viernes, 11 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Histéricos anónimos, democracia de enjambre





Basta con observar con un poco de interés y curiosidad el funcionamiento de las redes sociales para darse cuenta de que están monopolizadas por una panda de histéricos anónimos que se pronuncian con autoridad supuesta sobre lo que no entienden ni saben. Están en su derecho, indudablemente, lo que ocurre es que si los dejamos pasar sin respuesta, lo único que cabe esperar es una democracia de enjambre, de estilo populista, en la que solo se oirán las voces de aquellos que griten más alto. Ejemplo local, los chicos de la CUP; e internacional, los tuits de Trump o las bravuconadas de Kim Jong-un. 

Manuel Arias Maldonado (1974) es un filósofo, sociólogo, politólogo y ensayista español, profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, investigador visitante en las universidades de Keele, Oxford, Siena, Munich y Berkeley, que lleva un interesante blog en Revista de Libros en el que suele tratar asuntos de actualidad. En el último número de dicha revista acaba de publicar un interesante artículo refiriéndose al llamado caso Howard Chaykin, un veterano dibujante norteamericano, cuya serie The Divided States of Hysteria –publicadas por Image Comics en Estados Unidos– ha provocado un torrente de críticas y desembocado en el enésimo debate sobre la libertad de expresión en las sociedades liberales. 

Cada día tiene su afán, solía decirse; ahora sería más exacto afirmar que cada día tiene su controversia, comienza diciendo Arias Maldonado. Nuestras sociedades son tan conflictivas, al menos sobre la pantalla del ordenador, que no se entiende el empeño de los agonistas en lamentar los efectos adormecedores del presunto consenso liberal. Esta vez le ha tocado al mundo del cómic, según aprendo en el activo muro digital de mi amigo Pepo Pérez, dibujante y teórico del medio himself. No obstante, se trata de una polémica que trasciende el cómic, a la vez reflejando y amplificando una tendencia preocupante que afecta al conjunto de la esfera pública: aquella que limita la libertad de expresión en nombre del presunto daño que produce su ejercicio. Es un tema que hemos abordado con anterioridad en este blog, atendiendo sobre todo al ejercicio de victimología en que parece haberse convertido la participación en la conversación pública. Pero el caso que nos ocupa invita a contemplar otros aspectos del mismo.

La controversia persigue intermitentemente a Chaykin desde, al menos, la publicación de la serie Black Kiss en 1988: un cómic erótico de aire hard-boiled protagonizado por vampiros transexuales que rondan Hollywood y buscan metraje pornográfico perteneciente a la colección del Vaticano. En esta ocasión, ha concebido una serie cuyo título ya es lo bastante explícito: jugando con el nombre de la república norteamericana, el dibujante describe un país sacudido por el odio racial y el prejuicio político e inmerso, de hecho, en una segunda guerra civil. Si lo hace con éxito o no, lo ignoro, pues no he leído la serie. De hecho, lo mismo puede decirse de la mayoría de quienes han arremetido contra ella, pues el escándalo se ha centrado en una de sus portadas: una superficialidad verdaderamente significativa que remite a la histeria denunciada por el autor. Histeria: reacción desmedida e incontrolable ante un estímulo exterior. Para más detalle, ha sido la portada del número 4 de la serie la que ha provocado un aluvión de protestas que han culminado con su retirada, si bien el primer número ya contenía una escena –el ataque contra un trabajador transexual– que ya generó quejas entre lectores y comentaristas. La cubierta en cuestión muestra a un paquistaní (sabemos que lo es porque su polo muestra la palabra paki en la pechera) que ha sido linchado y cuelga en plena calle con sus genitales visiblemente mutilados. Detrás de él, una marquesina dice irónicamente que se ofrece «final feliz con cualquier almuerzo de la casa».

Image Comics retiró la portada y pidió disculpas por haber ofendido la sensibilidad de los lectores, añadiendo que siendo todos los crímenes de odio horripilantes y deshumanizadores, la intención de la portada era llamar la atención sobre el tipo de sociedad en que nos hemos convertido: una donde los «hechos alternativos» pueden servir de excusa para la agresión racial. Pero la disculpa no ha convencido a todo el mundo: se ha dicho que el comunicado culpa a los lectores por reaccionar impropiamente, desviando la atención de una imagen genuinamente problemática. Al emplear visualmente un crimen de odio «sin añadir nada a la conversación», dice Beth Elderkin, sin contexto ni reflexión, lo único que hace es explotar un asunto escabroso para llamar la atención. Por su parte, Kieran Shiach ha escrito en The Guardian que la respuesta que ha dado Chaykin –quien ha dicho que el problema estriba en que el 45% de los norteamericanos sueña con un acto así– confirma la necesidad de que las editoriales controlen, dentro de su derecho, aquello que publican: «Una portada así no debería jamás ver de nuevo la luz del día». No se molesta en explicar por qué, pero el hecho es que ha bastado la presión ejercida por estas reacciones –multiplicadas hasta el infinito en las redes sociales– para que la editorial haya preferido quitarse el muerto de encima, en sentido literal y figurado, haciendo lo más fácil: sustituir la portada por otra y alejarse del foco público.

¡Menuda historia! Su familiaridad es inquietante: abundan las llamadas a la censura de aquello que resulta incómodo o es etiquetado como inmoral o se identifica como causa de una ofensa. Vaya por delante que la libertad de expresión nunca es ilimitada. Los textos constitucionales de las democracias liberales suelen incluir una cláusula que establece como límite a la libertad de expresión el daño al honor o la intimidad personal, que corresponderá proteger a los tribunales. Y sería deseable que todo aquel que se expresase públicamente observase ciertas normas de civilidad; pero no hacerlo está lejos de ser punible mientras no se sobrepasen los límites arriba señalados. Fuera de esos casos, sin embargo, la limitación de la libre expresión debe encontrarse muy justificada; y raramente lo está. De hecho, como nos recordaba The Economist la semana pasada, la situación es muy distinta en los regímenes no democráticos o sólo parcialmente democráticos, donde el ejercicio de la libre expresión puede tener graves consecuencias: el escritor birmano Maung Saungkha fue condenado a seis meses de prisión por publicar un poema en Facebook que las autoridades consideraron, no sin imaginación, infamatorio para el presidente de la nación. Incluso en la antigua Grecia, como gustaba de recordar Giovanni Sartori, la libertad de palabra no protegía al ciudadano de las consecuencias de sus intervenciones públicas: el mismísimo Sócrates fue condenado a muerte por «corromper a la juventud». Y aunque en las democracias occidentales ya no nos jugamos la cárcel, sí corre peligro nuestra reputación: la esfera pública se ha envilecido tanto que el miedo a exponer las propias opiniones empieza a cundir entre aquellos usuarios que no se escudan en el anonimato. Eso que Byung-Chul Han llama «democracia de enjambre» funciona a pleno rendimiento.

No es éste el lugar para describir en detalle el contraste entre el ideal de la esfera pública y su práctica. Baste señalar que el ideal nos habla de un intercambio razonado de argumentos entre sujetos que se respetan mutuamente y buscan la verdad intersubjetivamente. Por contraste, la práctica siempre ha sido algo menos civilizado. Las falsedades y la cerrazón religiosa o ideológica han dificultado –pero no frenado– esa búsqueda colectiva de la verdad. El concepto de opinión pública encierra así una cierta contradicción: es un ideal democrático que aspira a un ejercicio aristocrático de la razón. Por algo sólo podían participar en ella, originalmente, aquellos que poseían educación y eran capaces de discurrir sobre los asuntos comunes. Eso ha ido cambiando a medida que las sociedades se democratizaban y las redes sociales han terminado por eliminar cualquier barrera comunicativa: quien tenga un smartphone puede emitir opiniones sobre cualquier asunto sin necesidad de presentar credenciales de ninguna clase. Y así debe ser. Pero la falta de civilidad y autocontención ciudadanas están causando problemas inesperados para los que no tenemos aún respuesta.

Es interesante lo que ha sucedido con la publicidad, esto es, con la cualidad de lo público. Tradicionalmente, como puede verse en cualquier película de periodistas, la publicidad era el arma con que podía forzarse a la clase política a responder de sus errores o corrupciones: en cuanto algo llega al conocimiento común, se convierte en otra cosa y los afectados no pueden escapar a la mirada pública. Ahora, la publicidad se ha vuelto tóxica en otro sentido: la conversación colectiva es el espacio donde quien cae del lado equivocado del debate puede ser linchado en nombre del bien común. Hay que evitar todo desliz para poder vivir tranquilo. Por suerte, nadie puede encarcelarnos por hacer un comentario, pero podemos acabar bajo una shitstorm tuitera, e incluso en las páginas de un diario nacional que quiera hacer caja con un titular absurdo. Juan Soto Ivars ha hablado de «poscensura» para referirse a este fenómeno. Y aunque sólo los poderes públicos pueden ejercer la censura, la actitud inquisitorial que tanto abunda en las redes sociales –donde el exaltado siempre tiene razón a base de golpear con ella– conduce fácilmente a una autorrestricción que tiene poco de voluntario.

