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miércoles, 26 de octubre de 2016

[Política internacional] El infierno de Siria



Sede de la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York


Javier Solana de Madariaga (1942), es uno de los escasos políticos españoles contemporáneos que ha merecido con justicia el reconocimiento internacional. Y como suele ocurrir entre españoles, más por parte de extranjeros que por los de su propia tierra. Ha sido ministro de Cultura (1982-1988), Portavoz del Gobierno (1985-1988), ministro de Educación y Ciencia (1988-1992) y ministro de Asuntos Exteriores (1992-1995), Secretario General de la OTAN (1995-1999), Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea (1999-2009) y Comandante en Jefe de la EUFOR (1999-2009). Desde 1975 es profesor de Física del Estado Sólido en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente trabaja en ESADE, impartiendo la Cátedra de Liderazgo y Gobernanza Democrática y con frecuencia escribe artículos de opinión para diversos medios y foros de opinión.

Javier Solana es un europeísta convencido. En el año 2012 ratificó esta postura mediante la firma del manifiesto promovido por el sociólogo Ulrich Beck y el eurodiputado Daniel Cohn-Bendit en el que se pide una reconstrucción "de Europa desde la base". El 17 de mayo de 2007 recibió el Premio Carlomagno de la ciudad de Aquisgrán, que distingue a personalidades por sus servicios a la unidad y el progreso de Europa y por su contribución a la paz. El 22 de enero de 2010 el rey Juan Carlos I le nombró caballero de la Orden del Toisón de Oro , la condecoración más preciada del mundo, como reconocimiento a su trayectoria diplomática.

Hace unos días publicó en el diario El País un detallado artículo sobre lo que está ocurriendo en Siria y sus consecuencias para la paz de la región al que tituló Un otoño más oscuro en SiriaEl desprecio por el derecho internacional humanitario, dice en él, la complejidad del juego de relaciones entre los actores en conflicto y el bloqueo entre EEUU y Rusia complican una solución a la guerra, una guerra en la que la diplomacia europea debe implicarse. Ojalá su voz sea escuchada. 

Cada día que pasa sin resolver el conflicto de Siria, sigue diciendo, la situación se hace más compleja y las perspectivas de futuro más oscuras. La tragedia que viven los habitantes de Alepo a diario es el máximo exponente de la sinrazón a la que se ha llegado. La ruptura de la última tregua, acordada entre Estados Unidos y Rusia, ha sido particularmente dura por tener lugar durante la Asamblea General de Naciones Unidas, con todos los líderes mundiales reunidos.

Hay tres aspectos especialmente dramáticos de la evolución de la guerra en Siria, añade, que harán más compleja la reconstrucción tras el fin del conflicto. En primer lugar, el desprecio por el derecho internacional humanitario. El bloqueo de la ayuda humanitaria y los ataques a civiles y lugares especialmente protegidos por la legalidad internacional, se han convertido en estrategias bélicas. No solo no se respetan las normas básicas sino que los lugares que más protección merecen son, precisamente, objetivos de guerra. Solo desde el pasado mes de abril hemos asistido a docenas de ataques a hospitales sirios y se ha impedido la llegada de ayuda humanitaria a poblaciones asoladas por los ataques. Lamentablemente, estos hechos —que pueden constituir crímenes de guerra— no son nuevos. Según la organización Médicos sin Fronteras, en 2015 sus instalaciones médicas en Siria sufrieron 94 ataques. Como consecuencia, 23 de sus trabajadores perdieron la vida y 58 resultaron heridos. A pesar de que, en el mes de mayo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobara una resolución pidiendo el respeto del derecho internacional humanitario, los propios miembros permanentes se acusan respectivamente de vulnerarlo. En Alepo, muchos de los hospitales han tenido que cerrar por ser objetivos de la terrible ofensiva que está sufriendo la ciudad.

El segundo elemento a destacar, continúa diciendo, es el complicado mapa de actores que habrá que tener en cuenta para lograr la paz. La composición de las partes en el conflicto ha cambiado mucho desde el inicio, pero últimamente la fragmentación de los partidarios y detractores de Bachar el Assad se ha hecho más evidente. La decisión del grupo Jabhat al Nusra (ahora conocido como Jabhat Fateh al-Sham) de desvincularse de Al Qaeda, ha logrado que otras facciones rebeldes, que rechazaban sus vínculos con Al Qaeda, formen ahora alianzas con ellos. Este acercamiento entre los grupos les fortalece militarmente, a la vez que desdibuja la separación entre rebeldes y radicales.

Tristemente, añade más adelante, la reagrupación, junto con el debilitamiento de grupos rebeldes alejados de Al Nusra, ha brindado al régimen sirio la oportunidad de enfatizar que el Gobierno de Assad está librando una guerra contra el terrorismo en Siria. En el transcurso de la Asamblea General de Naciones Unidas, el ministro de exteriores sirio, Walid al-Mualem, acusó a Estados Unidos, y a la coalición de aliados, de ser cómplices de organizaciones terroristas y militantes del Estado Islámico. Mientras hace unos meses la discusión sobre cómo lograr la paz se centraba en la figura de Bachar el Assad, y su inclusión o no en un Gobierno de transición, actualmente las miradas están puestas en el antiguo Al Nusra. No obstante, entre los partidarios de Assad también hay divisiones y fragmentación. Actualmente hay, además del ejército ruso, una multitud de grupos sirios, iraquíes, iraníes y afganos que luchan en favor del régimen, pero manteniendo intereses distintos. Entre otros, Assad quiere mantenerse en el poder, Rusia demostrar su peso como gran potencia y su capacidad de resistir ante la oposición de Estados Unidos, e Irán quiere aumentar su arco de influencia en la región y lograr una salida al Mediterráneo. Con el fin del conflicto armado las distintas posturas serán aún más manifiestas.

El último gran obstáculo, dice poco después, en la senda hacia la paz en Siria es el bloqueo entre Estados Unidos y Rusia. La ruptura de tantas treguas durante los últimos meses ya indicaba la falta de confianza entre las partes. Pero, como ha señalado Dmitri Trenin, las consecuencias de esta última tregua vulnerada son aún más preocupantes: Estados Unidos y Rusia han roto las negociaciones bilaterales y pone en peligro los acuerdos nucleares entre ambos. Por el momento, tras haber sido acusado de cometer crímenes de guerra, Moscú ha suspendido el acuerdo sobre el uso del plutonio y ha condicionado la reanudación del mismo a la compensación por los daños que las sanciones por su actuación en Ucrania han causado al país.

Estados Unidos, añade, se encuentra en una situación de gran incertidumbre. Por un lado, la recomposición de los grupos rebeldes y la ruptura de las conversaciones con Rusia complica su participación en el conflicto; por otro, el breve tiempo que le queda a la Administración Obama hace casi imposible cualquier cambio de rumbo. La batalla por Alepo, de vital importancia para la eventual victoria de Assad, se está librando en pleno desarrollo de la campaña electoral norteamericana en la que la política exterior ha sido ensombrecida.

Tras más de cinco años de conflicto, sigue diciendo, no cabe pensar en replegarse sin lograr una solución. El nuevo mapa de actores complica las conversaciones de paz y desequilibra a las partes, sin embargo, no se puede perder de vista que todos los grupos, de una u otra manera, deben participar en el proceso de paz si se pretende que ésta sea estable y duradera. De igual modo, para reconstruir el Estado sirio, tendrán que depurarse las responsabilidades por los crímenes cometidos por todos los actores en el conflicto y éste será uno de los puntos más costosos de las negociaciones de paz. Para esta labor, se necesitan líderes comprometidos, dentro y fuera de las fronteras sirias. Las elecciones norteamericanas pueden ser decisivas, pero la experiencia de estos años de guerra nos demuestra que Estados Unidos y Rusia no están siendo capaces de lograr un acuerdo.

Los líderes europeos, concluye Solana, debieran implicarse en el desbloqueo de las negociaciones. Ha sido un error, por parte de los europeos, dejar pasar estos años sin una mayor implicación en unas conversaciones cuyo resultado es tan importante para nuestra seguridad y nuestros intereses, además de una responsabilidad frente a los ciudadanos sirios. La Unión Europea tiene que desplegar ahora toda su capacidad diplomática y humanitaria, con todas las partes implicadas, para poner fin cuanto antes a la violencia y empezar la senda de la reconstrucción de Siria.



Alepo, Siria



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 6 de octubre de 2016

[A vuelapluma] Colombia: ¿Puede haber reconciliación sin reparación? El valor del coraje





Resulta complicado aquilatar donde está la verdad. No hay verdades absolutas, salvo en el fanatismo. Ni siquiera en la investigación científica, que avanza paso a paso mediante el sistema de la prueba y el error. Y en política, menos que en ninguna otra cosa. La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura, decía Voltaire, y yo lo repito en la firma de mi blog cada día.

Es mucho más fácil vivir con un problema irresoluble que pagar el precio de resolverlo, dice el periodista Antonio Navalón en su crónica de El País relatando el "no" de los colombianos al acuerdo de paz firmado entre el gobierno y las FARC. Y la que fuera rectora de mi universidad, la UNED, y ahora catedrática de Derecho Internacional Público en la Universidad Complutense de Madrid, Araceli Mangas, se pregunta en El Mundo si puede haber reconciliación sin reparación, en un extenso análisis del acuerdo firmado por el gobierno colombiano y las FARC. Les recomiendo su lectura.

Coraje, dice Navalón, es un término que tiene una mala interpretación en español. Suele ser sinónimo de una conducta casi suicida para enfrentarse a la realidad. Sin embargo, en su acepción sajona, tiene un matiz que hace referencia a la capacidad de tomar decisiones correctas bajo una gran presión.

La firma de la paz entre el Estado colombiano y el pseudo-Estado en el que ya se habían convertido las FARC el pasado 26 de septiembre, sigue diciendo, fue una muy buena noticia para América y para el mundo. Tras 52 años de guerra, las FARC eran mucho más que un grupo insurgente: controlaban casi el 40% del territorio y eran la hipoteca de las escuelas, de los hospitales, de la esperanza de los mayores y del miedo de los pequeños, que no soportaban vivir en un conflicto permanente. Desde que mataron al líder político Jorge Eliécer Gaitán en 1948, murió con él la posibilidad de que Colombia escribiera las páginas de su historia con algo que no fuera pólvora y sangre.

Sin embargo, añade, sería por medio de un plebiscito como los colombianos definirían el triunfo o el fracaso de los Acuerdos de Paz con las FARC promovidos por su presidente Juan Manuel Santos. Pero sabido es que Colombia es un país realmente bravo. Sabido es que allí la sangre no se derrama en vano. Y sabido es que una cosa son las normas o las aportaciones que puedan ser posibles en la política y otra muy distinta es el sentimiento de los ciudadanos.

