sábado, 3 de mayo de 2025

De las viñetas de humor de hoy sábado, 3 de mayo de 2025

 



































viernes, 2 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 2 de mayo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 2 de mayo de 2025. Las formaciones políticas han de reaccionar, desactivar los discursos de odio, recuperar el respeto institucional y construir espacios para el entendimiento, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy la expresidenta del Congreso de los Diputados Meritxell Batet. En la segunda, un archivo del blog de junio de 2008, HArendt escribía sobre la malhadada Directiva Europea de Retorno aprobada por el Parlamento y decía en ella que, aunque se defina a la la política como el arte de lo posible, y que por tanto era "posible" que la decisión adoptada en aquel momento con el voto favorable de la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo fuera la correcta, esa decisión no dejaba de producirle un enorme desasosiego e incomodidad. El poema del día, en la tercera, se titula "Oh", es de la poetisa letona Agnese Krivade, y comienza con estos versos: "tengo algo que decir/pero no hablaré/me callaré y miraré/cómo comes tu sándwich". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt






De la necesidad de los partidos políticos

 







Las formaciones han de reaccionar, desactivar los discursos de odio, recuperar el respeto institucional y construir espacios para el entendimiento, escribe en El País [En defensa de los partidos políticos: sin ellos, no hay democracia, 28/04/2025] la expresidenta del Congreso de los Diputados Meritxell Batet.

Pleno Congreso Cataluña. Criticar a los partidos políticos se ha convertido en una costumbre generalizada, comienza diciendo Batet, sea desde el desencanto, desde la desconfianza, o desde la simple renuncia a la implicación. Pero entre la crítica legítima y el rechazo absoluto hay un abismo que no deberíamos cruzar. En Cataluña las cifras de afiliación a los partidos, tan discutibles como se quiera, muestran una caída de 140.000 a 40.000 personas en los últimos 20 años. Llegados a este punto, conviene recordar con toda solemnidad que sin partidos políticos no hay democracia. A los partidos podemos también aplicar las palabras de Churchill sobre la democracia: son el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. Así que no podemos caer en la trampa de pensar que cuanto peor les vaya a los partidos, mejor nos irá a nosotros. Es justo al revés.

En muchos países el descrédito de los partidos ha impulsado el crecimiento de alternativas: movimientos, asambleas y, sobre todo, partidos nuevos que se presentan como la superación del sistema: movimientos personalistas que no tienen más ideología ni posición que la estrategia del líder, la negación de la política y su sustitución por una “sabiduría” que, sin embargo, no es capaz de dar respuesta ni soluciones a intereses sociales distintos y contrapuestos.

Tres males se ciernen sobre nuestras democracias: el populismo, la polarización extrema y la desinformación. Entre ellos se retroalimentan y amenazan con vaciar de contenido el debate público. En este contexto, los partidos políticos tienen la responsabilidad de reaccionar, de desactivar los discursos de odio, de recuperar el respeto institucional y de construir espacios para el entendimiento. Pero no pueden hacerlo solos. Necesitan aliados e incentivos.

Es fundamental el compromiso de la sociedad civil organizada, del mundo académico, de los expertos, de los profesionales. Pero, a la vez, es clave el papel de los medios de comunicación. Necesitamos medios rigurosos, comprometidos con la verdad, que no vivan de la polarización, sino que trabajen por la calidad democrática.

Y necesitamos ciudadanos exigentes con los partidos, sobre todo con el más cercano ideológicamente. Implicarse políticamente es, quizás más que cualquier otra cosa, ejercer la crítica al propio partido desde la identificación de valores y posiciones ideológicas.

Es imprescindible que como sociedad rechacemos los incentivos al insulto, al bulo, al ruido vacío. Valoremos el diálogo, la responsabilidad y el respeto. Los partidos responderán, porque siguen siendo la única institución que se somete periódicamente a la decisión de los ciudadanos y que, por lo tanto, persiguen su satisfacción. Podemos sacar lo mejor de los partidos políticos. Pero requiere un cambio de actitud general.