Por otro lado, como muestra el caso Chaykin, la Red se ha poblado de defensores de la corrección política que enarbolan conceptos tan anticuados como el buen gusto o la moralidad pública para justificar el ataque a las opiniones que les disgustan. Nada hay de malo en una cierta corrección política, rectamente entendida como respeto hacia los demás. Pero lo que contemplamos ahora es un uso espurio de la misma que, en la práctica, conduce a una conversación pública higienizada donde nadie debe poder jamás sentirse ofendido y sólo ciertos discursos poseen plena legitimidad expresiva. Tal como ha señalado Timothy Garton Ash, no es aconsejable que organicemos el debate público a partir de una noción de daño que dependa en exclusiva de la percepción subjetiva del ofendido. Y ello, al menos, por dos razones: porque no es sano constituir una sociedad formada por personas que se presenten habitualmente como víctimas de la ofensa ajena; y porque en un mundo interconectado y heterogéneo, no digamos en la Red, siempre encontraremos cosas que nos ofendan. Es preferible, sostiene, limitar el uso del poder público para restañar los daños reales, objetivables, mientras construimos –esto es un desideratum– una cultura del debate público más cívica y robusta. El pensador británico añade algo obvio: que las palabras y las imágenes tienen un significado abierto que depende en buena medida del contexto. Bajo estas premisas, la retirada de la portada de Chaykin no está justificada.

Este episodio sugiere también que el debate público está experimentando una inesperada regresión hacia la literalidad, que parece anular de golpe todo aquello que la semiótica y la hermenéutica nos han enseñado tras el giro lingüístico acerca de la relación entre la comunicación humana y las comunidades interpretativas. Esta tendencia es algo desconcertante, pues la ironía parecía ser ya un tropo interiorizado por el sujeto contemporáneo: la distancia entre significado y significante, el recelo hacia significados cerrados, la evitación del dogmatismo. En algún momento, un segundo uso de la ironía consistente en el rechazo de cualquier verdad que no sea la propia ha terminado por hacerse más común, invalidando, de hecho, el primer –y mucho más saludable– empleo de la misma. De repente, nos hemos topado con los límites de la ironía: un muro de creencias dogmáticas tanto más fuertes cuanto que se creen llamadas a derribar los dogmas preexistentes y a restañar injusticias seculares. En el caso Chaykin, la seguridad con que se ha fijado el significado de la portada de marras es llamativa: X significa Y. Punto. Es obvio que el dibujo de Chaykin, que forma parte de una obra artística, no es lenguaje literal, sino figurativo. Y, como dice el semiólogo Daniel Chandler, cuando empleamos un tropo, aquello que hemos dicho escapa a nuestro control y se convierte en parte de un sistema de asociaciones mucho más amplio. ¿Quién puede decidir que hemos dicho una sola cosa y determinar además qué es eso que hemos dicho? Para más inri, el significado connotativo de un signo –en este caso, la portada– depende del contexto en que se la recibe: ya sea social o personal. ¿Puede un paquistaní leer esa imagen como la lee un norteamericano blanco o un aborigen australiano? Obviamente, no. Y, por eso, lo connotado está más abierto a interpretación que lo denotado, aunque esas interpretaciones están a su vez condicionadas por el código cultural en cuyo interior se vierte un signo.

Es verdad que los semiólogos no establecen hoy unas barreras tan firmes entre lo denotativo y lo connotativo, pues en fin de cuentas la denotación sólo implica un mayor consenso social (acerca de lo que algo significa) dentro de una comunidad interpretativa. Esto no significa que las connotaciones sean personales: una mesa no es un loro. Pero las connotaciones sí pueden estar marcadas por el estado de una cultura, como lo demuestra, por ejemplo, la alegría con que se aceptaba el esclavismo en el sur de Norteamérica en el siglo XVIII. Esto, aplicado al caso Chaykin, no mejora las cosas, sino que las empeora: la existencia de turbas digitales que se dedican a fijar policialmente qué es correcto o moralmente apropiado, desanimando a los disidentes, puede conducir a una reducción en los significados disponibles y, con ello, a un empobrecimiento de la conversación pública. O, incluso, a un backlash protagonizado por quienes se rebelan contra la dictadura de la corrección política, afirmando su derecho a comportarse deplorablemente: Donald Trump, un suponer.

Pudiera ser, para terminar, que quienes adoptan esta posición restrictiva de la libertad de expresión desde lo que podríamos considerar la izquierda –por oposición a una crítica motivada religiosamente o hecha en defensa de una tradición cultural determinada– estén siendo víctimas de su propia trampa epistemológica. Para entendernos: quien sostiene que las subjetividades son por completo heteronormativas, es decir, que están formadas por los discursos sociales dominantes sin apenas intervención del propio sujeto, no pueden sino aspirar al control de esos discursos para así formar mejores subjetividades. ¡Manufactura de virtuosos! Esto lleva a paradojas inesperadas, como sucede con la posición de aquellas feministas que defienden el derecho al aborto sobre la base de que sólo la mujer puede decidir acerca de su cuerpo, pero se oponen a la maternidad subrogada o atacan a las revistas femeninas por difundir un modelo de feminidad equivocado que termina por determinar qué uso hacemos de nuestro cuerpo. El orden del discurso es entendido así como idéntico al orden de lo real. Timothy Garton Ash cita a la filósofa feminista Catherine MacKinnon: «La pornografía es material masturbatorio. Es usada como sexo. En consecuencia, es sexo». De acuerdo con la misma lógica, la portada de Chaykin que representa un crimen racial es un crimen racial. O no: aunque el decir es un hacer, no es lo mismo decir que hacer. Por ejemplo, decir que mataría a mi vecino es algo muy distinto a matarlo: la diferencia es elemental. Y esa diferencia es la que nos permite representar por escrito o en imágenes aquello que no querríamos ver materializado: como el linchamiento de un paquistaní. Adoptar posiciones paternalistas a estas alturas de la modernidad es un paso atrás, pues es evidente que el ciudadano tiene algo que decir, si quiere hacer el esfuerzo reflexivo correspondiente, acerca de aquello que piensa y siente. 

Estamos lejos de aquellos ordenes sociales unánimes donde la voz de su amo se reproducía heterónimamente en unos súbditos que apenas tenían acceso a voces distintas de la oficial, concluye el profesor Arias Maldonado. Ya sabemos cómo terminan los policías del pensamiento: dejemos que cada uno se haga responsable de sus ideas sin querer imponerle las nuestras.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3721
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Desde la RAE] Hoy, con el académico Manuel Gutiérrez Aragón







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.

Continúo la serie con la dedicada al académico Manuel Gutiérrez Aragón (1942), que ocupa la silla "F". Fue elegido el 16 de abril de 2015 y tomó posesiónde su puesto el 24 de enero de 2016 con el discurso titulado En busca de la escritura fílmica. Le respondió, en nombre de la corporación, José María Merino. Se lo recomiendo.

Guionista, director cinematográfico, productor y escritor, Manuel Gutiérrez Aragón es licenciado en Filosofía y Letras y graduado por la Escuela Oficial de Cinematografía (1970). Miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ha recibido, entre otras distinciones, el Premio Nacional de Cinematografía (2004), la Medalla de Oro de la Academia de Cine de España (2013), la Medalla al Mérito de las Bellas Artes (2013) y la Medalla de Cinematografía de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (2014).




Manuel Gutiérrez Aragón en su toma de posesión en la RAE



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3720
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 10 de agosto de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 10 de agosto de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3719
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[A vuelapluma] La yihad en España





No es frecuente encontrar artículos sobre el terrorismo yihadista firmados al alimón por dos especialistas tan prestigiosos en el tema como Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos y Adjunct Professor en la Universidad de Georgetown, considerado una autoridad mundial en ese campo, y Carola García-Calvo, investigadora principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y profesora asociada en la Universidad Pontificia de Comillas. Pero esta vez lo hacen, en El País, para hablar sobre el fenómeno de la radicalización yihadista en España.

El 78% de los 178 individuos detenidos de 2013 a 2016 por actividades de terrorismo, comienzan diciendo, se radicalizaron en tan sólo cuatro demarcaciones administrativas: la provincia de Barcelona, Ceuta, Madrid con su área metropolitana y Melilla. El fenómeno de la radicalización yihadista que desde el inicio de la guerra civil siria se ha extendido —si bien con distintos grados de intensidad— a numerosos países de Europa Occidental, denota una peculiaridad común a todos ellos. En vez de afectar de un modo uniforme a sus respectivas poblaciones musulmanas, incidiendo sobre ellas de manera proporcional al tamaño y la distribución territorial de las mismas, tiene lugar en bolsas dentro de determinadas áreas geográficas. Así ocurre también en el caso de España. En estas cuatro demarcaciones reside poco más de la tercera parte de los musulmanes que viven en España, por lo que el porcentaje de detenidos que se radicalizaron en ellas duplica con creces al de su población musulmana respecto al total nacional.

A partir de esta constatación, que viene a corroborar la tendencia general europea desde 2012, en el Programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano hemos aislado dos factores cuya incidencia resulta decisiva para entender mejor cómo se configuran esas bolsas de radicalización y explicar por qué algunos musulmanes atraviesan este proceso de transformación cognitiva que conduce a la implicación terrorista mientras que otros, con características sociodemográficas similares, no lo hacen.

El primero de esos dos factores tiene que ver con el hecho de haber estado bajo la influencia de algún agente de radicalización. Nueve de cada diez de los mencionados detenidos en España terminaron por hacer suyas las actitudes y creencias propias del salafismo yihadista en contacto con uno o más de esos agentes, que les guiaron a lo largo del proceso. Este contacto supuso por lo común una interacción cara a cara y con mucha menor frecuencia una interacción básicamente online.

Para la mitad de los detenidos radicalizados cara a cara con uno o más agentes de radicalización, estos últimos fueron activistas, a menudo individuos cuya implicación terrorista dentro o fuera de España les confería cierto carisma, pero también sujetos cuya superioridad entre quienes eran objeto de su adoctrinamiento derivaba de otras fuentes. Amigos, figuras religiosas y familiares destacan además como agentes de radicalización para los detenidos que tuvieron contacto físico sostenido con ellos.

