Datos privados de 50 millones de usuarios de Facebook se fugaron hace poco más de un año a empresas como Cambridge Analytica. No se puede luchar contra el maligno sin conocer antes sus entrañas, su núcleo lógico, y para eso, lo mejor es infiltrarse en él, comenta en El País Javier Sampedro , científico español, doctor en genética y biología molecular e investigador del Centro Severo Ochoa de Madrid y del Medical Research Council de Cambridge.
Todo el mundo está de acuerdo en luchar contra el maligno, pero poca gente sabe cómo hacerlo. Unos mandarían a los tanques, otros a los diplomáticos y el resto apelarán a la educación sin aclarar cómo ni cuándo. Como sabemos los aficionados al género de espías, no hay micrófono oculto, algoritmo de big data ni red de satélites que pueda compararse a una persona infiltrada en el sistema enemigo. No se puede luchar contra el maligno sin conocer antes sus entrañas, su núcleo lógico, la maraña de rencores e intereses que motiva su comportamiento y genera su estilo exclusivo, y nada de eso es posible sin colocar un infiltrado en sus engranajes. De esto va El hombre que fue jueves, de Chesterton, ¿no es cierto?
Las agencias de ciberseguridad se pasan el día reclutando hackers, y hacen bien, porque no hay mejor manera de controlar un gusano informático que contratar a quien lo creó, o a su compañero de pupitre. Los virus de verdad —los que creó la madre naturaleza— descubrieron esa estrategia en la noche de los tiempos. El sistema inmune que nos protege de los virus es obra de otro virus. Por eso sus genes pueden saltar, flipar y variar para producir una variedad ilimitada de anticuerpos contra cualquier agente infeccioso existente o imaginable. Un buen infiltrado, como un buen parásito, rara vez mata a su huésped. Lo que más le interesa es mantenerlo vivo para exprimir su información hasta llegar al hueso. Quizá el mejor infiltrado es el que sabe que nunca volverá a casa.
¿Te acuerdas del escándalo de Facebook? Aunque parezca mentira, ocurrió hace poco más de un año. Los datos privados de 50 millones de usuarios de esa red social se fugaron de algún modo a empresas como Cambridge Analytica, que los utilizó para la campaña presidencial de Donald Trump y también a favor del Brexit. El jefe y fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, se tuvo que humillar ante el Capitolio y el Parlamento de Estrasburgo para pedir perdón por el fiasco y prometer que todo iba a mejorar pronto. A un año del escándalo, ¿ha reducido Zuckerberg el acceso a los datos de los usuarios?
La respuesta es no. De hecho, está dando más acceso que nunca a terceras partes. Pero espera, esto no es tan malo como parece. Esas terceras partes ya no son Cambridge Analytica ni ninguna otra firma dedicada a vender “el petróleo del futuro” —tus datos— a partidos políticos, publicistas o tramas delictivas. Las terceras partes son ahora los científicos interesados en la forma en que se propagan las fake news, su fuente última y a quienes colaboran a su difusión. No son policías, sino investigadores que aspiran a entender desde dentro la lógica de ese tumor que amenaza los derechos constitucionales de la gente. De ti y de mí, desocupado lector.
El Social Science Research Council de Nueva York, una asociación no lucrativa, y la fundación público-privada Social Science One, asociada a la Universidad de Harvard, han seleccionado los primeros proyectos científicos. Implican a 60 investigadores, se centrarán en Alemania, Chile, Italia y Estados Unidos y serán financiados por organizaciones no gubernamentales. Los científicos tendrán acceso a una cantidad de datos sin el menor precedente en la investigación académica. Esos datos pueden ser los tuyos y los míos, pero ¿tú te opondrías a que se usaran para este fin? Yo no. Por fin tenemos infiltrados en las tripas de la mayor red social de este planeta.