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jueves, 22 de febrero de 2018

[CUENTOS PARA LA EDAD ADULTA] Hoy, con "Sueños de robot", de Isaac Asimov





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Sueños de robot, de Isaac Asimov (1919-1992), escritor y profesor estadounidense de bioquímica en la facultad de medicina de la Universidad de Boston, más conocido como autor de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica. Asimov, junto con Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, fue considerado en vida como uno de los «tres grandes» escritores de ciencia ficción. La mayoría de sus libros de divulgación explican los conceptos científicos siguiendo una línea histórica, retrotrayéndose lo más posible a tiempos en que la ciencia en cuestión se encontraba en una etapa elemental. A menudo brinda la nacionalidad, las fechas de nacimiento y muerte de los científicos que menciona, así como las etimologías de las palabras técnicas. En 1981 se nombró a un asteroide, el (5020) Asimov, en su honor. Les dejo con su relato:



SUEÑOS DE ROBOT
por
Isaac Asimov


Sueños de robot
[Cuento - Texto completo.]

Isaac Asimov
-Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.

Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.

-¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.

Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.

Calvin asintió y ordenó a media voz:

-Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.

-¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.

Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.

-Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.

Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?

Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.

En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.

Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?

-¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.

Linda, algo avergonzada, contestó:

-He utilizado la geometría fractal.

-Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?

-Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.

-¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?

-No consulté a nadie. Lo hice sola.

Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.

-No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.

-Temí que se me impidiera.

-¡Por supuesto que se te habría impedido!

-Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?

-Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.

-¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?

En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.

-Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.

-Pero, ¿cómo puede soñar?

-Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó?

-No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.

-¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.

-¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.

La cabeza del robot se volvió hacia ella.

-Sí, doctora Calvin.

-¿Cómo sabes que has soñado?

-Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.

-Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.

Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:

-Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…

-Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.

-Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.

-¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.

-Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.

-Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.

-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?

-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.

-¿Y qué sueñas?

-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.

-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?

-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.

-¿Qué hacen, Elvex?

-Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.

Calvin se volvió a Linda.

-Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?

Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:

-Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró con voz apagada.

-¿Su cerebro fractal?

-Sí.

Calvin asintió y se volvió hacia el robot.

-Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino.

-También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.

-¿Y qué más viste, Elvex?

-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.

-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.

-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.

-¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.

-En efecto, doctora Calvin.

-Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”.

-Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.

-Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.

-Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.

-Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.

-Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.

-¿En tu sueño, Elvex?

-En mi sueño.

-Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:

-Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?

-Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.

-No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.

-Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.

-Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.

-Quiere decir, por Elvex.

-Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.

-Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?

-Aún no lo sé.

Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.

-Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido.

-¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.

Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:

-Elvex, ¿me oyes?

-Sí, doctora Calvin -respondió el robot.

-¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?

-Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.

-¿Un hombre? ¿No un robot?

-Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”

-¿Eso dijo el hombre?

-Sí, doctora Calvin.

-Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?

-Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

-¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?

-Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.

-¿Quién era?

Y Elvex dijo:

-Yo era el hombre.


Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.



FIN







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 20 de diciembre de 2016

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Caza mayor", de Isaac Asimov





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Caza mayor, de Isaac Asimov (1919-1992), escritor y profesor de bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston de origen ruso, nacionalizado estadounidense, conocido por ser un prolífico autor de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica. Junto con Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, fue considerado en vida como uno de los «tres grandes» escritores de ciencia ficción. La mayoría de sus libros de divulgación explican los conceptos científicos siguiendo una línea histórica, retrotrayéndose lo más posible a tiempos en que la ciencia en cuestión se encontraba en una etapa elemental. En 1981 se nombró a un asteroide, el (5020) Asimov, en su honor.

Caza mayor es un relato sobre la extinción de las especies en el que cuatro amigos disputan acaloradamente sobre las razones de la extinción de los dinosaurios y la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo para averiguar que pasó... Pueden descargarlo si lo desean en el enlace de más arriba o leerla a continuación. Disfrútenla.

CAZA MAYOR
por
Isaac Asimov


 -He leído en los periódicos -dije apurando mi cerveza- que la nueva máquina del tiempo de Stanford ha sido adelantada dos días en el tiempo, llevando en su interior un ratón blanco que no padeció efectos nocivos.

Jack Trent asintió y dijo, muy serio:

-Lo que deberían hacer con ese invento es retroceder algunos millones de años y averiguar que ocurrió con los dinosaurios.

Durante los últimos minutos yo había estado observando casualmente a Hornby, que ocupaba la mesa vecina. El individuo alzó los ojos y se encontró con mi mirada. Estaba solo y a su lado tenía una botella de la que había bebido la cuarta parte. Tal vez por eso no habló en ese momento.

Sonrió y se dirigió a Jack:

-Demasiado tarde, viejo. Hice eso hace diez años y lo averigüé. Los sabihondos dicen que fue debido a los cambios climáticos. No es verdad. -Levantó el vaso en silencioso brindis y lo apuró de un trago.

Jack y yo nos miramos. Sólo conocíamos a Hornby de vista, pero Jack me guiñó el ojo derecho y meneó ligeramente la cabeza. Sonreí, nos trasladamos a la mesa vecina y pedimos otras dos cervezas.

Jack miró a Hornby con solemnidad.

-¿Realmente inventó una máquina del tiempo?

-Fue hace mucho -Hornby sonrió amigablemente y volvió a llenar su vaso-. Mejor que la chapuza de esos aficionados de Stanford. La destruí. Dejó de interesarme.

-Hablemos de eso. ¿Dice que no fue el clima lo que acabó con los grandes saurios?

-¿Por qué habría de serlo? -Nos lanzó una rápida mirada de soslayo-. El clima no los afectó durante millones de años. ¿Por qué habría de borrarlos tan completamente una súbita temporada seca, mientras otras especies seguían viviendo con toda comodidad? -Intentó chasquear los dedos a modo de burla, pero le salió mal y terminó murmurando-: ¡No es lógico!

-Y entonces, ¿qué pasó? -inquirí.

Hornby vaciló, mientras jugueteaba con la botella. Luego respondió.

-Lo mismo que acabó con los bisontes: ¡seres inteligentes!

-¿Los hombres de Marte? -sugerí-. Era demasiado temprano para los habitantes de la Atlántida.

De pronto, Hornby se volvió truculento. Supongo que estaba medio tocado.

-Les digo que los vi -afirmó con violencia-. Eran reptiles, no muy grandes. Bípedos de un metro veinte de altura. ¿Por qué no? Aquellos dinosaurios tuvieron millones de años para evolucionar. Reptaban, trepaban, volaban y nadaban. Eran de todas las formas, tamaños y variedades. ¿Acaso uno de ellos no pudo desarrollar un cerebro..., y acabar con los demás?

Intervine:

-No hay inconveniente, salvo que jamás se ha descubierto el fósil de un saurio cuya caja craneana pudiera cobijar más materia gris que la de un pequeño gato.

Jack me dio un codazo, pues quería que Hornby siguiera desbarrando, pero a mí no me gustan los despropósitos.

Hornby se limitó a dirigirme una ojeada desdeñosa.

-Tampoco se encuentran muchos fósiles de animales inteligentes. Ya sabe que por lo general no suelen caerse en los pantanos. Además, ocurre que eran de cerebro pequeño. ¿Qué me dice a eso? ¿Qué tanto por ciento de su cerebro utiliza usted? Como mucho, menos de un quinto y el resto no sirve, o Dios sabrá qué ocurre. Esos reptiles tenían el cerebro de un pequeño gato, pero lo usaban todo.

Luego insistió:

-Y no me pregunten por qué no encontramos restos de sus ciudades o máquinas. Creo que no construyeron nada. Su inteligencia era de un tipo por completo diferente de la nuestra. Intentaron contarme su vida, pero no logré entender nada..., salvo que su gran diversión era la caza mayor.

-¿Cómo pudieron entenderse? -preguntó Jack-. ¿Por telepatía?

-Creo que sí. Le digo que tenían cerebro. Los miré y ellos me miraron, y entonces supe. Supe muchas cosas. No oí ni sentí nada; sencillamente supe. En realidad, no puedo explicarlo. Algún día lo intentaré - sus ojos, fijos en el vaso, tenían una expresión melancólica-. Me habría gustado quedarme más tiempo.

Pude aprender muchas cosas -se encogió de hombros.

-¿Por qué no lo hizo? -pregunté.

-Era arriesgado -respondió-. Me di cuenta. Para ellos, yo era un monstruo, y les inspiraba curiosidad. No por mi cuerpo, naturalmente, que no les molestaba. Se trataba de mi cerebro -sonrió torcidamente-. Ya saben, era muy grande. Se preguntaban para qué podría servirme tanto cerebro.

Querían hacer mi disección para averiguarlo, conque me largué de allí.

-¿Cómo pudo irse?