Activistas resultaron ser también el tipo de agente de radicalización más habitual entre los detenidos radicalizados online. Pero, en un número muy notable de estos casos, el papel de agente de radicalización correspondió a personas a las que cabe describir como pares o iguales. A diferencia de lo ocurrido en procesos que supusieron contacto cara a cara con algún agente de radicalización, las figuras religiosas desempeñaron ese rol en muy contadas ocasiones para los detenidos radicalizados mediante Internet y las redes sociales.

El segundo de los factores aludidos se refiere a los vínculos sociales previos que los detenidos tenían con otros individuos asimismo radicalizados. Esos vínculos sociales previos, con detenidos en España y con combatientes terroristas extranjeros de nacionalidad española o marroquí —residentes en España o en Marruecos— se dieron, durante el reciente periodo de cuatro años que cubre nuestro estudio, en hasta siete de cada diez casos.

Una gran mayoría de los detenidos que habían desarrollado esos ligámenes interpersonales con algún otro detenido o combatiente terrorista extranjero se radicalizaron en un entorno bien mixto, es decir online y offline, bien en un entorno principalmente offline. En marcado contraste con este dato, ocho de cada diez de los detenidos que carecían de esos lazos sociales previos al comenzar su radicalización transcurrieron el proceso en un entorno básicamente online.

Estos lazos afectivos entre los detenidos se basan en relaciones de vecindad, amistad y parentesco. Estas tres diferentes variedades de vínculos interpersonales pueden combinarse entre sí. Los casos en que se trataba de relaciones en la misma localidad de residencia son los más frecuentes, seguidos por los de vecindad en el propio barrio que habitaban, por vínculos sociales previos basados en relaciones de amistad y por los que estaban basados en relaciones de parentesco, especial pero no únicamente entre hermanos y hermanas.

La importancia del contacto con algún agente de radicalización remite, por una parte, a la relevancia de la ideología en el proceso que conduce a la implicación en actividades de terrorismo yihadista. La reiterada existencia de vínculos sociales previos, basados en vínculos de amistad, vecindad o parentesco, subraya, por otra parte, la relevancia de las redes locales, constituidas en base a lazos interpersonales y comunitarios, que facilitan la movilización yihadista.

Considerados de manera conjunta, ambos factores sugieren cómo la radicalización yihadista está estrechamente asociada a interacciones sociales en espacios delimitados mediante las cuales determinados individuos hacen suyas ideas que justifican el terrorismo.

En suma, los resultados de nuestro estudio permiten apreciar cómo se vehiculan las actitudes y creencias que justifican el terrorismo yihadista, al tiempo que avanzan en la comprensión de por qué se aglomeran los individuos que discurren por el proceso de radicalización.

Estos hallazgos tienen dos claras repercusiones en el ámbito de la política antiterrorista. Primera: para prevenir esa radicalización resulta clave la detección de los agentes que la promueven y su neutralización mediante una actuación coordinada de los servicios policiales y de inteligencia junto con las autoridades judiciales. Segunda: el Plan Estratégico Nacional de Lucha contra la Radicalización Violenta (PEN-LCRV) debe evitar una dispersión de esfuerzos institucionales, priorizando las demarcaciones y los ámbitos donde tienden a concentrarse esos procesos.



Dibujo de Eduardo Estrada para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 3718
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Poesía y música] Hoy, con Dámaso Alonso, Giacomo Puccini y Josep Carreras






Como afirmo en una de las entradas más visitadas del blog, soy capaz de recordar y reconocer casi cualquier fragmento de texto literario o película que haya leído o visto, aunque solo haya sido una vez en la vida. Por el contrario, ni el Azar ni la Naturaleza, mis divinidades paganas preferidas, me han dotado del mismo talento para la música. La diosa Terpsícore me ha negado sus favores, salvo en aquellas piezas (muy pocas para mí) que ya forman parte por la amplitud de su difusión del imaginario colectivo de la humanidad. Y esa incapacidad para recordar y reconocer piezas musicales es una de las circunstancias que más dolor me producen, porque en contraste con ellas la música es de todas las Bellas Artes la que más profundas emociones me provoca.

George Steiner, uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, dice en su libro Errata. El examen de una vida lo siguiente: "El canto (y la música) es, simultáneamente la más carnal y la más espiritual de las realidades. Aúna alma y diafragma. Puede, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis. La voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia". Estoy en completo acuerdo con él.

La UNESCO instituyó el año 2000 el Día Mundial de la Poesía, que se celebra cada 21 de marzo, entendiendo que el mundo contemporáneo tiene necesidades estéticas y sociales que la poesía puede cubrir. Así pues, continúo con esta entrada de hoy la nueva sección del blog, "Poesía y música", aunando algunos de los más bellos poemas en español con algunas de las más hermosas arias operísticas de la historia.


Continúo hoy la serie dedicada a "Poesía y música" con el poema Insomnio, de Dámaso Alonso, y la bellísima aria Che gelida manina de la ópera La Boheme, del compositor Giacomo Puccini, interpretada por el tenor Josep Carreras. Disfrútenlo. 





Dámaso Alonso 

Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas (1898-1990), literato y filólogo español, Director de la Real Academia Española y de la Revista de Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Fue Premio Nacional de Literatura en 1927 y Premio Miguel de Cervantes en 1978.


Insomnio
por 
Dámaso Alonso

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

"Hijos de la ira" (1944)


***



Giacomo Puccini


Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (1858-1924) fue un compositor italiano de ópera, considerado entre los más grandes de fines del siglo XIX y principios del XX. Fue uno de los pocos compositores de ópera capaces de usar brillantemente las técnicas operísticas alemana e italiana. Se lo considera el sucesor de Giuseppe Verdi. Algunas de sus melodías, como "O mio babbino caro" de Gianni Schicchi y "Nessun Dorma" de Turandot, forman parte hoy día de la cultura popular.

El aria Che gelida manina forma parte de la ópera La Boheme, basada en la novela Scènes de la vie de bohème, de Henri Murger, una colección de viñetas que retrata a jóvenes bohemios que viven en el Barrio Latino de París en la década de 1840. 






***





Josep Carreras(1946) es un tenor español conocido por sus interpretaciones en obras de Verdi y de Puccini, además de por formar parte del trío Los tres tenores, junto al italiano Luciano Pavarotti y al madrileño Plácido Domingo. En 1988 creó la Fundació Internacional Josep Carreras per a la lluita contra la leucèmia, dedicada a la cura de dicha enfermedad, que él mismo padeció. Fue galardonado con la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña en 1984 y con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1991.





San Carlo, Nápoles. El más antiguo teatro de ópera del mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 3717
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 9 de agosto de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 9 de agosto de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3716
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[A vuelapluma] ¡Sufriente Safo!





Bárbara Ayuso es una periodista y escritora española que acaba de publicar en Revista de Libros una hermosa reseña del libro de Elisa McCausland Wonder Woman. El feminismo como superpoder (Madrid, Errata Naturae, 2017), que profundiza y reflexiona sobre el feminismo como superpoder a partir del personaje de cómic de la "Mujer maravilla", creado en 1937 por el estadounidense Charles Moulton.

«Las mujeres tomarán el control del país, política y económicamente. La era de la Nueva Mujer ha llegado»: el sufragio femenino en Estados Unidos aún no había cumplido las dos décadas y William Moulton Marston (1893-1947) se pronunciaba así en una conferencia de prensa en 1937. Bajo el seudónimo de Charles Moulton crearía, cuatro años después de ese alegato, a Wonder Woman –Mujer Maravilla, para hispanohablantes– con el indisimulado propósito de ser «propaganda psicológica para el nuevo tipo de mujer que debería, en mi opinión, dominar el mundo».

Los setenta y cinco años que han transcurrido desde el alumbramiento del personaje dejan un balance irregular. No sólo en lo que respecta a la utópica voluntad política de su creador, sino también en lo tocante al icono pop en que se convirtió Wonder Woman y que ahora revive gracias a su última aventura cinematográfica. La primera superheroína de la historia, la más longeva y best seller intermitente (superó en ventas a Superman y Batman) ha pasado por cientos de reimaginaciones, usurpaciones y perversiones de ese espíritu que la concibió en la llamada Edad de Oro de los cómics. ¿Es Super Woman un emblema de los derechos de las mujeres o un producto de la épica fetish en molde de superheroína hipersexualizada? ¿Rezuman oportunismo sus proclamas o tuvo razón de ser aquel intento fracasado de erigirla como embajadora de honor de las Naciones Unidas en 2016? ¿Puede ser estereotipo cultural y erótico simultáneamente?

Sobre todo ello profundiza y reflexiona la crítica e investigadora Elisa McCausland (Madrid, 1983) en Wonder Woman. El feminismo como superpoder. A pesar de lo que el título pudiera sugerir, no se trata de un compendio de logros de la heroína, ni tampoco una conjuración o exaltación de sus valores ahora que el éxito de la película de Warner expele toneladas de merchandising con su rostro. Más bien supone una aproximación a Diana Themyscira desde su génesis, un análisis complejo del contexto del nacimiento y de las circunstancias históricas y sociales que fueron erosionando el personaje durante tres cuartos de siglo. A lo largo del volumen, va dibujando un trazado con el que comprender por qué se creó, qué implicaciones (reales) tiene su indumentaria y, por encima de todo, ayuda a discernir el efecto que ha tenido en los lectores, así como las asimilaciones políticas de sus orígenes.

McCausland aspira a analizar(nos) críticamente a través de la ficción desde un interés desprejuiciado por la cultura, el mismo que movió a Marston a vindicar la importancia del cómic como medio expresivo por su potencial educativo y su penetración en la cultura de masas. El volumen arranca con la reconstrucción de la creación de Wonder Woman, un relato fascinante que la autora aborda con minuciosidad y sin concesiones al morbo con que es habitual referirse a los juegos de dominación y sumisión que atraían a su progenitor.

Escritor fracasado, inventor de la «máquina de la verdad» y uno de los primeros psicólogos experimentales estadounidenses, William Moulton Marston insufló un aire revolucionario a su criatura y a la Isla Paraíso de la que procedía. Pero no lo hizo solo. Elizabeth Holloway y Olivia Byrne eran más que su mujer y su amante, y la relación creativa que les unía trascendía la naturaleza poliamorosa del vínculo privado. Ambas configuraron junto a Marston una mujer depositaria de valores, investigaciones y desvelos ligados al feminismo, al pacifismo, la concordia entre razas y naciones, y otras luchas sociales. Holloway, apasionada del mito de Safo, proporcionó a Diana un origen sincrético entre lo amazónico y lo griego, y Byrne volcó en ella su interés por las luchas obreras, cruzando en las misiones de Wonder Woman protestas basadas en hechos reales. Así, la Mujer Maravilla llegó al mundo no sólo como depositaria del feminismo sufragista estadounidense de la primera mitad del siglo XX, sino como un actor fundamental en sus posibilidades a través de la ficción.

Pero la utopía caducó pronto. Con la temprana muerte de Marston, el personaje se sumió en la primera de las muchas derivas que atravesaría, hasta dejarla reducida a una cáscara, a un significante vacío. Diana dejó de ser una apología del feminismo amazónico para entrar en los años cincuenta convertida en una versión depauperada de sí misma. Guionistas, editores y dibujantes le arrebataron sus poderes y la relegaron a puestos progresivamente irrelevantes como espía de pacotilla, secretaria, consejera y, finalmente, mujer sin superpoderes. McCausland inspecciona las circunstancias que precipitaron esta travesía por el desierto, en la que desempeñaron un rol predominante no sólo la regresión de la equidad de género de la posguerra, sino el crucial papel de Fredric Wertham (1895-1981), gran inquisidor y «Richard Nixon» de los cómics. La implantación del código de autocensura Comics Code y la regulación editorial de la propia DC Comics –que obligaba por contrato a reducir a los personajes femeninos a secundarios y apoyos del superhéroe– devino en que las aventuras de la amazona fueran sustituidas por un catálogo de costumbres nupciales a lo ancho del mundo, llamado Marriage à la Mode.

A esta etapa le sucedieron diversos puntos de inflexión, en los que McCausland se introduce con fidelidad casi historiográfica, examinando la época en que la feminista Gloria Steinem se hizo cargo del personaje en los años setenta. El ensayo se nutre además de entrevistas con sujetos involucrados en los diferentes ciclos, como la editora Joanne Edgar y la guionista Trina Robbins. Así, deja que sean los propios «rescatadores» del espíritu de Wonder Woman en los años ochenta, George Pérez y Phil Jiménez, quienes reflexionen sobre cómo se orquestó el relanzamiento del mito desde la literalidad de lo helénico. Una labor que heredó Greg Rucka, actual guionista de la serie, y al que la autora concede no sólo espacio, sino una clara reivindicación de su labor de acoplar a Super Woman al pulso moral del mundo pos-11-S junto con Gail Simone.

Pero, por encima de todo, el ensayo amplifica y sustenta la hipótesis formulada por la investigadora de la Universidad de Harvard, y posiblemente la mayor experta actual en Wonder Woman, Jill Lepore. McCausland hace suyo el postulado que encabeza el primer capítulo: «Wonder Woman es el eslabón perdido de una cadena de eventos que empieza con las campañas de las mujeres sufragistas a principios del siglo XX y termina con el convulso estado del feminismo cien años después», para poner sobre la mesa los desafíos que presenta la posmodernidad para el personaje.

La autora no esconde, sin embargo, su consideración de Wonder Woman como una suerte de «artefacto alienígena», un «virus feminista»; lo relevante es que invita a transitar estas páginas utilizando a la superheroína como un reflejo, más que como mito o icono preñado de significados: «Es un arquetipo idóneo para pensar en las relaciones entre feminismo, cultura y sociedad de consumo, sus estrategias y sus contradicciones», afirma.

