domingo, 3 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 3 de noviembre de 2024. Las democracias tienen algunos puntos débiles: en cualquier momento puede salir un líder más o menos carismático con un discurso más o menos apocalíptico que consiga ganar las elecciones con un programa que proponga, más o menos, la eliminación de la democracia, se dice en la primera de las entradas de hoy. En la segunda de ellas, un archivo del blog de diciembre de 2013, decía el autor del blog: A cubierto de todo temor, asistí emocionado a las revueltas estudiantiles en Berkely (California) y en otras universidades europeas que culminarían con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París, en mayo del 68, que a punto estuvieron de acabar con la V República; no estuve allí, pero casi... Al menos en espíritu sí que estuve... La tercera es un poema que comienza con estos versos: Si el hombre pudiera decir lo que ama / si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz... Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Las paradojas de la democracia

 







Las democracias tienen algunos puntos débiles: en cualquier momento puede salir un líder más o menos carismático con un discurso más o menos apocalíptico que consiga ganar las elecciones con un programa que proponga, más o menos, la eliminación de la democracia, escribe en El País [Las paradojas de la democracia, 23/10/2024] su comentarista de Política Internacional Jaime Rubio Hancock, y podríamos votar el fin del voto...

El sábado publiqué en Ideas un repaso (breve) del pensamiento político de Karl Popper, hoy más recordado por sus contribuciones a la filosofía de la ciencia. El texto se centra, sobre todo, en La sociedad abierta y sus enemigos, el libro en el que critica las grandes utopías y defiende un gradualismo democrático y abierto al debate.

Algo en lo que no pude extenderme, pero que me parece muy interesante, son las tres paradojas de la democracia en las que se detiene Popper. Estas paradojas nacen de debilidades aparentes de las sociedades abiertas y están presentes en el ejemplo (más o menos) ficticio del arranque de esta carta.

1. La paradoja de la democracia. Una mayoría de los ciudadanos podría votar a favor de que nos gobierne un tirano. Popper saca esta paradoja de La República de Platón, donde el griego advierte de que la tiranía podría llegar al poder “por medio de la democracia”, al “convertir a un hombre en su campeón o conductor partidario” y “exaltar su posición, atribuyéndole una supuesta grandeza”.

2. La paradoja de la libertad. Popper también avisa de que “la libertad, en el sentido de ausencia de todo control restrictivo, debe conducir a una severísima coerción, ya que deja a los poderosos en libertad para esclavizar a los débiles”. Por citar un ejemplo de su libro, sin regulación laboral, los empresarios podrían aprovecharse de los trabajadores en situaciones desesperadas, que se verían en situación de “aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre”. Sobre el papel, lo harían en libertad.

3. La paradoja de la tolerancia. Esta es la más conocida, sobre todo desde hace unos años, cuando viralizaron vídeos de ciudadanos dando tortas a nazis e incluso se publicó algún libro (buenísimo) sobre dilemas éticos en cuyo título se hacía referencia a puñetazos y fascistas. Según la paradoja, los intolerantes pueden aprovechar la libertad y la democracia para difundir sus mensajes antidemocráticos, lo que podría llevar a “la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

A pesar de lo que se dice a menudo, Popper no cree que debamos impedir la expresión de ideas intolerantes (o pegar a nazis por la calle, salvo en defensa propia): “Mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, sin duda, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a encontrarnos en el escenario de los argumentos racionales”. Mientras los antidemócratas no rehúyan el debate y recurran “al uso de sus puños y pistolas”, nosotros no debemos reclamar “en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. No hay que pegar a los nazis: basta con no votarles.

En esta idea han incidido pensadores posteriores como Martha C. Nussbaum y John Rawls. Rawls añadía algo muy interesante en Una teoría de la justicia: la actitud abierta por nuestra parte no es por hacerles un favor a los intolerantes. Los intolerantes no tienen derecho a quejarse si se vulneran sus libertades. Lo hacemos por nosotros, no por ellos, ya que  tenemos el deber de preservar las condiciones que aseguran que la sociedad siga siendo libre y justa.

