Mostrando entradas con la etiqueta J.Sampedro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta J.Sampedro. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Al final del tablero





¿Qué podemos hacer con los mensajes políticos virales que emponzoñan nuestra vida pública?, se pregunta en El País el profesor Javier Sampedro, doctor en genética y biología molecular e investigador del Centro  Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio del Medical Research Council de Cambridge.

Vivimos en tiempos de crecimiento exponencial, comienza diciendo Sampedro. A veces abusamos de este término. La población humana, aunque sigue creciendo, ya no lo hace de forma exponencial. Tampoco lo hacen la inmigración ni la inseguridad, la psicopatía ni la inmoralidad. Que algo crezca es asumible y entra dentro de lo normal. Que crezca de manera exponencial suele implicar algún desajuste, y a menudo un peligro para alguien. La medalla de “viral” que merecen ciertos mensajes en la red está plenamente justificada: al igual que el virus biológico de donde toma el nombre, ese mensaje se reproduce entre las masas acríticas adosadas a un teléfono con una dinámica exponencial. Cuantos más repetidores humanos lo reciben, más se propaga en la siguiente ronda de infección, hasta generar un mito o una escabechina. Guardaos del crecimiento exponencial.

La fábula oriental nos ha regalado un buen recurso divulgativo, que casi todo el mundo ha oído pero casi nadie ha incorporado a su modelo interior del mundo. Cuéntase que el visir Sissa Ben Dahir, queriendo quedar bien con el rey Sharim de la India, le regaló un tablero de ajedrez hecho a mano y tan hermoso como un amanecer en el mar Arábigo. Sharim se quedó deslumbrado por la belleza del tablero, y preguntó al visir qué podía ofrecerle en compensación por él. Los cortesanos del rey se estaban preparando contra una petición onerosa cuando el visir se limitó a pedir: “Ponga su majestad un grano de arroz en el primer cuadrado del tablero, dos granos en el segundo, cuatro en el tercero y así hasta el último cuadrado”. Este visir es más tonto que una carpa de río, pensó el rey, y ordenó a sus ayudantes que satisficieran su pedido. Como es bien conocido, arruinó de esta forma a su país, donde no había suficiente arroz para llenar ni el cuadrado 42 (de los 64 que tiene el tablero).

Los biólogos están acostumbrados a tratar con esta progresión exponencial (o geométrica), porque es la forma natural en que proliferan las células: una célula se divide para dar 2, que se dividen para dar 4, luego 8, 16, 32, 64, 128… y así hasta formar un cuerpo humano. También las bacterias crecen así, que es la razón por la que la esterilidad es tan difícil de alcanzar. Si matas por la noche a todas las bacterias menos a una, la que queda habrá reconstruido todo el cultivo infecto cuando vuelvas por la mañana al laboratorio.

Dice el cosmólogo Max Tegmark que nuestro universo nació exactamente igual que un sistema biológico. A partir de una mota mucho más pequeña que un átomo, el cosmos empezó a duplicar su tamaño una vez tras otra (1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128…) y así a cada instante, hasta generar todo lo que vemos a nuestro alrededor virtualmente de la nada. Ese es el Génesis según la física actual. La razón de ese comportamiento exponencial, que recuerda al cuento del visir y al crecimiento de un bebé, es que la fuerza que expande el universo está contenida en el mero espacio. Así, cuanto más espacio se genere, más fuerza lo expandirá, más espacio se generará y así hasta la habitual pesadilla exponencial.

¿Qué podemos hacer entonces con los mensajes políticos virales que emponzoñan nuestra vida pública? Pues recordar una cosa: que el crecimiento exponencial requiere unas condiciones ambientales óptimas. Sin eso, los virus empiezan a competir consigo mismos hasta descomponerse o evolucionar hacia otra cosa.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 5033
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 25 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] La elegancia del ADN





Los humanos no solemos aprender leyendo diccionarios, sino ‘deduciéndolos’ de nuestra experiencia, escribe en El País el profesor Javier Sampedro, doctor en genética y biología molecular e investigador del Centro Severo Ochoa de Madrid y del Medical Research Council de Cambridge. 

Todos los gremios se quejan de que nadie entiende la importancia de su trabajo, comienza diciendo Sampedro. ¿Cómo no va usted a interesarse por la química, señor mío, si todo es química en su cuerpo?, dirá el portavoz de los químicos. Su ignorancia de los principios de la ingeniería eléctrica, mi querida amiga, le impide entender el mundo moderno en toda su gloria, opondrá el delegado de los chispas. Por argumentos similares, todo es física y arquitectura, biología y algoritmo, narración y pintura. Todo eso está muy bien, pero ¿qué decir de los pobres lexicógrafos? Sí, esos tipos que hacen los diccionarios y se pasan el día manufacturando definiciones impracticables. Porque, como ya habrá adivinado el lector, todo es lexicografía.

¿Cómo definirías sentarse? Así lo hace el libro gordo: “Poner o colocar a alguien en una silla de manera que quede apoyado y descansando sobre las nalgas. Úsase también como pronominal”. Deje de reír el lector e intente hacerlo mejor que eso. Muchas veces no es fácil, y a menudo es imposible. Veamos la definición de yo: “Sujeto humano en cuanto persona”. Esa es fuerte. ¿Y cuál será la de tú? Redondeando un poco, no la hay, aunque podríamos sugerir: “Otro sujeto humano en cuanto otra persona”. No me interpretéis mal. Yo admiro a los lexicógrafos. Mi intención no es reírme de ellos, sino destacar la enorme dificultad de su trabajo. Y ahora vayamos con lo que nos trae aquí, que es la definición de elegancia.

Casi todo el mundo asocia la elegancia al buen gusto para el vestir, sobre todo si el que viste vive nadando en el almacén de dinero del Tío Gilito, lo que suele mejorar mucho el gusto de la gente. Pero lo cierto es que esta acepción es humilde y secundaria en el libro gordo. La primera acepción de elegante —“dotado de gracia, nobleza y sencillez”— es mucho más importante para la ciencia y el avance del conocimiento.

¿Qué es la elegancia para los científicos? Esta es la clase de pregunta que John Brockman, uno de los editores más singulares de nuestro tiempo, y también una especie de animador cultural de la élite científica, hace a sus pupilos una vez al año para la revista electrónica Edge.org. Su inspiración son sociedades de la vanguardia intelectual como la Mesa Redonda de Algonquín y el Grupo Bloomsbury. Hace unos años preguntó a todos esos cerebros: “¿Cuál es tu explicación bella, profunda o elegante favorita?”. Hubo un alud de respuestas, y Deusto acaba de publicarlas en español. Por todo lo que he leído ahí, seguimos sin una definición adecuada de la elegancia científica. Pero también creo que eso cada vez importa menos. Los humanos no solemos aprender leyendo diccionarios, sino deduciéndolos de nuestra experiencia. Ese es el gran valor de este libro.

Llama la atención la cantidad de físicos que, a la hora de elegir su teoría elegante favorita, votan por la selección natural darwiniana. Es probable que tengan razón. Jamás un mecanismo tan simple, autoconsistente y matemáticamente sólido habrá explicado una realidad tan compleja y exuberante como la totalidad de la vida de la Tierra, un proceso de evolución ininterrumpido que comenzó hace 4.000 millones de años, no mucho después del origen del sistema solar y, por tanto, de nuestro propio planeta.

Mi físico favorito, Frank Wilczek, cree que la simplicidad lleva a la profundidad, a la elegancia y a la belleza, y añade: “Hay pocos procesos tan elegantes como la construcción de un bebé siguiendo el programa de ADN”.



El físico Frank Wilczek. Foto de Mónica Torres para El País



>Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5014
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 8 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Defenderse del maligno





Datos privados de 50 millones de usuarios de Facebook se fugaron hace poco más de un año a empresas como Cambridge Analytica. No se puede luchar contra el maligno sin conocer antes sus entrañas, su núcleo lógico, y para eso, lo mejor es infiltrarse en él, comenta en El País Javier Sampedro , científico español, doctor en genética y biología molecular e investigador del Centro Severo Ochoa de Madrid y del Medical Research Council de Cambridge.

Todo el mundo está de acuerdo en luchar contra el maligno, pero poca gente sabe cómo hacerlo. Unos mandarían a los tanques, otros a los diplomáticos y el resto apelarán a la educación sin aclarar cómo ni cuándo. Como sabemos los aficionados al género de espías, no hay micrófono oculto, algoritmo de big data ni red de satélites que pueda compararse a una persona infiltrada en el sistema enemigo. No se puede luchar contra el maligno sin conocer antes sus entrañas, su núcleo lógico, la maraña de rencores e intereses que motiva su comportamiento y genera su estilo exclusivo, y nada de eso es posible sin colocar un infiltrado en sus engranajes. De esto va El hombre que fue jueves, de Chesterton, ¿no es cierto?

Las agencias de ciberseguridad se pasan el día reclutando hackers, y hacen bien, porque no hay mejor manera de controlar un gusano informático que contratar a quien lo creó, o a su compañero de pupitre. Los virus de verdad —los que creó la madre naturaleza— descubrieron esa estrategia en la noche de los tiempos. El sistema inmune que nos protege de los virus es obra de otro virus. Por eso sus genes pueden saltar, flipar y variar para producir una variedad ilimitada de anticuerpos contra cualquier agente infeccioso existente o imaginable. Un buen infiltrado, como un buen parásito, rara vez mata a su huésped. Lo que más le interesa es mantenerlo vivo para exprimir su información hasta llegar al hueso. Quizá el mejor infiltrado es el que sabe que nunca volverá a casa.

¿Te acuerdas del escándalo de Facebook? Aunque parezca mentira, ocurrió hace poco más de un año. Los datos privados de 50 millones de usuarios de esa red social se fugaron de algún modo a empresas como Cambridge Analytica, que los utilizó para la campaña presidencial de Donald Trump y también a favor del Brexit. El jefe y fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, se tuvo que humillar ante el Capitolio y el Parlamento de Estrasburgo para pedir perdón por el fiasco y prometer que todo iba a mejorar pronto. A un año del escándalo, ¿ha reducido Zuckerberg el acceso a los datos de los usuarios?

La respuesta es no. De hecho, está dando más acceso que nunca a terceras partes. Pero espera, esto no es tan malo como parece. Esas terceras partes ya no son Cambridge Analytica ni ninguna otra firma dedicada a vender “el petróleo del futuro” —tus datos— a partidos políticos, publicistas o tramas delictivas. Las terceras partes son ahora los científicos interesados en la forma en que se propagan las fake news, su fuente última y a quienes colaboran a su difusión. No son policías, sino investigadores que aspiran a entender desde dentro la lógica de ese tumor que amenaza los derechos constitucionales de la gente. De ti y de mí, desocupado lector.

El Social Science Research Council de Nueva York, una asociación no lucrativa, y la fundación público-privada Social Science One, asociada a la Universidad de Harvard, han seleccionado los primeros proyectos científicos. Implican a 60 investigadores, se centrarán en Alemania, Chile, Italia y Estados Unidos y serán financiados por organizaciones no gubernamentales. Los científicos tendrán acceso a una cantidad de datos sin el menor precedente en la investigación académica. Esos datos pueden ser los tuyos y los míos, pero ¿tú te opondrías a que se usaran para este fin? Yo no. Por fin tenemos infiltrados en las tripas de la mayor red social de este planeta.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4960
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 1 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Dados, debates y Dios





Entre las muchas cosas que podemos pedir a los políticos, “entrar al fondo de la cuestión” no está en la lista, escribe Javier Sampedro,  científico y periodista español, doctor en genética y biología molecular, e investigador en dicha espepecialidad del Centro Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio del Medical Research Council de Cambridge. 

Esto es un metaanálisis de los debates, comienza diciendo: vamos a analizar a quienes analizan los debates. Una queja común entre ellos es que los candidatos se han enredado en el fuego cruzado y no han penetrado en el fondo de las cuestiones. Es un punto de vista imposible de rechazar —¿quién puede oponerse a entender las cosas?—, pero también una crítica injusta. Si los dos debates hubieran seguido el formato de un seminario TED, como sería necesario para empezar a penetrar en el “fondo de las cuestiones”, los nueve millones de audiencia se habrían encogido como un jersey de conejo de angora lavado en agua hirviendo.

Esto no es culpa de los candidatos, ni de sus equipos ni de las televisiones que los han acogido en su prime time. La culpa es nuestra, de los ciudadanos, que antes nos iríamos a un café teatro que aguantar una discusión sosegada entre políticos. El primer debate nos pareció a todos demasiado tieso de almidón protocolario, y nos ganamos así una segunda vuelta teñida de un añil más tabernario y candidatos hablando de tres en tres como si no hubiera un mañana. Los deseos del público son órdenes para el aspirante. Eso es un debate en nuestros días. La clave de Balbín se extinguió hace mucho y no da signos de resucitar. Y los seminarios tipo TED no se meten en campañas políticas, al menos de momento.

Veamos el mejor ejemplo de debate que nos ofrece la ciencia. Comenzó hace un siglo con uno de los relatos más seductores de la historia del conocimiento. Pese a toda su fama de revolucionario, Einstein creía en un universo ordenado y predecible. Su teoría de la relatividad general era —y sigue siendo— el paradigma de la elegancia y la parsimonia, con las estrellas curvando suavemente el espacio y las curvas del espacio determinando el movimiento de los planetas y las galaxias en una eterna armonía cósmica. Mientras tanto, Niels Bohr y su prodigiosa escuela de Copenhague estaban revelando un mundo cuántico donde la probabilidad sustituía a la certeza. Un mundo inaceptable para Einstein.

¿Podemos imaginar un debate entre Einstein y Bohr al estilo de los que nuestros políticos han mantenido estos días? Sí, podemos, porque los dos físicos ya nos dieron en la época los tuits necesarios para ello. “No creo que Dios juegue a los dados”, dijo Einstein, y Bohr le respondió: “Deja de decirle a Dios lo que debe hacer”. Breve, brillante y directo al punto: el sueño de cualquier asesor electoral.

Pero hoy sabemos que los dos contendientes tenían razón. La relatividad de Einstein es el fundamento de la cosmología moderna, la ciencia de lo muy grande, y la mecánica cuántica de Bohr reina en el mundo microscópico. Ambas predicen la realidad con un montón de decimales. Pero son tan incompatibles entre sí como ya lo eran los puntos de vista de Einstein y Bohr hace un siglo. Uno de los físicos teóricos más provocadores de nuestro tiempo, Lee Smolin, acaba de publicar Einstein’s Unfinished Revolution (La revolución inacabada de Einstein), donde sostiene que, pese a todo el inmenso éxito que puede exhibir la mecánica cuántica, que es el alma de los ordenadores y las comunicaciones modernas, la teoría es incorrecta. Cien años después del gran debate, Smolin sigue creyendo que Dios no juega a los dados. Entre las muchas cosas que podemos pedir a los políticos, “entrar al fondo de la cuestión” no está en la lista. Pobres.



Albert Einstein y Niels Bohr, en 1925



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4873
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 14 de abril de 2019

[DOMINICAL] El valor añadido de las matemáticas



Bosque de laurisilva en las islas Canarias, España


Las matemáticas son directamente responsables del 10% del PIB español y generan, también de manera directa, el 6% del empleo, escribe Javier Sampedro, científico español, doctor en genética y biología molecular e investigador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio de Biología Molecular del Medical Research Council de Cambridge.

Descripción


Imagina que el Homo erectus que descubrió el fuego, o la mujer sapiens que inventó la rueda, hubieran patentado su invención, comienza diciendo Sampedro. “Las ideas son baratas”, dicen los científicos ingleses, y tienen razón. Las ideas de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton originaron el mundo en que vivimos, pero ninguno ganó un maravedí por ello. La ley de la gravedad no tiene precio en el mercado, ni tampoco las ecuaciones de Maxwell que, al iluminar la naturaleza profunda de la electricidad, el magnetismo y la luz, cambiaron la historia del siglo XX. Einstein, aprovechando su condición de experto en patentes, presentó 50 invenciones para su registro, incluida una nevera que había diseñado con su amigo Leó Szilárd. Todo aquello fue un desastre. Las verdaderas innovaciones de Einstein que han cambiado el mundo —el efecto fotoeléctrico, la relatividad y la demostración de la naturaleza cuántica de la luz— nunca han tenido un precio. Watson y Crick no patentaron la doble hélice del ADN en que se basa nuestra biomedicina. Y hasta ahora estamos hablando de las ciencias más pegadas a la tierra. Si seguimos profundizando nos deberemos preguntar cuánto vale una idea matemática.

Un tipo va en globo y se pierde por territorios ignotos. Ve que hay alguien allí abajo, reduce su altitud y le grita: “Oiga, ¿dónde estoy?”. El lugareño se queda pensando cinco minutos y luego le responde: “¡Está usted en un globo!”. El del globo le dice: “¿No será usted un matemático?”, y el otro admite serlo y le pregunta cómo lo ha sabido. “Por tres razones”, responde el del globo. “Primero, por lo que ha tardado usted en responder; segundo, porque su información es indiscutiblemente exacta, y tercero, ¡porque es estrictamente inútil!”. Es mi chiste favorito de matemáticos y, como todo chiste, es políticamente incorrecto: tiene una víctima clara, y en este caso es el pobre matemático que estaba en tierra y ha hecho su trabajo lo mejor que sabe.

Pero este miércoles hemos conocido un estudio de la Red Estratégica en Matemáticas, que integra a la comunidad matemática española, junto a Analistas Financieros Internacionales, que muestra un resultado sorprendente: que las matemáticas son directamente responsables del 10% del PIB español, y que generan, también de manera directa, el 6% del empleo. Esas cifras parecen increíbles, pero en realidad se quedan cortas respecto a las que alcanzan el Reino Unido, Francia y Holanda, que percibieron hace mucho que el entendimiento profundo de la realidad es el camino infalible hacia las revoluciones tecnológicas, incluyendo el berenjenal de los senderos que se bifurcan en el que estamos sumergidos hasta el cuello. Los economistas podrán discutir la metodología del trabajo —ojalá lo hagan—, aunque deberán sopesar antes la estatura de los científicos que tienen enfrente: algunos de los mejores matemáticos del país. Los críticos deberán revisar muy bien sus cálculos antes de hacerlos públicos con gran ridículo personal y profesional.

No me interpretéis mal. A mí me gustan los economistas. Tienen un especial talento para cuantificarlo todo. Mi ejemplo favorito es el “coste de oportunidad”, que es lo que pierde una persona o una empresa por haber tomado una decisión equivocada. Es un concepto con interesantes nexos psicológicos y filosóficos. Estoy seguro de que los economistas se interesarán tarde o temprano en la idea que emerge ahora de la élite matemática: que las verdades eternas que genera este arte supremo del entendimiento tienen un valor en la contabilidad nacional que harían mejor en tener en cuenta.



Parque y observatorio Griffith, Los Ángeles (EE.UU.)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4847
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 23 de febrero de 2019

[A VUELAPLUMA] El lugar de Europa en el cosmos





El nuevo director científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), el astrónomo Günther Hasinger, cree que la vida está ahí fuera esperando a que la descubramos; ojalá tenga razón, escribe en El País el científico español Javier Sampedro, doctor en Genética y Biología Molecular, investigador del Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa" de Madrid y del Laboratorio de Biología molecular del "Medical Research Council" de Cambridge.

Imagina el titular, comienza diciendo Sampedro: “Descubierta vida más allá de Orión”, bueno, o algo similar, algo que revelara la primera evidencia de que la vida surge allí donde las condiciones lo permiten, de que no estamos solos en la galaxia, de que no somos el producto de una inconcebible casualidad cósmica. ¿No sería esa la noticia del siglo? Y la del milenio, tal vez. Siempre ha habido una corriente científica favorable al argumento de que estamos solos en el cosmos. El físico británico Stephen Webb recopiló un censo exhaustivo de esos argumentos en su libro de 2003 Where is everybody? (¿Dónde está todo el mundo?), donde ofrecía 50 posibles soluciones a la “paradoja de Fermi”, que en términos modernos consiste en lo siguiente: si la vida surge donde se dan las condiciones, y evoluciona hasta la inteligencia en unos miles de millones de años, ¡los marcianos ya deberían estar aquí! Y entonces ¿dónde está todo el mundo? ¿Por qué no encontramos evidencias de vida extraterrestre en el cielo nocturno? [En el número de Materia de esta semana puede leerse lo último sobre la paradoja de Fermi, en forma de una entrevista con Günter Hasinger].

Hasinger te hace estallar la cabeza. Predice que en diez o veinte años detectaremos vida bacteriana extraterrestre. Por supuesto, si en veinte años no hemos encontrado nada de eso, Hasinger ya no será jefe de la ESA, y las reclamaciones acabarán en la bandeja de entrada del maestro armero. Pero lo cierto es que, en nuestros tiempos de adocenamiento terrenal, los astrofísicos suelen ser la gente con más osadía y una mirada más clara y esperanzada hacia el futuro. Es muy de agradecer.

La vida en la Tierra es la única que conocemos, y eso le da un brillo místico o un estatus de excepción que, si bien se mira, constituye el último refugio de la mente religiosa. Si somos únicos, tendremos seguramente una relación directa con Dios nuestro creador. Tras un siglo de bioquímica, sin embargo, estamos en condiciones de afirmar que el origen de la vida terrestre tiene muy poco de casualidad arbitraria. Los ladrillos que constituyen nuestro cuerpo son las moléculas más sencillas y obvias que puede formar la materia inorgánica, hasta el punto de que muchas de ellas cayeron en la Tierra primigenia literalmente del cielo: los aminoácidos de nuestras proteínas que trajeron los cometas, los nucleótidos de nuestros genes, los ácidos de tres carbonos que encarnan el ciclo de Krebs, la clave central del metabolismo de todos los seres vivos. La vida, tal y como la conocemos en nuestro planeta, parece el paso lógico que el mundo, cualquier mundo, puede dar después de la química inorgánica. La biología no funcionaría si estuviera estudiando un milagro estadístico. “Creed en la universalidad de la bioquímica”, dijo el premio Nobel Arthur Kornberg. Así que Hasinger debe tener razón. En veinte años tendremos las evidencias de que no estamos solos. Si es que no lo estamos.



Günter Hasinger


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




HArendt






Entrada núm. 4773
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 10 de noviembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Las grandes preguntas





Hay que hacerse grandes preguntas, pero saberlo todo sobre nada ya no garantiza una vida estable, escribe en su columna semanal en el diario El Pais, Javier Sampedro, científico y periodista español, Doctor en Genética y Biología molecular, investigador, primero, del Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa" de Madrid, y después, del Laboratorio de Biología Molecular del "Medical Research Council" de Cambridge.

Los profesores de filosofía, comienza diciendo Sampedro, estimulan a sus estudiantes a hacerse grandes preguntas. Los profesores de ciencia disuaden a los suyos. Y tienen buenas razones para hacerlo. Para un aprendiz de científico, plantearse cuál fue el origen de todo, por qué estamos aquí, adónde vamos y todas esas cuestiones tan fascinantes es el camino más seguro hacia el siniestro total de su carrera. La ciencia es oportunista, y suele morder donde encuentra vena, allí donde el estado del conocimiento y el estado del arte prometen ofrecer una respuesta a tiempo de obtener la inversión o renovar la subvención. Las grandes preguntas, se dice el científico, solo las responderá Dios. En este sentido, Galileo solo vio lo que alcanzaba su telescopio, y la biología solo avanza con la potencia de su microscopio.

Por fortuna, una pequeña parte de la chiquillería no hace ni caso a sus maestros en este punto. Puede que esté en su fisiología, o tal vez en su entorno familiar, pero el caso es que hay gente que nace cienciaherida, niños y niñas cuya curiosidad insaciable no solo les conduce a estudiar ciencias, sino a elegir entre ellas las disciplinas más profundas y dificultosas, las que plantean grandes preguntas y, por tanto, amenazan la carrera del practicante como la navaja que presiona el cuello. Una buena muestra de ello es Stephen Hawking, el gran físico teórico fallecido este año. Sus cenizas yacen ahora en la abadía de Westminster, entre las tumbas de Newton y Darwin.

Cuando el físico vio la película sobre su vida, La teoría del todo, y preguntado directamente por Eddie Redmayne, el actor que le encarnó y ganó por ello el Oscar en 2014, Hawking objetó que debería haber “más física y menos sentimientos”. Eso es puro Hawking, uno de esos pensadores cuyo mayor estímulo emocional es precisamente el poder explicativo de la ciencia, su belleza y su creatividad extrema. Es muy difícil hacer llegar este concepto al público lego. Pero créanme, hay gente cuya mente funciona así. Lean el libro póstumo de Hawking, Breves respuestas a las grandes preguntas, para entender esto y mucho más.

Por muy arriesgadas que sean las grandes preguntas, lo cierto es que hay una gran ventaja para quienes se las plantean. Si tú te preguntas ¿qué somos?, y tienes alguna esperanza de encontrar una respuesta siquiera parcial en tu tiempo de vida, no vas a poder limitarte a la filosofía. Tendrás que profundizar en los fundamentos de la física y la cosmología, la evolución y la neurología, la matemática y la inteligencia artificial. Tendrás que ser por tanto un polímata, una persona de conocimientos distribuidos, amplios, interdisciplinarios. Esto ocurre ya dentro de cada ciencia. El genio fértil y sutil de Poincaré se debió a su entendimiento profundo de unas áreas de las matemáticas que todo el mundo había considerado disociadas hasta entonces. La doble hélice del ADN redujo la exuberante diversidad de la naturaleza a un principio simple, creador, generativo. Hawking ha dedicado su vida a lo mismo con los dos pilares de la física actual, la mecánica cuántica de lo muy pequeño y la relatividad einsteniana de lo muy grande. Su laboratorio mental han sido los agujeros negros, que son tan pequeños que deben obedecer la mecánica cuántica y tan masivos que responden a la relatividad general.

Sin llegar a estos extremos, tener una inclinación hacia lo general en vez de lo específico, a lo abstracto más que a lo concreto, a lo importante antes que a lo urgente, puede tener una relevancia cada vez mayor en el mundo que estamos creando. Saberlo todo sobre nada ya no garantiza una vida estable.



Hawking en Tenerife (Islas Canarias, España) en 2015



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4649
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 17 de octubre de 2018

[A VUELAPLUMA] La inmortalidad no era esto





La Universidad estadounidense John Hopkins, en Baltimore (Maryland), a la que pertenece el hospital que recibió a una paciente llamada Henrietta Lacks en 1951, ha decidido dedicarla un nuevo edificio de investigación biomédica que llevará su nombre a partir de ahora, reconociendo así el enorme impacto que las células de esta mujer han tenido en la medicina. 

La historia la cuenta en El País Javier Sampedro, doctor en genética y biología molecular, investigador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio de biología molecular del Medical Research Council de Cambridge, y desde 1995 divulgador científico habitual en dicho diario. 

Henrietta Lacks, comienza diciendo Sampedro, empezó a preocuparse por un sangrado vaginal a finales de 1950 o principios de 1951. Siendo pobre, afroamericana y madre de cinco hijos pese a tener solo 31 años, tuvo que presentarse directamente en el John Hopkins, uno de los pocos hospitales que admitían pacientes de esa extracción social. Su ginecólogo le diagnosticó enseguida un tumor maligno en el cuello del útero, tomó una biopsia del tejido canceroso y trató a Henrietta con radio, el mejor tratamiento disponible en la época. No funcionó, y la mujer murió a los pocos meses. Pero, antes de eso, el ginecólogo había entregado parte de la biopsia a su colega George Gey, un investigador que trabajaba en el mismo edificio.

El doctor Gey llevaba unos años intentando cultivar las biopsias de ese tipo de tumores, pero las células morían en cuestión de días. Las muestras de Henrietta Lacks resultaron muy diferentes. Se replicaban cada 24 horas, se transferían sin problemas a nuevas placas de cultivo y se podían enviar a científicos de otros centros para hacer todo tipo de investigaciones. El doctor Gey tomó la primera sílaba del nombre y el apellido de Henrietta Lacks y llamó HeLa a su cultivo. Fue la primera línea celular humana inmortal, a todos los efectos. Todos los alumnos de biología las estudian en sus cursos, y en los 70 años que han pasado desde la muerte de la paciente han sido una poderosa herramienta para el avance de la medicina: el desarrollo de la vacuna de la polio, el estudio del genoma humano, la investigación del cáncer y su relación con las hormonas, las toxinas, los fármacos, los virus o la radiación. Antes desaparecerá la humanidad que la línea HeLa.

Ahora imagina por un momento que tú eres Henrietta Lacks y que, décadas o siglos después, trocitos de tu cuerpo moran en los laboratorios de todo el mundo duplicando tu genoma cada 24 horas, propagando tu legado biológico por todo el planeta Tierra como una especie de planta invasiva, celebrando eternamente tu paso por este mundo como si no se hubieran enterado de que tú, su dueña, estás muerta y enterrada en la noche terráquea. ¿Te serviría eso como una forma de inmortalidad? ¿O más bien te parece una perspectiva perturbadora y macabra? Ahora que hablamos mucho del derecho al olvido en las redes, podríamos considerar también un posible derecho a la muerte en los laboratorios, ¿no? Puestos a imaginar, dejémonos flotar corriente abajo para considerar la posibilidad de resucitar a Henrietta Lacks. Obstáculos no nos faltarían. Para empezar, la línea celular HeLa no se obtuvo de los tejidos normales de la paciente, sino del tumor que la mató, y los tumores contienen numerosas mutaciones y aberraciones cromosómicas. Pero esto es en el fondo un problema técnico, y nuestra imaginación no debe detenerse por él. Una vez que dispongamos de una célula HeLa con el genoma corregido de la señora Lacks, implantar su núcleo en el óvulo de una donante supondría poco más que clonar a la oveja Dolly, técnicamente. No es inconcebible en el futuro cercano que se pueda resucitar a Henrietta Lacks. ¿Serviría eso como inmortalidad?

Seguramente tampoco. Pero, entretanto, la Universidad John Hopkins, a la que pertenece el hospital que recibió a la paciente en 1951, ha decidido dedicar a Henrietta Lacks un nuevo edificio de investigación biomédica, según informó el sábado la institución junto con los herederos de Lacks. La universidad quiere reconocer el enorme impacto que las células de esta mujer han tenido en la medicina. Esta es la forma de inmortalidad que tenemos a mano por el momento.



Microfotografía electrónica de las células HeLa



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4622
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 10 de octubre de 2018

[A VUELAPLUMA] La evolución en sus manos





Pese a que se inspiren en la naturaleza, las obras de ingeniería no son producto de un proceso evolutivo, escribe el profesor Javier Sampedro, doctor en genética y biología molecular, investigador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio de Biología Molecular del Medical Research Council de Cambridge, y columnista habitual de El País.

En la mitología, comienza diciendo Sampedro, no hay nada más fácil que crear un ser vivo. Llega un dios por ahí, hace un semidiós con tres de pipas y encima luego se lo carga infligiéndole gran daño y penalidad. Según el folclore judío, talmúdico y bíblico, un hombre sabio puede dotar de vida a una efigie —el gólem—sin más que hallar una permutación de letras que forme uno de los infinitos nombres de Dios. Bueno, supongo que eso sería fácil en la época, antes de que Cantor descubriera que los infinitos, como casi todo en este mundo, se organizan en una jerarquía que ni Dios puede violar. También Gepetto insufló vida a Pinocho por arte de magia y de forma instantánea, como hizo Mary Shelley con su Frankenstein hace dos siglos. Esperemos, por cierto, que el bicentenario no se quede en esa película que no está a la altura del mundo real. Hagamos otra, al menos.

Para desconcierto de mitólogos y guionista, los seres vivos no se crean así. Nunca. Un ser vivo, como el gólem, Pinocho o los replicantes de la secuela de Blade Runner, otra película insuficiente, no se puede hacer de golpe, a cascoporro y con un adulto saliendo de la bolsa de plástico en plena posesión de sus facultades físicas y mentales. Los seres vivos del planeta Tierra, los únicos que conocemos, son el producto de un proceso enteramente diferente de todo eso. Es la evolución, estúpido, como diría Bill Clinton si no fuera creyente. Las personas tenemos brazos porque los inventaron los peces de aletas carnosas hace 390 millones de años, en pleno Devónico. Eran tiempos difíciles en el océano, y estos peces estaban empeñados en escaparse del mar, por alguna razón. De sus aletas lobuladas vienen nuestros brazos y piernas; de sus espinas, nuestros dedos. Ay, estos pobres peces sarcopterigios, no sabían la que les esperaba en tierra firme.

Una cuestión más actual es cómo crear un cerebro. La mitad de los ingenieros del planeta Tierra estará pronto dedicada a eso. Lo llamamos inteligencia artificial (IA), y es aún mucho más complicado que construir un brazo desde cero. La inteligencia artificial siempre se ha inspirado en la natural, esa que poseen algunos humanos, y en los últimos años lo está haciendo más que nunca. Las “redes neurales” de las ciencias de la computación se inspiran en las neuronas del cerebro, que reciben información de mil dendritas y la conjugan en una sola señal de su axón; el rabioso deep learning (aprendizaje profundo) que ha revolucionado la robótica en los últimos años absorbe su estructura de una propiedad aún más profunda del cerebro: su organización en capas de abstracción progresiva, de la línea al ángulo al polígono al poliedro, y de ahí a una gramática de las formas. Así es como vemos los humanos, y así es como quieren ver, y pensar, las máquinas actuales.

Pese a que se inspiren en la naturaleza, sin embargo, las obras de ingeniería no son producto de un proceso evolutivo. Están, por así decir, hechas aposta, diseñadas para su propósito, fabricadas a lo bestia al estilo del gólem y Gepetto. Frances Arnold, galardonada ayer con el Premio Nobel de Química, ha creado una ingeniería radicalmente nueva. Consiste en no inspirarse en la naturaleza, sino en el proceso que la crea: la evolución.

Una de las cuestiones más difíciles de percibir para el lector general es que los genes son textos (gatacca...) que, como todo texto propiamente dicho, tienen un significado. Para una inteligencia visionaria como la de Arnold, ese significado es el conocimiento y la salud, y el texto está en sus manos.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 4614
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)