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martes, 30 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Censura



Fotograma de la película Lo que el viento se llevó


La crisis aún en curso debiera hacernos recordar la recomendación procedente del siglo de las Luces, y aún antes de Locke: el conocimiento racional necesita acotar el objeto de conocimiento para proceder a su explicación, comenta en el A vuelapluma de hoy [La historia y la imagen. El País, 24/6/20] el historiador y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Elorza. 

"La crisis aún en curso debiera hacernos recordar muchas cosas, -comienza diciendo Elorza- y entre ellas la recomendación, procedente del siglo de las Luces, y aún antes de Locke, consistente en que el conocimiento racional necesita acotar el objeto de conocimiento para proceder a su explicación. La razón es como una antorcha que movemos en la oscuridad, o como la sonda del piloto en la navegación, que no puede ni debe iluminarlo todo, sino aquello que nos permite seguir caminando en la noche o navegando. La reflexión es aplicable a la difusión de la pandemia como explicación, y también como prevención. Atengámonos al “análisis concreto de la realidad concreta” (Lenin). La amalgama es siempre gratificante para el que la utiliza, pero solo lleva a la confusión. Así es cierto que la actual catástrofe nos invita a afrontar los gravísimos problemas de conservación de la naturaleza y del propio planeta, pero la expansión mortífera de la covid-19 no tiene nada que ver con eso, sino con la supervivencia de usos alimentarios arcaicos en un país desarrollado, para el caso China, en el marco de la mundialización de los transportes. Las costumbres chinas de consumir bichejos sin el menor control sanitario, como la de origen mágico que extingue los rinocerontes por la estimación de sus cuernos, implican un asalto a la naturaleza, solo que de carácter bien distinto al asalto que llevan a cabo los grandes países por productivismo, China incluida. La ceguera al ignorar la recomendación ilustrada tiene esos efectos y parece que seguirá teniéndolos.

El precepto debiera ser aplicado a otros fenómenos de nuestros días, sobre los cuales tiende a practicarse una aproximación unilateral, basada también en generalizaciones. Por supuesto, la prohibición de Lo que el viento se llevó tiene que ver con la vocación censoria que está acompañando a los movimientos reivindicativos actuales. Acabar con lugares de memoria dedicados a organizaciones y figuras políticas siniestros resulta lógico. No tiene sentido que las estatuas de quien asoló el Congo, de nombre Leopoldo II, presidan el centro de Bruselas, ni que en Bolzano se mantenga una inscripción donde es celebrada la conquista de España por el fascismo italiano, ni que Madrid, por simple ignorancia, conserve su calle a Charles Maurras, fundador del fascismo francés. Hay, en cambio, personajes ambivalentes, donde coexistieron grandeza y crimen. Sin ir más lejos Napoleón. Y si para el nacionalismo indigenista resulta lógico derribar las estatuas de Cortés, aquí deberíamos hacerlo con el monumento al cura Hidalgo, héroe de la independencia mexicana, y perpetrador de auténticas matanzas de civiles españoles, como en la alhóndiga de Guanajuato. La única solución es no dejarse arrastrar por una motivación excluyente, o en todo caso recurrir a la imaginativa solución cubana para justificar la supervivencia de una estatua de Fernando VII.

Volviendo a Lo que el viento se llevó, lo que asimismo interesa recordar es que la imagen también fabrica la historia. Fundamentalmente dos películas, la citada y la anterior El nacimiento de una nación, crearon un relato destinado a perpetuarse, según el cual existió una cosa estupenda llamada Ku-klux Klan en la de Griffith, y una feliz esclavitud negra presidida por caballeros y besos de Clark Gable, en la de Fleming. Los efectos están a la vista en el presente sureño, sin alteraciones: idealización del pasado y discriminación racial. Para entenderlo, resulta útil acudir a la distinción de Hirsch entre significado (meaning) y significación (significance), elaborada a partir de la conocida entre denotación y connotación. El significado remite al contenido del mensaje, tal como se ofrece a nuestra comprensión, distante en lo que toca a las citadas películas, aun cuando percibamos un racismo de fondo no compartido, pero la significación nos lleva al otro lado del espejo, a la integración en un contexto dado, y fue obvio que tanto en el norte como en el sur de Estados Unidos, las peripecias de Escarlata O’Hara tuvieron otra lectura y otras consecuencias históricas. Asentaron una tradición. ¿Sería aceptable una película sobre la tierna existencia de un nazi en la Cracovia de Strindberg?

No ha sido un fenómeno exclusivamente americano. El franquismo trató de hacer algo parecido sin lograrlo, ya que Alba de América era un petardo infumable, y cuando quiso seguir otros caminos, con aceptación del público, como Locura de amor, e incluso Agustina de Aragón o La leona de Castilla, el mensaje político era ambiguo o contradictorio, ya que ensalzar la lucha del pueblo vinculaba estas últimas a pesar de todo con la República del 36, y no con el sistema de valores de Raza o A mí la legión. Y respecto de los totalitarismos, sucedió algo muy curioso con la filmografía de intención crítica: ha sido machacada la imagen del nazismo como el mal en la historia, hasta culminar en Malditos bastardos, pero se ha escapado casi indemne el fascismo italiano, visto como creación extemporánea de un personaje histriónico. Novecento fue otra cosa, pero sin apuntar al vértice, igual que su representación en clave humorística por una filmografía de izquierdas, atada desde pronto por el propósito de reconciliación nacional (La marcha sobre Roma, Años rugientes y El federal ). ¿Quién iba a tomarse en serio a fascistas como Gassman y Tognazzi?

Sin olvidar el encubrimiento desde el exterior de los crímenes contra la humanidad cometidos por Italia : La mandolina del capitán Corelli. Del exterminio en Etiopía nada, salvo el simpático canto Facetta nera. Un olvido feliz generalizado. Claro que hubo excepciones, de La larga noche del 43 y El jardín de los Finzi Contini hasta la magistral Una giornata particolare, aunque siempre cortado el puente con el neofascismo desestabilizador de los setenta, cuyo enlace con el régimen de la Democracia Cristiana y la mafia apuntó Sorrentino en Il divo. Pensemos en la distancia entre la denuncia de Vincere y la subjetivación del caso Moro en Buenas días noche, ambas de Bellocchio, Las películas-documentales no cubrieron eficazmente el vacío y el lujoso chafarrinón del mismo Sorrentino sobre Berlusconi muestra que la confusión persiste. La distinción de Hirsch recuerda su operatividad. ¿Tendrá todo esto algo que ver con el ascenso de Salvini, y sobre todo de los Fratelli d’Italia de la Meloni ?

Puestos a encubrir con brillantez, Bertolucci lo logró con gran éxito en El último emperador. La China imperial agonizaba con su protagonista y la Revolución cultural se limitaba a ejercicios humanistas de reeducación. Nada peligroso. Excelentes películas chinas post Mao, como Vivir y La cometa azul, profundizaron en la significación del maoísmo, pero esto se ha acabado, y persiste su imagen, similar a la del fascismo, a modo de episodio exótico orquestado por un megalómano. Fue olvidada su dimensión nacionalista e imperialista, anclada en una mitología del pasado. A diferencia de Lenin, Mao se consideró descendiente de los emperadores (justo al hablar de Pu-Yi). Así como hubo una línea roja Zarismo-Stalin-Putin, la hay imperio del medio-Mao- Xi Jinping, solo que ahora la hegemonía agresiva no tiene por blanco la URSS, sino el resto del mundo. La imagen exterior seguirá correspondiendo a Las dagas voladoras".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 29 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Amistad



Foto de Getty Images para El País


Las fuerzas impenetrables que unen a dos seres humanos son una forma de solidaridad absoluta, afirma en el A vuelapluma de hoy lunes [Las costuras de amistad. El País, 19/6/20] el filósofo y profesor de la Universidad de Calabria, Nuccio Ordine.

"¿Estamos realmente seguros de que los lazos de parentesco son más importantes que los lazos de amistad? ¿Tenemos la certeza de que, en tiempos de pandemia, es legítimo establecer por decreto que solo los vínculos de sangre pueden justificar los encuentros y la frecuentación de otras personas? -comienza preguntándose el profesor Ordine-. Una vez más, la literatura sale al rescate de aquellos que, con toda razón, reivindican la libertad de decidir las prioridades de su mundo afectivo. Los clásicos están repletos de ejemplos en los cuales la amistad, la verdadera, constituye una forma de solidaridad absoluta y esencial, hasta poner incluso la propia vida al servicio del otro. En la épica, solo para recordar algunos casos célebres, las parejas representadas por Aquiles y Patroclo (Ilíada), Euríalo y Niso (Eneida), Cloridano y Medoro (Orlando furioso), además de expresar el coraje del guerrero, exaltan la generosidad de quien no teme desafiar a la muerte para defender al amigo o vengar su muerte.

También en el mundo femenino es posible encontrar una profunda intensidad, de naturaleza distinta. Basta con releer la tierna y dramática historia de Elena (Lenú) y Lila, contada por Elena Ferrante, para comprender que la amistad entre mujeres puede convertirse en una relación simbiótica basada en la unidad del “nosotras” (“Nadie nos entendía, pensaba yo, solamente nosotras dos nos entendíamos. Nosotras, juntas, solo nosotras, sabíamos”). Una relación —entre la solidaridad y la rivalidad, entre el perderse y el reencontrarse— que se revela esencial en la vida de las dos heroínas (“Probaba sobre todo lo fructífero que había sido estudiar y conversar con Lila, tenerla como estímulo y sostén para salir a ese mundo que había fuera del barrio, entre las cosas, las personas, los paisajes y las ideas de los libros”).

Las páginas que Antoine de Saint-Exupéry dedicó a la amistad en el famoso diálogo entre el principito y el zorro del desierto son memorables. Contra las trivializaciones del presente (muchos usuarios de Facebook piensan que la amistad consiste en un simple clic), el sabio animal nos enseña que “crear lazos” significa dedicar tiempo al otro, aprender a “ver con el corazón”, descubrir “el precio de la felicidad”. Solo de esta forma puede suceder aquel milagro que transforma a dos interlocutores, inicialmente extraños entre sí, en dos seres “únicos”: el principito, en efecto, de “muchachito semejante a 100.000 muchachitos” pasa a ser “único en el mundo” para el zorro, de la misma manera que este último, de “zorro semejante a 100.000 zorros”, pasará a ser percibido por el principito como “su” zorro (“Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo”).

Pero el registro puede ser aún más íntimo y conmovedor cuando se pasa de la ficción a experiencia de vida. Michel de Montaigne nos recuerda en Los ensayos que a veces la amistad, en cuanto elección libre del otro, crea lazos incluso más fuertes que aquellos que nos unen a un hermano o a la persona de la que nos hemos enamorado (“en la medida en que son amistades impuestas por la ley y la obligación natural, tienen mucho menos de elección y de libertad voluntaria”). Lejos de los lazos biológicos (no elegimos a los padres o a una hermana) o amorosos (en los que está presente el egoísmo del deseo erótico), la “comunión” de la que se nutre la amistad, escapando a cualquier tipo de ventaja utilitaria, es la máxima expresión de la gratuidad. Las fuerzas impenetrables que unen indisolublemente a dos seres humanos terminan por constituir un “misterio”. Un enigma que Montaigne encierra en una fórmula que explica su profunda amistad con Étienne de La Boétie: “Se mezclan y se combinan entre sí con una fusión tan completa que borran y pierden el rastro de la costura que las unió. Si me preguntan por qué lo amaba, siento que solo puede expresar como respuesta: ‘Porque era él; porque era yo”. Hay, más allá de todo mi discurso, y de todo lo que pueda decir en particular, no sé qué fuerza inexplicable y fatal, mediadora de esta “unión”. La amistad, en definitiva, es como un “vínculo sagrado”, que encuentra su “sustento” en el “diálogo” y en la “comunicación” entre dos personas.

Lo había explicado ya, con palabras conmovedoras, Francisco Petrarca en una carta dirigida en 1363 al humanista Barbato de Sulmona. Al recordar al destinatario su amistad y la distancia que los separa (“unidos por el alma, alejados por el cuerpo”), el poeta se apoya en la fuerza de la imaginación (“nada puede impedir que nos abracemos con la imaginación”) y del corazón para asegurarse de que “ninguno de los dos pasará sin el otro sus días y sus noches, sus fatigas de estudio”. La separación física no separa del todo; hace posible seguir compartiendo incluso los gestos más humildes de la vida cotidiana. Una presencia invisible, en definitiva, te acompaña en la lectura de un libro (“el libro que uno de nosotros tome, el otro lo abrirá; allí donde uno fije la mirada, el otro leerá”), mientras descansas en un prado (“en cualquier parte que uno escoja para sentarse, tendrá al otro como compañero”) o en el acto de conversar (“cada vez que empiece a hablar consigo mismo o con otros, verá a su amigo escuchando atentamente”) o en las más diversas actividades («hagas lo que hagas, estés donde estés, vayas donde vayas, tendrás siempre al amigo a tu lado»). Aunque la amistad haga posible lo imposible, Petrarca sabe bien que ninguna relación virtual puede sustituir al encuentro físico, in praesentia: el amigo, de hecho, espera siempre poder “vencer la dificultad del camino” para “ver tu rostro y oír tu voz”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Eduardo García de Enterría




Eduardo García de Enterría en su toma de posesión académica


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.
Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Eduardo García de Enterría (1923-2013). Elegido el 11 de noviembre de 1993, tomó posesión de la silla "U" académica el 24 de octubre de 1994 con el discurso titulado La lengua de los derechos. La formación del Derecho Público europeo tras la Revolución Francesa., al que respondió en nombre de la corporación el académico Ángel Martín Municio.

Eduardo García de Enterría, catedrático de Derecho Administrativo de las universidades de Valladolid (1956) y Complutense de Madrid (1962), fue doctor honoris causa por las universidades de París-Sorbonne, Bolonia, Mendoza (Argentina), Tucumán (Argentina), Nuevo León (México), Benito Juárez de Durango (México), Guadalajara (México), Buenos Aires, Córdoba (Argentina), Externado de Colombia y Sergio Arboleda de Bogotá (Colombia), y por las universidades españolas de Valladolid, Carlos III, Cantabria, Oviedo, Santiago de Compostela, Extremadura, Málaga, Zaragoza y San Pablo CEU.

Fue letrado del Consejo de Estado (1947),  miembro de la Accademia Nazionale dei Lincei (Italia), miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, del European Law Research Center y de la Law School de la Universidad de Harvard (Estados Unidos).  Entre otras distinciones, García de Enterría recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1984), el Premio Alexis de Tocqueville (Maastricht, 1999) y el Premio Internacional Menéndez Pelayo (2006).

Fundador y director de la Revista de Administración Pública, desde 1950, y de la Revista Española de Derecho Administrativo (desde 1974), Eduardo García de Enterría fue el primer juez español del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (1978-1986). En 1952 fundó el despacho de abogados que lleva su nombre.

Eduardo García de Enterría era un gran admirador y estudioso de la obra literaria del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), sobre quien publicó el libro Fervor de Borges (Madrid, 1999).



Real Academia Española, Madrid



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sábado, 27 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Vida y literatura. Publicada el 19 de marzo de 2010



Portada de Los grandes libros, de David Denby


Nunca quedo defraudado en mi ineludible y ansiada cita mensual con "Revista de Libros". En su último número (el 159, marzo 2010), aparte de un buen número de interesantes artículos, leo dos frases del escritor austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) que me han resultado llamativas. Dicen así: "La literatura puede ofrecer la solución de la existencia". Y esta otra, lapidaria, sobre los premios: "Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en la cabeza, porque a uno le pagan por ello". ¿Excesivo? No me lo parece; desde luego irreverente, la última, sí; por fortuna. Ambas están tomadas de sendos artículos de los críticos literarios Martín Schifino ("El intransigente") y Félix Romeo ("El premiado recibe los insultos") sobre el autor citado, que pueden leer en los enlaces anteriores.

Antes, en el mismo número, el escritor José María Guelbenzu, en relación con  el comentario que formula sobre los "Cuentos completos" de Juan Carlos Onetti, dice lo siguiente: "Una regla no escrita sostiene que el verdadero valor de una obra se manifiesta en el tiempo. Una forma clásica de dar tiempo al tiempo es la relectura, y una relectura fiable al respecto es aquella que se hace poniendo uno o, mejor, dos decenios de por medio, es decir dando margen suficiente a la evolución personal del lector. La respuesta más positiva de la obra o libro es que la segunda lectura sea más enriquecedora, más madura, más compleja y más clara a la vez; y la tercera, si cabe, que sea aún más cumplida, es decir, que sea capaz de acompañar al lector a medida que éste va ganando en años por la vida y ampliando su experiencia. Dese por seguro que un libro capaz de responder al lector a lo largo de las diferentes edades de éste es una pieza de verdadera importancia: ahí están la Ilíada, la Biblia, Shakespeare o Cervantes para demostrarlo".

Leí los tres artículos esta mañana mientras esperaba, en la consulta del ambulatorio, a que me recibiera mi médico de cabecera, a ver si era capaz de calmarme una tos que me impide dormir por las noches, -salvo que me quede sentado en un sillón-, desde hace más de diez días. Su lectura me hizo recordar un precioso libro del crítico cinematográfico del New Yorker, David Denby, que tomé prestado de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas en septiembre de 2003. Se titulaba "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, Madrid, 1997).

Denby relata en él con bastante humor y una buena dosis de nostalgia, su vuelta a la Universidad de Columbia, en Nueva York, su alma mater, veinte años después de concluir sus estudios en ella, para matricularse de nuevo como simple experiencia vital, en el curso de Literatura de la citada universidad, obligatorio en todas los grados de Humanidades y Ciencias, que incluye una serie de lecturas de clásicos de la literatura universal, agrupadas en lo que se conoce como el "Core Curriculum del Columbia College", y que en dos semestres académicos acomete el estudio de  la "Ilíada" y la "Odisea", de Homero; "Historia", de Heródoto; "Orestiada", de Esquilo; "Edipo rey", de Sófocles; "Las nubes", de Aristófanes; "Apología de Sócrates" y "El Banquete", de Platón; "Historia de la guerra del Peloponeso", de Tucídides; "Medea", de Eurípides; el "Génesis""El libro de Job" y los "Evangelios" de Lucas y Juan, de la Biblia; "Eneida", de Virgilio; "Confesiones", de San Agustín, "Comedia", de Dante; "Decamerón", de Bocaccio; "Ensayos", de Montaigne; "Don Quijote de La Mancha", de Cervantes;  "Hamlet", de Shakespeare; "Orgullo y prejucio", de Jane Austen; "Crimen y castigo", de Fyodor Dostoevsky; y "Al faro", de Virginia Woolf.

Esa lista de lecturas, o similares, obligatorias en casi todas las universidades norteamericanas, me provocó una agridulce sensación de frustración, y de envidia. La primera no tenía mucha razón de ser pues de todos los libros citados sólo tengo tres sin leer; no les confieso cuales, por pudor. La envidia, no; esa no se me ha pasado, y cuando veo los "planes de estudio" de las facultades humanísticas españolas, no es que me crezca la envidia: lisa y llanamente se me abren las carnes..., de vergüenza. No digamos las de ciencias, absolutamente desvinculadas de cualquier "saber" humanístico o literario.

Nunca me he trazado un "plan de lecturas" vital, ni a corto, medio, ni a largo plazo. Leo de forma desordenada, con gran predominio de los clásicos sobre los modernos, y del ensayo sobre la ficción. A pesar de ello, o quizá por ello, tengo dos premisas que sigo de forma más o menos consciente: Una, desconfiar de los libros que obtienen premios literarios tan mercantilizados, por ejemplo, como el Planeta (que me perdonen los galardonados, que no tienen la culpa de mi fobia), y dos, reafirmarme en mi intuitivo criterio de que después de los clásicos griegos, todo lo demás es mera paráfrasis.

Aprovecho para recomendarles otro precioso libro sobre el denostado "canon de lecturas occidental", escrito por el renombrado profesor y crítico literario Harold  Bloom. Se titula "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, Madrid, 2005). He intentado localizarlo en la desastrosa organización de mi biblioteca familiar (en tres casas dintintas), pero me ha sido imposible. HArendt




Biblioteca Nacional de España, Madrid



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jueves, 25 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre dictaduras y lecturas. Publicada el 16 de marzo de 2010



Plaza de Santa Ana, Las Palmas de Gran Canaria


Las dictaduras son dictaduras, a secas. No son de derechas ni de izquierdas, son dictaduras sin más. Sin adjetivos. Ni buenas ni malas, sino peores. Ya lo dijo Kelsen en los años 30 del pasado siglo: "Sólo hay dos tipos de Estados, o democracias o autocracias".

Yo también comulgué con ruedas de molino en mi juventud. Comulgué con el fervor del neófito, del converso; pero comulgué. Y como Saulo de Tarso un momento antes de convertirse en Pablo, camino de Damasco yo también me caí del caballo. No sabría decir en que momento me la pegué. Me caí yo solo; no me derribó ningún fulgor divino, ni escuché ningún "¿Quo vadis, HArendt?". No fue la mía una conversión a la democracia repentina ni fulminante; se produjo poco a poco, a base de inquietudes, desasosiegos, lecturas, estudio, ir conociendo otras verdades..., de maduración personal, en suma. Ahora, creo, me siento vacunado contra las ruedas de molino. Pienso que no volveré a comulgar con ellas, pero nunca se sabe; hay que estar muy alerta para no caer en tentación...

Me maravilla la pasmosa credulidad de gentes y personas que se definen de izquierdas con la dictadura castrista. No soy capaz de entenderlo. Ya he contado alguna que otra vez en el blog como viví, a mis trece años, la entrada de Fidel Castro y sus hombres en La Habana, el 1 de enero de 1959. No es cuestión de repetirlo. Y respecto a los logros de su "revolución", yo diría lo mismo que oí una vez a un ilustre profesor de historia sobre los logros del franquismo: que se habían conseguido "no gracias a Franco, sino a pesar de Franco". ¿Que hubiera sido de Cuba si Castro no hubiera triunfado? Pues no lo se, pero estoy absolutamente seguro que los cubanos  se habrían quitado a Batista de encima y hoy serían más libres y más felices que con Castro. Y lo mismo habría pasado en España si Franco no hubiera existido: nos habríamos ahorrado una guerra civil, una posguerra más atroz aún, y unas cuantas decenas de años de atraso y falta de civilidad, que aún pesan como una losa sobre los españoles. Las dictaduras son malas siempre, sin excepciones, sin apellidos, sin colores ni banderas.

Cada vez me cuesta más ponerme ante el teclado del ordenador. No estoy justificándome. Se trata de una realidad insoslayable que más pronto que tarde, me temo, va a llevarme a abandonar por mera consunción este agradable pasatiempo que comencé va a hacer cuatro años sin saber muy bien ni el "por qué" ni el "para qué" lo iniciaba. Casi cuatro años y casi 1300 artículos, son mucho hablar. La verdad es que ya no tengo mucho que contar. O no se como contarlo, que es peor.

Dicen que la vida es maestra de la literatura. ¿O es al revés?... No lo tengo muy claro. Amo los libros casi tanto o más que a las personas. Hay excepciones, claro está. Hay libros y personas (o personas y libros) excepcionales en mi vida. 64 años dan para mucho en libros y personas (o personas y libros). Últimamente me refugio más en los libros que en las personas.

En estos días, sin dejar de cumplir con mi agradable función de abuelo a tiempo completo, que es una de las mayores alegrías de mi vida, he caído en una especie de lectura casi compulsiva (aunque seleccionada): Junto al "César o nada" de Pío Baroja, de la que ya hablé en el blog hace unos días, he leído con fruición "El mundo es ansí" y "La sensualidad pervertida", que completan su trilogía titulada "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982). Y "Abierto toda la noche" (Anagrama, Barcelona, 2005) de David Trueba, una agridulce comedia regalo de mi amiga Ana C. También sucumbí a "La velocidad de la luz" (Tusquets, Barcelona, 2005) de Javier Cercas , una espléndida novela sobre la amistad y el desencanto del éxito, y con algunas de las más afiladas y memorables páginas sobre lo que supuso la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana. Y ayer terminé de leer "Los libros arden mal" (Punto de Lectura, Madrid, 2007), de Manuel Rivas. Una novela sobre la guerra civil y la losa del franquismo, en la que la ciudad de La Coruña y sus gentes se erigen en auténticos protagonistas de una historia que transcurre entre julio de 1936 y el día de hoy.

Comencé a leerla el martes pasado en un banco de la plaza de Santa Ana, en Las Palmas, mientras esperaba la salida del colegio de mi nieto mayor. Encuadrada por el Ayuntamiento de la ciudad al oeste, la Catedral al este, el palacio episcopal y la Casa Regental -la sede del presidente de la Audiencia de Canarias desde hace cinco siglos- al norte, y edificios "civiles" al sur , la plaza de Santa Ana fue la primera "plaza mayor" española (o la segunda, según se mire, pues la primera de todas fue en tierras americanas, la de la ciudad de Santo Domingo, en La Española, hoy República Dominicana) y su catedral, la Catedral de Canarias, la primera de África, de ahí su condición de Sede Primada del continente. Conmovido por sus primeras páginas envié un "sms" a una antigua y querida amiga de La Coruña, Luisa M., compañera de fatigas, amores no correspondidos y andanzas universitarias. Aprovechaba para decirla que hacía siglos que no sabía nada de ella, que había comenzado a leer la novela de Rivas, con su querida La Coruña como protagonista, y para contarle la profunda desazón que su lectura me estaba ocasionando. Y es que a mí, las guerras, las historias de guerras, por muy literarias que sean, me dejan profundamente desasosegado. No he tenido contestación, demasiadas cosas para un "sms", pero estoy seguro de que ha leído el libro, y también estoy seguro de que me contestará. Como dice en la contraportada del libro el periodista de El País Jordi Gracia, "Los libros arden mal" es una historia para leer dos veces. Lo haré, sin duda, porque con desasosiego o sin él, es una novela fascinante.

Y con su lectura cierro el bucle espacio-temporal que ha tenido como protagonista de la semana a las dictaduras, las de izquierdas y las de derechas, a raíz de las declaraciones del actor Guillermo (Willy) Toledo, tan gilipollas como siempre, sobre la muerte por huelga de hambre de Zapata, el disidente cubano en prisión. Comparto plenamente la opinión de la periodista Cristina Galindo en su artículo en El País del pasado día 11  titulado "Dictadura es siempre dictadura" , que pueden leer desde el enlace anterior. HArendt








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miércoles, 24 de junio de 2020

[MIS MUSAS] Hoy, con el poeta Antonio Aparicio, el compositor Pietro Mascagni, y el pintor Pedro Pablo Rubens




Las Musas, de Thorsvalden


Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual la voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo; y George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia. Por su parte, Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que cada día un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana. 

Subo hoy al blog al poeta Antonio Aparicio y su poema "Recuerdo de España", al compositor Pietro Mascagni y el aria "O amore, o bella luce del core", de su ópera "L'amico Fritz", y al pintor Peter Paul Rubens y su cuadro "El rapto de las hijas de Leucipo". Disfruten de ellos.



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El poeta Antonio Aparicio


Antonio Aparicio (1916-2000). Nacido en Sevilla se da a conocer como poeta en las celebraciones del centenario de Gustavo Adolfo Becker. Lucha del lado de la República durante la guerra civil escribiendo en numerosas revistas y plublicaciones de la época. En 1938 publica su "Elegía a la muerte de Federico García Lorca. Al final de la guerra se refugia en la embajada de Chile en Madrid con la ayuda de Pablo Neruda, de donde se exilia a Chile, con estancias breves en Argentina, Brasil, México y Europa. En 1954 se afinca definitivamente en Caracas (Venezuela), donde muere. Les dejo con su poema: "Recuerdo de España".



RECUERDO DE ESPAÑA

... Y ahora estará la primavera alazando
a orillas del Jarama y Manzanares,
trinos sin fin, aromas a millares,
toda España en su luz resucitando.

Un ruiseñor al alba va anunciando
sobre campos de ayeres militares,
por viñas, naranjales y olivares,
que la hora de la paz viene sonando.

Paz otra vez.
Sobre su sien herida
verdecerá otra vez la primavera
vistiendo, al sol, sus olvidadas galas.

Y entrará toda España en nueva vida
para poder de nuevo en su ribera
cuidar las rosas, olvidar las balas.


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El compositor Pietro Mascagni


Pietro Antonio Stefano Mascagni (1863-1945) fue un músico italiano, uno de los mejores exponentes de la ópera verista. Nació en Livorno, y realizó estudios con el compositor Alfredo Soffredini. La obra más popular de Mascagni es la ópera Cavalleria Rusticana. Escrita en sólo dos meses y basada en una obra del escritor italiano Giovanni Verga, es un exponente del estilo de ópera italiana denominado verismo, que subraya el comportamiento violento de los personajes sometidos a una gran tensión emocional. Cavalleria Rusticana tiene libreto de G. Menasci y G. Targionni-Tozzetti, y se estrenó en Roma en 1890.

El éxito de Pietro Mascagni con el verismo influyó en el compositor italiano Ruggiero Leoncavallo. Mascagni compuso 17 óperas, aunque sólo Cavalleria Rusticana y L'amico Fritz (1891) se mantienen en el repertorio musical actual. Otras óperas fueron Il piccolo Marat, Guglielmo Ratcliff, I Rantzau, interpretada por la famosa cantante Nellie Melba en el Covent Garden, y Nerone (1935) que era un tributo a Benito Mussolini, ya que Mascagni había aceptado ser el músico oficial del régimen fascista. Murió en el hotel Plaza de Roma cuando, desilusionado, se encontraba en la indigencia.

L'amico Fritz es una ópera en tres actos basada en la novela francesa L'ami Fritz de Émile Erckmann y Pierre-Alexandre Chatrian. Se estrenó en Roma, en el Teatro Costanzi, el 31 de octubre de 1891. Fue la segunda ópera de Mascagni, y es probablemente su obra más famosa después de Cavalleria rusticana.

Trata del rico y soltero Fritz Kobus, cuya misoginia será vencida por el encanto de la dulce joven Suzel, ante la amenaza de que el padre de ella le obligue a casarse con otro hombre, lo que no es más que una estratagema. L'amico Fritz es una obra de plácido ambiente rural, con una pareja protagonista y cierta semblanza con la de La Bohème. Pueden  escuchar la hermosa aria "O amore, o bella luce del core", intepretada por Luciano Pavarotti, desde el enlace anterior.






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El pintor Pedro Pablo Rubens


Peter Paul Rubens (1577-1640) fue un pintor barroco de la escuela flamenca. Su estilo exuberante enfatiza el dinamismo, el color y la sensualidad. Sus principales influencias procedieron del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía,​ y sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó «con él, la pintura ha encontrado su esencia». Fue el pintor favorito del rey Felipe IV de España, su principal cliente, que le encargó decenas de obras para decorar sus palacios y fue el mayor comprador en la almoneda de los bienes del artista que se realizó tras su fallecimiento. Como consecuencia de esto, la mayor colección de obras de Rubens se conserva hoy en el Museo del Prado, con unos noventa cuadros, la gran mayoría procedentes de la Colección Real.

El rapto de las hijas de Leucipo es un cuadro del pintor flamenco Pedro Pablo Rubens. Fue ejecutado hacia el año 1616. Se trata de una pintura al óleo sobre tabla, que mide 2,22 metros de alto y 2,09 m. de ancho y que actualmente se conserva en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania).

En esta tela se representa un tema mitológico. Cástor y Pólux raptaron a las hijas de Leucipo. No obstante, no se supo que tal era el tema hasta que lo descifró el poeta Wilhelm Heinse en 1777 después de leer los «Idilios» de Teócrito.

Es un cuadro del principio de la carrera de su autor, de transición entre el renacimiento y el barroco. La composición, como en el clasicismo, está calculada y equilibrada. Pero el movimiento, ascendente y en diagonal, construido por masas de color, es ya de un dinamismo típicamente barroco. En los opulentos desnudos se nota la influencia de la escuela veneciana. Los colores son cálidos y deslumbrantes.



El rapto de las hijas de Leucipo


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martes, 23 de junio de 2020

[ARCHIVO DE BLOG] Teodicea. Publicada el 24 de febrero de 2010



Pantocrator de la iglesia de San Clemente de Tahull (Cataluña)



Teodicea: Hermosa palabra tomada de las griegas "θεός" (dios) y "δίκη" (justicia), para pretender fundamentar la teología, la ciencia sobre Dios, sobre principios racionales. Con sinceridad, y sin ánimos de polemizar, no entiendo que tienen que ver la teología con la razón. Me parecen esferas incompatibles por naturaleza. Líneas paralelas que jamás llegarán a cruzarse por mucho que lo intentemos. No niego el profundo alivio y esperanza que la religión puede proporcionar. Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.

Sobre la existencia de Dios, dice el intelectual norteamericano de origen judeo-francés George Steiner, Premio Príncipe de Asturias (2001) de Comunicación y Humanidades,  en su autobiografía "Errata. El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1999), que hasta un ateo, como el pensador británico Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura (1950) y autor de un polémico libro titulado "Por qué no soy cristiano" (Edhasa, Barcelona, 1995), consideraba con asombro como impecables desde un punto de vista lógico las llamadas pruebas ontológicas formuladas por San Anselmo de Canterbury (1033-1119). Por el contrario, el gran filósofo alemán Emmanuel Kant, también citado por Steiner, definía las prueba de la razón con respecto a Dios como un callejón sin salida: "Qué sería Dios -dice- si Su Ser pudiera ser circunscrito, demostrado por la dialéctica y el raciocinio humanos?". Volveré más adelante sobre Steiner, cuyo libro leí por vez primera hace diez años y he vuelto a releer con especial fruición en estos días.

También terminé de releer ayer "César o nada", de Pío Baroja, escrita en 1910. Es la primera de las novelas de su célebre trilogía "Las ciudades" (Alianza, Madrid,1982), en la que se erige como protagonista un joven español, César Moncada, profundamente antiliberal pero de ideas progresistas, sobrino de un influyente cardenal de la Curia romana, que viaja a Roma en busca de relaciones y amistades que le permitan desarrollar una carrera política en España. La novela transcurre en los primeros años del pasado siglo, y está plagada de demoledoras críticas por parte del protagonista a la Iglesia Católica, y sobre todo a su jerarquía, reflejo del anticlericalismo de buena parte de los intelectuales españoles de la época. ¿Una anticipación por parte del autor de lo que poco más tarde sería definido como fascismo? Durante mi paso por la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, a mí me sirvió como argumento para un trabajo de curso titulado: "Génesis del protofascismo español en la novela "César o nada", de Pío Baroja". La verdad es que me quedó muy bien, aunque no resulte elegante decirlo, pero no recuerdo la nota que le pusieron en la Facultad.

No me resisto a reproducir la escena que relata la visita a César, en el hotel romano en el que se hospeda, de un fraile enviado por su tío, el cardenal: "Al día siguiente, César estaba acabando de vestirse, cuando le avisó el mozo que un señor le esperaba.

-¿Quién es? -preguntó César.

-Es un fraile.

Salió César al salón, y se encontró con un fraile alto y mal encarado, de nariz rojiza y hábito raído.

César recordaba haberle visto, pero no sabía dónde.

-¿Qué se le ofrece a usted? -preguntó César.

-Vengo de parte de su eminencia el cardenal Fort. Necesito hablar con usted.

-Podemos pasar al comedor. Estaremos solos.

-Sería mejor que habláramos en su cuarto.

-No. Aquí no hay nadie. Además, tengo que desayunar. ¿Quiere usted acompañarme?

-¡Gracias! -dijo el fraile.

César recordó haber visto aquella cara en el palacio Altemps. Era, sin duda, uno de los familiares que estaban con el abate Preciozi.

Vino el mozo a traer el desayuno de César.

-Usted dirá -dijo César al eclesiástico, mientras llenaba su taza.

El fraile esperó a que se fuera el criado, y luego, con voz dura, dijo:

-Su eminencia el Cardenal me ha enviado con la orden de que no vuelva usted a presentarse en ninguna parte dando su nombre.

-¿Cómo? ¿Qué quiere decir eso? -preguntó César con calma.

-Quiere decir que su eminencia se ha enterado de sus intrigas y maquinaciones.

-¿Intrigas? ¿Qué intrigas son ésas?

-Usted lo sabrá. Y su eminencia le prohíbe seguir por ese camino.

-¿Qué me prohíbe a mí hacer visitas su eminencia? ¿Y por qué?

-Porque toma usted su nombre para presentarse en ciertos sitios.

-No es verdad.

-Usted ha dicho donde ha ido que es sobrino del cardenal Fort.

-¿Y no lo soy? -preguntó César después de tomar un sorbo de café.

-Es que usted se quiere valer de su parentesco, no se sabe con qué fines.

-¿Que yo me quiero valer del parentesco con el cardenal Fort? ¿Y por qué no?

-¿Lo confiesa usted?

-Sí, lo confieso. La gente es tan imbécil, que cree que tener un cardenal en la familia es un honor; yo me aprovecho de esta idea estúpida, aunque no la comparto, porque para mí un cardenal es sólo un objeto de curiosidad de museo arqueológico...

César se detuvo, porque la fisonomía del fraile se ensombrecía. En el crepúsculo de su cara pálida, su nariz parecía una cometa que indicase un calamidad pública.

-¡Desgraciado! -murmuró el fraile-. No sabe usted lo que dice. Está blasfemando. Está usted ofendiendo a Dios.

-¿Pero de veras cree usted que Dios tiene alguna relación con mi tío? -preguntó César atendiendo más al pan tostado que a su interlocutor.

Y luego añadió:

-La verdad es que sería una extravagancia por parte de Dios.

El fraile miraba a César con ojos terribles. Aquellos ojos grises, debajo de las cejas largas, negras y cerdosas, fulguraban.

-¡Desgraciado! -volvió a repetir el fraile-. Debería usted tener más respeto con aquello que es superior a usted.

César se levantó.

-Me está usted molestando e impidiéndome tomar el café -dijo con finura, y tocó el timbre.

-¿Tenga usted cuidado! -exclamó el fraile, agarrando del brazo a César con violencia.

-No vuelva usted a tocarme -dijo César. desasiéndose violentamente, con la cara pálida y los ojos brillantes-, porque tengo aquí un revolver de cinco tiros, y tendré el gusto de disparárselos uno a uno, tomando por blanco ese faro que lleva usted en la nariz.

-Dispare usted, si se atreve.

Afortunadamente, al ruido del timbre había entrado el mozo.

-¿Quiere algo el señor? -preguntó.

-Sí que le acompañe usted a la puerta a este eclesiástico, y que le diga usted de paso que no vuelva más por aquí.

Días después. César supo que en el palacio Altemps había habido gran revuelo, a consecuencia de sus visitas. Preciozi había sido castigado, y enviado fuera de Roma, y los varios conventos y colegios de españoles advertidos para que no recibieran a César."

En el número de abril-mayo de 2013 de "Revista de Libros" hay un magnífico artículo de Justo Navarro: "Baroja descubre la acción sedentaria", que les recomiendo encarecidamente, lo pueden leer en el enlace anterior, en el que hace una admirable crítica del libro "Pío Baroja", escrito por José Carlos Mainer (Taurus, Madrid, 2012).

Retomo ahora a Steiner y su libro, una autobiografía más temática que cronológica de su peripecia vital, al que ya he dedicado al menos seis comentarios en mi blog en ocasiones anteriores. Sobre todo en relación con la búsqueda de la excelencia académica por parte de estudiantes y profesores, la misión de la universidad, o el papel civilizador de los estudios humanísticos. Hoy me detengo en concreto en el último capítulo del libro, dedicado a la reflexión sobre la existencia o inexistencia de Dios y el papel de las religiones.

Dice Steiner: "Sobre la base de la evidencia al alcance de la razón humana y de la investigación empírica no puede haber más que una respuesta honrada: la agnóstica del "no sé". Semejante agnosticismo, quebrado por el impulso de angustiada oración, de irracionales llamadas a "Dios", en los momentos de terror y de sufrimiento, es omnipresente en el Occidente posdarwiniano, posnietzscheano y posfreudiano. Consciente o inconscientemente, el agnosticismo es la Iglesia establecida de la modernidad. Es su tenue luz la que dirige las vidas inmanentes de los seres educados y racionales. Es preciso subrayar que agnosticismo no es ateísmo. El ateísmo, cuando se sostiene y se vive de manera consecuente, es una travesía completa, un disciplinado retorno a la nada."

Unas páginas antes, en respuesta a la pregunta de "Si Dios existe, ¿por qué tolera el horror y la injusticia de la condición humana?", ha respondido: "Desde tiempos inmemoriales, todo intentento de justificar su actitud hacia el hombre se ha inspirado en la cruel paradoja del libre albedrío. Los hombres y las mujeres deben ser libres para elegir y actuar, incluso para hacer daño a otros o hacerse daño a sí mismos. ¿Existirían de lo contrario el mérito y la responsabilidad? Hay fábulas de compensación: el sufrimiento injusto será recompensado en la eternidad. Ninguno de estos tres argumentos -el diabólico, el impotente, el compensatorio- se encomienda a la razón. A su manera, cada uno ofende a la inteligencia y a la moral. La respuesta que se da a la pregunta formulada mientras se torturaba y ahorcaba a un niño medio muerto de hambre en Auschwitz ("¿Dónde está Dios en este momento?", "Dios es ese niño.") es un bocado nauseabundo de patetismo antropomórfico." Lamento reconocer que también comparto esa sensación de náusea ante semejante respuesta.

Este comentario de hoy iba a ser parte de mi contrargumentación al artículo de mi amiga Inés en su Blog "Una astronauta en la isla de Lobos", pero me pareció excesivo y preferí crear, al final, dos entradas separadas y diferenciadas. Espero que las hayan encontrado interesantes. HArendt




El profesor George Steiner



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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