Para Popper, estas paradojas no son curiosidades intelectuales, sino problemas que pueden poner en peligro la democracia. El ejemplo más claro (y típico) es el de Adolf Hitler: el partido nazi fue el más votado en 1932 y 1933, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta, y Hitler fue nombrado canciller. Y hay casos muy recientes: Vladímir Putin, Nicolás Maduro y Recep Tayyip Erdogan ganaron elecciones y luego procedieron a limar (o a seguir limando) las garantías democráticas, con el objetivo de perpetuarse en el poder. Como dijo el propio Erdogan, “la democracia es un tranvía: cuando llegas a tu parada, te bajas”.

No existe ningún medio infalible para evitar estas paradojas, escribe Popper, pero sí algunas salvaguardas que nos ayudan a enfrentarnos a ellas. Como, sobre todo, los mecanismos que nos permiten elegir al Gobierno y también desalojarlo cuando lo decidamos, además de preservar instituciones libres e independientes que ayuden a garantizar la libertad y la democracia, como la justicia, el parlamento o la prensa.

Esta es la diferencia (como ya comentamos hace unas semanas) entre la Venezuela de Maduro y los Estados Unidos de Donald Trump. Tras las elecciones de 2020, el estadounidense intentó quedarse en la Casa Blanca a pesar de haber perdido las elecciones, pero se encontró con instituciones independientes que le plantaron cara: el Congreso, el Senado, la prensa y su vicepresidente, además, por supuesto, de una gran parte de la ciudadanía. Maduro lo tiene, de momento, más fácil para quedarse en el poder a pesar de que todo indica que perdió las elecciones. Tras años de autocracia ha arrasado con la oposición interna y con la independencia de esas instituciones que deberían actuar de contrapeso a su poder. El objetivo de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos no es averiguar cómo lograr el mejor Gobierno, sino cómo evitar totalitarismos y dictaduras: una mala política en democracia es preferible “al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o benévola que ésta sea”. El motivo está claro: al Gobierno malo siempre lo podemos echar, pero con la tiranía la cosa se complica. Es más, que podamos votar y cambiar un Gobierno es uno de los motivos que explican que las democracias sean más prósperas: podemos probar, corregir y mejorar. En cambio, autocracias como las de Putin o Maduro solo pueden ir a peor porque sus errores no tienen consecuencias.










[ARCHIVO DEL BLOG] Añoranzas del 68: "Sous les pavés, la plage". Publicado el 22/12/2013










¡Cuarenta y cinco años ya! ¡Cómo pasa el tiempo!... 1968 fue un año mítico para mí: por razones personales, y por otras también personales -todas lo son si nos afectan- pero de otra índole. Con mi madurez casi como quien dice recién estrenada, ese año había cumplido mi servicio militar en el regimiento de infantería "Inmemorial del Rey" (la más antigua unidad militar del mundo); había obtenido mi primera titulación universitaria; estrenábamos nuestra casa en Las Palmas, en la que aún vivimos; y nacía mi primera hija... Así que, a cubierto de todo temor, asistía emocionado a las revueltas estudiantiles en Berkely (California) y en otras universidades europeas que culminarían con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París, en mayo, que a punto estuvieron de acabar con la V República. Si no triunfó fue porque los sindicatos obreros se echaron para atrás; quizá -pensaron- "esto no va con nosotros". No estuve allí, pero casi... Al menos en espíritu sí que estuve...
De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre aquel mítico "mayo del 68" del que no quedan ni cenizas, yo recuerdo con especial cariño dos anécdotas. La primera, la película "Soñadores" (2003), del realizador italiano Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green, de la que los franceses, siempre tan suyos -algunas veces, con razón- dicen que tiene los senos más bellos del mundo...  La segunda, la que convirtió en lema oficioso de la revuelta estudiantil una pintada realizada con aerosol en la universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines está la playa). 
La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barrera infranqueable a la policía antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos..., por si acaso. ¿Qué queda del espíritu de "Mayo del 68"?, ¿acaso la "spanish revolution" de 2011? Me temo que nada o más bien poco, pero aun visto desde la distancia y el tiempo fue precioso. 
El novelista Andrés Trapiello escribía hace unos días un artículo en La Vanguardia titulado "Parad el mundo", lleno de nostalgia sobre aquellos momentos que algunos tuvimos la dicha de vivir, por simple fortuna de la edad. No solo queríamos parar el mundo para bajarnos, como decían las pintadas, sino para cambiarlo; también pretendíamos ser realistas pidiendo lo imposible, como decía otra; o encontrar la playa bajo los adoquines de París. No pudo ser, pero se intentó.
En YouTube pueden ver dos cortísimos pero muy bellos avances de la película "Soñadores" en los que la revuelta estudiantil parisina es solo el paisaje de fondo; les animo a verlos porque merecen la pena. Y perdónenme el ejercicio de añoranza de un tiempo pasado que quizá no fue ni mejor ni peor, pero que sí fue nuestro. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












