lunes, 6 de noviembre de 2023

De Europa y el oráculo de Delfos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del historiador Timothy Garton Ash, va de Europa y el oráculo del Delfos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











No necesitamos al oráculo de Delfos para saber que debemos defender una Europa libre
TIMOTHY GARTON ASH - El País
02 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Guardo como un tesoro una fotografía de mi esposa, Danuta, susurrando una pregunta existencial al oído de una piedra antigua en las laderas del monte Parnaso un día soleado de 2018. Danuta está consultando el oráculo de Delfos. Una mitad de la gran piedra rectangular tiene tres orificios dispuestos en forma de triángulo, como para encajar las patas de un trípode, y la otra mitad tiene un agujero más grande que la atraviesa. Nuestro guía acababa de contarnos que, mientras la pitia, la mujer que era la voz del oráculo, estaba sentada en ese trípode, del agujero de mayor tamaño salían vapores embriagadores que le inspiraban palabras que, según se creía, procedían directamente de Apolo. Un sacerdote sentado cerca escribía e interpretaba esas frases pronunciadas en estado de trance. Dado que los sacerdotes de Delfos tenían una larga experiencia, con consultas tanto de particulares como de gobiernos de todo el mundo mediterráneo, sin duda el intérprete sacerdotal añadía parte de su sabiduría mundana al juicio final del oráculo. (…)
Según investigaciones más a fondo, resulta que los agujeros y surcos de la piedra a la que Danuta susurró su pregunta probablemente se habían hecho mucho después para convertirla en una prensa de aceite. Pero casi todo lo demás es cierto. Aunque nunca se han encontrado la base de trípode ni el orificio de vapor reales, estudios recientes muestran que la geología de la zona propiciaría que por las fisuras del lecho rocoso se filtraran algunos gases, y de hecho se han detectado rastros de etileno, un gas que puede inducir un estado similar al de trance. Así pues, es posible que la pitia estuviera colocada.
Durante los más de diez siglos en que se consultó el oráculo, la gente llenó el santuario de la ladera de regalos preciosos —altares, estatuas, vasos sagrados, templetes—, colocados a lo largo de la serpenteante Vía Sacra hasta el templo de Apolo, donde la pitia hablaba y los sacerdotes interpretaban. Contemplando las ruinas, impresionantes todavía contra el magnífico telón de fondo verde y gris del monte Parnaso, solo se necesita un poco de imaginación para recrear el escenario del antiguo Delfos. (…)
Frente al mundo desalentador de la década de 2020, quiero recordar las dos lecciones de Delfos: la primera, que no sabemos qué ocurrirá esta tarde, y mucho menos dentro de unos años; la segunda, que necesitamos conjeturas inteligentes de base histórica a fin de prepararnos para los retos a los que parece probable que nos enfrentemos. Cuando leáis estas líneas, ya habrá sucedido algo inesperado. El paso de las décadas vuelve necios a los visionarios más sagaces. Predicciones de gran importancia formuladas en 1973 resultan graciosas en 2023. (Recordad: la Unión Soviética iba a superar a Estados Unidos). Las que hagamos ahora sufrirán la misma suerte en 2073. Los lectores de dentro de cincuenta años se reirán con ganas de los intentos de mi bolígrafo-linterna por iluminar la oscuridad del futuro. “¡Qué optimismo más absurdo!”, tal vez exclamen en su refugio nuclear o su cueva del desierto; o “¡Qué pesimismo más absurdo!”, quizá digan en un Muskville o Zuckerdrome con una tecnología fabulosa. Entretanto, los veinteañeros de 2073 echarán en cara a los ancianos de la posgeneración del 89 las grandes cosas que estos perdieron o estropearon en su época, lo mismo que la posgeneración del 89 ha hecho con la mía hace poco.
Si se cumple alguna de las peores hipótesis posibles, desde una guerra entre Estados Unidos y China a propósito de Taiwán hasta el fracaso colectivo de impedir que el calentamiento global supere los dos grados por encima de la era preindustrial, entonces tal vez en esta década un nuevo Stefan Zweig se siente a escribir un lamento por El mundo de ayer, perdido sin remedio. Pero repito con énfasis que el fatalismo zweigiano no es el ánimo que se precisa en la actualidad.
Al contrario, necesitamos “el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”, por emplear la magnífica consigna acuñada por el escritor francés Romain Rolland y popularizada por el pensador y activista marxista italiano Antonio Gramsci. El pesimismo intelectual puede ser algo positivo. El argumento más contundente a favor de la Unión Europea no se basa en un ingenuo optimismo panglosiano, sino en un pesimismo constructivo. De Europa valoramos las estructuras legales, la cooperación y la resolución pacífica de los conflictos precisamente porque conocemos su tendencia crónica a incurrir en sus malas costumbres. El pesimismo intelectual de los años setenta sentó las bases del impulso ascendente de finales de los ochenta, que inauguró uno de los periodos más esperanzadores de la historia europea. El infundado optimismo intelectual del comienzo de los años 2000 allanó el camino al declive que se inició en la mitad de esa década.
La sabiduría de la consigna no es solo intelectual y política; es también psicológica. Como explicó Gramsci en 1929, en una carta que escribió a su hermano Carlo desde una cárcel fascista: “Mi estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los supera: soy pesimista con la inteligencia, pero optimista para la voluntad. En toda circunstancia pienso en la peor de las hipótesis para poner en movimiento todas las reservas de voluntad y ser capaz de vencer el obstáculo. Nunca me he hecho ilusiones y nunca tuve desilusiones”. En suma, es una receta para tener fuerza mental. Esperar lo peor, trabajar por lo mejor.
Al salir de una prisión comunista en los años ochenta, Václav Havel expresó un pensamiento parecido de forma un tanto distinta. “La esperanza no es un pronóstico —dijo—. Es una orientación del espíritu, una orientación del corazón”. La esperanza es “la capacidad de trabajar por algo porque es bueno, no solo porque exista la posibilidad de tener éxito. […] No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, con independencia de cuál sea el resultado”.
Pese a todos sus defectos, límites e hipocresías, pese a todos los contratiempos de los últimos años, la Europa de hoy sigue siendo mucho mejor que la que me dispuse a explorar a principios de los setenta, por no hablar del infierno que mi padre encontró en su juventud. Es asimismo mejor que las de los siglos anteriores, incluida la Europa de antes de 1914 idealizada por Stefan Zweig. De hecho, adaptando las famosas palabras de Churchill respecto a la democracia, podríamos decir que esta es la peor Europa posible, a excepción de todas las otras Europas que se han ensayado de vez en cuando. Tiene sentido defender, mejorar y ampliar una Europa libre. Es una causa en la que merece la pena depositar la esperanza.







































[ARCHIVO DEL BLOG] Recorrido sentimental por la Roma española. [Publicada el 20/11/2014]











No puedo negar que lo mío con Roma fue amor a primera vista. Sí, confieso que es el único lugar del mundo, fuera de mi isla de Gran Canaria, en el que me gustaría vivir. Hasta en invierno, algo que detestaba César Moncada, el joven protagonista de la novela de Pío Baroja "César o nada", escrita en 1910, que curiosamente resulta una apología "avant la lettre" del movimiento fascista italiano que no nacería sino once años más tarde. ¿Premonición de Baroja? A ello le dediqué un trabajo de curso durante mis estudios de licenciatura en ciencias políticas, pero eso nada tiene que ver con mi pasión por Roma. 
Tampoco voy a contar de nuevo la historia de mi primer encuentro con la Ciudad Eterna. La tengo comenzada y nunca concluida en la entrada del blog que lleva su nombre: "Roma". Solo animarles a leer el relato que en ella reproducía del escritor Enric González titulado "Historias de Roma", historia que concluía con la encomiosa recomendación del autor de que no se perdieran, si tenían la ocasión de presenciarlo, el más maravilloso de los espectáculos que un mortal puede gozar en esa ciudad: ver caer la nieve en el interior del Panteón... Yo no lo he visto, pero espero hacerlo algún día. En cada una de las ocasiones en que he visitado Roma, me he dejado muchas cosas por ver. Así, siempre tendré una excusa para volver... La próxima tengo claro que me gustaría pasar una noche entera de verano deambulando por el Trastévere con mi mujer.  
Hoy quiero traer al blog una nueva crónica sobre Roma, en esta ocasión, publicada hace pocos días en el diario El País por el novelista español Pedro Jesús Fernández bajo el título de "Romance español en Roma", que no es otra cosa, como digo en la cabecera de la entrada, que un recorrido sentimental por la Roma española. Por las plazas, calles, edificios, estatuas, fuentes, palacios y lugares de la ciudad de Roma vinculados por la fuerza del tiempo a esa otra vieja tierra que es España y a sus gentes. 
Un recorrido que comienza hace más de veinte siglos en la octava colina romana, el monte Testaccio, conformado por los restos de los millones de ánforas que durante centenas de años llegaron a Roma trayendo el vino y el aceite de sus provincias de Hispania; sigue por la piazza Navona, con sus edificios poblados de conchas de Santiago y castillos y leones; o por el palazzo Borghese, la residencia de Paulina Bonaparte, que fue sede de la embajada de la República Española ante Italia; o por la piazza Fameta, por donde deambula aun hoy Aldonza, la lozana andaluza de Francisco Delicado. Pero también por el palazzo di Spagna, en la plaza homónima, quizá, o sin quizá, la plaza más famosa de Roma, en la que está desde 1647 la embajada más antigua del mundo: la de España ante la Santa Sede, plaza que fue durante siglos de jurisdicción española. O por Villa Medici y sus jardines, magistralmente retratados por Velázquez, y en donde también pintó su "Venus del espejo" y el que está considerado el mejor retrato de la historia de la pintura universal, el del papa Inocencio X. Y porqué no, gozando del "Extasis" de nuestra Teresa de Jesús, la sensual escultura de Bernini en la pequeña iglesita de Santa Maria della Vittoria; o si de iglesias hablamos la basílica de Santa Maria Maggiore, la más hermosa de Roma, cuyo techo está fabricado gracias a la primera remesa de oro que España trajo de América. O el castel de Sant'Angelo, la más majestuosa tumba del mundo, mandado construir por el emperador Adriano, originario de Itálica, en la provincia hispana de la Bética. 
Y más cosas, muchas más cosas, lugares e historias que no quiero revelarles para así animarles a hacer conmigo, de nuevo o por vez primera, este emocionado y emocionante recorrido sentimental por las huellas que España y los españoles dejaron en Roma a lo largo de los siglos. Comprenderán ahora porqué siempre que viajo a Roma me dejo a propósito cosas y lugares por ver...
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 5 de noviembre de 2023

