sábado, 1 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy sábado, 1 de febrero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 1 de febrero de 2025. La política se mueve a un ritmo espasmódico, a golpe de tacticismos y giros de guion, y en busca de titulares que impacten en las redes para intentar ganar la batalla del relato, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, pero así se alimenta la desconfianza en la democracia y el auge del voto ultra. La segunda es un archivo del blog de enero de 2018 en la que se comentaba con humor que si hay un aforismo cierto es ese que dice que el mundo, hagamos lo que hagamos en él, va a seguir dando vueltas sobre su eje durante unos cuantos de miles de millones de años más después de que haya desaparecido de su superficie todo vestigio de la existencia humana; y no deja de ser un consuelo. El poema de cada día, en la tercera se titula La riqueza, y comienza así: Cosas frágiles que han sobrevivido a las mudanzas,/sorprenderse,/el regreso a casa del trabajo. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Nos vemos mañana si la Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt

















De la antipolítica

 







La política se mueve a un ritmo espasmódico, a golpe de tacticismos y giros de guion, y en busca de titulares que impacten en las redes para intentar ganar la batalla del relato, como ha ocurrido esta semana en el Congreso de los Diputados. Así se alimenta la desconfianza en la democracia y el auge del voto ultra, escribe en Ideas [El monstruo de la antipolítica nos corroe, 26/01/2025] el politólogo Oriol Bartomeus.

El próximo 23 de febrero Alemania se enfrenta a unas elecciones federales anticipadas por la incompatibilidad de los programas políticos de los socios de la coalición “semáforo”, llamada así por los colores de socialdemócratas, verdes y liberales. Las expectativas demoscópicas apuntan a un escenario poselectoral aún más complicado que el salido de los comicios de 2021. La posibilidad de reeditar las tradicionales alianzas “por el centro” parece agotada, con la caída de los liberales y el ascenso de la extrema derecha, que podría desbancar al SPD del segundo lugar y convertirse en un actor importante en el futuro Bundestag, como ya lo es en otros Parlamentos europeos. Las últimas encuestas indican que Alternativa por Alemania (AfD) podría superar el 20% de los votos, con la ayuda inestimable de Elon Musk y su X, convertida descaradamente en una plataforma de apoyo a las fuerzas de extrema derecha de todo el globo.

En Francia, la extrema derecha maneja a su antojo una situación diabólica, con una Asamblea Nacional partida en tres partes, fruto también de una convocatoria electoral avanzada, en este caso por el presidente Emmanuel Macron, que intentó emular a Pedro Sánchez y acabó viendo cómo su mayoría parlamentaria se deshacía como un azucarillo. El modelo de la V República, diseñado precisamente para evitar la ingobernabilidad que definió la cuarta y generar mayorías sólidas mediante el embudo que supone la segunda vuelta electoral (y el papel de monarca elegido del presidente), se ha mostrado incapaz de encauzar una situación parlamentaria inédita en los últimos 70 años, lo que ha provocado una interinidad gubernamental a la que no parece vérsele solución alguna. De momento ya han batido el récord del Gobierno más breve de la V República (encabezado por Michel Barnier), y el recién estrenado ejecutivo de Bayrou ya ha debido sortear su primera moción de censura.

En España también vivimos tiempos de mayorías inestables en el Congreso (en el invisible Senado la ley electoral blinda una sólida —aunque estéril— mayoría absoluta del PP). De hecho, nos encontramos con dos mayorías posibles, aunque parcialmente incompatibles. En el Congreso hay, por un lado, la mayoría que sustenta (no siempre) al Gobierno y una alternativa, como se ha puesto en evidencia el pasado miércoles con el voto conjunto de Junts, PP y Vox en su negativa a apoyar los decretos que el Gobierno llevaba para su convalidación.

La mayoría gubernamental se sustenta sobre la idea de un Estado plural y descentralizado, además del rechazo al acceso de la extrema derecha al Ejecutivo. Sin embargo, esa misma mayoría se tambalea cuando se trata del modelo económico y fiscal, como se ha comprobado. Junts y el PNV están en las antípodas de sus socios de mayoría en la izquierda, Sumar y Podemos. Sus planteamientos son diametralmente opuestos, a pesar de que todos unieran sus votos para investir a Pedro Sánchez hace poco más de un año.

