Tengo que corregirme la manía de comenzar mis escritos definiendo casi cualquier término controvertido que uso. Espero que me crean si les digo que no se trata de pedantería por mi parte, sino más bien de intentar emplearlos con la mayor precisión posible para así evitar malentendidos innecesarios. Si no estamos de acuerdo en el sentido real de las palabras que empleamos será difícil no ya ponernos de acuerdo sino tan siquiera entendernos los unos con los otros. ¿No les parece?
Comencemos hoy con la palabra Demagogia, del griego δημαγωγία, que se define como práctica política consistente en ganarse con "halagos" el favor popular, y también como degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos "elementales" de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder. El entrecomillado es mío; las definiciones del Diccionario de la Lengua Española de la RAE.
Timothy Garton Ash es un eminente catedrático británico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, que recientemente ha recibido el prestigioso Premio Internacional Carlomagno. Garton Ash, brillante polemista, se ha distinguido siempre por un acendrado europeísmo. Y hace unos días escribía en el diario El País, con el que colabora de forma habitual, un interesante artículo titulado Hacia lo peor de los dos mundos, en el que afirmaba que si la prioridad es la economía, lo lógico sería pensar que el Reino Unido debería permanecer en la Unión Europea, y que eso es lo que muchos conservadores y laboristas piensan en privado, pero no se atreven a decirlo porque "el pueblo ha hablado".
Los británicos no saben lo que quieren, decía el titular de portada del gran diario suizo Neue Zürcher Zeitung, comienza diciendo. O dicho de otra forma: los británicos no se ponen de acuerdo en qué quieren ni saben cómo conseguirlo. En el primer aniversario del referéndum que aprobó la salida de la Unión, resulta doloroso ver el caos en que se encuentra el país.
En cambio, añade, el resto de la UE está haciendo serios esfuerzos para recuperarse. Desde que el presidente francés, Emmanuel Macron, apareció ante el Louvre la noche de su victoria electoral, a los sones del himno de Europa, y todavía más desde su éxito en las elecciones legislativas, existe un nuevo optimismo sobre la capacidad de la pareja franco-alemana de volver a enderezar el proyecto europeo. En el primer trimestre de este año, la economía de la eurozona creció más deprisa que la de Reino Unido. Después de las victorias del Brexit y Trump, en muchos Estados miembros ha aumentado el apoyo popular a la UE. Angela Merkel ha dicho que Europa tiene que cuidar de sí misma porque ya no puede depender de Estados Unidos ni de Reino Unido.
Las autoridades de París, Berlín y Bruselas tienen sus propios problemas, y el Brexit, para la mayoría, no es más que una cuestión irritante pero secundaria, dice más tarde. Una fuente alemana bien informada ha contado que, en la primera entrevista entre Macron y Merkel, dedicaron unos 60 segundos al tema.
La UE de 27 hablará brevemente del Brexit durante la cumbre de hoy, 23 de junio, por la mañana en Bruselas, mientras May se toma el té en Downing Street. Quizá se disputen el reparto de los organismos europeos que están en Londres, pero todos están de acuerdo en el mensaje básico de la UE al Gobierno británico: “No, no podéis tenerlo todo” (The Daily Mail lo llamará intimidación).
Mientras tanto, las elecciones en Reino Unido han dado nuevo impulso a un Brexit más blando, comenta. Los laboristas arrebataron votos a los conservadores, sobre todo en circunscripciones que en 2016 votaron por la permanencia en la UE. Ahora tenemos un Parlamento sin una mayoría partidaria de un Brexit duro, ni mucho menos de la tontería que le gusta repetir a May, que “ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. Los laboristas, los demócratas liberales y los nacionalistas escoceses quieren un Brexit blando o permanecer en la UE. Incluso el Partido Unionista Democrático (DUP) de Irlanda del Norte, favorable al Brexit, y cuyos 10 votos necesita el Gobierno, quiere que se mantenga abierta la frontera con la República de Irlanda. Además, los resultados electorales han empujado a los diputados conservadores que votaron por la permanencia a luchar por un Brexit más blando y dar prioridad a la economía y el empleo. El ministro de Hacienda, Philip Hammond, defiende una visión del Brexit diferente a la que propuso May al pueblo británico. En un discurso pronunciado el 20 de junio en la City, volvió a convertir la economía en el aspecto prioritario del Brexit.
Sin embargo, es una postura ligeramente extraña e incoherente, sigue diciendo. Porque, si las prioridades son la economía y el empleo, es evidente que lo mejor para Reino Unido es permanecer en la UE. Por eso David Cameron, en la campaña del referéndum, apeló exclusivamente (demasiado exclusivamente) a las consecuencias económicas. En otro discurso pronunciado también el día 20, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, relacionó directamente el hecho de que haya “menor crecimiento de las rentas reales” con las negociaciones del Brexit. Es decir, que ya se ven las consecuencias negativas. Y no hemos hecho más que empezar.
Cameron perdió el referéndum porque, a muchos votantes, limitar la inmigración y restablecer la soberanía formal y el autogobierno democrático —es decir, “recuperar el control”— les pareció más importante que la economía, que les hicieron creer que tampoco iría tan mal, señala. Si la prioridad es la economía, lo lógico es pensar que Reino Unido debe permanecer en la UE, y eso es lo que Hammond y muchos otros conservadores y laboristas piensan en privado. Pero no se atreven a decirlo, porque “el pueblo ha hablado” y porque no quieren dividir a sus propios partidos.
Si hemos aprendido algo en este último año es que, en política, nadie sabe qué va a suceder mañana: ahí están el Brexit, Trump y Macron, comenta. No obstante, tengo la impresión de que, después de un periodo de transición con las condiciones actuales, Reino Unido acabará probablemente con un acuerdo similar al de Noruega sobre el Espacio Económico Europeo (EEE), el acuerdo especial de libre comercio de Suiza o el de pertenencia de Turquía a la unión aduanera. Podrán adornarlo con la Union Jack, pero Reino Unido será miembro del mercado común, tendrá que respetar unas reglas en las que no ha intervenido, seguirá pagando a las arcas de la UE, verá muy poca reducción del número de inmigrantes de la UE y tendrá que aceptar unos acuerdos vinculantes de arbitraje en los que el Tribunal de Justicia de la UE seguirá teniendo un papel muy importante. La mayoría del Parlamento seguramente se lo tragará y saldrá del paso a la británica.
Aunque no existe ningún consenso entre los británicos (las proclamas de May sobre “la unidad del país” sobre el Brexit son descaradamente ridículas), dice más adelante, quizá esa posición sea un medio camino entre los extremos de la salida y la permanencia. El otro día hablé con un estudiante suizo y me dijo que, aunque sabe que su país depende enormemente de la UE, no quiere que Suiza se incorpore a la Unión porque “sigo teniendo la sensación de que mandamos en nosotros mismos”. Muchos británicos desean recuperar ese sentimiento, a pesar de ser conscientes de que una cosa es la soberanía formal y otra, muy distinta, el verdadero poder.
Tal como van las cosas, termina diciendo, me parece que ese es el terreno en el que acabaremos. Pero no es inevitable. Los británicos europeos debemos unir nuestras fuerzas para decir, cuando se presenten los resultados de una negociación descafeinada ante el Parlamento: “Lo que hemos conseguido es quedarnos sin nada. ¿Por qué conformarnos con ser de segunda categoría, con todos los inconvenientes y muy pocas ventajas, cuando podríamos permanecer en la UE y ser miembros de pleno derecho?”. Al fin y al cabo, como dijo hace unos años el hoy ministro del Brexit, David Davis, “si una democracia no es capaz de cambiar de opinión, deja de ser una democracia”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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