miércoles, 17 de julio de 2024

Las viñetas de hoy

 




















martes, 16 de julio de 2024

De ideología contra racionalidad

 






Hola. Buenos días de nuevo a todos y feliz martes. La ideología a menudo contradice la realidad, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Iñaki Domínguez, los hechos mismos y su objetividad, y frecuentemente, incluso, es diametralmente opuesta a esa realidad. En la segunda, un archivo del blog de hace diez años, HArendt comentaba quienes eran sus personajes reales y de ficción más admirados y reproducía un artículo del teólogo Casiano Floristán sobre uno de ellos, el también teólogo Hans Küng. La tercera, con el poema de hoy, reproduce el titulado Pequeñita, de la joven poetisa española Sara Búho. Y para terminar, en la cuarta, las viñetas de cada día. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico, al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Ideología vs. racionalidad
IÑAKI DOMÍNGUEZ 
11 JUL 2024 - Revista Ethic - harendt.blogspot.com

Desde finales del siglo XVIII cuando los ideólogos franceses acuñaron el concepto de ideología este ha ocupado un lugar central en el pensamiento político, sociológico, filosófico y antropológico. La ideología sería una herramienta del poder para moldear la conciencia colectiva y ajustar esta a los intereses del mismo; algo así como el filtro o sistema operativo que moldea nuestras conciencias. La ideología es ejercida y perpetuada a todos los niveles y escalafones sociales; digamos que se ramifica a todos los niveles y en todos los estratos sociales. Al igual que el «negro de la casa», del que hablaba Malcolm X, en contraste con el esclavo negro que trabajaba el campo, son a menudo los propios sometidos quienes velan por que el poder imponga su influencia.
Curiosamente, a día de hoy, es una supuesta izquierda la que vela por que la ideología y los poderosos impongan su discurso. Como afirma un meme de internet: «Activista de izquierdas cree luchar contra el sistema mientras su discurso coincide con el de las corporaciones, las universidades, la televisión y Hollywood». Como dijo Gil Scott-Heron en una famosa canción, hace ya mucho: «The revolution will not be televised» (la revolución no será televisada), siendo la televisión otro de los canales que favorece el discurso ideológico. La izquierda ha pasado, por medio de una transición dialéctica, a estar del lado del sistema, del poder, y sin tener conciencia de ello: se ha tornado presa de la ideología con gran ahínco y voluntad. Ya sabemos que tradicionalmente la izquierda ha sido contraria a las empresas farmacéuticas y, curiosamente, durante la crisis del covid ha apoyado sin freno alguno los intereses de tales corporaciones. Y lo cierto es que hay multitud de ejemplos similares. Podemos afirmar que la izquierda y su discurso ha sido cooptado por el poder, con gran éxito. Y ese cooptar, debo decir, es la mayor manera de desactivar y neutralizar a un antagonista político y social.
