lunes, 18 de noviembre de 2024

De la tentación del ahí os quedáis

 







Hace pocos días, el gran autor que es Fernando Aramburu se despedía de este espacio —la columna en un periódico como EL PAÍS, probablemente el atril más honroso para quienes amamos la verdad y nada más que la verdad— con una reflexión que nos sacudía: “Abrigo la sospecha de que me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán”. Palabras mayores. Tocaba tragar saliva, comenta en El País [La tentación Aramburu nos acecha a todos, 16/11/2024] la escritora Berna González Harbour.

Acontecimientos como el arrollador triunfo de Trump o la propulsión que ha alcanzado el torrente de mentiras en torno a la tragedia de Valencia nos han inundado el ánimo casi como la propia dana: quien miente abiertamente, inventa, manipula y al mismo tiempo dice a los estadounidenses todo lo que les va a recortar mientras sus amigos millonarios se forran ha vencido; quien propaga muertes inexistentes, conspiraciones y niega evidencias sale en prime time; quien manipula los hechos es un partido de Estado.

Confieso que comparto la sensación de Aramburu: ya no entiendo los nuevos códigos y además no los quiero entender. Asomarse a los debates de estos días para analizar los hechos y enfrentarse al ejército de quienes atribuyen hoy todas las culpas de la dana a la planificación hidrológica (es decir, al Gobierno) sin detenerse en el caos y la frivolidad de un president que ha demostrado la vigencia del principio de Peter (cada uno asciende hasta su nivel de incompetencia) es desolador.

Después de Aramburu y en otro plano de la discusión, periódicos como The Guardian y La Vanguardia han anunciado su salida del lodazal X. Tienen argumentos para ello, como tenemos argumentos para callar, buscar aire fresco y no seguir luchando en un terreno de juego en el que las reglas han cambiado sobre la marcha y ahora valen las patadas sin que aparezca por el horizonte un VAR en el que revisar fehacientemente la verdad.

La mentira se abre paso en estos tiempos, sí. Mentiras y manipulaciones de Trump, de Feijóo según los días, como antes fueron las de Aznar (el mismo que ahora nos quiere dar lecciones) para camuflar el gran error de la guerra de Irak y su pésima gestión del 11-M.

Podemos seguir la tentación Aramburu, que nos acecha a todos. Callar, entregar la placa y la pistola y apagar la luz. Cederles todo el espacio. Pero esto no es un juego, un deporte, un partido, ni una liga con una final. Es una vocación, la de usar las palabras para perseguir la verdad. Y esa búsqueda es perpetua. Por ello más nos vale comprender los nuevos códigos y, sin compartirlos, espabilar.









[ARCHIVO DEL BLOG] A vueltas con la universidad: Punto y final, con "post scriptum". Publicado el 19/11/2008












