La canción
que nunca diré,
se ha dormido en mis labios.
La canción,
que nunca diré.
F.G.L.
Tu dulce maestría sin origen
enseñas, Federico García Lorca;
la luz, la fresca luz de tus palabras,
tan heridas de sombra.
Tu empezado granar, tu voz intacta
tu sed desparramada hacia las cosas,
tu oración hacia España, transparente
de verdad, como loca.
Tu intimidad de sangre como un toro;
tu desvelada esencia misteriosa
como un dios; tu abundancia de rocío;
la ebriedad de tu copa.
Por la anchura de España, piedra y sueño,
secano de olivar, rumor de fronda,
cruzó la muerte y te arrimó a su entraña
de fuente generosa.
... De valle en valle su cansancio tienden
viejos puentes que el cielo desmorona,
sosiego denso del azul manando,
resol de loma en loma.
Las bravas sierras; los sedientos cauces;
el alear de España a la redonda;
granito gris entre encinares pardos,
bajo la luna absorta.
Ligeros jaramagos amarillos,
movidos por el aire, la coronan
de paz, mientras sacude sus entrañas
seco aullido de loba.
... Noticias han venido de las torres
del Genil y del Darro y una ignota
dulzura se apodera de mi pecho
como en viviente forma.
Así desde la Alhambra caen las aguas,
el sonido de un árbol que se corta,
el rumor de los pájaros ocultos,
al empezar la aurora.
Hacia dentro la música deslumbra,
como un abrazo, mi tristeza, en ondas
de amor que por el alma se dilatan,
y mis palabras rozan.
Temblor de ti mi pensamiento tiene
mientras fluye en mi verso gota a gota,
la sorpresa, el dolor de recordarte
trágicamente ahora.
Noticias han venido de los árboles
cortados por el hacha sigilosa,
y han venido rumores de la hierba,
y del bordón, la nota.
Cantaste lo dormido de tu raza;
la nieve insomne de tu infancia toda:
la historia que es amor, y hasta los huesos
España, España sola.
El dolor español de haber nacido;
la pena convencida y española
de abrir los ojos a la seca brisa
que cruje en la memoria.
Cantaste la ribera apasionada,
la santa piel de fiera que se agosta,
el yermo de ansiedad, la tribu íbera
que hace del pan limosna.
Tú eras como una mano con rocío
llena de amor, de plenitud, de sobra;
de simiente de España; de hermosura
que en el surco se arroja.
Tú eras la lengua alada del espíritu
y el gozo vegetal; la fe que ahonda
su primera raíz en la mañana
adánica, en la obra
tierna de Dios, reciente todavía,
acabada en pecado, en carne fosca
de pecado, en tristeza que se oculta,
desamparada, en otra.
En tu rincón de sed y de preguntas
hacia Dios te levantas en persona
desde la noble mansedumbre lenta
que la tierra atesora.
Te levantas; te pones en Sus manos;
te acuerdas en Sus ojos; te perdonas
en Su mirada para siempre, tiemblas
en Su amor; muerto, lloras.
Del beso abandonado, de la risa,
solo conservas la tristeza atónita,
el impulso de amor que te llevaba
como el viento a las hojas.
Cantaste la locura genesíaca,
el brio del dolor, la gente honda
donde suena la muerte y bebe el hombre
quietud de la amapola.
Tu verso es chorro puro de agua virgen,
sagrada juventud que no se agota;
frescor de un dios perenne en la ceniza,
tu afán mortal reposa.
Buscaste en las palabras lo imposible:
su hueso de fantasma, su sonora
cuerda interior de agua, su silencio:
la verdad que no nombran.
De ramos que se olvidan; de sonrisas
con humedad antigua en la corola;
de nombres en insomnio para siempre,
la realidad se colma.
Huele tu verso a madreselva fresca,
a ruiseñor en vuelo, a luz remota,
a musgo de guitarra, a sufrimiento
de azogue que se borra.
Canta tu verso en el sonar del trigo,
como al reír el corazón se agolpa;
y su aroma desprenden las violetas
si tú las interrogas.
Hablas tras un temblor, como los niños,
como la piel delagua, como doblan
su cansancio los juncos por la tarde,
de la corriente en contra.
Hablas, hablas, relumbras en tu dicha,
como el astro desnudo que se moja
de pura inmensidad en las regiones
de azul ternura cósmica.
Hablas de la vejez que hay en el agua;
en las flores y el hombre; en lo que importa
más de verdad al pensamiento vivo
beber, puesta la boca
en el profundo manantial del alma,
en la bullente claridad incógnita
de lo que está en nosotros olvidado
de su origen y gloria.
Allí, temblando hacia el amor caído,
hacia la gran raigambre silenciosa
del instinto, hacia el árbol de la ciencia,
remejido en zozobra
de humana sed, el hálito bebiste
de Dios, el orden puro, la armoniosa
delicia, la unidad sin la materia,
dulce también otrora.
Asú cuando en la gracia del verano
florece ensimismada la magnolia,
voluptuosamente su fragancia
los sentidos transporta.
Y así en tu corazón está sonando,
sonando está la soledad hermosa
de España: el agua, las tendidas mieses
que el sol eterno dora.
Voluntad dionisíaca, amor continuo,
montana de dolor, edad de roca;
de olivo prieto el corazón juntando
su reciedumbre añosa.
Como el humo cruel del sacrificio
arde en Dios tu recuerdo, y cuanto toca
ensombrece de angustia sobre España,
y en tu rescoldo sopla.
... Tú eras nieve en el viento, nieve negra,
nieve dormidamente poderosa,
nieve que cae en remolino triste,
como sobre una fosa.
Cantaste la tristeza inexorable,
la muerte que cornea a todas horas,
la vasta estepa donde el hombre ibero
desdén y fuerza toma.
Un poco de rocío entre las manos
queda solo de ti, como en la órbita
de la estrella el deleite, mientras suena
muerta la tierra sorda.
Del tiempo, al despertar, no recordabas
más que un vago perfume sin escoria;
un tremendo latido de esqueleto
que se seca en la horca.
Viviste hundido en la hermandad del mundo,
en el fluir del agua que no torna,
en la terrible primavera viva,
como una amarga esponja.
Tu abundancia vital esconde dentro
zumo apretado de granado roja,
y sabor en los labios de una fiebre
secreta y melancólica.
Viviste en la alegría de ti mismo
y la espina sentiste de tu propia
soledad, la más íntima ternura,
la ausencia más recóndita.
Golpeado de penumbra, golpeado
levemente por alas de paloma,
contaste la nostalgia de Granada
cuando el sol la abandona.
Cantaste de ignorancia estremecido,
trémulo el corazón de mariposas,
salobre el pensamiento, y la palabra
como un inmenso aroma.
En la humedad celeste de tus huesos
la pasión de la tierra cruje rota,
y la vejez de tu hermosura viva
desde Dios se incorpora.
Secreto en la ebriedad de tu deseo,
hundido en el azul como la alondra,
cantastes en el amor que perpetúa
lo que la edad deshoja.
Tu canción se levanta de la muerte;
tu voz está en el agua y en rosa;
tu sustancia en el son de la madera,
y en el viento de tu historia.
Eternamente de la España ida,
que el alma sabe cuanto más la ignora,
de la España mejor nos trae tu canto
sal de Dios en la ola.
Tu dulce maestría sin origen
enseñas, Federico García Lorca;
la luz, la fresca luz de tus palabras,
tan heridas de sombra...
"España hasta los huesos", de Leopoldo Panero
Y mañana, con José Manuel Caballero Bonald. Ahora, por favor, sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
El poeta Leopoldo Panero