Defender a los partidos hoy es ir a contracorriente, pero es necesario. Porque sin ellos, lo que colapsa no es solo un sistema, sino la propia posibilidad de construir democracia. Reivindiquemos su valor, empujémoslos a mejorar, y asumamos también nuestra parte. Porque la política no es solo de los políticos; para ser política democrática debe ser de todos y nos necesita a todos. Meritxell Batet ha sido presidenta del Congreso de los Diputados entre 2019 y 2023 y ministra de Política Territorial entre 2018 y 2019 en el Gobierno de Sánchez.











[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre equilibrios dialécticos. Publicada el 25/06/2008











Sigo sin tenerlo claro... Hace unos días escribía en el blog la entrada titulada "Equlibrios dialécticos y decepciones" sobre la malhadada Directiva Europea de Retorno aprobada por el Parlamento europeo en junio de 2008, y decía en ella que, aunque se defina a la la política como el arte de lo posible, y que por tanto era "posible" que la decisión adoptada en aquel momento con el voto favorable de la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo fuera la correcta, esa decisión no dejaba de producirme un enorme desasosiego e incomodidad. Que tanta renuncia a la utopía y tanto canto al realismo podrían acabar por desencantar a un gran número de votantes. A mi entre ellos... 
Así sigo. Lo que no entiendo es porqué explicaciones tan sensatas sobre el asunto como las que dieron entonces en El País, en "Algunos derechos para quienes no los tenían", el parlamentario europeo, Ignasi Guardans, y el diputado del Congreso, Carles Campuzano, ambos de CiU, no se dieron antes y no a toro pasado, como decimos en España, cuando la tormenta ya ha quedado lejos. Muy español, eso de acordarse de Santa Bárbara sólo cuando truena... Nos ahorraríamos todos bastantes desasosiegos si de vez en cuando los políticos dieran explicaciones en su momento, cuando corresponde darlas, y no cuando les conviene a ellos... Les dejo con el artículo en cuestión. Dice así: 
Desde hace unas semanas, creadores de opinión con reputación intachable, políticos respetables y otros de verbo menos controlado, defensores de los derechos humanos de impecable trayectoria y presidentes de regímenes con democracia muy discutible, todos se han revuelto con pasión descontrolada para descargar su ira y su conciencia contra la llamada Directiva de Retorno. Este fenómeno ha sido particularmente intenso en España.

Sin duda, todos han hablado y escrito tras leer detalladamente el texto que hemos votado una amplia mayoría en el Parlamento Europeo, y conociendo cómo se ha forjado una norma que refleja en cada párrafo, en cada coma, tres años de negociaciones entre los Gobiernos democráticos que representan a 500 millones de ciudadanos y los representantes del Parlamento Europeo.

Y, a juzgar por cuanto se ha dicho y escrito, un grupo de intelectuales se conserva hoy, al estilo del pueblo de Astérix, como el último reducto de democracia en Europa, mientras los demás -incluso con el apoyo de los ahora degenerados socialistas españoles-, hartos ya de lo que hemos creído y defendido durante años, aplastamos al emigrante ilegal y lo reducimos a su más ínfima condición.

O a lo mejor no es así. A lo mejor se pueden recolocar las cosas en su justa y razonable medida con unas breves reflexiones de quienes no sentimos vergüenza alguna por haber dado un paso adelante en la protección de los derechos de miles de inmigrantes en situación irregular.

Ante todo, algunas premisas. Se supone que la mayoría aceptamos que deben existir unas reglas (las que sean: ése no es ahora el debate) para determinar quiénes y en qué condiciones pueden residir legalmente en nuestro país. Y aceptaremos entonces que habrá que prever cómo reacciona el Estado frente a quienes las incumplan. Y hay que suponer que aceptamos que eso puede incluir el retorno forzoso a su país de origen.

Aceptadas esas premisas sencillas, se trata de fijar para el caso de detención y retorno forzoso (que España aplica hace ya largos años, aunque algunos parezcan descubrirlo ahora) unas reglas de mínimos que garanticen en toda Europa algunos derechos básicos a quien no los tenía, sin impedir en ningún caso que Parlamentos y Gobiernos establezcan en cada Estado garantías y derechos superiores.

Y en este tira y afloja negociador para fijar esa base mínima, el Parlamento ha arrancado de muchos de esos Gobiernos democráticos una protección de la que "sus" ilegales carecían, y ahora tendrán: excluir del retorno forzoso al solicitante de refugio o asilo; precisar por ley en qué casos concretos es posible restringir la libertad de quienes están pendientes de ese retorno forzoso; fijar garantías para el retorno de menores no acompañados y garantizar sus condiciones de internamiento separado de los demás (con educación incluida); forzar un procedimiento escrito y reglado lejos de toda arbitrariedad; garantizar derechos procesales básicos (como la lengua, o la asistencia jurídica gratuita); definir las obligaciones de atención sanitaria, o velar por la revisión judicial de todas esas decisiones.

Y, cuando en muchos países no hay límite alguno, fijar un máximo de seis meses de detención en casos concretos, prorrogable por 12 más en condiciones muy determinadas (algo muy lejos de esos supuestos 18 meses de retención que tantos dan por asumido).

Nada de todo ello es "un paso atrás" para ni un solo inmigrante irregular en toda Europa. Al revés: hoy es la ley europea, también el Tribunal de Justicia, quien les dará la protección que en muchos Estados no tenían. Es esa ley europea el límite que esos Estados no podrán ya franquear. Mientras en otros, como el nuestro, y porque así lo quiere nuestro Parlamento, esos inmigrantes podrán tener algunos derechos más.

Claro que a algunos nos gustaría que en este tema hubiera en los Parlamentos nacionales de toda Europa, y en las sociedades que los eligen, una sensibilidad política como la que aquí es mayoría. Pero no es así. Y por eso Europa legisla con directivas de mínimos, sin impedir a cada Estado ir más allá si así lo desea.

Debatir cómo se cambian mayorías en Europa es una cosa. Plantear una especie de rabia colectiva porque otros no reconocen aún lo que aquí tenemos y pretender bloquear toda votación en Europa mientras no hagan lo que hemos hecho aquí es simplemente irresponsable.

Porque la realidad política, democrática y jurídica es que la alternativa a este texto no era en ningún caso un texto mejor. Era simplemente bloquear la aprobación de esta norma durante años y dejarla en el limbo frente a 27 sistemas de retorno distintos. Y así quizá algunos nos habríamos ahorrado críticas e insultos en España. Pero sin haber mejorado la protección de ni un solo inmigrante ilegal en toda Europa. Sean felices por favor. Y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




















Del poema de cada día. Hoy, "O" / "Oh", de Agnese Krivade

 






“O”



man ir ko teikt

bet es nerunāšu

es klusēšu un skatīšos

kā tu ēd savu sviestmaizi

ar desu un gurķi

kā tu lēnām košļā

kā tev kustas tavas lūpas

un kā tu norij


man ir ko teikt

bet es nerunāšu

es klusēšu un skatīšos

kā tu smejies

kā tu atver savu muti

un kā tev kustas tavas mēle


man ir ko teikt

bet es nerunāšu

es klusēšu un skatīšos

kā tu runā savā valodā

kā tu saki "ō"


un es saprotu

ka man nav ko teikt.




***




“Oh”



tengo algo que decir

pero no hablaré

me callaré y miraré

cómo comes tu sándwich

con salchicha y pepino

cómo masticas lentamente

cómo se mueven tus labios

y cómo tragas


tengo algo que decir

pero no hablaré

me callaré y miraré

cómo te ríes

cómo abres la boca

y cómo se mueve tu lengua


tengo algo que decir

pero no hablaré

me callaré y miraré

cómo hablas en tu idioma

cómo dices "o"


y entiendo

que no tengo nada que decir.




***




AGNESE KRIVADE (1982)

poetisa letona





















De las viñetas del blog de hoy viernes, 2 de mayo de 2025

 




























jueves, 1 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy jueves, 1 de mayo de 2025, Día Internacional del Trabajo

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz, jueves, 1 de mayo de 2025. Mi primera experiencia de Europa, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor y Premio Cervantes, Sergio Ramírez, fue la de vivir en una ciudad partida por un Muro que trazaba una línea divisoria entre dos mundos opuestos, y dos maneras radicalmente diferentes de concebir la vida. La segunda es un archivo del blog de mayo de 2009 en la que el politólogo José Ignacio Torreblanca hablaba sobre el inicio de la caída del Telón de Acero un 2 de mayo de hacía 20 años atrás, recordando que era de una generación que todavía pudo cruzar Checkpoint Charlie, pasear por un Berlín oriental lleno de Trabants, sobrecogerse ante las miradas inquisitoriales y las botas de caña alta de la temible Volkpolizei y contemplar una desolada y vacía Puerta de Brandenburgo. El poema del día, en la tercera, es de la poetisa estonia Maarja Kangro, se titula "Higiene", y comienza así: "Me lavo los dientes tres veces al día./Me ducho todos los días./Me cambio la ropa interior todos los días./Me peino varias veces al día". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












Del abismo de la Historia






 

Mi primera experiencia de Europa, comenta en El País [Desde el fondo del abismo de la Historia, 26/04/2025] el escritor y Premio Cervantes, Sergio Ramírez, fue la de vivir en una ciudad partida por un Muro que trazaba una línea divisoria entre dos mundos opuestos, y dos maneras radicalmente diferentes de concebir la vida. Hace medio siglo, comienza diciendo Ramírez, emprendí el camino que de manera ritual hacen a Europa los escritores latinoamericanos en ciernes, sólo que mi destino fue Berlín, y no París, o Barcelona, como era usual entonces. Tenía 30 años y un cargo burocrático muy prometedor en Costa Rica, recién electo secretario general del Consejo de Universidades de Centroamérica; pero creía firmemente que mi destino era la literatura, de modo que en 1973 renuncié al puesto y acepté una beca del programa de artistas residentes de Berlín occidental, que convocaba a artistas plásticos, George Hamilton y Edward Kienholz ese año, y cineastas, músicos, escritores de todas partes del mundo, entre ellos no pocos de Europa Oriental, la que entonces se hallaba del otro lado del “telón de acero”, entre ellos mi amigo el poeta Marin Sorescu de Rumania, ya muerto.

Mi primera experiencia de Europa fue la de vivir en una ciudad partida por el Muro levantado en 1961 por el Gobierno de la República Democrática Alemana, el país creado tras el final de la Segunda Guerra Mundial en el territorio que le había tocado a la Unión Soviética en el reparto; un Muro que, a su vez, trazaba una línea divisoria entre dos mundos opuestos, y dos maneras radicalmente diferentes de concebir la vida, la sociedad y a los seres humanos.

Parte de esa experiencia era explorar el otro lado, Berlín oriental. ¡Cuidado, está dejando usted Berlín occidental! Sarro sobre el rótulo donde se hallaba escrita la advertencia, esqueletos de edificios, ventanas clausuradas con tablones, puertas tapiadas con ladrillos, calles partidas por la mitad, paredes aún enteras en pie como un decorado de teatro, las mujeres que se asomaban a los balcones de los edificios grises a cada lado para mirarse de lejos; en el baldío junto al muro, la tierra de nadie, la cerca de obstáculos en cruz, las torres de vigilancia, y el Muro como el largo convoy de un tren de carga detenido para siempre en las vías, pintarrajeado del lado occidental por manos anónimas, y marcado por las cruces que recordaban a quienes quisieron atravesarlo y perecieron rafagueados en el intento.

La caída de ese Muro en 1989 representó todo un cataclismo geopolítico que volvió a cambiar la geografía, como había ocurrido en 1945 en Potsdam, y los países de Europa Oriental fueron siendo atraídos hacia la entidad que conocemos hoy como la Unión Europea, incluidas varias de las repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética, que no sobrevivió a aquel cataclismo. Pero, aún reducida geográficamente, resurgió la de todas maneras inmensa Rusia imperial, con un nuevo zar que revive la ambición hegemónica frente a Occidente en Ucrania, la nueva frontera divisoria en disputa.

Dos años intensos y aleccionadores vividos en Berlín occidental, una ciudad que, siendo una isla dentro del territorio de la RDA, funcionaba como un brillante escaparate de las virtudes de Occidente, y también de sus miserias, en medio de los fuegos artificiales de la Guerra Fría; la vieja ciudad trepidante de la República de Weimar que prefiguraba la Metrópolis distópica de Fritz Lang, y patente en la novela Berlín Alexander Platz de Alexander Döblin, y en las pinturas expresionistas de Max Beckmann o Ernst Kirchner; la ciudad luminosa y perversa en cuyo centro, atravesado por el muro, aún crecía la hierba entre las ruinas del Reichstag, y que resucitaba en la película Cabaret, basada en la novela Adiós a Berlín de Christopher Isherwood, en cartelera en los cines durante toda mi estancia allí.

Una ciudad abierta a todos los vientos, donde aún vibraban en el aire los enconados debates ideológicos prendidos por el movimiento estudiantil de 1968, que había sacudido a Alemania tanto como a Francia; y en los salones y los corredores de la Universidad Libre de Berlín se alineaban las mesas donde se distribuían hojas volantes y folletos de las decenas de tendencias políticas de la izquierda, como en un bazar, y en los mítines, los jóvenes cabecillas de los bandos intelectuales en pugna, que debatían sobre la lucha de clases, se sentían triunfantes cuando lograban sentar en el presidio a algún obrero de verdad.

A Berlín llegaban para entonces en oleadas los trabajadores temporales, los Gastarbeiter, y Kreuzberg y Neukölln comenzaban a convertirse en los barrios de los inmigrantes turcos. Llegaban también trabajadores yugoslavos, y en otras partes de Alemania se asentaban portugueses, italianos, griegos, españoles, cuando el fenómeno de la migración, que luego se volvería global, se daba dentro de Europa misma, desde el sur más pobre hacia el norte más próspero.

Norte y sur estaban entonces a mano, eran territorios vecinos que se tocaban. Tras la caída del fascismo y el fin del Tercer Reich, apenas 30 años atrás, era en el norte europeo donde florecían las democracias de la postguerra, inseparables del Estado de bienestar, mientras en el sur europeo aún sobrevivían las dictaduras, como piezas vivas de museo, pero que en esos años empezaban a desaparecer, como puso en evidencia el asesinato de Carrero Blanco en Madrid en diciembre de 1973, en la antesala del fin del franquismo. Y me recuerdo marchando por la Kurfürstendamm hacia Wittenbergplatz, en las multitudinarias manifestaciones reclamando la caída de Franco, o para celebrar la revolución de los claveles en Portugal en abril de 1974, y el derrumbe de la dictadura de los coroneles en Grecia en julio de ese mismo año, en medio de las voces de los trabajadores emigrantes que clamaban ¡eleutería y tánatos!, ¡libertad o muerte!

En Europa se pasaba página a las dictaduras, y en América Latina seguían reverdeciendo. Llegué a Berlín en agosto de 1973, y un mes después se daba el golpe militar en Chile que ponía fin al Gobierno de Salvador Allende. Decenas de exiliados empezaron a arribar en Alemania, sacados con salvoconductos de las embajadas donde se habían asilado por gestiones de Willy Brandt, entonces canciller federal.

No lo conocí entonces, sino años después, una de las figuras que construyó el siglo XX europeo, y la Europa que conocemos hoy, y que dejó en mí una huella indeleble. Pocos años atrás, en diciembre de 1970, durante una visita a Polonia en busca del acercamiento de aquellas dos Europas entonces tan opuestas, en un sorpresivo acto de coraje se había puesto de rodillas frente al monumento que conmemora el levantamiento de los judíos en el gueto de Varsovia. “Desde el fondo del abismo de la historia alemana y bajo el peso de millones de muertos, hice lo que los seres humanos hacen cuando las palabras fallan”, escribió luego en sus memorias.

El 24 de abril de 1974, Günter Guillaume, su secretario personal, fue detenido bajo el cargo de espía de la Stasi, los servicios secretos de Alemania Oriental. Dos semanas después, el 6 de mayo, Brandt anunció su renuncia al cargo.

Su rostro entonces en las portadas de los periódicos era sombrío, un hombre derrotado por los juegos secretos de la Guerra Fría. Pero la figura suya que sobrevive es aquella de su foto de rodillas, pidiendo perdón por el genocidio perpetrado por el nazismo, que un día había logrado entronizarse en su país. Pedía perdón por el pasado, para que no volviera a repetirse. Sin gestos como el suyo, la Europa de hoy, enfrentada a nuevas amenazas, no sería posible. Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes.

















[ARCHIVO DEL BLOG] Mayo (Post scríptum). Publicado el 06/05/2009











¡Otro al que mayo le ha puesto sentimental!... Me refiero al profesor de Ciencia Política de la UNED, José Ignacio Torreblanca, que comenzaba su artículo "Agridulce aniversario" (El País, 04/05/09) sobre el inicio de la caída del Telón de Acero un 2 de mayo de hace 20 años, con estas palabras: "Soy de una generación que todavía pudo cruzar Checkpoint Charlie, pasear por un Berlín oriental lleno de Trabants, sobrecogerse ante las miradas inquisitoriales y las botas de caña alta de la temible Volkpolizei y contemplar una desolada y vacía Puerta de Brandenburgo". Es cierto; se me pasó por completo ese aniversario en mi comentario, "Mayo", de hace unos días, pero el artículo del profesor Torreblanca me ha hecho recordar con nitidez la historia que él recrea y que todos vimos, atónitos, por televisión: la fuga masiva de alemanes orientales hacia Austria, en los primeros días de mayo de 1989, aprovechando el desmantelamiento de los controles fronterizos entre Hungría y Austria que el gobierno magiar llevó a cabo de manera unilateral. Por ese "inmenso pequeño hueco" de sólo ocho kilómetros de longitud, comenzó a deshilacharse el universo soviético. Seis meses después caía el Muro de Berlín, y apenas año y medio más tarde desaparecía la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¡Todo a una velocidad de vértigo!... No es extraño que los que lo vivieron (y los que lo recordamos) nos pongamos sentimentales ante aquel convulso y acelerado proceso de transformación histórico.
Aprovecho también este "post scríptum" para decir, a un nivel mucho más personal e intimista, que mayo es también el cumpleaños de mis amigas Marisa, Fabiola, Vicky, Noelia, Inés y Maite, y de mi amigo Frederic; y el de mis queridas cuñadas Carmen y María Auxiliadora; el Día del Abuelo en el colegio de mi nieto Gabriel (en el que voy a contar a sus compañeros de clase un cuento); el de la Primera Comunión de mi sobrina-nieta chicharrera, Diana; el aniversario de la fundación del Estado de Israel; y, eso espero, el mes en el que el F.C. Barcelona ganó la Champions, la Liga española y la Copa del Rey... Un mes completito, sí señor. Para recordarlo... Les dejo con el artículo de José Ignacio Torreblanca, titulado Agridulce aniversario (El País, 04/05/2009). Dice así:
Soy de una generación que todavía pudo cruzar Checkpoint Charlie, pasear por un Berlín oriental lleno de Trabants, sobrecogerse ante las miradas inquisitoriales y las botas de caña alta de la temible Volkpolizei y contemplar una desolada y vacía Puerta de Brandenburgo. Afortunadamente, el siglo XX es ya hoy una fotografía en sepia, el muro de Berlín una reliquia para curiosos y la estrella roja un souvenir que se compra en los mercadillos de los domingos. La vieja sede del Partido Comunista alemán (el SED) a orillas de un canal del Spree, que antes fuera el Reichsbank de Hitler, alberga hoy al Ministerio de Exteriores así que un académico como yo puede guardar entre su colección de anécdotas el haberse dirigido a sus colegas de la asociación de estudios transeuropeos exactamente desde el mismo podio en el que Erich Honecker y Egon Bahr arengaban a los cuadros del partido. Nuestra vieja Europa es tan fantástica que en la vieja sede del Reichsbank y el SED te puedes tomar un café en una terraza acristalada y comprarte los últimos libros de política internacional mientras el diplomático con el que te has citado sale a buscarte. Tanta normalidad en una ciudad que es el epicentro del siglo XX resulta incluso surrealista.
Cuando este año celebremos el 20º aniversario de la caída del muro de Berlín, es decir, del comienzo del siglo XXI, conviene recordar que en la práctica todo comenzó en los astilleros polacos de Gdansk cuando unos pocos sindicalistas perdieron el miedo. Y, a todos los efectos, terminó cuando las autoridades húngaras decidieron, el 2 de mayo de 1989 (hace 20 años), desmantelar las alambradas en ocho kilómetros de su frontera con Austria, lo que permitió a miles de alemanes orientales huir en masa. En sólo tres meses, por ese pequeño agujero, el bloque soviético se disolvió como un azucarillo.
Aunque la ampliación al Este de la Unión Europea tardaría todavía quince años en materializarse, puede decirse sin miedo a equivocarse que la reunificación de Europa arrancó en aquel momento, cuando el entonces ministro de Exteriores alemán, Hans-Dietrich Genscher, se dirigió al pueblo húngaro y solemnemente prometió, "jamás olvidaremos este acto de humanidad". El resto lo puso el portavoz de Gorbachov, Guennadi Gerasimov, que preguntado acerca de si seguía vigente la Doctrina Bréznev, que obligaba a la URSS a intervenir en cualquier país de su órbita que se desviara de la ortodoxia comunista, despreocupadamente respondió que en adelante Moscú seguiría la Doctrina Sinatra (en referencia a la canción A mi manera, I did it my way). Un divertido final para un siniestro Pacto de Varsovia que había aplastado las revoluciones húngara y checa en 1956 y 1968.
Todo ello nos ha llevado a algunos a celebrar con especial orgullo el 1 de mayo pasado, quinto aniversario de la mal llamada "ampliación al Este" de la UE. Mal llamada "al Este" dado que, en realidad, Praga está más al Oeste que Viena. Pero como sabemos los españoles (que sufrimos durante mucho tiempo las consecuencias del "África comienza en los Pirineos"), la geografía es una ciencia política, así que desde que Stalin y Churchill se repartieran Europa en la servilleta que acompañaba a su café en Yalta, la noción de Europa Central desapareció en el sumidero de la historia, quedando sólo como una referencia cultural para minorías ilustradas.
Hay quienes dicen hoy que la ampliación del 2004 se hizo demasiado rápido, como si quince años de peregrinaje para volver a Europa fueran pocos. Tampoco faltan los que achacan a la ampliación todos los males que aquejan a la UE, olvidando que fueron franceses y holandeses los que nos privaron de una Constitución Europea. Sin olvidar la brecha atlántica que en tiempos de Bush dividió a Europa, que recorrió Este y Oeste de Europa a partes iguales. Y también están los que dicen que no hemos digerido esta ampliación, ¡Como si hubiésemos digerido la de 1973 al Reino Unido, Irlanda y Dinamarca! Europa ya era inevitable y exasperantemente diversa antes de 2004.
Por eso, este 1 de mayo ha sido un aniversario agridulce: dulce porque Europa está unida y en paz después de un terrible siglo XX, pero agrio, porque son pocos los que saben lo que tienen que celebrar, muchos los que consideran a los nuevos miembros como una rémora y demasiados los que están dispuestos a aceptar que siga habiendo europeos de primera (miembros privilegiados del euro y otras políticas) y de segunda (cuya integración sigue incompleta). Terminados los actos conmemorativos, muchos albergamos la misma secreta esperanza: la de que dentro de cinco años no sea necesario celebrar nada, lo que ofrecerá la prueba definitiva de que "Europa del Este" ha dejado de existir definitivamente en nuestra geografía política. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt