sábado, 20 de febrero de 2010

Desierto y mar




Niña saharaui




Nunca me habían regalado, salvo mi hija Ruth, una narración escrita especialmente para mi... Hace unos días, una amiga madrileña, Vicky E., a la que conozco hace mucho tiempo y a la que profeso (y ella lo sabe) especial cariño, me envió un bello relato que, me dice, había compuesto especialmente para mi. Es una historia de amistad y amor entre dos adolescentes, apenas salidas de la niñez: la una saharaui, la otra barcelonesa, que se reencuentran y ven durante los meses de verano en España.

Mi amiga Vicky me ha autorizado, no sin reticencias, a que lo publique en mi blog. Se que lo hace un poco forzada por mi a ello. Se lo agradezco profundamente. Espero que les guste. A mí, lo ha hecho. Gracias de nuevo, Vicky. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Imagen del Sahara




"DESIERTO Y MAR", por Victoria E.


A mi amigo Carlos


-¿Qué significa Shouka?, -preguntó Meritxell.

-Significa espina en lengua hassani, -contestó Shouka- como tantas otras veces había hecho…

A Meritxell le gustaba escuchar el significado del nombre de Shouka. Le gustaba escuchar cómo la madre de Shouka había decidido ponerle ese nombre en recuerdo de la espina que ella y todos los refugiados saharauis llevaban clavada en su alma desde que en 1991 la ONU prometiera a su pueblo un referéndum de autodeterminación que nunca se había celebrado. Tres años más tarde nació Shouka en los campos de refugiados de Tinduf, en el desierto argelino, en el exilio. El relato de Shouka concluía con la muerte de su madre, entre sus brazos, y cómo antes de morir le había hecho prometer que la lucha de su pueblo encontraría continuación en ella.

Quizá fuera por esto que aunque los Tusquets habían pretendido años atrás acoger legalmente a la niña, ella, una y otra vez, había declinado su ofrecimiento. Su sitio, afirmaba Shouka con vehemencia, estaba allí, en el desierto, entre los refugiados, entre su pueblo.

Shouka venía desde hacía cuatro años a la casa de los Tusquets, en Barcelona. Compartía los meses de verano con Meritxel, la hija de éstos, un año menor que ella.

Atrás habían quedado las primeras impresiones que impactaron la retina de Shouka. La más traumática para ella había sido descubrir como el preciado maná del desierto, el agua, era escupida sin piedad por un artilugio llamado grifo y que ésta desapareciera por un desagüe.

Desde casi el primer día de su llegada, cuatro años antes, se había gestado una hermosa amistad con Meritxell. Shouka era para ella, su amiga, su confidente, su hermana gemela. Se podía decir que Shouka le había destapado la caja de ignorancia en la que están sumergidos los adolescentes del primero mundo, aportándole una visión de éste que Meri todavía no había llegado ni siquiera a imaginar.

Meritxell estaba aquejada desde la infancia de una enfermedad congénita que afectaba a sus arterias, y con ellas, a un fatigado corazón, que le impedía caminar y salir de casa. Su ático, frente al mar, era su refugio en los largos meses de espera hasta que Shouka regresaba.

- ¿Volverás?, -le preguntaba siempre a la hora de su marcha.

- Lo haré, -contestaba Shouka siempre.

Y desde hacía cuatro años, años de luz para Meritzell, Shouka no había faltado nunca a su cita. Ello había contribuido de manera inexplicable a mejorar el estado salud de Meritxell. Se podía decir que desde la aparición de su amiga saharaui, el corazón de Meri había vuelto a fluir a borbotones.

Ambas se querían. Se querían más allá de culturas, más allá de sus dioses, más allá de sus propias vidas, se amaban como lo hacen las almas gemelas.

Quedaban dos semanas para el regreso de Shouka con los suyos y lejos de sentir desánimo o tristeza, Meri, con frágil entereza, se preparaba para otro largo invierno, otros largos meses de espera a solas con su mar.

-¿En qué piensas?, -le preguntó Meritxell.

- En el desierto, -contestó Shouka.

-Qué poderoso debe ser tu desierto, le decía mientras contemplaba su cara aceitunada, de rasgos increíblemente bellos.

-El desierto, Meri, -respondía Shouka- es nada, y a la vez es todo. Es una extensión de arena que se funde en nuestra piel; que nos llama y atrae como un gigantesco imán. Cada mañana, al despertarnos, el sol inunda nuestra tierra; una tierra que sólo a nosotros nos pertenece. Un montón de arena, continuaba Shouka, que nos llama desde hace generaciones; que nos pide a gritos que la poseamos; que nos grita un nombre: Libertad.

-Mira, Meritxell, -proseguía Shouka- el sol sale cada mañana majestuoso, inmenso: Le presientes y percibes sobre tus hombros. Y los días nublados te ciega, aun sin haberlo visto. Los atardeceres, diáfanos, se reflejan en los montículos de arena e impregnan del aire de desierto a cada uno de nosotros.

-Eso se llama libertad, Meritxell, -continuaba ella- la libertad de la tierra que nos perteneció y que ahora, huérfana, se afana en que la busquemos para sentirla nuevamente como parte de nuestra herencia.

-¡Qué hermosa palabra!, -pensaba Meritxell-. ¡Libertad!; ella, que ni siquiera intuía lo que podía significar, pero que en boca de su amiga sonaba grande, hermoso, algo por lo que merecía la pena vivir y morir.

-Llévame contigo, -le dijo un día Meri- frente al mar. Necesito sentir, anhelar, vivir lo que tú me enseñas; mi mar Mediterráneo me seduce en las largas noches de invierno, pero necesito sentir tu desierto.

-Sabes que no es posible Meri, -le respondió Shouka-. Necesitas medicarte y allí podrías morir.

-Ya lo sé, -dijo Meritxell-. sin embargo, añadió, daría mi vida por sentir un solo segundo la pasión del desierto y de su arena.

Shouka trató de borrar de la mente de su amiga ese sentimiento. Sentimiento que no haría otra cosa que dañar más aún el delicado corazón de Meri, y prosiguió con relatos de saharauis, compañeros suyos; activistas que en España participaban de la lucha política de su pueblo. Ella tenía grandes planes para su amiga, le decía. Y ella, desde Barcelona, podía serle de gran ayuda para su causa.

Meri asintió; daría su propia vida si su alma gemela se lo pidiera.

Al despedirse hasta la mañana siguiente, Shouka observó un brillo especial en los ojos de Meri, un brillo inmenso que sin embargo le inquietó.

Todas las noches, el calor húmedo de Barcelona le impedía conciliar el sueño con facilidad, pero aquella noche no podía dormir; y no era a causa de la humedad.

Dio muchas vueltas en la cama sin poder dormir. Quizá la proximidad de su marcha le inquietaba, se dijo a sí misma. Decidió levantarse para ver si su amiga dormía. Al fin y al cabo quedaban menos de dos semanas para su regreso y necesitaba empaparse de su compañía.

Se dirigió primero a la cocina, a por un vaso de agua. Roser, la madre de Meritxell, tampoco podía dormir, y allí se encontraron ambas, en medio de la noche.

-Gracias, -le dijo Roser.

-¿Por qué?, -preguntó Shouka-. -Ambas, -continuó la madre de Meri-, sabemos que has devuelto a mi hija a la vida. A juicio de los médicos, prosiguió, la enfermedad de Meri ha mejorado, y sabes que para nosotros eres una hija más.

-Gracias a vosotros, -contestó Shouka-. Aquí he encontrado el cariño que perdí hace cuatro años, cuando mi madre murió.

De repente, el vaso de agua se le heló a Shouka entre los dedos, y sus manos, sudorosas y temblorosas, no pudieron impedir que el vaso cayera al suelo.

-¿Estás bien?, -le preguntó Roser.

- ¡No, ella no!, gritó en árabe, articulando un gutural sonidos.

-¡Dios mío, Shouka!, ¿qué te pasa?, -inquirió la madre de Meri-; me estás preocupando, ¿te encuentras bien?

Pero Shouka ya no hablaba. El corazón se le había helado y su rostro palideció al instante. Acababa de recordar el brillo en los ojos de su amiga. Era el mismo brillo que había visto en su madre instantes antes de…

-Roser, debemos ir a ver a Meri, balbuceó Shouka, esta vez en español.

