jueves, 16 de noviembre de 2023

De las ganas de mandarlo todo al diablo

 






​Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Javier Cercas, va de las ganas de mandarlo todo al diablo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Mandarlo todo al diablo
JAVIER CERCAS
11 NOV 2023 - El País Semanal - harendt.blogspot.com

Un viejo amigo y profesor de literatura catalana me dice que está de acuerdo conmigo en que, según escribí en esta columna, si España no acepta sin reservas el catalán, el gran beneficiado es el secesionismo. “Yo mismo”, añade, “llegué a decir en una comida que, si se aprobaba la propuesta de Vox de declarar Alicante zona castellanoparlante, cambiaba de bando”. Su caso me recuerda el de otro amigo, también contrario a la secesión, que acabó votando en el referéndum del 1 de octubre de 2017 por solidaridad con los votantes aporreados por la policía, aunque no tenía la menor intención de hacerlo porque estaba en contra de aquella consulta.
Estas reacciones no son insólitas, ni se dan sólo con el llamado problema catalán (simpáticamente conocido por algunos como “matraca catalana”); por lo demás, son lógicas: a menudo olvidamos que quienes tienen razón no siempre tienen toda la razón, que no todos los que tienen la razón política tienen la razón moral y que quienes tienen la razón política son, a veces, unos canallas: los canallas de las buenas causas. Y uno puede ceder a la tentación visceral de responder a los canallas y sus canalladas dando la razón a quienes no la tienen. Ejemplos. El 28 de abril de 1945, Benito Mussolini y su amante, Clara Petacci, fueron ejecutados sin fórmula de juicio por partisanos, y sus cadáveres colgados de una viga en la plaza de Loreto, Milán; fue un acto de barbarie, pero hubiera sido una mala idea unirse al fascismo para solidarizarse con el atropello padecido por el Duce. Poco después, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima, y a los tres días lo hizo sobre Nagasaki: en total, 214.000 muertos; aunque se trató de un crimen atroz, convendremos en que, durante aquella guerra, los japoneses no tenían la razón política (y también en que, al menos en aquellos dos días apocalípticos, quienes los masacraron perdieron la razón moral). Al final de esa misma guerra, los aliados sometieron las ciudades del Tercer Reich a furiosos bombardeos indiscriminados; sólo en Dresde, del 13 al 15 de diciembre de 1945, 25.000 personas perecieron bajo las bombas: ¿hubiera sido sensato abrazar el nazismo en protesta por semejante carnicería? Entre 1936 y 1939, casi 7.000 curas y monjas fueron asesinados a sangre fría en España; quienes cometieron esos crímenes fueron unos bellacos, pero yo sigo sin tener ninguna duda de que, en la Guerra Civil, la República llevaba la razón (y también de que la famosa Tercera España es un timo aún más siniestro que el de los famosos equidistantes vascos en los años de ETA). Dicho esto, entiendo el arrebato de mis amigos catalanes. Disculpen el desahogo autobiográfico: llevo 57 de mis 61 años viviendo en Cataluña, soy catalán, he estudiado lengua, literatura e historia catalanas, crecí entre escritores catalanes, traduje del catalán, vivo en catalán en un pueblo de la Cataluña profunda, abogo por el federalismo y he defendido una solución a la canadiense para Cataluña; sentado lo anterior, comprenderán ustedes que, cada vez que un señorito madrileño autodenominado de izquierdas tiene a bien darme clases de diversidad y me llama con desprecio españolista, me entren unas ganas irresistibles de pedirle a Gabriel Rufián el ingreso en ERC con carácter de urgencia; si no lo hago es sólo por dos motivos: primero, porque una Cataluña separada de España no me libraría de la burricie de los señoritos (en Cataluña los tenemos a patadas), y segundo, porque, por mucho que me recuerde al Pijoaparte de Marsé y por bien que me caiga, Rufián no tiene razón.
Nuestra pereza mental anhela la simplicidad, pero la realidad no es simple; no todos los que tienen la razón política tienen la razón moral: a veces, los buenos hacen cosas malas (y los malos, buenas). La verdad es la verdad, dígala Machado o su porquero: si Vox dice que la Tierra es redonda, me niego a decir que es plana, aunque los señoritos me acusen de alinearme con Vox. Es un error obrar con las tripas y no con la cabeza, pero —última confesión— cada vez que oigo lo de la “matraca catalana” me dan ganas de mandarlo todo al diablo. Créanme.


































[ARCHIVO DEL BLOG] El acto de mirar. [Publicada el 15/06/2019]










¿Qué hacen las figuras de Giacometti metidas en El Prado?, se pregunta el escritor José Andrés Rojo en El País. Están ahí, comienza diciendo, entre las obras de los maestros antiguos, con su extrema delgadez, casi todas impertérritas. Hay una de ellas que está atrapada en el gesto de dar un paso, ese Hombre que camina II, como si quisiera irse o acometer alguna tarea con una inaudita decisión y arrojo, pero por lo general da la impresión de que las hubieran llevado allí para estarse quietas, observándolo todo. ¿Y qué miran entonces y por qué lo miran ahora y cómo les afecta? ¿Y qué terminan contando por el hecho de estar ahí? Mujer grande I, Mujer grande III, Mujer grande IV, Mujer de pie, todas ellas tan hieráticas, con los brazos pegados al cuerpo y extrañamente distantes: como si vinieran de un mundo terrible en el que lo hubieran visto todo y que, quizá por eso, siguieran mirando y mirando y mirando. Gran cabeza, Eli Lotar III, Lotar II: a veces Giacometti solo ha esculpido una parte del cuerpo, pero toda la intensidad sigue estando colocada en el acto de contemplar. También ocurre con El carro, donde a la figura colocada sobre un sencillo taburete depositado sobre el eje que une dos ruedas solo pareciera interesarle lo que otea ahí lejos, en el horizonte.
En un breve ensayo escrito en 1966 y recogido en Mirar, John Berger se ocupa de Alberto Giacometti, que había muerto el 11 de enero de ese año —nació en 1901—, y empieza refiriéndose a la fotografía de Cartier-Bresson que Paris Match publicó una semana después de su fallecimiento y en la que aparece cruzando una calle mientras llueve, tapándose de cualquier manera con una gabardina. Una imagen que mostraba a “un hombre extrañamente despreocupado por su bienestar”, escribe Berger. “Un hombre que llevaba unos pantalones arrugados y unos zapatos viejos. Un hombre cuyas preocupaciones no tenían en cuenta el cambio de estaciones”.
Ese hombre fue el que concibió esas figuras alargadas. Y el que las hizo tan tremendamente frágiles y, al mismo tiempo, tan fuertes en su imponente dignidad. Han pasado por todo, o fue quizá la historia la que les pasó por encima con su reguero de destrucción y dolor, pero ahí siguen, observándolo cuanto ocurre. Berger explica que, para Giacometti, “el acto de mirar” era “una forma de oración” y que “se fue convirtiendo en un modo de aproximarse a un absoluto que nunca conseguía alcanzar”. Escribe Berger: “Era el acto de mirar lo que le hacía darse cuenta de que se encontraba constantemente suspendido entre la existencia y la verdad”.
“Pensemos en una de sus esculturas”, propone Berger. “Sólo hay una manera de llegar a ella: quedarse quieto y mirarla”. Pero luego apunta que es la propia escultura la que también “nos mira”, y “que nos seguirá atravesando, por mucho que nos alejemos”.
Ahí están en el Prado, pues, las figuras de Giacometti. Una de sus grandes mujeres se concentra en el fondo del pasillo y su mirada se da de bruces con el grupo escultórico de Carlos V y la furia, de Leone Leoni: una potente alegoría que habla del poder de aquel emperador para dominar el caos, el desorden, la cólera. La mujer grande que está a sus espaldas contempla el otro fondo del pasillo de la primera planta y lo que se encuentra es La familia de Carlos IV, en la que Goya retrata los personajes desvaídos de una monarquía cansada. De un lado a otro, las figuras de Giacometti contemplan lo que tienen delante y le dan un nuevo sentido a cada obra. El acto suyo de mirar lo atraviesa todo con su presencia y entonces el poder de cada monarca, grande o pequeño, queda reducido a la nada. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













miércoles, 15 de noviembre de 2023

De los abusones sin argumentos

 





Un Abascal desnudo sin la gresca de la calle
BERNA GONZÁLEZ HARBOUR
15 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

