domingo, 30 de julio de 2017

[Tribuna de prensa] Lo mejor de la semana. Julio, 2017 (V)






Les dejo con los Tribuna de prensa que durante esta semana pasada he ido subiendo a Desde el trópico de Cáncer. Espero que les resulten interesantes, y que como decía Hannah Arendt les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar. La vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa que de eso. Se los recomiendo encarecidamente.


¿Cuál es mi nación?, por José Ignacio Torreblanca.
Iros, por Julio Llamazares.
Censuras sutiles, por Máriam Martínez-Bascuñán.
Desamor, por Fernando Savater.
De izquierdas, por Jorge M. Reverte.
Rajoy y las cosas, por Jorge Galindo.
Elogio de la rutina, por J. Ernesto Ayala-Dip.
¡Vencen las mujeres tunecinas!, por Sami Naïr.
La soledad de Venezuela, por Antonio López Ortega.

Y desde los enlaces de más abajo pueden acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España y del mundo, actualizados continuamente. Espero que los disfruten:

The Washington Post (EUA)
El País (España)
Le Monde (Francia)
The New York Times (EUA)
The Times (Gran Bretaña)
Le Nouvel Observateur (Francia)
Chicago Tribune (EUA)
El Mundo (España)
La Vanguardia (España)
Los Angeles Times (EUA)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
L'Osservatore Romano (Vaticano)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Komsomolskaya Pravda (Rusia)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El Nuevo Herald (EUA)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Claves de Razón Práctica (España)
Cuadernos para el diálogo (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Real Instituto Elcano (España)
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (España)
Der Spiegel (Alemania)
The New Yorker (EUA)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Monde Diplomatique (Francia)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Revista Española de Ciencia Política (España)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Para terminar, les dejo con los reportajes de El País con las mejores imágenes del 2016, las treinta fotos más representativas de los 40 años de vida del periódico, las fotos ganadoras del World Press Photo 2017, y las 12 fotos del año de National Geographic. Y como siempre, las mejores fotos de la semana que termina en El País. 




Niños en el Festival de Música de Bayona, Francia. Julio, 2017



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 29 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 29 de julio de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[A vuelapluma] Sobre pertenencias, claridades y sanos escepticismos





No es la primera vez que algún amable lector de Desde el trópico de Cáncer me pregunta el por qué no expreso más a menudo mi opinión sobre los textos que subo al blog. Agradezco la intención de la pregunta pero creo que ya la he respondido en ocasiones anteriores: mi opinión no es relevante en la mayoría de los casos. No es falsa modestia, sino la pura verdad. Lo importante es lo que traslucen los textos que traigo hasta el blog, no lo que yo piense de ellos. Y creo, sinceramente, que de esos escritos, que al fin y al cabo no dejan de ser una selección subjetiva por mi parte, se desprende con bastante claridad cual es la "posición ideológica", si es que eso existe, del autor del blog. 

Yo la resumiría como un sano ejercicio de escepticismo (del lat. mod. scepticismus, der. del lat. mediev. scepticus 'escéptico': desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo, o doctrina de ciertos filósofos antiguos y modernos que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla). O lo que es lo mismo, de un optimismo impenitente constantemente chamuscado por la realidad.

Me da la impresión de que esa es también la postura que defiende John Carlin (1956), escritor y periodista británico, hijo de padre escocés y madre española, cuya actividad profesional se ha centrado preferentemente en los campos de la política y el deporte, en un reciente artículo en El País, con el que colabora de manera habitual. Su libro Playing the Enemy (en español titulado El factor humano), publicado en 2008, tuvo gran aceptación entre el público y la crítica literaria, e inspiró la afamada película Invictus, estrenada en 2009. Pasó los tres primeros años de vida en el norte de Londres, para trasladarse posteriormente a Buenos Aires (Argentina), ya que su padre fue destinado a la Embajada Británica en dicho país. De regreso a Inglaterra fue educado en un internado de Ludlow (Shropshire), cursando posteriormente estudios de Lengua y Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford. 

El artículo de Carlin, que no tengo reparo alguno en reconocer que comparto plenamente en cuanto a los juicios que expresa sobre política, religión, pertenencias, afinidades, claridades y escepticismos, comienza con una famosa cita que viene al pelo: "¿Quién me puede decir quién soy?” (Rey Lear, Shakespeare). Quién lo tenga claro y quiera responder a Lear, por mí, adelante. Esta página permanece abierta.

Vi hace unos días un documental en Netflix titulado en inglés Keep Quiet, “callar” en español, dice Carlin. Se centra en Csanád Szegedi, un personaje húngaro que asciende al alto mando de un partido neonazi llamado Jobbik y funda su brazo paramilitar, la Guardia Húngara. Mucha bandera, mucho símbolo, mucho uniforme, mucho desfile. Y muchas consignas, todas ellas tan bestias como poco originales. El “futuro radiante” que anuncian pasa por la “¡muerte a los judíos!”, “los sucios judíos”.

Szegedi, que hoy tiene 34 años, se incorporó a Jobbik en 2003, fue elegido vicepresidente nacional del partido en 2006 y al Parlamento Europeo en 2009. En 2012 descubrió que era judío. Su abuela, la madre de su madre, le confesó un secreto que había callado desde la Segunda Guerra Mundial: era una sobreviviente de Auschwitz. Se lo probó a su estupefacto nieto mostrándole el número que le habían tatuado los nazis en el brazo izquierdo.

Szegedi abandonó Jobbik, asimiló su herencia matrilineal, se arrepintió públicamente de su antisemitismo, se hizo la circuncisión, se limitó a comer comida kosher y se convirtió a una secta ortodoxa de la religión judía. Ha visitado Auschwitz, ha visitado Israel, visita sinagogas por el mundo donde confiesa sus pecados y celebra su redención.

Como el documental demuestra, algo elemental en Szegedi le pidió subsumir su identidad individual en la identidad colectiva, hallar su dignidad y su relevancia en la lealtad a un grupo. No puede vivir sin códigos compartidos, sin reglas, sin bandera.

La lección del caso de Szegedi es aplicable a la mayor parte de la humanidad. O, mejor dicho, las dos lecciones. Primero, necesitamos pertenecer a algo, motivados seguramente por un antiguo impulso tribal que compartimos con los chimpancés, los leones, los elefantes y demás mamíferos. Segundo, y a diferencia de los animales, queremos darle sentido a la vida. Buscamos claridad, la claridad terrenal o cósmica que nos ofrece la ideología o la religión.

Pero lo primordial es el impulso de la pertenencia, encontrar nuestro equipo. Esto ocurre con todos, como con Szegedi, por pura casualidad, empezando por dónde nacimos y quiénes fueron nuestros padres (que por otra casualidad un día se conocieron y decidieron que se querían lo suficiente como para reproducir juntos). Es decir, son las circunstancias de la vida las que determinan, en primer lugar, el grupo con el que uno se asocia, sea este político o religioso. Después, solo después, damos el paso evolutivo que nos distingue de las demás especies y nos comprometemos con la doctrina del grupo en el que nos encontramos.

El tercer paso, el que ha derivado en la mayoría de los conflictos y guerras de la historia, consiste en adquirir el hábito mental de señalar como certeros los datos y los argumentos que sustentan nuestra doctrina y en cerrar los ojos, o desdeñar a los que la ponen en duda. La misma regla de tres se percibe en todos los casos, sea uno de la izquierda o de la derecha, musulmán o católico, nacionalista, peronista o terrorista.

Uno se convence de que su fe no solo es la buena, sino la única y la verdadera, cuando obviamente eso no puede ser. Las casualidades de la vida conducen a que uno opte por determinado bando; la inteligencia y su necesario cómplice, el autoengaño, son las armas con las que uno defiende su bastión. Y después, si hay mala suerte, nos matamos; después llega un Hitler o un Stalin, volcamos nuestra necesidad de pertenencia y de claridad en uno o el otro, y arranca la carnicería.

Hay excepciones a la regla. Hay algunos bichos raros. Gente que no aparta la vista de la insondable complejidad de cada persona y del inevitablemente confuso destino de la humanidad. Somos bastantes, la verdad. Yo tuve, debo reconocer, mi fase de pertenencia y de aparente claridad. Pero mi fe cristiana murió con mi padre cuando yo tenía 17 años. Desde entonces, ver que niños fallecen de enfermedades o en desastres naturales, o ahogados en el Mediterráneo o bajo las bombas de Estados Unidos o del ISIS me conduce a exclamar: no me hablen, por favor, de un Dios bondadoso que todo lo controla. Porque aunque exista, no me interesa. No pienso, ni como precaución contra el infierno, darle las gracias y alabarle.

Lo probé con la política. Como joven adulto trabajé seis años de corresponsal en Centroamérica, donde la izquierda revolucionaria estaba en guerra contra “el imperialismo yanqui” y sus sátrapas. Yo estaba con los sandinistas de Nicaragua y con el FMLN de El Salvador. Después, en Sudáfrica, con el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Hoy, aunque siga viendo el mundo más desde la izquierda que desde la derecha, me he pasado a la tribu de los escépticos.

¿Por qué? Porque vi cómo partidos o movimientos políticos con los que me había identificado traicionaron mi buena fe y cayeron en la eterna tentación de sacrificar sus ideales por el dinero y el poder. Pienso, entre otros, en el Congreso Nacional Africano, en el sandinismo de Daniel Ortega. Por eso, aparecen el chavismo bolivariano o la izquierda soñadora que representa el líder laborista británico Jeremy Corbyn, o el mesianismo light de Pablo Iglesias y se me encienden las alarmas. No me vuelco con ellos como hubiera hecho en otra etapa de mi vida. Y menos, por supuesto, con cínicos derechistas, burdos explotadores de los pobres como Putin o Trump.

Pero el escéptico no tiene por qué ser estéril, o aburrido, termina diciendo. Apuesto por la generosidad como valor máximo en la vida y apuesto por el humilde sueño de luchar para mejorar la condición humana poquito a poco. No creo en aquellos que prometen utopías en el cielo o en la tierra. Renuncio a la claridad y, salvo que esté hablando de Trump o de Lionel Messi, no me creo ni a mí mismo cuando la propongo. Por eso soy incapaz, aunque a algunos les ofenda, de reprimir el impulso a reírme de lo tontos que somos. Buena suerte y buen verano, termina diciendo John Carlin. Pues eso, les deseo lo mismo.



Manifestación del grupo neonazi húngaro Jobbik



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Galdós en su salsa] Hoy, con "La Primera República"




Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

La Primera República, publicada en 1911, es la cuarta novela de la serie final de los Episodios Nacionales de Galdós. La Primera República es el título de la cuarta novela de la Serie final de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Es una continuación del episodio anterior, Amadeo I, con los mismos protagonistas, Tito Liviano como narrador y Mariclío como personificación de Clío, la musa de la Historia. Tito consigue un puesto en el Ministerio de la Gobernación, y asiste como periodista a las sesiones de las Cortes. También sigue con sus aventuras galantes, enamorándose perdidamente de la bella Floriana, mujer misteriosa con la que hace un extraño viaje subterráneo, fantástico y cargado de simbolismo, entre onírico y numinoso, hasta Cartagena, en plena sublevación cantonal.

Construido a base de escenas, se aparta del modelo de los Episodios Nacionales, e incluso del género de la novela, sin una línea de acción definida. Se suceden las escenas, los retratos y las amargas reflexiones del narrador, que es el álter ego de Galdós. En efecto, Tito es republicano, pero ve con dolor los fallos de su amada república, sus contradicciones y sus excesos, que la llevarán al hundimiento y a la vuelta de la Restauración.

La acción transcurre íntegramente en el año 1873. Comienza con la partida de Amadeo a Lisboa y la proclamación de la Primera República Española. A los trece días de su constitución, estalla la primera crisis ministerial, que se prolongará a lo largo de toda su corta vida. Se suceden en la presidencia Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. El ambiente político es de máxima confusión, con fraccionamiento de los partidos en grupúsculos que pugnan entre sí. Las facciones de republicanos federales, radicales, alfonsinos y carlistas se enfrentan en el Parlamento. A ello se suman insurrecciones armadas de carlistas y cantonalistas. Cuando comience el año 1874 el sueño republicano habrá terminado.



Alegoría de la Primera República (1873)



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viernes, 28 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 28 de julio de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey e Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] Plurinacionales





El significado que la izquierda atribuya al término sobre el que millones de españoles se preguntan qué significa puede marcar la diferencia entre la coexistencia de identidades y lealtades o el aumento de la confusión. ¿Qué es plurinacionalidad?, se preguntan millones de españoles. Tras tanto mareo sobre “nación de naciones”, “Estado multinacional”, nacionalidades, etcétera, sería comprensible la espantada. Pero me agrada el adjetivo —aunque evoque la confusión sobre ser multi-, pluri-, inter- o transcultural—, pues cuadra bien a las personas y mal a los colectivos. Así comienza Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense, un reciente artículo en El País sobre el controvertido término de plurinacionalidad, tan en boga estos días en el lenguaje de nuestros políticos, sin la precisión conceptual que la palabra se merece.

En muchos ámbitos los prefijos “multi” o “pluri” son intercambiables, pero en el lingüístico tienen significados y objetos distintos, comienza diciendo el profesor Fernández Enguita. La coexistencia de lenguas en un territorio produce comunidades multilingües y sujetos plurilingües. Un Estado es multilingüe si en él se hablan dos o más lenguas, tanto si todos hablan todas como si cada grupo apenas una o alguno más de una: una lengua es un sistema autocontenido, autosuficiente. Un individuo es plurilingüe si es competente en el habla de distintas lenguas. El Consejo de Europa asume esta distinción.

Pasemos a lo nacional. ¿España es multinacional o plurinacional? Creo que, en general, quienes la califican de multinacional quieren decir no solo que está formada por distintas naciones sino que cada una termina donde comienza otra. Declarar las naciones conjuntos disjuntos (sin elementos comunes) permite, primero, proclamar un sujeto que puede reclamar lo que le parezca sin, aparentemente, vulnerar los derechos de otro (“derecho a decidir”, “solo queremos votar...”); segundo, definir el endogrupo (nosotros) y el exogrupo (ellos) imprescindibles para la fértil retórica de los agravios (“nos roban”, “nos atacan”, “son fascistas...”); tercero, negar legitimidad a cualquier comunidad más amplia y a lo asociado a ella (“el Estado”, “Madrid”, “la Constitución...”). La “nación de naciones”, aunque suene sutil, ayuda poco, pues, si España ha de serlo, o es una metanación formada por naciones, multinacional, o es una nación yuxtapuesta a otras, plurinacional, cuyos ciudadanos pueden sentirse parte de varias naciones. 

Lo primero es un contrasentido: las naciones no forman naciones, sino que están formadas por individuos. El reverso de la constitución del Estado-nación fue la del ciudadano como sujeto de derechos y la eliminación o reducción de las corporaciones intermedias (órdenes, gremios, burgos, servidumbre...). Una nación de naciones así entendida, multinacional, solo puede ser una confederación, sujeta a la conformidad de las naciones que la forman. Pero basta con que sea un Estado, y España lo es desde hace medio milenio largo, para que, aunque en un platillo de la balanza se ponga otra nación (por ejemplo, Cataluña), en el otro haya que poner esos siglos de ciudadanía, desde la baja intensidad presente en las leyes y costumbres sobre libertad de circulación y residencia del siglo XVI, con sus consecuencias de reconocimiento, mestizaje, interculturalidad, etcétera, hasta la alta intensidad de los períodos democráticos e incluso las contiendas civiles violentas o pacíficas, ganadas o perdidas.

Según el INE, el 18% de los residentes en Cataluña han nacido en otros lugares de España (y el 18% en el extranjero); y el 8% de los nacidos en Cataluña que residen en España lo hacen fuera de aquella. Pero la movilidad no empezó ayer, y parte de los nacidos en Cataluña son hijos de no nacidos en ella a los que costará considerarse exclusivamente catalanes y en conflicto con el resto, aunque no falten conversos ni rufianes. Sin otros datos, da una pista la proporción de población catalana cuya única primera lengua es el castellano, 50%, frente al 32% de quienes tiene como tal el catalán y 8% esta y otra. Lo mismo con los descendientes de catalanes que se afincaron en otros lugares de España.

En relación con los reinos medievales, las regiones de ayer y las comunidades de hoy, la mayoría somos mestizos, felices de serlo, y así nos gustaría ser tratados. Poder ser tan catalanes, andaluces, etcétera, como queramos, sin tener que dejar de ser españoles ni divorciarnos de los otros. Podríamos afinar a favor de las naciones sin Estado propio y exclusivo (propio y compartido ya lo tienen), o de la plurinacionalidad de sus integrantes; por ejemplo, favoreciendo la vehicularidad compartida del catalán en escuelas fuera de Cataluña con suficiente alumnado. También la Generalitat debería aceptar la plurinacionalidad de los residentes en Cataluña, no imponiendo la vehicularidad exclusiva del catalán a la mayoría que tantas veces ha manifestado preferir la covehicularidad, que sus hijos estudien en ambas lenguas. Lo piden en encuestas el 60%-90% de las familias, que se deje a sus hijos ser plurinacionales, pero se los sumerge en el monolingüismo para hacerlos mononacionales, con tal presión que genera una espiral de silencio a la que pocos osan oponerse con sus hijos por medio.

Hay un sencillo ejercicio sociológico que hago cuando paseo por cualquier ciudad catalana: contar en qué lengua habla la gente con que me cruzo, que arroja una distribución bastante equilibrada y algo inclinada hacia el castellano, y en cuál lo hacen letreros y carteles de comercios y Administraciones o, en primera instancia, los empleados cara al público, casi exclusivamente en catalán. Lo primero, la acción espontánea de las personas (con una historia y una cultura detrás, claro), revela su plurinacionalidad; lo segundo, impuesto por la ley catalana —que sanciona no usar el catalán y ampara no usar el castellano— y la presión oficial y extraoficial del nacionalismo, expresa el mononacionalismo.

Cínicamente, IDESCAT, en la Encuesta de Usos Lingüísticos, quinquenal, pregunta a los catalanes españoles todo lo imaginable, pero nada sobre la lengua en la escuela, ya indiscutible (ya es mononacional); pero en una encuesta decenal a los catalanes franceses (“del norte”) pregunta qué lengua vehicular prefieren, incluida la opción de una “enseñanza bilingüe catalán-francés”. Quiere que puedan manifestarse plurinacionales los catalanes que, en Francia, se sienten más bien franceses, y priva de la palabra a los que, en España, se sienten catalanes y españoles. El nacionalismo es eso.

La pregunta hoy es qué significa plurinacional para la izquierda, concluye diciendo. Si es la coexistencia de identidades y lealtades en la conciencia individual y en la estructura política y social, bienvenido sea; si es sinónimo de multinacional, solo alimentará la confusión. Y la nación de naciones, si es una expresión recursiva de la plurinacionalidad bien entendida, no la necesitamos pero podremos vivir con ella; si es otro nombre para la multinacionalidad, para la idea de que España es un Estado pero las naciones son otras (entre tres y una docena), entonces resulta incompatible con la plurinacionalidad, un concepto farragoso o, peor, un eufemismo para el llamado a la disgregación.



Dibujo de Enrique Flores para El País


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[Píldoras literarias] Hoy, con "Sin título", de César Vallejo







La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Sin titulo, de César Abraham Vallejo Mendoza (1892-1938), más conocido como César Vallejo, poeta y escritor peruano, considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país, y para algunos el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas. Publicó en Lima sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918), con poesías que si bien en el aspecto formal son todavía de filiación modernista, constituyen a la vez el comienzo de la búsqueda de una diferenciación expresiva; y Trilce (1922), obra que significa ya la creación de un lenguaje poético muy personal, coincidiendo con la irrupción del vanguardismo a nivel mundial. En 1923 dio a la prensa su primera obra narrativa: Escalas, colección de estampas y relatos, algunos ya vanguardistas. Ese mismo año partió hacia Europa, para no volver más a su patria. Hasta su muerte residió mayormente en París, con algunas breves estancias en Madrid y en otras ciudades europeas en las que estuvo de paso. Vivió del periodismo​y trabajos de traducción y docencia. 

Sín título tiene diecisiete palabras y fue publicado en la obra Por favor, sea breve, de Clara Obligado. Les dejo él.



SIN TÍTULO
por
César Vallejo

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, 
no porque empieza a nevar, 
sino para que empiece a nevar.





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jueves, 27 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 27 de julio de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey e Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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