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jueves, 21 de diciembre de 2017

[Desde la RAE] Hoy, con el académico José María Merino







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico José María Merino (La Coruña, 1941). Elegido el 27 de marzo de 2008, tomó posesión de la silla "m" el 19 de abril de 2009 con el discurso titulado Ficción de verdad, que fue respondido en nombre de la corporación por el también académico Luis Mateo Díez. Es censor de la Junta de Gobierno y, anteriormente, vicesecretario de la RAE y tesorero de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

José María Merino es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, fue director del Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura y colaborador en proyectos educativos de la UNESCO para Hispanoamérica. Es patrono de la Fundación Alexander Pushkin y patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española, embajador de Hans Christian Andersen (Ministerio de Cultura de Dinamarca) y fue presidente honorífico de la Fundación del Libro Infantil y Juvenil «Leer León». En 2009 fue nombrado hijo adoptivo de León, en 2010 leonés del año y, en 2014, doctor honoris causa por la Universidad de León.

Su obra literaria, inicialmente dedicada a la poesía, se extendió a otros géneros, entre ellos la novela, la literatura infantil y juvenil y el ensayo. Presta especial atención al cuento, especialmente sus formas más breves, género del que es uno de nuestros significativos representantes contemporáneos. Entre sus obras poéticas pueden destacarse Sitio de Tarifa (1972), Cumpleaños lejos de casa (1973) y Mírame Medusa y otros poemas (1984). En 2006 se publicó la antología Cumpleaños lejos de casa. Poesía reunida.



José María Merino, en su toma de posesión académica



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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domingo, 4 de septiembre de 2016

[Píldoras literarias] Hoy, con "Cien", de José María Merino





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie "Píldoras literarias" con el relato titulado Cien, de José María Merino (1941), narrador, poeta, y ensayista español. Miembro de la Real Academia Española desde 2008. Pese a sus inicios poéticos, José Mª Merino ha cultivado principalmente la prosa: libros y artículos de viajes, ensayos literarios, crítica, novelas, novelas juveniles y cuentos, género este último del que se ha convertido en uno de sus más significados valedores. Junto a los también leoneses Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio ha recuperado la costumbre del filandón (reuniones nocturnas en las que se contaban cuentos y leyendas mientras se hilaba o se hacían otros trabajos), típica de León, aunque modernizada mediante la lectura de cuentos brevísimos de los propios autores.

Su relato, incluido en la obra Dos veces bueno, de Raúl Brasca, tiene veinticuatro palabras y dice así: 


CIEN 


Al despertar, Augusto Monterroso 
se había convertido en un dinosaurio. 
“Te noto mala cara”, le dijo Gregorio Samsa, 
que también estaba en la cocina.

***







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 11 de diciembre de 2011

Sobre libros y bibliotecas: filias y fobias






Maqueta de la antigua biblioteca de Alejandría





¿Cómo se definirían ustedes: cómo bibliópatas o cómo bibliófobos? Si lo primero, ¿cómo prefieren los libros: en papel o electrónicos? 

"Leer por gusto, para matar el rato y así ganarse tal vez la eternidad, ha sido siempre el motivo de esa búsqueda de la felicidad y el conocimiento que es la lectura, y como en todos los actos humanos innecesarios o superfluos -a la vez que trascendentales- el acompañamiento personalizado, irrepetible (aunque tu ejemplar sea uno entre un millón que otros desconocidos leen en ese momento), fungible, de un libro físico, añade al acto de leer un componente sensual y sentimental infalible. El tacto y la inmanencia de los libros son, para el "amateur" (amador), variaciones del erotismo del cuerpo trabajado y manoseado, una manera de amar tradicional que, justo es reconocerlo, no pocas personas rechazan, prefiriendo el contacto sexual con aparatos, figuras de holograma y voces pregrabadas, lo que antes se conocía como telephone sex y pronto será, no lo dudo, digital sex, seguramente operado, como la telefonía móvil de alta gama, sin manos". 


Transcribo con placer este párrafo de Vicente Molina Foix, porque sintetiza muy bien lo que se siente, lo que yo siento, cuando tengo un libro entre mis manos... Está en un artículo suyo en El País: "El siglo XXV. Una hipótesis de lectura" (1), escrito como réplica a otro del escritor mexicano Jorge Volpi, "Requiem por el papel" (2), publicado en el blog literario El Boomeran(g), en el que se pronunciaba rotundamente por la edición digital en lugar de la de papel. 

Ha sido la lectura de otro espléndido artículo, éste del escritor José María Merino en Revista de Libros, "Bibliofobia"  (3), lo que me ha llevado a esta reincidente reflexión personal sobre los libros, a la que no aporto nada que no haya dicho anteriormente, por ejemplo, en la entrada de este blog titulada "Bibliopatía" (4)

Ni que decir tiene que comparto las tesis de Vicente Molina Foix, (y de Anne Fadiman, en la citada "Bibliopatía"), sobre el amor y la pasión por los libros: Ya no es esa pasión compulsiva propia de la edad de iniciación, ahora ya morigerada por los años, la experiencia lectora, el cultivo del gusto literario, y... el precio de los libros. También para mí, el libro, todos los libros, son objetos sensuales y sentimentales; y hasta en el más insulso y prescindible, puede uno encontrarse una frase, un giro, una idea, que lo hacen atractivo... Puedo entender que haya gente a la que no le guste leer; ¿pero odiar a los libros?... Escapa a mi comprensión. Y sin embargo, el odio a los libros, la bibliofobia, como ilustra muy bien José María Merino en su artículo, es una constante histórica en todas las civilizaciones y culturas. Basten al efecto las citas sobre la destrucción premeditada y alevosa de bibliotecas como la de Babilonia, por los asirios, hace 4000 años, o la de Bagdad, por los bombardeos norteamericanos ya en el siglo XXI, pasando por la de la Alejandría de Hipatia; o los bibliocaustos eclesiales varios (Savonarola o el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, entre otros); o los de la última guerra civil española; o el nazi, en el pasado siglo. Les recomiendo su lectura; estoy seguro que los disfrutarán. 


Acompaño la entrada con el vídeo del capítulo (5) que la serie de televisión "Cosmos", de Carl Sagan, dedicó a la Biblioteca de Alejandría. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





Hipatia de Alejandría, de C.W. Mitchell




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Entrada núm. 1439 -
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)