El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
jueves, 2 de noviembre de 2023
De la autora secreta de la Odisea
[ARCHIVO DEL BLOG] El almacén de los figurantes. [Publicada el 23/10/2019]
miércoles, 1 de noviembre de 2023
De la vida que pasa
De la ruina de ambos
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del analista de polìtica internacional Andrea Rizzi, va de la ruina de ambos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
He sido la ruina de ambos
ANDREA RIZZI - El País
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com
Hacia el final de El viejo y el mar, el pescador Santiago pronuncia la frase que titula esta columna. Ya solo queda la mitad del enorme pez que el viejo había logrado capturar y que trataba de llevar hasta la orilla amarrado a un flanco del bote. Los tiburones se lo van comiendo en la larga travesía de vuelta y el viejo comprende que solo llegará a tierra su gigantesco esqueleto. “Fui demasiado mar adentro”, dirá. La conciencia de una obcecación inútil que mató al noble pez y casi destroza al pescador parece inundarle, sobreponiéndose al orgullo de no haberse rendido en una faena en medio de extraordinaria adversidad.
El viejo y el mar tiene rasgos de cuento mitológico, de episodio bíblico, e igual que estos inspira multitud de interpretaciones. La obra maestra de Hemingway no tiene nada a que ver con el conflicto palestino-israelí, pero ese instante de conciencia de Santiago es exactamente el mensaje que debería hacer reflexionar a los líderes israelíes —y a todos los amigos de Israel— ahora mismo. Las decisiones que tomen en estos días pueden conducir demasiado mar adentro, producir —de distinta manera— la ruina de ambos bandos.
Es evidente que Israel ha sufrido un ataque bárbaro y que tiene derecho a replicar con la fuerza dentro de los márgenes del derecho internacional. A todas luces, está sobrepasando los criterios de proporcionalidad y es más que probable que jueces internacionales considerarían como criminal la respuesta. Pero a la hora de calibrar su reacción, además del marco legal, Israel debe contemplar el marco político. Esto requiere reflexionar sobre el contexto pasado y las perspectivas futuras.
Tiene razón el secretario general de la ONU en subrayar que los hechos actuales brotan de más de medio siglo de una ocupación abusiva y opresora. Ello, por supuesto, no justifica de ninguna manera la violencia de Hamás, que merece la condena más firme posible. Pero es parte importante de su explicación. La OLP renunció hace mucho a las armas, no es una creíble amenaza de seguridad y, sin embargo, Cisjordania no solo ha seguido ocupada con mínimas dosis de autogobierno, sino que la colonización israelí ha seguido imparable a lo largo de décadas. Es, este, un proceso inmoral además de ilegal que solo responde a una lógica de intereses egoístas, no a una de seguridad.
Occidente debería haber presionado hace mucho con las notables palancas de las que dispone para que esto no ocurriera. Sí, se aprobaron resoluciones en la ONU. Pero no se activaron los resortes esenciales de la influencia que podían conducir a un cambio. EE UU, aquel que más influencia tiene, podría haber condicionado su ayuda militar a Israel a que la colonización se parara. La UE, una potencia comercial, podría haber tomado medidas económicas de mayor calado que simples cuestiones de etiquetado de productos procedentes de los territorios ocupados. Ello podría y debería haberse hecho reafirmando siempre el compromiso inquebrantable con el derecho de Israel de existir en paz. Esto no es sinónimo de avalar abusos. Esta cuestión está en el mismo centro del contexto esencial para entender por qué estamos aquí y decidir qué hacer a partir de aquí.
La perspectiva nos dice que, de seguir en esta senda, de emprender una invasión de Gaza, los riesgos son enormes. En primer lugar, por supuesto, para la ya martirizada población gazatí. También para Israel, que podrá verse sumido en una lucha sangrienta y muy ardua de ganar en la Franja. Y además porque el riesgo de escalada se multiplicaría. Israel podría sufrir una lluvia de cohetes de Hezbolá desde el Líbano. EE UU ya ha sufrido ataques en la zona, y ha respondido. Pero hay más. Israel corre el riesgo de perder de forma mucho más profunda que en episodios anteriores el respaldo de la opinión pública occidental. La musulmana, por su parte, hará extraordinariamente complicado que pueda avanzarse en la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes que estaba en desarrollo. Es cierto que, en conflagraciones anteriores, la indiferencia siguió a la indignación y todo siguió igual. Pero esta vez hay elementos diferentes: la magnitud de los horrores; un mundo en pleno cambio, inestable, más proclive al conflicto.
Los amigos de Israel tienen que hacerle ver que la senda en la que navega, además de injusta para los palestinos, no conduce a prosperidad y seguridad, como Netanyahu y otros estuvieron vendiendo durante mucho tiempo, porque fomenta odio. Los amigos de Israel deben hacerle ver eso y actuar, presionar para un cambio con los elementos de los que disponen.
Hay situaciones en las que, colectiva o individualmente, caemos presa de obcecaciones. Por avidez de poder, por miedo, por egoísmo, por orgullo, o incluso por amor mal gestionado, perdemos el equilibrio, la brújula, y de forma pertinaz nos enroscamos en un error que no sabemos o queremos ver, precipitamos la ruina de nuestros vecinos, amigos, amores y de nosotros mismos.
Hay que despertar, con voz y actos, a quienes, en una obcecación irracional, contribuyen a la ruina de ambos, la de los palestinos en la opresión, la de los israelíes lastrados por la indignación internacional, un camino que pudre su alma democrática.
El viejo regresó a la orilla con tan solo el esqueleto del enorme pez, con las manos destrozadas, consumido. Hemingway narra que, de regreso a su cabaña, se quedó dormido. Que soñó con leones. Quizá sea una metáfora de la muerte. Quizá no. Tal vez mañana haya otra oportunidad para hacerlo bien.
[ARCHIVO DEL BLOG] Género, capitalismo, victimismo. [Publicada el 19/01/2018]
Hay una tercera forma de contrarrestar la forma tradicional de identidades de género que está prorrumpiendo hoy en día: las mujeres que están sacando a la luz de manera masiva la violencia sexual masculina. La cobertura mediática de este hecho no debería distraernos de lo que está sucediendo realmente: nada menos que un cambio de época, un gran despertar, un nuevo capítulo en la historia de la igualdad. Se cuestionan y se hacen temblar las relaciones entre los sexos tal y como han sido reguladas y organizadas durante miles de años. Y la parte que protesta ahora no es una minoría LGBT, sino una mayoría, las mujeres.
Lo que se está descubriendo no es nada nuevo, es algo que nosotros (al menos vagamente) sabíamos y simplemente no fuimos capaces (voluntariamente) de denunciar abiertamente: cientos de formas de explotar a la mujer sexualmente. Ahora las mujeres están sacando a la luz el lado oscuro de nuestras afirmaciones de igualdad y respeto mutuo, lo que estamos descubriendo es, entre otras cosas, lo hipócrita y prejuiciosa que es nuestra crítica a la opresión de la mujer en los países musulmanes. Tenemos que afrontar nuestra propia realidad de opresión y explotación. Como en todo movimiento revolucionario, habrá numerosas injusticias, ironías, etc. (Por ejemplo, dudo que los actos de Louis CK, con todo lo deplorables y lascivos que son, se puedan poner al mismo nivel que la violencia sexual directa). Pero, una vez más, todo esto no debería distraernos; más bien deberíamos centrarnos en los problemas que nos esperan.
Aunque algunos países ya están cerca de una nueva cultura sexual post-patriarcal (fijémonos en Islandia, donde dos tercios de los niños nacen fuera del matrimonio, y las mujeres ocupan más puestos en las instituciones públicas de poder que los hombres), una de las tareas clave es, en primer lugar, la necesidad de explorar qué ganamos y qué perdemos en esta revolución de nuestros procedimientos heredados de cortejo: habrá que establecer nuevas reglas para evitar una cultura estéril de miedo e incerteza. Algunas feministas inteligentes apuntaron hace tiempo que, si intentamos imaginar un cortejo políticamente correcto al 100%, nos acercamos asombrosamente a un contrato mercantil formal. El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están íntimamente mucho más interconectados de lo que cabría pensar, de manera que también algunos elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinosamente. Después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. Los juegos sexualmente purificados de violencia y poder pueden acabar siendo asexualizados.
La siguiente tarea es asegurarnos de que la actual explosión no se limite a la vida pública de los ricos y famosos sino que fluya y penetre en la vida diaria de millones de individuos ordinarios e invisibles. Y el último punto (pero no menos importante) es explorar cómo relacionar este despertar con las actuales luchas políticas y económicas, es decir, cómo evitar que la ideología liberal occidental (y la práctica) se apropie de él como otra forma de reafirmar que somos prioritarios. Hay que hacer un esfuerzo para que este despertar no se convierta en un caso más de legitimación política basada en el estado de víctima del sujeto. ¿No es la característica básica de la subjetividad de hoy en día la extraña combinación del sujeto libre que se experimenta a sí mismo como responsable último de su destino y el sujeto que basa la autoridad de su discurso en su estatus de víctima de circunstancias más allá de su control?
Cada contacto con otro ser humano se vive como una potencial amenaza. Si el otro fuma, si me lanza una mirada avariciosa, ya me hiere. Esta lógica de la victimización está universalizada hoy en día. Y va más allá de los habituales casos de acoso sexual o racista. Recordemos la demanda a la industria financiera del pago por daños y perjuicios. También el acuerdo de la industria del tabaco en Estados Unidos, las reclamaciones financieras de las víctimas del holocausto y los trabajadores forzados en la Alemania nazi o la idea de que Estados Unidos debería pagar a los afroamericanos cientos de miles de millones de dólares por todo aquello de lo se les ha privado a raíz de su pasado de esclavitud. Ésta noción del sujeto como una víctima no responsable conlleva la perspectiva narcisista extrema, según la cual cualquier encuentro con el otro se percibe como una potencial amenaza al precario equilibrio imaginario del sujeto. Como tal, es el complemento inherente del sujeto liberal libre más que lo contrario: en la forma predominante de individualidad de hoy en día, la aserción egocéntrica del sujeto psicológico se solapa paradójicamente con la percepción de uno mismo como víctima de las circunstancias.
En un hotel de Skopje donde me alojé recientemente, mi compañera preguntó si podíamos fumar en la habitación. La respuesta del recepcionista fue única: «Por supuesto que no, está prohibido por ley. Pero en la habitación tienen ceniceros, así que no hay problema». Nuestro asombro no acabó aquí. Cuando entramos en la habitación, allí estaba el cenicero de cristal encima de la mesa, con un dibujo en el fondo de un cigarrillo con una gran señal de prohibido encima. Así que no era el típico juego de algunos hoteles tolerantes donde te susurran discretamente que, aunque está oficialmente prohibido, puedes fumar disimuladamente junto a una ventana abierta o algo así. La contradicción (entre prohibición y permiso) estaba plenamente asumida y quedaba así anulada, tratada como inexistente, es decir, el mensaje era: «Está prohibido, y así es como lo tienes que hacer». Y, de vuelta al actual despertar, el peligro reside en que, de forma homóloga, la ideología de libertad personal se combinará fácilmente con la lógica del victimismo (con la libertad silenciosamente reducida a la libertad para sacar a la luz la propia condición de víctima), convirtiendo así en superflua una politización emancipadora radical del despertar, haciendo de la lucha de las mujeres una más en toda una serie de luchas: lucha contra el capitalismo global y las amenazas medioambientales, por una democracia diferente, contra el racismo, etc. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt