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miércoles, 27 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Protestantes



Fotografía de un centro comercial en Estocolmo, Suecia. (Reuters)


La culpa del polémico desconfinamiento que estamos viviendo la tiene Lutero, escribe en el A vuelapluma de hoy [Confinar o confiar. El País, 18/7/2020] el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, Víctor Lapuente.

"La culpa del polémico desconfinamiento que estamos viviendo la tiene Lutero -comienza diciendo Lapuente-, por no haber predicado aquí hace 500 años. Y es que, dentro de Europa, la filosofía de las políticas contra la pandemia obedece a la tradición religiosa de los países. En los protestantes, los Gobiernos confían en sus ciudadanos; en los católicos, los confinan.

Las naciones más protestantes recomiendan qué hacer (como en Suecia) o imponen restricciones, pero dejando un cierto margen de libertad a los individuos en la aplicación (como en Alemania). Confían en la autorregulación: que a los padres no se les ocurrirá sacar a sus hijos en hora punta por la calle más concurrida; y que los deportistas intentarán guardar distancia al correr.

Por el contrario, España sigue siendo el país más católico. El Gobierno cree poco en la autogestión social. Controla más que en otros lugares quién puede salir de casa, cómo y para qué. Los adultos son tratados como niños inconscientes y los niños, como adultos peligrosos, recluyéndolos severamente en casa.

Se han publicado más de 200 normas excepcionales, que desbordan a juristas y empresarios. Las regulaciones han sido redactadas sin apenas consultar a los agentes sociales y a otras Administraciones. Y, como son muy precisas, las normas requieren continuas rectificaciones, causando inseguridad jurídica y alimentando nuestro sempiterno problema político: la desconfianza en las instituciones.

La divergencia entre los países protestantes y los católicos no estriba en que allí la gente sea de fiar, como nos gusta autoflagelarnos. Justificamos nuestra hiperregulación con el tópico “ya, pero es que aquí, si dejaran libertad, no veas tú cómo se aprovecharía la gente”. No es verdad. Si estamos concienciados sobre un problema, los españoles actuamos con responsabilidad. Ve a una avenida, parque o supermercado del norte de Europa y no verás más disciplina que aquí. La diferencia es que sus Gobiernos tienen fe en sus ciudadanos. Porque confiar en una persona exige depositar fe en ella. Nunca tienes todas las certezas, pero, si eres valiente, confías.

El protestantismo tiene mala fama en España: la derecha católica recela del hereje Lutero, y la izquierda atea, de la austeridad luterana. Pero posee una característica —la fe en los demás— que no es divina, sino la más humana de las virtudes. En eso, todos podemos ser protestantes". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 22 de septiembre de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] Nuevos tiempos, las mismas caras



Sánchez, Iglesias, Rivera y Casado


Las elecciones que vienen se parecen tanto a las del 28 de abril, comenta el escritor Fernando Ónega, que los candidatos no necesitan ni pasar por un estudio fotográfico para los nuevos carteles. Si alguno necesita renovar su foto, es Pablo Casado, pero es porque se ha dejado barba y sería un poco extraño verlo barbudo en la tele y afeitado en las vallas. En lo demás, ni un cambio, empezando por los nombres. Van a ser los mismos, con su misma voz y su mismo programa. No se dirán las mismas cosas, porque el mismo señor Casado habrá aprendido que en unas elecciones hay que echar muchas broncas, pero también hacer alguna oferta ilusionante. Al señor Rivera alguien le dirá o le habrá dicho que, además de hablar del artículo 155 y de denunciar pactos con los separatistas, los votantes queremos que nos digan algo sobre la calidad de vida y las necesidades del personal. Pero los contendientes serán los mismos. A ningún partido se le ocurrirá exigir a su líder responsabilidad por no haber impedido las elecciones, ni por bajar en las encuestas, ni por ninguna otra razón. Ni siquiera se exigirá esa responsabilidad a quienes perdieron tantos votos en abril y pienso en los dos Pablos, Iglesias y Casado. La política no es una empresa cuyos ejecutivos son destituidos si entran en pérdidas o no alcanzan los niveles de beneficio que se espera de ellos. En política te equivocas, haces una gestión defectuosa, eres un manta o no sabes salirte del carril para pactar un presidente del gobierno y, salvo que tengas un ala crítica muy fuerte en el partido, puedes continuar en tu puesto. Y así vamos a las nuevas urnas: con los mismos candidatos. Inquietémonos algo: con los mismos que ahora han sido incapaces de lograr algún acuerdo. Con los mismos que tuvieron a su país empantanado durante casi medio año. Con los mismos que son severamente censurados en el recentísimo estudio de la Fundación BBVA que dice que la política y los políticos no inspiran confianza a una importante mayoría de los ciudadanos. Y ellos son los llamados a negociar otra vez la formación de Gobierno si nadie, como parece previsible, obtiene la mayoría absoluta en la cita con las urnas del próximo 10N.

