El blog de HArendt # Pensar para comprender, comprender para actuar # Primera etapa 2005-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
jueves, 9 de octubre de 2025
miércoles, 8 de octubre de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 8 DE OCTUBRE DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 8 de octubre de 2025. El escritor y cineasta israelí Etgar Keret escribe en la primera de las entradas del blog de hoy: Cuesta creerlo, pero han pasado dos años desde el 7 de octubre de 2023; veinticuatro meses de terror y furia, de discursos en los que nos dicen que no falta nada para la victoria total; y aquí estamos hoy, sin despertar de ese sueño escalofriante. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2017, el filósofo Manuel Cruz, decía: La consigna dominante en determinados sectores de la izquierda parece ser esta: regresemos al punto en el que todavía no existían los males que hoy nos azotan. El poema del día, en la tercera, se titula Resplandeciente oscuridad, es del poeta español Javier Almuzara, y comienza con estos versos: No hay nada que no sea luminoso,/incluso la ceguera y el vacío/que oscuramente abolen el desorden. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DE LOS DOS AÑOS PASADOS DESDE EL 7 DE OCTUBRE
Seguimos sin despertar de ese sueño escalofriante, sino viviéndolo a diario como nuestra nueva rutina, dice en El País [Dos años del 7 de octubre, 05/10/2025] el escritor y cineasta israelí Etgar Keret. Cuesta creerlo, pero han pasado dos años desde el 7 de octubre de 2023. Veinticuatro meses de terror y furia, 104 semanas de discursos en los que nos dicen que no falta nada para la victoria total, 730 días de muerte, bombardeos y hambruna. El tiempo vuela cuando está detenido. Hace solo dos años, una nación entera vio con impotencia cómo de la oscuridad surgía una pesadilla; y aquí estamos hoy, sin despertar de ese sueño escalofriante, sino viviéndolo a diario como una parte continua y asesina de nuestra vida: nuestra nueva rutina.
Dos años de abrir los ojos cada mañana para encontrarnos con un día más de rehenes encerrados y hambrientos en túneles; un día más de bombardeos, muerte y privaciones para hombres, mujeres, niños y ancianos en Gaza; un día más de listas en los periódicos con los nombres de los soldados muertos, un gran círculo de dolor que se agranda de forma constante y amenaza con devorarlo todo.
En las playas de Tel Aviv, los culturistas sudorosos y la gente que hace pádel surf prosiguen con su ritual mientras el ruido lejano de las detonaciones llega a la orilla como un mensaje en una botella, la sordina de las noticias sobre lo que ocurre en Gaza, que los bañistas prefieren ignorar. Al fin y al cabo, aquí no podemos oír los gritos ni los llantos; y esas explosiones lejanas producen un sonido al que resulta que el oído humano se acostumbra con facilidad. Después de dos años, uno se habitúa a todo. Especialmente cuando cada día es igual al anterior y de noche nos desvelamos contando los rehenes vivos, los gazatíes muertos y los discursos llenos de odio y miedo de un líder acosado en cuyas palabras ya no cree nadie. Hoy promete que los israelíes vivirán en una Esparta en guerra permanente y no hace falta ser profeta para saber que mañana servirá el mismo plato de veneno y terror —sazonado con la sal y el amargor del sudor y la sangre— y el victimismo de nación perseguida que se ha convertido en la reacción invariable de Israel ante cualquier crítica.
Todavía recuerdo el día —dentro de unos días hará dos años— en el que estuve en un parque de un pintoresco pueblo, sentado en estado de shock, en medio de supervivientes de los ataques del 7 de octubre contra las comunidades de la frontera de Israel con Gaza, que estaban tratando a duras penas de sobreponerse a la pérdida de todo lo que tenían una semana antes y que había desaparecido en un instante. Hablé con una niña cuyo padre había muerto asesinado. Sus ojos eran un pozo profundo, oscuro e insondable, y recuerdo que los míos, que solo querían mirar, cayeron en él. También recuerdo que le prometí, en el tono más convincente que pude, que, al cabo de un año o incluso menos, la niebla negra que la rodeaba se disiparía. Que seguiría sintiendo dolor y miedo, pero solo como un recuerdo, una cicatriz que iría cerrándose poco a poco. No era más que una niña que acababa de quedarse huérfana. Una superviviente. Y vi en sus ojos que me creía. Eso fue hace mucho tiempo: han pasado dos años. En aquel entonces, yo mismo me creía mis palabras.