La ideología a menudo contradice la realidad, los hechos mismos y su objetividad. A menudo, incluso, es diametralmente opuesta a esa realidad. La ideología es un mecanismo antirracional, siendo el enfoque racional aquel que conduce a una vida libre (puesto que nos permite tomar decisiones mejores y más convenientes para nosotros). En el caso de la política, la coherencia sería una forma de ser libre, mientras la visión ideológica es incoherente. El sujeto que ejerce su voto ideológicamente carece de coherencia. Esta falta de coherencia es más que palpable tanto en la izquierda como la derecha. Un ejemplo es la visión que la izquierda a menudo tiene de la ciencia. La ciencia ha sido tradicionalmente baluarte de la izquierda, pero el pensamiento posmoderno, base ideológica de la izquierda woke, es contrario a la misma, haciendo de esta un constructo cultural. El discurso de izquierdas, por ejemplo, dice creer en la ciencia cuando habla de calentamiento global, pero no cuando habla de feminismo, por ejemplo, cuestionando la validez de la ciencia biológica al afirmar que todo es un constructo cultural.
La falta de coherencia de tal posición es manifiesta, puesto que la ciencia será válida en todos los casos, no solo en los que interesan a cada cual. La falta de coherencia es síntoma de un enfoque típicamente ideológico. La derecha, por su parte, habla hoy día de la libertad de expresión, cuando tradicionalmente no ha sido precisamente aliada de la misma. Da la sensación de que la derecha cree en la libertad de expresión cuando los contenidos de la misma favorecen un discurso más tradicional, etc. Lo mismo ocurre con el nacionalismo. La derecha ha sido nacionalista, patriota, en cuanto a la idea de España, pero no ocurre los mismo cuando se trata del nacionalismo catalán o vasco. En esos casos, la derecha habla de la enfermedad del nacionalismo y sus deletéreos efectos, de lo absurdo e irracional que es el nacionalismo. Aquí detectamos, de nuevo, una evidente falta de coherencia.
De nuevo, en el caso del covid, la incoherencia política era total, tanto en la derecha como en la izquierda. Un día la derecha afirmaba que Pedro Sánchez gobernaba una dictadura al tenernos encerrados y, al otro, decía que íbamos a morir por culpa del 8M y sus manifestaciones, puesto que supondría un contagio peligroso. Y lo mismo la izquierda, que celebraba el 8M o protestaba por la muerte de George Floyd generando grandes aglomeraciones humanas, para luego llevar las mascarillas y apoyar el confinamiento como medidas para proteger a los más vulnerables.
Lamentablemente, la mayor parte de la gente opera y vota ideológicamente, no de modo racional y coherente. La política se asemeja a un deporte como el fútbol, que mueve masas. La mayoría vota como votaría un fanático del Real Madrid o el F.C. Barcelona: desea que su partido político gane, como el aficionado desea que su club salga vencedor en la Champions League. Tal realidad no puede sino perjudicar a la ciudadanía como un todo, puesto que es esta la manera alienada y vasalla de votar y actuar; una modalidad de actuación contraria a la libertad, la coherencia y la razón. Iñaki Domínguez es escritor.












[ARCHIVO DEL BLOG] Ateos y creyentes. [Publicada el 17/07/2014]








Creo que ya he comentado anteriormente que mis dos personajes favoritos de ficción, ambos femeninos, ambas griegas, son la inocente Ifigenia de Eurípides y la valerosa Antígona de Sófocles. Los masculinos, también de ficción, ambos españoles, el pícaro a la fuerza Lázaro de Tormes de Alfonso de Valdés, y el idealista Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes. En cuanto a personajes de la vida real, entre mis contemporáneos más admirados, citaría dos mujeres, la politóloga norteamericana Hannah Arendt y la filósofa francesa Simone Weil, ambas judías, ambas ateas, y dos hombres, el teólogo suizo Hans Küng y el paleontólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin, ambos sacerdotes católicos. 
De Hannah Arendt me impresionó sobre todo su libro "Los orígenes del totalitarismo", aunque he leído casi toda su obra; de Simone Weil, su "Carta a un religioso", me dejó una huella profundísima. Y de Teilhard de Chardin, del que tambíen he leído varios de sus libros, el que me produjo más impacto fue sin duda "El fenómeno humano". Pero hoy quería hablar sobre todo de la vida y la obra del controvertido teólogo católico Hans Küng.
De Küng lo último que he leído con inmensa curiosidad y placer ha sido el segundo tomo de sus memorias: "Verdad controvertida. Memorias", que abarca el periodo 1968-2007, con episodios tan relevantes como su enfrentamiento con el Santo Oficio romano (la Inquisición actual), la prohibición de enseñar dictada contra él por el papa Juan Pablo II, y las relaciones primero amistosas y luego tirantes, pero siempre respetuosas, con su ex-compañero de cátedra en la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI.
No estoy intentando crear un paralelismo entre ellos, pero si el personaje de Lázaro es el ejemplo perfecto del trepa para sobrevivir, e Ifigenia cautiva por su inocente voluntad de entrega a los dioses hasta el sacrificio, los de Antígona, Don Quijote, Arendt, Weil, Teilhard de Chardin y Küng, son paradigmas de la voluntad de defender contra todos y frente a todos, su libertad de criterio y opinión, en búsqueda de la verdad. Al menos de su verdad.
Mi primera lectura de Küng fue su monumental "Ser cristiano" (1974), hace más de treinta años, que devoré durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Luego, más tarde, seguirían "¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo" (1978), "Proyecto de una ética mundial" (1990), "El judaísmo. Pasado, presente, futuro" (1991), "El cristianismo. Esencia e historia" (1994), "Libertad conquistada. Memorias" (2002), "Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo" (2007), y algunas otras más que no cito para no resultar cansino. También durante muchos años estuve suscrito y fui lector fiel de la edición española de la revista internacional de teología "Concilium", fundada por él.
Ninguna de estas lecturas, ni de otras muchas sobre el cristianismo y las religiones de la tierra, ha hecho tambalear mi falta de fe en dios o en la vida eterna. Sigo sin creer ni en uno ni en la otra, pero que nadie confunda falta de fe con falta de respeto por el fenómeno religioso, que no sólo no me es ajeno, sino que me sigue interesando profundamente. Creo que todos saldríamos ganando, ateos y creyentes, si aprendiéramos a respetarnos y no inmiscuirnos en las creencias o no creencias ajenas. Respeto mutuo y cada uno a lo suyo. 
Al mes justo de la muerte de su autor, el teólogo español Casiano Floristán, compañero de Hans Küng en la Universidad de Tubinga, la revista El Ciervo publicaba un hermoso artículo de homenaje a su colega suizo, titulado "Hans Küng, un teólogo muy generoso", que es un estupendo resumen de las vicisitudes teológicas, personales y vitales del gran teólogo católico. Me ha resultado imposible encontrar el enlace en línea a dicho artículo, así que lo reproduzco literalmente. Les dejo con él:
Vi por primera vez a Hans Küng en junio de 1960, en el patio del seminario católico Wilhelmstift de Tubinga con su pelo ondulado, tupé rubio, gafas “Truman”, tez curtida por los aires y soles del montañismo y la natación, mirada socarrona, sonriente y apuesto. Iba con sandalias sin calcetines, más parecido a un franciscano de Asís que a un jesuita de Roma. Sospecho que sus zapatos los dejó en el Colegium Germanicum et Hungaricum de Roma, donde cursó tres años de filosofía y cuatro de teología (1948-1955). Llamativo contraste: mientras que algunos españoles subíamos a Alemania a estudiar teología, un suizo-alemán bajaba a cursarla en la Gregoriana de Roma. Dice Küng en sus memorias con ironía: “La Roma católica me convirtió en un católico frente a la Roma de la curia”. Ejemplar conversión.