Del poema de cada día. Hoy, Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda (1902-1963)

 






SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


Luis Cernuda (1902-1963)

Poeta español








Las viñetas de humor de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024

 


























sábado, 2 de noviembre de 2024

Del orgullo del pueblo. Especial 2 de hoy sábado, 2 de noviembre de 2024

 






La pandemia nos atravesó como una daga afilada y nos quitó demasiadas cosas, pero iluminó también un país capaz de movilizarse, con una clase sanitaria y de asistencia en residencias que sostuvo sobre sus hombros el peso de la desgracia y luchó hasta lo imposible. También nos mostró una sociedad unida, sobrecogida, sufriente, que cumplió y se solidarizó conmovida con coraje. De los saqueadores que se forraron mientras todos sufríamos ya hablamos, por desgracia, otros días.

De aquello pudimos salir con orgullo de país. Y hoy también podemos hacerlo, dice en El País [Orgullo de país, 02/11/2024] la escritora Berna González Harbour.

Orgullo de los científicos, los meteorólogos, físicos y todas las gentes de ciencia que llevan años anunciando los fenómenos extremos que se avecinan con un Mediterráneo caliente que inyecta humedad a las nubes como quien arroja gasolina a un fuego. Ellos lo supieron y nos lo dijeron.

Orgullo de los soldados de la UME, bomberos, policías, agentes de la Guardia Civil. El Estado existe y también consiste en poder movilizar a personas que se tragan las lágrimas para seguir apartando barro, buceando, levantando coches y muros caídos hasta sacar a muertos que podrían ser sus padres. Orgullo de los trabajadores de la muerte, los que estos días reciben decenas de cadáveres a los que deben identificar masivamente sin que les tiemble el pulso. Niños, mujeres, bebés, ancianos.

Orgullo de los vecinos que albergaron a los afectados en la noche siniestra, les abrieron locales, cines, oficinas donde protegerse; que luego agarraron las palas y cubos para ayudar; y que hoy intentan llevar agua a quienes deambulan como en Gaza en busca de algo potable. España está llena de ellos.

Orgullo de los españoles que hoy lloran, estremecidos, con un dolor que desborda a todos y que nos recuerda quiénes somos —nada— cuando una simple lluvia nos quita la vida, la casa, la luz, el agua, la cobertura telefónica y todo lo que damos por supuesto.

Orgullo de los periodistas, los colegas que recorren pueblos para hablarnos de currantes que salvaron a hombros a algunos ancianos en una ruleta rusa que mató a otros; de jóvenes madres y preciosos bebés que ya no existen. Los que se aparcan su conmoción para seguir informando desde sus propios pueblos.

Incluso orgullo de los políticos, los que muestran unidad y capacidad de arrimar el hombro. De los miserables que intentan sacar provecho hablaremos otro día.

La columna es siempre una elección y esta que están leyendo podría ser la opuesta: enfocar el desbordamiento del Estado, los errores, la incapacidad de llegar a todos los cuerpos que aún yacen sin vida, la falta de ayuda en zonas aisladas o los saqueos. Pero muchas buenas personas, desde los meteorólogos que supieron a los pobres diablos que se manchan de barro, también merecen el aplauso, el orgullo de país. De los miserables, hablaremos otro día.











Del fango mediático. Especial 1 de hoy sábado, 2 de noviembre de 2024

 






Quien el miércoles se informó leyendo las portadas de tres de los cuatro periódicos nacionales que se editan en Madrid llegó a la conclusión de que una información vinculada a Begoña Gómez, la mujer del presidente socialista Pedro Sánchez, era mucho más importante que las lluvias torrenciales que ya habían causado los primeros muertos en el este de España. Así lo reflejaba el espacio dedicado en esas portadas a ambas noticias. Lo comenta en La Vanguardia [Fango, 02/11/2024] el periodista y comunicador Jordi Évole.

Quien de buena mañana puso la radio y oyó que la sesión de control del Congreso se había suspendido ante las noticias de los graves acontecimientos que llegaban de Valencia tuvo que sorprenderse cuando oyó que se había mantenido una de las votaciones. Ese ciudadano confundido pudo pensar que los diputados de los partidos que forman el Gobierno, o le dan eventual apoyo, la tarea más importante que tenían esa mañana era el nombramiento de los consejeros de la radio y la televisión pública española, cuestión que sin duda se sitúa entre las que más preocupan a los españoles.

Quien a las 13 h del martes vio al presidente valenciano pronunciar estas palabras tuvo que tranquilizarse: “Según la previsión, el temporal se desplaza hacia la Serranía de Cuenca en estos momentos, por lo que se espera que hacia las 18.00 disminuya su intensidad en la Comunidad Valenciana”. Veinte segundos de declaración, con el aplomo y la seguridad que se le piden a un responsable político en situaciones tan complejas. La declaración fue colgada por su equipo de comunicación en la cuenta oficial de Carlos Mazón en la red X. A media tarde ese tuit era eliminado. En ese momento cualquiera ya podía pensar que algo no se estaba haciendo bien.

El jueves, a primera hora, acudió a la zona afectada Alberto Núñez Feijóo (el miércoles fue a Letur, Albacete). Atendió a los medios para destacar la desinformación que estaba sufriendo por parte del Gobierno presidido por Sánchez. A la vez, señaló que la Agencia Española de Meteorología, organismo que depende de la Administración central, había informado tarde a los gobiernos autonómicos. 

Mientras Feijóo hablaba, detrás de él se podía ver a Mazón, desde la tarde anterior ataviado con chaleco rojo de emergencias, con un lenguaje no verbal curioso. El presidente valenciano y compañero de partido de Feijóo miraba hacia otro lado o agachaba la cabeza mientras escuchaba lo que su líder decía. Solo repasando los tuits de los días anteriores de la Aemet se podía constatar que Feijóo mentía. 

Al poco rato era Mazón el que hacía decla­raciones. Detrás de él se podía ver al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El presidente valenciano utilizó unas palabras a las que ya estamos muy poco­ acostumbrados entre responsables políticos de diferentes partidos. Mazón se dirigió a Sánchez con un “gracias, presidente” y un “querido, presidente”, en un tono muy distinto al que había utilizado unas horas antes Núñez Feijóo.

Mazón llegó a la presidencia del Gobierno valenciano en el 2023 tras ganar las elecciones por mayoría simple. Fue de los primeros en llegar a un pacto con Vox para ser investido. El acuerdo duró poco más de un año. Hubo tiempo para que Mazón nombrase vicepresidente a un diputado de la formación ultra, popular por su trabajo anterior: torero. Una de las primeras medidas que tomaron fue la eliminación de la Unidad de Emergencias Valenciana. La decisión fue celebrada como una victoria por los recién llegados al poder.

Cuando el fango te llega a la cintura no hay máquina mediática o política que lo pueda limpiar. Y el escenario que nos po­demos encontrar cuando sepamos toda la dimensión de la tragedia puede ser in­soportable.











De las entradas del blog de hoy sábado, 2 de noviembre de 2024





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 2 de noviembre de 2024. Si la hipocresía hace daño a personas concretas puede ser malo, pero también hay que pensar que si ayuda a la paz, a lo mejor conviene ser un poco hipócrita, porque a fin de cuenta, como dijo no sé quién, la hipocresía es el fundamento de la buena educación, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. En la segunda, un archivo del blog de noviembre de 2017, se comentaba que el hecho de que los monjes casi no hablen entre ellos no significa que estén callados; todo lo contrario, desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche cantan sin cesar en latín. La tercera es un poema que comienza con estos versos: Ábrenos pues la puerta y veremos los vergeles / Beberemos su agua fría donde la luna dejó su huella... Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt














De la verdad, la mentira y la hipocresía

 







El circo mediático que se está formando con el caso Errejón, que no entro a valorar porque no tengo interés alguno en él, me ha hecho pensar en dos conceptos muy boca de todo el mundo: el de la verdad y el de la hipocresía. Eso de que la verdad nos hará libres es una mentira como una catedral, lo diga San Pedro o el párroco de Santa Clara. La verdad puede hacer mucho más daño que beneficio, y cuando el daño se inflige a personas concretas convendría pensárselo dos veces antes de comenzar a soltar verdades como si fueran puñetazos. El otro, es de la hipocresía. Y es lo mismo, si hace daño a personas concretas puede ser malo, pero también hay que pensar que si ayuda a la paz, a lo mejor conviene ser un poco hipócrita, porque a fin de cuenta, como dijo no sé quién, la hipocresía es el fundamento de la buena educación..., ¿no?... 

El pedagogo austriaco Karl-Thomas Naue (Innsbruck, 1887-1972) afirmó en una de sus célebres e irónicas conferencias del Círculo Didáctico Vienés: Suprimid la verdad y dejaréis de tener problemas con la mentira, comenta en El País [Cartografía de la mentira, 29/10/2024] el escritor Fernando Aramburu. Hay una propensión extendida, sigue diciendo Aramburu, a considerar que en principio todo acto del lenguaje expresa aquello que el emisor sabe, piensa o siente y que, acto seguido, puede que eso no sea así, no sea exactamente así o no sea en absoluto así. Prueba de la condición natural del fingimiento es que ha sido observado en la conducta de simios, de mamíferos diversos e incluso de cuervos, urracas y pulpos, si bien todo apunta a que nunca ha existido una especie más embustera que la humana. Se puede mentir por muchas razones: por compasión, para proteger y protegerse, para ilusionar, para inferir un daño, etc. En todos los casos prevalece un criterio de eficacia conducente a que el receptor no se percate de que se le está mintiendo. El consumo deliberado de mentiras, llamadas también ficciones, incentiva la afición al arte. Todo esto viene a cuento porque tiempo atrás un cargo público relevante, no importa si mujer o varón, cercana la boca a un micrófono, el gesto decoroso, el atuendo impecable, hizo una afirmación que, según sus opositores, no se correspondía con ciertos datos luego verificados y, según sus adeptos, era la pura verdad, puesto que los adversarios también mienten. Alguien sostuvo en cierta ocasión que la verdad es poética y la mentira política. Sucede que otro día el mencionado cargo público afirmó lo contrario de lo que había dicho con anterioridad, lo cual constituía para unos la demostración de que había mentido antes o después, mientras que para los correligionarios lo demostrado era que antes o después se había esforzado en decir la verdad, de donde cabía deducir un firme compromiso con la honradez. Me pregunto, concluye diciendo Aramburu, qué habría opinado al respecto Karl-Thomas Naue en el caso de haber existido.














[ARCHIVO DEL BLOG] Entre monjes. Publicado el 07/11/2017












En medio de un silencio donde lo que sucede en el siglo, como la crisis de Cataluña, llega en modo de eco, los benedictinos viven un tiempo que gira sobre si mismo, comenta el escritor Mario Vargas Llosa en El País. El monasterio está rodeado de montañas y de bosques que, comienza diciendo, en este pleno otoño, exhiben sus colores cobrizos y dorados con orgullo. La parte más antigua del local, la del altar, es románica, del siglo XI, y el resto de la iglesia un gótico del XVI. El enorme edificio ha sido deshecho y rehecho varias veces, pero las viejísimas piedras siguen siempre allí, enormes, inmortales, preservando el silencio. Es lo que me impresiona más, fuera de la regla de San Benito, escrita en el siglo sexto, que sigue regulando el funcionamiento de éste y todos los monasterios benedictinos en el mundo; con algunas adaptaciones a la época, claro está, como la supresión de los castigos corporales y la exclusión de los niños abandonados que, por lo visto, recogían las comunidades medievales. Hay veintiún monjes, tres de ellos novicios, en éste en el que paso cuatro días, una experiencia que deseaba tener desde que leí La montaña de los siete círculos, de Thomas Merton, hace muchos años. El abad está contento porque hay otros tres posibles novicios en perspectiva. La continuidad del monasterio parece, pues, asegurada.
El silencio es tan intenso que se lo escucha y, cuando uno habla dentro del recinto, sólo susurra y sintetiza, con la mala conciencia de estar cometiendo una falta. Que los monjes casi no hablen entre ellos no significa que estén callados. Todo lo contrario. Desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche cantan sin cesar, en latín, vigilias, laudes, tercia, sexta y nona, vísperas y completas, además de las misas diarias, que son todas cantadas, y los rosarios vespertinos. Pero los jueves en la tarde tienen un recreo; pueden salir a pasear por el campo, siempre en grupo, y conversar entre ellos. El silencio es estricto en el refectorio a la hora de las comidas, durante las cuales un monje lee siempre en voz alta textos piadosos, vidas de santos o informaciones religiosas.
La televisión y la radio están prohibidas, pero el monasterio recibe dos periódicos —no pude averiguar cuáles—, de modo que los monjes no están totalmente desinformados de lo que ocurre al otro lado de esas altas murallas entre las cuales han elegido pasar el resto de sus vidas. Sin embargo, tuve la impresión de que lo que ocurre allá, en el siglo, no les importa demasiado. Si les importara, tal vez les sería más difícil aceptar esa existencia hecha de silencio, pobreza y soledad, de rituales y oraciones sin término, de tiempo que no fluye sino gira sobre sí mismo. Son unos días muy graves para España, tal vez los peores de su historia, cuando una conjura separatista parece a punto de provocar una catástrofe sin precedentes en el reino más antiguo de Europa; y, sin embargo, aquí, a mi alrededor, nadie parece alterarse con semejante perspectiva. Sólo en la misa del domingo el abad, con austeras palabras, pide unas oraciones para España y Cataluña.
Nadie parece aquí triste y mucho menos desesperado; son contagiosos el entusiasmo y la alegría con que los monjes entonan los salmos en la iglesia, las bellas voces que se distinguen durante la rica liturgia. Hay algunos viejecitos entre ellos —y uno que “ha perdido ya la cabeza”— pero la mayoría están en la flor de la edad, como el bibliotecario que en la biblioteca del claustro me muestra, feliz, dos incunables y una primera edición de San Juan de la Cruz. Y como el abad, hombre sabio, muy culto, con el único que llego a tener un amago de conversación. En la orden, según él, funciona una genuina democracia; los monjes eligen a su abad y pueden también deponerlo cuando piensan que no está a la altura de sus funciones. Dentro de la regla de San Benito, cada comunidad se organiza como mejor le convenga, tomándose las mayores libertades, sin sujetarse a un único modelo. En ésta, por ejemplo, tanto para aceptar a un novicio como para admitirlo en el monasterio luego de los dos años de noviciado, es preciso que al menos tres cuartas partes de los monjes lo aprueben. No todos los monjes son sacerdotes; los que lo son han debido seguir, luego del noviciado, un mínimo de seis años de estudio de teología, siempre lejos del lugar en el que luego vendrán a enclaustrarse.
¿Muchos abandonan? Poquísimos. La razón, según mi interlocutor, es que no es nada fácil ser admitido en la comunidad; ésta debe estar convencida de que hay una verdadera vocación en el aspirante, una conciencia clara de lo que va a perder y de lo que va a ganar. Cuando resulta más o menos evidente que no está en condiciones de continuar, la comunidad se adelanta a persuadirlo de que abandone, pues hay otros modos de buscar a Dios y de servirlo.
¿Puede apreciar cabalmente un agnóstico como yo lo que significa la entrega de estos hombres (y mujeres, pues la regla de San Benito regula también muchos monasterios de monjas de clausura) a su fe? Seguramente, no. Es probable que sólo se pueda entender que haya quienes eligen un destino de aislamiento, frugalidad, rutina y espiritualidad tan extremados, si se cree que hay otra vida después de ésta, en la que un ser supremo sanciona el mal y recompensa el bien, y que este es el mejor camino del perfeccionamiento y la salud.
Lo que un agnóstico puede entender y admirar en este lugar y en estas personas es lo que T. S. Eliot llamó la continuidad de la cultura y la importancia que para la civilización tienen las formas. San Benito no fue sólo exponente mayor de una creencia religiosa, sino el adelantado de una manera de ser, de creer y de actuar que cambiaría la historia del mundo, echando los fundamentos de una sociedad más libre y más justa de las que había conocido la humanidad hasta entonces, de una cultura que dejaría una huella trascendente en la historia. Ella estuvo cargada de violencia, por supuesto, y, también, de injusticias, como todas las historias. Pero evolucionó, fue dejando atrás lo peor que había en ella, el fanatismo, la intolerancia, los prejuicios, fue aprendiendo a coexistir con quienes la criticaban y negaban, y, al mismo tiempo, dejando testimonios en las artes, en la literatura, en la filosofía, en las costumbres, de unas formas que distinguían lo bello de lo feo y de lo horrible, lo malo de lo bueno, lo aceptable de lo inaceptable. Esa cultura ha hecho el mundo más vivible para millones de millones de personas. Por eso la supervivencia de semejante pasado en un presente tan confuso como el nuestro es necesaria, una manera de evitar retroceder de nuevo a la barbarie. Esto no es imposible. España ha estado a punto de vivir en estos días esa regresión a la pura barbarie que es el nacionalismo, un retroceso a épocas que parecían superadas y que sin embargo seguían siempre ahí, amenazando desde las sombras con resucitar odios y enemistades, el viejo fanatismo que está detrás de todas las matanzas.
Estos monjes acaso no lo saben, pero, haciendo lo que hacen, mantienen vivas las raíces de nuestra civilización, nos defienden de la desintegración política y moral, del retorno al salvajismo primitivo, ese mundo de instintos en libertad en el que, según la metáfora de Georges Bataille, en la jaula en que vivimos todos los ángeles podrían ser devorados por los demonios.
Ha sonado el silbato. Dentro de cinco minutos, exactamente, empezará a sonar el órgano y estallarán los cantos gregorianos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, La puerta, de Simone Weil (1909-1943)

 






LA PUERTA



Ábrenos pues la puerta y veremos los vergeles,

Beberemos su agua fría donde la luna dejó su huella.

La larga ruta quema enemiga a los extranjeros.

Erramos sin saber y no encontramos lugar alguno.


Aquí la sed está sobre nosotros. Queremos ver flores.

Esperando y sufriendo, aquí estamos ante la puerta.

Si es necesario romperemos esta puerta a golpes.

Presionamos y empujamos, pero la barrera es demasiado fuerte.


Hay que languidecer, esperar y mirar vanamente.

Miramos la puerta; está cerrada, inquebrantable.

Fijamos en ella los ojos; lloramos bajo el tormento;

La vemos todavía; el peso del tiempo nos abruma.


La puerta está ante nosotros; ¿de qué nos sirve querer?

Vale más irse abandonando la esperanza.

No entraremos jamás. Estamos hartos de verla…

La puerta al abrirse dejó pasar tanto silencio


Que ni los vergeles surgieron ni flor alguna;

Solo el espacio inmenso donde habitan el vacío y la luz

De pronto se presentó de un lado al otro, colmó el corazón,

Y lavó los ojos casi ciegos bajo el polvo.



Simone Weil (1909-1943)

Escritora francesa