Escribo este artículo casi dos semanas antes del 7 de octubre. Podría haber esperado, pero confío en que, para cuando se publique, ya sea irrelevante. No es un temor, sino un deseo. En mi fantasía, recibo un incómodo correo electrónico del responsable de Opinión del periódico en el que me explica que los recientes acontecimientos políticos y militares han dejado obsoleta mi columna: ahora que se ha firmado un alto el fuego y tanto los rehenes israelíes como los habitantes de Gaza están regresando a casa, mis desesperados lamentos y quejas son innecesarios.Así que aquí estamos, unos días antes, y Donald Trump, autoproclamado candidato al Premio Nobel de la Paz, ha anunciado su “plan de paz de 20 puntos” para acabar con la guerra, devolver a los rehenes y encontrar una solución política al conflicto. La Bolsa israelí se ha disparado, como si el plan ya se hubiera llevado a la práctica y con éxito, pero yo sigo aferrándome a mi artículo original. Quizá porque este no es el primer plan de Trump que veo —¿quién puede olvidar la “Riviera de Gaza”?—, o porque la mayoría de los 20 puntos son de una vaguedad extrema, sin calendario ni mecanismo de aplicación. Por ejemplo, ¿Hamás depondrá las armas o las entregará? Y, en ese caso, ¿cuándo? Cada “punto” suscita más preguntas y temas de negociación, así que no parece que la rutina letal de la guerra vaya a terminar pronto. Mientras seguimos con ansiedad cada nuevo titular, los rehenes israelíes encerrados bajo tierra y los habitantes de Gaza entre los escombros de la superficie tendrán otro día más de sufrimiento y muerte constantes, sin que se vislumbre aún el final. Etgar Keret es escritor y director de cine israelí. Su último libro traducido al castellano es Avería en los confines de la galaxia (Siruela).
DEL ARCHIVO DEL BLOG. UNCIDOS, PODEMOS. PUBLICADO EL 08/09/2017
Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados señalaba hace unos días, refiriéndose a la consigna dominante en cierta izquierda de reescribir el pasado, deteniéndose en un punto determinado del recorrido en busca de culpables de los males de hoy y encerrándose en el marco de los buenos frente a los malos, que caminamos con paso firme hacia el pasado.
La consigna dominante en determinados sectores de la izquierda, comenzaba diciendo, parece ser esta: regresemos al punto en el que todavía no existían los males que hoy nos azotan. No es por casualidad que en el lenguaje parlamentario los verbos más utilizados desde hace ya un tiempo entre nosotros sean “revertir” y “derogar”. Al principio parecía que hacían referencia únicamente a las nefastas políticas del Partido Popular y no nos llamaba la atención tanto uso, pero nos hemos ido adentrando en lo pretérito con desenvuelta determinación y ya se ha empezado a ampliar el espectro de las actuaciones que también se nos insta a deshacer. Bien pronto ha alcanzado la querencia a alguna de las llevadas a cabo por José Luis Rodríguez Zapatero (artículo 135 de la Constitución aparte, ha habido quien ha puesto en la picota su entera reforma laboral). Es de suponer que, a este ritmo, transitaremos rápidamente por lo llevado a cabo por Aznar y resulta altamente probable que la gestión de Felipe González sea despachada en un plis-plas (a fin de cuentas es para algunos —últimamente, incluso desde sus propias filas— el epítome de las puertas giratorias). De ahí a situarnos en el escenario del inicio de la Transición, como algunos desean, solo quedará un suspiro.
¿De qué depende detenerse en uno u otro punto del recorrido? De la posición política de cada cual. Se diría que, en el seno de la izquierda, las diferencias entre sus diferentes sectores la marca el punto del pasado en el que se detendrían (y por cierto que esto mismo rige para esa específica variante de la izquierda que últimamente ha virado en Cataluña hacia el independentismo: en su caso el retroceso alcanzaría hasta 1714). O, lo que viene a ser lo mismo, su especificidad pasa por el lugar en el que cada uno coloca el origen de todos nuestros males. Benjaminianos sin saberlo, se ven empujados hacia delante, como el ángel de la historia de Paul Klee, por el transcurrir de los acontecimientos, pero con el rostro vuelto hacia el pasado, incapaces de mirar de frente lo que se les avecina.
