viernes, 2 de junio de 2023

De la democracia y la política

 





Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Sergio del  Molino, va de la democracia y la política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










¿Quién quiere la democracia, pudiendo jugar a la política?
SERGIO DEL MOLINO
31 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La política puede ser una partida de póquer (o de mus), pero la democracia es algo más. El poder puede narrarse como un juego de victorias y derrotas sobre cuyo tapete los jugadores más temerarios ganan o pierden todo. Identificamos al cobarde, al timorato, al fanfarrón, al farolero y al tramposo, y admiramos la fiereza del jugador que apuesta hasta el alma. Buena parte del columnismo y la literatura políticas consisten precisamente en eso: se analizan las estrategias, se deploran las trampas y se aplauden los golpes de efecto. Desde las Meditaciones de Marco Aurelio hasta la última serie de televisión sobre presidentes y embajadores, la política se narra con una frivolidad muy solemne. Que la realidad, a poco que se asome uno, se parezca más a una película de Torrente que al segundo acto de Ricardo III no importa demasiado: vista de cerca y a las tres de la madrugada, una timba tampoco transmite mucho encanto. Ya se encargará el narrador (el columnista, el tertuliano, el cronista, el guionista) de echarle épica y lírica.
A diferencia del juego del poder, que siempre es entretenido, la democracia es una cosa aburrida de la que estamos deseando olvidarnos. Todos le agradecen a Pedro Sánchez sus gestos hiperbólicos. Quienes están a favor, por razones obvias, y quienes están en contra, porque da que hablar y permite eludir un montón de asuntos soporíferos. Desde que convirtió la campaña de las municipales y autonómicas en un preludio al plebiscito, nos hemos ahorrado miles de horas de debate acerca de cuestiones municipales, financiación autonómica, gestión de servicios públicos, inversiones en infraestructuras y un largo etcétera de temas sobre los que efectivamente se votaba este domingo. En lugar de discutir sobre el deterioro de la sanidad, la protección de parajes naturales o la regulación de las energías renovables en el campo, nos hemos engolosinado en discusiones mucho más excitantes sobre apocalipsis ideológicos y olas reaccionarias. Que las autonomías y los municipios acumulen un caudal de competencias enorme que incide de lleno en la vida de sus administrados parece irrelevante al lado de la supervivencia política del presidente del Gobierno.
Con el adelanto electoral también se quedan sin tramitar varias leyes importantes, como la de familias, que suponía un avance reformista muy notable. Pero quedarse para defenderla y ponerla en marcha es democracia aburrida. ¿Quién quiere remangarse y hacer funcionar los trabajosos resortes de un Estado social cuando puede alargar la partida con unos órdagos? ¿Quién va a elegir la democracia, pudiendo jugar a la política? Sergio del Molino es autor, entre otros, de los ensayos 'La España vacía' (2016) y 'Contra la España vacía' (2021). Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por 'La hora violeta' (2013) y el Espasa por 'Lugares fuera de sitio' (2018). Entre sus novelas destacan 'La piel' (2020) o 'Lo que a nadie le importa' (2014). Su último libro es 'Un tal González' (2022).
























[ARCHIVO DEL BLOG] 30 años en la Unión Europea. [Publicada el 12/06/2015]









Hoy, 12 de junio, se cumplen treinta años de la entrada de España en la Unión Europea. La profesora Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público en la Universidad Complutense de Madrid, traía a colación la proximidad de la efeméride en un artículo del diario El Mundo titulado "España en la U.E.: Luces y sombras"
Ha sido una historia de éxito, dice en él la profesora Mangas. Una historia plagada de enormes dificultades en una negociación durísima, con vetos temporales (del presidente francés Giscard), con reconversiones industriales dramáticas y obstáculos hasta en las horas finales de la adopción del Tratado de Adhesión. España, continúa diciendo, siempre se mostró favorable a avanzar y profundizar en el proceso de unidad europea, impulsando todas las medidas que tendían a ese objetivo en el marco del eje París-Bonn, es decir, el grupo de países europeístas dispuestos a sacrificar parte de su soberanía por un ejercicio compartido en aras de mayor libertad, bienestar y fortaleza europea en sus dimensiones interna y externa. España ha sido un socio leal, añade, que ha compartido las mismas percepciones y compromisos con el proceso de integración que los seis socios fundadores frente al 'caballo de Troya' que siguen representando británicos y daneses o la pasiva y remolona Grecia, y aportó una renovada vitalidad institucional a la Unión Europea. Se adhirió rápido al sistema monetario, al Convenio de Schengen sobre supresión general de los controles sobre las personas en las fronteras y estuvo con los primeros en la moneda única. Pero la crisis económico-financiera desde 2008, sigue diciendo, trastocó la euforia en crisis de confianza hacia el proceso europeo. La torpeza y falta de impulso político de la Comisión Europea, presidida por Barroso, provocó desconfianza al inhibirse de sus responsabilidades y sustituir la simetría cooperativa del eje París-Berlín y de los integracionistas por el intergubernamentalismo asimétrico de Alemania. Aún con fallos clamorosos al hacer pagar la crisis a las clases medias europeas, que son el sustento de la integración, la Unión Europea ha sido el revulsivo imprescindible que ha logrado importantes reformas como las relativas a la disciplina financiera y la unión bancaria. De la necesidad ha hecho virtud.
Pero también España ha evolucionado, añade. De socio leal en lo político hemos derivado al socio más incumplidor de la UE. Gobierno y Administraciones se lo deben hacer mirar. Somos los segundos (de 28) en mayor nivel de incumplimiento sólo superados por Italia y seguidos del Grecia. El club Med. En el quinquenio 2010-2014, el Tribunal de Justicia pronunció 32 sentencias constatando infracciones de España por sólo tres desestimatorias de la infracción; y si hablamos de sentencias del Tribunal sin ejecutar, somos los primeros en rebeldía... No creo que España sea un Estado de Derecho europeo, afirma con rotundidad. Y ¿ahora qué? Frente al desprecio de tertulianos y medios de comunicación, los españoles, los europeos todos, tenemos que recobrar la fe y la emoción en Europa. Sin ideales y proyectos no prospera una sociedad ni se hace fuerte frente a las amenazas como la corrupción o el yihadismo asesino. Europa, pese a nuestras críticas, es una aventura única de civilización, de bienestar y de igualdad; la UE es una superpotencia normativa que ha generado leyes que han contribuido a construir un mundo algo más justo e igualitario, concluye.
También el Real Instituto Elcano se ha sumado a la efeméride con la publicación en su página electrónica de un "Informe Especial" que recoge el vídeo de la firma del acto de adhesión de España, firmado ese 12 de junio de 1985 en el Palacio Real de Madrid, y los discursos del rey Juan Carlos I y del presidente del gobierno, Felipe González, así como sendos análisis del director del Instituto, el profesor Charles Powell, titulado "La larga marcha hacia Europa. España y la Comunidad Europea, 1957-1986", y del profesor investigador senior asociado al Instituto, Andrés Ortega, titulado "30 años después. ¿Una U.E. demasiado angosta para España?". Les invito encarecidamente a su lectura en los enlaces reseñados.
Especialmente interesantes me han resultado asimismo los artículos que en El País de hoy, titulados "España: 30 años de compromiso europeo" y "Europa es ahora el problema", firman, respectivamente, el presidente del Parlamento europeo Martin Schulz y el profesor José Ignacio Torreblanca, a cuyos enlaces de más arriba les remito.
No quiero terminar esta entrada tan especial sin traer hasta el blog un artículo publicado en septiembre del pasado año en Revista de Libros, titulado "Europa: Poder, afecto y utopía", escrito por el diplomático Fidel Sendagorta, embajador de España en Egipto, reseñando el libro "Poder y Derecho en la Unión Europea" (Civitas/Thomson Reuters, Madrid, 2014), del profesor de Derecho Público en ESADE, José María de Areilza Carvajal. 
El último libro de José María de Areilza, dice el profesor Sendagorta, versa sobre los avatares de la construcción europea. Las elecciones al Parlamento europeo de mayo de 2014, añade, marcaron un nuevo hito en la creciente desafección del electorado hacia el proyecto de integración europea. Partidos con programas contrarios a la propia Unión Europea han batido a las formaciones políticas mayoritarias en un país, como el Reino Unido, que se interroga sobre su permanencia en la Unión, pero también en Francia, uno de los Estados fundadores del proyecto de integración. En un momento en el que prevalecen los sentimientos en los debates europeos, el libro de José María de Areilza, continúa diciendo nos sitúa en los argumentos de la razón. Pero el autor sabe que las ideas necesitan del motor de la emoción para ser verdaderamente movilizadoras. De ahí que su obra empiece y termine con la inquietud por la pérdida del horizonte utópico en el proyecto europeo y la apelación a recuperarlo como condición esencial para que pueda revitalizarse.
Las elites europeas han pecado de arrogancia en sus planteamientos integracionistas y no han sabido detectar las resistencias que iban fraguándose en amplios sectores sociales de algunos Estados miembros. Esta rebelión inesperada estalla en los referendos de 2005 sobre la Constitución europea con el triunfo del «no» en Francia y en Holanda. Y el malestar entonces todavía difuso acaba articulándose políticamente con propuestas contrarias a algunas de las realizaciones más ambiciosas de la construcción europea como el euro, la libre circulación de personas o el espacio Schengen. Entre medias, una severísima crisis financiera ha debilitado la lógica de la soberanía compartida y puesto viento, sigue diciendo, en las velas de quienes propugnan la recuperación de la capacidad para controlar los destinos de cada nación. Renace, pues, en Europa el fantasma del nacionalismo, esta vez para conjurar las amenazas reales o imaginarias de la globalización, de la inmigración y de la transferencia de poder a las instituciones de Bruselas.
Las soluciones que propone el autor del libro reseñado, dice Sendagorta, para estas deficiencias pasan, en primer lugar, por una unión de competencias limitadas en la que la integración no es la prioridad absoluta ni un objetivo en si mismo. Cuánta integración y para qué se convierten, así, en las preguntas clave para abrir un debate necesario en cada Estado miembro y Areilza no esconde su respeto por la manera en que esta discusión pública se produce en Alemania, al tiempo que brilla por su ausencia en España. En segundo lugar, el ensayo propone dar entrada en el Parlamento europeo a representantes de los parlamentos nacionales con el fin de que éstos puedan ejercitar su función de control sobre las competencias transferidas a la Unión Europea.
El ensayo de José María de Areilza, continúa diciendo, presta una atención muy especial al caso español en el tercer capítulo. Hay dos ideas que resultan especialmente pertinentes en la actualidad política de nuestro país. Una de ellas es que el Tratado de Lisboa define un régimen antisecesión que situaría a toda región que optara por la independencia en una posición extramuros de la Unión Europea. La segunda reflexión sobre España se refiere a su papel en Europa. Si, en las últimas décadas, Europa ha sido el gran proyecto de la España contemporánea y los gobiernos españoles más activos han apostado siempre por un liderazgo basado en un sincero europeísmo, esta posición no sería ya sostenible en el nuevo contexto europeo. En la medida en que España quiera seguir influyendo en Bruselas, nuestros políticos no podrán mantener ya el lema de «más Europa» como un mantra que encuentra cada vez menos eco allende los Pirineos. La definición de un nuevo europeísmo más crítico y exigente constituye, así, la condición básica para recuperar nuestra capacidad de ser escuchados.
El libro acaba con una recapitulación de los dilemas europeos a la luz de la reciente crisis del euro, y de la revitalización del proyecto de integración mediante la asunción de un nuevo idealismo basado en la compatibilidad del proyecto europeo con las democracias nacionales, la proyección de la Unión Europea en la escena internacional y la movilización de los jóvenes mediante un sistema europeo de voluntariado. Si las dos primeras tienen una plena justificación política, dice, la última presenta un componente moral propiamente metapolítico, ya que implica el paso de una cultura que contempla al ciudadano exclusivamente como sujeto de derechos a otra que incluya también la entrega desinteresada al servicio de la comunidad.
La apelación final del ensayo de Areilza a un europeísmo de nueva generación, concluye, se ilustra con una cita de Goethe, siempre evocadora y sugerente: «Lo que has heredado de tus padres tienes que merecerlo para hacerlo tuyo». Por mi parte, me sumo orgulloso y emocionado a la efeméride que celebramos trayendo de nuevo hasta ustedes las ilusionantes palabras que un gran francés y europeo, el escritor Víctor Hugo, pronunciara en un ya lejano 1848: "Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincrasia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día en que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán reemplazadas por los votos".  Así sea. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












jueves, 1 de junio de 2023

De la democracia partidista





 



Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Javier Cercas, va de la democracia partidista. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 











La democracia, un artículo de exportación
JAVIER CERCAS
27 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

En Democracia de trincheras, Lluís Orriols recuerda una frase del sociólogo Robert Michels: para los partidos políticos, la democracia no es un artículo de consumo interno, sino de exportación. El aforismo vale por un tratado.
Una democracia siempre está en crisis: la palabra crisis significa cambio, y la democracia no es un sistema estático sino dinámico. El problema es que, más o menos a partir del cataclismo económico de 2008, ese cambio ha significado la muerte del optimismo político de fin de siglo, cuando, tras el colapso de la Unión Soviética, muchos pensaron que, dadas determinadas circunstancias favorables, la democracia era un sistema irreversible: “The only game in town”, la única alternativa (eso es lo que significaba el famoso fin de la historia de Fukuyama, no que la historia se hubiera acabado, como dicen quienes no han leído a Fukuyama). En España, el cambio se hizo visible en mayo de 2011, con el estallido del 15-M. Activada por el sacudón brutal de la crisis económica, esa revuelta tuvo una intuición política: la democracia española se había convertido en una partitocracia. Era exactísimo. Convencidos de que no hay democracia sólida sin partidos sólidos, los fundadores de la nuestra buscaron crear partidos fuertes con el fin de evitar los errores que socavaron la democracia de la II República; el problema es que, al cabo de más de 30 años sin freno, los partidos se habían vuelto demasiado fuertes y su prepotencia voraz lo había colonizado todo, desde las instituciones del Estado hasta la vida social y económica; y lo peor es que, para entonces, también se habían convertido en organizaciones militarizadas, donde se obraba a toque de corneta y quien pensaba por su cuenta no salía en la foto. Muchos de los lemas más repetidos del 15-M denunciaban esa atrofia (“Democracia real ya”, “Lo llaman democracia y no lo es”, “Me gustas, democracia, pero estás como ausente”); sí, algunos eran ingenuos o cursis, pero también lo eran los de Mayo del 68 (“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Debajo de los adoquines está la playa”) y sin embargo contribuyeron a mejorar las cosas. ¿Las mejoró el 15-M? ¿Nuestra democracia es mejor hoy que en 2011? ¿Lo es al menos nuestro sistema de partidos?
Hay quien opina que sí: como mínimo, dicen, hemos cambiado un bipartidismo empobrecedor (PSOE y PP) por un enriquecedor multipartidismo (PSOE, PP, UP, Ciudadanos y Vox). El juicio peca de optimista. De entrada, el antiguo bipartidismo era muy imperfecto: el PCE, y luego IU, siempre estuvieron ahí (y, aunque menos tiempo, el CDS de Adolfo Suárez y la UPyD de Rosa Díez); en cuanto al multipartidismo actual, Ciudadanos se halla en vías de extinción, Vox nunca debió haber aparecido y UP no ha hecho otra cosa que sustituir la vieja cultura del PCE —que trata de sobrevivir en Yolanda Díaz— por un izquierdismo populista y woke: no sé yo si hemos ganado mucho con el trueque, aparte de alguna poltrona, ni si ha sido mucho más que el clásico “quítate-tú-pa-que-me-ponga-yo”. El caso es que apenas existen indicios de que los partidos de 2023 no sean tan insalubres como los de 2011; al contrario: vistos desde fuera, todos parecen organizaciones todavía más herméticas, más castrenses, más verticales, más sectarias, más autofágicas, más cesaristas. En suma: mal rollo.
Si la democracia quiere sobrevivir, la solución a su precariedad congénita sólo puede ser una: más democracia. O sea: más participación, más compromiso de la ciudadanía con las decisiones colectivas, más poder del pueblo, que es lo que en griego antiguo significaba la palabra democracia. Y, en España como en cualquier parte, ese cambio es impracticable sin partidos más democráticos, más abiertos y porosos a las demandas sociales. Como escribe Orriols, “la democracia interna de los partidos es (…) un instrumento para tomar el pulso constantemente al estado de ánimo de la sociedad y una alerta temprana para detectar errores” que “permite anticiparse a los cambios o al malestar social y adaptarse antes de que sea demasiado tarde”. Dicho de otro modo: o los partidos importan democracia o la democracia deja de ser democracia.

































[ARCHIVO DEL BLOG] Tiananmen, veinticinco años después. [Publicada el 11/06/2014]








Ya sé que en cuestión de relaciones internacionales no hay amigos ni aliados sino intereses. Aun así, aun reconociendo -sin compartirlo del todo- que los Estados, en política exterior, se deben a "intereses" mayores que los de sus ciudadanos, me repugna profundamente la obsequiosidad con la que los gobiernos occidentales y democráticos explicitan ante la opinión pública sus "relaciones" con el gobierno de la República Popular China. Un régimen al que como mínimo hay que calificar de autocracia colegiada y plutocracia partidista, aunque un servidor piense que lo que es, realmente, es una feroz dictadura corrupta hasta la médula. Pero en fin, por fortuna para mí, no formo parte del servicio diplomático y no tengo que guardar las formas de cortesía debidas.
Hace unos días, en concreto el 4 de junio pasado, se cumplieron veinticinco años de lo que se ha dado en llamar "los sucesos de Tiananmen", que hacen referencia a la feroz represión que el ejército de la República Popular China llevo a cabo ese día contra los ciudadanos de ese país que se manifestaban en la renombrada plaza pekinesa en solicitud de reformas y libertades políticas para su pueblo. Les sugiero ver este vídeo emitido el 10 de junio de 1989, solo seis días después de la matanza, en el programa "Informe semanal" de RTVE. 
Hoy, veinticinco años después, Amnistía Internacional continúa reclamando de las autoridades chinas una aclaración de los sucesos acaecidos en una nueva campaña a la que pueden sumarse desde el enlace de más arriba.
El sociólogo español Julio Aramberri, que lleva muchos años enseñando en universidades de Extremo Oriente y es un profundo conocedor de los entresijos de la política china, trataba el asunto hace unos días en su blog en un artículo titulado "¿Todo quedó en el olvido?". En los primeros párrafos del mismo denunciaba el férreo e impenetrable muro de silencio que el régimen chino ha impuesto a su pueblo sobre el aniversario, lo que no ha impedido que miles de hongkoneses lo recordaran masivamente en una vigilia cargada de emoción y simbolismo. Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt. 











miércoles, 31 de mayo de 2023

De la vida como ejemplo

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Rafael Narbona, va de la vida como ejemplo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Simone Weil, la virgen roja
RAFAEL NARBONA
03 MAY 2017 - Revista de Libros
harendt.blogspot.com

Simone Weil ha pasado a la historia como una revolucionaria desencantada y una mística que se quedó voluntariamente en el umbral de la Iglesia católica, rechazando el sacramento del bautismo. De origen judío, su escepticismo religioso se convirtió en amor a Dios en 1937, poco después de trabajar en una fábrica, donde la desdicha ajena penetró en su carne y en su alma. Durante su breve y polémica carrera como profesora de filosofía, le acompañó el apodo que le habían asignado sus compañeros de universidad: la «virgen roja». Su estilo de vida coincidía con las reglas de un ascetismo severo: alimentación frugal, pobreza relativa y abstinencia sexual. Su austeridad en lo material y carnal convivía con el compromiso político con la clase trabajadora. Su identificación con el comunismo se resquebrajó cuando descubrió que la Unión Soviética se había convertido en un régimen totalitario, donde se pisoteaban las libertades y una elite burocrática acumulaba bienes y privilegios. Sobrevivió su simpatía hacia los sindicatos como respuesta necesaria a los abusos de un sistema económico que sólo reparaba en los beneficios. Su experiencia en la fábrica le mostró los aspectos más sombríos de la producción en cadena, que despersonaliza al operario hasta borrar su humanidad: «había olvidado realmente mi pasado y no esperaba ningún futuro, pudiéndome difícilmente imaginar la posibilidad de sobrevivir a aquellas fatigas». Esa vivencia dejó una dolorosa huella en su espíritu, que jamás pudo sacudirse los sentimientos de humillación y servidumbre: «Desde entonces, me he considerado siempre una esclava».
Tras abandonar su puesto en la fábrica, viaja a Portugal. En una miserable aldea de pescadores, descubre a un grupo de mujeres enlutadas portando cirios y recitando unos cantos tristes y solemnes, mientras la luna llena extiende una blancura perfecta, casi irreal, por el muelle y los callejones cercanos. En la «Autobiografía» que escribió en forma de carta al padre Joseph-Marie Perrin, apunta: «Allí tuve de repente la certeza de que el cristianismo era la religión por excelencia de los esclavos, de que los esclavos no podían dejar de adherirse a ella, y yo entre ellos». Poco después, visitó Asís y entró en la capilla románica de Santa María de los Ángeles, «incomparable maravilla de pureza», experimentando una sensación desconocida: «algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas». Coincidió con un joven católico inglés, cuyo rostro se transformó después de comulgar, revelándole el poder sobrenatural de los sacramentos. Se acercó a él y estableció una conversación providencial, pues su interlocutor le habló de los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII, donde hallaría algo más tarde el poema «Amor», de George Herbert, que comienza con los versos: «El Amor me acogió, mas mi alma se apartaba, / culpable de polvo y de pecado». Cautivada por el poema, lo memorizó y adquirió el hábito de recitarlo, especialmente durante sus redundantes e intensos dolores de cabeza, sin advertir que albergaba la fuerza de una oración: «Fue en el curso de una de estas recitaciones, […] cuando Cristo descendió y me tomó».
Simone Weil examinó retrospectivamente su vida y advirtió que siempre había cultivado las virtudes cristianas: «Me sentí fascinada por san Francisco desde que tuve noticia de él. Siempre he creído y esperado que la suerte me llevaría un día por la fuerza a ese estado de vagabundeo y mendicidad en el que él entró libremente». Ese deseo había corrido en paralelo a la determinación de actuar caritativamente, compartiendo sus escasas posesiones. De hecho, se había desprendido de una considerable parte de su sueldo de profesora, entregándola a los obreros en paro, y nunca se había preocupado por su aspecto exterior, pese a que muchos habían afeado su desaliño. Su conformidad con la doctrina al amor fati de los estoicos había sido en realidad una aceptación implícita de la voluntad de Dios, sea cual fuera. De igual modo, su noción de pureza había reflejado fielmente las exigencias de la moral cristiana. No sin conocer las vicisitudes del amor adolescente, se había comprometido libremente con la castidad a los dieciséis años: «La idea me surgió durante la contemplación de un paisaje de montaña y poco a poco se me ha impuesto de manera irresistible». Algunos han arrojado sombras sobre la lucidez mental de Simone Weil, asociando su ascetismo y sus experiencias místicas a una neurosis que desembocó en una anorexia fatal. Sin embargo, sus palabras parecen sinceras y nada enfermizas: «En este súbito descenso de Cristo sobre mí, ni los sentidos ni la imaginación tuvieron papel alguno; sentí solamente, a través del sufrimiento, la presencia de un amor análogo al que se lee en la sonrisa de un rostro amado». Nunca había previsto «la posibilidad de un contacto real, de persona a persona, aquí abajo, entre un ser humano y Dios». El encuentro con Cristo no fue algo puntual, sino el inicio de una relación que se prolongaría hasta el final de su corta existencia: «Cristo en persona está presente, pero con una presencia infinitamente más real, más punzante, más clara y más llena de amor que aquella primera vez en que se apoderó de mí». Si negamos la posibilidad de la experiencia mística, liquidaremos una parte valiosísima de nuestra herencia cultural, rebajando a la categoría de enfermos o impostores a figuras como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, William Blake o Miguel de Molinos.
Las experiencias místicas de Simone Weil se manifestaron como una apertura infinita («el espacio se abre») fundida con el silencio, «un silencio que no es ausencia de sonido, sino el objeto de una sensación positiva, más positiva que la de un sonido». Weil estimaba que el imperativo moral de una época caracterizada por el pesimismo existencial «es mostrar a las gentes la posibilidad de un cristianismo verdaderamente encarnado». Su acercamiento a Cristo, que no se consumó en forma de conversión al catolicismo, pues no llegó a bautizarse, no la desvió de la solidaridad con los pobres y vulnerables, sino que incrementó ese vínculo. No podía ser de otro modo en una conciencia genuinamente cristiana, pues Cristo perteneció a la legión de los desheredados y murió como un esclavo, sufriendo un castigo reservado a los que se rebelaban contra el poder temporal de Roma. Su desilusión con el marxismo no implicó un giro conservador, sino una nueva forma de radicalismo, que jamás suscribió los dogmas de la Iglesia Católica. En sus Cuadernos escribe: «La Iglesia ha sido un gran animal totalitario. Fue la iniciadora de la manipulación de toda la humanidad con fines apologéticos». En 1942 envió una carta al dominico Jean Couturier en la enunciaba sus numerosas objeciones, persistentes –o incluso más vivas? después de su experiencia mística: «cuando leo el catecismo del Concilio de Trento, me da la impresión de que no tengo nada en común con la religión que en él se expone. Cuando leo el Nuevo Testamento, los místicos, la liturgia, cuando veo celebrar la misa, siento con alguna forma de certeza que esa fe es la mía o, más exactamente, que sería la mía sin la distancia que entre ella y yo pone mi imperfección». No es posible exponer las abundantes y rigurosas objeciones de Simone Weil al credo católico, pero todas se fundamentan en el error fundacional de Pablo de Tarso y los apóstoles, que confundieron la buena nueva con una teología orientada a constituir no ya una comunidad, sino una estructura de poder con absurdas pretensiones de santidad: «Cristo era perfecto, mientras que la Iglesia está manchada por cantidad de crímenes». Es más, «la concepción tomista de la “fe” implica un totalitarismo tan asfixiante o más que el de Hitler». Nada más monstruoso que afirmar: «Fuera de la Iglesia no hay salvación». En realidad, «un ateo o un “infiel” que sean capaces de compasión pura, están tan próximos a Dios como un cristiano y, en consecuencia, le conocen igualmente, aunque sus conocimientos se expresen mediante otras palabras, o queden en silencio. Pues “Dios es amor”. Y retribuye a quienes le buscan y da la luz a quienes se le acercan, sobre todo si anhelan la luz». Cristo no hizo milagros, sino buenas obras: «Lo que es perfecto no es la Iglesia, es el cuerpo y la sangre de Cristo en los altares».
La fe es un misterio que discurre por el filo de lo inexpresable. Ni la ciencia ni la historia pueden justificarla, pero no es algo irracional, sino asequible a una mente despierta. Escribe Simone Weil: «Creo que el misterio de la belleza en la naturaleza y en las artes (solamente en el arte de primer orden, perfecto o casi perfecto) es un reflejo sensible del misterio de la fe». Sin despreciar los sacramentos, apunta que el rito siempre será inferior al sentimiento: «el día en que yo ame a Dios lo suficiente para merecer la gracia del bautismo, recibiré esa gracia ese mismo día, indefectiblemente, bajo la forma que Dios quiera, sea por medio del bautismo propiamente dicho, sea de cualquier otra forma. ¿Por qué, entonces, preocuparse? No es en mí en quien debo pensar, sino en Dios. Es Dios quien debe pensar en mí».
Simone Weil se colocaba a sí misma en una situación de espera con respecto a Dios, pero su espera no incluía tanto la inmortalidad, de la cual dudaba, como la santidad. En su caso, la santidad no representaba la presunción de ser perfecta, sino un ideal, un deber, un modelo de vida que comportaba la entrega a los demás: «El mundo tiene necesidad de santos como una ciudad con peste tiene necesidad de médicos. Allí donde hay necesidad, hay obligación». Sería absurdo canonizar a Simone Weil como alguna vez se ha sugerido, pero es indiscutible que el apodo de «virgen roja» resume con elocuencia su apasionada existencia. Al margen de su extraño celibato voluntario, puede ser llamada virgen en tanto que desde muy temprano decidió postergar sus necesidades para velar por las ajenas. Fue madre, aunque no dejara progenie. Madre por su solicitud con sus semejantes y por su presencia en la posteridad, que no deja de inspirar ternura y afán de emulación. Y roja porque –si bien se distanció del comunismo? se aproximó a posiciones libertarias, perseverando en su defensa de los trabajadores. La santidad, cuando es auténtica y no un simulacro con apoyo institucional, produce irritación, pues evidencia la autocomplacencia de una sociedad satisfecha y escasamente solidaria. Simone Weil irritó a muchos de sus contemporáneos y sigue irritando a quienes escrutan su biografía con una mezcla de estupor y desdén. Su santidad está acreditaba –entre otras razones? por este hecho y no demanda ningún tipo de adoración, sino abordar el mundo con alegría y sin deplorar sus limitaciones, pues «aun cuando no hubiera nada más para nosotros que la vida terrena, aun cuando el instante de la muerte no nos aportase nada nuevo, la sobreabundancia infinita de la misericordia divina está ya secretamente presente, aquí, en toda su integridad».




























[ARCHIVO DEL BLOG] Un reconocimiento merecido. [Publicada el 19/7/2008]





http://www.elpais.com/recorte/20080718elpepinac_4/LCO340/Ies/rey_don_Juan_Carlos_pasea_junto_Adolfo_Suarez.jpg
  



Es noticia destacada en la prensa la visita que ayer realizaron los reyes al expresidente del gobierno Adolfo Suárez, en su domicilio particular, para entregarle personalmente el Gran Collar de la Orden del Toisón de Oro, la condecoración nobiliaria más importante del mundo -de la que el rey de España es su Gran Maestre- que le fue otorgado por el Gobierno el pasado año.
Es un reconocimiento absolutamente merecido para quien fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981, impulsor de la Ley de Reforma Política que puso fin al régimen franquista y del proceso constituyente posterior que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978.
Hablé con Adolfo Suárez personalmente en una sola ocasión, poco después de ser designado presidente del gobierno por el rey, en mi condición de secretario general en Las Palmas de la Unión del Pueblo Español (UDPE), una de las "asociaciones políticas" que él impulsaba desde la secretaría general del Movimiento. Me pareció, como han dicho de él otras personas con mucho más conocimiento de causa que yo, un auténtico animal político, un encantador de serpientes, al que no se le puede escatimar elogio alguno por lo que consiguió y por como lo consiguió... No le seguí en su creación de la UCD, tras el reconocimiento legal de los partidos políticos, y volví a la vida universitaria. Nunca me he sentido a gusto del todo como hombre de partido, aunque milité después en el PSOE durante un tiempo. Pero jamás ha dejado de interesarme la política, más como ciencia y estudio teórico que como ejercicio profesional o vocacional.
Pienso que Adolfo Suárez se merece, aunque resulte tardío, ese reconocimiento que el pueblo, el gobierno y el rey le otorgan con esta distinción. Y reconozco no haber podido dominar del todo la emoción que me ha embargado al ver la entrañable foto de un Adolfo Suárez incapaz de recordar quién es, quién fue y qué hizo, paseando junto al rey de los españoles.
Les invito a leer las crónicas que Mábel Galaz y Federico Quevedo han escrito en El País y El Confidencial, respectivamente. Y Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt