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domingo, 27 de noviembre de 2016

[A vuelapluma] Fidel





Los medios de prensa y televisión andan atareados a estas horas con la noticia del fallecimiento de Fidel Castro, a los 90 años de edad. Guste o no guste, es un nombre sin el que no puede entenderse la historia del mundo actual, y sobre todo la de la América Latina de la segunda mitad del pasado siglo. 

Desde niño me interesó la política internacional. Más que la española, que no dejaba muchas opciones en los años de mi infancia. Mis primeros recuerdos se enmarcan en el apasionado interés que despertaron en mí las guerras de esa época: Indochina (1945-1954), Corea (1951-1953), y Argelia (1954-1962). Mi idealismo se puso de manifiesto con la Revolución cubana (1953-1959) y la guerra de los "Seis días" árabe-israelí (Junio, 1967), y cayó por los suelos con la guerra de Vietnam (1958-1973), ya superada con creces la adolescencia. Tardé en caerme del guindo, pero me caí con estrépito.

Sobre Cuba recuerdo haber vivido apasionadamente la entrada de Castro en La Habana. Sí, fue el primero de enero de 1959 y lo vimos por televisión en nuestra casa de Madrid, toda la familia, reunida para celebrar la comida de Año Nuevo. Recuerdo perfectamente que mis hermanos y yo, que solo tenía 13 años en esos momentos, hicimos apuestas sobre si aquella explosión de felicidad iba a durar o no. Yo apostaba por el sí y el resto de mi familia por el no. Para mí, la felicidad duró muy poco, justo el tiempo de saber que la revolución imponía sus criterios a sangre y fuego, con fusilamientos masivos de los disconformes. El segundo acontecimiento relacionado con la revolución cubana que me impactó fue el de la denominada "Crisis de los misiles" (octubre, 1962), provocando uno de los momentos más álgidos de la "guerra fría" soviético-americana. El último hecho, revelador del auténtico rostro de la dictadura castrista, fue justamente hace veintisiete años, el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el militar más prestigioso del ejército cubano, tras una farsa de juicio sumarísimo, orquestada como respuesta a su "traición" a la revolución y el pueblo cubano.

Nunca he entendido muy bien la fervorosa y acrítica adhesión de buena parte de la intelectualidad de izquierdas española y europea a la revolución cubana. Lo curioso del caso es que todavía hay multitud de ingenuos que creen en el mito de la misma, cuyos desmanes justifican, aún hoy, con el recurrente discurso al intolerable bloqueo de la isla mártir por parte de los Estados Unidos.

Un profesor-tutor de la Facultad de Geografía e Historia en el centro asociado de la UNED en Las Palmas, un excelente profesor de Historia por otra parte, desbarraba a finales de los 80 ante nosotros, sus alumnos, en elogios a la "revolución" con lucubraciones tales como que Cuba era una auténtica democracia, donde el pueblo intervenía y decidía en los todos los aspectos de la vida política, y su Constitución, un ejemplo de libertades y democracia para todo Occidente...

No ha habido "isla mártir", nunca. Los únicos responsables de la situación de Cuba han sido los hermanos Castro y su régimen. Quien desee conocer la realidad del día a día de los cubanos solo tiene que darse una vuelta a diario por blogs como el de Yoani Sánchez, "Generación Y", o el de Claudia Cadelo, "Octavo Cerco", (ya desaparecido), ambos escritos desde Cuba, por dos jóvenes que no hablan de política más que indirectamente, ¿podía ser de otra manera?, pero con valor y deseos de libertad. Por cierto, el Blog de Yoani Sánchez ha recibido en varias ocasiones el premio al mejor blog de habla española. 

En julio de 2009 el que fuera corresponsal de televisión española y escritor Vicente Botín, publicaba un artículo sobre la ejecución del general Ochoa, veinte años antes, y la situación en Cuba en aquel momento. El artículo se titulaba "Cuba: el sable del general Ochoa"Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, decía al inicio del mismo, nunca han utilizado sus fusiles para reprimir a la población. El eficaz aparato policial de la dictadura ha hecho hasta ahora innecesaria su intervención. Pero el grado de insatisfacción de los cubanos es cada vez mayor. El Gobierno teme que se produzca una revuelta popular como el maleconazo de 1994, sólo que esta vez no sería para pedir democracia y libertad, sino el final del permanente periodo especial en que vive la isla desde el hundimiento de la Unión Soviética, y que se ha agravado en los últimos meses por la escasez de alimentos y los cortes de luz. En las calles de La Habana han comenzado a aparecer carteles con la leyenda "Abajo Raúl".

El dilema es cómo van a responder las FAR en el caso de que miles de personas se lancen a la calle para pedir alimentos, añadía. Salvo la cúpula militar que goza de las mismas prebendas que la nomenclatura, los oficiales del Ejército cubano y sus familias sufren las mismas penalidades de la población civil. Por si fuera poco, no se han recuperado todavía del malestar que les produjo el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el militar más popular, el más condecorado, el vencedor de la guerra de Angola, distinguido con el galardón de Héroe de la República de Cuba, que fue ejecutado como un delincuente hace 20 años, el 13 de julio de 1989.

El general Ochoa y tres altos oficiales, seguía diciendo Botín, continuaba, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez Valdés, fueron procesados en un juicio sumarísimo por el delito de alta traición a la patria y a la revolución y ajusticiados. La conmoción que produjeron aquellas ejecuciones y las subsiguientes purgas que se llevaron por delante, entre otros, al poderoso ministro del Interior, el general José Abrantes, permanece en el inconsciente colectivo. Con aquellas muertes, los hermanos Castro reforzaron su poder al matar dos pájaros de un tiro: por un lado, borraron las huellas que implicaban al Gobierno cubano en el narcotráfico; y por otro, se deshicieron de un rival en un momento muy peligroso para la revolución, tres meses después de la visita a la isla de Mijaíl Gorbachov, cuando la perestroika se discutía abiertamente en los cuarteles.