Hans se ordenó sacerdote diocesano el 9 de mayo de 1955 y celebró su primera misa en la cripta de San Pedro, debajo de la cúpula vaticana, sin que se conmovieran sus cimientos. Sin duda, hubo amigos y familiares sólidamente cristianos que rezaron para que el misacantano saliese airoso de sus futuros combates con los responsables de la curia romana. Ese día le rodearon sus padres y hermanos. Todos han hecho piña a su alrededor cuando ha recibido un premio académico o un monitum de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora Santo Oficio, vigilado por los cardenales, Ottaviani primero, y Ratzinger después.
Al volver de estudiar en Roma y pasar por su casa familiar de Sursee, pueblo suizo donde había nacido en 1928, camino de París para obtener su doctorado, se puso unos zapatos ecuménicos del almacén de su padre, comerciante de calzados, con cuya compraventa se ganaba el pan y las salchichas para su familia numerosa.
En los dos años de París redactó brillantemente su tesis sobre la justificación en Karl Barth, teólogo protestante suizo, con quien trabó gran amistad. La publicación de su trabajo causó sensación, tanto en los medios teológicos católicos como en los protestantes. Empezó a ser conocido en toda Europa, a repensar la teología de arriba abajo y a ser vigilado por monseñores germanos y romanos. Los guardias suizos del Vaticano –por respeto a su paisano– quedaron al margen.
Entonces recibió la llamada de la Universidad de Tubinga. Se hizo cargo a sus 32 años de la cátedra de teología fundamental en la Facultad de Teología Católica. Justamente en enero de 1959, un año antes, había convocado Juan XXIII el Vaticano II. Casualmente yo había aprobado en diciembre de 1959 mi tesis sobre las relaciones entre la pastoral alemana y la sociología religiosa francesa, bajo la dirección del pastoralista Arnold. Por Arnold supe que el claustro de la Facultad católica de Tubinga había aceptado en 1959 a Hans Küng como catedrático en lugar de Urs von Balthasar, exquisito teólogo de la estética, la dramática y la música celestial.
Por cierto, yo regresé de Tubinga a mi diócesis de Pamplona con mi doctorado en pastoral. Al parecer era el primero que obtenía este título en España. Un cura navarro guasón, amigo mío, me presentó a los sacerdotes diocesanos así: este es Casiano, primer pastoralista de España y quinto de Alemania.
Volvamos a Tubinga. Los profesores Küng y Ratzinger, de la misma edad, coincidieron amigablemente tres años en la Facultad de Teología de esa preciosa ciudad, de 1965 a 1968. La revuelta estudiantil del 68 ahuyentó a Ratzinger de la Tubinga liberal a la Babiera conservadora y afianzó a Küng en su cátedra, tapizada de libertad y de verdad. Uno llegó a ser el vigilante de la fe y otro el vigilado. Ratzinger se apuntó a las decisiones inquisitoriales y Küng a las preguntas inquisitivas.
En poco tiempo se hizo Hans con el dominio de las principales lenguas europeas. Lo pude comprobar anualmente en las reuniones de la revista internacional Concilium, durante la semana de Pentecostés, a lo largo de dieciocho años, a partir de 1973, en cuyo consejo editorial ingresé con Gustavo Gutiérrez. La revista Concilium había sido fundada en 1964 por los teólogos Rahner, Congar, Schillebeeckx y Küng. Las discusiones de Küng con los colegas germanos, franceses y angloamericanos sobre cualquier tema, en cualquier idioma, eran admirables. En 1975 fui a la reunión anual de Concilium, aquel año en Nimega, con la encomienda –por parte de unos curas de Vallecas– de traer una buena suma de marcos o dólares para pagar las homilías multadas de aquellos clérigos inquietos y ayudar a los curas que estaban en la cárcel concordataria de Zamora jugando al mus. Pasé la gorra y obtuve el equivalente de lo que entonces costaba un Seat 600. No sólo fue Küng el más generoso, sino que me dijo: “Si no basta, me lo dices”.
Al final del encuentro nos predicaban Rahner o Congar –uno sordo y otro en silla de ruedas–, pero maestros espirituales indiscutibles de la eucaristía final, celebrada en gregoriano y en latín. Menos mal que nunca se asomó por allí un grupo de progres del 68 para increparnos de reaccionarios. Definitivamente quedé admirado de aquellos grandes teólogos: eran piadosos y cantaban bien el gregoriano. Hans Küng sabía más latín que los demás, ya que lo había perfeccionado en Roma a base de silogismos.
Soy testigo del cambio que, por influencia de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, hicieron los teólogos de Concilium respecto de la teología de la liberación, reconocida con magnanimidad. Hubo quienes aprendieron castellano para leer directamente los textos básicos latinoamericanos, editados en España, que yo me encargué de que los recibieran.
Las críticas de Küng sin pelos en la lengua a la curia romana han sido siempre claras y contundentes. “La nueva teología conciliar y posconciliar –afirma– apenas ha entrado en la curia”, en la que “se mantienen los privilegios y prerrogativas romanos usuales desde la Edad Media”. No cede Hans a los chantajes, huye de los aduladores y no se considera un “lobo solitario” ni un teólogo con “afecto antirromano”.