Esta actitud contiene una profunda contradicción. Los buenos tiempos siempre quedan atrás pero, por otro lado, quienes se reclaman de ellos se declaran, en el mismo gesto, inaugurales. Se empeñan en reescribir el pasado —dicen que para no repetir sus errores—. Pero el propósito en cuanto tal constituye una declaración de impotencia. Entre otras razones porque quien viaja imaginariamente al pasado en cuestión lleva a cuestas su presente. El ventajismo de criticar desde hoy las posiciones que los adversarios antaño mantenían para, a renglón seguido, certificar el rosario de presuntos renuncios y contradicciones en que estos últimos habrían incurrido tiene un fácil antídoto: el de preguntarse qué pensaban y qué defendían los predecesores de los mencionados hipercríticos en aquel mismo momento. Quizá, de aplicar el antídoto, nos encontraríamos con que también aquellos incurrieron en lo que sus herederos ahora tanto critican (la aceptación de la monarquía o la actitud hacia la amnistía podrían ser ejemplos ilustrativos).
Pero la falacia tiene doble fondo y por debajo de este primer nivel, en última instancia casi metodológico, subyace otro de mayor importancia. Porque este imaginario viaje al pasado, además de revelar una impotencia política, es en sí mismo imposible. A dicho lugar no se puede regresar porque ya no existe. Pretenderlo es hacer como si nada hubiera sucedido entretanto, como si el tiempo transcurrido desde entonces no hubiera alterado en modo alguno la realidad. Pero es a la realidad actualmente existente a la que hay que dar respuesta, la que, en lo que proceda, urge modificar. Todos esos ejercicios de intensa melancolía política (de la añoranza de lo que pudo haber sido y no fue) a los que venimos asistiendo de un tiempo a esta parte, toda esa dulzona autocomplacencia ante el heroico espectáculo de las ocasiones perdidas al que se dedican de manera sistemática quienes no las vivieron, deja sin pensar precisamente aquello que más debería importarnos, que es la solución de los problemas que hoy tenemos planteados.
Reivindicar, pongamos por caso, la socialdemocracia sueca de los sesenta cuando no solo no somos suecos sino que nos separa de aquella década medio siglo únicamente puede ser considerado, en el mejor de los casos, un mero flatus vocis. Si se quiere reivindicar un modelo de semejante tipo no basta con utilizar como argumento mayor frente a los escépticos el tan contundente como romo de que tal cosa fue posible y extraer luego, como mecánica y simplista conclusión, que podría volver a darse. Se impone, en primer lugar, dar cuenta de los motivos por los que se torció el proyecto, qué hizo que fuera degradándose hasta quedar muy lejos de su diseño originario. Y, a continuación, mostrar lo que hoy, en nuestras actuales condiciones, resulta viable.
Pero proceder así probablemente desactivaría en gran medida la eficacia de un discurso más cargado de emociones que de razones. Se diría que algunos rehúyen la posibilidad misma de encontrarse con la evidencia de que tal vez buena parte de las respuestas ofrecidas en el momento en el que, según ellos, las cosas tomaron la senda errónea eran las adecuadas, o las menos malas, o acaso las únicas posibles. Pero aceptar eso dejaría sin referente su indignación, que no tendría a quien dirigirse. Necesitan pensar (contraviniendo a Platón, dicho sea de paso) que aquello no solo se hizo mal, sino que se hizo mal a sabiendas. Corolario ineludible a partir de semejantes premisas: quienes actuaron de tal modo, no solo son responsables de lo sucedido sino que, sobre todo, son culpables de cuanto ahora nos pasa.
El cuadro (¿o quizá deberíamos mejor decir el marco, el famoso frame?) queda de esta manera cerrado. Ellos frente a nosotros, los de arriba frente a los de abajo: los buenos frente a los malos, en definitiva. Pero los dualismos los carga el diablo, y del maniqueísmo al cainismo apenas hay un paso, que en el calor de la polémica no cuesta apenas nada dar. Hace no mucho, en el transcurso de un agitado pleno en el Congreso, un diputado de izquierdas le espetaba a la bancada del Partido Popular estas sonoras palabras: “España es un gran país, pero sería mejor sin ustedes”. Excuso decir el entusiasmo con el que fueron acogidas por parte de los correligionarios del diputado en cuestión. Sin embargo, he de confesar que a mí no me sonaron tan bien. Quizá fuera porque la memoria, siempre tan traviesa, decidió gastarme una mala pasada y trajo a mi cabeza dos versos de una canción que interpretaba un cantautor, de izquierdas por cierto, en los albores de la tan denostada Transición. Decían así los versos: “aquí cabemos todos/ o no cabe ni Dios”.
DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, RESPLANDECIENTE OSCURIDAD, DE JAVIER ALMUZARA
RESPLANDECIENTE OSCURIDAD
No hay nada que no sea luminoso,
incluso la ceguera y el vacío
que oscuramente abolen el desorden.
Los fantasmas del sueño nos devuelven
la fe en una vigilia inconsistente,
y la paz del olvido augura a todos
un descanso final sin sobresaltos.
Con su sirena urgente, herida y duelo
no dejan que la vida se nos vaya
sin sentir. A la exánime pereza
nunca le falta tiempo para nada.
La ociosidad inclina a la belleza,
y la ausencia de dios es clamorosa
caja de resonancia para el rezo.
A la sed de los cuerpos le debemos
el amor, ese imán de soledades.
La envidia no consiente que los méritos
se queden al albur de ser premiados.
Para el odio no hay nadie indiferente
y el miedo es nuestro ángel de la guarda.
Lo oscuro solo oculta su virtud
a unos ojos cansados de buscarla.
También tiene su brillo esa pobreza:
la opacidad es don de la ignorancia,
y la noche, el misterio de la luz.
JAVIER ALMUZARA (1969)
poeta español
martes, 7 de octubre de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MARTES, 7 DE OCTUBRE DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 7 de octubre de 2025. Para el psiquiatra lo inconsciente es insondable y oscuro pero subyace un orden: los arquetipos, cuya huella artística más profunda se encuentra en el cine, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Juan Arnau. La segunda es un archivo del blog de abril de 2016 en el que HArendt comentaba que la corrupción política era, más que un goteo, un chorro abierto sin control, pero que el caso es era que él sí creía que la inmensa mayoría de los políticos españoles eran honrados. El poema del día, en la tercera, se titula Galatea, es de la poetisa española Amalia Bautista, y comienza con estos versos: No sabías qué hacer aquella tarde./Tú estabas enfadado y no querías/salir. Me fui al parque del Oeste/y estuve paseando mucho rato. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DE CARL JUNG Y LA PSICOLOGÍA
Para el psiquiatra lo inconsciente es insondable y oscuro pero subyace un orden: los arquetipos, cuya huella artística más profunda se encuentra en el cine, escribe en El País [Jung: lo que compartimos y no sabemos qué es, 04/10/2025] el filósofo Juan Arnau. La literatura es la herramienta más eficaz para entender la mente, comienza diciendo Arnau. Poetas, novelistas y mitógrafos son los que mejor han entendido las inclinaciones que desencadenan el deseo, la idea fija, las ambiciones y obsesiones que acechan la psique. La mente no está hecha de neuronas, está hecha de sueños, imaginación y poesía (a veces oscura). Esta premisa narrativa hizo que la psiquiatría dinámica de finales del XIX se centrara en las historias clínicas para entender los entresijos de la demencia. Un tiempo en que los médicos escuchaban a sus pacientes y no se limitaban a recetar fármacos. El relato como agente de sanación. El laboratorio no puede entender la psique, mientras que Cicerón o Kafka sí pueden hacerlo. “Quien quiera conocer el alma humana llegará desgraciadamente a saber muy poco de ella por boca de la psicología experimental”, escribe Jung. Y recomienda renunciar a la ciencia exacta, a la bata del laboratorio, y, al modo de un Dostoievski, vagabundear por el mundo observando pasiones, delirios y extravagancias de la humana fantasía, “por los terrores de las prisiones, los manicomios y los hospitales, por las turbias tabernas arrabaleras, los burdeles y casas de juego, por los salones elegantes, las bolsas, los mítines socialistas, las iglesias y las sectas fanáticas, viviendo en carne propia amores, odios y todas las formas de la pasión.”
Kant consideraba que la psicología jamás podría ser una ciencia, pues era incapaz de sustentarse en las matemáticas. Tampoco podía ser una disciplina experimental, dada la dificultad de observarse a uno mismo. El flujo temporal de la experiencia interior carece de la estabilidad mínima para una observación eficaz. Kant expresa como ningún otro ese rechazo tan ilustrado a la introspección “jugar a espiarse a uno mismo es invertir el orden natural de los poderes cognitivos. El deseo de investigarse a uno mismo o es ya una enfermedad de la mente (hipocondría) o es una forma de contraerla y terminar en un manicomio”. La observación de otras mentes está igualmente plagada de dificultades. Para Kant, la psicología sólo puede aspirar a ser una descripción el alma (un relato) en contraposición a la ciencia. Desgraciadamente, los primeros psicólogos quisieron desmentir a Kant y, llevados por el deseo arrebatador de ser “ciencia”, optaron por matematizar la mente. La consecuencia ha sido devastadora. Hoy en los programas de las facultades de psicología no se estudian los sueños, la imaginación, los mitos o la poesía, se limitan a hacer encuestas.
En El resplandor de Stanley Kubrick, Jack Torrance es poseído por contenidos inconscientes y el Hotel Overlook funciona como espacio simbólico que activa su sombra y su locura
Hay algo que compartimos los seres humanos y no sabemos qué es. Esa fue la gran intuición de Jung, que permea la cultura contemporánea desde que en 1916 publicara “La estructura del inconsciente”. La idea, como todas las ideas, no era nueva, la había formulado in extenso Carl Gustav Carus, médico y pintor del romanticismo alemán, y el joven Edvard von Hartmann, pero Jung logró ponerla sobre el tapete de la Europa intelectual de entreguerras y, desde entonces, ha dado mucho juego en el arte, la literatura, el cine, la clínica y la filosofía.
Lo inconsciente es insondable y oscuro, pero subyace un orden: los arquetipos. Una herencia platónica que ofrece un marco simbólico para entender las motivaciones ocultas. A diferencia del inconsciente personal de Freud, Jung sostiene que dicho ámbito más allá de la conciencia contiene patrones universales de experiencia que se expresan en mitos, sueños, religiones y narraciones. Toda una mina para los guionistas. Arquetipos como el Héroe, la Sombra, el Sabio, la Madre, el Trickster y el Anima/Animus son formas simbólicas que estructuran la experiencia en todas las culturas. Un descubrimiento que no sólo ha influido en la psicoterapia y la psicología compleja clínica, sino también en la teoría literaria, la mitología comparada, los guiones cinematográficos, el diseño de videojuegos y la publicidad.
Jung tuvo una visión amplia e integradora de la psique. Aunque se formó como psiquiatra, su interés por lo simbólico, numinoso y trascendente lo llevó a estudiar religiones comparadas, alquimia y astrología. Esa actitud enciclopédica es su gran valor. Reconoció en el budismo, el hinduismo y el taoísmo modelos útiles para entender la mente que la psicología occidental había ignorado. Lector del I Ching, los Yogasūtra y el Libro tibetano de los muertos, combinó sus análisis con textos alquímicos que abordan las metamorfosis del alma, abriendo la puerta a una psicología donde lo sagrado es una dimensión interior de la psique y no algo religioso. Una visión secular que permite reinterpretar los símbolos religiosos no desde el dogma ortodoxo, sino como imágenes vivas del alma.
El arte como alquimia mental y manifestación de lo inconsciente. La obra de Jung ha dejado una huella reconocible en pintores visionarios como Max Ernst, expresionistas abstractos como Mark Rothko (el lienzo como revelación interna), surrealistas como Leonora Carrington o Remedios Varo (lo esotérico femenino), y artistas chamánicos como Joseph Beuys, que conciben el arte como sanación y ritual. También advertimos su influencia en novelistas como Doris Lessing y Philip K. Dick, en Hermann Hesse (que fue amigo suyo) y en las obras formalmente revolucionarias de James Joyce (Ulises, Finnegans Wake). Pero donde ha dejado una huella más profunda es en el cine. En El resplandor de Stanley Kubrick, Jack Torrance es poseído por contenidos inconscientes y el Hotel Overlook funciona como espacio simbólico que activa su sombra y su locura. Ingmar Bergman explora en Persona la disolución de las fronteras del yo, la fusión de las identidades de las protagonistas refleja el arquetipo de la sombra y el proceso de individuación. La máscara social de la “persona” se desmorona y revela los conflictos inconscientes de la psique. Algo parecido hace Christopher Nolan en Inception y Memento, o Aronofsky en Pi, Black Swan o The Fountain. La confrontación con la sombra, la disolución del ego y la búsqueda de una totalidad interior se han convertido en temas recurrentes de los guionistas. Los protagonistas atraviesan crisis que los enfrentan a fuerzas arquetípicas (el sabio, el héroe, la madre o el ánima), traduciendo al lenguaje fílmico símbolos del inconsciente colectivo. No sorprende que el cine sea hoy un ritual laico para la exploración del alma. Juan Arnau es filósofo, ensayista y colaborador de EL PAÍS. Su último libro se titula ‘La meditación soleada’ (Galaxia Gutenberg, 2024).
DEL ARCHIVO DEL BLOG. CORRUPCIÓN: ¿A QUIÉN CREER YA? PUBLICADO EL 10/04/2016
Esto más que un goteo es ya un chorro abierto sin control y una alcantarilla que revienta porque no da más de sí: solo en el día de hoy un exvicepresidente de la comunidad autónoma de Madrid y exsecretario general de su partido en esa comunidad, el presidente de la diputación provincial de León, un grupo de alcaldes en ejercicio y hasta una cincuentena de empresarios repartidos por toda España, detenidos por presunta corrupción... Es para no creer en nada ni nadie, pero el caso es que yo sí creo que la inmensa mayoría de los políticos españoles son honrados, pero también creo, como dice el aforismo romano, que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. ¿Entonces, qué hacer?
No soy dado a las grandes admiraciones. Por cumplir con mi personal ley de igualdad de género cito entre esas grandes admiraciones a dos mujeres, Hannah Arendt, teórica política estadounidense de origen judeo-alemán y a Simone Weil, filósofa francesa de origen judío, y a dos hombres, Emilio Lledó, filósofo y filólogo español y a Hans Küng, teólogo católico suizo. Por los cuatro siento una profunda admiración y respeto, tanto por la importancia de su obra intelectual como por el ejemplo de sus vidas. Y uno de ellos fue profesor mío en la Facultad de Geografía e Historia de la UNED; sólo por el privilegio de haberle conocido y tenido como profesor merecieron la pena todos los años de estudio.
Pero hoy sólo quiero traer a colación a Hans Küng, teólogo católico de renombre universal, consultor especial del Concilio Vaticano II por decisión expresa del papa Juan XXIII, y apartado fulminantemente de su cátedra de Teología en la Universidad alemana de Tubinga por el papa Juan Pablo II por oponerse públicamente al dogma de la infalibilidad pontificia.
No soy creyente. No lo era ya cuando leí durante unas vacaciones en Mallorca hace al menos cuarenta años la primera de sus grandes obras teológicas: "Ser cristiano". Seguí sin serlo después de leer con sincera admiración al menos una docena sus títulos posteriores. Y al día de hoy sigo ateo-no beligerante, a Dios gracias, diría yo. Pero no, desde luego, por culpa suya, porque reconozco que pocos libros existen con la profunda religiosidad y el rigor teológico de los escritos por Hans Küng. A sus casi 90 años, sigue empeñado en la elaboración de una ética de validez universal y del diálogo sin condiciones entre todas las iglesias. Y yo, sigo esperando con ilusión la publicación en español de la tercera parte de sus memorias.
Hace unos años el diario El País publicó un interesantísimo artículo suyo, hoy más que nunca de plena actualidad, titulado "¿Está justificada la mentira en política?" por el que desfilan George W. Bush, Henry Kissinger, Richelieu, Metternich, Bismarck, Theodore Roosevelt, Maquiavelo, Thomas Jefferson, Martín Lutero, Helmut Schmidt, Jimmy Carter, Bill Clinton y Monica Lewinsky..., entre otros. Hoy, oyendo justificarse ante sus electores a la presidenta del partido popular de Madrid y expresidenta de dicha comunidad autónoma, expresidenta del Senado y exministra, Esperanza Aguirre, y soplar plumas hacia arriba a la secretaria general del partido popular español, Dolores de Cospedal, o mirar hacia otro lado como si la cosa no fuera con él y con todos nosotros al presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, creo que merece la pena releer lo que en su día dijera un teólogo tan solvente como Hans Küng sobre la mentira y la política. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, GALATEA, DE AMALIA BAUTISTA
GALATEA
No sabías qué hacer aquella tarde.
Tú estabas enfadado y no querías
salir. Me fui al parque del Oeste
y estuve paseando mucho rato
sin encontrar un alma. En el invierno
casi nadie pasea por los parques.
No pensé nada. Me senté en un banco
y encendí un cigarrillo. De repente
un hombre joven se sentó a mi lado.
Le miré y vi que había un solo ojo
en mitad de su frente, un ojo oscuro,
tristísimo y brillante. Me miraba
como pidiendo ayuda, suplicando.
Ninguno de los dos dijimos nada.
Él miraba mis ojos y yo el suyo.
En silencio empezó a llorar despacio,
se avergonzó y se fue. Yo no hice nada
por detenerle. Tú no creíste
ni una palabra de esta historia, pero
yo me lleno de angustia y de tristeza,
aunque quiera evitarlo, si recuerdo
al cíclope del Parque del Oeste.
AMALIA BAUTISTA (1962)
poetisa española






































