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sábado, 2 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] El PCE en el País de Nunca Jamás. Publicada el 11 de noviembre de 2009



Iósif Stalin


El Libro II de los "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1993) de Michel de Montaigne (1533-1592), del que escribí hace unos días en el blog, se abre con una cita del autor de comedias latino Publio Siro (85-43 a.C.) que dice así: "Malum consilium est, quod mutari non potest", que traducido al román paladino viene a significar que "mala opinión es aquella que no se puede cambiar".

La leí hace unos días, y me ha venido a la memoria al encontrarme hoy por la mañana con el artículo que publicaba en El País la escritora Elvira Lindo, titulado "Comunistas", que pueden leer en el enlace anterior.

Siento un profundo respeto por los miles de hombres y mujeres, la mayoría anónimos, que en el pasado siglo XX sacrificaron sus vidas en aras de esa entelequia en la que creían llamada "comunismo": una de las más espantosas aberraciones de la historia de la humanidad. Y siento también y sobre todo una profunda admiración por los hombres y mujeres del PCE que en la transición a la democracia española, con Santiago Carrillo a su frente, dieron ejemplo de pragmatismo, altura de miras y responsabilidad política. Sin ellos, la Transición no hubiera sido lo que fue, ni la democracia se hubiera asentado, para todos, en España.

Pero como dice el refrán, una cosa es una cosa, y dos cosas, son dos cosas. Para quien aún crea sinceramente y con honestidad en la ideología comunista, le recomiendo la lectura de sólo dos libros: El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1995), del historiador francés Francois Furet, y Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin (Edhasa, Barcelona, 2009), del historiador británico Orlando Figes. Ambos dejan al descubierto, sin paliativos de ningún tipo, el descomunal horror y sufrimiento impuesto por el comunismo, sobre todo al pueblo ruso, y de paso a todos los demás pueblos que de buena fe, o por fuerza, vivieron bajo la férula de su "salvífica" doctrina redentora de la humanidad.

Produce asombro y desconcierto, como dice Elvira Lindo en su artículo, que aún hoy sus nuevos dirigentes en España tengan a gala defender una ideología y una trayectoria histórica que tanto sufrimiento ha provocado, sin el más mínimo esbozo autocrítico, como si el pasado del comunismo y las enseñanzas de la Historia no fuera con ellos.

"Malum consilium est, quod mutari non potest", como decía Publio Siro hace 2000 años. Triste, muy triste, que los dirigentes comunistas españoles de hoy sigan viviendo en el "País de Nunca Jamás", sin crecer, sin madurar. Así les va... HArendt




El poeta Rafael Alberti y Santiago Carrillo 


La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 11 de diciembre de 2019

[TEORÍA POLÍTICA] La Cuarta Transición



Dibujo de Eulogia Merle para El País



"Los ciudadanos deberíamos aspirar a convivir en el mismo suelo con nuestra diversidad. Es tiempo de mirar juntos al futuro, también con los secesionistas, para superar la pesadilla del problema de España", escribe la periodista Asunción Valdés, excorresponsal en Bonn y en Bruselas, que fue directora del Parlamento Europeo en España y directora de Comunicación de la Casa del Rey.

"Los españoles hemos protagonizado tres transiciones: de la dictadura a la democracia, del centralismo a las autonomías y del aislamiento a la integración europea, -comienza diciendo Valdés-. Ahora deberíamos aspirar a la cuarta transición: convivir en el mismo suelo con nuestra diversidad. Las regiones, no solo aquí, pueden tener hechos diferenciales. Y no impiden el pacto tácito. La patria se basa en valores comunes, por encima de signos identitarios, que se deben igualmente respetar.

Los nacionalistas fueron clave en la recuperación de las libertades. En la sede del PNV en París, en febrero de 1949, se fundó el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo. Josep Tarradellas, presidente republicano de la Generalitat en el exilio, regresó a Barcelona en 1977, asumiendo la Monarquía y la unidad de España para iniciar el desarrollo del autogobierno.

Recomponer la convivencia pasa por todos los partidos. Ahora es casi imposible. Pero no deberíamos empezar por lo que nos separa sino por lo que coincidimos: garantizar el futuro de nuestros hijos y nietos. También en Alemania existen dificultades entre la Federación y los Länder. Lo subrayó recientemente la canciller Angela Merkel. Pero se guían por la lealtad federal, prevista en su Ley Fundamental.

El desafío independentista no respeta la Constitución, que votaron el 90% de los catalanes y el 87,9 % del conjunto de los españoles. Han pasado más de 40 años y no refleja la España de las autonomías. Ni que pertenecemos a la Unión Europea. Tampoco, nuestros compromisos medioambientales tras la firma del Acuerdo de París. Tiene que adaptarse a la nueva realidad. Para modificar algunas partes de la Carta Magna se necesitan mayorías, hoy, imposibles de conseguir. Pero hay otros artículos que solo requerirían mayoría absoluta. Incluso el 57 del Título II, la eliminación de la prevalencia del varón en la línea sucesoria, podría concitar consenso.

Obtener un escaño en las grandes ciudades necesita muchos más votos que en núcleos pequeños. Se podría subir de 350 a 400 el número de diputados. Los restos de votos que se pierden o van a los partidos mayoritarios servirían para elegir 50 parlamentarios más en una circunscripción nacional. No habría que reformar la Constitución porque su artículo 68.1 establece el número de señorías entre 300 y 400. Este cambio necesitaría, no obstante, medidas de austeridad por parte de los partidos para compensar el incremento del gasto.

El historiador francés Benoît Pellistrandi sostiene en El laberinto catalán (Arzalia, 2019) que las elecciones generales de 2011 influyeron en la escapada independentista de Artur Mas. El PP obtuvo 186 escaños (10 más de la mayoría absoluta) y ya no fueron necesarios los 16 votos convergentes. En septiembre de 2012, en plena recesión, Mariano Rajoy negó a Mas su demanda de pacto fiscal similar al del País Vasco. Lo contrario que en décadas anteriores, cuando La Moncloa cedía ante demandas nacionalistas a cambio de votos.

En 1993, Felipe González gobernó gracias a Jordi Pujol. Cedió el 15% de la recaudación del IRPF a las comunidades autónomas y empezó el desarrollo de los estatutos de autonomía. José María Aznar, en 1996, sumó los votos de CiU y PNV. Subió el porcentaje del IRPF al 30%, aumentó el traspaso de competencias y las inversiones en Cataluña. El PNV, con cinco diputados, consiguió la recaudación de impuestos de alcohol, tabaco y gasolina. Rodríguez Zapatero, en 2004, necesitó a ERC, BNG y CHA, además de Izquierda Unida, para la investidura. Se comprometió a apoyar un nuevo Estatuto y a respetar el texto que saliera del Parlament. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el recurso del PP causó malestar y desafección. En su segunda legislatura contó con el PNV. Sus seis diputados lograron un generoso acuerdo, especialmente por la inversión en políticas activas de empleo. En diciembre de 2015, Rajoy perdió la mayoría absoluta. Tras repetirse elecciones en junio de 2016, y con un PSOE en crisis, se apoyó en el PNV. Los vascos lograron un acuerdo que mejoró sustancialmente su Concierto económico.

“El éxito del proceso de descentralización español y una cierta permisividad de las autoridades estatales han facilitado a los nacionalistas tejer un poder enorme para sentar las bases de su construcción”, opina Pellistrandi. En el caso del independentismo —añade— se suman dos factores: la generación educada bajo los postulados pujolistas y la necesidad de proponer siempre algo más en cada convocatoria electoral.

Estos acuerdos buscaron también acercar las nacionalidades a la corriente principal de España como casa común. Tanto el PSOE como el PP ofrecieron entrar en el Gobierno a líderes periféricos, pero no aceptaron. Ahora vemos que era muy difícil, al mismo tiempo, estar en el Consejo de Ministros y pasar a la oposición cuando conviniera. CiU provocó la disolución de las Cortes al no aprobar los Presupuestos de González en 1996. El PNV aprobó los de Rajoy en mayo de 2018, pero a las dos semanas apoyó la moción de censura de Pedro Sánchez. Si se adecuara la proporcionalidad, los electores participarían más al mejorar su representación.

Las lenguas son una riqueza y sirven para comunicarse, no para el enfrentamiento. El Instituto Cervantes, junto a la enseñanza del español por el mundo, ofrece cursos de catalán, gallego y vasco, en colaboración con las academias respectivas. Los idiomas propios de comunidades autónomas podrían ser optativos en toda España. Una oportunidad para crear puestos de trabajo y facilitar la igualdad de la ciudadanía en los concursos públicos.

El Banco de Alemania está en Fráncfort, centro financiero de la zona euro, con el BCE desde 1998. Barcelona u otras ciudades autonómicas podrían ser sede de organismos estatales. Ya se intentó con Zapatero a petición de Pasqual Maragall. A finales de 2005, la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones se instaló en la capital catalana; baza importante para lograr el Mobile World Congress. Pero en 2013, la CMT se integró en el organismo regulador de los mercados y la competencia con los votos del PP y CiU. Y volvió a Madrid.

El Gobierno francés decidió en 2008 que cualquier menosprecio a La Marsellesa supondría la suspensión automática del partido. La Federación Inglesa sancionó a Pep Guardiola por exhibir un “mensaje político” en las competiciones de fútbol y le impuso un plazo para quitarse el lazo amarillo. Nadie duda del respeto de Francia y el Reino Unido a la libertad de opinión y de expresión. La pancarta que defiende estos derechos ha vuelto al balcón de la Generalitat. Sin embargo, sorprende que en Cataluña sean agredidos periodistas y políticos de ERC, PSOE, PP, Cs o Vox.

Fuera de nuestras fronteras cuesta entender que uno de los entes más descentralizados del mundo se sienta oprimido por una imaginaria España. El crédito del que gozaba Cataluña se ha roto. El sueño alimentado por los independentistas no ha encontrado eco ni en los Gobiernos de los Estados de la UE ni en las instituciones de Bruselas. ¿Y a quién beneficia? Probablemente potencias populistas estén aplaudiendo la vulnerabilidad de países con virus nacionalista. Es tiempo de mirar juntos al futuro, también con los secesionistas, para superar la pesadilla del problema de España. Cuando despertemos no queremos que el dinosaurio todavía siga aquí".



La muerte de Sócrates, por Jacques-Louis David, 1787



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martes, 14 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Un pacto de renuncias mutuas para reformar la Constitución





Para reformar la Constitución es necesario que la mayor parte de las fuerzas políticas acepten el reto y estén dispuestas a ceder menos en lo importante: hacer posible la convivencia en paz y libertad de las próximas generaciones, comenta en El País el exdiputado socialista Eduardo Madina.

Eduardo Madina Muñoz (Bilbao, 1976) fue secretario general del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso entre 2009 y 2014. Historiador, ha trabajado como técnico en el Paramento europeo y es profesor asociado en Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid. En 2002 perdió una pierna en un atentado de ETA.

El día de Navidad de 1989, comienza diciendo, El País publicó un texto de Hans Magnus Enzensberger titulado Los héroes de la retirada. En él, el autor de origen alemán señalaba que cuando se trata de crear las condiciones necesarias para la convivencia, la renuncia es el techo más alto que se puede alcanzar en política.

Es verdad que esta tiene siempre una erótica menor, que su imagen, ante los electorados propios, no es aparentemente la más atractiva, que su argumentación no está al alcance de cualquiera y que exige dominar una idea antes de que ella te domine a ti.

“Quien abandona las posiciones propias no solo entrega un terreno objetivo, sino también una parte de sí mismo”, señalaba el autor. Convendrán conmigo que este nivel de transitividad resulta muy poco habitual, que los principales actores políticos dedican muchos más esfuerzos a la narrativa de todo lo que les resulta completamente irrenunciable. Es esta una posición que, en principio, tiene mejor público y sugiere menos riesgos. Ante los seguidores de cada uno, tiene la apariencia de lo irreprochable.

Frente a la fuerza del dogma irrenunciable, la renuncia por consciencia de pluralidad, la renuncia a postulados propios para hacer posible la convivencia entre diferentes parece siempre un objetivo menor. Un logro de cara B. A corto plazo, no conduce a quienes la protagonizan a tener estatuas en su pueblo ni a dar nombre a grandes avenidas. En el mejor de los casos, queda garantizada la incomprensión. En el peor, aparecerá el insulto y la descalificación. Es también probable que haya incluso quien, desde su desprecio a la pluralidad, desde su ignorancia de la misma y su autoproclamada pureza, describa en las redes la acusación de traición.

Enzensberger ejemplificaba su tesis en el papel que desempeñó ante la historia Wojciech Jaruzelski, que contribuyó de forma decisiva a evitar que Polonia fuera invadida por la URRS en 1981. O en Mijaíl Gorbachov que, entre ingratitud e incomprensión, desmontó paso a paso el régimen soviético surgido en 1917.

Más cerca, en nuestro propio país, el autor cita —lleno de razón— a Adolfo Suárez y su papel en la Transición, contribuyendo de forma decisiva al desmontaje del régimen franquista desde dentro. Podríamos completar la escena. Podríamos poner a su lado a Santiago Carrillo y a Felipe González, en la certeza de que sin la renuncia a la república por parte del Partido Comunista y sin la renuncia al marxismo por parte del PSOE, la convivencia democrática en España no se habría producido.

Un pacto de renuncias, también podríamos comprender así la Transición española. Renuncias, todas ellas de enorme altura, que hicieron posible la aceptación mutua en un mismo espacio público de una sociedad tan plural como sobrecargada de historia. Desangrada 40 años antes, sometida en los 40 de después. Una sociedad protagonista en una democracia liberal, con intención de adaptarse en desarrollo a su entorno europeo, convencida de dejar atrás cuatro décadas de dictadura, atraso histórico y aislamiento internacional.

La altura de los protagonistas que lo lograron, que alcanzaron el punto de encuentro del 78 ha estado fuera de toda duda hasta la entrada en escena de los dirigentes políticos de mi generación. Nacidos en los años setenta, doctorados en la crítica al “régimen del 78” —el que, por cierto, facilitó que hayamos desarrollado toda nuestra vida en las mejores condiciones de la historia de España— y especializados en lo irrenunciable. Una generación que tiene ahora ante sí un reto de enorme trascendencia, la crisis política y territorial abierta por el independentismo en Cataluña. Seguramente, uno de los mayores desafíos a los que se ha enfrentado la política en los últimos 40 años.

En ese contexto, la expectativa de una reforma constitucional que modernice el modelo territorial español es la salida de emergencia a la que todos nos acogemos una y otra vez. Una salida de emergencia ante el incendio provocado en Cataluña por la vía de una reforma que consiga que la gran mayoría de la sociedad se sienta cómoda dentro de un renovado marco constitucional.

Una expectativa de reforma a la que muchos recurrentemente apelamos intuyendo que es la mejor vía de salida a esta crisis, pensando que es el mejor canal de entrada en un nuevo escenario de estabilidad en la organización del territorio y la convivencia.

Es de tal importancia esa expectativa de reforma, en esta situación crítica, que lo prioritario sería no convertirla en frustración en este clima de posiciones enquistadas.

Por eso sería necesario que si comienzan los trabajos para la reforma constitucional, lo hagan una vez que los actores políticos estén dispuestos a alcanzar al techo más alto que existe en política; decidir entre lo renunciable y lo irrenunciable con el objetivo de hacer posible la convivencia en un país de 48 millones de personas.

Sería deseable, en primer término, que los trabajos comenzaran solo si entran en ellos la gran mayoría de las fuerzas políticas. Y, en segundo lugar, si todas ellas están dispuestas a anteponer la convivencia del conjunto frente a la tentativa de imponer todos y cada uno de los puntos de vista propios. Esto último tan solo conduce al fracaso.

Solo hay una Constitución. Y es de todos. Y para que de todos sea, serán necesarias renuncias para no convertir una expectativa de tanta importancia en una enorme frustración colectiva. Básicamente, porque no tenemos muchas más salidas de emergencia ante el incendio que algunos han provocado en Cataluña. Es deseable, por tanto, que si la mayoría de las fuerzas políticas entran es porque van a saber salir. Conscientes de que solo hay una salida posible: un punto de encuentro construido sobre renuncias mutuas.

Esto debería ser lo único irrenunciable; hacer posible la convivencia en paz y libertad de las próximas generaciones. Es, sin duda, el gran reto contemporáneo de la política en España. La generación nacida en los setenta, con miembros de la misma al mando de no pocos de los principales partidos políticos en España, está sin duda ante su gran reto histórico. Quizá también, ante su gran oportunidad; demostrar que está a la altura de aquellos a los que tanto ha criticado. Demostrar que todos ellos son capaces de conducir a sus organizaciones y sus electorados hacia un nuevo punto de encuentro colectivo. En el fondo, un objetivo heroico.



Dibujo de Raquel Marín para El País


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