No es lo mismo hablar ante el Congreso y recibir los aplausos de 52 diputados que de 33. No es lo mismo jalear a tus seguidores mientras algunos de ellos queman contenedores que intercambiar argumentos. No es lo mismo la calle que la tribuna. Santiago Abascal lo ha podido comprobar este miércoles. El eco de Vox este miércoles ante la Cámara baja es menor que en la legislatura anterior, y sobre todo, mucho menor que el que genera en las calles, en las protestas y disturbios más gamberros que acosan estos días las sedes del PSOE por todo el mapa nacional. El poder escueto de sus votos —se vio en el Congreso― es una paralela que transcurre muy alejada de la estridencia en las redes y en las calles, donde ni la compañía del periodista Tucker Carlson, despedido de Fox News por sus bulos, le puede legitimar. Abascal intentó trasladar el aire de turba y gresca a la sede de la soberanía popular, pero no le funcionó.
El líder de Vox arrojó sobre los escaños un bolo digestivo que mezclaba las habituales acusaciones contra el Gobierno (tiranía, golpe de Estado, criminalidad) con su mirada excluyente de la sociedad española. España es lo que Vox defiende y no la que podamos sentir los demás, nos quiso transmitir. Y la justicia, la que está a su favor. Hasta el atentado contra Vidal-Quadras, que el propio atacado ha atribuido a Irán, fue a parar al mismo bolo digestivo mientras Abascal describía la violencia que —supuestamente— ha favorecido este Gobierno. Elevó tanto el tono al acusar a Sánchez de subvertir el orden constitucional que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, le interrumpió para que lo retirara. “Ni los diputados tienen libertad de expresión”, reaccionó él, ofendido. Y, sin ningún problema, tiros o tanques que se lo impidieran, prosiguió. El discurso fue pobre incluso en su supuesto fuerte, que es el patriotismo. Y después de terminar, se fue.
A Vox le ha venido la amnistía a ver. La necesidad de Pedro Sánchez de contar con los votos de Junts no solo ha resucitado a Puigdemont y le ha devuelto un podio que había perdido, sino también al partido de Abascal. Aunque sigue siendo el tercer grupo en el Congreso, al pasar de 52 escaños en la anterior legislatura a los 33 de la actual, por el camino ha perdido la capacidad de presentar mociones de censura (¡menos mal!) y recursos al Constitucional. Los escándalos financieros y las salidas de figuras emblemáticas tampoco ayudaban.
El Vox renacido en los disturbios y que este miércoles hemos visto en el Congreso debe mucho a los independentistas (desde 2017) y a la amnistía (desde julio). Pero, sobre todo, debe mucho al PP. Su alianza contamina a Feijóo, aunque le haya facilitado enormes cotas de poder. Hasta el punto de que le amenazó con romper los acuerdos si no frena la amnistía en el Senado. Y es a él, en última instancia, a quien apela el discurso ultraderechista ante el Congreso. De la mano de Vox, Feijóo ya sabe adónde va y sobre todo, adónde no podrá ir.
“Ahora puede usted lanzar sus embustes. Nosotros nos iremos junto al pueblo español”, terminó Abascal, sin esperar la réplica del presidente Sánchez. Eso es unilateralismo y no otra cosa. Luego, que no diga de Puigdemont.  Berna González Harbour es escritora.










De las almas del PP

 





Todas las almas del PP
GNACIO PEYRÓ 
15 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En la mochila de experiencias de vida que Feijóo acumulaba de la política, le faltaba la de acudir a investiduras en las que él no era el investido. El sanchismo le ha procurado, en dos meses, un máster en la materia. Corbata azul y traje azul, el líder de la oposición había escuchado a Sánchez con esa mirada que parece no mirar a ningún lado. Un rato antes del discurso del gallego, Gamarra había prometido esperanza. Entre la solemnidad histórica churchilliana o el tronar de un discurso de trinchera, Feijóo optó… por ser Feijóo. El prime time de esta investidura había sido unas horas antes; por eso el gallego, maestro de los equilibrios, no quería sumar ni restar votos, sino dar contento a todas las almas de su partido: harán oposición en la calle, dilatarán los procesos, darán la lucha internacional y su aliento a la judicatura, no se conformarán… pero se conformarán.
Quienes esperaban firmeza se encontraron con el líder más duro, recordando contradicciones en las viejas declaraciones del presidente —solo le faltó decir “fin de la cita”— y a una bancada popular completamente sincronizada con el hilo del discurso. El gallego no dejó de leer con un gozo morboso los nombres de los socialistas de la vieja escuela que han mostrado su rechazo a la ley de amnistía. Sánchez le escuchaba con gesto de estatuaria clásica, mientras a Calviño, a su lado, solo le faltó bostezar.
También habló de empleo, sanidad y economía, aunque al líder de la oposición no se le ve muy cómodo en el manejo de las cifras. Feijóo tiró de una ironía que quería ser inglesa, pero que fue más bien esa retranca de gallego que ha sido patrimonio de la derecha. Desde esa actitud ofreció un gesto de rara empatía hacia Podemos: quedarían, al igual que los populares, fuera del calor de un Consejo de Ministros. Guardaba los mejores chistes para responder al propio discurso del socialista.
No faltó la referencia al PNV: si en su fallida investidura Feijóo dedicó las palabras más duras —más duras por inesperadas— a los nacionalistas vascos; en esta ocasión pareció tenderles la mano, justo antes de profetizar que se quedará con sus votos.
Por momentos, también sonó al discurso siguiente, al de después de todas las arengas; en la incertidumbre del presente meandro histórico, el líder de la oposición ha buscado afianzarse en ese espacio político donde elevar la voz no significa romper la baraja: he ahí otra de las almas del PP. Ha marcado una actitud. Y es en esas aguas turbias donde la experiencia del gallego adquiere densidad. Feijóo ha dicho, primero a su propia bancada, que sabrá esperar, que él también sabe hacer oposición. Ignacio Peyró es escritor.
 








De mirarse en el espejo

 





Junts y PP ante el espejo de la amnistía
JORDI AMAT
15 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Levantó la vista de los papeles, se salió del guion y Pedro Sánchez miró hacia la bancada conservadora. “Todo el mundo pendiente de este bloque, pero no paran de hablar”. El discurso del candidato a la presidencia del Gobierno había llegado a la cuestión que ha servido y servirá para polarizar nacionalmente a parte de la sociedad española: la amnistía. Los diputados que votarán en su contra intensificaban el runrún, pero desde su casa el espectador pudo descubrir un par de silencios significativos.
Esteban González Pons, candidato al meme del día por su cara histriónica de pocos minutos antes, se descubría serio y atento en el plano que eligió el realizador. El eurodiputado popular, que en octubre de 2017 fue clave en el Parlamento Europeo y que este verano abrió un canal de comunicación con Junts, escuchaba concentrado. No era un rostro tan distinto al severo de Míriam Nogueras, la portavoz de Puigdemont en el Congreso, sin poder manifestar la teórica satisfacción de su partido mientras el candidato socialista defendía la controvertida medida que Junts querría capitalizar. Pero no puede, en último término, porque, más allá de la propaganda de consumo interno, la amnistía solo es viable en el marco de la Constitución. Dos silencios incapaces de escenificar indignación. Nogueras y González Pons. Porque el perdón señala a los partidos protagonistas de la crisis nacional y, seis años después, los sitúa frente al espejo de un fracaso que ni unos ni los otros han demostrado estar dispuestos a asumir.
Desde el arranque de su intervención, Pedro Sánchez estableció el marco discursivo donde inscribía su programa de gobierno: la Constitución. Nada distinto a lo dicho por todos los candidatos a la presidencia en el pasado democrático, por supuesto, pero probablemente ninguno repitió tantas veces la palabra en un discurso de investidura. “Solo hay democracia dentro de la Constitución”, dijo desde el arranque. Esta elección retórica es clave para la legitimación de la medida de excepción que pronto empezará a discutirse en las Cortes. No será tan fácil convencer a la ciudadanía de que la amnistía responde al reconciliador espíritu constitucional y que su aprobación cierra el círculo de la denominada “agenda del reencuentro”. Pero es probable que la deliberación parlamentaria, más allá del ruido y la tensión, acabe evidenciando que el perdón articulado desde el Legislativo —perdón, otra palabra repetida— es una demostración de fortaleza del Estado que así sutura la herida nacionalista y, al mismo tiempo, rehabilita al independentismo derrotado al encuadrarlo en el marco de la legalidad española.
“¿Cómo garantizamos esa unidad?”, se preguntó retóricamente el candidato. Ciertamente, ante el desafío independentista, se han ensayado dos caminos. Uno provocó una crisis que aún condiciona las emociones políticas del país. Otro, que se está transitando, ha neutralizado la pulsión soberanista y es condición necesaria para implementar las políticas que son la mejor alternativa al lado oscuro. Entre esas políticas, por cierto, Sánchez habló de la reforma del modelo de financiación. Ya tocaría. Mirarse en ese espejo será la otra clave de la legislatura. Jordi Amat es filólogo

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De Lakoff y el elefante en el baile

 







Bailando con un elefante
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
15 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Toda política es moral, dice el clásico experto en comunicación política George Lakoff. Y a juzgar por la intervención inicial de Sánchez debe ser este, y no Maquiavelo, su autor de cabecera estos días. El candidato a la investidura se esforzó durante una hora y media en articular un discurso que describía un mundo donde se libra una batalla de visiones morales contrapuestas. La democracia está siendo amenazada a nivel planetario y frente a las fuerzas reaccionarias es imperativo levantar un muro de contención. Ese muro deberá armarse con políticas progresistas que atiendan al reclamo de seguridad ciudadana ante los retos globales. Esa es la épica que trajo el presidente este miércoles al Congreso, la columna vertebral que preparó todo el marco para el bloque de la “agenda del reencuentro”, uno más dentro de otros tantos, donde iba configurando a su vez un trasfondo de reivindicación europeísta y socialdemócrata.
Sin nombrarlo, el elefante en la habitación estaba ahí: la amnistía fue una medida más incorporada dentro de la llamada “agenda del reencuentro” consistente básicamente en el diálogo, la reconciliación, la concordia y… el perdón. Quienes esperaban un discurso solemne articulado para explicar las razones de Estado de la amnistía se quedarán con las ganas, porque probablemente esta saldrá a lo largo de la investidura en un debate que se espera bronco. En el hemiciclo se respiraba esa furia contenida en la bancada de las derechas. A veces Sánchez, desde su acostumbrada levedad, paraba y sonreía. Y así, con una tranquilidad pasmosa, continuaba dibujando su marco discursivo: esta es una elección para España y Europa: reacción o progreso. Sacaba así su as de la manga: situar la mismísima amnistía dentro de ese marco. Frente a la crisis constitucional que generó la derecha en 2017, “la mayor crisis de nuestra democracia”, el Gobierno de coalición propone diálogo y perdón. “¿Qué Cataluña prefieren los ciudadanos, la de 2017 o la de 2023?”, añadió. Era el broche de oro de un discurso pensado para colocar el elefante dentro del contexto social español con ese fondo internacional de avance ultra.
El discurso de Sánchez ha resultado eficaz. Incluso nuestra vida democrática puede agradecer en estos momentos cierta ingravidez. Pero ahondar en la política moral a la larga puede polarizar más. La moralización pasa a través de esta idea de misión con un conjunto de políticas sociales —más la amnistía— erigidas sobre firmes creencias. Pero si todo se reduce a una guerra entre el bien y el mal, no queda otra que tomar partido. Y con ello le damos la razón, de nuevo a Lakoff: el centro no existe. Tal vez el propósito de Sánchez sea cerrar un bloque de investidura que homogeneiza al identificarlo con los mismos intereses: ese nebuloso objetivo de luchar contra las fuerzas reaccionarias para derrotarlas. Pero además de poder contribuir a la polarización, argumentar en términos de visiones del mundo contrapuestas, que van “más allá de las ideologías” puede suponer que a la postre los problemas políticos se presenten sin más opciones, anulando moralmente a los adversarios. Cuidado, porque en lugar de instalar de manera natural la convivencia, lo que nos podemos acabar encontrando sea un puro maniqueísmo entre burbujas morales contrapuestas.
A Sánchez le ha faltado un punto más de sinceridad, de convicción: todo esto no va solo de frenar a los reaccionarios, por mucho que ese sea el discurso que quiere escuchar Europa. Hay amnistía porque el PSOE necesita un puñado de votos. Hay amnistía porque es el precio de poner sobre la mesa una batería de medidas progresistas. Igual el futuro presidente del Gobierno debería sacarse de la chistera esa ráfaga de franqueza en lugar de bailar con Lakoff desde la tribuna del Congreso. Máriam Martínez Bascuñán es politóloga.













Del clientelismo y la corrupción

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va del clientelismo y la corrupción. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









La corrupción tranquila
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
11 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Hay tantas cosas urgentes que a nadie le queda tiempo para ocuparse de las cosas importantes. Con el espanto de la guerra en Gaza, de la guerra en Ucrania, con el esperpento de ese fugitivo catalán de la justicia y los edecanes de su corte irrisoria en Bruselas recreándose en mantener en vilo a un país entero, ¿quién tiene tiempo, por ejemplo, para prestar seriamente atención al cambio climático, a las noticias diarias sobre los récords escalofriantes de temperaturas, o a las otras noticias no ya sobre la inacción a la vez criminal y suicida de empresas y gobiernos, sino sobre el incremento de las inversiones en combustibles fósiles en los mismos países teóricamente comprometidos a ponerles un límite? El ruido y la gresca lo borran todo. Los gritos roncos de esos bárbaros que ocupan la calle de Ferraz en Madrid con sus brazos levantados y sus banderas incendiarias remueven esa parte profunda de la memoria en la que sigue latente el miedo a lo peor del pasado: al Cara al sol, al uso bestial de la palabra “maricón”, la palabra “moro”, la palabra “hijoputa”, toda esa negra aspereza española que muchos de nosotros tuvimos la mala fortuna de experimentar en persona; una agresividad de barra de bar y copa de coñac, de arenga cuartelera, de exabrupto en tendido taurino o graderío de fútbol.
Personas de orden lamentan con una media sonrisa los excesos, siempre deplorables, y a continuación atribuyen a Pedro Sánchez la responsabilidad de que sucedan. Este último octubre ha sido el más caluroso en el mundo desde que existen registros, pero esa información se pierde bajo un nuevo alud de palabrería, de especulación y chisme político. Proyectos cruciales de plantas de energía eólica pueden quedar frustrados en España por culpa de la lentitud y la confusión de los procedimientos administrativos, y sin duda también porque muchas cosas acaban paralizadas cuando pasan tantos meses con un Gobierno en funciones, pero quién tiene tiempo ni ganas de ocuparse de esos asuntos, o de informarse sobre ellos, si la actualidad trae a cada minuto una nueva bronca que los algoritmos de las redes sociales agrandarán con su eficiencia automática.
Acabamos de saber que la producción de carbón va a seguir incrementándose al menos hasta 2030, y la de petróleo y gas, 20 años más. El mundo está quemando más del doble de los combustibles fósiles que habrían permitido cumplir con el Acuerdo de París de 2015, que aspiraba muy tentativamente a limitar el calentamiento del planeta a 1,5 grados. Más elocuentes que las cifras son los hechos: las inundaciones catastróficas, las sequías que convierten países enteros de África en desiertos, los incendios de amplitud continental que duran meses enteros. No pasa nada. Por ahora, son casi siempre otros los que cargan con las consecuencias de un sistema económico y un modo de vida que disfrutamos nosotros, otros los que sufren la contaminación de nuestra basura electrónica y pagan sin beneficio alguno el coste de nuestros privilegios.
Lo que parece que está lejos no importa. El espectáculo degradado y convulso de la así llamada actualidad política es una pantalla en la que se agitan fantasmas gritones, un teatro de títeres, un simulacro que oculta casi por completo la realidad al mismo tiempo que la intoxica con sus venenos de discordia y furia destructiva, no incompatibles con un trasfondo sórdido de cinismo. Los iluminados y los incendiarios, o al menos los menos tontos entre ellos, y los que luego los manejan y alientan no acaban de creerse su propia vehemencia. Al gran patriota perseguido y exiliado de Waterloo, que en otras épocas ha jugado a una épica redentora de tercera fila, ahora se le ha puesto en la cara un sarcasmo de tahúr, un gesto como de no poder contenerse la risa, la satisfacción de tener a un país entero pendiente de él, que se presenta a sí mismo y hasta tal vez se ve como la palpitante encarnación de su patria, pero quedó en quinto lugar en las últimas elecciones, detalle del que parecen olvidarse hasta sus adversarios. Esas elecciones resulta que las ganó en Cataluña el candidato socialista, que, sin embargo, por la extraña lógica de la política española, parece un hombre borroso, desalentado, vencido, con su voz débil y sus gafas grandes corridas sobre la nariz.
En medio de todo este circo, la antigua plaga española del clientelismo y la corruptela continúa prosperando en esas zonas de sombra administrativa que le son tan propicias, en la inercia, en la impunidad no ya del desconocimiento, sino de la indiferencia colectiva, de la aceptación resignada o cínica de lo que siempre se ha hecho. No hace falta molestarse en ocultar lo que ya no despierta vergüenza, y hasta el mayor escándalo se habrá olvidado en unos días, semanas como máximo. A quién le importa que a principios de este mes el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía destituyese sin previo aviso al director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Juan Antonio Álvarez Reyes, que ocupaba su puesto desde 2010 y lo había ganado en un concurso público y abierto, según el Manual de Buenas Prácticas que acordaron en 2007 los museos oficiales españoles, con el propósito de asegurar en lo posible la transparencia, el mérito y la equidad en los procesos de elección, tantas veces enturbiados en nuestro país por enjuagues políticos.
Pero el Manual de Buenas Prácticas resulta ser solo eso, y no una norma que deba ser obedecida. No conozco a Álvarez Reyes, ni tampoco a su sucesora, Jimena Blázquez, nombrada sin proceso de selección ninguno. Lo que sí conozco, tristemente, como cualquiera que se fije en estas cosas, es la corrupción insidiosa, tranquila, aceptada, que se impone en una Administración pública cuando todo depende del favor o el capricho de los cargos políticos, cuando son cargos políticos muchos puestos que deberían corresponder a funcionarios de carrera o a profesionales seleccionados según criterios objetivos de mérito, en concursos públicos, con todas las garantías de una legalidad que les otorgará las facultades y la independencia necesarias para cumplir con su trabajo. Civil servants, en la noble expresión inglesa, y no eso que lleva entre nosotros el título tan dudoso de “cargos de confianza”, que suena ya casi a conspiración mafiosa. Jimena Blázquez se declara dolida por las protestas que ha suscitado su nombramiento, apelando a su currículo y a sus credenciales en el mundo del arte, o del coleccionismo privado, pero esa no es la cuestión. Si el puesto de trabajo y la carrera profesional dependen del arbitrio político, inevitablemente se está suscitando la incertidumbre y el clientelismo, la necesidad no del cumplimiento exigente de la propia tarea, sino del favor del que manda, el miedo a no caer bien y a caer en desgracia, la sorda vileza del disimulo y la conspiración.
La consecuencia, de cara al exterior, es la ineficiencia y el descrédito: una Administración incompetente puede desbaratar hasta las políticas más racionales y mejor diseñadas, y está bajo la sospecha de servir a intereses partidistas, que cambiarán cuando ganen “los otros”, que solo para algunos serán “los nuestros”. Internamente, lo que acaba prevaleciendo es la desolación. Quien cumple y no medra siente muchas veces que ha trabajado en vano. Quien se empeña en hacer lo que debe y sabe y le gusta está destinado a la tranquilidad de conciencia y a la melancolía. Debajo de todo ese teatro, son ellos y sus semejantes en otros sectores fundamentales e invisibles los que hacen que el país, increíblemente, no se derrumbe.
 























[ARCHIVO DEL BLOG] Jefferson, Fray Junípero y la Leyenda Negra. [Publicada el 23/09/2017]











Monticello es un lugar muy grato para vivir, comenta en un reciente artículo la filóloga e historiadora española María Elvira Roca, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, profesora en la Universidad de Harvard, y autora del exitoso libro Imperofobia y Leyenda Negra (Siruela, Madrid, 2017). Tiene esa arquitectura un poco cursi y pretenciosa, típica de la Ilustración. La imitación del Neoclasicismo en los edificios fue una obsesión de Thomas Jefferson. Eso, pero sobre todo la falta de arquitectos solventes en el territorio recién independizado, le hicieron copiar sin pudor edificios del estilo en boga por toda Europa en su etapa de embajador. Los planos cruzaron el Atlántico y fueron replicados una y otra vez. Como quiera que sea, y aunque resulte a todas luces excesivo, lo que puede leerse en cualquier sitio es que el edificio fue "diseñado" por Th. Jefferson y esta es una de las razones que justifican que fuese declarado Patrimonio de la Humanidad. Debe haber en Europa mil casonas como esa, pero no han merecido tan alto honor.
Debía vivirse bien en Monticello. Las estancias son agradables, el paisaje, solemne, y la plantación muy hermosa. Especialmente si para mantener todo eso no tienes que hacerte callos en las manos. Y efectivamente nadie los tenía en aquella casa, porque para eso estaban los más de 600 esclavos que Th. Jefferson poseyó toda su vida. Esto, sin embargo, no ha hecho ni de Monticello ni de Th. Jefferson un símbolo de la esclavitud. Si en los tiempos en que se luchaba para que los negros no tuvieran que viajar en la parte de atrás del autobús o para que el matrimonio mixto (recuérdese la maravillosa Adivina quién viene esta noche de 1967) no fuese un delito, se le hubiese ocurrido a Martin Luther King ofender de palabra o de obra estos símbolos, simplemente mencionando los hechos mentados arriba, hubiera vivido todavía menos tiempo del que vivió. Ni entonces ni ahora, nadie de ningún color político ni de ninguna raza se ha atrevido a semejante cosa en los Estados Unidos de América. No sólo no se ha atrevido, es que ni se le ha ocurrido. Porque la potencia de estos símbolos es la del grupo que los creó, que vive en ellos y se expresa a través de ellos. Esa es la vida que los símbolos tienen, mil veces más potente que el lenguaje, la del grupo al que representan, que la insufla en su interior. Jamás sufrirán una agresión, como nunca nadie tocó en los buenos tiempos de Roma, los altares de la Triada Capitolina que había por todos los territorios del imperio.
Esta es la mitad de la explicación, ex contrario, de por qué el concejal Mitch O'Farrell ha pedido y conseguido que el Columbus Day deje de ser fiesta en Los Ángeles y también explica la decapitación y los destrozos que han sufrido estatuas de Cristóbal Colón y de Fray Junípero Serra en varios lugares de Estados Unidos. La moda ahora en la heroica lucha a toro pasado contra la discriminación es el indigenismo. Y este indigenismo de salón, que hace furor en los departamentos universitarios, va a buscar enemigos destructores de los pueblos nativos a los que agraviar en donde sabe que puede hacerlo sin peligro: entre los blancos católicos, pero jamás entre los blancos protestantes. Porque hace tiempo ya que todos los símbolos del mundo hispanocatólico o latinocatólico son res nullius. Se puede entrar en ellos como en una finca sin amo para buscar el aval de respetabilidad que se necesite en cada momento. Y con esto llegamos a la segunda mitad de la explicación: limpiar la propia reputación acusando a otro.
Es un sistema tan simple y tan tonto que da vergüenza explicarlo. Pero es clave para entender el triunfo de ese grupo humano que denominamos wasp (white anglo saxon protestant). El concejal Mitch O'Farrell no va a pedir que se retire la Medalla de Honor del Congreso con que fueron condecorados los 20 soldados del Séptimo de Caballería que, obedeciendo órdenes, perpetraron el genocidio de Wounded Knee el 19 de diciembre de 1890 sobre población lakota desarmada e indefensa. Primero se les prometió que se respetarían sus vidas si entregaban las armas. Lo hicieron. Después fueron rodeados por cañones manejados por los 20 heroicos soldados y bombardeados hasta la aniquilación, con mujeres y niños. Tampoco se va acordar O'Farrell de la matanza dirigida por el general Custer en Washita en 1868 sobre población cheyenne. ¡Y cómo hemos amado todas a ese Errol Flynn encarnando al gran general en Murieron con las botas puestas (1941)! Pocas posibilidades hay de que ningún indigenista, así hable inglés o español, se ponga a recordar, con evidente mal gusto, la matanza de Río Colorado en 1832 a las órdenes de general Henry Atkinson, ni la de Río Sacramento en 1846 ni la de Río Pit en California en 1859 sobre los indios achomawil... Y si sigo me falta periódico. Eso sin salir del siglo XIX. Vamos también a saltar por encima de detalles molestos que no quedan bien en Hollywood, como que el famoso Gerónimo, hijo de Hermenegildo Monteso y Catalina Chagori, era un indio hispano y católico. Su historia tiene mucho interés pero no está en las películas. Total, que si Vd. quiere ser un indigenista de pro, lo que tiene que hacer es irse a apedrear la estatua de Colón o del pobre Fray Junípero, que nunca tuvo esclavos ni mató a nadie. Res nullius.
Cabe un cierto alivio en pensar que los diplomáticos españoles no han vuelto la cara para otro lado, ni el cónsul en Los Ángeles D. Javier Vallaure ni el embajador en Washington D. Pedro Morenés, que han trasladado su decepción a las autoridades locales. Pero esta actitud honrosa no borra el estado de indiferencia general de la comunidad hispana ante la supresión del 'Columbus Day'. Y ese es realmente el problema, el autoodio, la vergüenza de lo propio que ha debilitado hasta la disolución política a los hispanos de un lado y otro del Atlántico. O por decirlo de un modo comprensible para todos, a los hispanos y a los españoles.
La superioridad moral indiscutible es un logro de la mentalidad anglosajona cuyos mecanismos resultan invisibles para quienes no lo son. En nuestra órbita cultural, quedó asumido hace ya mucho que la victoria del Norte sobre el Sur está justificada por su irremediable inferioridad moral, que viene aparejada a otras muchas manifestaciones, tanto genéticas como físicas de esta mala calidad. Por eso John W. Draper (1811-1882) de la Universidad de Nueva York escribió: "Si este justo castigo [la desmembración del imperio] no hubiera caído sobre España, los hombres hubieran ciertamente dicho: no hay retribución, no hay Dios".
Para tapar la explosión de fanatismo y violencia que la irrupción del protestantismo trajo consigo, el decorado de Europa se adornó de horrores inquisitoriales. Y ya no importa en realidad qué es lo que realmente ocurrió ni quién, en medio de la intolerancia generalizada, demostró más comprensión y más humanidad.
En Estados Unidos la limpieza de la sangre derramada y la desaparición de las poblaciones nativas se taparon acusando a los españoles de ser los exterminadores de los indios. Y ese mecanismo que vende confort y lustre al grupo dominante, garantiza el éxito del concejal del ayuntamiento de Los Ángeles, el cual ha obtenido, gratis, no sólo un éxito político sino una notoriedad social que de otro modo difícilmente hubiera podido conseguir. Su gesta ha sido comentada en los periódicos más importantes de su país y también en las televisiones. Todo el mundo conoce hoy su rostro, que además se asocia con la defensa de los pobres indios.
El asombro que cualquier persona en su sano juicio puede sentir ante lo descrito, queda o debería quedar neutralizado ante la constatación de que el mecanismo dual de la transferencia de la culpa está en todas las cabezas humanas. Si un ladrón acusa violenta y apasionadamente a otro de ser ladrón, presuponemos que el primero no lo es, de manera automática e irreflexiva.
Cuando se suben las escaleras del monumento a Jefferson en Washington se tiene la sensación de estar ingresando en un templo, porque lo es. La imponente estatua se yergue majestuosa en el centro y las flores se acumulan a sus pies. No importa la enorme diferencia que hay entre el hombre y el mito, porque lo importante es la capacidad de un pueblo para crearlos y hacerlos respetar. Es indiferente para el problema que aquí nos ocupa y que podríamos resumir como "qué estatuas merecen respeto y cuáles no", que Jefferson escribiera "todos los hombres nacen libres e iguales" sin encontrar contradicción entre lo que ponía en un papel y lo que hacía cada día, o que sus descendientes negros, pues tuvo hijos con una esclava, hayan pleiteado durante décadas por el derecho a llevar el nombre de su padre, derecho que les ha sido negado una y otra vez. El mito está ahí y es intocable. Y esa es su grandeza. Cuesta trabajo determinar si un pueblo se vuelve grande porque es capaz de generar mitos en torno a los que aglutinarse o al revés. Hace una década hubiera escrito que la mitificación es el resultado de la hegemonía. Ahora no lo veo tan claro, concluye diciendo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt