jueves, 28 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Los europeos



La Acrópolis, Atenas


"Una de las salidas de la crisis después del paisaje devastado que dejará la pandemia -comenta en el A vuelapluma de hoy [Aquella idea de Europa. La Vanguardia, 20/5/2020] el escritor Lluís Foix- será regresar a aquella idea de Europa que George Steiner dejó escrita en un libro que se lee en media hora. Definía a Europa en cinco axiomas: los cafés; los paisajes que se pueden recorrer a escala humana; las calles y las plazas que llevan nombres de esta­distas, científicos, artistas y escritores del pasado; nuestra doble procedencia de Atenas y Jerusalén, y, por último, el temor de un capítulo final, de aquel famoso crepúsculo hegeliano, que oscurecía la idea y la sustancia de Europa, incluso en plena luz del día.

Un tono de desconfianza o desafío a la actual Europa se detecta en la extrema derecha y en la extrema izquierda españolas. En el obituario de Julio Anguita publicado en este diario por Pablo Iglesias el pasado domingo, el líder de Podemos reivindicaba las críticas del que fue llamado el Califa Rojo “a las debilidades del modelo antisocial de construcción europea”.

No es que renieguen de Europa, sino que no les gusta la que han construido las dos grandes familias políticas europeas de los últimos setenta años: los democristianos y los socialdemócratas. La ultraderecha europea combate también esta idea de Europa por razones basadas, según Steiner, “en los odios étnicos, el nacionalismo chovinista y las reivindicaciones regionales que han sido la pesadilla de Europa”.

La figura de Jorge Semprún no es cómoda para esta izquierda que quisiera una Europa entregada a utopías, que cuando han querido ponerse en práctica se convirtieron en distopías que negaron el progreso y la libertad a quienes gobernaron. ­Decía Semprún que su caso era “el de un antiguo leninista, que era, por tanto, antieuropeo, que descubre que con el proyecto de Europa se abre un horizonte posible para practicar una democracia radical. La transformación se produce cuando me enfrento, siendo comunista, a la realidad española y descubro que es más importante la democracia, incluso con capitalismo y mercado, que los hipotéticos logros sociales de una dictadura del proletariado”.

Semprún fue ministro de Cultura con Felipe González y sabía que los dos monstruos goyescos, el fascismo y el comunismo, que recorrieron Europa el siglo pasado, fueron superados política, cultural y económicamente por la corriente principal, el mainstream de las democracias liberales, con todas sus imperfecciones, errores y fracasos.

Europa, ciertamente, atraviesa momentos de inquietud y zozobra. La ruptura provocada por el Brexit y por el nacionalismo romántico de los ingleses ha sido una herida que tardará tiempo en cicatrizarse. El distanciamiento, también nacionalista, de los Estados Unidos de Trump ha situado en la cuerda floja las alianzas trasatlánticas en la defensa, en el comercio y en las prioridades de protección de las minorías y de los más frágiles.

La irrupción de la pandemia de la Co­vid-19 ha hecho saltar todas las señales de alarma al comprobar que Europa no estaba preparada ni médicamente ni psicológicamente para hacer frente al miedo colectivo provocado por el virus. A los políticos les ha pillado con el pie cambiado y han em­pezado a improvisar cada uno por su cuenta. Han hablado mucho, eso sí, pero no entendieron la magnitud del problema ni qué medidas cabía adoptar. El número de muertos, en España en concreto, se puede calificar de un gran fiasco.

Es arriesgado predecir cómo quedará Europa después de esta sacudida vírica. Pero el anuncio de un plan de ayudas de 500.000 millones de euros para un fondo de recuperación de la economía maltrecha es una señal positiva. Angela Merkel y Emmanuel Macron se han puesto al frente de este proyecto y saben lo mucho que está en juego si se producen nuevas divisiones entre el norte y el sur, entre los más debilitados por la crisis y los que la han soportado mejor, entre los ricos y los pobres, entre los que apuestan por una idea de Europa basada en las libertades y la convivencia y los que quieren cambiarlo todo sin la amplitud de miras que caracteriza cualquier empresa ambiciosa.

Las amenazas que afronta Occidente en general y Europa en particular son graves y habrá que adaptar las instituciones a las nuevas realidades. Pero, como dice Shlomo Ben Ami, “los valores de la libertad y la dignidad humanas que impulsan la civilización occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la humanidad”. Saldremos de esta crisis, se inventará una vacuna, pasaremos por tensiones sociales duras, pero lo que nos va a mantener vivos es el cambio de las actitudes de los gobiernos hacia los ciudadanos y si se toman más en serio la necesidad de invertir en educación y reducir todo lo posible las desigualdades abismales que existen hoy en día.

Un sistema democrático no se sostiene si no está basado en una cierta equidad social y un acceso universal a la educación. Son recetas de probada eficacia, en tiempos de abundancia y en épocas de crisis".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Bienvenidos al mundo real. Publicada el 22 de diciembre de 2009



Conferencia de Copenhague, Diciembre, 2009


¡Señoras y señores!..., ¡bienvenidos al mundo real!... La Conferencia sobre Cambio Climático de Copenhague, auspiciada y celebrada bajo el manto de Naciones Unidas, ha dejado entre otras muchas, dos lecciones reales: 1) El mundo es como es, y no como nos gustaría que fuera; y 2) En este mundo real sólo hay dos que corten "el bacalo", China y USA, y todos los demás vamos de comparsas. Y el que sean dos, se lo debemos a Obama, porque si no es por él, sólo hay "UNO": China.

No soy abogado, pero me muevo con bastante comodidad en el mundo del derecho y las leyes, y se por experiencia que cualquier mal acuerdo es preferible a un buen juicio. El que nadie haya salido contento de Copenhague es una buena señal, lo crean o no. Porque en Copenhague podía haber habido ganadores "absolutos: por poner un solo ejemplo, los que querían que fracasara la Conferencia; entre ellos, el "Quinteto de la Dignidad": Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Sudán, y por supuesto, China, y los "negacionistas" del occidente capitalista.

Como buen escéptico que soy, es decir, un optimista chamuscado por la realidad, también me parece positivo, y si lo calibran y piensan, creo que a ustedes también, el "papelón" que han hecho, individualmente, Merkel, Sarkozy y Brown: ninguno. Y eso es bueno, porque les obliga a replantearse que en este mundo "a dos", los 27 gobiernos de la Unión Europea, individualmente, no son nada, pero juntos, pueden, sólo pueden, quizá, ser los "terceros"... Ellos verán. Supongo que siempre quedarán estúpidos dispuestos a seguir siendo cabeza de ratón en su ratonera en lugar de cola de león al aire libre. Ese es su problema. No dejen que sea el nuestro.

Sobre la Conferencia en sí, y sobre la nueva gobernanza mundial "a dos" que se nos viene encima, comienzan a conocerse algunos entresijos que las apresuradas crónicas televisivas o periodísticas, algunas interesadas en un sentido o en otro, no han trasladado al público. Les sugiero la lectura de las entradas de ayer y hoy del Blog Del alfiler al elefante, que escribe el periodista Lluís Bassets: "Así se gobierna el planeta" (El País, 21/12/2009), y "Modestas victorias" (El País, 21/12/2009). Por supuesto, es sólo una opinión, pero resulta interesante... Bienvenidos al mundo real, señoras y señores. ¡Ah!, y felicidades a los que les haya tocado el Gordo de Navidad. A los demás, nos toca seguir barajando... Harendt




El periodista Lluís Bassets



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 28 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 27 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Protestantes



Fotografía de un centro comercial en Estocolmo, Suecia. (Reuters)


La culpa del polémico desconfinamiento que estamos viviendo la tiene Lutero, escribe en el A vuelapluma de hoy [Confinar o confiar. El País, 18/7/2020] el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, Víctor Lapuente.

"La culpa del polémico desconfinamiento que estamos viviendo la tiene Lutero -comienza diciendo Lapuente-, por no haber predicado aquí hace 500 años. Y es que, dentro de Europa, la filosofía de las políticas contra la pandemia obedece a la tradición religiosa de los países. En los protestantes, los Gobiernos confían en sus ciudadanos; en los católicos, los confinan.

Las naciones más protestantes recomiendan qué hacer (como en Suecia) o imponen restricciones, pero dejando un cierto margen de libertad a los individuos en la aplicación (como en Alemania). Confían en la autorregulación: que a los padres no se les ocurrirá sacar a sus hijos en hora punta por la calle más concurrida; y que los deportistas intentarán guardar distancia al correr.

Por el contrario, España sigue siendo el país más católico. El Gobierno cree poco en la autogestión social. Controla más que en otros lugares quién puede salir de casa, cómo y para qué. Los adultos son tratados como niños inconscientes y los niños, como adultos peligrosos, recluyéndolos severamente en casa.

Se han publicado más de 200 normas excepcionales, que desbordan a juristas y empresarios. Las regulaciones han sido redactadas sin apenas consultar a los agentes sociales y a otras Administraciones. Y, como son muy precisas, las normas requieren continuas rectificaciones, causando inseguridad jurídica y alimentando nuestro sempiterno problema político: la desconfianza en las instituciones.

La divergencia entre los países protestantes y los católicos no estriba en que allí la gente sea de fiar, como nos gusta autoflagelarnos. Justificamos nuestra hiperregulación con el tópico “ya, pero es que aquí, si dejaran libertad, no veas tú cómo se aprovecharía la gente”. No es verdad. Si estamos concienciados sobre un problema, los españoles actuamos con responsabilidad. Ve a una avenida, parque o supermercado del norte de Europa y no verás más disciplina que aquí. La diferencia es que sus Gobiernos tienen fe en sus ciudadanos. Porque confiar en una persona exige depositar fe en ella. Nunca tienes todas las certezas, pero, si eres valiente, confías.

El protestantismo tiene mala fama en España: la derecha católica recela del hereje Lutero, y la izquierda atea, de la austeridad luterana. Pero posee una característica —la fe en los demás— que no es divina, sino la más humana de las virtudes. En eso, todos podemos ser protestantes". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "Cisterallia", de Plauto



Representación de Cisterallia en el Teatro Romano de Mérida



Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos subiendo al blog la comedia titulada Cisterallia (La cestita), de Plauto. La pueden leer en este en este enlace en su texto original latino, y verla en esta otro, en español, en una representación en el Teatro Romano de Mérida, en 2019.

No se conoce la fecha de nacimiento de Plauto, que se ha fijado hacia el  254 a. C. por una noticia de Cicerón, pero sabemos que murió en el 184 y que un lapso vital históricamente muy revuelto. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. Murió enormemente rico, envuelto en una gran popularidad. Plauto usa un rico y vistoso lenguaje de nivel coloquial que no elude la obscenidad y la grosería entre retruécanos, chistes, anfibologías, parodias idiomáticas y neologismos, usando un vocabulario muy abundante de una gran variedad de registros. Se le atribuyen hasta 130 obras.

Cistellaria (La cestita) es una comedia del autor latino Plauto. Se trata de la típica comedia de reconocimiento, en la que el personaje principal, en este caso la cortesana Selenia, es abandonada al nacer, y logra ser reconocida por sus familiares ya de adulta, gracias a un objeto que la identifica, en esta ocasión la cistella que da título a la pieza. Tampoco faltan en la obra otros elementos típicos del género, como la intriga amorosa, sexo antes del matrimonio... No obstante, a pesar de todos estos elementos, tan típicos de la comedia de Plauto, se trata de una de las obras más serias del autor, y también parece ser una de las más apegadas al original griego en el que se basa.​ En efecto, en ella faltan algunos de los elementos cómicos y bufonescos característicos de Plauto, si bien tampoco hay que descartar que aparecieran en alguno de los fragmentos que no se nos han transmitido, habida cuenta del estado fragmentario en que se nos ha conservado el texto. Teniendo en cuenta el apego al original griego, la falta de elementos bufonescos y la escasez de cantica, es muy posible que se trate de una de las primeras piezas compuestas por Plauto. Esta tesis, además, parece quedar corroborada por el final del prólogo pronunciado por el dios Auxilio (versos 199-202), en el cual podría estar aludiéndose a la situación militar existente en los últimos años de la segunda guerra púnica, poco antes de la victoria de Zama del año 202 a. C.

La obra transcurre en la ciudad griega de Sición, delante de la casa de Selenia, alquilada por Alcesimarco, y en la casa de Demifón. Alcesimarco y Selenia son dos jóvenes que se aman. Sin embargo, el padre de Alcesimarco no aprueba esta relación, ya que todos creen que Selenia es hija de una cortesana, de nombre Melénide. A pesar de que Selenia ha sido educada honestamente y nunca se ha dedicado a la prostitución, el padre de Alcesimarco prefiere que su hijo se case con la hija de Demifón, un viejo y rico vecino suyo. Al final, tras una serie de divertidas peripecias, se descubrirá que Selenia no es hija de la cortesana Melénide, sino del mismísimo Demifón, con lo cual los dos jóvenes podrán finalmente casarse.




La diosa Talía, musa del teatro



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 27 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 26 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Los humanos



Dibujo de Diego Mir para El País


Vendrán más virus y más males y volverán a sorprendernos discutiendo problemas caseros, escribe en el A vuelapluma de Hoy [La especie engreída. El País, 14/5/2020] el catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, Francisco J. Laporta. Estamos hiperconectados, afirma, pero se aplicará la misma estrategia estúpida: problemas de todos, remedios para nosotros, porque somos la especie engreída

"Primero fue la quiebra de Lehman Brothers -comienza diciendo Laporta- y la fulminante crisis financiera de la que todavía estamos convaleciendo. Antes, durante y después de ella, hasta ahora mismo, los efectos del cambio climático como una suerte de suicidio in progress en el que parecemos estúpidamente embarcados. Por si fuera poco, contemplamos cotidianamente la tragedia de las migraciones humanas, una tentativa parsimoniosa de genocidio que cometemos en cómodos plazos. Por no mencionar la polución informativa que respiramos a través del imperio incontrolado de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Bien pensado, todos estos males eran ya pandémicos, pero ahora ha llegado, para que no necesitemos acudir a las metáforas, una pandemia de verdad, la de la covid-19, y ha puesto brutalmente de manifiesto la naturaleza más decisiva de los problemas actuales de la especie humana. Estamos hiperconectados, hasta físicamente hiperconectados. Los males nos afectan inmediatamente a todos. Somos una sola población frente a ellos, sin fronteras ni compartimentos estancos.

Sin embargo, las armas que estamos disponiendo para enfrentarlos nos siguen viendo como una ciudadanía nacional limitada por rasgos artificiales. Luchamos contra el contagio global mirando solo a los pacientes nacionales. Todavía seguimos anclados en estructuras mentales y políticas que piensan nuestra vida en el seno de entidades territoriales definidas por fronteras, lo que se llama a veces el sesgo interno del mundo internacional. Estamos aún, dígase lo que se diga, en aquella definición de 1758 de los asuntos del derecho internacional: “Affaires des nations et des souverains”. Hasta seguimos alimentando el ingenuo prurito de la soberanía que “no reconoce nada superior”. No es que seamos particularmente necios, aunque a veces lo parezcamos; es que en el fondo no existe otra alternativa. Hemos dejado que la realidad humana crezca y se vaya asentando de esa manera universal sin disponer de ningún mecanismo regulatorio serio para hacer frente a las amenazas que ello lleva consigo. Ahora vemos que no hay nadie al que apelar para que ponga orden en la peripecia de la especie humana.

A pesar de que ya habíamos recibido bastantes toques de atención, el coronavirus nos ha vuelto a coger por sorpresa. Y ya se es muy consciente de que no será la última vez. Vendrán más virus y más males y volverán a sorprendernos discutiendo problemas caseros. Y los remedios que se improvisarán y se pondrán en práctica se diseñarán con la misma estrategia estúpida: problemas de todos, soluciones para nosotros; para evitar la mundialización que tanto contagia lo que hay que hacer es recetar solo para el enfermo nacional. Nuestros pobres líderes, como los demás, mirando siempre por el rabillo del ojo a su propio electorado, a su propio sistema de salud, a su propia fuerza de trabajo, a su propio “tejido” industrial, a su propia nada.

Pero resulta que estamos hiperconectados, y además somos ya demasiados. Vamos camino de los 8.000 millones cuando hace solo 50 años éramos menos de la mitad. Y nos relacionamos incesantemente, hacinados en megalópolis gigantescas, llenas de pobreza, desagregadas, carentes de sanidad y limpieza. Y, claro, nos contagiamos. Como nos contagiamos con aquellos derivados financieros de hace años; como se “contagian” las supuestas identidades culturales de nuestras sociedades; como contagiamos tantas veces con bulos y falsedades los contenidos de nuestra información; como estamos contagiando nuestra atmósfera, y como, nada metafóricamente, nos estamos contagiando con el coronavirus. Y no parecemos tener otra salida que la de reclamar de nuestros Gobiernos “medidas”, sanitarias, financieras, sociales, culturales, industriales. Como si los Gobiernos de nuestros Estados no fueran tan indigentes como los Estados mismos.

El gran avance, al parecer, es plantear el dilema entre una política internacional “multilateral” y una política internacional unilateral, una discusión vieja. Pero todavía tenemos que aguantar a un líder con aires de perdonavidas amenazando con eso de America first y proponiendo una política internacional excluyente y agresiva. ¡Regateando fondos y construyendo muros! ¡Qué tosquedad! O contemplar estupefactos a todo un país serio decidiendo en un referéndum polucionado por los medios que lo mejor es aislarse, caminar solo, abandonar una unión de Estados que es, por muchos traspiés y desvergüenzas que exhiba, el único proyecto viable de salir de la situación de marasmo en que vemos ahora con toda claridad que estábamos.

Porque no, no hemos sido capaces de pensar instituciones supranacionales con un poder normativo decisivo. De hecho, seguimos boicoteando su posibilidad desde nuestros intereses más miserables; por ejemplo, los electorales. Alimentando una y otra vez ese desajuste severo entre los procedimientos democráticos, que se resisten a abandonar las fronteras nacionales, y los problemas con los que se va a enfrentar la especie humana, que ya se las han saltado hace unos cuantos años con tanta facilidad como ahora lo ha hecho el coronavirus. Y lo primero que se nos ocurre cuando de pronto nos vemos ante problemas así, no es hacer algo para romper esa inercia localista, sino empezar a sugerir teorías conspiratorias para transferir la responsabilidad a los demás y persistir en ella: los chinos, la Organización Mundial de la Salud o el Gobierno de turno.

Empiezan a cundir las afirmaciones de ese tipo sin que nadie se pare a pensar que las explicaciones conspiratorias tienen siempre una dimensión que, precisamente ahora, las hace aún más dañinas. Como herederas de la idea ancestral del maligno, tienden a excluir la confianza, fomentar la suspicacia y promocionar actitudes de animadversión. Lo contrario de lo que ahora necesitamos. Porque si perdemos la dimensión de confianza que toda convivencia exige aparecerán las pugnas y discordias estériles; véase, si no, nuestra inmunda política nacional. La sospecha y el rencor hacen imposible que viremos nuestras actitudes hacia esa cooperación intensa que necesitamos cada vez más, dentro también, pero sobre todo fuera de casa. Si empieza a generalizarse la paranoia de la conspiración, esa pauta de recelo que nos lleva a ver todo lo que hacen los demás como un designio malévolo para engañarnos o hacernos daño, los resultados para todos como especie pueden ser catastróficos. ¿Seremos capaces de evitarlo? Deploro decir que los indicios son poco alentadores.

En 1784, reflexionaba así Immanuel Kant, una de las mentes más poderosas de la historia: “No puede uno librarse de cierta indignación al observar la actuación de la humanidad en el escenario del gran teatro del mundo; haciendo balance del conjunto se diría que todo se ha visto urdido por una locura y una vanidad infantiles e incluso, con frecuencia, por una maldad y un afán destructivo asimismo pueriles; de suerte que, a fin de cuentas, no sabe uno qué idea hacerse sobre tan engreída especie”. Desde entonces a hoy, la humanidad se ha embarcado en multitud de matanzas, locales y generales, prácticas destructivas de su medio vital y locuras infantiles de todo tipo. Y sigue tan engreída. Como nosotros seguimos sin poder librarnos de aquella indignación. Pero ahora están llamando a su puerta avisos que la ponen en cuestión como especie y hacen dudar de su supervivencia misma. ¿Qué le cabe esperar?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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