¿De verdad estarán dispuestos a negociar un gran acuerdo de reparto del poder después del 10 de noviembre? ¿De verdad sabrán aparcar las incompatibilidades que demostró Rivera, los tacticismos de Sánchez, las seguridades de Iglesias, las urgencias de Casado por llegar al poder? Permítanme una pequeña dosis de escepticismo. Creo que tenemos derecho a preguntarnos si por lo menos cambiarán de actitud. Este miércoles no hubo ningún indicio de ese cambio en la sesión de control del Congreso de los Diputados. Al revés: parecía haber vuelto la crispación; aquello que Alfonso Guerra llamaba la acritú. 



Bosque de laurisilva. La Gomera (Islas Canarias)


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jueves, 21 de febrero de 2019

[EUROPA] Cien días para decidir



El rapto de Europa (1908), de Felix Valloton (Kunstmseum, Berna)


La cuenta atrás ha empezado, anuncia a los europeos el presidente del Parlamento de la Unión, Antonio Tajani, apelando a la movilización de los ciudadanos. Faltan 100 días para las elecciones europeas, un acontecimiento crucial en la historia de la Unión. Es el momento de hacer oír nuestras voces, yendo a las urnas del 23 al 26 de mayo. Ahora, más que nunca, la participación de los ciudadanos, la suya, es esencial, señala en un artículo publicado en todos los grandes diarios europeos.

El Parlamento Europeo es la única institución europea directamente elegida, y representa los intereses de los 435 millones de ciudadanos de la Unión. Por eso, dice Tajani, necesitamos un Parlamento fuerte, que esté legitimado por un amplio voto popular y pueda así crear una Europa más eficaz.

La UE es mucho más que un mercado o una moneda común: es un proyecto basado en los valores que compartimos, principalmente la libertad y la dignidad de las personas. Gracias a estos valores, Europa ha vivido 70 años de libertad, democracia, paz y prosperidad.

La crisis económica, el desempleo, el Brexit, los flujos migratorios, el terrorismo y la inestabilidad en nuestras fronteras han puesto de relieve las debilidades de la construcción europea, pero destruir lo que hemos construido juntos sería un grave error.

Muchos ciudadanos británicos se están dando cuenta de que han sido víctimas de la propaganda y las noticias falsas, y que la salida de la UE traerá consigo daños irreparables para su país, especialmente si se llega a un acuerdo del Brexit.

Creo que la Unión debe cambiar profundamente, para ser más democrática y para proteger mejor a nuestros ciudadanos. Pero ¿qué hace falta para que Europa nos vuelva a hacer soñar? Los ciudadanos europeos quieren que sean los representantes que ellos han votado, y no los funcionarios, quienes decidan sobre su futuro.

Quieren un Parlamento con poderes plenos y capacidad para proponer leyes, como todas las demás asambleas del mundo. Quieren, además, que el Parlamento esté al mismo nivel que los representantes de los Gobiernos de los Estados miembros, también en temas cruciales como los impuestos o la política exterior.

Los europeos piden una Unión centrada en los temas que de verdad importan a la ciudadanía: la inversión para crear empleo, la estabilidad y la paz con una verdadera política exterior de defensa y seguridad, la gestión de los flujos migratorios, la protección del medio ambiente y la defensa de los intereses europeos en el mundo global en el que vivimos.

La Unión Económica y Monetaria (UEM) europea ha de ser reformada para proteger, en la misma medida, a inversores y consumidores, y asegurar que el sistema es capaz de responder a las futuras crisis económicas y financieras que puedan poner en riesgo nuestras empresas y nuestra calidad de vida. Estas reformas no pueden ser superficiales, sino que deben dotar al sistema de poder real, presupuesto suficiente y de una vigilancia democrática de las instituciones que controlan nuestra economía.

Además, es necesario reforzar nuestro apoyo a la economía real, garantizando a nuestros emprendedores que puedan invertir en un mercado europeo libre de competencias desleales.

Las plataformas digitales no pueden estar por encima de la ley. Como el resto de las empresas, deben comportarse de manera responsable: pagar impuestos, garantizar la transparencia y salvaguardar la privacidad y la seguridad, además de proteger a los menores, consumidores y la propiedad intelectual.

También necesitamos un presupuesto de la UE más político, capaz de reflejar las prioridades de los ciudadanos. Para el período 2021-2027, el Parlamento ha pedido más recursos para afrontar los actuales desafíos. El nuevo presupuesto equivale al 1,3% del PIB de la UE y se financiará con un sistema de recursos propios a nivel europeo, sin reducir los fondos destinados a los ciudadanos en cada Estado miembro.

Los desafíos que Europa tendrá que afrontar necesitan una respuesta política valiente, que deje a la burocracia en un segundo plano. El Parlamento Europeo debe ser el corazón y el cerebro de este cambio.

Los ciudadanos solo se sentirán plenamente representados por la Unión Europea si esta es capaz de dar respuestas efectivas a sus preocupaciones. Por eso, necesitamos un Parlamento fuerte, votado y apoyado por millones de ciudadanos.

Se acerca un momento clave para Europa. Me gustaría ver un debate abierto y constructivo sobre el futuro de Europa en todos los Estados miembros en el tiempo que resta hasta las elecciones de mayo. A 100 días de la votación, hago un llamamiento a que vayan a votar. Voten a quien quieran, pero vayan a las urnas y elijan. Están en juego su futuro y el del proyecto europeo.



Británicos partidarios de la U.E. (Fotografía de Niklas Hallen)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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miércoles, 11 de abril de 2018

[A VUELAPLUMA] Ciudadanía digital y dignidad humana





Es imposible predecir los avances tecnológicos, pero sí podemos anticipar para qué mundo los queremos. El gran reto es anticiparse al impacto de la transformación digital en el mundo laboral y la sustitución de trabajadores por robots, escribe en El País la profesora Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.

"¿Nos está haciendo Google estúpidos?”, comienza diciendo. Con esta sorprendente pregunta empieza uno de sus trabajos el escritor Nicholas Carr, preocupado por el efecto que la transformación digital está teniendo en nuestro cerebro. Sin duda la digitalización está produciendo grandes beneficios desde los años noventa del siglo XX, pero también plantea problemas que urge abordar, uno de los cuales es si nos estamos haciendo estúpidos, o al menos superficiales, a fuerza de vivir de Google.

Carr constata en carne propia que cada vez le cuesta más leer un libro o un artículo largo, cuando antes los devoraba, que le resulta difícil concentrarse y acaba navegando a través de distintos trabajos, sin entrar a fondo en ninguno de ellos. Y como una forma distinta de leer acuña una forma diferente de pensar, parece tener razón la psicóloga Maryanne Wolf al decir que somos como leemos, que la lectura profunda es indistinguible del pensamiento profundo; con lo cual nos estamos condenando a la superficialidad.

Pero lo peor no es eso todavía. Tal vez lo peor sea que la transformación digital de la economía, la política y la sociedad puede conformar nuestros cerebros de tal modo que pongamos de nuevo nuestras vidas en manos del taylorismo.

El taylorismo —prosigue Carr— se convirtió en la filosofía de la Primera Revolución Industrial, más de cien años después del nacimiento de la máquina de vapor. Organizaba el trabajo de forma que se lograra la máxima velocidad, la máxima eficiencia y el máximo resultado. Y podría ocurrir que lo que Taylor hizo para el trabajo manual, lo esté haciendo ahora Google para el trabajo mental. Cosa peligrosa si las hay, porque, según Taylor, si este sistema se aplicara a todo el trabajo manual, se llegaría a una reestructuración de la industria, pero también de la sociedad, creando una utopía de eficiencia perfecta. “En el pasado el hombre ha sido lo primero; en el futuro el sistema mismo será lo primero”, llegaba a afirmar. Y cabe pensar que este sistema funcionó como ética de la manufactura industrial. Pero ¿y si este sistema pasa a gobernar hoy también el mundo de la mente?

La pregunta es ineludible. La transformación digital es irreversible, el nuestro es ya un mundo digital, y no solo porque los nativos digitales no pueden imaginar otro diferente, sino porque los inmigrantes digitales nos hemos avecindado en él, aprovechando los beneficios que proporciona. Entre ellos, que es fuente de productividad y competitividad en la política, en la economía y en la sociedad, de suerte que ningún país puede perder la carrera de la digitalización si desea alcanzar un crecimiento sostenible. Y esto es verdad, pero también lo es que en esa carrera el sistema nunca debe ponerse por delante de las personas, que humanizarlo es una necesidad vital.

Por eso es urgente reflexionar sobre las metas de la transformación digital y sobre el modo de alcanzarlas, descubriendo sus ventajas y también los problemas que plantea. Porque es imposible predecir el curso que van a seguir los avances tecnológicos, pero sí que podemos anticipar para qué mundo los queremos: para un mundo en que se respete la dignidad de las personas, sean humanas o transhumanas, de modo que la productividad y la eficiencia estén a su servicio, nunca se permitan menoscabarla, menos aún anularla. La razón moral debe ir por delante de la razón técnica.

Afortunadamente, en esta dirección camina el proyecto de construir una ciudadanía digital, tal como la vienen promoviendo la Agenda Digital para Europa, puesta en marcha por la Comisión Europea en 2010, y su réplica española desde 2013.

El objetivo es construir una ciudadanía digital de pleno derecho, lo cual exige hacer frente a retos como la ciberseguridad, la protección de datos personales, la privacidad de los usuarios, la accesibilidad, la propiedad y la gestión de los datos o la mejora de las capacidades digitales. Pero también abordar cuestiones tan complejas como quién será responsable de un fallo de competencia robótica, cómo enfrentar el hecho de que las máquinas también tienen sesgos en sus decisiones o el problema de que los algoritmos carezcan de contexto.

Sin embargo, el reto acuciante consiste en anticiparse al impacto de la transformación digital en el mundo laboral, teniendo en cuenta que los derechos sociales pertenecen al ADN de la Unión Europea, como reconoce de nuevo el Pilar Europeo de Derechos Sociales de abril de 2017. Proteger esos derechos exige al menos dos cosas: mejorar las competencias digitales de la ciudadanía y organizar el mundo del trabajo de tal modo que no queden excluidos.

En lo que hace a las competencias digitales, a España le queda mucho camino por andar, porque según el DESI 2017 de la Comisión Europea, España ocupaba el lugar 16 entre los 28 Estados miembros, cuando lo cierto es que solo con una fuerza laboral competente digitalmente es posible abordar procesos de transformación que garanticen el empleo y la sostenibilidad.

Pero no es más sencillo hacer frente a la sustitución de trabajadores por robots, cuidando de que no haya excluidos del mercado laboral y de la atención social, sino todo lo contrario, es sumamente complejo, pero indispensable. Teniendo en cuenta, por si faltara poco, que también una reivindicación tan justa como la de las pensiones depende del trabajo, sea de autóctonos o de inmigrantes.

Vivimos ya sobre una bomba de relojería, que no solo amenaza con estallar, sino que va a hacerlo si no lo evitamos. Y es de asuntos como estos, esenciales para eliminar sufrimiento humano, de los que tendríamos que estar ocupándonos los políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos de a pie, en vez de seguir enredados en temas menores, discutiendo sobre si son galgos o podencos.

Por suerte, pertenecemos a esa Unión Europea, que, con todas sus limitaciones, sigue representando una voz humanizadora en el desorden geoestratégico mundial, marcado por China, Rusia y el actual Estados Unidos. Potenciarla y trabajar en su seno para que nunca el sistema se anteponga a los seres humanos, para que la ciudadanía digital esté al servicio de las personas autónomas y vulnerables, es una exigencia de justicia ineludible.




Dibujo de Eulogia Merle para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 8 de julio de 2013

Lobotomizados. (Reedición de la entrada publicada el 14/7/2009)





¿Ciudadanos lobotomizados?



Hace unos días pusieron por la Primera Cadena de TVE una miniserie especial de dos capítulos de "Amar en tiempos revueltos". En ella se narra el triste final de quien fuera protagonista principal de la temporada anterior, Hipólito Roldán, asesinado por su propia familia simulando un suicidio. En uno de los episodios citados, la esposa de Roldán, Regina, autoriza a los médicos del psiquiátrico en el que se encuentra ingresado a que realicen a su marido una lobotomía, práctica médica que en los años 50 causaba furor en la psquiatría norteamericana considerándola un avance médico incalculable. Tanto, que a su inventor se le concedió el Premio Nobel de Medicina en 1949.

Técnicamente hablando, la lobotomía es la ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro. Los datos que siguen los he tomado de la Wikipedia. El procedimiento fue popularizado en los Estados Unidos por Walter Freeman, quien ni siquiera era cirujano y que también inventó "el procedimiento de la lobotomía del "pica-hielo": Freeman utilizó literalmente un pica-hielo y un mazo de caucho en vez del procedimiento quirúrgico estándar. En un acto espantoso, Freeman martilleaba el pica-hielo en el cráneo apenas sobre el conducto lacrimal y lo movía hasta cortar las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro.

Entre 1936 y los años 50, realizó lobotomías a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Tal era la dedicación de Freeman que comenzó a viajar alrededor de la nación en su propia furgoneta personal, que él llamó su "lobotomobile", demostrando el procedimiento en muchos centros médicos e incluso realizando lobotomías en cuartos de hotel. La abnegación de Freeman condujo al gran renombre para la lobotomía como curación general para todas las enfermedades psicológicas conocidas.

En última instancia entre 40.000 y 50.000 pacientes fueron lobotomizados, con poco o sin cualquier estudio de seguimiento para considerar si el tratamiento era eficaz. Las lobotomías como forma de tratar la enfermedad mental eran una barbarie, que solo pudo ser frenada con el desarrollo de anti-psicóticos y hoy en día se practican procedimientos lesivos de núcleos cerebrales localizados mediante técnicas menos invasivas. La era de la lobotomía ahora se observa generalmente como episodio bárbaro en historia la psiquiátrica. La última lobotomía se practicó en 1967.

En el capítulo que he mencionado de "Amar en tiempos revueltos", se ve al director del psiquiátrico practicar, entusiasmado, una lobotomía siguiendo la práctica del "pica-hielo"... ¿Pero a cuento de qué toda esta historieta sobre Hipólito Roldán y las técnicas psiquiátricas de los 50?, se preguntarán ustedes...

Me he acordado de esta historia leyendo sendos artículos de prensa escritos por dos mujeres periodistas, Maruja Torres y Rosa María Artal, y un diplomático de carrera, José María Ridao, con un mismo telón de fondo: el pasotismo de una sociedad cómoda, adormilada, insensible políticamente, que ponen en tela de juicio el "juicio" de sus compatriotas. Me pregunto si es que estaremos dormidos, hipnotizados, o peor aún, si los nuevos "doctores Freeman" que pululan por las cadenas televisivas nos habrán lobotomizado a los españoles sin darnos cuenta... Pueden leerlos más adelante.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Erlich (Diario El País)




"¡UF, CAMPS!", por Maruja Torres
EL PAÍS - Última - 09-07-2009

Algo tienen en común el campismo y el berlusconismo, y es haberle tomado las medidas a la insaciable voracidad de los espectadores de nuestra época. Y digo bien: espectadores que ven cómo transcurren las noticias, convertidas en representación global, instantánea y soluble. Los repentinos uigures de China se solapan a los manifestantes iraníes y se mezclan en el recuerdo, a más sangre más memoria: pero sólo visual, no seamos ilusos. The show must go on.

Por consiguiente, nada cala. O sí: pero en un número de ciudadanos que ya no cuenta, me temo que los mismos capaces aún de leer periódicos y de exigir análisis, de escandalizarse y de pedir que se haga justicia. Poca gente, comparada con el público global que se agolpa a ras de pantalla para recibir la oleada de entretenimiento ídem. Los campistas, igual que sus paralelos italianos, saben que esa gente ya no importa, que somos clientela amortizada, frente a la urgencia de los medios de atraer a las masas. Saben que el ruido puede más que la furia. Y que no importa que lleve agua el río que suena al pasar ante nuestras narices. Camps tendría que salir en bolas, haciendo el pino sobre su propio miembro y atravesando Valencia sobre una cuerda extendida en el aire, para que le dedicáramos unos minutos más de interés y algún que otro comentario en Twitter.

¿Cuánto creen ustedes que habrían permanecido en las preferencias de las audiencias el caso GAL y el de la corrupción descubiertos durante el último Gobierno de Felipe González, de haberse producido hoy en día, con los medios de difusión actuales? Pues tanto como atención hubiera captado un vídeo de Luis Roldán de juerga, en calzoncillos.

La pregunta no es si Camps es culpable. La pregunta es si a alguien le importa, globalmente hablando.




La periodista y escritora Maruja Torres




"LA CULPABILIDAD DE LOS INDIFERENTES", por Rosa María Artal
BLOG "EL PERISCOPIO" - 09/07/09

Lloraba, vulnerable por sus largos años de secuestro, Ingrid Betancourt -con el premio Príncipe de Asturias en las manos-, al reflexionar, sobre cómo los alemanes fueron capaces de dejar ir a los asesinos encañonando a sus víctimas. Todos ellos formaban parte de una mayoría amorfa, que nunca se mueve y consiente todos los atropellos, porque nunca quiso significarse. La componen seres humanos, pacíficos –se denominan a sí mismos-, incluso “apolíticos”, tendencia que se define como “me importa un bledo lo que le pase al conjunto de la sociedad”. Gentes que no quieren enterarse de que fue cierto que “un día vinieron a por mí y ya no había nadie”, como avisó Bertolt Brecht ante el genocidio nazi.

Alguna vez, alguien reacciona colectivamente. Desde el Fuenteovejuna español a la sublevación contra la tiranía de los franceses, pasando por todas las revoluciones y resistencias. publicitadas o ignoradas, que han poblado y pueblan nuestro injusto mundo. Denunciar, una tarea peligrosa, dice hoy El País. El riesgo de denunciar, titula otra noticia, casualmente al lado. Ése parece ser el problema: tomar partido implica peligros, incluso el de quedarse sin opción de saborear toda la tarta, y no la parte escogida. Pero esa actitud entraña, en mi opinión, una mayor amenaza: perder la dignidad.

Y daños a otros. Un día, no hace tanto, algunos trataron de impedir que una niña de 14 años fuese lapidada en Somalia, y tras ser violada para mayor oprobio. Si se hubiera levantado toda la concurrencia, la cría estaría viva. No lo está. El arrojo es un bien escaso.

La pasividad se enseñorea del mundo consumista, nos han aleccionado, a conciencia, para hacernos sumisos y poco o nada comprometidos. Guerras, hambre, desplazados, niños y adultos que mueren en las pantallas de los televisores, mientras miramos para otro lado… ricos objetos de consumo que nos consuelan, cuentas sin pagar en el primer mundo, trampas, demagogia interesada, inyecciones de dinero a los causantes del cataclismo financiero, todo nos toca. Pero… “deprime leer los periódicos, o ver y escuchar cualquier informativo, es más cómodo no hacer nada”, dicen.

Todo se gesta desde un ámbito mucho más cercano. Conflictos en los que una discreta postura -no mojarse, no opinar, ocultarse, no preguntar, ni querer saber, negarse a analizar, a valorar los datos-, garantiza una buena colocación, cuando, al solventarse los problemas, haya un ganador. O cerrar los ojos, porque, sí, es más cómodo. Inicialmente, porque ahí se empieza a perder la primera batalla contra la justicia y la ética.

Acabo de leer que Telemadrid ha empezado a cobrar la información. La televisión regional ha creado “Ciudades por Madrid”, una fórmula en la que los Ayuntamientos se ven obligados a pagar para poder tener presencia en su programación. 30.000 euros le ha costado a Alcobendas, ahora en manos del PP, que los programas estrella de Telemadrid como “Alto y Claro” -sencillamente abominable-, “Madrid Opina” o “Madrid Directo” se emitieran desde esta localidad. 40.000 ha pagado al ayuntamiento de Móstoles para que su alcalde, también del PP, participara como colaborador en el programa de Curry Valenzuela. La denuncia la ha hecho el PSOE y Telemadrid no lo desmiente. Lo argumenta así: “no se obliga a pagar a ningún Ayuntamiento, sino que se les permite la opción de publicitarse por si quieren aprovechar la ocasión”. ¿Y cómo se habla de una ciudad que ha pagado? ¿Objetivamente o pensando que el cliente siempre tiene razón? Es el fin de la información. Y el último episodio… por el momento.

Llueven trajes y coches de lujo regalados a cambio de prebendas, asquerosas manipulaciones, corrupciones, conchabeos, privatizaciones de la sanidad, la educación, y hasta del agua que bebemos… una interminable lista de impunidades que hemos engullido. Hace años escribí un “manual para tragar sapos”. Les hacemos ascos al principio, pero con sal, pimienta y limón terminan entrando. Hasta los digerimos y preparamos el estómago para que no sufra tanto la próxima vez.

Cada día me convenzo más de que los indiferentes, los cautos, ¿los cobardes?, son los culpables de la situación en la que vivimos, desde la planta del edificio en el que residimos al mundo que hemos creado, pasando por todos los estadios intermedios. Unas risas, una ironía, un autojustificarse, una crítica “equidistante”, siempre hay consuelo para el tibio que evita los jardines, la realidad y el compromiso.




La periodista y escritora Rosa María Artal




"HACER POLÍTICA CON LA MORAL", por José María Ridao
EL PAÍS - España - 13-07-2009

Quienes confiaran en que, tarde o temprano, el Partido Popular tendría que tomar medidas contra sus cargos imputados por corrupción tal vez tengan que aplazar sus esperanzas: la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) confirma que los populares se distancian electoralmente de los socialistas, pese a los escándalos. Con estos datos en la mano, los populares no necesitan, siquiera, recurrir a la falacia de que las urnas eximen de las responsabilidades judiciales. Basta con que, como han hecho hasta ahora, esperen a que escampe la tormenta. Porque si un cargo electo puede sobrellevar una imputación por corrupción sin perder la sonrisa, y sus votantes no sólo no lo castigan, sino que lo respaldan, la tentación de esperar deja de ser una tentación y se transforma en una estrategia.