De vez en cuando voy cerrando asuntos de los que trato en el blog, lo hago por pura higiene mental, y para no agotar la posible paciencia de mis amables lectores. La situación de la universidad española es uno de ellos. Lo hago con el demoledor Informe del Lisbon Council, un centro de estudios europeos radicado en Bruselas, que sitúa a las universidades españolas a la cola de los diecisiete países europeos estudiados, más las de Estados Unidos y Australia, del que da cuenta en El País de ayer el corresponsal del mismo en Bruselas, Ricardo Martínez de Rituerto. Dice así: Que la universidad española no resiste una mínima comparación seria con las de su entorno es de sobra conocido y cada nuevo análisis que aparece confirma el desastre de la educación superior en España. En el que hoy va a hacer público el Lisbon Council, un centro de estudios sobre asuntos europeos de Bruselas, España ocupa el último lugar en un ránking sobre la calidad de los sistemas educativos superiores en 15 países de Europa más Estados Unidos y Australia.
El trabajo, preparado por tres expertos del Lisbon Council, emplea una metodología innovadora y probablemente necesitada de ajustes que tabula seis criterios prácticos. Entre ellos, la inclusividad -el número de titulados que un país produce con respecto a la población en edad de estudiar), efectividad -la capacidad de producir titulados con capacidades adaptadas a las necesidades del mercado de trabajo del país- o respuesta -la capacidad del sistema de reformarse y cambiar para adaptarse-. Son criterios que rompen con criterios más objetivos de excelencia como los del ranking de la universidad de Shanghai, que contabiliza premios Nobel entre su profesorado y ex alumnos o el número de citas en revistas científicas.
Pero el resultado final es igual de tenebroso y de alarmante ante un mundo globalizado en el que la calidad del capital humano es el principal y más determinante factor del éxito económico de un país. La resultante de todos los elementos tabulados coloca a España a la cola de un grupo que encabezan Australia, Reino Unido y Dinamarca. De nuestros vecinos, Portugal ocupa el octavo puesto y Francia, el décimo.
Divorcio del mercado. Los autores subrayan que España ocupa lugares mediocres como el undécimo en ' inclusividad' (el porcentaje de problación en edad estudiantil que acude a la universidad, con el 33%) o el séptimo en ' educación para àdultos' (un 3,6% de estudiantes de entre 30 y 39 años) y subrayan como particularmente desalentador el puesto 16 en ' efectividad' , que mide el reflejo salarial en el mercado de trabajo de la titulación superior. España tiene que "trabajar para restaurar el equilibrio entre las materias enseñadas en la universidad y el mercado laboral".
"Si quiere mejorar, España debe hacer más para modernizar su sistema educativo y acercarlo a los estándares europeos (a lo que ayudaría avanzar en los criterios de Bolonia)", se lee en el documento. Además del farolillo rojo global, el sistema universitario español ocupa el último lugar en 'respuesta' , medida como la capacidad de cumplir los compromisos adquiridos en 1999 en Bolonia para hacer realidad la titulación superior homologable a escala europea en 2010, lo que suponía ofrecer nuevos programas de estudios a partir de 2006.
Con esos antecedentes y deficiencias es lógico que sólo un 2% de universitarios extranjeros acudan a realizar sus estudios en España, por más que sea repetidamente el país favorito de los veinteañeros de la UE que eligen un país para pasar con el programa Erasmus uno de los que quedarán como de los mejores años de su vida.
El estudio del Lisbon Council deja en evidencia a la autoridades educativas españolas, uno de cuyos responsables se jactaba, en carta publicada en este periódico en abril, de que España fuera una primera potencia en el universo de las becas Erasmus "por el excelente trabajo de nuestras universidades". Un vistazo superficial al ránking Erasmus publicado por la Comisión Europea con motivo del vigésimo aniversario del programa parecía dar la razón al funcionario, deslumbrado por el hecho de que hubiera trece universidades españolas entre las 20 primeras de la UE que más estudiantes atrajeron en el curso 2004-2005. La de Granada, la Complutense y la de Valencia ocupaban el podio en esa clasificación.
La realidad es más rica, más compleja y, lamentablemente, nada gratificante, como viene a confirmar el Lisbon Council. Hay muchas listas de evaluación de universidades por todo el mundo -y muchas críticas a ellas, de las que no se escapará la metodología de este último trabajo bruselense- pero el Ránking Mundial de Universidades en la Web elaborado por el Laboratorio de Cibermetría del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el mayor centro nacional de investigación de España) da una imagen muy distinta de la situación de nuestra universidad en el concierto europeo y mundial a la autocomplaciente que trasmitía Emilio García Prieto en su calidad de director del Organismo Autónomo de Programas Educativos Europeos.
No hay ninguna universidad española entre las 50 primeras de la relación correspondiente a Europa elaborada por el CSIC y sólo siete (Complutense, Sevilla, Barcelona, Autónoma de Barcelona, Politécnica de Cataluña, Granada y Politécnica de Valencia) se hallan entre las 100 primeras. Su paupérrimo orden continental (52, 57, 62, 75, 80, 90 y 95) cae a un estremecedor 173, 185, 196, 224, 236, 255 y 269, respectivamente, si se tiene en cuenta el orden global.
Lo que apunta el estudio del Lisbon Council es que más allá de las declaraciones políticas lo que hace falta en España es una visión realista del desafío a que se enfrentan el país y su universidad en un mundo crecientemente globalizado y competitivo en el que ciencia, investigación e innovación son motores económicos de primera magnitud. Desafío que no debe mezclarse ni confundirse con el ránking de las lógicas expectativas de satisfacción personal y disfrute de los universitarios europeos que con Erasmus quieren vivir en España una experiencia sin precedentes que atesorarán el resto de sus días. ("La Universidad española, la peor de 17 países avanzados"  El País, Bruselas, 18/11/08).
Por otro lado, en el ranking de universidades de todo el mundo elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de Madrid, no hay ninguna universidad española entre las 50 primeras de la relación correspondiente a Europa, y sólo siete (Complutense de Madrid, Sevilla, Barcelona, Autónoma de Barcelona, Politécnica de Cataluña, Granada y Politécnica de Valencia) se hallan entre las 100 primeras. Su paupérrimo orden continental (52, 57, 62, 75, 80, 90 y 95) cae a un estremecedor 173, 185, 196, 224, 236, 255 y 269, respectivamente, si se tiene en cuenta el orden global.
¿La culpa es de las administraciones públicas educativas, de las propias universidades, del sistema en sí, de todos un poco? En cualquier caso, la situación en como para comenzar a preocuparse, en serio... 
Post Scriptum. No reabro el asunto. Pero me cuesta renunciar a dejar constancia del artículo del profesor Manuel Cruz, catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, en El País de hoy. Con él si que agoto el tema. Disculpen el incumplimiento. Dice así: Hace tiempo que nuestras facultades universitarias andan intentando llevar a cabo las transformaciones necesarias para alcanzar eso que enfáticamente se suele denominar el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), y que, de manera más simple y coloquial, profesores y estudiantes prefieren nombrar con una sola palabra: Bolonia. De todas esas transformaciones, probablemente la que en este momento está acaparando los mayores esfuerzos sea la relacionada con la elaboración de los nuevos planes de estudio.
No es mi intención en absoluto referirme aquí a la amenaza que semejante proceso supone para la enseñanza pública, asunto acertadamente analizado por José Luis Pardo en estas mismas páginas (La descomposición de la Universidad, 10 de noviembre de 2008). Como tampoco lo es entrar ahora en el detalle de hasta qué punto directrices y normativas procedentes de instancias supranacionales condicionan efectivamente las posibilidades de actuación autónoma de nuestros centros. Sin duda, tales limitaciones existen, de la misma forma que buena parte de los cambios que se vienen impulsando desde las diferentes instancias de gobierno universitarias resultaban poco menos que inaplazables. (A este respecto, en la sección de Opinión de la edición catalana de este mismo diario, Joan Subirats publicaba hace pocos meses un sensato y ponderado artículo titulado Bolonia en el laberinto universitario que me exime de mayores puntualizaciones).
Pero también parece claro que la apelación a Bolonia está sirviendo como coartada para operaciones y movimientos que nada tienen que ver con ningún proyecto de convergencia europea y que, con toda probabilidad, sólo puedan ser adecuadamente entendidos poniéndolos en relación con lo ocurrido en nuestras universidades en los últimos años, especialmente en lo tocante a las políticas de profesorado y al acceso a los cargos de responsabilidad institucional, aspectos ambos íntimamente conectados y en cuya conexión probablemente se encuentre una importante clave para entender la deriva que en determinados aspectos ha tomado el proceso mencionado.
Sin duda, la Universidad española anda recogiendo los frutos de su particular transición, del específico cambio de modelo llevado a cabo en los años ochenta. Tal vez no hubiera otra manera de resolver el monumental atasco generado por el reclutamiento masivo de profesores en los últimos años del franquismo que las incorporaciones masivas a la docencia reguladas por la LRU. De nada vale a estas alturas llorar sobre la leche derramada y lamentarse de la inutilidad de determinados escándalos (el tristemente célebre caso Lledó) o de la naturalidad con la que se asumía, en tantos y tantos concursos, la figura del candidato de la casa, como si tal condición constituyera un mérito por completo insuperable. Pero sí valdrá la pena señalar que aquellos procedimientos, tan escasamente exigentes en muchos casos, funcionarizaron a un importante sector de viejos penenes que con el tiempo, han terminado por asumir un considerable protagonismo en determinados ámbitos de nuestra Universidad.
Porque buena parte de ese sector, una vez alcanzada la estabilidad laboral, aplicó buena parte de sus energías a otros fines, transformándose la política institucional en su nuevo objeto del deseo. Aprovechando unas modificaciones en la normativa que permitían un acceso en principio más democrático a los cargos, el grueso de los mismos pasaron a ser ocupados por miembros del mencionado sector, caracterizados -salvo honrosísimas excepciones- por su escasa excelencia académica. Surgió de esta manera una casta de profesionales del cargo, que ha venido detentando los espacios de poder universitario en las últimas décadas.
Lo ha venido haciendo, todo hay que decirlo, ante la indiferencia, cuando no la displicencia, de esos otros colegas efectivamente interesados en la investigación y la docencia, que prefirieron el estudio y el trabajo con sus respectivos equipos y estudiantes a la burocracia y a la querella política doméstica. Sin duda, también les corresponde a ellos una cuota de responsabilidad por lo que ha terminado sucediendo. Y es que el poder académico, en gran parte irrelevante durante muchos años, de pronto se ha convertido en un espacio determinante, en la medida en que permite intervenir de manera directa en las transformaciones a las que nuestra Universidad viene obligada en este momento por Bolonia.
No pretendo abrir aquí un debate sobre la meritocracia o sobre la democracia censitaria, pero constato que, en contra de lo que a primera vista podría parecer (y resultaría deseable), la presunta democratización en el acceso a los cargos ha provocado la generalización de procedimientos dudosamente democráticos, lo que en el caso de la elaboración de los nuevos planes de estudio se ha concretado en la designación, por parte de las autoridades académicas, de comisiones pretendidamente técnicas que terminaban decidiendo acerca de cuestiones de contenido a uña de caballo, eliminando asignaturas y proponiendo otras nuevas, sin dar ocasión a que tuviera lugar un debate abierto, en el que pudieran participar todos los sectores afectados. Esto, sucedido en diversas facultades de mi Universidad (y doy por descontado que en otras Universidades españolas), está señalando lo que bien pudiéramos denominar una inquietante incapacidad de la Universidad para gobernarse a sí misma. Cosa que en modo alguno debe de ser interpretada como un cuestionamiento por mi parte del principio general según el cual el gobierno de la Universidad deba basarse en su legitimación y control por parte de la comunidad universitaria, sino precisamente como la denuncia del incumplimiento perverso de dicho principio por parte de algunos.
Es probable que Bolonia no sea la solución, pero tampoco está claro que sea el principal problema. Al igual que tampoco creo que éste sea la proliferación de pequeñas universidades, que, como se señalaba en una reciente carta al director de este periódico, habría "multiplicado la mediocridad": a fin de cuentas, nada obligaba a reclutar profesores mediocres en ellas (si hemos de aceptar el diagnóstico del corresponsal). Es posible también que en dichos centros sobrevivan también "catedráticos mandarines", que propician, con su poder autista, la imagen de los departamentos universitarios como reinos de taifas. Pero me parece aún más cierto que en las grandes, como en la que yo trabajo, el problema que revela la situación descrita en el párrafo anterior es de toda otra naturaleza. Naturaleza que, para terminar, me permitirán que resuma en términos de pregunta (un tanto vertical, he de reconocerlo): ¿tiene sentido que los que menos se han dedicado a las tareas más específicamente relacionadas con el conocimiento prescriban a los demás lo que tienen que saber? O, yendo a la raíz del asunto, ¿es de recibo (muy especialmente a la luz de todo lo que se está viendo) que la excelencia no sea un elemento relevante para el acceso a los diferentes niveles de responsabilidad institucional? (Lo peor de cada casa, o Bolonia como excusa, por Manuel Cruz, El País).Sean felices, si pueden... Tamaragua, amigos míos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, de Pablo Neruda

 






PUEDO ESCRIBIR LOS VERSOS MÁS TRISTES ESTA NOCHE



Puedo escribir los versos más tristes está noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».


El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Pablo Neruda (1904-1973)

poeta chileno
















De las viñetas de humor de hoy lunes, 18 de noviembre de 2024

 

























domingo, 17 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy domingo, 17 de noviembre de 2024

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 17 de noviembre de 2024. Hay intelectuales a los que les gusta la corte, los salones del poder, y se ponen al servicio de los gobiernos de turno para reírles las gracias y facilitarles los argumentos con los que maquillan sus iniciativas, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy; hay otros, en cambio, que trabajan a la intemperie, batallando con lo que tienen: las palabras y un espíritu crítico que reniega de cualquier obediencia ciega. En la segunda de las entradas de hoy, un archivo del blog de noviembre de 2016, su autor revelaba públicamente uno de sus secretos mejor guardados: sus citas semanales con una famosa escritora: todos los domingos desde hacía varios años, y casi siempre a la misma hora, las seis de la mañana, en que veían a solas para charlar. En la tercera de hoy va un conocido poema de un superviviente del Holocausto que comienza con estos versos: Queridos amigos, aquí digo amigos/En el sentido amplio de la palabra:/Esposa, hermana, camaradas, parientes,/Compañeras y compañeros de escuela,/Personas a quien vi sólo una vez/O amistades de toda una vida. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De los intelectuales insumisos

 







Hay intelectuales a los que les gusta la corte, los salones del poder, y se ponen al servicio de los gobiernos de turno para reírles las gracias y facilitarles los argumentos con los que maquillan sus iniciativas. Hay otros, en cambio, que trabajan a la intemperie, y a estos les toca confundirse en las calles con la gente y defender ahí sus valores —y mostrar sus dudas—, batallando con lo que tienen, las palabras y un espíritu crítico que reniega de cualquier obediencia ciega. A esta última estirpe pertenece el polaco Adam Michnik, comenta en El País [Adam Michnik, el intelectual sumiso, 15/11/2024] el escritor José Andrés Rojo. Cuando era joven decidió enfrentarse en mayo de 1968 al régimen comunista y participar en la contestación antiautoritaria que estalló entonces a través de innumerables revueltas por distintas ciudades de medio mundo. Lo metieron en la cárcel, a la que volvió un sinfín de veces mientras luchaba contra aquel sistema despótico, pero no cejó en su empeño por conquistar la democracia. Así que se unió al sindicato Solidaridad para acabar con la dictadura. Formó parte de la Mesa Redonda que en 1989 inició el proceso para devolver las libertades a Polonia y fundó y se convirtió en el director de la Gazeta Wyborcza, el periódico más influyente de su país. Ahí sigue.

En En busca del significado perdido (Acantilado), que apareció hace un par de años y que reúne una colección de sus ensayos, Michnik lamenta en uno de ellos que Solidaridad, “aquella magnífica confederación de gente unida por la resistencia contra la dictadura comunista”, no haya sabido encontrar “su sitio en la nueva realidad”, y señala también que, después de 1989 y en la democracia recién conquistada, en la Iglesia católica —que tan importante fue para aglutinar a los que rechazaban la tiranía— aparecieron “los fantasmas del integrismo, del triunfalismo, de la intolerancia y de la xenofobia”.

“El absolutismo moral es una gran fuerza de los hombres mientras están combatiendo la dictadura, pero se torna debilidad cuando procura instaurar la democracia sobre sus ruinas”, escribe Michnik en una de las piezas que forman parte de Elogio de la desobediencia, una antología de textos que ha ido escribiendo a lo largo de su vida y que acaba de publicar Ladera Norte. En el volumen están recogidos los trágicos desgarros de Centroeuropa y algunas de las tormentas intelectuales que han sacudido a los pensadores de su país, y están también sus reflexiones sobre las obras de autores con los que no ha dejado de dialogar: Thomas Mann, Leszek Kołakowski, Witold Gombrowicz o Václav Havel. Y recoge también esa ardua y complicada tarea que es la de pensar sin ese escudo del absolutismo moral que acaso solo sirve cuando se pelea contra un poder tiránico y que luego puede convertirse fácilmente en la pura impotencia de quienes no saben tolerar el pluralismo y la convivencia con el otro, acaso el mayor drama de esta época de excesos populistas.

“No renuncies al escepticismo”, escribe Michnik en un texto de 1987, “por ejemplo en tus compromisos políticos”. Dice también ahí que al intelectual insumiso no le toca celebrar los triunfos de quienes gobiernan, ni adular a su propio pueblo. “Lo tuyo es guardar fidelidad a causas perdidas”, señala, “decir verdades desagradables e incómodas, despertar el rechazo”. No claudicar ante “las ficciones de la vida cultural oficial”, como cuenta al recordar a Gombrowiz. Adam Michnik estuvo en Madrid, y en la Asociación de Periodistas Europeos analizó con su vibrante inteligencia estos malos tiempos que habitamos. Fue un verdadero lujo poder escucharlo.













[ARCHIVO DEL BLOG] Mis citas con Elvira. Publicado el 29/11/2016













Va a hacer cuatro años dentro de unos días que desvelé públicamente en el blog uno de mis secretos mejor guardados: mis citas semanales con la escritora Elvira Lindo. Todos los domingos desde hace varios años años, y casi siempre a la misma hora, las seis de la mañana, nos vemos a solas para charlar. Al principio, sí, es cierto, como todas las primeras citas, con los ingredientes que ellas conllevan de ilusiones, miedos, desconcierto... Después, a medida que fuimos intimando, con tranquilidad, sosiego y buen rollo. Desgraciadamente son solo citas virtuales, es decir, que tienen lugar en ese mundo etéreo (vago, sutil, vaporoso, en la tercera acepción del diccionario de la Real Academia) que es Internet. Pero a mí me resultan igual de emocionantes, aunque tenga que recurrir a las artes de celestina de mi diario favorito, El País.
Casi siempre es ella la única que habla. No es que no me deje meter baza en la conversación, es que me gusta tanto lo que dice, y el como lo dice, que no veo la razón para interrumpirla. Normalmente, cuando termina de contarme lo que sea, unas veces sobre la situación política en nuestro país o en el resto del mundo, siempre mucho más grande que España; otras sobre las alegrías y las penas de la vida cotidiana (ella vivió muchos años a caballo entre Madrid y Nueva York); y la mayor parte de las ocasiones sobre libros o aspectos de la vida cultural, le pregunto que si me deja contarlo a mi vez en el blog o en las redes sociales. Como nunca me dice que no, voy y lo cuento. Sin mencionar lo de nuestra relación secreta, claro está... Hasta hace cuatro años, que fui y lo conté. Ya no me importaba que la gente supiera lo nuestro. Más tarde o temprano iba a terminar por descubrirse... Mejor así; ya no tenía que disimular ni ocultar mi admiración por ella. 
Elvira no es una escritora frívola. Escribe con seriedad y ponderación, y también con rabia, cuando el asunto se lo merece. Hace unos días publicaba en El País un artículo titulado Esto nos puede pasar, sobre la responsabilidad del periodismo y los periodistas, y de las redes sociales, en la victoria de Donald Trump en las recientes elecciones presidenciales estadounidenses, y la generalizada debacle de la izquierda y los avances del populismo en todo el mundo.  
Al día siguiente de las elecciones americanas, comenta Elvira, dije en la radio que las sorpresas que nos estamos llevando algo tienen que ver con el desconcierto del periodismo frente a un universo cibernético que nos presenta solo aquello que deseamos escuchar. Noté una cierta incomodidad en mis compañeros de tertulia. Algo así como, encima de que estamos en crisis ahora la culpa la tenemos los periodistas. No, los periodistas uno a uno, no. Pero es obvio que algo falla. El lector no busca la verdad sino la confirmación de sus convicciones. Y las grandes compañías, que trafican con nuestros datos y nos conocen ya más que nuestra pareja, nos tientan con las páginas en las que encontraremos unas opiniones que coincidan felizmente con las nuestras. Es aterrador.El caso es que algo así, continúa diciendo, se deben de temer los directores de la prensa americana cuando en estos días abundan los reportajes sobre esa parte del país que parecía remota pero que ahora importa, dado que ha cambiado el curso de la historia. Ojalá esto nos enseñe que sobran analistas y falta periodismo. Pero hubo una pieza, firmada por el poeta Charles Simic, que me llamó poderosamente la atención. Primero, porque estaba escrita desde el terreno, este poeta de origen yugoslavo vive en una zona rural de New Hampshire; segundo, porque su análisis carecía de toda esa jerga antipática en la que nos han ahogado los expertos. Contaba sus sensaciones en el lenguaje preciso con el que se moldea la poesía. Decía, por ejemplo: “Todos los que tenemos familiaridad con las zonas rurales y con las abandonadas zonas industriales de este país sabemos del empobrecimiento y la desesperanza de muchos hombres y mujeres que viven aquí. Sobreviviendo penosamente por trabajos de media jornada, dado que las empresas no suelen contratarlos a jornada completa, suelen estar mal pagados y ahogados por las deudas. Su corazón les dice que tanto ellos como sus hijos son prescindibles. Lógicamente, están enfadados”.
Mientras, añade, el partido demócrata afirmaba que la economía iba bien, ¡la economía!, los “prescindibles” no advertían una mejora en sus vidas. Así que creyeron al primero que apareció por allí para decirles que, efectivamente, su vida era una mierda. “Votaron —en palabras de Simic— al bufón millonario al que no le importa si viven o mueren”.
Las palabras del poeta, sigue diciendo, me llevaron a ordenar mi pensamiento, confuso de tanta lectura, y ordenarlo de la siguiente manera: La izquierda se ha centrado en las últimas décadas en las políticas de identidad y ha abandonado la cuestión social. Lo más rentable para un político es apuntarse a las políticas de identidad. Solo le basta con manejar la jerga. Ni tan siquiera se ve obligado a creer verdaderamente en lo que está diciendo.
Ya Martin L. King, añade, antes de ser asesinado, predijo que el futuro de los movimientos de los derechos civiles estaba en unirse al resto de los trabajadores. Hacer con ellos causa común. La izquierda, segmentada en grupos, ha perdido fuerza: cada grupo cree que su reivindicación está desconectada de la del grupo de al lado. Internet ha potenciado esa segmentación al máximo.
Cuando las mujeres, convocamos un encuentro feminista con el expresivo lema “Solo faltan las muertas”, dice, siento que nos olvidamos de otros muertos que se quedan como almas en pena: los niños de la guerra de Siria, las parturientas sin hospital en Alepo, las y los adolescentes que tratan de llegar a Europa desde Nigeria y se dejan la vida en el camino, las ancianas que se mueren sin tener electricidad para calentarse. La humanidad, la humanidad.
A fuerza de olvidarse de la clase obrera, continúa, el Partido Demócrata la ha perdido. Esa clase obrera blanca se ha identificado con el individuo que ha culpado a terceros de su desgracia: a los latinos, a las mujeres, a los negros, a los musulmanes. Trump ha afirmado que reabrirá las minas de carbón. Y la izquierda o centro izquierda ha sido incapaz de explicar a esa clase obrera que eso es imposible, que hay que buscar alternativas. No defienden con valentía un discurso ecologista.
La consecuencia, añade, de una izquierda ensimismada en las políticas de identidad ha sido que la clase obrera, dejada de la mano de Dios, está siendo acunada por la ultraderecha, que adorna su discurso con consignas racistas, xenófobas y misóginas. Como fatal resultado, todo se ha vuelto en contra precisamente de esas minorías que la izquierda decía defender. Los blancos pobres han visto alimentado su racismo; los negros pobres su exclusión. Las mujeres, pobres o de clase media, han sido acusadas de arrebatar el espacio a los hombres. Los latinos de agredir a los blancos. La realidad es que no habrá manera de obtener justicia social si cada uno quiere estar cobijado entre los suyos.
Sé que alguno, concluye diciendo, me reprochará que por qué no escribo de lo que nos pasa a nosotros. Pero es que esto va de nosotros. Es un aviso, y como no nos demos cuenta, mal vamos. Te creo, querida Elvira, te creo. Nos vemos el domingo próximo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día, Hoy, A los amigos, de Primo Levi (1919-1987)

 






A LOS AMIGOS


 


Queridos amigos, aquí digo amigos


En el sentido amplio de la palabra:


Esposa, hermana, camaradas, parientes,


Compañeras y compañeros de escuela,


Personas a quien vi sólo una vez


O amistades de toda una vida:


Si al menos por un instante, entre nosotros,


Se hubiera tendido un segmento,


Una cuerda bien definida.


 


Hablo por vosotros, compañeros de un camino


Denso, no sin fatiga,


Y también para vosotros, que habéis perdido


El alma, el ánimo, el deseo de vivir.


O ninguno, o alguno, o tal vez uno sólo, o tú


Que me lees: recuerda el tiempo,


Antes de endurecerse la cera,


Cuando cada uno era como un sello.


Cada uno de nosotros lleva la huella


Del amigo encontrado en el camino;


En cada uno la impronta del otro.


Por el bien o el mal


En la sabiduría o en la locura


Todos llevamos el sello de todos.


 


Ahora que el tiempo apremia,


Que las tareas han terminado,


A todos vosotros auguro, quedo,


Que el otoño sea largo y templado.


 


Primo Levi (1919-1987)

poeta italiano