Hoy, 12 de junio, se cumplen treinta años de la entrada de España en la Unión Europea. La profesora Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público en la Universidad Complutense de Madrid, traía a colación la proximidad de la efeméride en un artículo del diario El Mundo titulado "España en la U.E.: Luces y sombras".
Ha sido una historia de éxito, dice en él la profesora Mangas. Una historia plagada de enormes dificultades en una negociación durísima, con vetos temporales (del presidente francés Giscard), con reconversiones industriales dramáticas y obstáculos hasta en las horas finales de la adopción del Tratado de Adhesión. España, continúa diciendo, siempre se mostró favorable a avanzar y profundizar en el proceso de unidad europea, impulsando todas las medidas que tendían a ese objetivo en el marco del eje París-Bonn, es decir, el grupo de países europeístas dispuestos a sacrificar parte de su soberanía por un ejercicio compartido en aras de mayor libertad, bienestar y fortaleza europea en sus dimensiones interna y externa. España ha sido un socio leal, añade, que ha compartido las mismas percepciones y compromisos con el proceso de integración que los seis socios fundadores frente al 'caballo de Troya' que siguen representando británicos y daneses o la pasiva y remolona Grecia, y aportó una renovada vitalidad institucional a la Unión Europea. Se adhirió rápido al sistema monetario, al Convenio de Schengen sobre supresión general de los controles sobre las personas en las fronteras y estuvo con los primeros en la moneda única. Pero la crisis económico-financiera desde 2008, sigue diciendo, trastocó la euforia en crisis de confianza hacia el proceso europeo. La torpeza y falta de impulso político de la Comisión Europea, presidida por Barroso, provocó desconfianza al inhibirse de sus responsabilidades y sustituir la simetría cooperativa del eje París-Berlín y de los integracionistas por el intergubernamentalismo asimétrico de Alemania. Aún con fallos clamorosos al hacer pagar la crisis a las clases medias europeas, que son el sustento de la integración, la Unión Europea ha sido el revulsivo imprescindible que ha logrado importantes reformas como las relativas a la disciplina financiera y la unión bancaria. De la necesidad ha hecho virtud.
Ha sido una historia de éxito, dice en él la profesora Mangas. Una historia plagada de enormes dificultades en una negociación durísima, con vetos temporales (del presidente francés Giscard), con reconversiones industriales dramáticas y obstáculos hasta en las horas finales de la adopción del Tratado de Adhesión. España, continúa diciendo, siempre se mostró favorable a avanzar y profundizar en el proceso de unidad europea, impulsando todas las medidas que tendían a ese objetivo en el marco del eje París-Bonn, es decir, el grupo de países europeístas dispuestos a sacrificar parte de su soberanía por un ejercicio compartido en aras de mayor libertad, bienestar y fortaleza europea en sus dimensiones interna y externa. España ha sido un socio leal, añade, que ha compartido las mismas percepciones y compromisos con el proceso de integración que los seis socios fundadores frente al 'caballo de Troya' que siguen representando británicos y daneses o la pasiva y remolona Grecia, y aportó una renovada vitalidad institucional a la Unión Europea. Se adhirió rápido al sistema monetario, al Convenio de Schengen sobre supresión general de los controles sobre las personas en las fronteras y estuvo con los primeros en la moneda única. Pero la crisis económico-financiera desde 2008, sigue diciendo, trastocó la euforia en crisis de confianza hacia el proceso europeo. La torpeza y falta de impulso político de la Comisión Europea, presidida por Barroso, provocó desconfianza al inhibirse de sus responsabilidades y sustituir la simetría cooperativa del eje París-Berlín y de los integracionistas por el intergubernamentalismo asimétrico de Alemania. Aún con fallos clamorosos al hacer pagar la crisis a las clases medias europeas, que son el sustento de la integración, la Unión Europea ha sido el revulsivo imprescindible que ha logrado importantes reformas como las relativas a la disciplina financiera y la unión bancaria. De la necesidad ha hecho virtud.
Pero también España ha evolucionado, añade. De socio leal en lo político hemos derivado al socio más incumplidor de la UE. Gobierno y Administraciones se lo deben hacer mirar. Somos los segundos (de 28) en mayor nivel de incumplimiento sólo superados por Italia y seguidos del Grecia. El club Med. En el quinquenio 2010-2014, el Tribunal de Justicia pronunció 32 sentencias constatando infracciones de España por sólo tres desestimatorias de la infracción; y si hablamos de sentencias del Tribunal sin ejecutar, somos los primeros en rebeldía... No creo que España sea un Estado de Derecho europeo, afirma con rotundidad. Y ¿ahora qué? Frente al desprecio de tertulianos y medios de comunicación, los españoles, los europeos todos, tenemos que recobrar la fe y la emoción en Europa. Sin ideales y proyectos no prospera una sociedad ni se hace fuerte frente a las amenazas como la corrupción o el yihadismo asesino. Europa, pese a nuestras críticas, es una aventura única de civilización, de bienestar y de igualdad; la UE es una superpotencia normativa que ha generado leyes que han contribuido a construir un mundo algo más justo e igualitario, concluye.
También el Real Instituto Elcano se ha sumado a la efeméride con la publicación en su página electrónica de un "Informe Especial" que recoge el vídeo de la firma del acto de adhesión de España, firmado ese 12 de junio de 1985 en el Palacio Real de Madrid, y los discursos del rey Juan Carlos I y del presidente del gobierno, Felipe González, así como sendos análisis del director del Instituto, el profesor Charles Powell, titulado "La larga marcha hacia Europa. España y la Comunidad Europea, 1957-1986", y del profesor investigador senior asociado al Instituto, Andrés Ortega, titulado "30 años después. ¿Una U.E. demasiado angosta para España?". Les invito encarecidamente a su lectura en los enlaces reseñados.
Especialmente interesantes me han resultado asimismo los artículos que en El País de hoy, titulados "España: 30 años de compromiso europeo" y "Europa es ahora el problema", firman, respectivamente, el presidente del Parlamento europeo Martin Schulz y el profesor José Ignacio Torreblanca, a cuyos enlaces de más arriba les remito.
No quiero terminar esta entrada tan especial sin traer hasta el blog un artículo publicado en septiembre del pasado año en Revista de Libros, titulado "Europa: Poder, afecto y utopía", escrito por el diplomático Fidel Sendagorta, embajador de España en Egipto, reseñando el libro "Poder y Derecho en la Unión Europea" (Civitas/Thomson Reuters, Madrid, 2014), del profesor de Derecho Público en ESADE, José María de Areilza Carvajal.
Especialmente interesantes me han resultado asimismo los artículos que en El País de hoy, titulados "España: 30 años de compromiso europeo" y "Europa es ahora el problema", firman, respectivamente, el presidente del Parlamento europeo Martin Schulz y el profesor José Ignacio Torreblanca, a cuyos enlaces de más arriba les remito.
No quiero terminar esta entrada tan especial sin traer hasta el blog un artículo publicado en septiembre del pasado año en Revista de Libros, titulado "Europa: Poder, afecto y utopía", escrito por el diplomático Fidel Sendagorta, embajador de España en Egipto, reseñando el libro "Poder y Derecho en la Unión Europea" (Civitas/Thomson Reuters, Madrid, 2014), del profesor de Derecho Público en ESADE, José María de Areilza Carvajal.
El último libro de José María de Areilza, dice el profesor Sendagorta, versa sobre los avatares de la construcción europea. Las elecciones al Parlamento europeo de mayo de 2014, añade, marcaron un nuevo hito en la creciente desafección del electorado hacia el proyecto de integración europea. Partidos con programas contrarios a la propia Unión Europea han batido a las formaciones políticas mayoritarias en un país, como el Reino Unido, que se interroga sobre su permanencia en la Unión, pero también en Francia, uno de los Estados fundadores del proyecto de integración. En un momento en el que prevalecen los sentimientos en los debates europeos, el libro de José María de Areilza, continúa diciendo nos sitúa en los argumentos de la razón. Pero el autor sabe que las ideas necesitan del motor de la emoción para ser verdaderamente movilizadoras. De ahí que su obra empiece y termine con la inquietud por la pérdida del horizonte utópico en el proyecto europeo y la apelación a recuperarlo como condición esencial para que pueda revitalizarse.
Las elites europeas han pecado de arrogancia en sus planteamientos integracionistas y no han sabido detectar las resistencias que iban fraguándose en amplios sectores sociales de algunos Estados miembros. Esta rebelión inesperada estalla en los referendos de 2005 sobre la Constitución europea con el triunfo del «no» en Francia y en Holanda. Y el malestar entonces todavía difuso acaba articulándose políticamente con propuestas contrarias a algunas de las realizaciones más ambiciosas de la construcción europea como el euro, la libre circulación de personas o el espacio Schengen. Entre medias, una severísima crisis financiera ha debilitado la lógica de la soberanía compartida y puesto viento, sigue diciendo, en las velas de quienes propugnan la recuperación de la capacidad para controlar los destinos de cada nación. Renace, pues, en Europa el fantasma del nacionalismo, esta vez para conjurar las amenazas reales o imaginarias de la globalización, de la inmigración y de la transferencia de poder a las instituciones de Bruselas.
Las soluciones que propone el autor del libro reseñado, dice Sendagorta, para estas deficiencias pasan, en primer lugar, por una unión de competencias limitadas en la que la integración no es la prioridad absoluta ni un objetivo en si mismo. Cuánta integración y para qué se convierten, así, en las preguntas clave para abrir un debate necesario en cada Estado miembro y Areilza no esconde su respeto por la manera en que esta discusión pública se produce en Alemania, al tiempo que brilla por su ausencia en España. En segundo lugar, el ensayo propone dar entrada en el Parlamento europeo a representantes de los parlamentos nacionales con el fin de que éstos puedan ejercitar su función de control sobre las competencias transferidas a la Unión Europea.
El ensayo de José María de Areilza, continúa diciendo, presta una atención muy especial al caso español en el tercer capítulo. Hay dos ideas que resultan especialmente pertinentes en la actualidad política de nuestro país. Una de ellas es que el Tratado de Lisboa define un régimen antisecesión que situaría a toda región que optara por la independencia en una posición extramuros de la Unión Europea. La segunda reflexión sobre España se refiere a su papel en Europa. Si, en las últimas décadas, Europa ha sido el gran proyecto de la España contemporánea y los gobiernos españoles más activos han apostado siempre por un liderazgo basado en un sincero europeísmo, esta posición no sería ya sostenible en el nuevo contexto europeo. En la medida en que España quiera seguir influyendo en Bruselas, nuestros políticos no podrán mantener ya el lema de «más Europa» como un mantra que encuentra cada vez menos eco allende los Pirineos. La definición de un nuevo europeísmo más crítico y exigente constituye, así, la condición básica para recuperar nuestra capacidad de ser escuchados.
El libro acaba con una recapitulación de los dilemas europeos a la luz de la reciente crisis del euro, y de la revitalización del proyecto de integración mediante la asunción de un nuevo idealismo basado en la compatibilidad del proyecto europeo con las democracias nacionales, la proyección de la Unión Europea en la escena internacional y la movilización de los jóvenes mediante un sistema europeo de voluntariado. Si las dos primeras tienen una plena justificación política, dice, la última presenta un componente moral propiamente metapolítico, ya que implica el paso de una cultura que contempla al ciudadano exclusivamente como sujeto de derechos a otra que incluya también la entrega desinteresada al servicio de la comunidad.
La apelación final del ensayo de Areilza a un europeísmo de nueva generación, concluye, se ilustra con una cita de Goethe, siempre evocadora y sugerente: «Lo que has heredado de tus padres tienes que merecerlo para hacerlo tuyo». Por mi parte, me sumo orgulloso y emocionado a la efeméride que celebramos trayendo de nuevo hasta ustedes las ilusionantes palabras que un gran francés y europeo, el escritor Víctor Hugo, pronunciara en un ya lejano 1848: "Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincrasia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día en que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán reemplazadas por los votos". Así sea. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
La UE es una macro organización , una grandísima " maquinaria " que cuesta mucho dinero , demasiado dinero para los resultados que le llegan al ciudadano de a pie , demasiados edificios , demasiadas oficinas , demasiados funcionarios y sobre todo demasiados políticos , gran parte de los mismos demasiados " mediocres " . Una verdadera LASTIMA . Cordiales saludos
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