Nombrado en 1962 por Juan XXIII “perito conciliar”, trabajó activamente en el Vaticano II. Vivió paso a paso las cuatro sesiones conciliares, examinó los esquemas y los juzgó con lucidez singular. Como sabía escribir muy bien en latín, redactó muchas propuestas para que los obispos amigos renovadores las llevasen al aula conciliar. “No pongas mi intervención en un latín demasiado culto –le dijo una vez el cardenal belga Suenens– porque los obispos del Concilio no lo entienden. Hazlo en un latín macarrónico”.
Küng reconoce que el Concilio aceptó una serie de propósitos reformadores centrales. “A pesar de todas las decepciones –afirma–, el Concilio ha merecido la pena”.
Describe en el primer tomo de sus memorias los rasgos de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI con vigor y sin acritud, con seriedad y una buena dosis de humor. Esperamos su juicio sobre Juan Pablo II en el segundo tomo. Retrata a los grandes teólogos que ha conocido, valora y pondera sus contribuciones, admira a los exégetas seriamente documentados y muestra sintonía con los métodos histórico-críticos, que conoce y utiliza. Perito oficial del Vaticano II, ha sido discutido por sus escritos. Propuesto en una consulta popular como candidato al obispado de Basilea, la Congregación de la Doctrina de la Fe le retiró en 1979 la misión canónica de enseñar en la Facultad de Teología de Tubinga. No podía ser considerado teólogo católico. Pienso que esto le ocurrió, no sólo por sus consideraciones teológicas, sino por sus desconsideraciones respecto del Papa y del Opus.
No obstante, siguió en esta prestigiosa universidad estatal como profesor interfacultativo de teología ecuménica por decisión del rectorado. Su lema es “decir una palabra clara, con franqueza cristiana, sin miedo a los tronos de los prelados”. Cuando le dicen “siempre fue así”, contesta: “¿Fue siempre así? ¿Y tiene que ser siempre así?” Le han acusado de que ha hecho todo “demasiado pronto”, como si esto fuera un desvarío. “Los teólogos –sentenció en una ocasión– no producen las crisis; simplemente las señalan”.
Al acabar la segunda sesión del Vaticano II en 1963, fue retirado de la circulación un libro suyo sobre el Concilio. Al terminar el Vaticano II provocaron muchas discusiones sus obras sobre la Iglesia y sus estructuras. En 1970 levantó una gran polvareda su reflexión sobre la infalibilidad. Son incisivos sus últimos libros sobre la Iglesia Católica y sobre la mujer. Permanentemente crítico frente al “sistema romano", ha mantenido con coraje su pertenencia activa a la Iglesia o –como él mismo señala–, a su “terruño espiritual”, que es el cristianismo.
Hans conoce los problemas culturales de nuestra época, la tradición cristiana, la situación espiritual de cada momento, el presente de las Iglesias y las grandes religiones hoy activas. Es maestro como expositor, tiene antenas para captar la modernidad y la posmodernidad, sintetiza investigaciones exegéticas e históricas y acuña brillantemente nuevas interpretaciones teológicas. Ha dado la vuelta al mundo por lo menos dos veces. Por eso escribe –como lo recalca él mismo– desde un “horizonte universal.
Uno de los grandes temas que ha tratado Hans Küng es la esencia del cristianismo. Su respuesta es contundente: “No hay cristianismo sin Cristo”. Por eso el cristianismo como religión no es meramente una idea (justicia o amor, por ejemplo), ni unos dogmas (cristológicos o trinitarios), ni una cosmovisión (frente a visiones ateas), sino la persona de Cristo Jesús. Jesucristo es la figura básica viviente de los cristianos, el centro del cristianismo. Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo, ni reunión de cristianos.
Creó la Fundación Ética Mundial, de la que es director desde 1995, dedicada al fomento del diálogo interreligioso sobre postulados éticos. Ha logrado en poco tiempo que su Proyecto de ética mundial se extienda por todo el mundo, traducido a quince idiomas.
Vino a Madrid en la primavera de 1957 a estudiar español, vivió en la Mutual del Clero y asistió a una corrida de toros y decidió no volver más. Como a mí me gustan los toros y estamos en España, me atrevo a decirle a Hans que sabe torear divinamente astados escolásticos, brinda desde el centro del ruedo a un gentío universal sentado democráticamente en la plaza, pone banderillas a miuras que saben latín, da naturales con la izquierda a victorinos curialistas y ejecuta la suerte de matar a la primera, después de haber recibido algunas volteretas y cornadas clericales. Al final, ovación, dos orejas, vuelta al ruedo y salida a hombros por la puerta grande conciliar. Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










El poema de cada día. Hoy, Pequeñita, de Sara Búho (1991)

 





PEQUEÑITA


Si alguna vez me miras a los ojos

y no me ves

ni tan siquiera al fondo,

no te asustes.

Si alguna vez me das la mano

y el tacto se hace incómodo,

frío y caliente a la vez,

como ausente,

por favor

no te asustes.

Si alguna vez notas

que las lágrimas se me están

quedando encerradas dentro

y en mi sonrisa sabes que estoy

llorando mares invisibles,

no te asustes,

por favor.

Si me ves, alguna vez,

más pequeñita de lo que suelo,

más cerca del suelo,

sólo… no te vayas.

Quédate como permanece el árbol esperando

sus flores caducas.

Quédate porque voy a volver

como las mariposas que siguen su ruta.

Quédate porque no me he ido

a ninguna parte.

Es sólo que es difícil existir

tanto tiempo en mi cuerpo,

en mi manera de sentir;

la vida desaparece a

veces,

pero tu presencia tira

de mis océanos hacia fuera.

Sé volver,

y encontrarte no es el lugar ni el destino,

es tener la brújula que da la calma

a quien está perdido,

cuando todo y nada

parece lo mismo.

Sara Búho (1991). Poetisa española








Las viñetas de hoy

 























lunes, 15 de julio de 2024

Del no hacer como opción válida

 






Hola. Buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. En nuestro mundo prima la inmediatez, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Antonio Muñoz Molina, pero en bastantes ocasiones sería mejor hacer muy poco o nada y dejar que las cosas se arreglaran por sí solas. En la segunda de ellas, un archivo del blog de julio de 2011, rememoraba mi primer día de colegio aprovechando un relato similar de la escritora Soledad Puertolas. La tercera de hoy es un poema del poeta neerlandés Herman Dirk van Dodeweed, (1929-2018), conocido como Armando, que lleva por título Una sombra. Y para terminar, las viñetas de todos los días. Espero que les resulten interesantes.  Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico, al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Hacer no haciendo
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
13 JUL 2024 - El País - harendt.blogspot.com

En nuestra mentalidad occidental y moderna decidimos que para arreglar un problema o mejorar una situación hay que hacer algo de inmediato. No se nos ocurre que en bastantes ocasiones sería mejor hacer muy poco, o incluso no hacer nada. Para nosotros ese “no hacer” encubre una pasividad culpable, tal vez una simple impotencia, teñida de resignación. Pero la simple observación de la vida enseña que en situaciones cruciales lo mejor no es hacer algo, sino abstenerse de hacerlo, y que la urgencia por actuar sin el grado necesario de conocimiento o reflexión puede conducir al desastre, agravando el infortunio que se intentaba remediar. Hay ciertas cosas que está bien hacer para mantener la salud, pero algunas de las medidas más importantes consisten en no hacer algo: no fumar, no comer ni beber en exceso. El no hacer no es pasividad, sino acción indirecta, incluso sigilosa. Los cinco preceptos del budismo no exigen hacer ciertas buenas acciones, sino no hacer otras: no tomar lo que no ha sido dado, no hablar de manera falsa o injuriosa, no perder el control de uno mismo mediante alguna forma de intoxicación, no entregarse a una sexualidad dañina para uno mismo o para otros, no destruir la vida. El resumen es más simple todavía: no hacer daño.
No hacer daño se nos aparece como una ambición muy limitada, dada la urgencia de todas las cosas que sí hay que hacer, pero su cumplimiento en la práctica tendría consecuencias revolucionarias, igual que la tiene en la vida de cualquiera. En nuestra juventud creíamos que para ser auténticos había que decirlo todo, y que la sinceridad completa era saludable aunque causara heridas. Con el tiempo nos hemos ido dando cuenta de que no decir ciertas cosas puede ser cortesía y prudencia, no hipocresía, y que cuando las diatribas se encienden, en privado o en público, las palabras cobran una inercia violenta que no controla nadie. En tales casos, es preferible acogerse a lo que llamaba Buda “el noble silencio”.
Yo estoy contento de unas cuantas cosas que he dicho en voz alta o por escrito, y me alegro de otras que elegí no decir, o que he borrado después de escribirlas. En el taoísmo existe el concepto del “no hacer”, que se complementa con el de “hacer no haciendo”. De él puede que aprendiera Gandhi la idea de la “no violencia”, que es la prueba más radical del grado de heroísmo que exige el no hacer. Rosa Parks eligió no levantarse de su asiento en aquel autobús de Montgomery, Alabama. Los manifestantes contra la segregación elegían no responder a los golpes de la policía ni a los insultos de los racistas, y no resistir a la detención. Los activistas israelíes, escasos y admirables, y sus iguales palestinos que se unen para protestar con la misma vehemencia contra los crímenes de Hamás y contra las matanzas innumerables del ejército israelí, han elegido no secundar la atmósfera inhumana de odio y venganza que ha invadido esa tierra.
Hay que saber qué hacer, y qué no hacer. He leído con gran curiosidad una información de este periódico sobre las tareas emprendidas para recuperar un paisaje arrasado hace doce años por uno de los incendios más devastadores de esta edad nueva del fuego en la que ahora vivimos, en los montes valencianos de Cortes de Pallás, donde ardieron treinta mil hectáreas de bosque. La respuesta a una calamidad así nos parece evidente, y ha sido la habitual durante mucho tiempo: limpiar el terreno quemado y reforestarlo cuanto antes, con tantos árboles como sea posible. En estos montes de Valencia, cuenta Pau Alemany, se ha elegido la opción cautelosa de hacer mucho menos, y de hacer no haciendo, porque la experiencia dice que hacer demasiado puede contentar a los planificadores y a los políticos, pero agrava los mismos problemas que se intentaban resolver. Una plantación masiva impone la primacía de una sola especie y favorece a medio plazo que se produzcan más incendios, porque no basta solo con plantar árboles: hay que cuidar el bosque, desbrozarlo, retirar la materia vegetal seca que hace de yesca en el origen de un incendio. La ideología del hacer incondicional exige cadenas lineales de causas y efectos; pero puede haber efectos inesperados y desastrosos, y en el mundo natural, como en las vidas humanas, hay conexiones radiales en las que puede intervenir beneficiosamente el azar. En Cortes de Pallás, con el asesoramiento del WWF, no se intenta replantar un bosque que volverá a arder, sino restaurar un ecosistema completo, con una variedad de especies vegetales y animales que lo hagan más resiliente, y en el que han de participar no solo ingenieros y brigadas forestales, sino habitantes del territorio con sus trabajos diversos, incluidos pastores con sus rebaños de cabras: las cabras mantienen a raya la proliferación de la maleza, y además abonan el terreno con su estiércol, y a través de él propagan semillas, haciendo así su papel en la repoblación.
Hay que dar tiempo al tiempo. La gente del campo conocía por experiencia los beneficios del hacer no haciendo. Cada dos o tres años una parte de la tierra debía no cultivarse y dejarse en barbecho, para que así pudiera recuperar los nutrientes. En el barbecho de una finca de cereal que pertenecía a otro dueño, mi padre, con su consentimiento, me hacía llevar a nuestros animales de carga, trabándoles las patas delanteras para que no escaparan. La yegua y la burra parecían igual de bien avenidos que Rocinante y el rucio de Sancho. La ganancia era mutua, y se lograba sin esfuerzo. Nuestros animales pacían los tallos de las espigas segadas y la hierba que había ido creciendo desde el verano anterior, y a la vez estercolaban la tierra, y contribuían a su recuperación. Sin duda los abonos químicos y los pesticidas aumentarían durante un tiempo la fertilidad de la tierra y su rendimiento económico. Pero en un plazo no muy largo la tierra se agota, y desaparecen las especies silvestres de plantas e insectos que la enriquecían sin que se fijara nadie. En la pandemia aprendimos que la mejor política de protección de la naturaleza era dejarle el respiro del no hacer humano. En el silencio de las calles sin tráfico no había copa de árbol que no se agitara con los trinos agudos de los pájaros, y en las grietas de las aceras y hasta del asfalto surgían briznas vigorosas de plantas.
En los oficios de las artes y de la imaginación el no hacer tiene un valor que no se reconoce. A veces hay que escribir, y hay veces en las que es mejor no escribir. También es bueno el barbecho en la literatura. Lo que la disciplina y la premeditación no consiguen, a pesar del más arduo empeño, nos lo provee gratuitamente el azar. El artista primerizo cree en la sobreabundancia: cuantas más palabras, más adjetivos, más notas, más pinceladas, más gesticulaciones, más rico y original será el resultado; cuanto más completo sea el plan de una novela —aquí viene la horrenda palabra estructura— más sólida será la forma final.
Cuesta aprender a no hacer ni decir demasiado, incluso a no saber demasiado del proyecto que se tiene entre manos. Un libro ya escrito no suele mejorarse añadiendo, sino quitando. El dominio de una técnica, como el de un idioma, solo es verdadero cuando se ha vuelto inconsciente. Entonces sucede lo que parece el puro abandono de la invención, el fluir sin error y sin apariencia de esfuerzo que reconozco en ese dibujante que trabaja en su cuaderno a mi lado, la inmediatez entre la idea y el acto de un calígrafo japonés o un maestro del jazz. Lo lineal se disuelve en una constelación de conexiones inesperadas. Hacer es no hacer: parece que la música corre como el agua de una fuente, que la novela o el poema se están escribiendo solos. Antonio Muñoz Molina es escritor y académico de la RAE.













