Traer a Hannah Arendt a este blog no necesita justificación alguna. Si acaso, el cumplimiento del deseo ya anunciado hace unos días de dedicarle una atención especial en el transcurso de este mes de diciembre en que se cumplen los treinta y siete años de su fallecimiento.
El título de la entrada de hoy tiene su razón de ser en las brevísimas páginas que el filósofo y ensayista Fernando Savater le dedica en la presentación de la edición de su, quizá, obra más emblemática, La condición humana, en la colección Ensayo Contemporáneo del Círculo de Lectores, que ya comenté en una entrada anterior. Páginas, apenas un par, no por breves menos admirativas hacia su persona y su obra, y que reproduzco más abajo.
Dice en ellas nuestro filósofo que la elección de Hannah Arendt y su libro La condición humana para inagurar la colección de ensayo contemporáne no significa menosprecio alguno hacia la obra de otras mujeres como Virginia Wolf o Simone de Beauvoir, sino al deseo de potenciar obras que no versaran propiamente sobre la propia condición femenina.
A Hannah Arendt, dice, le debemos la reflexión filosófica sobre la política más genuina de este siglo. Reflexión llena de originalidad inspiradora, incluso para quienes menos comparten sus análisis, ya que su filosofía política no aspira al final de la política sino a su esclarecimiento y prolongación. Arendt, dice más tarde, permanece siempre entusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad, porque para ella, añade, hacer política es también hacer humanidad.
El vídeo que complementa la entrada, y que pueden ver al final de la misma, es un tráiler de la película "Hannah Arendt", de la realizadora alemana Margarethe von Trotta, presentada en la Seminci de Valladolid del pasado mes de octubre.
JUSTIFICACIÓN
por Fernando Savater
Pregunten a cualquier persona de instrucción media o alta, aunque sin especiales conocimientos de historia política, cuándo conquistaron las mujeres efectivamente su derecho a votar en nuestras democracias europeas. El noventa por ciento responderá que fue a mediados del siglo pasado, todo lo más en su última década. Y se sorprenderán al saber que el primer país en incorporar tal derecho (¡cómo tantos otros!), Inglaterra, no lo hizo hasta bien avanzado el siglo XX. Aún viven entre nosotros muchas personas que nacieron antes de lo que hoy se considera un requisito básico de cualquier democracia mínimamente decente. Recordémoslo antes de indignarnos virtuosamente contra los intolerables abusos machistas de ciertos países islámicos o del Oriente profundo...
En el plano de la educación superior, la docencia universitaria o la creación intelectual, la "novedad" que representa la plena aceptación de mujeres -¡allí donde afortunadamente se da!- en tales desempeños no es mucho menor. Lo que hoy es cuestión de sentido común era común sinsentido hace poquísimo. Disculpemos pues, cuando los haya, los excesos de énfasis de las feministas y no perdamos la perspectiva histórica que sirve para sustentar la vigilancia antidiscriminatoria. No se trata de "corrección política", sino de mera precisión cultural y equidad humana.
Estos precedentes explican en parte la escasez de ensayos firmados por mujeres en esta colección. En tal penuria interviene también otro factor: la más pronta y destacada incorporación femenina a la creación propiamente literaria que a la producción ensayística. Los casos indiscutibles de Jane Austen, George Sand, Emily Bronte, Emily Dickinson, etcétera, tardan más en aparecer -a mi juicio- en el campo del ensayo, pese a excelentes pioneras como Mary Wollonescraft y alguna otra. Aunque quizá sea cuestión de ir recuperando lo hasta ahora sectariamente minusvalorado. En nuestro siglo, los más obvios ensayos escritos por mujeres candidatos a selección creo que serían Una habitación propia de Virginia Wolf y sobre todo El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Si hemos preferido otros de Hannah Arendt o María Zambrano no ha sido por menosprecio de la calidad de los anteriores, sino por potenciar obras que no versaran prioritariamente sobre la condición femenina. Una de las formas más habituales -y sutiles- del menosprecio cultural es reconocer a los miembros de un grupo hasta hace poco discriminado solamente la capacidad de teorizar sobre sí mismos, pero no sobre lo común a todos o lo universal. Por eso me ha parecido digno de la más elemental justicia poética -¡y filosófica!- empezar aquí por la inclusión de un libro espléndido significativamente titulado La condición humana.
A Hannah Arendt le debemos la reflexión filosófica sobre política más genuina de este siglo. Digo "genuina", no simplemente acertada o sugerente. Por supuesto, su gran libro sobre los orígenes del fenómeno totalitario, su comparación entre la revolución americana y la francesa a la luz de las libertades públicas, sus esbozos sobre la violencia o sobre la crisis de la educación, están siempre llenos de originalidad inspiradora incluso para quienes menos comparten su análisis (¡con la posible excepción de sir Isaiah Berlin, que siempre le tuvo una ojeriza teórica sin desmayo!). Pero su filosofía política es genuina porque no aspira al final de la política, sino a su esclarecimiento y prolongación.
Me explico: el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbaro pasado... ¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien! Pero el noventa por ciento de los filósofos políticos parecen considerar que la actividad política misma, su agitación, sus constantes cambios de proyecto o ideal, etcétera, son algo a erradicar cuanto antes. El ejercicio contradictorio de la política (necesariamente contrtadictorio, porque si no faltaría la libertad que lo hace posible) proviene para ellos de ambiciones, caprichos o accidentes igualmente detestables. De ahí su empeño por promulgar el "final de la historia" o la "utopía", objetivos simétricos aunque el primero sea conservador y el segundo, supuestamente revolucionario. En ambos casos (y en otros adyacentes, aunque menos graves) se da a entender que la culminación de la política llegará cuando ya no sea necesario hacer política.
Por el contrario, Arendt permanece siempre estusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad. Y la vincula en cuanto tal a la concepción de la vida humana como algo más que la acumulación de labores reproductivas o fabricación de objetos. Para ella, creo que acertadamente, hacer política es también hacer humanidad. Desde el punto de vista genérico de esta colección, La condición humana es particularmente interesante porque muestra las posibilidades del ensayo para abordar de una manera casi "aérea" perspectivas amplísimas que un tratadista minucioso no lograría agotar satisfactoriamente salvo que perpetrase toda una biblioteca de agobiantes volúmenes. Y desde luego porque en este caso el resultado de tal perspectiva sintetizadora merece realmente la pena.
Me explico: el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbaro pasado... ¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien! Pero el noventa por ciento de los filósofos políticos parecen considerar que la actividad política misma, su agitación, sus constantes cambios de proyecto o ideal, etcétera, son algo a erradicar cuanto antes. El ejercicio contradictorio de la política (necesariamente contrtadictorio, porque si no faltaría la libertad que lo hace posible) proviene para ellos de ambiciones, caprichos o accidentes igualmente detestables. De ahí su empeño por promulgar el "final de la historia" o la "utopía", objetivos simétricos aunque el primero sea conservador y el segundo, supuestamente revolucionario. En ambos casos (y en otros adyacentes, aunque menos graves) se da a entender que la culminación de la política llegará cuando ya no sea necesario hacer política.
Por el contrario, Arendt permanece siempre estusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad. Y la vincula en cuanto tal a la concepción de la vida humana como algo más que la acumulación de labores reproductivas o fabricación de objetos. Para ella, creo que acertadamente, hacer política es también hacer humanidad. Desde el punto de vista genérico de esta colección, La condición humana es particularmente interesante porque muestra las posibilidades del ensayo para abordar de una manera casi "aérea" perspectivas amplísimas que un tratadista minucioso no lograría agotar satisfactoriamente salvo que perpetrase toda una biblioteca de agobiantes volúmenes. Y desde luego porque en este caso el resultado de tal perspectiva sintetizadora merece realmente la pena.
Entrada núm. 1768
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