El expresidente Álvaro Uribe le apostó en el momento final al sabor y al recuerdo de la sangre derramada, nos dice. Aseguró que la paz era un anhelo de Colombia, pero que los acuerdos de La Habana eran verdaderamente decepcionantes. Ahora con el resultado del plebiscito no sólo ganó Uribe, sino ganó el recuerdo de las víctimas y, en cierto sentido, del espíritu de venganza que aún está latente en una parte del pueblo de Colombia. Pero también triunfó el olvido de las consecuencias y de los costos que ha tenido el mantenimiento de la guerra para la sociedad.

Santos, añade el periodista, es un hombre que viene de la escuela romana, la del dicho "si quieres la paz, prepara la guerra", tanto que fue ministro de Defensa de Uribe, que ganó grandes batallas contra las FARC. Pero un día Santos se hizo una pregunta inconveniente porque la respuesta implicaba exterminar a un enemigo que ya era parte del propio Estado. Lo que estaban viviendo los colombianos era una guerra civil y no había manera de ganar sin matar a la mitad del país. Por eso, sin duda, había que tener coraje y valor para encontrar la paz. Los mismos que tuvo el ex primer ministro de Israel, Isaac Rabin, que, después de la firma de los Acuerdos de Oslo con los palestinos en 1993, se enfrentó a sus enemigos políticos que le acusaban de haber cedido frente a los terroristas palestinos. "La paz se firma con los enemigos", fue la respuesta del líder laborista, un militar laureado y aclamado por su pueblo. A partir de ahí, en ese cambio de paradigma y en esa transformación de un militar que, después de haber ganado la guerra, quiso conquistar la paz, estuvo presente el coraje que seguramente le costó la vida.

Hoy Israel y Palestina no tienen paz, nos dice. Sin embargo, el fenómeno no debe ser exportable a Colombia porque ahora lo importante en ese país es que el valor de Santos se refleja en su capacidad para quebrar una costumbre presupuestaria, militar y social que duró cinco décadas. Es mucho más fácil vivir con un problema irresoluble que pagar el precio de resolverlo. Por eso, el coraje es un gesto de valor que trasciende el caso colombiano. Y que, en estos momentos de redefinición ideológica en la región latinoamericana, de reasentamiento de los intereses estadounidenses y de reincorporación plena de la Cuba de los Castro, nos permite saber que necesitamos iniciativas que no se basen en una victoria fratricida, sino en apostar a ser destruidos o construidos por tener el valor de cambiar.

En este momento, añade, pese al resultado del plebiscito en Colombia no se le resta a Santos el valor de su coraje. Y aunque en la vida no se juzga por intenciones sino por resultados, hay que reconocer que los más de seis millones de votos (50.23%) que optaron por el “no”, no le quitan la fuerza moral de lo que significó el intento de los Acuerdos de Paz.

El presidente de la República española, Manuel Azaña, que murió en el exilio tras la Guerra Civil, concluye su artículo, escribió que España necesitaba "paz, piedad y perdón". Ahora esas palabras deben retumbar en los oídos de Santos porque el único camino para que Colombia salga del momento en el que se encuentra tras el plebiscito es saber y asumir que la paz se construye con piedad, con perdón y, añado yo, con justicia.

El no del pueblo colombiano al reciente acuerdo entre el Gobierno y el grupo armado de las FARC, dice la profesora Araceli Mangas, pone de relieve alguna debilidad del propio acuerdo y sobre todo errores de bulto al convocar de forma precipitada el referéndum. 

La paz es un bien común global indiscutible. Sin duda; pero tiene siempre un precio. Poner fin a un largo y brutal conflicto armado interno debe concitar el apoyo de todo ciudadano de bien; este argumento arrojó al gobierno a un rápido plebiscito que saldara las cuentas del conflicto. Los populistas creen que todo se puede poner a votación. Y hay bienes como la paz (Colombia), la unidad nacional y el territorio (España), o el bienestar y seguridad propia y ajena (Reino Unido), o qué es o no delito, o los derechos humanos (Hungría, Suiza), que no pueden quedar al albur de mayorías plebiscitarias. 

Los romanos establecieron bienes extra commercium tan protegibles que no podían someterse o modificar por acuerdo de los humanos. La demagogia triunfalista cegó al Gobierno. En su apresuramiento pusieron los bueyes antes que el carro; apelaron a la complicidad del pueblo para bendecir un complejo acuerdo cuyo buen propósito es laudable. Si tenían planificado el referéndum, ¿por qué firmarlo como norma consumada en un artificial clima exultante en Cartagena de Indias? Hubiera bastado la firma efectiva del texto en La Habana (24 de agosto). 

Dieron poco tiempo para conocer un acuerdo, sigue diciendo, sin duda laborioso, de más de 300 páginas y fomentar su conocimiento. El Acuerdo es muy complejo y en su mayoría con partes de calado muy positivo o no problemático para los valores éticos y cívicos. Pero con un gran talón de Aquiles: la justicia ad hoc y la laxa sanción de crímenes masivos. Esto, si se pone a votación, debió ser explicado y justificado a la ciudadanía. 