[ARCHIVO DEL BLOG] Mi primer día de colegio. [Publicada el 30/07/2011]











No recuerdo como fue mi primer día de colegio. Ni siquiera la fecha: supongo que entre 1951 y 1952. Sí, en cambio, y muy bien, el lugar: un viejo caserón, inmenso para mi tamaño de niño, en el número 32 de la calle Batalla del Salado, en Madrid, donde estaba ubicado el Primer Tercio Móvil de la Guardia Civil, en el que mi padre estaba destinado al mando de una de sus compañías. 
El pabellón donde vivían mis padres estaba en la tercera planta, y daba a una inmensa galería descubierta sobre un gran patio de armas de planta cuadrangular. El parvulario, pues no era otra cosa "mi primer colegio", estaba en la primera planta del edificio en cuestión, y en él aprendían sus primeras letras los hijos de los guardias civiles allí destinados..  
No recuerdo el nombre ni el aspecto de mi maestra, aunque sí que era una muchacha joven y cariñosa con nosotros. También recuerdo el penetrante olor de la tiza, que no he podido olvidar y que se reproduce en mi cerebro cada vez que entro en un aula escolar, aún hoy...
Recuerdo también muy bien el gravísimo problema que durante mucho tiempo tuve con el nombre de la penúltima letra del abecedario y como bajaba desde mi casa hasta el parvulario repitiendo en voz alta una y otra vez "i griega, i griega, i griega...",
La escritora Soledad Puértolas, académica de la Lengua, recordaba hace unos días en El País como había sido para ella y como recordaba, esa "primera vez": Quizá para que yo no estuviera en casa mucho tiempo sola, ya que mi hermana, que me llevaba dos años, iba ya al colegio, mi madre decidió enviarme al jardín de infancia cuando yo apenas tenía cuatro años, comienza diciendo. Hoy día es más normal, pero en aquella época resultaba un poco prematuro y tengo la impresión de haber escuchado a mi alrededor, a lo largo del curso, algunos comentarios sobre el asunto.
El jardín de infancia se encontraba en el sótano del enorme edificio del colegio, pero no era un sótano lúgubre, sino luminoso. Cuando caía la tarde, se encendían las luces y el aula cobraba una vida distinta, casi agresiva. La luz eléctrica era mucho más invasora que la del sol. Y siempre era igual. La tarde se detenía. En lugar de avanzar, la hora de la salida parecía más y más lejana.
Me impresionó tanto ese día al que había llegado un poco engañada porque nadie me había explicado qué se hacía en el colegio ni cuánto tiempo debía permanecer en él, que cuando, ya en casa, oí decir que había que prepararlo todo para el día siguiente, me quedé paralizada. ¿Tenía que volver mañana?, pregunté, incrédula. Todos los días, me dijeron. Todos los días. ¡Qué tres palabras más terribles bajo su aparente inocencia! Resultaba incomprensible y abrumador. Me parece que fue en ese mismo momento cuando la conciencia del tiempo se instaló dentro de mí de una forma terrible y angustiosa, como si esas palabras -todos los días- hubieran sido una maldición. Y, a partir de ese momento, también, arraigó en mi interior una obsesión: huir de ese tiempo monótono y obstinado que se empeñaba a repetirse día a día, exacto, imperturbable, eliminando toda posibilidad de avanzar, de cambiar.
Ese es el recuerdo que todavía hoy puedo reproducir: echada en la cama, con los ojos abiertos, me estoy diciendo a mí misma que mañana volveré a pasar el día en el colegio, codo con codo con niñas de mi edad, y rodeada de monjas.
Mañana y al día siguiente y al otro. ¿No volvería a tener tiempo para mí?, ¿tendría que estar siempre ahí, observada, empujada, incluida en un grupo? No sé ahora para qué quería yo ese tiempo que me parecía me estaban hurtando. Quizá buena parte de la culpa la tenía la potente luz eléctrica que, después de comer, invadía el sótano. Puede que me asustara demasiado y creyese de verdad que la tarde nunca se iba a terminar.
Pero esa sensación se guardó tan celosamente en mi interior que aún concibo el futuro, ante todo, como una liberación. Las dificultades, penas e inconvenientes que, como es lógico, aguardan dentro de ese tiempo desconocido, aún empalidecen cuando considero su latido. En este mismo momento, el tiempo transcurre. Se oye llover, si llueve, y cada gota cae del cielo adonde vaya a caer, la tierra, un tejado, un paraguas. O hace calor, y son las gotas de sudor las que se deslizan por la piel. Ese caer, ese deslizar, ese avanzar, aún me parece extraordinario. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Una sombra, de Herman Dirk van Dodeweed (1929-2018)

 





UNA SOMBRA.

Primero el reloj rompió las agujas,
echa las puertas al viento,
cerrojo a las filas,
en casa nunca más habitará.
Entraron en las cuevas,
cargados de sonidos,
el reloj marcaba el compás.
Suelta las amarras y deja
que el  barco sorprenda a la costa,
el reloj aproxima su sombra.

Herman Dirk van Dodeweed, (1929-2018)
Poeta neerlandés













Las viñetas de hoy