Ambas subieron a grandes zancadas las escaleras hacia la habitación donde Meri dormía. Al abrir la puerta de la habitación de su amiga el cielo se detuvo para Shouka. Inhaló en su pecho los últimos estertores de Meri. Corrió a estrecharla entre sus brazos, mientras le susurraba en árabe palabras de amor. El camino de la sangre hacia el corazón de la niña se hacía cada vez más angosto…, hasta que ésta se heló definitivamente en sus venas.

Shouka percibió la claridad de la noche y acarició el último suspiro de su amiga que, al igual que el de su madre, se le había escapado entre los dedos.

Roser, la madre de Meritxell, no reaccionaba, y Shouka, en su desolación, sólo acertaba a pronunciar en árabe invocaciones al cielo, al cielo de esa Barcelona que en una sofocante noche de verano se estaba llevando a su amiga al infinito, a la eternidad. A una eternidad como la de su inmenso desierto, como la del inmenso mar donde las almas gemelas del universo habitan.

Shouka gimió con una sacudida que le rasgó el alma, y con las escasas fuerzas que le quedaban, transida por el dolor, creyó percibir dibujada en la cara de su amiga, todavía caliente, una sonrisa.

Quería que partiera con una sonrisa entre sus labios. Una sonrisa de perdón a la vida por haberla dado aquellos años de enfermedad. Una sonrisa de agradecimiento a su mar, por haber sido cómplice de sus largas noches de soledad y desvelo.

Al fondo, Roser, la madre de Meri, irrumpía en gritos de desesperación, y más quedamente, se escuchaban los sollozos de un padre, impotente ante el sufrimiento y dolor de ambas mujeres.

Y así, lentamente, con una sonrisa entre los labios, abandonó su alma el cuerpo de Meritxell.

Shouka permaneció en Barcelona hasta un día después de que arrojaran las cenizas de su amiga al Mediterráneo, Éste las recogió con el rugir de una ola como si sólo a él le pertenecieran, entre rezos a dioses distintos en idiomas distintos. Por fin Meritxell y su mar estaban juntos, unidos en un mismo destino, cualquiera que fuera su nueva singladura.

Los Tusquets pidieron a Shouka que permaneciera con ellos hasta el final del verano. Shouka no quiso, y adelantó su regreso. No podía permanecer un minuto más en aquella casa, en aquella ciudad, con aquella humedad que asfixiaba sus bronquios. Necesitaba de su tierra, de su desierto, de su gente. A la mañana siguiente estaría de nuevo en el campo de refugiados donde le esperaría su padre y podría contarle cómo un mar, allí en España, le había robado su vida misma, cómo su pecho estaba roto y cómo sus arterias comenzaban a helarse como las de su amiga del alma.

Al llegar a su desierto, aquel en el que había jugado cuando era niña, aquel que había recorrido cada día para ir a la escuela o a por agua, aquel en el que había gozado de las caricias de su madre, aquel en el que fue feliz junto con otros niños del campamento, hincó sus rodillas en la arena. Pero no pudo llorar. Casi no podía respirar. Y así estuvo hasta el atardecer. Y entonces gritó. Gritó al sol. E imploró. Imploró a su dios, y al dios de Meritxell; y a todos cuantos el hombre ha creado.

Y allí con las rodillas desnudas, hundiéndose entre la arena, se le desgarró el alma. Y ya desprovista de ella, se quitó con parsimonia sus ropas de europea, y desnuda, miró al sol que caía.

Volvió a hincarse de rodillas en la arena y golpeó la tierra con furia; aquella tierra maldita, de un maldito desierto. Y la golpeó una y otra vez, hasta quedar exhausta, entre fuertes convulsiones. La espuma comenzó a salir por la comisura de sus labios. Y fue entonces cuando comenzó a engullir arena. Lo hizo con voracidad, como un depredador que digiere la presa que teme le arrebaten. Primero su esófago; después la laringe, hasta colmar su garganta. Y tragó. Tragó la saliva espumosa que le brotaba desde dentro, recordando los últimos estertores de su amiga, ya vividos en Barcelona, solo que esta vez ya no dolían.

Apaciguada por unos instantes, volvió a mirar el sol del atardecer. Lo miró, y volvió a mirar. Y allí estaba ella. Observándola con la misma sonrisa que ella había percibido en su rostro todavía caliente. Ella le tendió la mano y Shouka se levantó. Y juntas caminaron hacia el sol. Con sus dioses de testigos. Y así cogidas, de la mano continuaron andando hasta que el sol cayó definitivamente. Juntas; cada una en busca de su propia libertad. Caminaron, descalzas, juntas, sobre la arena del desierto. Hacia el infinito mar de arena que se extendía ante ellas.





Refugiados saharauis en Tinduf (Argelia)





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Entrada núm. 1279

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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar"(Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sarah Palin y las "Lágrimas de Eros"




"María Magdalena en una cueva" (Jules-Joseph Lefebvre, 1876)
Exposición "Lágrimas de Eros" (Museo Thyssen, Madrid)




No soy hombre afortunada en el juego. Sí, en cambio, al menos eso pienso yo, muy afortunado en el amor y la amistad, conceptos inextricablemente unidos para mi. Espero que no signifique un cambio de ciclo el precioso regalo que he ganado en el concurso convocado por Revista de Libros, consistente en un ejemplar del magnífico catálogo elaborado por el Museo Thyssen Bornemisza y la Fundación Caja Madrid sobre la exposición "Lágrimas de Eros", que acaba de exhibirse en Madrid.

Cuando cursaba el último año de la licenciatura en Geografía e Historia en la UNED tuve que realizar un trabajo de final de curso relacionado con la asignatura de Historia del Arte. Me propuse hacerlo sobre "El desnudo en el Museo del Prado", pero después de hacer acopio de bastante material gráfico, a base de diapositivas que aún conservo, por meras razones de proximidad geográfica abandoné la idea y acabé por abordar uno mucho más prosaico sobre "La Iglesia de San José, en Las Palmas, como paradigma de la arquitectura neoclásica en Canarias". He recordado el hecho esta mañana mientras disfrutaba de las excelentes reproducciones que figuran en el catálogo

No creo que la neo-conservadora y reaccionaria Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos, hubiera disfrutado de esta exposición. El periodista Marc Bassets escribía ayer en su blog "Diario de Washington", que se publica en el periódico La Vanguardia de Barcelona y que es una de mis lecturas diarias imprescindibles, un interesante artículo sobre el ascenso mediático de Sarah Palin, convertida por obra y gracia de una parte de la prensa norteamericana y de la cadena televisiva Fox, en nuevo líder espiritual y político del país.

A mi, Sarah Palin, me parece una tarada mental, analfabeta y exhibicionista al lado de la cual, Esperanza Aguirre, la impresentable presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid, raya a alturas inconmensurables, similares a las de una mítica Palas Atenea, diosa de la Sabiduría.

He encontrado en YouTube un vídeo elaborado por la UNED sobre la exposición "Lágrimas de Eros" del Thyssen. Pueden verlo en la columna de la derecha, en la sección "Vídeos". Espero que lo disfruten. Así como el artículo de Marc Bassets que reproduzco más adelante. Y pídamos a la diosa Fortuna que ni la una ni la otra, ni Palin ni Aguirre, lleguen un día al gobierno... ¡Dios nos pesque confesados si tal cosa llegase a ocurrir! Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska





"CONSERVADORES", por Marc Bassets
Blog "Diario de Washington"
LA VANGUARDIA, 09/02/2010

Sarah Palin, el movimiento tea party, los conservadores insurgentes proceden de una tradición antigua en la política americana. La tradición del resentimiento, del antielitismo y el antiintelectualismo, de la conspiración paranoica, dirán los críticos.

El historiador Rick Perlstein, autor de un ensayo sobre el precursor Goldwater, ha estudiado el fenómeno. Y ve dos líneas de continuidad con el movimiento conservador que en los años sesenta puso los fundamentos de la era conservadora en Estados Unidos.

Primera, "la gran corriente del individualismo", de la oposición de la base conservadora a cualquier tipo de acción estatal. Y segunda, "algo un poco más maligno", que sería definir el progresismo "como la maldad natural", algo que amenaza, entre otras cosas, la familia.

¿Y qué novedades presenta este movimiento en 2010? "No veo nada extraordinariamente nuevo", respondió Perlstein cuando hablé con él hace unas semanas. "Lo nuevo no es el movimiento sino la relación de las instituciones de elite y especialmente de la prensa con este movimiento".

El historiador recuerda que uno de los argumentos del movimiento conservador es que existe una conspiración de los medios de comunicación progresistas de la Costa Este -casi todos, según esta visión- contra la gente corriente. Existiría así una desconexión entre la elite mediática y la realidad de la calle, entre el país virtual y el real.

Perlstein denuncia que este argumento ha acabado creando una sensación de inseguridad en los medios de comunicación que antaño eran referentes. Ahora temen parecer progresistas porque les acusan continuamente de ello. Y el esfuerzo de imparcialidad acaba dando eco a mentiras, rumores y acusaciones descabelladas.

En un artículo en el Washington Post, el historiador recordaba que en los años sesenta estas metiras, rumores y acusaciones descabelladas no merecían la más mímima atención de los medios serios. "Era distinto -escribió-. Ustedes nunca oyeron al fallecido Walter Cronkite utilizando tiempo del telediario de la noche para 'desmontar' las acusaciones de que una propuesta para construir una clínica psiquiátrica en Alaska realmente era un campo para internar a derechistas críticos con el presidente, ni le vieron dando tiempo a quienes hacían estas acusaciones para que se explicasen ante las cámaras". Ahora sí.

Ahora algunos medios de comunicación presentan como una versión más de los hechos la denuncia, lanzada por Palin, de que la Administración Obama quería crear comité de la muerte, encargados de decidir si vale la pena tratar médicamente a los mayores o a los niños con síndrome de Down. En verano, y antes durante la campaña electoral, los medios de referencia dedicaron líneas y minutos a 'desmontar' mentiras sobre la religión o la nacionalidad de Obama. Según Perlstein, los que hace cincuenta años habrían sido considerados extremistas y excéntricos ahora ocupan un lugar respetable en los medios de comunicación.

Sarah Palin emerge como una líder de este movimiento sin líderes. "La adoran, hay un vínculo sólido". Palin "es fascinante", dijo el historiador, en la medida que traslada al presente la "imagen de ama de casa vengadora", un figura con antecedentes, como la activista Phyllis Shlafly en los años setenta.

Al nivel político actual, sin embargo, "no se ha visto nada semejante". Perlstein, cuando hablé con él, dudaba de que Palin llegase a la presidencia, quizá ni siquiera a la candidatura republicana. "Viendo sus movimientos, todo lo que ha hecho parece calculado para, de algún modo, garantizarse una carrera lucrativa", dijo. Las memorias multimillonarias, y el contrato con la cadena de televisión Fox News -la número uno de las cadenas informativas por cable- así lo parecen sugerir. "No creo que tenga las agallas, la paciencia, ni la disciplina. Y ella lo sabe", añadió. "La veo más como una figura mediática, y muy poderosa".

En Estados Unidos, los popes televisivos y radiofónicos son más poderosos que la mayoría de políticos. Creo que Sarah Palin es una figura fascinante y poderosa, destinada a influir en la política americana. Veremos si desde un cargo electo o no Palin aúna algo muy antiguo -la política de los agravios de la "mayoría silenciosa" frente a las corruptas élite mediáticas, política e intelectuales- y algo novísimo: el político como estrella de un reality show.

No sólo por los líos de su vida familiar, y el exhibicionismo de los implicados, sino también por la mezcla de victimismo y agresividad propio de los personajes de estos programas.

Las elecciones de 2008 trajeron lo que parecía un nuevo tipo de político que conmovió al mundo: Barack Obama. Pero también trajeron a Sarah Palin, una precursora que quizá anticipe -¿más que Obama?- la política del siglo XXI.





Viñeta de Forges





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Entrada núm. 1277 -

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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)

"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

Lágrimas de Eros.

domingo, 7 de febrero de 2010

Y la desesperanza se hizo verbo, y...





Rosa Díez, diputada de UPD




Y la desesperanza se hizo verbo, y habitó entre nosotros... Casi dos semanas sin atreverme a comentar nada, cualquier noticia o acontecimiento interesante, en el blog. De nuevo esa sequía que atenaza la voluntad escribidora cuando todo parece derrumbarse alrededor de uno. ¿Merece la pena y el esfuerzo el comentar lo que ya está en boca de todos?: la crisis está consumiendo no sólo al gobierno, sino lo que es peor, al país. La desesperanza se ha hecho verbo (palabra) y ha encarnado entre nosotros. La Bolsa se hunde, algo que a mi particularmente me la trae floja. Las encuestas dan por ganador a un PP, que no ha presentado ni una sola propuesta económica, política o social para salir de la crisis, en unas hipotéticas elecciones anticipadas que no se van a convocar. Los españoles suspenden a Zapatero, pero más a Rajoy. Aznar echando gasolina para apagar el incendio. Los nacionalistas, a lo suyo, mirándose el ombligo. Y el líder político más valorado es Rosa Díez (UPD), una populista de radicalismo más aparente que real. Mejor ponerse a leer a los clásicos. Es lo que estoy haciendo. Sigo con Michel de Montaigne como libro de cabecera (aunque yo le llamaría de guagua, pues no leo en la cama, pero sí en casi cualquier otra ocasión) y releo con fruición a Heródoto y su "Historia" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) y "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982), de Pío Baroja. Tres épocas, tres estilos, tres autores. Los tres juntos, pero no revueltos. Según las horas del día y el estado de ánimo. Es muy reconfortante.

A pesar de todo, sigo convencido que vamos a salir de ésta, todos juntos. A pesar del PP, la Bolsa, los nacionalistas, y los disparates del gobierno. A pesar del ruido mediático. Una democracia tiene recursos suficientes para afrontar cualquier crisis cuando esa crisis se plantea a los ciudadanos con veracidad, realismo, honestidad y sin demagogias.

Algunas voces se escuchan ya serenando ánimos. Sí, de acuerdo, con palabras solo no paliamos ni resolvemos la angustiosa situación de los parados, las familias sin medios económicos, las pequeñas empresas abocadas al cierre. Yo, desde luego, no tengo receta alguna que ofrecer. Pero me niego a perder la esperanza en la capacidad de los españoles para encauzar la crisis y, finalmente, resolverla.

José Luis Leal, que fue ministro de Economía con UCD en el gobierno de Adolfo Suárez y luego presidente de la AEB (Asociación Española de Banca) escribe ayer en El País un artículo ("Un toque de histeria") serenando los ánimos. Con cifras, que es como se miden las cosas, considera excesivo y carente de base real el castigo que los valores españoles están sufriendo en la Bolsa, no comparte la similitud de la situación española con la griega, portuguesa o italiana (propiciada por un sector de la prensa anglosajona) y compara el déficit comercial y el endeudamiento del sector público en relación con el PIB de España y de Gran Bretaña y resulta que España está mucho mejor, o bastante menos mal, que los británicos. Sí, de nuevo, está la cuestión del paro. Pero al menos paremos la histeria colectiva, nos dice, y pongámonos a trabajar. Todos. Sin ponernos zancadillas.

La cuestión política es harina de otro costal. Aquí parece que ya no hay cura, cuidados paliativos ni árnica posible. Si los españoles desconfían de la capacidad del gobierno para sacarnos de la crisis (con bastante razón), tampoco parece que la oposición merezca confianza alguna. La desconexión entre ciudadanía y clase política es ya casi absoluta. Nadie, salvo ella misma, cree que está a la altura de las circunstancias. Ni por asomo. Y la verdad es que esa desconfianza está justificada.

Víctor Pérez Díaz, sociólogo, profesor de universidad, y presidente de "Analistas Socio-Políticos", escribía en El País del pasado día 4 ("La desconexión") lo siguiente: "No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras". Pero ante ello, añade, "deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo, porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella". Y salir de ella también.

Más pesimista sobre la crisis política que se está gestando a causa de la económica se muestra Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla ("Crisis política") también en El País de ayer sábado. "Tengo la impresión -dice- de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora". De nuevo la misma crítica, justificada, a la cortedad de miras de la clase política española.

Espero que les resulte interesante la lectura de los artículos citados. Los reproduzco íntegramente más adelante. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt




José Luis Leal, ex ministro de Economía con UCD




"UN TOQUE DE HISTERIA", por José Luis Leal
EL PAÍS - Opinión - 06-02-2010

El castigo que están sufriendo en la Bolsa los valores de nuestro país es, a mi juicio, excesivo, y carece de base real. Es cierto que los mercados sufren de tiempo en tiempo accesos de histeria, pero esta vez parece que ésta ha ido más lejos de lo que suele ser habitual, incluso en los tiempos agitados que corren.

Desde hace algún tiempo, la prensa anglosajona nos ha incluido en el despectivamente llamado grupo de los pigs (Portugal, Italia, Grecia y España) y ha tratado de asimilar estrechamente nuestra situación económica a la griega. Sería absurdo negar algunas similitudes, pero lo que no es aceptable es que los problemas económicos actuales se circunscriban de manera prioritaria a los países europeos que bordean el Mediterráneo.

Algunos observadores, con más tino, hablan de los países periféricos (se supone que al centro de la Europa continental), entre los que se encuentran Irlanda y, sobre todo, Inglaterra. Nuestra situación económica de parecerse a alguna otra, se acerca más a la inglesa que a la griega.

Tanto Inglaterra como España han sufrido el choque simultáneo de dos crisis: la financiera y la de la construcción residencial. Inglaterra sufrió más el impacto de la crisis financiera y nosotros nos vimos más afectados por la crisis de la construcción, pero el resultado final ha sido parecido en los dos casos, ya que hemos sufrido un fuerte deterioro de las finanzas públicas que ha venido a añadirse al persistente desequilibrio exterior que ya venía produciéndo-se desde hace años; en el caso inglés desde el inicio del descenso en la producción petrolífera de los yacimientos del Mar del Norte.

El que Inglaterra no pertenezca a la zona del euro no cambia sustancialmente la situación. Su independencia le ha dado más capacidad de maniobra en esta crisis, pero no la ha eximido del ajuste. En realidad, basta con observar las previsiones de los organismos internacionales para comprobar que, a pesar de la devaluación de la libra, la corrección del déficit comercial con el resto del mundo en los próximos años será menor que la de España.

La Comisión Económica de la Unión Europea prevé para nuestro país una caída del déficit comercial en relación con el PIB, entre 2008 y 2011, del 7,9% al 3,2%, mientras que las cifras correspondientes para Inglaterra son, respectivamente, del 6,5% y el 5,2%. Es cierto que Inglaterra exporta muchos servicios y que su déficit por cuenta corriente será menor que el nuestro en los próximos años, pero el abandono de la base industrial inglesa tal vez no sea el mejor camino a largo plazo para superar la crisis, tanto más cuanto que no sabemos de qué estará hecho el mañana de los servicios financieros, de los que vive Londres y una buena parte de Inglaterra.

A lo largo de esta crisis, tras el descalabro de algunos grandes bancos ingleses, el Banco de Inglaterra se ha lanzado con desmesurado entusiasmo al ahora llamado Quantitative Easing, que consiste pura y simplemente en lo que antaño se llamaba "mone-tización de la deuda pública", término con el que se descalificaba a los bancos emisoresque la practicaban. Aún con el indiscutible saber hacer en materia financiera de los ingleses, está aún por ver cómo regresará a la normalidad su sistema financiero.

En dos aspectos clave para la sostenibilidad de las finanzas públicas, Inglaterra se sitúa a medio camino entre España y Grecia. Me refiero al endeudamiento del Sector Público en 2008 (99,2% del PIB en Grecia, 52% en Inglaterra y 39,7% en España) y a la tasa de ahorro nacional de la economía (7,2% del PIB en Grecia, 15,2% en Inglaterra y 19,8% en España). Es bastante obvio que las perspectivas de un país con un sector público fuertemente endeudado y con una baja tasa de ahorro no son las mismas, desde el punto de vista financiero, que las de otro con un Sector Público relativamente poco endeudado y con una elevada tasa de ahorro interno.

Afortunadamente estamos en el segundo caso, si bien el margen del Gobierno es bastante estrecho, especialmente porque pesa sobre nosotros el drama del desempleo, terreno en el que desgraciadamente superamos a todos los países de nuestro entorno. Los cuatro millones de parados que nos ha dejado hasta ahora la crisis requieren un esfuerzo importante para aliviar su situación y poderles ofrecer alguna perspectiva de futuro.

La crisis por la que atravesamos es la más dura desde la que tuvo lugar en 1929 y por ahora podemos decir, al menos, que las consecuencias serán bastante más limitadas que las que ocurrieron en aquellos lejanos años. Es una consideración que conviene tener en cuenta, lo cual no nos exime, ni a nosotros, ni a los ingleses, ni a nadie, de poner orden en la economía.

Si nuestras autoridades fueran capaces de enfrentarse de verdad con los problemas que tenemos planteados, si fueran capaces de explicar las cosas con claridad y aprovechar el momento difícil por el que atravesamos para llevar a cabo las reformas que nuestro país necesita, la confianza podría iniciar el camino de retorno y podríamos ver con algo más de esperanza el porvenir de España. El documento que el Gobierno ha enviado a Bruselas sobre el ajuste de la economía contiene elementos interesantes que requerirían algún comentario oficial como, por ejemplo, el cierre presupuestario del pasado año y las perspectivas para éste que acaba de comenzar.

Con un poco de suerte y un mucho de explicaciones razonables, los mercados podrían abandonar la histeria actual y considerar con más calma los condicionantes de fondo de nuestra economía que, a pesar de todo, son más sólidos de lo que los vaivenes de las bolsas parecen indicar.




Víctor Pérez Díaz, sociólogo




"LA DESCONEXIÓN", por Víctor Pérez Díaz
EL PAÍS - Opinión - 04-02-2010


La sociedad española está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha ante la crisis. Es necesario pensar en el grave divorcio actual entre los políticos y la ciudadanía.

La crisis actual va a afectar a la sociedad española de un modo tan profundo y duradero que no puede por menos que suscitar esperanza. La crisis puede traernos una repetición de aquella experiencia de 13 años de los ochenta a mediados de los noventa, con su media de 18% de tasa de paro y su agitada retórica del cambio. También puede situar a España en una larga senda de crecimiento insuficiente, proporcionado al modesto nivel (logrado tras 30 años de turnos de izquierdas y derechas) de su competitividad, su innovación tecnológica, su educación superior, su unidad interna y su influencia geoestratégica. Ante ello, deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo. Porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella.

No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras.

Cuando un país es como una habitación a oscuras, nadie ve nada, nadie escucha nada, y los consejos se los lleva el viento. Si son los que las gentes quieren oír, no hacen falta; y si no los quieren oír, es obvio que no los oyen y tampoco son necesarios. Pero lo que los consejos no consiguen, lo hace a veces la realidad misma. Puede suceder que una ventana se abra, o que la realidad rompa la pared, por el hueco entre un raudal de luz, y la habitación se ilumine sin remedio. A veces, la ocasión de que esto ocurra es un asunto menor, casi una anécdota. Por ejemplo, llega el momento en el que a España le toca la presidencia europea, todos imaginan que será un periodo de vino y rosas, y, sorpresa, sorpresa, un extranjero se atreve a decir que "el rey está desnudo" como en el cuento de Andersen. La crítica parece insólita porque no encaja con las maneras de la corte. Pero ahí queda.

A veces la realidad irrumpe en la habitación bajo la forma de una encuesta; por ejemplo, una reciente que acabo de analizar junto con Juan Carlos Rodríguez (La travesía del desierto, Cuadernos de Información Económica Española, diciembre 2009). En ella se observa una sociedad atenta, que quizá considera todavía la crisis cosa de parados e inmigrantes, es decir, de otros; pero la ve crecer con preocupación creciente. En parte, porque apenas confía en la clase política. Sólo un 20% cree que el Gobierno la afronta bien; un 30% espera que el PP la afronte mejor; el 43% no confía en ninguno de los dos. Lo del Gobierno parece más grave, porque se le juzga por el poder que tiene hoy, y no por los gestos y las palabras de quienes quizá lleguen al poder (o no) en dos años. Además, el 68% piensa que el Gobierno ha informado de la crisis tarde y mal, y sólo un 44% cree que siquiera entiende sus causas. Confía tan poco el público en lo que le dicen los políticos que parece no reparar en lo que le cuentan del pacto social para luchar contra la crisis. Un 56% declara no haber oído hablar de él, y, entre quienes sí han oído hablar, sólo el 41% cree que se firmará, aunque le conceden poca importancia. El público trata la información sobre el pacto social como si fuera un ruido, al que no atiende. Tampoco al público le entusiasma lo que los políticos hacen con el sistema financiero; bastantes no ven razón para salvarlo, ni creen que el hacerlo resuelva muchas cosas. Cierto que el asunto es intrincado, y actitudes similares se encuentran en otros países; pero aquí la desconfianza forma parte de un síndrome general de desconexión entre ciudadanía y clase política del que hay más ejemplos; como las críticas que se hacen a la insuficiencia del fomento de la innovación tecnológica, o al exceso de dinero fácil, de crédito a la construcción y la compra de viviendas, y de dependencia energética. Políticas (o ausencia de ellas) de muchos años, que parecen comunes a políticos de distintos colores. Ello debería hacerles más humildes y comprensivos los unos con los otros. Pero he aquí que no: que se echan la culpa como si unos fueran muy buenos y otros muy malos. Fatiga verles jugar eternamente este juego infantil, con el que evidentemente ellos disfrutan muchísimo. Pero el público no disfruta tanto; y lo dice: el 68% piensa que los dos grandes partidos se tratan como auténticos enemigos y no como meros adversarios. Obviamente, entre enemigos no puede haber sino odios disimulados, compromisos inestables y deslealtades a la primera ocasión. Ello sugiere no una comunidad política sino una contienda civil latente, y a la larga contribuye a desmoralizar una sociedad de la que poco menos de un tercio suele interesarse en la política, y poco más de un tercio suele confiar en los demás.

La sociedad está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha. Ni le ayudan a entenderla unos medios de comunicación que el 69% de la sociedad ve poco objetivos, y que, atentos a sus agendas, a la larga la dejan ni más sabia ni más ecuánime, y sí más expuesta al espíritu partidista y al eslogan de turno. Así las cosas, la sociedad se obceca con problemas como, por ejemplo, el de la reforma laboral, porque se ofusca con la palabra "abaratamiento" y no centra su atención en la dualidad escandalosa del mercado de trabajo, ni ve que la creación de trabajo es un proceso temporal en el que hay que fijarse en los incentivos de hoy para conseguir los resultados mañana, y a veces se deja impresionar por apelaciones a manifestaciones de lucha contra el paro que recuerdan las rogativas de antaño clamando por la lluvia.

Por su parte, la opinión experta, bien intencionada y capaz, avanza algunos pasos pero aún le falta aliento y acierto para la tarea pedagógica que tiene por delante, y sus consejos se pierden en el ruido ambiente antes de llegar al personal. Es curioso que al cabo de 33 años de democracia nos encontremos en esta situación. Recuerda otros tiempos. Si lo pensamos bien, España ha tenido dos periodos de orden más o menos liberal democrático y capitalista, que duraron entre 30 y 40 años. Uno, el periodo liberal que arranca con la primera guerra carlista y acaba en el caos del cantonalismo y la tercera guerra carlista, allá por los años setenta del siglo XIX. Otro va desde la Restauración hasta la crisis de los años siguientes a la Primera Guerra Mundial y la dictadura. En ambos tuvo lugar un proceso de desconexión entre la clase política y la ciudadanía, de desafección general, a veces de radicalización de minorías de sentimientos intensos, de debilidad del sentido cívico de las élites económicas, de pérdida de calidad del liderazgo político, de aumento de las divisiones internas y de marginación o irrelevancia del país en la escena mundial.

Por supuesto que la historia no se repite siempre; a veces ni siquiera se repite, sino que continúa. Pero en todo caso, ahora que estamos a 33 años del comienzo de una nueva aventura democrática no sería ocioso pensar en estas cosas, aprovechando la crisis. Podríamos pensar en la desconexión entre clase política y ciudadanía; que es, tampoco lo olvidemos, responsabilidad de ambas. Pensar en ello podría darnos una inyección de optimismo, y poner a prueba si tenemos cabeza y corazón para enfrentarnos con la realidad.




Javier Pérez Royo, profesor de Derecho Constitucional




"CRISIS POLÍTICA", por Javier Pérez Royo
EL PAÍS - España - 06-02-2010

Sin remontarnos más allá de los comienzos de la transición, es una evidencia que, desde entonces hasta hoy, hemos pasado por varias crisis económicas de no pequeña intensidad y de variada duración. La transición a la democracia se hizo en medio de la crisis desatada por el encarecimiento brutal del precio del petróleo, que llevó a unas tasas de inflación de dos dígitos en todos los países industrializados y en España de hasta el 30%, crisis que puso en cuestión el propio desarrollo del proceso constituyente y a la que hubo que hacer frente con un pacto político de enorme amplitud, como fueron los Pactos de la Moncloa. A pesar de las medidas adoptadas en dichos Pactos, la crisis se mantuvo algo más allá de la primera mitad de los años ochenta. Eran crisis, además, como recordaba recientemente Jordi Pujol en una entrevista en Informe Semanal, de un país pobre, que disponía de muy pocos instrumentos para luchar contra ellas, entre otros, de una muy baja cobertura frente al desempleo.

De esas crisis se salió, de la misma manera que se volvería a salir de la crisis de la primera mitad de los noventa, en la que la tasa de paro llegó a alcanzar casi el 24% de una población activa mucho menor que la actual. Y se salió bien, con una economía más abierta y un aumento de renta que nos aproximó a los países de la Unión Europea, no a la de los Veintisiete, sino a los de antes de la ampliación.

A lo largo de estos algo más de 30 años, el sistema político español ha pasado la prueba de hacer frente a situaciones de crisis, siendo capaz de adoptar las medidas que fueran necesarias para salir de ellas. Y para salir de ellas no de cualquier manera, sino para salir mejor de lo que se entró. Ha habido momentos de tensión política muy alta, pero, a pesar de ello, se hizo lo que se tenía que hacer. No ha habido una crisis política que se superpusiera a la crisis económica cuando ésta hacía acto de presencia. Los ciudadanos han confiado razonablemente en que sus instituciones representativas iban a actuar de manera adecuada y no se han visto defraudados en esa confianza.

Lo que diferencia a la crisis actual es que sí se está produciendo la coincidencia de una crisis económica con otra de naturaleza política. Hace unas semanas, un estudio de opinión en Cataluña ponía de manifiesto una desconfianza bastante generalizada de los ciudadanos hacia sus dirigentes políticos. Pocos días después llegaba a la misma conclusión el barómetro de IESA para Andalucía. Y el pasado jueves se dio a conocer el estudio del CIS, en el que se pone de manifiesto que esa desconfianza es general en toda España. Un porcentaje altísimo de ciudadanos cree que quien está en el Gobierno no ha hecho bien los deberes en el inmediato pasado y tampoco confía en que los vaya a hacer bien en el presente e inmediato futuro. Pero el mismo porcentaje muestra la misma desconfianza en quien ocupa la oposición con posibilidades de convertirse en Gobierno.

La imagen que dibujan estos estudios es desconsoladora, sobre todo porque un día sí y otro también van apareciendo noticias sobre prácticas corruptas, de naturaleza económica, como las asociadas al caso Gürtel o al caso Palma Arena, o de naturaleza política, como las del espionaje a Cobo o las intrigas de Esperanza Aguirre para controlar Caja Madrid, o la maniobra de Núñez Feijóo para controlar el proceso de fusión de cajas de ahorro gallegas mediante la aprobación de una ley a toda velocidad, que parece que tiene problemas muy serios de constitucionalidad en opinión del Consejo de Estado, que no pueden hacer otra cosa que dinamitar la confianza de los ciudadanos en sus representantes.

Y eso dejando de lado lo que está ocurriendo con el recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que lleva ya más de tres años en vigor, sin que todavía el Tribunal Constitucional haya sido capaz de resolverlo y que, dependiendo de cómo lo resuelva, puede introducir un elemento adicional de desconfianza no ya en los políticos, sino en la propia estructura del Estado.

Tengo la impresión de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora.




José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno




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martes, 19 de enero de 2010

Desasosiegos





Portada de "Blanco sobre negro", de Rubén Gallego




En la primavera de 2006 la página electrónica de "Escuela de Escritores" (aquí) lanzó una convocatoria a través de Internet para proponer a los lectores que eligieran por mayoría la palabra más bella del castellano. Veinte y pico mil internautas propusieron 7130 palabras. Ganó "amor", seguida de "libertad". Dos docenas de personas propusieron "desasosiego"; yo, entre ellas, alegando en su favor el que me parecía una expresión hermosísima para explicar un estado de ánimo que encontraba muy generalizado en el hombre urbano de nuestro tiempo.

Hace muy pocos días una amiga me ha escrito sobre mi entrada en el Blog del pasado viernes ("Banalización de la tragedia", 15/01/2010) para comentarme sus impresiones sobre la frase final del artículo: "Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello...", que me dice compartir y haberle hecho reflexionar sobre la banalización del sufrimiento y dolor ajeno que aspirar a ser felices conlleva, como si uno no tuviera derecho a buscar mecanismos de defensa en forma de burbuja para no estremecerse ante el horror... Su respuesta me ha provocado un cierto desasosiego: falta de quietud, tranquilidad, serenidad ("Diccionario de la Lengua Española", 22a. edic.) y me ha hecho recordar una frase cuya autoría no puedo precisar: "la felicidad no es más que la ausencia de dolor". Y pienso que no puede ser malo aspirar a la felicidad, en ninguna circunstancia.

Otra amiga muy querida también me ha regalado por Navidad un pequeño librito cuya lectura me ha dejado bastante desestructurado el ánimo: "Blanco sobre negro" (Punto de Lectura, Madrid, 2004), del escritor ruso de origen español Rubén Gallego (aquí). Nieto del dirigente del PCE Ignacio Gallego, nació en 1968 con parálisis cerebral en una clínica de Moscú. Con un año y medio de edad fue separado de su madre, a la que le dijeron que había muerto, y comenzó un interminable periplo de traslados por hospitales, orfanatos y asilos que duró 20 años, hasta que con la desaparición de la Unión Soviética, pudo escapar y buscar sus raíces familiares, que desconocía por completo.

"Blanco sobre negro" es un relato autobiográfico de sus recuerdos de esos veinte años de oscuridad, estructurado en pequeños capítulos que relatan escenas que dejan el ánimo en suspenso sobre el periplo vital de una persona que a fuerza de voluntad logra sobrevivir en un mundo de horrores escondidos a la vista del resto de la humanidad para no desmerecer ni deteriorar la imagen de un "paraíso" en donde todo el mundo tenía la "obligación" de ser feliz. Y todo ello, sin una sola palabra de rencor, odio ni desprecio hacia nadie ni hacia nada. Con una salvedad, quizá, la del capítulo que lleva por título "Volga" (páginas 142-148), que dedica a la memoria de su abuelo: "Pero entonces habría podido llamar. Podría haber llamado al director de nuestra casa de niños por un teléfono secreto. El director de nuestra escuela era comunista, y los comunistas siempre se ayudan entre ellos. Me habrían llamado a su despacho y me habrían contado con gran sigilo sobre mi abuelo, el mejor abuelo del mundo. Y yo lo hubiera entendido todo. Yo era un niño inteligente. Todo lo que yo necesito saber es que él está en alguna parte, saber que realiza una misión secreta y que no puede venir a verme. Yo habría creído que él me quería y que vendría algún día. Y lo hubiera querido incluso sin el salchichón. O a lo mejor el no había tenido miedo de que lo descubrieran. ¿Y si a lo mejor él había comprendido que los espías americanos rara vez se asoman a nuestra pequeña ciudad de provincias y a mi me hubieran dejado contar todo sobre mi abuelo secreto? Contar sólo un poquito. Mi vida habría sido completamente distinta. Dejarían de llamarme negro de mierda, las niñeras dejarían de gritarme. Y cuando mis maestros me alababan por mis buenas notas, ahora comprenderían que no soy simplemente el mejor alumno de la escuela, sino que soy el mejor, como mi heroico abuelo. Y yo me habría convencido de que después de acabar la escuela no me llevarían para dejarme morir. Me vendría a buscar mi abuelo y me llevaría. Todo habría cambiado para mi. Dejaría de ser un huérfano. Si una persona tiene parientes, no es huérfana, es una persona normal, una persona como las demás. Pero Ignacio no vino. Ignacio no escribió. Ignacio no llamó. Yo no lo entendía. No lo entiendo. Nunca lo entenderé".

Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





El escritor ruso-español Rubén Gallego




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lunes, 18 de enero de 2010

RBC





Sala del Museo Canario (Las Palmas, Canarias)





Hacía ya bastante tiempo que no comentaba nada sobre la idílica vida que soportamos los ciudadanos de la RBC (República Bananera de Canarias) bajo el mandato de ATI-CC y sus palanganeros del PP. De la situación del Museo Canario (ver aquí), la más importante de las instituciones científico-culturales (privadas) de Canarias, abocada al cierre por la desidia de "todas" las instituciones públicas implicadas: Ayuntamiento de Las Palmas (gobernado por el PSC), Cabildo de Gran Canaria (gobernado por el PSC y NC), y Gobierno de Canarias (des-gobernado por ATI-CC y PP), no voy a hablar hoy porque ya lo he hecho en ocasiones anteriores y tampoco es cuestión de estar lloriqueando por las esquinas todos los días. Total, ¿para qué? Sólo es una institución centenaria y emblemática... Tenemos tantas y tan importantes que por una que se vaya al traste...

No. Hoy quiero dejar constancia de la ralea que gobierna esta maravillosa y desventurada tierra. Y lo hago trayendo a colación sólo una pequeña anécdota, protagonizada por un individuo (por llamarle algo), don Hilario Rodríguez, concejal de Seguridad Ciudadana por ATI-CC en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, co-capital del arhcipiélago, que ha amenazado públicamente con darles una pedrada a los manifestantes "godo-españoles" (es decir, canarios de origen peninsular), que se opongan al Plan General de Ordenación Urbana de la capital tinerfeña.

Si viniera de alguien inteligente, la cosa sería preocupante, pero viniendo de quién viene, la verdad es que sólo llama al llanto, de risa o de pena. Elijan ustedes. Y sean felices, por favor. Don Hilario Rodríguez sólo hay uno, y por fortuna está en la isla de enfrente. Tamaragua, amigos. HArendt





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"UNA PEDRADA POR GODO"
LA PROVINCIA / DLP
Lunes, 18/01/2010
Daniel Millet / Santa Cruz de Tenerife

Hilario Rodríguez, concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, dijo el pasado viernes durante una tertulia en un programa radiofónico local que le lanzaría una pedrada a un manifestante por "ser español", por ser "godo".

"Me sorprendió el otro día cuando intervino en las puertas del Ayuntamiento un español, con acento... pronunciando las ces y las zetas. Si yo estoy en una manifestación e interviene un español como aquél, a manipularla, porque aquél era un godo, aquél era un godo, el tenicazo [pedrada] que le doy, primo..." Éstas fueron las palabras textuales del concejal de Seguridad santacrucero, entre las risas de quienes compartían micrófono con él.

Pero Hilario Rodríguez fue más allá al criticar al responsable del Centro de la Cultura Popular Canaria, César Rodríguez Placeres, y a la emisora que dirige, Radio San Borondón, que ha dedicado horas de programación especial contra el PGO de Santa Cruz. "El de la radio esa cultural, San Borondín, o algo de eso", dijo despectivamente, para luego señalar que le gustaría encontrárselo un día para "repetir lo de Ofra", porque "tengo muy malas pulgas". El concejal se refería a un incidente que él mismo protagonizó en 2007 al encararse con un manifestante que protestaba por una acción de la Unipol, el cuerpo especial de la Policía Local de la capital. Rodríguez llegó a decirle a una de las personas concentradas en aquella ocasión en el barrio santacrucero: "Si no estuviéramos aquí, te metía un piñazo por mentiroso..."

La Plataforma Ciudadana contra el PGO considera "gravísimas" las declaraciones de Hilario Rodríguez y su abogado, Felipe Campos, anunció una querella.




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viernes, 15 de enero de 2010

Banalizar la tragedia




Tragedia en Haití




Fue mi admirada filósofa y teórica de la política, Hannah Arendt (1906-1975), una de las primeras voces que desde su condición de judía, y con motivo del juicio llevado a cabo en Jerusalén contra Adolf Heichmann (1961) habló y escribió sobre la banalización del mal a base de reiterar noticias que no profundizaban en la verdadera dimensión de la tragedia humana que supuso el holocausto del pueblo judío a manos del régimen nazi.

No quiero caer en esa banalización yo también al escribir sobre la terrible tragedia que acaba de asolar a Haití. Me niego a ello, simplemente por pudor. Y por impotencia. Y por respeto a las víctimas.

He elegido tres crónicas de entre las muchas que se están escribiendo entre ayer y hoy, que desde distintos puntos de vista, alertan acerca de la posibilidad de caer en una banalización de la tragedia haitiana a fuerza de repetir hechos y tópicos en una interminable sucesión de imágenes y comentarios que parece no tener fin. Decidan ustedes cual se aproxima más a los sentimientos que les embargan en estos momentos y párense unos instantes a reflexionar sobre el desamparo de la condición humana. .

La primera es del profesor y periodista Xosé Luis Barreiro, publicada en La Voz de Galicia, ayer jueves; "¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! -clama, no se muy bien si al cielo, o a quién-. Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, -dice-, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes".

La segunda del también periodista y escritor, Juan Cruz, de hoy viernes, que la escribe estremecido por las declaraciones del nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, para el que es mucho más terrible la falta de espiritualidad de la sociedad española que la tragedia humana que asola a los haitianos, que según parece, deberían dar gracias a Dios -desde luego ese dios no es el mio- por haberles llevado hasta Él.

La última, del escritor David Trueba, también de hoy, denuncia esa banalización de la tragedia de la que hablábamos hace unos momentos. Dice Trueba: "Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados".

Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello.

En la Sección "Vídeos" del Blog, en la columna de la derecha, pueden ver dos series de vídeos sobre Hannah Arendt: en español, y en francés (subtitulada en castellano). Espero que les resulten interesantes. Tamaragua, amigos. HArendt





El profesor Xosé Luis Barreiro




EL HAITÍ DE LOS SIETE ÁNGELES", por Xosé Luis Barreiro
A TORRE VIXÍA - LA VOZ DE GALICIA - 14/01/2010

La crónica de Haití -terrible y desesperada- está escrita en el Apocalipsis (16,1): «Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los Siete Ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios». Sobre una superficie similar a la de Galicia se acumulan 9 millones de habitantes, el 70 % pobres y el 48 % analfabetos. El PIB per cápita, calculado en 791 dólares anuales -equivalente al 2,24 % del PIB per cápita de España- sitúa a Haití entre los 25 países más pobres del mundo, en los que se concentran la miseria, la enfermedad y la dictadura.

Sobre ese país, creado por los esclavos en 1804, pesó el largo acoso del imperialismo europeo, una durísima invasión y expolio americano, la dictadura de los Duvalier, la tremenda inestabilidad del régimen constitucional establecido en 1987, los facciosos enfrentamientos que siguieron a la caída de Aristide, y un rosario de temblores, vientos y riadas que culminaron en el famoso huracán Jeanne , que en el año 2004 dejó un rastro de 2.410 personas muertas o desaparecidas, y enormes extensiones de cultivos arrasados.

Y la «séptima copa del furor de Dios» la vertió el Ángel en la tarde del pasado martes, cuando un enorme terremoto arrasó Puerto Príncipe y sembró miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte.

La crónica verdadera es esa: «miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte». Y eso hace que, a la hora de enfrentarse a tan inconmensurable tragedia, la comunidad internacional no puede limitarse a mostrar su solidaridad, más o menos ensayada, sobre una catástrofe natural, imprevista y sin culpables. Porque la tragedia de Haití se agranda con una historia de injusticia, expolio y despotismo que es, antes que nada, una horrible herencia de los ricos.

Si no se aprovecha esta «séptima copa de furor» para reconstruir el país y cambiar su historia, no se hará justicia. Y esa es la tarea que los ciudadanos del Occidente poderoso debemos exigir -porque solo costaría unas migajas- a Gobiernos como los nuestros que, todavía ayer tarde, seguían obscenamente preocupados por la crisis.

Y también es buen momento para insistir en mi reivindicación posterior a todos los tsunamis y terremotos: ¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes. Porque la tierra ya se encargará, por desgracia, de que no caduquen los recursos ni se agarroten los equipos, y de distribuir -con equidad insobornable- sus beneficios.





El escritor Juan Cruz




"LLORA Y SE PONE A LLAMAR A JESÚS", por Juan Cruz
Del Blog "Mira que te lo tengo dicho"
15/01/2010

En su estremecedora crónica de hoy desde Haití, Pablo Ordaz cuenta que alguien llora y se pone a llamar a Jesús; y si Jesús acudiera sería la primera vez en la historia que ese pueblo perdido por la desgracia y por el terremoto recibe semejante visita. La historia, una más entre las muchas que Pablo resume en ese texto escrito en medio del rumor horroroso de la muerte, cae a plomo sobre la desafortunada comparación que ayer hizo en la radio el nuevo obispo de San Sebastián, Munilla. El obispo puso en el mismo nivel el horror de Haití y el desamparo espiritual en el que dice que vivimos los seres humanos de este mundo. Que es tan trágico no estar en Dios que estar muerto en Haití, o incluso es peor, decía el sacerdote, vivir en el descreímiento que haber sucumbido bajo las piedras enloquecidas de ese seísmo. La arrogancia de la Iglesia tiene estos rescoldos, estos representantes que esparcen falta de compasión y basan este desdén por el dolor real, tangible, por la muerte de los seres humanos, en nombre de su arbitraria interpretación de lo que ellos consideran lo espiritual. Andan por la vida como si el catecismo fuera de acero, lo llevan en la mano para arrojarlo sobre las cabezas de los descreídos, y en nombre de su creencia ignorar el sufrimiento orque no son capaces de padecer. De Munilla se esperaba cualquier cosa, pero ha madrugado, y ahí está ya, regalando a los oídos de la infamia una comparación que ha puesto los pelos de punta a sus propios correligionarios.





El escritor David Trueba





"HAITÍ", por David Trueba
EL PAÍS - 15/01/2010

Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití. Qué ridículas todas las querellas, cuando la naturaleza golpea con tal fuerza y nos recuerda lo poco que somos. Y sin embargo, el periódico sale y cada uno cumple con su minúscula labor, ésa es nuestra defensa contra el horror. Desde que llegaron las primeras noticias del terremoto, las agencias de prensa y los medios de comunicación han tratado de representar la desgracia humana, han peleado por acercarla, por hacerla nuestra. Así, la lejanía del lugar, la pobreza de las víctimas, toda esa distancia emocional puede ser pulverizada por la información. Los noticiarios de ayer y de hoy traen un reguero de imágenes asombrosas que convierten la tragedia, por qué no decirlo, en un fenómeno doloroso pero fotogénico.

A menudo, la gente se pregunta cómo un fotógrafo o un reportero pueden abstraerse de lo que retratan y salir indemnes de aquello que captan con su cámara. Se parecen a esos cirujanos que operan un corazón abierto tratando de esmerarse en la técnica, sin dejar que los sentimientos infecten su profesionalidad. Para muchos es cruel, pero es sencillamente el oficio de acercar a los que están más lejos la realidad cotidiana del desastre. Son imprescindibles.

El peligro que corremos tras la torrentera de imágenes es el de la banalización, el efectismo sin sustancia, el abuso de la emoción, hasta degenerar en la indiferencia. Hay demasiadas pantallas, demasiadas ventanas, para que cualquier suceso no pase a ser carnaza, alimento del morbo y finalmente una vulgaridad. La repetición, la carencia de contexto, pueden pervertir una imagen hasta su vaciado. Ayer se emitían, en bucles sin fin, imágenes demoledoras a espaldas del locutor o la presentadora, como un forillo, un relleno, convirtiendo el horror en un mero elemento decorativo. Esas imágenes, algunas espectaculares, deben tratarse con mimo y cuando no cumplen la función básica para la que fueron tomadas preservarse como un tesoro. Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados.




La filósofa política Hannah Arendt




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martes, 12 de enero de 2010

Política y ciudadanía





El profesor Fernando Vallespín




El pasado 26 de diciembre publicaba El País un artículo del profesor Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, titulado "¿Quiénes son peores, nuestros políticos o los ciudadanos?", que reproduzco más adelante. El comentario del profesor Vallespín, se centra en el análisis del barómetro de noviembre del Centro de Investigaciones Sociólogicas, en el cual aparece, en tercer lugar entre los principales problemas que más preocupan a los españoles, la actuación de la clase política y de los partidos políticos. Pueden acceder a la encuesta del CIS pinchando en este enlace.

He aprovechado el relativo descanso de las vacaciones navideñas para pensar en lo que supone esa creciente desafección ciudadana por los políticos, la clase política en su conjunto, y lo que es más grave, por la política en general, partiendo de los datos que se reflejan en la encuesta del CIS y del atinado comentario del profesor Vallespín. Les confieso no haber llegado a conclusión alguna, pero me ha impulsado a retomar algunas lecturas, pasadas unas y recientes otras, que me han resultado muy interesantes.

Entre las más recientes, encuentro una lapidaria frase del profesor Alfonso Ruíz Miguel, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, en su artículo "El libro de los hilos que se entrecruzan" (Revista de Libros, núm. 157, enero 2010), comentando el libro del escritor mexicano Jesús Silva-Herzog, titulado "La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política" (Fondo de Cultura Económica, México, 2009). Dice así: "En política, la búsqueda de la perfección, la utopía de una convicencia humana más allá del conflicto, es no sólo una ilusión vana, sino también dañina, como lo han demostrado los totalitarismos del siglo XX". Ese comentario parece coincidir en gran manera con el pensamiento sobre la función de la "política" de uno de los grandes filósofos políticos del pasado siglo, el norteamericano Richard Rorty (1931-2007), cuyo libro "Pragmatismo y política" (Paidós-UAB, Barcelona, 1998) ha sido, casualmente, una de las relecturas conque me entretuve en las pasadas fiestas navideñas.

En uno de los artículos que recopila el libro citado ("Trotsky y las orquídeas silvestres"), dice Rorty: "Si uno enseña filosofía, como yo, se supone que debe contar a los jóvenes que su sociedad no es sólo una de las mejores inventadas hasta el momento, sino la que personifica la Verdad y la Razón. Negarse a decir tales cosas se considera una traición, una abdicación de la responsabilidad moral y profesional. Sin embargo, -añade- mi perspectiva filosófica, me impide decir esas cosas". A pesar de ello, en un párrafo anterior, ha dejado explícita confesión -que comparto con él- de "que pese a sus vicios y atrocidades pasadas y presentes, y pese a su continua ansiedad por elegir tontos y truhanes para altos cargos, su país, (Estados Unidos, pero yo añadiría que cualquier sociedad liberal-democrática occidental) es un buen ejemplo del mejor tipo de sociedad inventada hasta el momento".

En la introducción del libro, el también profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael del Águila, ha dejado escrito que "aunque no nos sea posible demostrar la superioridad racional o la universalidad de los valores que ligamos a la verdad o la justicia de la democracia, puede que merezca la pena luchar por esos principios y mostrarles una fuerte adhesión y un profundo compromiso". La estrategia rortyana ante las críticas a la sociedad liberal-democrática, dice el profesor del Águila, se condensa en una sola pregunta: "¿Se le ocurre a usted algo mejor?, discutámoslo".

Termino mis alusiones al libro de Rorty reproduciendo el párrafo inicial del artículo citado ("Trotsky y las orquídeas silvestres"): "Si hay algo de verdad en la idea de que la mejor posición intelectual es aquella atacada con igual vigor por izquierda y derecha, entonces estoy en buena forma". Dicho lo cual, aclaro, Richard Rorty estaba convencido de que "la utopía socialdemócrata de tolerancia e igualdad, de reformismo y Estado de bienestar, pese a sus enormes complicaciones contemporáneas, es la única que se sostiene ante la pérdida generalizada de referencias de la era posmoderna, transmoderna, metamoderna, o como queramos denominarla".

O lo que es lo mismo, que no es indiferente "ser" de izquierdas o de derechas. Y eso me lleva a mi segunda relectura navideña, con el también filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), que en su libro "Derecha e izquierda" (Taurus, Madrid, 1998), comenta con lucidez que aquellos que dicen que "no son de izquierdas ni de derechas, son siempre de derechas". Y aunque el idioma español distinga entre los verbos "ser" y "estar", creo que Bobbio tiene toda la razón. Así que, a pesar de mis múltiples contradicciones, no se me equivoquen, "soy de izquierdas" y "estoy a la izquierda". Lo cual implica mi profunda confianza en que la política tiene que servir para resolver los problemas de la sociedad de nuestro tiempo y mi profundo rechazo, también, a los que entienden la política como una simple estrategia para conquistar y perpetuarse en el poder.

Y es que como cuenta el profesor del Águila de la religiosidad de los indios de la región de Chiapas (México), lo importante para éstos respecto de sus creencias religiosas no es si son "verdaderas", sino si son "buenas", es decir, si les "sirven". Algo que también podríamos aplicar a las ideas y creencias políticas. Pues eso... Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





El filósofo político Richard Rorty




"¿QUIÉNES SON PEORES, NUESTROS POLÍTICOS O LOS CIUDADANOS?", por Fernando Vallespín
EL PAÍS - España - 26-12-2009

Seguramente a nadie le ha sorprendido que entre los principales problemas de España que recogía el barómetro de noviembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) figurara, en tercer lugar, la "clase política, los partidos políticos". Se veía venir, después de tantos años de crispación, de los nuevos desvelamientos de casos de corrupción y de su falta de unidad ante la mayor crisis económica que hemos sufrido en décadas. Esta desafección no deja de llamar la atención, porque los políticos, lejos de tratarnos mal a los ciudadanos, se relacionan siempre con nosotros con extremado cuidado, como si fuésemos niños malcriados a los que no se les puede negar nada.

Como los padres de hoy con sus hijos, piensan que perderán el favor de sus gobernados si no están siempre pendientes de cada uno de los caprichos. Además, su gestión la presentan siempre en positivo, como si el más ligero reconocimiento de sus faltas fuera a provocar nuestra ira y, sobre todo, beneficiar al adversario. Algunos llaman a esta forma de proceder "gobernar con las encuestas", y es la actitud que ha suplantado al más tradicional "liderazgo".

No parece, sin embargo, que tanta desconsideración hacia los políticos obedezca a que los ciudadanos echen en falta más liderazgo; lo que ahora se añora es la unidad. Su reproche va más bien en la línea de que parecen preocuparse más por sus intereses partidistas que por el bienestar general. Y que esa persecución del interés propio, paradójicamente, ha acabado por objetivarles dentro de una "clase" o "casta" con atributos comunes a todos ellos. Lo primero sería el interés del partido, luego ya los intereses generales. Se da así la curiosa contradicción de que aquéllos que supuestamente están encargados de resolver los problemas de todos son vistos a su vez como un problema. El colmo.

Mal lo tenemos, porque la confianza, como bien sabemos por los sociólogos, es la sustancia que sirve para cohesionar las sociedades y para hacerlas más capaces de facilitar la convivencia y de encontrar soluciones a cualesquiera que sean las dificultades. Capital social se llama. Y se refiere tanto a la confianza entre las personas y grupos sociales como a la que se tiene hacia los gobernantes y las instituciones. En todo ello nos ubicamos siempre en la parte baja de la tabla de las democracias avanzadas. Si esto es así, no sólo tenemos un problema en la política, sino también en la propia sociedad. Uno de los rasgos de la cultura política española estriba, precisamente, en nuestra poca implicación en lo colectivo, en el escaso sentido comunitario, en el desinterés por todo cuanto huela a política. Pero, también, en nuestro tozudo sectarismo. ¿Cómo explicar si no que puedan salir reelegidos candidatos acusados de corrupción?

Lo fácil en las sociedades donde existe un exiguo arraigo de la responsabilidad individual es echarles siempre las culpas a los dirigentes cuando las cosas nos van mal. A nadie se le ocurre hacerse la reciente reflexión de Barack Obama, parafraseando un discurso de Kennedy, "no te preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país". Cuestión difícil, porque, para empezar, no todos entendemos lo mismo por "país"; para algunos es su propia Comunidad Autónoma, sea o no "nación", y para otros es España.

Pero no hace falta ir a la comunidad más amplia, nuestro poco aprecio por lo público se manifiesta también al nivel más local. Si las virtudes de la ciudadanía se miden por la predisposición hacia los intereses generales, nuestros privatizados conciudadanos -sólo atentos a la política cuando alguna decisión que viene de ésta puede afectar alguno de sus intereses privados-, no desmerecen de lo que ellos mismos opinan de sus políticos.

Es indudable que gran parte de las imputaciones que se dirigen hacia los políticos tienen un importante sustento en los hechos. Pero debemos considerar también las dificultades de gobernar una sociedad tan plural, corporativa y fragmentada como lo es la nuestra. Antes de proceder a descalificaciones generales convendría hacer un esfuerzo por discriminar entre unos y otros y por identificar con claridad cuáles son las causas de nuestro desapego y nuestra propia responsabilidad en este estado de cosas. Es difícil que haya políticos de baja calidad en una sociedad de ciudadanos exigentes. Exigentes no sólo para lo propio, claro, sino para la realización de aquellos valores en los que nos reconocemos todos, como la libertad, la seguridad la estabilidad. Sí, el famoso interés general, algo sobre lo que ya apenas se habla.





El filósofo político Norberto Bobbio




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Entrada núm. 1270 -
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