Más allá de los errores tácticos, señala, la clave es ajustar los costes del acuerdo de paz, los materiales o tangibles y los intangibles de los valores. Y ahí está la gran debilidad del acuerdo y la división de los votantes y, posiblemente, la abstención repulsiva de otros a un acuerdo de olvido a las víctimas, más allá de la retórica reiterativa, y pasar página pronto a crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados por los tres contendientes del conflicto armado: el grupo rebelde, los paramilitares, y el ejército y policía colombianos. Lo sucedido allí en estos años ha sido claramente un conflicto armado interno al que le era aplicable el art. 3 común de los Convenios de Ginebra de 1949 y el Protocolo adicional II de 1977. 

Desde luego, nos dice, aquel conflicto armado interno no es asimilable a situaciones de violencia terrorista pura y dura, como las vividas en Europa, incluida España. Hay criterios legales que permiten identificar un conflicto armado interno (Protocolo II): enfrentamientos generalizados, carácter abierto de las operaciones militares, volumen y organización de las fuerzas y grupos armados en presencia, división y control sobre un territorio, duración del conflicto, etc. Todos los reunía el conflicto colombiano. Otra cosa es que en ese conflicto armado las FARC acudieron de forma sistemática y constante a métodos terroristas y a crímenes de guerra y de lesa humanidad (asesinato indiscriminado de civiles, violación de mujeres, reclutamiento de niños y forzado de adultos...). 

Tampoco se limitaron las fuerzas gubernamentales, ni los paramilitares (contratados por los hacendados y ganaderos que estimaban floja la respuesta gubernamental) a combatir objetivos militares, es decir, rebeldes y sus efectivos materiales, sino que arrasaron con todos los civiles que tenían la desgracia de vivir en las zonas ocupadas por los rebeldes o que clamaban en las ciudades por el respeto a normas de derechos humanos. Varios millones de campesinos se refugiaron en Bogotá para huir de las zonas del conflicto, cayendo en la marginación o en la delincuencia. 

En la época del siniestro presidente Uribe, añade, se mataba en cifras insospechadas a civiles y se les contabilizaba sin más como rebeldes para hinchar las estadísticas de su victoria. Por ello, no es de extrañar que altos mandos de las Fuerzas Armadas colombianas hayan participado activamente en las negociaciones y defiendan el acuerdo. Sobre todo el acuerdo que conlleva de facto "borrón y cuenta nueva" para todos. El perdón y la reconciliación son imprescindibles para cerrar todo conflicto armado. El citado Protocolo II establece que «las autoridades en el poder procurarán conceder la amnistía más amplia posible a las personas que hayan tomado parte en conflicto armado» (art. 6.5). 

Francisco de Vitoria, nos recuerda Araceli Mangas, hace casi cinco siglos, desde la Universidad de Salamanca en su obra De iure belli, ya recomendaba al vencedor proceder con moderación, pero también castigar a los dirigentes pues "las más de las veces... toda la culpa es de los príncipes, porque los súbditos pelean por su príncipes de buena fe". ¿Es suficiente, como dice la parte del Acuerdo sobre el Sistema Integral de la Verdad, "conocer la Verdad de lo ocurrido", esclarecer las infracciones y "ofrecer una explicación amplia a toda la sociedad" sin que se pueda "implicar la imputación penal de quienes comparezcan» ni la información pueda ser trasladada... a autoridades judiciales... ni las autoridades judiciales podrán requerírsela"?

El acuerdo sobre reparación, dice, reconoce, de forma muy correcta, ciertos crímenes no amnistiables (graves crímenes de guerra y los de lesa humanidad como secuestros o asesinatos masivos. Exime las actuaciones gubernamentales que se limitaron a las "reglas de enfrentamiento" (es decir, a cumplir con su deber de respeto a la ley, tan obvio que no debió incluirse). En relación con los delitos amnistiables, tras pasar por un procedimiento prolijo y frustrante, basta reconocer lo hecho para obtener el perdón con sanciones simbólicas. 

Para juzgar y obtener el perdón, de los delitos amnistiables y no amnistiables, señala, se inventa una compleja "Jurisdicción Especial para la Paz" que apenas se ha podido explicar al pueblo colombiano por ser una tela de araña: la impresión es que se pretende el blanqueo de todos los delitos. Todo un complejo sistema con las normas del debido proceso para constatar judicialmente hechos criminales, pero con las menores consecuencias sancionadoras. Complejo teatro. 

Los crímenes no amnistiables, añade, se saldarían, si son previamente reconocidos, con sentencias "reparadoras y restauradoras de la sanción de cinco años y un máximo de ocho años. Comprenderán restricciones efectivas de libertades y derechos, tales como la libertad de residencia y movimiento". Por el contrario, "cuando no exista reconocimiento de verdad y de responsabilidad" la sentencia será conforme a las normas penales (entre 15 y 20 años), «sin perjuicio de que se obtengan redenciones en la privación de libertad, siempre y cuando el condenado se comprometa a contribuir con su resocialización a través del trabajo, capacitación o estudio durante el tiempo que permanezca privado de libertad». 

Justicia sí, pero demasiado blanda para reparar tanto crimen, sigue diciendo. La justicia específica para juzgar situaciones de violaciones masivas (justicia transicional) es recomendable para todas las situaciones de conflicto, aunque el sectarismo ideológico sólo las reclame para crímenes de grupos supuestamente relacionados con la izquierda. En Argentina, Camboya, Ruanda o Chile no se admitió la justicia transicional y se comprende bien. En España, pasados 75 años de la Guerra Civil, todavía hay partidos y grupos sociales empeñados en pedir responsabilidades penales por la guerra y posguerra. El Acuerdo colombiano, aunque haya embarrancado temporalmente, debería servir de ejemplo para situaciones similares que ponen fin a conflictos armados. Hay razones para creer que no se volverá a las armas; la Unión Europea ya ha excluido a las FARC de la lista de grupos terroristas y de sus sanciones. Lo que importa, tras el esfuerzo de años, es que ese Acuerdo es algo más que un punto de partida si bien requiere algunos arreglos desde la justicia y la ética. 

La paz y la reconciliación, concluye la profesora Mangas, tienen un precio que hay que explicar y no ocultar con enmarañados procedimientos de falsa expiación. Y para eso hace falta un coraje que el gobierno colombiano no ha tenido.


Partidarios del "sí" lloran por la derrota



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jueves, 29 de septiembre de 2016

[Política] Trump contra Clinton: Primer "round"





La diferencia fundamental entre unas elecciones presidenciales en Estados Unidos y España, aparte del sistema electoral: en el primero presidencialista, en el segundo parlamentario, es que en Estados Unidos cualquier gilipollas con dinero puede aspirar a ser presidente. En España basta con  ser gilipollas.

Marc Bassets, corresponsal de El País en el gran país norteamericano relata con detalle como ha sido la primera confrontación electoral directa entre los dos candidatos del partido republicano y el demócrata. Por supuesto que hay más candidatos de otros partidos que aspiran a la presidencia, pero a efectos prácticos sus posibilidades sus nulas, así que basta con centrarse en los dos citados.

Hillary Clinton, dice Bassets, resistió este lunes los ataques de Donald Trump en un debate en el que ambos candidatos chocaron por sus visiones opuestas sobre la economía, la discriminación racial y la credibilidad de ambos para liderar la primera potencia mundial. En medio de una expectación mundial, ninguno cometió errores de bulto que puedan desequilibrar una campaña igualada. No hubo ninguna salida de tono mayúscula de Trump, que hizo un esfuerzo por contenerse. Pero Clinton logró ponerle a la defensiva al cuestionar sus credenciales como empresario, acusarle de racismo y poner en duda su temperamento para ser comandante en jefe.

Para Clinton, continúa diciendo, debatir cara a cara con Trump, era arriesgado. Trump, además de magnate inmobiliario, es una estrella de la telerrealidad y se siente cómodo en el pressing catch televisivo. Para Trump, un candidato con una tendencia acusada a la improvisación, enfrentarse por primera vez con una política experimentada como Clinton, y verse confrontado con sus propias mentiras y exageraciones, también entrañaba un riesgo. El duelo de la Universidad de Hofstra, en Nueva York, terminó con más satisfacción en el campo demócrata que en el republicano, pero probablemente no suponga un vuelco. Quedan 42 días de campaña y dos debates más.

Cada uno expuso sus credenciales, sin salirse del guión, añade Bassets. Clinton, como una candidata con un dominio detallado de los temas, sin perder los nervios, sonriente durante buena parte de los noventa minutos que duró el duelo, y haciendo gala de su larga experiencia política. Trump, poco preocupado por los detalles, y con mensajes sencillos sobre el libre comercio, el crimen o la política exterior que llegan a su electorado, formado en gran parte por hombres blancos de clase trabajadora. Clinton buscó el cuerpo a cuerpo, en un intento constante de provocar uno de los exabruptos de Trump. Entre el moderador, Lester Holt, y la propia Clinton, dejaron en evidencia sus mentiras. Por ejemplo, su afirmación de que se opuso a la Guerra de Irak en 2003, desmentida por declaraciones públicas del magnate en aquella época.

"No tiene la imagen [de presidenta]. No tiene aguante", atacó Trump. Y así sembraba de nuevo dudas sobre el estado de salud de Clinton, a lo que esta respondió recordando que, como secretaria de Estado, había viajado a 112 países y negociado acuerdos internacionales. "Que él me hable de aguante...", añadió.

“Ella tiene experiencia, pero es una mala experiencia”, dijo Trump, cuya currículum diplomático es inexistente.

“[El de Trump] no es el temperamento adecuado para ser comandante en jefe”, dijo Clinton tras contrastar sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo diplomático con Irán con las bravatas de Trump ante los iraníes.

Cuando Trump echó en cara a Clinton que despareciese de la campaña durante unos días, Clinton respondió: "Creo que Donald acaba de criticarme por preparar este debate. Y sí, lo preparé. ¿Y sabe para qué más me preparé? Me preparé para ser presidenta." Era una manera de decir que su rival carece de la preparación para ocupar el Despacho Oval.

Ella le llamaba a él Donald. Él alternó entre “secretaria Clinton” y “Hillary”. Él aparecía crispado y serio; ella, con una sonrisa condescendiente, como si su oponente fuese un niño travieso y ella su madre o profesora.

Un argumento recurrente de Trump, sigue contando Bassets, fue que Clinton lleva treinta años en política y ha fracasado; que su experiencia como hombre de negocios y novato en la política le permitirá resolver los problemas de EE UU; que la política exterior de Clinton fue lo que propició el ascenso del Estado Islámico. El republicano avanzó cuando expuso su discurso proteccionista en defensa de la clase obrera, de tribuno de los trabajadores desamparados ante el vendaval de la globalización, el cierre de fábricas y su traslado a países como México, que citó varias veces.

Tan llamativo fue lo que dijo como lo que calló. Apenas habló de inmigración, uno de sus temas estrella, añade el corresponsal de El País. Tampoco lanzó ningún insulto espontáneo. No hubo un circo Trump, y esto ya es un pequeño éxito para los republicanos, que temían que una payasada de su candidato arruinase el debate. No fue un debate de groserías como lo fueron otros en las elecciones primarias del Partido Republicano.

En cambio, añade, Trump tuvo que enfrentarse a un continuo ataque de Clinton por la falsedad de muchas de sus afirmaciones. Uno de los momentos más intensos ocurrió cuando la candidata demócrata insinuó que el republicano mantiene ocultas sus declaraciones de hacienda porque esconde que es menos rico de lo que dice, porque no da dinero a la filantropía, porque no paga impuestos, o porque cuenta entre sus deudores a extranjeros que le condicionarían si llegase a la Casa Blanca. También recordó a la audiencia pasados comentarios misóginos del republicano, y expuso sus prácticas empresariales, entre otras el impago a los proveedores, o las repetidas suspensiones de pago de sus empresas. El objetivo era quebrar la imagen de Trump como empresario de éxito y defensor del ciudadano de a pie, y retratarlo como un plutócrata que precisamente se aprovecha del ciudadano de a pie.

“Todo son palabras…”, dijo Trump para retratar a Clinton como una política tradicional, poco fiable y eficaz. A la pregunta de por qué durante años difundió la “mentira racista”, en palabras de Clinton, sobre el certificado de nacimiento de Barack Obama, Trump replicó con una confusa explicación que atribuía el cuestionamiento de la nacionalidad del primer presidente ne a colaboradores de Clinton. “Donald", dijo Clinton en otro momento, "sé que vives en tu propia realidad”.

El mundo vio durante noventa minutos el contraste entre dos Estados Unidos, dos candidatos que provocan más rechazo que adhesión, pero ambos, a día de hoy, con opciones a la Casa Blanca.


Donald Trump y Hillary Clinton



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viernes, 23 de mayo de 2008

Irán & USA, y ... ¡béisbol!



Niños jugando al béisbol


Mi relación con Irán viene de antiguo. Para ser exactos, cincuenta y dos años. La misma que con los Estados Unidos de América, lo que no deja de parecer una paradoja que intentaré explicar. Hace cincuenta y dos años, mis padres, que vivían en Madrid en el barrio de Delicias, se mudaron al de Prosperidad, en el distrito de Chamartín. Y lógicamente, a mis diez años de edad, me fui con ellos y con mis hermanos. En Prosperidad vivían entonces con sus familias muchos de los soldados norteamericanos que servían en la base aérea de Torrejón. Aunque no nos relacionábamos de manera especial con ellos, veíamos a los niños norteamericanos jugar al beísbol y, por imitación, con rústicos palos, primero, y bates de verdad poco después, aprendimos las reglas del juego y al menos en mí prendió una admiración por ese deporte que aún perdura. Por cierto, que el futuro y admirado locutor deportivo José María García era uno de esos niños, y líder ya de uno de los equipos de beísbol con los que nos enfrentábamos habitualmente en cualquier terreno despejado de piedras en lo que ahora es el cruce entre la M-30 y la calle Costa Rica.

Muy cerca de allí, en un chalecito semioculto entre grandes árboles, creo recordar que en la calle Jerez, estaba la Embajada Imperial del Irán. En horas libres de tareas escolares (en el Infanta María Teresa, un colegio de la Guardia Civil, adscrito al Instituto Ramiro de Maeztu, de la calle Serrano, junto a la Embajada de los Estados Unidos) solíamos acercarnos a las embajadas extranjeras acreditadas en Madrid para pedir libros, mapas, cuentos y documentación varia, alegando un próximo viaje familiar a dicho país o la necesidad de hacer un trabajo escolar que nos habían encomendado. Las razones eran falsas pero nosotros, en nuestra inocencia, deberíamos resultar convincentes porque nos colmaban de atenciones... ¡y de libros!..., especialmente en la representación diplomática del Imperio iraní. De allí nació un sentimiento de cariño por el pueblo, la cultura y la historia de Irán que llego a cautivarme. Tanto, que llegado el momento de tener que dar una disertación, en francés, como un ejercicio más de los que teníamos que hacer en la Escuela Central de Idiomas de Madrid en la que estudiaba por las tardes la dulce lengua de Francia, me aprendí de memoria un cuento que me había regalado tiempo antes la Embajada iraní titulado "Mernahz, la Cendrillon iranienne" (Mernahz, la Cenicienta iraní). Y que como todos los cuentos que se aprecien comenzaba así: "Il était une fois une petite fille appelée Merhnaz..." (Érase una vez una niñita llamada Merhnaz...). Me lo aprendí en los ratos libres que me permitían los partidos de beísbol que jugábamos, a la espera de mi turno de bateo, sobre la ahora intransitable M-30...

Mi relación con los Estados Unidos viene más o menos de esa misma época y por esas mismas causas. Visitábamos la Embajada en la calle Serrano, y de allí nos desviaban a la parte trasera, la que daba (o da, no lo sé) al paseo de la Castellana, y donde estaba la Casa Americana, una institución cultural de la que acabé siendo socio. Allí tenían una excelente biblioteca en español, y sobre todo, para mí, unos inmensos atlas a partir de los cuales concebí una pasión inextinguible por la geografía y sobre todo por los mapas. ¡Ah!, y también tenían, como no, ese insuperable objeto de consulta -lástima que fuera en inglés, pero los mapas me servían igual- que es la Encyclopedia Americana...

Mi simpatía/antipatía por los Estados Unidos de América, viene dada básicamente en función de qué partido ocupe la Casa Blanca. Con los democrátas, suelo ser bastante más indulgente que con los republicanos. Con la administración Bush, reconozco que la indulgencia es imposible. Que un analfabeto integral como él, megalómano -en conexión directa con Dios- e imbuido de su papel de custodio de Occidente, forrado con el dinero de papá, pueda llegar dos veces a presidente dice mucho en favor de la democracia americana y muy poco en favor de sus electores.

Con el régimen iraní de los ayatolás mi sintonía es nula. Y no porque me parezca éste peor que el del Sah, sino porque pienso que éste, el actual, es un peligro para la paz mundial (lo mismo que Bush, con la diferencia de que al último se le puede quitar si se la va la olla...). Reconozco que el interesante y denso artículo de hoy en El País, titulado "¿Puede pasar Irán de bandido a gendarme?", del periodista y escritor Javier Valenzuela me ha hecho replantearme algunos presupuestos; aunque Ahmadineyad me sigue pareciendo, como mínimo, un vocazas... Pero lo más importante es que me ha servido para recordar con nostalgia una relación con el Irán eterno que vista desde los ojos del niño que fui una vez se me antoja entrañable. Sean felices. HArendt




http://www.electricscotland.com/thomson/images/13.13%20Teheran.jpg
Imagen de Teherán, la capital iraní



¿Puede pasar Irán de bandido a gendarme?, por Javier Valenzuela

La exhibición de fuerza de Hezbolá en Beirut confirma a Irán como potencia regional. El interés nacional, tanto o más que la ideología islamista, guía su acción. Y la torpe política de Bush juega a su favor.

De las muchas historias heroicas que alberga el alma de un pueblo tan longevo como el iraní, una, la del imam Hussein, es hoy relativamente conocida en Occidente. Nieto del profeta Mahoma, el imam Hussein murió combatiendo en Kerbala, hacia el año 680 de la era cristiana. De los triunfadores de aquella batalla surgió el mayoritario islam suní; de los derrotados seguidores del imam Hussein, el islam chií, minoritario excepto en Irán y algunos países árabes.

Menos conocida en Occidente, y mucho más vieja, es otra de las historias que se escuchan en los hogares iraníes: la de Arash el Arquero. En tiempos mitológicos, los anteriores a la escritura y el monoteísmo, los pueblos de Irán y de Turán acordaron terminar una guerra por sus respectivos límites fronterizos mediante una prueba singular. Arash, un guerrero iraní, lanzaría una flecha en dirección a Turán, y donde ésta cayera se fijarían los lindes. Arash subió a la montaña más alta de Irán, el Damavand, tensó su arco y lanzó la flecha. Ésta voló durante horas hasta alejarse más de 2.000 kilómetros, concediéndole así al pueblo persa un inmenso territorio. Consumido por el tremendo esfuerzo físico, Arash falleció de inmediato.

En el verano de 2006, Israel invadió Líbano por enésima vez y fracasó frente a la resistencia de Hezbolá. Comentando en la BBC que tal fiasco reforzaba la influencia regional de Irán, el veterano John Simpson hizo una observación muy inteligente: "Durante los últimos 30 años, Occidente se ha obsesionado por el fundamentalismo religioso de la República Islámica de Irán, pero ha olvidado que la revolución de Jomeini fue también una declaración de independencia respecto al control británico y estadounidense". En efecto, el nacionalismo iraní -incluido el secular, el encarnado por Mossadegh a mediados del siglo XX- estuvo en 1979 con Jomeini. Desde entonces, dos vectores, el islamismo en versión chií y el nacionalismo persa -el imam Hussein y Arash el Arquero- guían la acción internacional del régimen de los ayatolás.

Has Iran Won? (¿Ha ganado Irán?), se preguntaba a todo trapo la portada de The Economist del pasado 2 de febrero. El interrogante venía a cuento del informe de diciembre de 2007 de los servicios secretos norteamericanos que asegura que el programa nuclear iraní no es una amenaza tan inminente ni tan grave para la seguridad mundial como predica la Casa Blanca. Aun discrepando de las conclusiones de los espías, el editorial del semanario británico proclamaba que lo más sabio que puede hacer Washington es pactar con Teherán, y ello sin poner como condición previa el abandono del programa nuclear iraní.

Es un hecho que la torpe, belicista y altamente ideologizada política de George W. Bush ha contribuido a hacer de Irán una potencia en Oriente Próximo y Asia Central; la cuestión ahora es cómo convertirla en un factor de estabilidad en la zona más inflamable del planeta. Y salvo los últimos cheerleaders de Bush, los especialistas opinan que va llegando el momento de que Estados Unidos haga con relación al Irán jomeinista lo que Kissinger y Nixon hicieron en su momento respecto a la China maoísta: realpolitik; esto es, aceptar su existencia y negociar una coexistencia pacífica. Así lo han insinuado en EL PAÍS el ex ministro israelí de Exteriores Shlomo Ben Ami y el especialista en asuntos militares, y también israelí, Martin van Creveld. Y así lo dice sin ambages Marc Gasiorowski, director de Estudios Internacionales de la Universidad del Estado de Luisiana y buen conocedor de Irán.