De lo correcto como imperativo moral

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Alberto Manguel, va de lo correcto como imperativo moral. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Homero en la franja de Gaza
ALBERTO MANGUEL - El País
01 nov 2023 - harendt.blogspot.com

La villanía que me enseñáis, la emprenderé, y será duro, pero superaré la enseñanza.
W. Shakespeare (El mercader de Venecia; acto III, escena I)
El domingo 15 de octubre, en Chicago, un hombre apuñaló a un niño de seis años e hirió gravemente a la madre del niño porque eran musulmanes. Las autoridades declararon que el ataque fue motivado por los hechos acontecidos en Israel y Gaza. Ese mismo día, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declaró: “En este dramático momento, cuando nos encontramos al borde del abismo en Oriente Próximo, es mi deber como secretario general de las Naciones Unidas hacer dos enérgicos llamamientos humanitarios. A Hamás, la liberación inmediata e incondicional de los rehenes. A Israel, la concesión de un acceso rápido y sin trabas a la ayuda humanitaria para hacer llegar los suministros y trabajadores humanitarios para ayudar a los civiles de Gaza. Cada uno de estos dos objetivos es válido en sí mismo. No deben convertirse en moneda de cambio y deben aplicarse simplemente porque es lo correcto”.
Lo correcto: este es el imperativo moral básico, ahora y siempre. Como sabemos desde la noche de los tiempos, la guerra trae sufrimiento a todos causado por un odio ciego hacia el otro y la sed de venganza. En la guerra, ambos bandos lanzan el grito amoral que le espetó a Unamuno el general Millán-Astray, fundador de la Legión: “¡Viva la muerte!”. En ello radica nuestro suicidio colectivo.
En medio de tanta irracionalidad, no hay soluciones prácticas. La literatura, sin embargo, podría ofrecer un ejemplo redentor. La Ilíada comienza notoriamente reconociendo la ira que alimenta la violencia asesina: “Mênin aeide, théa, Peleiadeo Achilleos”. “Canta, oh diosa, la ira de Peleo Aquiles” es una versión más o menos literal del primer verso del poema. Pero, ¿qué quería decir Homero con estas palabras?
Como lectores, sabemos que podemos intuir el significado de una verdad poética, por antigua que sea. Por ejemplo, en 1990, el Ministerio de Cultura colombiano creó un sistema de bibliotecas itinerantes para llevar libros a los habitantes de regiones rurales lejanas. Para ello, se transportaban a lomos de burros hasta la selva y la sierra sacos de libros con bolsillos de gran capacidad. Allí dejaban los libros durante varias semanas en manos de un maestro o anciano del pueblo que se convertía, de facto, en el bibliotecario encargado. La mayoría de los libros eran obras técnicas, manuales de agricultura, colecciones de patrones de costura y similares, pero también se incluían algunas obras literarias. Según un bibliotecario, los libros siempre estaban a buen recaudo. “Conozco un solo caso en el que no se haya devuelto un libro”, afirma. “Nos habíamos llevado, junto con los títulos prácticos habituales, una traducción al español de la Ilíada. Cuando llegó el momento de cambiar el libro, los aldeanos se negaron a devolverlo. Decidimos regalárselo, pero les preguntamos por qué deseaban conservar ese título en particular. Nos explicaron que la historia de Homero reflejaba la suya propia: hablaba de un país asolado por la guerra en el que dioses locos se mezclan con hombres y mujeres que nunca saben exactamente en qué consiste la lucha, ni cuándo serán felices, ni por qué los matarán”.
Quizá la Ilíada, un poema sobre los horrores y el sufrimiento de la guerra, pueda ofrecer unas palabras en respuesta a la súplica de António Guterres. En el libro final de la Ilíada, Aquiles, que ha asesinado a Héctor, quien a su vez ha asesinado a Patroclo, el querido amigo de Aquiles, acepta recibir al padre de Héctor, el rey Príamo, que viene a pedir que le permitan recuperar el cuerpo de su hijo. Es una de las escenas más conmovedoras e impactantes que conozco. De pronto, no hay diferencia entre víctima y vencedor, entre viejo y joven, entre padre e hijo. Las palabras de Príamo despiertan en Aquiles “un profundo deseo de llorar por su propio padre”, y con gran ternura aparta la mano que el anciano ha tendido para llevar a sus labios las manos del asesino de su hijo:
“Y dominados por el recuerdo
ambos hombres se entregaron al dolor. Príamo lloró
por su hijo Héctor, palpitante y vencido
a los pies de Aquiles, mientras Aquiles lloraba,
ahora por su padre, ahora nuevamente por Patroclo,
y los sollozos de ambos podían oírse por todo el recinto”.
Por último, Aquiles le dice a Príamo que ambos deben “dejar abatir sus penas en sus propios corazones”. Para Aquiles, y para Príamo, y para los campesinos colombianos, y para las víctimas de ambos lados de la tragedia de Israel y Gaza, esto podría ser, por ínfimo que sea, un consuelo.































[ARCHIVO DEL BLOG] Banalizaciones. [Publicada el 23/03/2019]













Ser acusado de fascista o de ser de ultraderecha es algo muy serio como para utilizarlo a la ligera, escribe Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y diputado socialista en el Congreso, pero tan grave resulta eso como pensar que los episodios históricos del fascismo tampoco estaban tan mal. 
Con la entrada en el Parlamento andaluz de Vox, comienza diciendo Urquizu, en estas semanas hemos leído numerosos textos y escuchado múltiples análisis donde se trata de saber por qué hay gente dispuesta a votar a un partido de extrema derecha populista. Se han recurrido a estadísticas, casos particulares y numerosas teorías. Casi todas ellas tienen una parte de verdad, puesto que ningún fenómeno social es el resultado de un solo factor. La realidad siempre tiene múltiples causas, aunque algunas son más importantes que otras. Pero al margen de todas estas razones, me gustaría exponer un argumento que es compartido por casi todas esas personas que pueden estar pensando en estos momentos en subirse al carro de Vox: la banalización de la extrema derecha.
Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, se hace la misma pregunta que muchos analistas se hacen estos días: ¿por qué personas de nuestra vida cotidiana pueden acabar apoyando una opción heredera del fascismo? La respuesta de Arendt se resume en un concepto: la banalidad del mal. Eichmann, quien fue condenado por su colaboración con el régimen nazi, nunca pensó que lo que hacía era incorrecto. Y es que este militar alemán no era un monstruo o un psicópata. Más bien su colaboración con el fascismo la realizó sin medir las consecuencias de sus actos e integrándola dentro de la normalidad.
En España, desde hace mucho tiempo, la idea de extrema derecha se ha banalizado por las diferentes corrientes ideológicas. Lo resumiré en dos ejemplos que engloban tanto a la izquierda como a la derecha. Cuando estaba en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, uno podía ser acusado de fascista con mucha facilidad por el grupo dominante: la extrema izquierda. Recuerdo cómo una tarde, una persona que hoy es un dirigente destacado de Ahora Madrid decidió arrancar un cartel de la pared que anunciaba unos actos religiosos. Un compañero de clase, de tendencia más bien liberal, le afeó esa actitud. Acto seguido, mi amigo fue acusado a gritos de fascista. Muchas de nuestras discusiones en clase o en la cafetería incluían ese término con demasiada ligereza. Hay una parte de la extrema izquierda que ha utilizado tanto este vocablo que ha logrado vaciarlo de contenido.
Pero si nos vamos al otro extremo del arco ideológico, encontramos un comportamiento similar de banalización. En gente conservadora de mi generación es común escuchar el siguiente juicio de valor que debe haber sido transmitido por sus padres, puesto que ellos no conocieron la dictadura franquista: “Con Franco no se vivía tan mal, había trabajo y más seguridad que ahora”. En el año 2008, el Centro de Investigaciones Sociológicas realizó una encuesta sobre la memoria de la Guerra Civil y el franquismo. En ella vemos que casi el 60% de los españoles afirmaba estar de acuerdo con que la dictadura tuvo cosas buenas y cosas malas, mientras que solo el 25% mostraba su desacuerdo con esta afirmación. Pero entre los ciudadanos que se ubican en la derecha de la escala ideológica, estos porcentajes son del 83% frente al 7,5%. Por lo tanto, no existe un juicio de condena contundente del franquismo, especialmente entre los conservadores, sino que nos encontramos con algunas opiniones ciudadanas más bien indulgentes. Pensar que el franquismo llegó a tener cosas buenas es una forma de “blanquearlo”, cuando aquello fue una dictadura cruel y terrible que condenó a nuestro país a 40 años de atraso.
Pero esta banalización no es solo una cosa de la ciudadanía, sino que también ha llegado al arco parlamentario. El pasado 20 de noviembre, el diputado Joan Tardà subió a la tribuna del Congreso y de forma solemne afirmó que cada vez que un diputado de Ciudadanos les llamase golpistas, ellos les responderían con fascistas. Son dos acusaciones muy graves que en cualquier democracia sería motivo de preocupación y consternación. Pero en nuestra vida pública, de tanto utilizarlas, han adquirido un significado banal y vacuo, algo que perjudica notablemente a nuestro debate político.
La extrema derecha es algo muy serio. Representa un proyecto político autoritario que ataca la idea de ciudadanía al generar ciudadanos de primera y de segunda. Además, confronta con la idea de cosmopolitismo y defiende un repliegue sobre nuestras propias fronteras, cuestionando cualquier mezcla con el exterior. Estamos, por lo tanto, ante un proyecto xenófobo, machista y homófobo con pulsiones autoritarias. La extrema derecha no solo es un retroceso en un modelo de sociedad que nos ha costado mucho construir, sino que además es un ataque directo a valores como la tolerancia, la igualdad y la libertad.
Viendo lo sucedido en otras democracias, esta amenaza ya es real. Combatirlo es tarea de todos los demócratas y no lo lograremos si banalizamos lo que representa. Ser acusado de fascista o de extrema derecha es algo muy serio como para utilizarlo a la ligera. Pero tan grave es eso como pensar que los episodios históricos del fascismo tampoco estaban tan mal. Entre unos y otros se ha banalizado el concepto y quizás por ello muchas personas de nuestra vida cotidiana, con las que podemos tomar un café o comer en la mesa de al lado, pueden estar planteándose hoy apoyar a Vox. Quizás ellos interpreten que su apoyo a la extrema derecha no es más que un desahogo, una forma de externalizar su enfado o su hastío y un mecanismo para mandar una señal al resto de formaciones políticas. Pero no acaban de percibir que es un grave problema para nuestra democracia. Por ello, la tarea de los demócratas es mostrar de forma seria y rigurosa la amenaza que supone la extrema derecha: cada vez que ha tenido la oportunidad de alcanzar el poder, los resultados han sido catastróficos para la sociedad.
En definitiva, tenemos una dura tarea por delante: mostrar el verdadero rostro de la extrema derecha. Su peligro no es solo lo que dicen, sino sobre todo lo que no dicen. Más preocupante que los folios del acuerdo entre PP y Vox, es lo que han hablado sin ponerlo por escrito. En consecuencia, que en pleno siglo XXI nos encontremos con formaciones políticas que han pactado con la derecha extrema y populista, deberían hacer saltar todas las señales de alarma, tal y como está sucediendo en muchos países europeos. Lo que nos estamos jugando es algo muy serio como para insistir en esta banalización. La ciudadanía debe tomar conciencia de qué representa Vox y en esta tarea los representantes políticos tenemos un papel muy importante. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt