viernes, 22 de diciembre de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 22 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 21 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] Lenguaje para después de la batalla





El ruido de fondo en el ‘procés’ tiene que ver con el nombre de las cosas. No es lo mismo narrar una patria que una sociedad, ver grupos homogéneos que sociedades abiertas y plurales. Esta es una propuesta para renovar el vocabulario, un lenguaje para después de la batalla, escribe en El País Eduardo Madina, exdiputado y exsecretario general del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso, que sufrió la amputación de una pierna en un atentado de ETA en 2002, artículo que encabeza con una cita del filósofo alemán Jurgen Habermas: “El mundo determinado gramaticalmente es el horizonte en que se interpreta la realidad”. 

Es de sobra conocido, comienza diciendo Madina, que la pelea por los nombres de las cosas, por eso que los especialistas denominan el establecimiento del marco, suele ser la primera batalla de posición en política. A partir de ella, casi todo queda descrito. Esto, en ocasiones, de tan conocido se termina olvidando. Y lo cierto es que la realidad, aunque algunos no lo aceptan, admite multiplicidad de enfoques.

En lo relativo a nuestro modelo de convivencia, no es lo mismo narrar una patria que describir una sociedad. No es lo mismo interpretar a partir de lo vasco, lo catalán, o lo español que hacerlo a partir de los vascos, los catalanes o los españoles.

No es lo mismo describir el país que habitamos en términos de hechos diferenciales y derechos históricos que hacerlo en términos de pluralismo y convivencia cívica. No es lo mismo ver grupos cerrados, predefinidos y homogéneos que describir sociedades abiertas y plurales. No es lo mismo reivindicar derechos de un colectivo diferenciado que definir derechos de ciudadanía para el conjunto de una sociedad. No es lo mismo ver una sociedad de ciudadanos y ciudadanas plurales que una pluralidad de naciones. Lo dijo muy bien alguien hace no muchas fechas: “Cuando hablamos del espacio público que compartimos, no es lo mismo definir la pertenencia al mismo con el verbo ser que hacerlo con el verbo estar”.

Tras la batalla electoral que dibujará en Cataluña un nuevo escenario parlamentario —esperemos que también de gobernabilidad— convendría que recuperáramos consciencia de que la batalla de fondo, durante todo eso que llaman el procés, ha sido una batalla por los nombres de las cosas.

‘Pueblo’ tiene un marco romántico y sugiere homogeneidad. ‘Sociedad’ apela al dinamismo

Y que la situación a la que ha llegado la sociedad catalana tiene mucho que ver con la ausencia de un lenguaje sólido y alternativo al que algunos han tratado de imponer como lenguaje único de descripción de las cosas. Esa es la batalla que hasta la fecha no ha sido dada: una batalla por el lenguaje, por las descripciones y los sustantivos, por los verbos y los adverbios.

Sobre una casi inexistente defensa de alternativas gramaticales —como si de una nueva línea Maginot se tratara— pasaron por encima y casi se generalizaron conceptos románticos de pueblo, la multiplicación de las naciones, las apelaciones a un nosotros y un ellos, el derecho de autodeterminación de los pueblos puros, los conjuntos cerrados y las fronteras nítidas. Entraron en juego los quien sí y los quien no, se impuso el autoatribuido derecho a definir que algunos se arrogaron en exclusiva para negar consecuentemente el de todos los demás.

Por todo ello, sería un gran paso adelante que las políticas de restablecimiento de la convivencia que se apliquen a partir del día 21 estén también nutridas por algunas alternativas en la descripción de la realidad. Especialmente, desde las distintas izquierdas.

‘Ciudadanía’ pertenece al campo de racionalidad y se puede legislar, frente a ‘nación de naciones’

Sociedad frente a pueblo. La idea de pueblo tiene un marco romántico y sugiere una homogeneidad estática. La idea de sociedad apela a una estructura dinámica que deriva de un marco racional y que sugiere pluralidad. El primero determina una definición unívoca y cerrada. La segunda demuestra consciencia de una realidad plural y abierta.

El pueblo tiene siempre habitantes primigenios, dueños originarios que tarde o temprano terminan cayendo en la tentación de decidir quién entra y quién no entra, quién pertenece y quién no pertenece. Una sociedad no tiene dueño. Acoge dentro muchas y muy diversas formas de entender la vida, no entra en qué hay que ser sino que admite muchas y muy diversas formas de estar para igualarlas, todas ellas, en una misma condición de ciudadanía.

Ciudadanía frente a nación de naciones. La noción de ciudadanía pertenece al campo de la racionalidad y en consecuencia es legislable. El campo de obligaciones y derechos que de ella deriva queda determinado por la propia deliberación democrática y sus límites los establece la propia sociedad. Sus materiales son fríos y discutibles, respetuosos y no invasivos con la intimidad de cada mujer y de cada hombre. Un enfoque liberal, socialdemócrata o de izquierdas no puede ver naciones antes que ciudadanos. No define el espacio público desde universos sentimentales. No obliga a sentir la pertenencia. La piensa.

Derecho a convivir frente a derecho a decidir. Porque la inmensa complejidad humana no es divisible entre dos. No está escrito en ninguna tabla de la ley que el conjunto de una sociedad deba diseccionarse en un sí o un no frente a una pregunta de patria. Una pregunta que conduce a elegir dentro del marco de quienes nos interpretan en términos de identidades nacionales diferenciadas. Sin embargo, la realidad de cualquier sociedad occidental y democrática es mucho más heterogénea, posnacional, transnacional, compleja y mestiza que la pretendida homogeneidad que subyace en el discurso de la autodeterminación de las naciones. Antes que la obligatoriedad de elegir una única patria, una sociedad tiene derecho a convivir, a compartir el espacio público entre todas las múltiples formas de entender la vida que habitan dentro de ella.

Solidaridad frente al España nos roba. Deben incrementarse los flujos de solidaridad desde las autonomías con mayor nivel de renta —desde todas ellas— hacia aquellas otras que lo tienen sustancialmente inferior. Un país con amplias disparidades por territorios incuba dentro de sí desigualdades que son inaceptables desde el punto de vista de la cohesión social. Frente al lenguaje del España nos roba, hace falta un nuevo lenguaje orientado a la solidaridad interna de un país con amplias disparidades por territorios y, en consecuencia, con problemas serios de desigualdad. Solidaridad y cohesión. Esta debería ser la prioridad de la próxima negociación sobre financiación autonómica.

Son solo algunos ejemplos: ciudadanía, sociedad, convivencia, solidaridad. Seguramente, hay muchos más. Términos que merecen estar presentes en el debate por la recuperación de la convivencia. No son conceptos carentes de fuerza y belleza. De alguna manera, apuntan a una realidad definida con fronteras algo más amplias.

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía hace 90 años uno de los filósofos más grandes del siglo XX.

Sería muy esperanzador que algunas de las principales fuerzas políticas estuvieran dispuestas a ampliar sus propios límites. Y con ellos, los de la conversación política en España.



Dibujo de Raquel Marín para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Desde la RAE] Hoy, con el académico José María Merino







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico José María Merino (La Coruña, 1941). Elegido el 27 de marzo de 2008, tomó posesión de la silla "m" el 19 de abril de 2009 con el discurso titulado Ficción de verdad, que fue respondido en nombre de la corporación por el también académico Luis Mateo Díez. Es censor de la Junta de Gobierno y, anteriormente, vicesecretario de la RAE y tesorero de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

José María Merino es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, fue director del Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura y colaborador en proyectos educativos de la UNESCO para Hispanoamérica. Es patrono de la Fundación Alexander Pushkin y patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española, embajador de Hans Christian Andersen (Ministerio de Cultura de Dinamarca) y fue presidente honorífico de la Fundación del Libro Infantil y Juvenil «Leer León». En 2009 fue nombrado hijo adoptivo de León, en 2010 leonés del año y, en 2014, doctor honoris causa por la Universidad de León.

Su obra literaria, inicialmente dedicada a la poesía, se extendió a otros géneros, entre ellos la novela, la literatura infantil y juvenil y el ensayo. Presta especial atención al cuento, especialmente sus formas más breves, género del que es uno de nuestros significativos representantes contemporáneos. Entre sus obras poéticas pueden destacarse Sitio de Tarifa (1972), Cumpleaños lejos de casa (1973) y Mírame Medusa y otros poemas (1984). En 2006 se publicó la antología Cumpleaños lejos de casa. Poesía reunida.



José María Merino, en su toma de posesión académica



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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 21 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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miércoles, 20 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] El peso de la realidad





El peso de la realidad acabrá imponiéndose en Cataluña. Tras el 21-D, todo decisor económico, tanto catalán como foráneo, va a exigir garantías de que el conflicto no se repite; y ni políticos ni instituciones están en condiciones de ofrecerlas. Pero los votantes sí podemos empezar a darlas, escriben en El País los profesores Benito Arruñada y Albert Satorra, catedráticos de Organización de Empresas y Estadística, respectivamente, en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Para votar sabiamente en las elecciones catalanas del 21-D, comienzan diciendo, conviene identificar por qué en apenas cinco semanas cambió de forma tan radical la actitud de todo tipo de decisores.

Hasta septiembre, nuestra economía iba bien e inspiraba confianza. Las grandes empresas preparaban planes para trasladarse, pero no creían que hubieran de aplicarlos. Se dice que los políticos soberanistas desoyeron las advertencias de los empresarios. En realidad, ni estos creían que sus temores llegaran a materializarse. Lo demuestra el que no frenaron sus inversiones.

Sin embargo, de repente, huye el capital, se trasladan sedes, se colapsa el consumo y, lo más grave, se paralizan todas las inversiones. Los datos son conocidos y las consecuencias están al alcance de la experiencia cotidiana.

La respuesta tiene algo de obvia: el Parlament promulga las “leyes de desconexión” el 6 y 7 de septiembre, y declara la independencia el 10 de octubre. Aunque esta declaración se escamoteó como inefectiva, trastornó la opinión de los agentes económicos. A juzgar por su conducta, todo decisor, fueran cuales fueran su nacionalidad, status o ideología, pasó de considerar que el conflicto y la inseguridad asociados a la reivindicación de independencia constituían un riesgo remoto a creer que eran un riesgo probable.

Además, quien soñaba con una independencia tranquila, dentro de la UE y sin tensiones graves, se da de bruces con la realidad de que ya solo la probabilidad de conflicto provoca costes ingentes en bienestar material y paz social. También lo revela su conducta, pues ya entonces puso su patrimonio a buen recaudo.

Tal parece que ni los propios separatistas esperaban que el Estado aguardase tanto para detener el procés. Como bromeaba un exconseller: “No te preocupes: en última instancia, nos intervendrán”. Durante semanas, esta intervención en la que confiaba el yo racional de mucho soberanista, se demostró elusiva. El Gobierno reaccionó de forma anacrónica en lo superficial, en su manejo de los medios y las redes sociales; pero no en lo sustantivo. En el fondo, respondió en sintonía con las contradicciones de la opinión pública occidental.

Como tampoco esperaban que sus líderes llegaran tan lejos. Subestimaron lo protegida que está la “clerecía” separatista, esa multitud de políticos, funcionarios y allegados que vive de y para construir la nación catalana. A quien actúa al amparo del presupuesto público, le importa menos hundir economía, bienestar y convivencia. Si la apuesta le sale bien, alcanza el poder y es un héroe; si le sale mal, son otros los que pagan. Como los 14.698 nuevos parados catalanes del mes de octubre y los 7.400 de noviembre, las peores cifras desde 2008 y 2009. No sabemos qué “sentimiento de identidad” albergan estos parados post-DUI; pero los datos del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), dependiente de la Generalitat, indican que, en promedio, parados y trabajadores temporales se sienten mucho “menos catalanes” que quienes disfrutamos empleos fijos o trabajamos para entes públicos.

Si nuestro diagnóstico es correcto, no esperen recuperar la confianza mientras los agentes económicos crean posible otro procés. Tras el 21-D, todo decisor económico, tanto catalán como foráneo, va a exigir garantías de que el conflicto no se repite; y ni políticos ni instituciones están en condiciones de ofrecerlas. Pero los votantes sí podemos empezar a darlas: enterremos tanto el voto “emocional” como el voto "estratégico", y atendamos a la realidad de nuestros intereses.

Por un lado, el independentismo está fracturado. Sigue rumiando el fracaso del procés como una etapa más de un viaje que, en el fondo, disfruta; y cuyo final, a menudo, teme. Por ahora, aplica todo su intelecto a fabricar excusas. Debería empezar a preocuparse. Sus peones entrevén que hasta sus empleos hubieran peligrado en la realidad (que no en su sueño) de una independencia fuera de la UE y sumida en el caos. Pero también peligran si España deja de crecer. El déficit fiscal de Cataluña sigue aumentando y el “Espanya ens roba” bien pudiera tornarse en su contra.

Por otro lado, ya no los parados potenciales sino la burguesía independentista haría bien en ir a votar. Además, ésta última debería hacerlo, de una vez, con la cabeza. Tras haber votado con la cartera, huyendo de la inseguridad, sabe que su interés no reside en la independencia. Debe entender que tampoco reside en más autogobierno. Su aumento durante los últimos cuarenta años ha confirmado la tesis que nos recordaba hace poco Antón Costas, según la cual Cataluña va mejor cuanto menos se gobierna a sí misma. Quizá porque la fuerza de nuestras relaciones personales bloquea las instituciones que requiere una sociedad moderna. Esa solidez de lazos personales es un hándicap cuando carecemos de árbitros independientes. ¿Ha mejorado acaso la gestión o se ha reducido la corrupción de nuestros Ayuntamientos tras diluir las funciones de secretarios e interventores? Imaginen lo que sucedería con una justicia controlada regionalmente. Por supuesto que la actual justicia española es imperfecta; pero recuerden que nuestra Llei de transitorietat erradicaba la separación de poderes.

Solo un voto racional evitará el escenario más probable: el de un empate de fuerzas, que consagraría la incertidumbre y, con ella, el adiós de la inversión y la huida de recursos. Disminuiría la actividad económica privada y aumentaría el peso del sector público. Algunos incluso pretenderían que el resto de españoles mimase a Cataluña. Observen cómo ya proponen condonar deudas o traer organismos oficiales. Esos mimos solo beneficiarían a la alta clerecía catalana. De hecho, ya ha venido sucediendo algo similar con el Fondo de Liquidez Autonómica, cuyos recursos mantienen una Generalitat que prefiere recortar en sanidad antes que en TV3 o en embajadas.

Por un lado, pensando en la cartera, bien haríamos los catalanes en entender que es erróneo aumentar el sector público, tanto si su cabeza está en Madrid como en Barcelona. En un caso, Cataluña terminaría siendo la gran Asturias del siglo XXI, una región a la que décadas de subvenciones públicas han condenado a la emigración y la insignificancia. En el otro, los costes serían más elevados e inmediatos. La crisis reciente, en vez de un aviso, habría sido solo un pequeño anticipo.

Por otro lado, pensando menos en la cartera y más en el país, debemos ponderar que, también según datos del CEO, más de la mitad de los catalanes nos sentimos tan catalanes como españoles. Sobre esta base, estable desde hace décadas e inmune al procés, sería suicida para Cataluña reflotar a la “clerecía” separatista que tanto nos ha dividido en los últimos años. Estamos a tiempo de evitarlo.



Dibujo de Eva Vázquez para El País


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[Píldoras literarias] Hoy, con "En estricto sentido", de Jaime Muñoz Vargas





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo hoy la serie de píldoras literarias con el minirrelato titulado En estricto sentido, de Jaime Muñoz Vargas (1964), escritor, maestro, periodista y editor mexicano. Escribe y publica muy frecuentemente artículos, ensayos, crónicas, aforismos y microrrelatos en el blog Ruta Norte. Reseñas y artículos suyos han aparecido en revistas y periódicos de México, España y Argentina. 

Les dejo con su relato. Fue publicado en la obra Arte de miniatura (inédita). Tiene trece palabras, y dice así

EN ESTRICTO SENTIDO

Se nos acabó el amor. 
Nos separamos. 
Cada cual cogió por su lado.






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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 20 de diciembre





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