Esta divergencia entre Junts y PNV, por un lado, y Sumar y Podemos, por otro, podría hacer posible una mayoría de derechas, aunque sería también parcialmente inverosímil. Cierto, Junts y PNV comparten con PP y Vox una misma visión del modelo económico. Todos ellos están de acuerdo en rebajar la fiscalidad a las grandes empresas y en limitar los avances en materia social y laboral. Pero ello no les permite conformar una mayoría de gobierno, porque sus visiones respecto del Estado autonómico son incompatibles. Sobre todo las que propugnan los nacionalistas conservadores catalanes y vascos y Vox, situados en cada extremo del eje territorial.

Existen dos mayorías posibles y a la vez imposibles, o parcialmente posibles. En cualquier caso, como demuestra la investidura de Sánchez, existe una mayoría posible coyunturalmente, es decir, que se agrupa de forma puntual para un fin concreto, pero que no comparte un proyecto político común a medio o largo plazo. No hay un programa conjunto a desarrollar, sino acuerdos puntuales, que también son posibles en el sentido contrario, como se vio con el voto conjunto de las fuerzas de derechas contra el impuesto a las eléctricas. ¿Implica este voto que es posible configurar una mayoría alternativa de derechas? No, como sus propios protagonistas han querido dejar claro. ¿Implica, pues, que la mayoría de la investidura se mantiene, un año después? Tampoco. Se mantiene para según qué y a cambio de según qué concesiones y en función de la coyuntura puntual del momento (y de las necesidades de las distintas fuerzas, o de los humores de sus líderes).

Ello da pábulo a la idea de una posible unión (coyuntural, puntual) del bloque de la derecha para presentar una moción de censura a Sánchez, a pesar de que Junts sabe que, en principio, pagaría un precio inmenso por su participación en una operación de este estilo junto a PP y Vox. Todo ello, sin embargo, contribuye a acrecentar la sensación de debilidad del actual Ejecutivo y genera a ojos de los electores la idea de que el sistema es inestable.

No debería sorprender que el escenario parlamentario se mueva al albur del corto plazo y no obedezca a compromisos sólidos, ni aquí, ni prácticamente en cualquier democracia europea. De hecho, los partidos no se comportan así por capricho, actúan como lo hacen los votantes y, haciéndolo, les mandan un mensaje que refuerza la propia conducta de estos. Cada vez es más común que un número creciente de electores decidan su voto no tanto en función del proyecto político que les presentan las distintas fuerzas políticas, sino como respuesta a una situación coyuntural, que se dilucida en el mismo día de las elecciones. Cada vez es mayor el número de electores que votan para echar a alguien del Gobierno o para impedir que un partido en concreto acceda a él. Los partidos lo saben y actúan en consecuencia, incentivando ese tipo de voto puntual, de respuesta inmediata, porque les aporta un apoyo que puede acabar siendo decisivo. Que se lo cuenten al PSOE, que salvó las elecciones de 2023 gracias al voto de los menores de 30 años que se decidieron por la papeleta socialista en la última semana de campaña, porque querían evitar que Vox entrara en el Gobierno de Feijóo que anunciaban (casi) todas las encuestas.

El problema con ese tipo de voto es que, una vez conseguido su objetivo, se desvanece, no se mantiene mucho más allá de la noche del domingo, cuando se comprueba si ha valido la pena participar o, por el contrario, no ha servido para nada. Esta concepción del voto como algo puntual, coyuntural, es la traslación en el ámbito electoral de un ritmo social acelerado que ha propiciado un cambio en la manera como tomamos decisiones, cada vez más rápidas y de más corta vigencia. Decisiones que se toman y se olvidan casi al mismo tiempo, guiadas por la búsqueda de una respuesta inmediata, a poder ser, satisfactoria.

No debería sorprender que este tipo de toma de decisión, utilitaria y coyuntural, sea moneda común en la política, de la que prácticamente han desaparecido los compromisos a largo plazo, las alianzas sólidas, sobre todo con la aparición de partidos con muy poco (o casi nada) que perder, que actúan como free riders parlamentarios, obligando a sus competidores a adoptar tácticas similares si no quieren pasar por sumisos (que se lo pregunten a ERC o al propio PP).

El resultado de todo ello son estos Parlamentos convertidos en arenas movedizas en las que los gobiernos intentan hacer encaje de bolillos mientras se van dejando plumas para salvar votaciones, desactivando las minas que van dejando a su paso partidos que, en teoría, son sus aliados. Así, la política se mueve a un ritmo espasmódico, siempre al límite, apareciendo a ojos del electorado como más preocupada por sus cuitas que por dar una respuesta coherente y de largo alcance a los problemas que le acechan (la inflación, la vivienda…). Obviamente, los gobiernos hacen muchas más cosas, pero lo que se ve de ellos es solo eso. Carne de infotainment, a medio camino entre el culebrón y el deporte, un material precioso para el clickbait compulsivo de los fans de la propia política, pero que más allá, allí donde habita el elector normal, que se acerca a ese mundo desde la desconfianza y solo a ratos, y del que solo le llegan los gritos, allí es donde va creciendo el monstruo de la antipolítica, que corroe en silencio los cimientos de nuestras democracias hasta devorar las urnas. La clave está en cómo puede sobrevivir la política, necesariamente lenta, en un mundo dominado por la inmediatez y la recompensa instantánea. Quien dé con la respuesta habrá salvado la democracia.

Parte del resultado desastroso que le pronostican los sondeos al canciller Olaf Scholz en las elecciones del 23 de febrero en Alemania se debe a su imagen de líder incapaz de poner en vereda a sus socios de Gobierno. Por su parte, Macron, que una vez fue Júpiter, es la viva imagen el rey Lear, el líder al que su pueblo ha dado la espalda, un “pato cojo” con dos años de mandato que deambula errabundo por los pasillos del Elíseo, con un poder en teoría inmenso, pero que se da de bruces con la realidad de una Asamblea en la que los suyos ocupan solo uno de cada cuatro escaños.

Existe una evidente reacción por parte de la ciudadanía a esta situación en la que los gobernantes se ven cada vez más en apuros. En los últimos 15 años, los Parlamentos de prácticamente todas las democracias se han hecho más diversos, más plurales… y más difíciles de gobernar. Las mayorías sólidas y estables de antaño han dado lugar a situaciones más complejas e inestables. Los grandes partidos tradicionales han perdido peso (algunos dramáticamente), los minoritarios se han hecho grandes (ahí tienen a Le Pen) y han aparecido nuevas formaciones con éxitos fulgurantes (y caídas igual de fulgurantes). Es el signo de los tiempos, la expresión de una sociedad más diversa, más fraccionada.

Pasado el primer momento de algarabía pluralista (el hype de la nueva política) ha llegado la resaca y, con ella, la reacción que demanda a la política respuestas (inmediatas y eficaces). Esa demanda se encuentra con una política inestable de gobiernos que caminan en el alambre de unas mayorías cortas, plurales y volubles. Una política que los medios venden como un entretenimiento más, como si las sesiones de control al Gobierno fuesen un combate de boxeo (o mejor, de pressing catch) y el hemiciclo un ring. ¿A quién puede sorprender que parte del electorado, precisamente aquellos que no están muy interesados en la parte pugilística del asunto, reclame un líder fuerte?

Solemos relacionar tal demanda con los sistemas autoritarios. Por líder fuerte nos vienen automáticamente a la mente Erdogan o Putin. Pero la idea del hombre fuerte no es exclusiva de las dictaduras. De hecho, buena parte de la ciudadanía actual, la que ha conocido el mundo de antes de 2008, ha vivido al abrigo de líderes fuertes, dirigentes de países democráticos como De Gaulle, Adenauer, Kohl, Mitterrand, Thatcher (de las escasas mujeres, junto a Merkel), o el mismo Felipe González, o José María Aznar (y Jordi Pujol). La Europa democrática se construyó hasta hace bien poco sobre la base de liderazgos fuertes y mayorías sólidas y duraderas.

Tal vez la nostalgia del líder no retrate una tendencia autoritaria (es decir, no democrática) en buena parte de los electores europeos, sino un deseo de algo tan elemental como la simplicidad de saber que hay alguien que está al mando y manda, hace cosas, soluciona los problemas, que, en definitiva, es de lo que va la política… o de lo que debería ir, pero no va. Porque la política de la campaña permanente es un canal temático más en nuestro terminal, un juego infinito al que se dedican políticos y medios con fruición para deleite de un público compuesto por hooligans que gritan el clásico “al enemigo, ni agua”.

De la cacofonía constante de una política que renuncia al acuerdo surge la sombra del líder fuerte como solución, para beneficio de las fuerzas reaccionarias. Pero no se confundan. Quienes aúpan a esa figura providencial no son, en su mayoría, fascistas, ni tan siquiera están interesados en la bronca política. Son los asqueados con esta manera de hacer y retransmitir la política. Gente que quiere, simplemente, que las cosas funcionen. Y eso, a veces, es más fuerte que las apelaciones vacías a salvar la democracia. Oriol Bartomeus (Barcelona, 1971) es director del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de El peso del tiempo. Relato del relevo generacional en España (Debate).



















[ARCHIVO DEL BLOG] Casi nada es para tanto. Publicado el 15/01/2018














Si hay un aforismo cierto es ese que dice que el mundo, nuestro mundo, hagamos lo que hagamos en él, va a seguir dando vueltas sobre su eje durante unos cuantos de miles de millones de años más después de que haya desaparecido de su superficie todo vestigio de la existencia humana... No deja de ser un consuelo.
Entre ruidos, luces, y un ir y venir a no sé dónde, cada noche, cuando echo las persianas de mi pensamiento, logro visualizar a aquel niño que fui y que me recuerda, inexorablemente, la importancia de que la sonrisa no se desinstale de mi cara, y menos si es para vestir un traje que no es de mi talla. Lo comenta con ironía en El Mundo el humorista, actor y guionista José Mota.
Algo en mí se empeña, cada noche, abrazado a mi almohada, en no cambiar un ramo de sonrisas por un manojo de preocupaciones, comienza diciendo Mota. Desde que tengo uso de razón, siempre recuerdo haber abrazado el humor como si fuera la tabla de salvación de todos mis problemas y como la guinda que remataba todas las tartas de mis pensamientos. El humor acabó convertido, por necesidad, en el inevitable burladero donde refugiarme de las embestidas de la realidad. El humor me permitió moverme por el albero sin recibir una cornada. De manera inconsciente, me convertí es un espectador, que miraba con idéntica curiosidad al ruedo y al graderío. Supongo que, de alguna manera, todos buscamos ese burladero. Y burladero viene de burla, de broma, de comedia.
Cuando aquel niño, desde su parapeto, observaba las faenas de aliño de los grandes de la época, siempre sucedía algo inexplicable. En el momento en que, en la televisión de entonces, aparecían Gila, Tip y Coll, Andrés Pajares, Fernando Esteso, Tony Leblanc o Antonio Ozores, estallaba la magia. Literalmente, el mundo se paraba. Y, con el mundo detenido, el humor se colaba en el aire, impregnaba las respiraciones e inundaba los pulmones. Y cuando sonaba el teléfono de la imaginación, siempre se oía aquello de "¿está el enemigo? ¡Que se ponga!".
En la guerra de Gila la batalla la perdían los dos frentes y la ganaba la esperanza. Gila siempre fue el abrazo que nunca nos dimos, la burla de la vida, la patada en la cara y el empujón a lo establecido. Las balas que disparaba Gila eran metralla que curaba el alma, el bálsamo en las heridas de la tristeza, el ungüento que conseguía que todos nos mirásemos en el mismo espejo, y que lográsemos digerir el monstruito que cada uno de nosotros llevamos dentro.
A medida que el niño se convertía en adulto, el paisanaje de sus referentes se fue despoblando, cada vez que se marchaba alguno de los más grandes. Fueron otros, entonces, los que saltaron al ruedo de la sonrisa. Martes y Trece, Faemino y Cansado, Los Morancos, Pedro Reyes o Chiquito de la Calzada se encargaron de recoger el legado de Gila y disparar las balas que acarician el alma. El humor siguió siendo el bálsamo de la tristeza.
Todo aquello debería ser trasladable a nuestra realidad actual. Necesitamos el humor como el verano necesita al botijo, el mosquito al turista o el guantazo al pescuezo. El humor nos eleva sobre la vida misma y nos la hace contemplar a vista de pájaro. El humor nos libera y nos redime. Cada vez que se hace un chiste, siento que el mundo se vuelve un poquito mejor. El humor nos acompaña, constante y testarudo hasta el último instante. La muerte solo es el último chiste que nos cuenta la vida.Hasta hace poco más de un siglo, los científicos relacionaban el humor con la medicina. Los humores eran cada uno de los cuatro fluidos que recorrían el cuerpo humano: la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema que, además, se correspondían con los cuatro caracteres humanos básicos: el sanguíneo, el colérico, el melancólico y el flemático. Cuando un humor era el causante de alguna enfermedad, se hablaba de humor pecante. Sin embargo, cuando la persona tenía equilibrados esos humores, se decía que estaba de buen humor. En nuestros días empieza a ser cada vez más común el humor pecante. Se peca, precisamente, de falta de humor. De buen humor. Para que al sanguíneo, al colérico, al melancólico y al flemático, los sustituyan el empático, el campechano, el espontáneo y el simpático. Sólo con el humor vamos a poder ver la otra cara de la moneda. Esa moneda que nos empeñamos en que solo tiene cruz. El humor nos ha ayudado siempre a digerir la vida. El humor nos estabiliza y nos da la serenidad para no alterarnos con la realidad. Una realidad que, a cada uno, nos afecta de una manera diferente. Hay una línea recta que va desde la frivolidad hasta la seriedad. Para el serio, no se debe bromear con nada, todo es intocable y cualquier cosa es ofensiva. Para el frívolo en cambio, nada merece respeto, de todo puede reírse uno y hasta lo más profundo soporta una carcajada. Afortunadamente hay muchos términos medios. En esa línea recta, entre lo serio y lo frívolo, se sitúan cada uno de nuestros sentidos del humor. El sentido del humor de un hombre, acaba en ese punto en el que una broma le resulta molesta.
Estamos en los tiempos de navegar por esa línea recta. En los tiempos de frivolizar con lo terrible y tomarnos en serio las sonrisas. No hay nada como una buena carcajada para oxigenar la inteligencia, para desintoxicar la alegría y para despejar los silencios. A medida que aprendemos a reír con menos motivos, nos vamos volviendo más y más libres. Nunca es un mal momento para arquear los músculos de las mejillas.
Aprovechemos, además, que somos un pueblo que sabe reír, que ríe a conciencia y a pierna suelta. Cuentan que Ronald Reagan estaba dando una conferencia en Japón y un traductor iba traduciendo cada una de sus palabras al japonés. En un momento determinado, el presidente de EEUU soltó un chiste. El traductor lo trasladó al japonés y todos los presentes soltaron una sonora carcajada. Al finalizar la conferencia, Reagan felicitó personalmente al traductor por lo bien que había traducido aquel chiste y aquel buen hombre le respondió: "El chiste no tenía traducción. Yo les he dicho 'Aquí ha soltado una broma' y todos los japoneses se han reído, por educación".
En España nunca nos reímos por educación. Si soltamos una carcajada es porque nos sale del alma; porque llevamos el humor en el fondo de nuestra cultura; porque nuestro idioma lo han alimentado los Quevedo, los Jardiel o los Arniches, y lo han dibujado los Tono, los Mingote o los Ibáñez. Reírse en España siempre fue un presagio y hoy corre el riesgo de convertirse en un recuerdo.
Por eso hay que mirar a los nuevos caminos del humor, a los que desgranan sus monólogos, los que generan los memes, los que disparan los tuits. Hoy ya nadie compra cintas de chistes en las gasolineras; pero todos tenemos acceso a los canales de YouTube. Lo que antes corría de boca en boca, ahora corre de smartphone a tablet. El humor está aprendiendo hasta a reírse de sí mismo. Por eso, cada noche, abrazado a mi almohada, me empeño en no cambiar un ramo de sonrisas por un manojo de preocupaciones. Cuánto bien haríamos los españoles si nos pusiéramos esa tarea diaria. Si estuviéramos dispuestos a perder las batallas y a dejar que ganase la esperanza. Si lanzásemos balas para curar heridas y entendiésemos que tenemos poco más que la risa para enfrentarnos a la vida. Si fuéramos capaces de reírle las gracias al destino y si siempre tuviéramos la sonrisa dispuesta.
Qué distintas hubieran sido las últimas crisis políticas si cada protagonista se aferrase a su almohada y decidiese convertir las preocupaciones en sonrisas. Si los partidos apostaran por la alegría y los políticos se lanzasen chistes en lugar de insultos. Y no se trata de ser frívolos ni de tomarnos a broma la política. Se trata de que el humor pecante no sea la falta de respeto. No se trata de reírnos por educación, sino de estar educados para reírnos. Se trata de que se vuelva a parar el mundo. Se trata de abrazarnos a la risa. Porque, al fin y al cabo, casi nada es para tanto. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt















Del poema de cada día. Hoy, La riqueza, de Ángel Guinda

 






LA RIQUEZA



Cosas frágiles

que han sobrevivido a las mudanzas,

sorprenderse,

el regreso a casa del trabajo,

ausencia de malas noticias,

la salida de hojas en los árboles,

migajas de salud.

(Dirán que no es mucho.

¡Me parece tanto!)



Ángel Guinda (1948-2022)

poeta español





















De las viñetas de humor de hoy sábado, 1 de febrero de 2025