De hecho, remarca Gasiorowski, esto es lo que, a fines de 2006, vino a proponer el Grupo de Estudios sobre Irak (GEI) dirigido por James Baker. El GEI constató que, sin la ayuda de Irán y Siria, EE UU jamás podrá alcanzar una solución en Irak que pueda presentar como un triunfo, y sugirió que Washington iniciara con Teherán un diálogo sobre todas las cuestiones litigiosas -Irak, Líbano, el conflicto israelí-palestino, el programa nuclear, la seguridad en el Golfo...- , ofreciéndole un estatuto de interlocutor respetable. "El diálogo con EE UU", dijo Baker, "no es una recompensa por el buen comportamiento, sino un método para intentar conseguirlo".

Debería ser aún más evidente tras lo ocurrido en Beirut a comienzos de este mes. En menos de lo que se tarda en contarlo, Hezbolá se hizo con el control del oeste de Beirut, corroborando, dice el analista Rami Khouri, que "no sólo es la facción política y militar más poderosa del país de los cedros, sino todo un Estado dentro de un Estado débil". Acto seguido, Hezbolá hizo una demostración de prudencia al replegarse, renunciar a la toma del poder y aceptar la recién culminada negociación sobre su derecho a veto en los asuntos libaneses. Una y otra cosa, osadía en la exhibición de su relativa fuerza y prudencia a la hora de la verdad, son tan propias de ese movimiento chií libanés como de su padrino, la República Islámica de Irán.

El ascenso de Irán es fruto tanto de esa astuta combinación como de una racha de buena suerte. El hundimiento de la Unión Soviética le quitó de encima el comunismo; la invasión de Afganistán por EE UU le eliminó al incómodo vecino talibán, y el mismo EE UU derrocó a su gran rival, Sadam Husein. Lo último le ha permitido tensar lo que el rey jordano Abdalá II llama "el arco chií" (Irán-Irak-Líbano). La flecha de Arash vuela de nuevo muy lejos.

Para el régimen jomeinista fue toda una revancha de la historia la cálida bienvenida a Bagdad que en marzo le diera el actual Gobierno iraquí a Ahmadineyad. Comentando aquella visita, Gilles Kepel recordó que Teherán está actuando con notable cautela en Irak. No desea una total descomposición de ese país, que podría convertir a su parte suní en un santuario de Al Qaeda y también empujar hacia Irán a cientos de miles de refugiados chiíes. Asimismo resultó significativo que Ahmadineyad fuera huésped de la última cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo, un órgano creado en 1981 precisamente para oponerse al Irán jomeinista. El mensaje fue claro: los emiratos del Golfo quieren estar a buenas con Teherán.

Con un Afganistán donde las cosas se complican y un Irak donde no marchan tan bien, un ataque norteamericano contra Irán no es una opción, si es que alguna vez lo fue. Sólo serviría para propagar aún más las llamas del terror y la guerra. Pero entre el belicismo y la impotencia, el futuro presidente de EE UU tiene un tercer camino: el diálogo que exploró Bill Clinton cuando el presidente iraní era el reformista Jatamí. Eso sí, el sucesor de Bush debería olvidarse de ideologías mesiánicas, asumir el pragmatismo y aceptar que la libertad y la igualdad llegarán a Irán a través de un proceso interno.

Irán, dice Olivier Roy, es "una pieza clave del tablero de Oriente Próximo y la única que parece tener una estrategia coherente, en la que las consideraciones a corto plazo se articulan dentro de una visión a largo plazo". Ya hace mucho que renunció a exportar la revolución jomeinista y lo que hoy pretende es que el mundo le reconozca la condición de potencia regional que ha alcanzado de facto. Para ello, señala Roy, usa instrumentos tácticos como la retórica antiamericana, antiisraelí y panislamista, que le permite conectar incluso con sectores fundamentalistas o nacionalistas árabes suníes (véase Hamás), y una gran habilidad para librar batallas lo más lejos posible de sus fronteras (de ahí su activismo en Líbano y Palestina y su bajo perfil en Irak y Afganistán).

¿Puede un país que en las últimas tres décadas ha sido considerado por Washington un "bandido" pasar a convertirse en un "gendarme" regional? La diplomacia existe, precisamente, para conseguir tales milagros. Irán tiene 70 millones de habitantes, grandes riquezas petroleras, un Estado sólido para la media regional, una hábil diplomacia e influencia entre los chiíes de Irak y Líbano y los islamistas suníes palestinos. Que es capaz de realpolitik lo prueba su matrimonio de conveniencia con la Siria secular y panarabista de la familia Assad.

El nacionalismo jamás se ha extinguido entre los iraníes. Ellos son persas, no árabes; arios, no semitas; no hablan la lengua del Corán, sino farsi, y ni siquiera su islam, el chií, es el de la mayoría de los árabes. Confundirlos con Bin Laden es un disparate. Pero el griterío neocon ha hecho olvidar que Irán cooperó con EE UU en la guerra del Golfo de 1991, el derrocamiento de los talibanes de Afganistán en 2002 y la invasión de Irak de 2003. Y también que es un fiero enemigo de Bin Laden, Al Qaeda y el yihadismo internacional suní.

Instalado en su cerril discurso sobre el Eje del Mal, Bush ha ignorado el terreno explorable. Pero si su sucesor tuviera valor e inteligencia podría ser en relación a Oriente Próximo lo que sorprendentemente Nixon fue para Asia: un pacificador. (El País, 23/05/08)