Y, sin embargo, todo lo que el Partido Popular no haga hoy para atajar la situación se convertirá mañana en una grieta por la que la corrupción seguirá instalándose en el sistema democrático. Para empezar, no podrá exigirles a sus propios militantes un comportamiento distinto del que han tenido los altos cargos ahora imputados. Pero, además, tampoco podrá exigírselo a los partidos rivales, ya sea desde el Gobierno o desde la oposición, con lo que la lucha política se encargará de igualar los comportamientos por lo más bajo.

La pauta de actuación que está estableciendo el Partido Popular en su tratamiento político del caso Gürtel es que los cargos electos pueden convivir con imputaciones por corrupción y, dependiendo de lo que ocurra el próximo miércoles, con la apertura de juicios penales en los que podrían acabar sentados en el banquillo. Si esta imagen llegara a producirse y el Partido Popular siguiera sin reaccionar, sólo cabrían dos interpretaciones: o bien el Partido Popular desprecia a la justicia, o bien considera compatible ser sospechoso de un delito y consagrarse a la política.

Decía Karl Popper que una cosa es moralizar la política y otra hacer política con la moral. Está claro que, en España, es esta última opción la que va prevaleciendo. La corrupción lleva dos décadas instalada en las agendas de campaña, pero sólo como arma arrojadiza entre partidos. Las condiciones que la hacen posible no han merecido, en cambio, más que tímidas alusiones presentadas como actos de penitencia. Eso, en el mejor de los casos; en el peor, que es en el que ha destacado históricamente el Partido Popular, se ha sostenido que la corrupción tiene que ver con las esencias y habría, así, partidos corruptos y partidos incompatibles con la corrupción.

Ninguna fuerza política ha reconocido, sin embargo, que sus recursos sean insuficientes para mantener los aparatos burocráticos y para financiar los actos de propaganda. Durante los años de ebriedad a los que ha puesto fin la crisis, una cosa ha sido el discurso público y otra las sentinas en las que cada cual se ha buscado la vida: unos encargando informes inanes que la Administración pagaba a precio de oro, otros recalificando terrenos para empresas que después cotizaban en las sedes y otros aún adjudicando contratos variopintos y poco transparentes que, entre otras cosas, servían para lo mismo que los restantes procedimientos. Para transformar recursos públicos en recursos de los partidos en el poder, aunque en el camino siempre hubiese que descontar el pago a los logreros.

Tal vez la revelación más importante del caso Gürtel sólo consista en que el partido que tensó hasta límites insoportables el Estado de derecho para perseguir a sus rivales no estaba haciendo algo distinto que ellos; si en algo se diferenciaba era en el cinismo de presentarse como regeneracionista inmaculado. Y también en la pretensión actual de mostrarse ofendido por lo que, en realidad, es una ofensa que él ha perpetrado y por la que se juzga en los tribunales a varios de sus dirigentes. Otros partidos se vieron en tesituras semejantes pero, al menos, respondieron de manera distinta. Eso no contribuyó a que se corrigieran las condiciones que hacen posible la corrupción pero, con todo, impidió que se generalizase la peligrosa opinión de que, al final, todos los partidos son iguales, y dejó entreabierta la puerta a la tentativa de moralizar la política.

Si el Partido Popular persiste, por su parte, en hacer política con la moral, esa tentativa resultará aún más lejana. Y la opción a la que se condenará a los votantes será la propia de un país arrastrado al sectarismo, en el que, como parece sugerir la última encuesta del CIS, cada cual vota a los suyos sencillamente porque lo son, sin importar lo que hagan.




El diplomático y escritor José María Ridao





Entrada núm. 1905
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)