-No lo habría logrado, si en aquel momento ellos no hubieran visto un triceratops. Lo dejaron todo y salieron corriendo con sus varitas de metal en las manos. Ya me entienden: eran sus armas. Ahí tiene la respuesta. Esos pequeños y sesudos reptiles mataban saurios con el entusiasmo de un cazador de leones.

Preferían matar un «tyrannosaurus» antes que comer. ¿Por qué no? Aquellas enormes fieras debieron constituir magníficas presas. Ninguno de los demás, desde el pterodáctilo hasta el ictiosaurio -no logró pronunciarlos muy bien, pero comprendimos lo que quería decir-, podía ser un trofeo tan digno de aquellas bestias enanas que los mataban por diversión o por gloria. Y fueron rápidos. Nosotros matamos cientos de millones en treinta años, ¿recuerdan?

Otra vez intentó chasquear los dedos. Luego agregó con sarcasmo:

-¡Cambios climáticos! ¡Un cuerno! Pero, ¿quién creería la verdad?

Guardó silencio y Jack le dio un codazo:

-Dígame, viejo, ¿quién acabó con esos pequeños saurios? ¿Por qué no están aquí, vivos y coleando?

Hornby levantó la mirada y observó fijamente a Jack.

-Jamás regresé para averiguarlo, pero de todos modos sé lo que ocurrió. La única diversión que había en sus vidas era la caza mayor. Le dije que lo supe cuando los miré a los ojos. Por eso, cuando se quedaron sin brontosaurios y sin diplodocos, se dedicaron a la caza más peligrosa: ¡ellos mismos! E hicieron buena faena.

Hizo una pausa y agregó, truculento:

-¿Por qué no? ¿Acaso los hombres no estamos haciendo lo mismo?





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sábado, 12 de noviembre de 2016

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Asnos estúpidos", de Isaac Asimov





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Asnos estúpidosde Isaac Asimov (1919-1992). Escritor y profesor de bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, de origen ruso, nacionalizado estadounidense, fue uno de los más prolífico autores de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica. En 1981 se dio su nombre al asteroide 5020.  

Narón, Gran Señor de la raza rigeliana, y encargado de custodiar los librios donde se registran los anales de todas las galaxias del universo, recibe la visita de un mensajero que viene a comunicarle que un nuevo grupo de organismos, en un lejano planeta llamado Tierra, ha alcanzado la madurez... Disfrútenlo. Les dejo con:



ASNOS ESTÚPIDOS
por
Isaac Asimov

Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.

En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.

-Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!

-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.

-Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.

-Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?

El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.

-Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.

Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.

Escribió, pues: La Tierra.

-Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.

-De ningún modo, señor -respondió el mensajero.

-Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?

-Sí, señor.

-Bien, ese es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.

-En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.

Naron se quedó atónito.

-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?

-Todavía no, señor.

-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?

-En su propio planeta, señor.

Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:

-¿En su propio planeta?

-Si, señor.

Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.

-¡Asnos estúpidos! -murmuró.








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sábado, 8 de octubre de 2016

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Amor verdadero" de Isaac Asimov






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Amor verdadero, de Isaac Asimov (1919-1992). Escritor y profesor de bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, de origen ruso, nacionalizado estadounidense, fue uno de los más prolífico autores de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica. En 1981 se dio su nombre al asteroide 5020.  

Amor verdadero es un relato romántico de final infeliz en el que un científico programa a su ordenador para que encuentre entre todas las mujeres del mundo a la ideal para él. El ordenador cumple la función para la que ha sido programado, pero no todo sale como debiera..Disfrútenlo. 






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sábado, 7 de mayo de 2016

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, "La última pregunta", de Isaac Asimov





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Phili p K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado La última pregunta, de Isaac Asimov (1919-1992), escritor y bioquímico de origen ruso, nacionalizado estadounidense, conocido por ser un prolífico autor de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica. Está considerado, junto a Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, como uno de los tres más grandes escritores de ciencia ficción de la historia.

La historia de La última pregunta comienza un día cualquiera del año 2061 en que dos técnicos encargados de su mantenimiento, medio en broma medio en serio, formulan a Multivac, la computadora que controla y dirige la actividad de los seres humanos, una sencilla pregunta sobre el futuro del universo y de la humanidad. La respuesta de Multivac no les convence, pero se olvidan de ella y vuelven a su trabajo. Miles y millones de años después, otros técnicos siguen formulando esa misma pregunta a Multivac sin obtener una respuesta satisfactoria... No se salten páginas, por favor. Y disfruten del final, que merece la pena.



Isaac Asimov



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