En 1975, Cuba desplegó el primer contingente de los más de 40.000 soldados que fueron enviados a luchar a la lejana Angola, añadía más adelante. La muerte del Che Guevara en Bolivia y el fracaso de la insurgencia apoyada por Cuba en América Latina llevaron a Fidel Castro a dirigir a otras tierras el concurso de sus "modestos esfuerzos". Las legiones cubanas se desplegaron en el Congo, Eritrea y sobre todo en Angola. Pero el Gobierno cubano, a pesar de la ayuda soviética, no contaba con los recursos necesarios para financiar esas guerras. El coronel Antonio de la Guardia dirigía entonces el Departamento MC (Moneda Convertible) del Ministerio del Interior. Desde Panamá, donde operaba, había tejido una compleja trama de sociedades comerciales para aprovisionar a Cuba de equipos y tecnología, difíciles de conseguir debido al bloqueo estadounidense. Todo ese entramado sirvió de sostén a las tropas expedicionarias en Angola, que se autofinanciaron con el contrabando de oro, diamantes, marfil y también con droga, algo común en las guerrillas de América Latina.

En su libro Dulces guerreros cubanos, sigue contando Botín, Norberto Fuentes asegura que Fidel Castro estaba al tanto de las operaciones de narcotráfico y pone en boca de su hermano Raúl estas palabras: "Fidel dice que en definitiva todas las guerras coloniales en Asia se hicieron con opio. Entonces nada más justo que los pueblos devolvamos la acción, como venganza histórica".

En 1983, continuaba más adelante, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan afirmó que funcionarios cubanos de alto rango estaban involucrados en el narcotráfico. Fidel Castro dio la callada por respuesta. Pero seis años después, a comienzos de 1989, la DEA, la agencia antidroga del Gobierno estadounidense, descubrió que el departamento MC del Ministerio del Interior cubano estaba implicado en una operación del cartel colombiano de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, para enviar un cargamento de cocaína a Estados Unidos. La bomba tanto tiempo oculta podía estallar de un momento a otro. Fidel Castro podía ser acusado de complicidad en el tráfico de drogas. El comandante tenía que hacer algo sonado para despejar cualquier duda sobre su honorabilidad.

El 12 de junio de 1989, sigue diciendo, el general Arnaldo Ochoa y sus más próximos colaboradores fueron detenidos y acusados de narcotráfico. La sorpresa, sobre todo en los cuarteles, fue general. Sólo unos pocos enterados estaban al tanto de los hechos y se imaginaron que era una maniobra de distracción. Dariel Alarcón Ramírez, alias Benigno, superviviente de la guerrilla del Che en Bolivia, entonces muy cercano al poder, escribió en su libro Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la Revolución que "corría el rumor por todo el Palacio de que iban a juzgar a Arnaldo (Ochoa), Tony (Antonio de la Guardia) y los demás para aplacar a los norteamericanos y, sobre todo, para sacar a Fidel del atolladero. Después los escondería en algún sitio, bien protegidos. Se habló mucho de Cayo Largo para Ochoa. La verdad es que no estábamos preocupados".

Durante el juicio, añade, retransmitido por televisión, el propio Ochoa se mostró despreocupado al principio y luego arrepentido. "Creo que traicioné a la patria y, se lo digo con toda honradez, la traición se paga con la vida", le dijo a su conmilitón, el general Juan Escalona Reguera, fiscal de la causa.

La autoconfesión del general Ochoa, señala, algo común en todos los procesos estalinistas, como ha ocurrido recientemente con Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, formaba parte de la farsa. Pero contra todo pronóstico, Arnaldo Ochoa y sus compañeros de armas fueron condenados a muerte y fusilados. La sorpresa fue mayúscula. Brian Latell, analista de la CIA en temas cubanos, escribió en su libro Después de Fidel. La historia secreta del régimen cubano y quién lo sucederá que Fidel Castro urdió la crisis. "El único crimen de Ochoa -escribe Latell- fue cuestionar la autoridad de Castro (...) Fidel pensó que Ochoa debía ser condenado por crímenes realmente horribles (...) para así excluir toda posibilidad de alguna reacción violenta de los militares (...). Los cargos de narcotráfico eran una cortina de humo".

Durante los 20 años que han transcurrido desde aquellas ejecuciones, añade, los oficiales del Ejército cubano, principalmente los capitanes y comandantes educados en los ideales que encarnó el general Ochoa, han visto cómo los hermanos Castro y los altos oficiales de las FAR han seguido celebrando el banquete de la victoria, mientras el pueblo cubano iba de peor en peor. Ahora que la fiesta toca a su fin, los oficiales jóvenes temen perder su derecho de primogenitura sin la esperanza de poder ocupar las vacantes que inexorablemente van a dejar los viejos generales. Asisten, como el resto de la población, a los funerales de una revolución que les ha condenado a vivir miserablemente en casas ruinosas, castigados por los apagones y la falta de agua; padecen las deficiencias de un sistema de salud seriamente enfermo, y hacen largas colas en las bodegas para comprar los productos cada vez más escasos de la libreta de racionamiento. Y tienen también que resolver, es decir tienen que robar como los civiles para poder sobrevivir. En medio de esa debacle crece cada vez más la posibilidad de un estallido social o de un nuevo éxodo hacia Estados Unidos, y con ello la probabilidad de que les ordenen salir a la calle para "defender" a la revolución de las víctimas que ha creado la propia revolución.

El general Arnaldo Ochoa, concluía diciendo, murió fusilado hace 20 años, sin que su sable hubiera sido utilizado nunca contra la población civil. Los que llegado el caso se vean obligados a empuñarlo tendrán que decidir en qué dirección van a dirigir el mandoble.

Sobre el mismo asunto, y citando el artículo de Botín, escribía también ese día en su blog "Mira que te lo tengo dicho" el escritor y periodista canario Juan Cruz un post titulado "Cubana", en el que se mencionaba al también periodista y escritor canario Diego Talavera. 

Mi amigo Diego Talavera, cuenta Juan Cruz, uno de los grandes periodistas que ha dado Canarias, se empeñó en 1990 que fuéramos a Cuba, y fui con él. Era un tiempo complicado, como lo ha sido siempre, de la isla, pero nosotros aún disfrutábamos de ciertos arrestos juveniles y al menos yo quise reconstruir en mi memoria, viéndola, la fascinación que a muchos niños canarios nos había causado la Cuba que nos contaban durante nuestra infancia. Paseamos por la isla, conocimos a mucha gente, vivimos algunos incidentes, muchos parecidos a los que nos hubieran pasado en Canarias, cuya idiosincrasia tanto se parece a la cubana, y nos marchamos. Diego ha vuelto muchas veces, y ya había ido antes, pero yo decidí no volver más, hasta que no se acabara una lacra que a mi me pareció apestosa: que los cubanos no pudieran entrar a los sitios donde entrábamos los turistas. Había muchos más problemas, como todo el mundo sabe, pero ese me pareció simbólico de una discriminación que mucha gente explica pero que yo sigo sintiendo como inexplicable. Pero se quedó en mi memoria, sobre todo, un incidente que ahora nos da risa pero que entonces fue escalofriante, y que me ha venido a la memoria esta mañana cuando he leído en El País el artículo de Vicente Botín (ex corresponsal de TVE en Cuba, y autor de un estupendo libro sobre Castro y su sucesión) acerca del veinte aniversario de la ejecución de Ochoa, en un cuartel cerca de La Habana. La historia es muy conocida, y además Botín la cuenta muy bien, así que déjenme contarles por qué me ha venido a la memoria ahora este otro incidente. Estábamos Diego y yo admirando algunos paisajes cubanos, y concreto quisimos pararnos en un pequeño pueblo con muelle, cerca de la playa del Salado. Nos bajamos del coche, y uno de nosotros tomó fotografías; en seguida nos metimos de nuevo en el coche y uno de los dos comentó que no se percibía tanta seguridad en los sitios como algunos de nuestros amigos nos habían predicho. En ese mismo instante, por la ventanilla del conductor se metió un mosquetón, y la voz de un soldado muy joven nos mandó a salir otra vez del vehículo. Salimos. No se podían tomar fotografías en ese lugar, era un sitio militar, o militarizado. ¿Y dónde dice que está prohibido? La respuesta del soldado fue rápida, y en ese momento movía a risa, aunque luego se nos congeló la mueca. El soldado dijo: "Ahí hay un cartel, pero lo tapó la hierba". De inmediato, el soldado nos condujo, detenidos, a un cuartel, donde hubo todo tipo de escenas: yo traté de rebuscar en mi memoria números de teléfonos de amigos cubanos, Diego quiso que le prendieran si estábamos presos, cosa que no estaba muy clara, y el soldado se paseaba tan nervioso como nosotros, hasta que pasó alguien de una graduación mayor, hizo un gesto con la cabeza y facilitó nuestra marcha. Dos horas duró el cautiverio, pero en la memoria ha vivido mucho más el escalofrío que nos dio cuando supimos que aquel era el cuartel donde habían ajusticiado a Ochoa. Y hoy Botín me ha llevado a ese momento, casi veinte años después.

Querido Juan, respondía Diego Talavera a Juan Cruz: Tu blog de hoy me trae bellos recuerdos y han pasado ya 19 años. Tu no has querido volver a Cuba a pesar de mi insistencia. Yo he vuelto muchas veces y creo que me quedan muchas más en el futuro. Soy consciente de que el pueblo cubano padece una dictadura pura y dura, pero opino que nuestra presencia allí para compartir experiencias con tantos amigos cubanos que han escogido el exilio interior, igual que ocurrió con muchos intelectuales en la España franquista, es una bocanada de aire fresco. Para ellos y para los que seguimos viajando a la Isla. Un ejemplo: acompañé al Aeropuerto José Martí al poeta Manuel Díaz Martínez y a su esposa Ofelia Gronlier cuando abandonaron para siempre Cuba en medio de una situación muy tensa. Lo que para mí era un gesto de cortesía, para él fue algo más y así lo escribió en su excelente libro de memorias Solo un leve rasguño en la solapa. Y te podría contar muchas más anécdotas parecidas a ésta, pero la brevedad del comentario no lo aconseja. Lo hablaremos en tu próximo viaje a la otra Isla. Con el cariño de siempre, Diego. 

En fin, concluyo por hoy. Un tirano más que desaparece muerto por el simple paso de los años. ¿A cuántos más habrá que soportar? En cualquier caso, descanse en paz. Dejemos a los muertos que entierren a sus muertos (Lucas, 9, 60), y a los vivos con la esperanza de una pronta y definitiva libertad para Cuba y los cubanos.




Fidel Castro entra en La Habana (1 de enero de 1959)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 2 de enero de 2014

¡Feliz Año Nuevo! ¡Adiós, Filosofía!


Quitan la filosofía de la enseñanza obligatoria española, y que puedan y les dejemos, de la universitaria... Lo extraño es que extrañe... La filosofía enseña a pensar. Luego hacer que nuestros jóvenes dejen de pensar es una baza política de primer orden intencional. ¿No querían caldo?, ¡pues ahí tienen dos tazas! ¿Para qué queremos filosofía y libros teniendo "whatsapps" que piensan por nosotros?

Mi paisano, el escritor canario Juan Cruz, escribe hoy en El País sobre ello. Ambos tuvimos como profesor a Emilio Lledó, el gran filósofo español, vivo, por suerte para nosotros. Resultaría agotadora la lista de pensadores españoles eminentes, por quedarnos solo con los nacionales. Por citar solo a los incordiantes, pueden repasar la que daba otro ilustre pensador, Menéndez y Pelayo, en su "Historia de los heterodoxos españoles". O la de todos los que tuvieron que emigrar tras la Guerra Civil a Europa o las Américas, en la "Historia crítica del pensamiento español", de José Luis Abellán, o padecieron evangélica "persecución de la justicia" por su funesta manía de pensar a lo largo de los últimos siglos (vuelta a Menéndez y Pelayo y Abellán), desde Prisciliano (siglo IV d.C.) a Ortega, Zubiri, Aranguren o Tierno, en el pasado XX.

¡Ah!..., pensar, conocer, preguntar... Tarea agotadora que dejamos a las máquinas. Dejémoslas que decidan también por nosotros. Lo cual no sería, al fin, tan malo, si las máquinas pensaran. El problema, como siempre, es "quién" está detrás. En España por ejemplo, detrás de la iniciativa de suprimir la filosofía (y la libertad de pensar y actuar, con ella) está el gobierno, y detrás del gobierno, el partido que lo sustenta; ¿Y detrás del PP, quién está?.. Perdonen un momento que le pregunto a mi "watchsapp" a ver si álguien me responde...

¡Feliz Año Nuevo a pesar del gobierno! Que el 2014 les traiga paz, amor, felicidad, dinero (sí, porqué no, también dinero) y pensamientos. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

jueves, 17 de noviembre de 2011

Los ecos de Umberto E.





Umberto Eco






No hay un solo Eco… Como mínimo, cuatro: el Eco novelista, el Eco semiólgo, el Eco filósoso, el Eco profesor… Aunque ha tocado más campos como la Estética, el Arte, la Moral… A algunos envidiosos les parece más un producto del márquetin que un autor original… A mi me da lo mismo: me encanta Umberto Eco. Me encantó con su primera novela: “El nombre de la rosa” (1980). Me gustó más aún con “El péndulo de Foucault” (1988). Y me terminó de hechizar con “La isla del día de antes” (1994). Todas editadas por Lumen, la magnífica editorial barcelonesa dirigida por mi admirada Esther Tusquets. No se porqué no he leído sus tres últimas novelas: "Baudolino" (2000), "La misteriosa llama de la reina Loana" (2004), y "El cementerio de Praga" (2010); quizá por miedo a sentirme defraudado con ellas. Mejor quedarme con el recuerdo y la dicha de las citadas.

Como profesor, me encantó su “Cómo se hace una tesis” (Gedisa, Barcelona, 1983). Un magnífico, sencillo y clarificador texto que ha ayudado a innumerables estudiantes universitarios,entre los que me cuento, a enfrentarse a los miedos que entraña la realización de la tesis doctoral o un trabajo de investigación en Humanidades.

Mi paisano, el escritor y periodista Juan Cruz, le realiza hoy en El País Semanal una deliciosa y entrañable entrevista. No se la pierdan; les encantará. 

Como acompañamiento de la entrada van sendos vídeos: una entrevista realiza al autor italiano sobre el concepto de belleza y fealdad a lo largo de la historia, subtitulado en español, y un fragmento de la película "El nombre de la rosa" (1986) del realizador francés Jean-Jacques Annaud. Buenas noches. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 





Portada de El nombre de la rosa




"El hombre que se sienta totalmente feliz es un cretino”, por Juan Cruz
EPS, 30/03/08

Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que ahora, jubilado a los 76 años de sus múltiples ocupaciones académicas, sigue trabajando “aún más que antes”, impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (“¡ni media palabra sobre el que hago ahora!”, exclama, poniéndose el dedo sobre los labios), asistiendo a congresos (cuando le vimos, estaba a punto, de ir a uno en el que tenía que hablar de las matemáticas locas, y ahora vendrá a Granada, a principios de abril, al Mapfre Hay Festival), leyendo tebeos (“ahora son demasiado intelectuales”) y riendo como un chiquillo. Serio cuando habla de Italia, cuyas elecciones se le vienen encima con la amenaza cierta de que las gane Berlusconi, y optimista cuando habla de España. “¡Ustedes tienen la suerte de Zapatero!”. Cuando Jordi Socías le pidió que posara con un borsalino, el tipo de sombrero que ha hecho mundialmente conocido a su pueblo, Alessandria, se divirtió como si volviera al patio de su familia, en ese lugar que cada vez está más cerca de su memoria, como si la edad le hiciera recuperar los sabores perdidos de la adolescencia.
Vive en una casa espléndida, llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librería que está cerca de aquí, en la calle de Rovelo; cada tarde, cuando está en Milán y no viaja, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces como una tentación maldita, acude a esa librería de libros viejos, repasa catálogos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un café donde Eco es il professore. Cerca de la librería, por cierto, está Antonio, su peluquero, que ha colocado en la puerta de cristales un retrato de Eco con su borsalino; dentro está retratado mientras Antonio le hace la barba. La barba, por cierto, ya tiene las canas de un hombre que se dice a sí mismo viejo, pero que mantiene la marcha que le ha hecho legendario entre los académicos del mundo, por su actividad y por la variedad de sus gustos.
Sigue siendo ese hombre feliz (“casi feliz, ¡quien diga que es totalmente feliz es un cretino!”) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongación natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre tímido que teme meter la pata –“si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos”–, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducción, cuenta un chiste que sólo pueden entender los que hablan español y los que hablan italiano; es el de un empresario extrañado de que uno de sus operarios se vaya cada día a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas más tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. “Este hombre se va cada día a la una, se compra una botella de champán, se va a su casa y se entretiene con su mujer”. “Pero”, exclama el empresario, “¿y no podría entretenerse por la noche, como todo el mundo?”. Después de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: “Quizá usted lo entienda si me deja tratarle de tú”.
Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un éxito mundial absoluto; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación, de la que es un maestro, sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversación como en los libros siempre pespuntea con chistes así sus reflexiones o sus apólogos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el dueño de Milán, o del Milan, seguimos la conversación que habíamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qué le pasa a la juventud. Y él nos explicó: “La juventud es como ese anciano que va al urólogo porque se orina encima y el urólogo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al médico que está curado. ‘¿Curado?’, pregunta el médico, ‘o sea, que ya no se orina encima’. ‘Sí, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual’. Y así es la juventud, lo está pasando igual de mal que siempre, no sabe adónde ir, pero ahora le da completamente igual”.
Hablamos de España, de sus amigos españoles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Semprún, “lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qué alegría”), del premio Príncipe de Asturias que recibió en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal “no sabe a nada”, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que terminó apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (“Di Carlomagno, así creerán que escribo sobre él en mi pró­ximo libro, y empezará el boca a boca”). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ésta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore.
Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.
Y ha mencionado al niño; ese niño es el que sale en El péndulo de Foucault, y aquél fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras contaba sobre aquel niño estaba feliz porque –sé muy bien que es una afirmación muy reaccionaria– creo que la vida sirve sólo para recordar la propia infancia.
Ahí está la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los niños son seres muy infelices. Quizá yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la última vez que tocaba aquel instrumento, era un niño infeliz. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. Sí, por eso escribo.
Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un montón de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro día me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando tenía ocho o nueve años. No sólo me acuerdo del dentista, sino también del técnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el señor Romagnoli. No sé, pero estaba contentísimo de volver a pensar en mi dentista, al que había olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto más envejezco, más recuerdos tengo de mi infancia.
Claro, y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya… Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí… Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía a casa un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura.
Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a mí, sino a los más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan sólo durante un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío nuevo se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y ha sido una de las personas que más han influido en mi vida.
Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor versó acerca de la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada sobre el tema. Aprendí, y sigo aprendiendo… Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Quiero decir que mi relación con los estudiantes siempre ha sido una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también.
Una relación de ida y vuelta. Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relación erótica, en el sentido platónico del término. Además, hay una relación caníbal: tú comes sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen están con gente más anciana que ellos. A mí me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilación, de tener una relación universitaria.
¿Y usted a quién mordió? A la persona que dirigió mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio… Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosofía en el instituto era uno de estos profesores que podían interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Platón y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano.
Tantos estudiantes… A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo… No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con tus estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los años sesenta salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir contigo. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos que tú; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua.
Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano… En concreto, en Italia creen que en España estamos en el mejor de los mundos, y en España se habla de crisis… Estáis en un momento muy interesante en España, mejor que en Italia.
¿Y cómo está Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos.
¿Cuál es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: “¿Qué idioma habláis?”. “El italiano”, dije, y él me preguntó: “¿Y cuál es vuestro enemigo?”. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy ha caído tanto Italia en su enemistad interna.
¿Y de dónde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 años, antes no lo era, y España lo fue por lo menos desde 1300, ¡desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros tenéis a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos… pero nosotros éramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El único Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado.
¿Y por qué gana Berlusconi? ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! Él fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene.
Usted habló de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: “¿Cómo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes?”. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez.
¿No hay solución para esta maldición italiana? ¡Que España haga una guerra de conquista! ¡Ja ja ja!
¿Ve a España como ejemplo? En este momento, España se encuentra en una situación económica de crecimiento, Zapatero es simpático, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Está sin duda en una fase más dinámica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes venían aquí a contemplar el milagro económico de Italia, y ahora nosotros miramos a España con mucha admiración.
Así que el futuro italiano… Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo.
¿Y Veltroni? Sí, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta años, pero los demás son muy viejos. Berlusconi tiene más de setenta años. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. Éste es el síntoma de una clase política que no quiere renunciar al poder.
A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno. Los jóvenes de todas las épocas y países son los que se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, “todos nacemos incendiarios y morimos bomberos”. Ahora, con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinterés por la política.
En Italia acabó el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En España permanece. Y han surgido otros. ¿Cuál es su opinión sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revolución, entre comillas, permanece siempre. Incluso allí donde no puedes hacerla, lo intentas… En países donde existen grupos étnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en riñas futbolísticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstición; llevado eso al terreno de la política, pues ya se ve cómo acaba…
Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro años después del atentado más grave de la historia de Europa, y fue en España. Al Qaeda fue la responsable. ¿Este terrorismo es la celebración del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen métodos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fenómeno bélico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional –no habría ejércitos suficientes–, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo islámico, pero sin duda hay una parte del mundo islámico que se siente en situación de inferioridad y está en guerra.
El 11-S cambió el estado de ánimo del mundo, ahora somos menos felices… El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en España como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sentía en sus carnes un ataque así. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado más terrorismo que el que había. Es precisamente la reacción de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio.
¿Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ¡Y si tuviera la receta, la vendería al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de dólares!
Por cierto, ¿quién será? Y yo qué se, los escritores no somos Nostradamus.
Lo que sí es cierto es que hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas… Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail será obsoleto porque todo se hará con el móvil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado.
La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan ni quién era Franco ni quién era Mussolini, ¡o incluso Felipe González! La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia.
La memoria es el olvido, que diría Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido.
Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes. Ése es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.
¿Cuál sería hoy el papel de la información? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes sencillamente han dejado de leer los periódicos y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los periódicos; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno; no puedo tomar café por la mañana si no tengo por lo menos dos periódicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los periódicos tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que a lo mejor dicen lo mismo… Existe la abundancia de información, pero también la abundancia de la misma información. No sé si se acuerda de mi teoría del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para mi libro La isla del día antes, y a mi hotel llegaba cada mañana el Fiji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve allí estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el primer Gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes.
Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los periódicos será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no te dicen qué decidió el Gobierno francés, sino que te dan cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los periódicos se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería o en la sala de espera del dentista.
Volvamos al principio, profesor. ¿Qué le hace a usted feliz? No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro.
Es raro: un español y un italiano, y en hora y media de conversación, la palabra ‘Iglesia’ ha salido sólo tres veces. Se está produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando había un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ¿De quién es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho más duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la política clerical del nuevo pontífice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revolución y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX.
Usted ha escrito que Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa… y yo he vivido la II Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS, y la Guerra Civil española. Hay una maldición china que dice: “Espero que vivas en una época interesante”. Hay jóvenes generaciones que han vivido sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución Francesa, sino también la historia de Napoleón. ¡Ja ja ja! 





Portada de La isla del día de antes




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Entrada núm. 1414 -
Reedición de la publicada originalmente en
"Desde el trópico de Cáncer" el 30/3/2008.
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco" (Hegel)

miércoles, 23 de marzo de 2011

Postales desde el País de la Niñez




Hace ya casi un mes que el escritor canario Juan Cruz publicó en El País un entrañable artículo sobre la infancia, la memoria, los recuerdos, y también sobre el alzhéimer, titulado "Somos nuestra infancia" . Me dejó una profunda impresión pero hasta hoy no me había decidido a escribir sobre él. "La memoria se fija en la niñez y nos da identidad: lo primero que se aprende es lo último que se olvida", dice Juan Cruz, citando al también escritor Julio Llamazares, que dice de ella: "la memoria es la identidad; en la infancia se determina nuestro ADN", y al poeta alemán Michael Krüger, que construye uno de sus versos diciendo: "A veces me escribe la infancia / una tarjeta postal: ¿Te acuerdas?". "Todo lo que recordamos -se dice en el artículo- más nitidamente nace a los tres años, y ese almacenamiento más puro dura hasta la adolescencia. Luego, la memoria empieza a ser quebradiza; a los 40 años tenemos charcos, a los cincuenta ya hay lagunas, y la memoria empieza a causar malas pasadas cuando superamos los sesenta".

Me reconozco en esa situación: rememoro con más precisión hechos y vivencias de mi infancia, entre los cinco y diez años -muy feliz a pesar de todas las privaciones habituales en una familia de clase media-baja de la época- que la que media entre mis diez y veinte años. Y esa, más y mejor que la que va de los veinte a los sesenta. Ahora, a los sesenta y cinco, me cuesta recordar que comí ayer o donde estuve hace dos días. Por eso llevo una agenda personal que dura ya cerca de cincuenta años que me ha sacado de muchas dudas, errores y perplejidades.

Si tuviera que elegir algunas postales recibidas desde el País de mi Niñez me quedaría, sin dudarlo, con una en la que veo pasar los árboles desde la ventanilla del tren que me lleva en una soleada y fría mañana de invierno desde Sigüenza a mi nuevo hogar en Madrid, a punto de cumplir los cuatro años. Otra, el libro que me regaló la empleada de hogar de mi madre -se llamaba Cristina y yo la adoraba- el día que cumplí ocho años. O mis primeros y únicos novillos: cuarenta y cinco días sin aparecer por el colegio en el invierno de 1955. Y la emoción y el orgullo que me embargaba cuando les enseñaba a mis compañeros de clase, a escondidas, la pistola automática 9 mm Parabellum de mi padre, que yo siempre encontraba por mucho que él la escondiera... Tengo más postales, por supuesto, pero no quiero parecer el abuelo Cebolleta. Fui un niño feliz, y espero que mis nietos lo sean también, porque en el País de la Niñez solo se vive una vez...  En todo caso no dejen de leer el artículo de Juan Cruz, les aseguró que les gustará. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 








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jueves, 10 de marzo de 2011

Las Palmas y el Carnaval





La Reina del Carnaval de Las Palmas 2011





No soy un entusiasta del carnaval, pero disfruto viendo gozar de él a mis paisanos. Y es que en los días finales de los suaves inviernos grancanarios las palabras "Carnaval" y "Las Palmas"  se convierten en sinónimos. El carnaval forma parte de la idiosincrasia de Las Palmas y del pueblo canario en general. Alguien dijo que Canarias era un estado de ánimo rodeado de agua por todas partes; no recuerdo al autor de la cita, pero pienso que tiene toda la razón. La insularidad es un estado de ánimo. Solo los isleños podemos comprenderlo y asumirlo. Y el Carnaval es uno de esos momentos en que ese estado de ánimo da rienda suelta a todo lo que lleva dentro. Ha sido un isleño, un canario de Tenerife (no hay "una" Canarias, a pesar de lo que diga la propaganda oficial, sino "unas islas"  canarias, cada una de ellas única y especial, en un mar común que nos une más de lo que nos separa), el escritor Juan Cruz, el que ha pronunciado este año el Pregón del Carnaval de Las Palmas. Les invito a leerlo. Y disfruten de los vídeos que he puesto en el blog sobre la elección de la Reina del Carnaval de Las Palmas y la Gala Drag Queen 2011. Sean felices, por favor. Y el año próximo nos vemos de nuevo en Gran Canaria. Tamaragua, amigos. HArendt 







Cartel oficial del Carnaval de Las Palmas 2011





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domingo, 24 de octubre de 2010

¿Vanidad?










"Vanidad": Arrogancia, presunción, envanecimiento. "Ego": Exceso de autoestima (Diccionario de la Real Academia Española). Hace unas semanas le otorgaron al escritor Mario Vargas LLosa el Premio Nobel de Literatura. En algún medio, no recuerdo cual, dijeron que el escritor reclamaba este galardón hacía ya tiempo. Suponiendo que eso fuera cierto, le podríamos aplicar las dos primeras definiciones tan bien explicadas por la RAE. No quiero decir que no se lo merezca, pero si la afirmación fuera cierta diría muy poco en su favor. Otros pensarán que tiene todo el derecho a pensarlo pues es un gran escritor y si él no lo piensa, ¿quién lo va a pensar? Seguro que más de uno.

Es muy bonito el hacer por hacer sin esperar nada a cambio pero en el fondo todos estamos esperando algún reconocimiento: ya sea del jefe por nuestra eficacia ganando un cliente, de un familiar alabando la comida que hemos preparado o algún comentario en la última entrada del blog.

La vanidad-ego en su justa medida es algo necesario para triunfar en el día a día, nos gusta sentirnos imprescindibles, que el día que no estemos se den cuenta. El problema es cuando esa vanidad no responde a los hechos, y de eso sí que hay por el mundo. Muchos divinos que sólo saben presumir y pavonearse y párate ahí porque no saben nada más. Son los mejores en su trabajo, presumen de todo lo que hacen y harán, tienen un un coro de pelotas atolondrados que les dan la razón simplemente porque les oyeron decir sobre sí mismos que eran maravillosos. ¿Y los resultados? ¿A qué conocen a más de uno en su trabajo? Yo sí.

Luego está la otra cara de la moneda, los que tienen resultados y ningún reconocimiento. Triste lo suyo pero a veces pecan de llorar y quejarse. De decir que ellos no quieren la gloria pero que no es justo que la tengan otros. Pueden resultar igual de cansinos que los vanidosos. Aunque para su autoestima no es una práctica tan saludable. Y al final se quedan con la falsa modestia.

Ni lo uno, ni lo otro. Todos queremos nuestro trozo del pastel, más grande o más pequeño. Si algún día disfrutamos del grande, disfrutémoslo en privado, sin dejar hambriento al de al lado. Aunque ese hambriento se comiera el pastel delante nuestra alguna vez... Saquemos la cubertería de plata, la vajilla de Cartuja y la mantelería calada por una vez. Pero el asunto de la venganza lo dejaremos para otro día.

En El País Semanal de hoy domingo pueden leer si lo desean el magnífico reportaje del escritor canario Juan Cruz sobre las 48 horas vividas por Mario Vargas Llosa posteriores a su elección como Premio Nobel de Literatura de 2010. Y en la sección de videos, uno en el que el nuevo Premio Nobel explica su obra literaria. No se los pierdan. Nos vemos. Ruth




Post scríptum: Mi padre, HArendt, me comenta que de Mario Vargas Llosa le encantaron La tía julia y el escribidor y La guerra del fin del mundo. Dicho queda. Ruth











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viernes, 15 de enero de 2010

Banalizar la tragedia




Tragedia en Haití




Fue mi admirada filósofa y teórica de la política, Hannah Arendt (1906-1975), una de las primeras voces que desde su condición de judía, y con motivo del juicio llevado a cabo en Jerusalén contra Adolf Heichmann (1961) habló y escribió sobre la banalización del mal a base de reiterar noticias que no profundizaban en la verdadera dimensión de la tragedia humana que supuso el holocausto del pueblo judío a manos del régimen nazi.

No quiero caer en esa banalización yo también al escribir sobre la terrible tragedia que acaba de asolar a Haití. Me niego a ello, simplemente por pudor. Y por impotencia. Y por respeto a las víctimas.

He elegido tres crónicas de entre las muchas que se están escribiendo entre ayer y hoy, que desde distintos puntos de vista, alertan acerca de la posibilidad de caer en una banalización de la tragedia haitiana a fuerza de repetir hechos y tópicos en una interminable sucesión de imágenes y comentarios que parece no tener fin. Decidan ustedes cual se aproxima más a los sentimientos que les embargan en estos momentos y párense unos instantes a reflexionar sobre el desamparo de la condición humana. .

La primera es del profesor y periodista Xosé Luis Barreiro, publicada en La Voz de Galicia, ayer jueves; "¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! -clama, no se muy bien si al cielo, o a quién-. Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, -dice-, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes".

La segunda del también periodista y escritor, Juan Cruz, de hoy viernes, que la escribe estremecido por las declaraciones del nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, para el que es mucho más terrible la falta de espiritualidad de la sociedad española que la tragedia humana que asola a los haitianos, que según parece, deberían dar gracias a Dios -desde luego ese dios no es el mio- por haberles llevado hasta Él.

La última, del escritor David Trueba, también de hoy, denuncia esa banalización de la tragedia de la que hablábamos hace unos momentos. Dice Trueba: "Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados".

Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello.

En la Sección "Vídeos" del Blog, en la columna de la derecha, pueden ver dos series de vídeos sobre Hannah Arendt: en español, y en francés (subtitulada en castellano). Espero que les resulten interesantes. Tamaragua, amigos. HArendt





El profesor Xosé Luis Barreiro




EL HAITÍ DE LOS SIETE ÁNGELES", por Xosé Luis Barreiro
A TORRE VIXÍA - LA VOZ DE GALICIA - 14/01/2010

La crónica de Haití -terrible y desesperada- está escrita en el Apocalipsis (16,1): «Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los Siete Ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios». Sobre una superficie similar a la de Galicia se acumulan 9 millones de habitantes, el 70 % pobres y el 48 % analfabetos. El PIB per cápita, calculado en 791 dólares anuales -equivalente al 2,24 % del PIB per cápita de España- sitúa a Haití entre los 25 países más pobres del mundo, en los que se concentran la miseria, la enfermedad y la dictadura.

Sobre ese país, creado por los esclavos en 1804, pesó el largo acoso del imperialismo europeo, una durísima invasión y expolio americano, la dictadura de los Duvalier, la tremenda inestabilidad del régimen constitucional establecido en 1987, los facciosos enfrentamientos que siguieron a la caída de Aristide, y un rosario de temblores, vientos y riadas que culminaron en el famoso huracán Jeanne , que en el año 2004 dejó un rastro de 2.410 personas muertas o desaparecidas, y enormes extensiones de cultivos arrasados.

Y la «séptima copa del furor de Dios» la vertió el Ángel en la tarde del pasado martes, cuando un enorme terremoto arrasó Puerto Príncipe y sembró miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte.

La crónica verdadera es esa: «miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte». Y eso hace que, a la hora de enfrentarse a tan inconmensurable tragedia, la comunidad internacional no puede limitarse a mostrar su solidaridad, más o menos ensayada, sobre una catástrofe natural, imprevista y sin culpables. Porque la tragedia de Haití se agranda con una historia de injusticia, expolio y despotismo que es, antes que nada, una horrible herencia de los ricos.

Si no se aprovecha esta «séptima copa de furor» para reconstruir el país y cambiar su historia, no se hará justicia. Y esa es la tarea que los ciudadanos del Occidente poderoso debemos exigir -porque solo costaría unas migajas- a Gobiernos como los nuestros que, todavía ayer tarde, seguían obscenamente preocupados por la crisis.

Y también es buen momento para insistir en mi reivindicación posterior a todos los tsunamis y terremotos: ¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes. Porque la tierra ya se encargará, por desgracia, de que no caduquen los recursos ni se agarroten los equipos, y de distribuir -con equidad insobornable- sus beneficios.





El escritor Juan Cruz




"LLORA Y SE PONE A LLAMAR A JESÚS", por Juan Cruz
Del Blog "Mira que te lo tengo dicho"
15/01/2010

En su estremecedora crónica de hoy desde Haití, Pablo Ordaz cuenta que alguien llora y se pone a llamar a Jesús; y si Jesús acudiera sería la primera vez en la historia que ese pueblo perdido por la desgracia y por el terremoto recibe semejante visita. La historia, una más entre las muchas que Pablo resume en ese texto escrito en medio del rumor horroroso de la muerte, cae a plomo sobre la desafortunada comparación que ayer hizo en la radio el nuevo obispo de San Sebastián, Munilla. El obispo puso en el mismo nivel el horror de Haití y el desamparo espiritual en el que dice que vivimos los seres humanos de este mundo. Que es tan trágico no estar en Dios que estar muerto en Haití, o incluso es peor, decía el sacerdote, vivir en el descreímiento que haber sucumbido bajo las piedras enloquecidas de ese seísmo. La arrogancia de la Iglesia tiene estos rescoldos, estos representantes que esparcen falta de compasión y basan este desdén por el dolor real, tangible, por la muerte de los seres humanos, en nombre de su arbitraria interpretación de lo que ellos consideran lo espiritual. Andan por la vida como si el catecismo fuera de acero, lo llevan en la mano para arrojarlo sobre las cabezas de los descreídos, y en nombre de su creencia ignorar el sufrimiento orque no son capaces de padecer. De Munilla se esperaba cualquier cosa, pero ha madrugado, y ahí está ya, regalando a los oídos de la infamia una comparación que ha puesto los pelos de punta a sus propios correligionarios.





El escritor David Trueba





"HAITÍ", por David Trueba
EL PAÍS - 15/01/2010

Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití. Qué ridículas todas las querellas, cuando la naturaleza golpea con tal fuerza y nos recuerda lo poco que somos. Y sin embargo, el periódico sale y cada uno cumple con su minúscula labor, ésa es nuestra defensa contra el horror. Desde que llegaron las primeras noticias del terremoto, las agencias de prensa y los medios de comunicación han tratado de representar la desgracia humana, han peleado por acercarla, por hacerla nuestra. Así, la lejanía del lugar, la pobreza de las víctimas, toda esa distancia emocional puede ser pulverizada por la información. Los noticiarios de ayer y de hoy traen un reguero de imágenes asombrosas que convierten la tragedia, por qué no decirlo, en un fenómeno doloroso pero fotogénico.

A menudo, la gente se pregunta cómo un fotógrafo o un reportero pueden abstraerse de lo que retratan y salir indemnes de aquello que captan con su cámara. Se parecen a esos cirujanos que operan un corazón abierto tratando de esmerarse en la técnica, sin dejar que los sentimientos infecten su profesionalidad. Para muchos es cruel, pero es sencillamente el oficio de acercar a los que están más lejos la realidad cotidiana del desastre. Son imprescindibles.

El peligro que corremos tras la torrentera de imágenes es el de la banalización, el efectismo sin sustancia, el abuso de la emoción, hasta degenerar en la indiferencia. Hay demasiadas pantallas, demasiadas ventanas, para que cualquier suceso no pase a ser carnaza, alimento del morbo y finalmente una vulgaridad. La repetición, la carencia de contexto, pueden pervertir una imagen hasta su vaciado. Ayer se emitían, en bucles sin fin, imágenes demoledoras a espaldas del locutor o la presentadora, como un forillo, un relleno, convirtiendo el horror en un mero elemento decorativo. Esas imágenes, algunas espectaculares, deben tratarse con mimo y cuando no cumplen la función básica para la que fueron tomadas preservarse como un tesoro. Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados.




La filósofa política Hannah Arendt




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