la poesía social. Vivió en Cuba entre 1964 y 1967, donde se casó y divorció. Enfrentado siempre al franquismo sus libros tuvieron problemas con la censura. Demócrata convencido cantó a la reconciliación de los españoles toda su vida. Murió de una embolia pulmonar en Majadahonda (Madrid). Les dejo con su poema En el nombre de España, paz.


EN EL NOMBRE DE ESPAÑA, PAZ
por 
Blas de Otero

En el nombre de España, paz.
El hombre
está en peligro, España.
España, no te aduermas.
Está en peligro, corre,
acude. Vuela
el ala de la noche
junto al ala del día.
Oye.
Cruje una vieja sombra,
Vibra una luz joven.
Paz
para el día.
En el nombre
de España, paz.

***

John Everett Millais (1829-1896), fue un pintor e ilustrador inglés, destacado en el arte romántico y miembro fundador de la Hermandad Prerrafaelita. Millais nació en Southampton, en el seno de una familia originaria de la Isla de Jersey. Fue un niño prodigio que pintaba desde los cuatro años y se le consideraba poseedor de un talento poco común. Por esta razón, cuando tenía siete años su familia se trasladó a Londres para poder ofrecer una buena educación artística a su hijo. Su prodigioso talento para el arte le valió una plaza en las escuelas de la Royal Academy con sólo once años (1840). Durante su permanencia en esta institución, conoció a William Holman Hunt y Dante Gabriel Rossetti, con quienes fundó la Hermandad Prerrafaelita en 1848. Su obra inicialmente responde a los ideales estéticos de la asociación prerrafaelita, aunque a partir de la década de los años setenta su evolución a los cánones académicos se hace progresivamente patente.




El caballero errante, (John Everett Millais)
Tate Gallery, Londres



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[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 28 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7, Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar 
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viernes, 27 de octubre de 2017

[A vuelapluma] La soberanía que de verdad importa





Los movimientos que entienden la soberanía en términos aislacionistas suelen recurrir a un nacionalismo exacerbado, comenta Javier Solana, político, físico, embajador, profesor de universidad y una de las voces más prestigiosas del socialismo europea y español, que ha sido ministro de Cultura, portavoz del Gobierno, ministro de Educación y Ciencia, de Asuntos Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante del Consejo Europeo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, y Comandante en Jefe de la EUFOR.

En su famoso “trilema político de la economía mundial”, comienza diciendo, el economista de Harvard Dani Rodrik expone un problema irresoluble: la integración económica global, el Estado-nación y la democracia son tres elementos que no pueden darse simultáneamente en su máxima expresión. A lo sumo, podemos combinar dos de los tres, pero siempre a expensas del restante.

Hasta hace bien poco, el Consenso de Washington que nació en los años ochenta —cimentado en principios como la liberalización, la desregulación y la privatización— representaba el canon económico por excelencia. Si bien la crisis de 2008 lo puso en jaque, los países del G20 convinieron evitar una respuesta proteccionista. Mientras tanto, la Unión Europea se mantenía (y se mantiene) como el único experimento democrático a escala supranacional, haciendo gala de avances prometedores, pero aquejado de múltiples déficits. En otras palabras, a nivel mundial se venía favoreciendo una integración económica anclada todavía en el Estado-nación, lo cual daba pie a que las dinámicas de los mercados internacionales relegasen a la democracia a un segundo plano.

Pero el año 2016 marcó un punto de inflexión, aunque aún no sepamos a ciencia cierta lo que ello comportará a largo plazo. Más allá de que haya surgido en China lo que ha venido a llamarse Consenso de Pekín, en el que algunos ven un modelo alternativo de desarrollo basado en un mayor intervencionismo estatal, fueron sobre todo el Brexit y la elección de Donald Trump los acontecimientos que catalizaron un cierto cambio de ciclo. “Let’s take back control” fue el lema que popularizaron los Brexiteers, mientras que muchos votantes de Trump expresaron su recelo ante el poder acumulado por Wall Street, actores transnacionales e incluso otros Estados en un escenario de hiperglobalización. Sería poco sensato desdeñar este diagnóstico, que suscribe en gran medida el propio Rodrik, por el mero hecho de estar en desacuerdo con el tratamiento que proponen Trump y algunos conservadores (¿o reaccionarios?) británicos. Ese tratamiento consiste en poner trabas a la globalización —eso sí, manteniendo intactos o incluso realzando otros ingredientes del Consenso de Washington, como la desregulación financiera— y en fortalecer la democracia a través del estado-nación.

En su primera intervención ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente Trump pronunció un discurso de 42 minutos, en el que las palabras “soberanía” o “soberano” aparecieron un total de 21 veces. Es decir, la friolera de una vez cada dos minutos. En Europa, no es únicamente Reino Unido el que se encuentra inmerso en una deriva neowesfaliana, sino también otros Estados como Polonia y Hungría. Incluso el movimiento “independentista” catalán, comandado por una serie de partidos que en su mayoría no se sentirían cómodos con la etiqueta de “anti-globalización”, sigue una lógica similar de repliegue nacionalista.

Sin embargo, estos actores tienden a sobreestimar su capacidad de diluir la integración económica existente, afianzada por el vertiginoso desarrollo de las cadenas globales de valor en las últimas décadas. Resulta más plausible que, si dichos movimientos insisten en nadar contracorriente, lo que consigan diluir a mayor velocidad sea la influencia de sus respectivos Estados —o aspirantes a Estado— sobre la globalización. En resumidas cuentas, un aumento de soberanía formal puede implicar paradójicamente una pérdida de soberanía efectiva, que es la que de verdad importa. Trasladando esta reflexión al caso catalán, un movimiento pretendidamente independentista y soberanista podría terminar creando una sociedad más dependiente y menos soberana, que quedaría más a merced de las dinámicas internacionales.

Justo una semana después del discurso de Trump en la ONU, el presidente francés Emmanuel Macron acudió a la Sorbona para presentar su visión sobre el futuro de Europa. Macron mencionó también en repetidas ocasiones la palabra “soberanía”, dejando claro que su modelo de Europa se asienta sobre esta noción. Pero, a diferencia de los populistas, el presidente francés apuesta por una soberanía efectiva e inclusiva, de alcance europeo, y apoyada sobre otros dos pilares maestros: la unidad y la democracia.

Otra de las tríadas que operan en el ámbito internacional hace referencia a las formas que tienen los Estados de relacionarse entre sí. Podemos decir que estas relaciones se vehiculan a través de tres ejes: cooperación, competencia y confrontación. Sería ingenuo aspirar a eliminar por completo ese elemento de confrontación que, desde los albores de la historia humana, ha estado siempre presente. No obstante, sí que es posible reducir su dosis aumentando exponencialmente sus costes de oportunidad, como bien ha demostrado la Unión Europea. Por desgracia, los movimientos que entienden la soberanía en términos aislacionistas suelen recurrir a un nacionalismo exacerbado, poco dado a fomentar esos espacios comunes que permiten que la sociedad internacional goce de buena salud.

Que ciertos Estados aboguen por recluirse dentro de sus fronteras resulta anacrónico y contraproducente, pero sería un grave error por parte del resto de la sociedad internacional reaccionar con despecho, imponiendo estrictas cuarentenas ante el temor a un efecto contagio. El espíritu de cooperación, junto con una competencia constructiva, debe vertebrar las relaciones entre todos los actores que dispongan de legitimidad internacional. Es preciso resistir la tentación de aplicar este principio a la carta, ya que estaríamos olvidándonos de que, en aquellos Estados que han sucumbido a discursos reduccionistas, todavía existen amplísimos sectores de la ciudadanía que reivindican un enfoque aperturista. Pensemos en el 48% de votantes del Remain, o en el 49% de partidarios del “no” en el referéndum constitucional turco, y en la decepción que supondría para tantos ellos que la Unión Europea les diese la espalda.

El diálogo habrá de ser la seña de identidad de una sociedad internacional que esté a la altura de ese apelativo, que sea verdaderamente eficaz en la gestión de sus recursos compartidos, y que trate de resolver en conjunto problemas globales como la proliferación nuclear, el terrorismo y el cambio climático. Ese diálogo deberá producirse en el marco de una esfera pública común y democrática, si no queremos perpetuar las deficiencias del Consenso de Washington, que se revelaron con gran estrépito en el infausto año 2016. Si cultivásemos esa esfera pública común, disminuyendo la preeminencia del Estado-nación, podríamos desplazarnos paulatinamente hacia el lado menos explorado del triángulo que dibuja Rodrik: el de la democracia global.

Desde luego, este objetivo se antoja difícil de alcanzar, pero el desarrollo tecnológico y la multiplicación de sinapsis económicas y culturales hacen que no sea una quimera. En este sentido, la Unión Europea ha sabido abrir una nueva senda, y lo que se antoja más difícil es renunciar a la oportunidad de recorrerla.





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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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jueves, 26 de octubre de 2017

[A vuelapluma] La legitimidad del Rey





En varias ocasiones hemos oído al portavoz de Unidos Podemos realzar su propio respaldo entre los ciudadanos expresado en las urnas para, a renglón seguido, descalificar a Don Felipe VI por «no haber sido elegido», comenta Francisco Sosa Wagner, jurista, catedrático de universidad, escritor y exdiputado del Parlamento Europeo. 

Aunque la afirmación procede de un político que a veces se manifiesta de forma tan vehemente como infundada, sigue diciendo, conviene meditar sobre el alcance de su afirmación y el apoyo que le sirve de peana, que, para no perdernos, se puede formular con gran simplicidad: el único origen del poder en un sistema democrático es el voto cuyo titular es el ciudadano. Es así que el rey en una monarquía hereditaria no ha sido elegido por nadie, luego nadie puede tomarse en serio su autoridad ni su pretendida superioridad institucional. Me propongo demostrar la falsedad de tal afirmación, al menos cuando se la presenta de esta forma superficial y ayuna de matices. Cierto es que en una democracia el apoyo electoral es el ingrediente básico que determina la atribución del poder. 

Cuando se empieza a desplomar la idea de que la legitimidad del monarca procede de Dios, y al evocar esta conquista preciso es musitar una oración de agradecimiento a los pensadores del Renacimiento, de Maquiavelo para acá, se van abriendo paso otras concepciones que llevan a la construcción del Estado, que será absoluto en el pensamiento de Hobbes y que empieza perezosamente a vislumbrarse como democrático en Locke, en Montesquieu o en Rousseau. En todos ellos tropezamos con el gran invento del contrato o pacto social que supone la libre decisión de un pueblo para atribuir el poder a un hombre o a una asamblea conjurando por esta vía peligros y evitando que los individuos se entreguen a asestarse dentelladas a diario con sus vecinos. Las revoluciones americana y francesa pondrán las bases de todo lo demás y ello es bien conocido: la separación de poderes más los derechos y libertades de los individuos. Por su parte, la democracia, es decir, la atribución del poder al pueblo por medio de elecciones, se irá adentrando poco a poco en la modernidad: desde el voto censitario hasta el sufragio universal masculino, luego femenino, etc. Y en ello estamos. 

Del «Estado soy yo» que pregonaba Luis XIV a finales del siglo XVII hasta la finura de la «volonté générale» rousseauniana -ya entrado el XVIII- y su comprensión como la verdadera voluntad, justa y razonable del pueblo hay todo un mundo en la comprensión de nuestra convivencia según pautas que, pese a su antigüedad, aún siguen lozanas. Porque sobre ellas se edifican los cargos representativos de los Estados modernos: los parlamentos, los presidentes de República o los Gobiernos que se forman tras los procesos electorales. Y lo mismo procede decir respecto de las corporaciones locales, los Estados federados o las regiones, etc., allí donde existan. Todos ellos traen causa, como le gusta al portavoz del grupo Unidos Podemos, del voto emitido libremente en las urnas por los ciudadanos: a más votos, mayor posibilidad de participar en las decisiones; a menos, mayor soledad y más mustia lejanía de los centros del poder. 

Pero para que «los muchos no puedan mucho» como quería el rey romano Servio Tulio, para que «le pouvoir arrête le pouvoir» según prefería Montesquieu o para conjurar la tiranía del pueblo que describía Adams desde América, las constituciones se han inventado ingeniosos instrumentos. Y así vemos cómo ese mismo Estado que cultiva -devoto- el voto alberga en su seno nada menos que un poder, el judicial, que no gira en torno a la urna pues quienes lo administran han sido seleccionados en virtud de sus conocimientos. En ningún caso elegidos y, cuando lo son a través de una elección indirecta, caso de los magistrados del Tribunal Constitucional, la ley se ocupa de limitar con exactitud quienes pueden participar en la selección: catedráticos, funcionarios de los altos cuerpos del Estado, etc. Es decir, tan solo profesionales muy cualificados. Por donde se nos cuela otra fuente de legitimidad en las sociedades democráticas a colocar junto al voto popular: a saber, la competencia profesional o técnica. Es verdad que las constituciones emplean expresiones como «la justicia emana del pueblo» (art. 117 de la española) o «todos los poderes del Estado proceden del pueblo» (art. 20. 1 de la alemana) pero ello no significa sino que existe una cadena que liga, aunque sea de forma remota, el nombramiento de todo servidor del Estado democrático con el pueblo. Pero una elección popular de los jueces no existe en el continente europeo. En España, por lo demás, la justicia «se administra en nombre del Rey» (artículo 117. 1 de la Constitución) igual por cierto que decía la Constitución de 1812 (art. 257) o la de 1869 (art. 91) por citar dos muy diferentes y la de la II República de 1931 prescribía que esa función se haría «en nombre del Estado» (art. 94). 

Avancemos en el razonamiento para consignar que en el mundo moderno, junto a las organizaciones tradicionales del Estado, han surgido decenas de entes, institutos, agencias que se ocupan de dirigir, administrar o vigilar concretos sectores de la acción pública: las telecomunicaciones, los mercados, la radiotelevisión, la seguridad nuclear, la protección de datos... Se las llama precisamente «Administraciones independientes» porque en ellas se desea que esa cadena con el pueblo propiamente dicho y sus representantes sea lo más débil posible. ¿Por qué? para asegurar el ejercicio, libre de influjos políticos, de sus cometidos y funciones. Un objetivo que solo se puede asegurar si las apartamos de la influencia de gobiernos, ministros, diputados, etc. y confiamos los nombramientos de sus directivos y la selección de su personal a procedimientos técnicos para que puedan actuar con la mayor neutralidad posible. El caso de los bancos centrales -como el del Banco central europeo- y su obligado alejamiento de las decisiones políticas es el paradigma de lo que vengo sosteniendo. 

Por tanto ya tenemos conviviendo a dos legitimidades: la del voto, básica en una sociedad democrática, y la de la competencia profesional. No olvidemos que ya Hobbes dejó consignado que «nadie es buen consejero sino en los negocios donde está muy versado... lo que no se obtiene más que con estudio». Vayamos con la última legitimidad, la que afecta a una institución singular en algunos países como es la del rey hereditario, caso de los Borbones en España. Provoca mucho enfado en aquellos compatriotas -como el portavoz de Unidos Podemos- que no admiten que alguien pueda ostentar un poder cuya razón de ser es preciso buscar entre los renglones de un relato antiguo, cubierto incluso por telarañas, encorvados sus protagonistas bajo el peso de batallas e intrigas. Personas que desconocen, como diría un legitimista del siglo XIX, la magia y el brillo de la diadema real. Pero no hay, en puridad, ningún arcano si admitimos que la historia es un paisaje en el que predominan las anfractuosidades, un río pleno de meandros y que, como nos enseñaron los clásicos, apenas hay una monarquía o una república cuyos orígenes puedan justificarse en conciencia. En la Unión Europea hay siete monarquías, alguna nacida de la propia voluntad de los revolucionarios que alumbraron el país, caso de Bélgica; otras cuyas testas coronadas se surtieron del exceso de oferta existente en los principados alemanes, casos de la monarquía inglesa o incluso danesa ... Curioso es un país como Suecia, ¿alguien le negaría su condición democrática? Pues el jefe del Estado, el rey actual Carlos XVI Gustavo, es el descendiente de un mariscal del Ejército de Napoleón que se llamaba Bernadotte, algo así como si entre nosotros hubiera arraigado la monarquía de José I. 

Alejémonos pues de los tópicos y preguntemos con sencillez ¿no es bueno que al menos un cargo -de la máxima dignidad- esté sustraído a la contienda electoral? ¿no enseña la experiencia que entre las personas a las que votamos se nos cuela algún que otro botarate? ¿por qué hemos de renunciar a que nos represente el descendiente de una familia llena de blasones (y de miserias como todas las familias), un joven que ha recibido una educación esmerada, habla idiomas y maneja con soltura los cubiertos del pescado? Y por último ¿ganaríamos algo sustituyendo a Don Felipe por algún personaje de nuestro tablado político? ¿no se ha acreditado este Monarca como sólido defensor de una España democrática y constitucional en sus intervenciones recientes sobre la crisis catalana? De donde resulta que, en esta realidad irisada, veo conviviendo tres legitimidades como tres son las personas que conviven en el misterio de la Santísima Trinidad. Pues, ¿no es al cabo un misterio la democracia misma? 



Dibujo de LPO para El Mundo


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Entrada núm. 3954
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)