El escritor Jim Thompson estaba convencido de que existían treinta y dos maneras de escribir una historia, «pero sólo existe una trama: las cosas no son lo que parecen», una cita que le va como anillo al dedo a Wonder Woman y a sus setenta y cinco años de historia. Diana Themyscira es algo más que una superheroína uniformada con la bandera de Estados Unidos que se deshace en fintas y derechazos para el deleite erótico del respetable. También resulta superficial contemplarla como una feminista de pancarta y tuit facilón, o una «representación de una mujer blanca, con pechos exuberantes, proporciones imposibles y un traje escueto», como afirmaban los detractores de su nombramiento en la ONU. Sus encarnaciones televisivas y cinematográficas (como la setentera de Lynda Carter, inofensiva y ñoña. o la actual de Gal Gadot, presentada como una mujer llamada a salvar los muebles de una franquicia en horas bajas) no favorecen la idea de que Wonder Woman va más allá. Más allá incluso de la consideración del feminismo como un superpoder, signifique eso lo que signifique.

McCausland concluye con una reflexión disfrazada de lección, que, en cierta medida, entona el popular grito de guerra de Wonder Woman: ¡sufriente Safo! «El mito de la amazona, ahora sí, parece haber llegado para quedarse. Está en nuestras manos decidir si vamos a estar a su altura o si vamos a reducirla a la nuestra», dice. La idea que subyace no podría ser más peligrosa: Wonder Woman, al margen de las apariencias, es una máquina de ponerse a pensar.

La sufriente Safo a la que alude el grito de guerra de la Mujer Maravilla y que da título al artículo de Bárbara Ayuso, no es otra que Safo de Mitilene, también conocida como Safo de Lesbos, una poetisa griega que vivió a caballo de los siglos VI y V antes de Cristo, a la que los comentaristas han incluido sin dudar entre los más grandes poetas líricos. Pasó toda su vida en Lesbos, isla griega cercana a la costa de Asia Menor, con la excepción de un corto exilio en Siracusa (actual Sicilia) en el año 593 a. C., motivada por las luchas aristocráticas en las que probablemente se encontraba comprometida su familia perteneciente a la oligarquía local. Su poesía la ha convertido en un símbolo del amor lesbico.

Se conserva muy poco de su obra lírica, pero entre lo que se conserva destaca su Oda a Afrodita. El poema se inicia con una invocación en la que Safo llama a la diosa Afrodita y le ruega que acuda en su ayuda. Tras una larga digresión en la que la autora rememora una ocasión anterior en que la diosa descendiendo en un carruaje de oro tirado por gorriones atendió su ruego de que la renegada pronto estaría completamente enamorada de ella, el poema se cierra con una estrofa en la que reitera su solicitud de ayuda en la guerra del amor, concepto antiguo que aún hoy conservamos y que supone que el establecimiento de una relación amorosa es similar a una batalla. Les dejo la versión española y la original en griego clásico de su Oda a Afrodita. Disfruten de ellas.


¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y sexo
Ruégote, Cipria!

Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Zeus
Alta morada.

El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.

Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—

¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?

Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

***

Ποικιλόθρον᾽ ὰθάνατ᾽ ᾽Αφρόδιτα,
παῖ Δίος, δολόπλοκε, λίσσομαί σε
μή μ᾽ ἄσαισι μήτ᾽ ὀνίαισι δάμνα,
πότνια, θῦμον.

ἀλλά τυίδ᾽ ἔλθ᾽, αἴποτα κἀτέρωτα
τᾶς ἔμας αὔδως αἴοισα πήλγι
ἔκλυες πάτρος δὲ δόμον λίποισα
χρύσιον ἦλθες

ἄρμ᾽ ὐποζεύξαια, κάλοι δέ σ᾽ ἆγον
ὤκεες στροῦθοι περὶ γᾶς μελαίνας
πύκνα δινεῦντες πτέῤ ἀπ᾽ ὠράνω αἴθε
ρος διὰ μέσσω.

αῖψα δ᾽ ἐξίκοντο, σὺ δ᾽, ὦ μάκαιρα
μειδιάσαισ᾽ ἀθανάτῳ προσώπῳ,
ἤρἐ ὄττι δηὖτε πέπονθα κὤττι
δηὖτε κάλημι

κὤττι μοι μάλιστα θέλω γένεσθαι
μαινόλᾳ θύμῳ, τίνα δηὖτε πείθω
μαῖς ἄγην ἐς σὰν φιλότατα τίς τ, ὦ
Ψάπφ᾽, ἀδίκηει;

καὶ γάρ αἰ φεύγει, ταχέως διώξει,
αἰ δὲ δῶρα μὴ δέκετ ἀλλά δώσει,
αἰ δὲ μὴ φίλει ταχέως φιλήσει,
κωὐκ ἐθέλοισα.

ἔλθε μοι καὶ νῦν, χαλεπᾶν δὲ λῦσον
ἐκ μερίμναν ὄσσα δέ μοι τέλεσσαι
θῦμος ἰμμέρρει τέλεσον, σὐ δ᾽ αὔτα
σύμμαχος ἔσσο.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3715
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)