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sábado, 8 de julio de 2017

[A vuelapluma] A vueltas con el orden global





Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar reformas que doten a las instituciones multilaterales de más vigor y sensibilidad social, escribe en El País el profesor Javier Solana (Madrid, 1942), distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, exministro de Cultura, de Educación y Ciencia, de Asuntos Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y Comandante en Jefe de la EUFOR. 

En los últimos tiempos, comienza diciendo, son muchos los analistas que argumentan que la Pax Americana tiene los días contados. A un ritmo cada vez mayor, se está erosionando la preeminencia de Estados Unidos en el panorama internacional, que ha estado vinculada a la ausencia de conflictos “calientes” entre grandes potencias durante las últimas décadas. Tanto otros estados como diversos actores no estatales están ganando protagonismo, mientras los Estados Unidos se alejan de su imagen de “nación indispensable”. Durante los primeros 150 días de la presidencia de Donald Trump, su lema de America First se ha manifestado más bien como America Alone, lo cual siembra todavía más dudas acerca del futuro de lo que suele llamarse “orden liberal internacional”.

El internacionalismo liberal se caracteriza por promover un ideal de apertura, tratando asimismo de dotar a las relaciones internacionales de un marco normativo e institucional de tipo multilateral. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, estos principios proveyeron el sustrato ideológico de tratados como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que más tarde conduciría al establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La Guerra Fría puso grandes trabas a las pretensiones globalizadoras del internacionalismo liberal, una ideología estrechamente asociada al bloque occidental y, más concretamente, a los países anglosajones. La caída del muro de Berlín dio paso al período de hegemonía incontestable de Estados Unidos y facilitó que se extendieran las estructuras de gobernanza que este país promulgaba, pero esto no se produjo ni con la velocidad ni en la proporción que se esperaba.

Aunque se iba hablando sin demasiados miramientos no solo de orden liberal internacional, sino incluso de orden liberal global o mundial, a principios del siglo XXI el mundo todavía exhibía un grado importante de fragmentación. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que provocaron que gran parte de los países cerrasen filas en torno a Estados Unidos, evidenciaron en el fondo la existencia de una segmentación política a dos niveles—internacional e intranacional—que fue in crescendo en los años posteriores. En el terreno económico, las divergencias tampoco desaparecieron por completo: de hecho, ni siquiera la Gran Recesión fue tan global como se suele sugerir en los países más desarrollados. Cabe recordar que en el año 2009, cuando se contrajo el PIB mundial, los dos estados más poblados del planeta—China e India—crecieron a un ritmo superior al 8%.

Del mismo modo que la crisis que condujo a la Gran Recesión se propagó desde el centro mismo del sistema financiero internacional, los países que están deshilachando el orden liberal son precisamente los que más capital político invirtieron en tejerlo. Las sacudidas que han supuesto el Brexit y la elección de Trump responden a una concatenación de fenómenos —como la frustración de las clases medias occidentales con la deslocalización y el dumping social, ligada a la revitalización de los nacionalismos excluyentes—que también ha hecho estragos en otros países. Un renovado énfasis en la soberanía westfaliana parece estar difundiéndose a lo largo y ancho del planeta, lo cual podría indicar que la descarnada rivalidad entre grandes potencias volverá a estar a la orden del día.

No obstante, este es un relato excesivamente alarmista. La China de Xi Jinping, cuyo vertiginoso ascenso genera grandes recelos, tal vez no sea una potencia tan revisionista como algunos piensan. Recientemente, el gobierno chino se desmarcó de Donald Trump e insistió en su apoyo al Acuerdo de París, del que la Administración estadounidense tiene intención de retirarse. Y en su simbólico discurso de principios de este año en el Foro Económico Mundial, el Presidente Xi se erigió en un firme defensor de la globalización, afirmando incluso que “los países deben abstenerse de perseguir sus propios intereses a expensas de los demás.”

Las autoridades chinas son conscientes de hasta qué punto su país se ha beneficiado de una mayor participación en los flujos económicos globales, y no están dispuestas a poner en riesgo el principal activo que las legitima a nivel interno: el crecimiento. El Belt and Road —que Xi Jinping ha bautizado como “el proyecto del siglo”— es un fiel reflejo de la apuesta estratégica de Pekín por reforzar sus vínculos comerciales con el resto de Eurasia y con África, aprovechando para dar un impulso a su “poder blando”. En lo que concierne a este último objetivo, China no está abogando de puertas afuera por socavar los cimientos del orden liberal. Sirva de muestra el llamativo comunicado de los líderes mundiales participantes en el Belt and Road Forum del mes de mayo pasado, en el que se comprometen a “promover la paz, la justicia, la cohesión social, la inclusión, la democracia, la buena gobernanza, el imperio de la ley, los derechos humanos, la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer.”

No sería acertado interpretar este comunicado al pie de la letra, ni pasar por alto las tendencias neo-mercantilistas de China, cuyas regulaciones iliberales domésticas representan una contradicción ostensible. Pero tampoco resulta adecuado ver a China como un país homogéneo, con valores totalmente incompatibles con los que se atribuyen a Occidente. Los propios Estados Unidos distan mucho de ser homogéneos, con lo que también en este caso debemos resistirnos a caer en una contraproducente estigmatización, sobre todo teniendo en cuenta que Hillary Clinton superó a Donald Trump en el voto popular. Lo mismo puede decirse del Reino Unido, en el que los partidarios del Brexit se impusieron en el referéndum por la mínima.

En este momento de incertidumbre y desconcierto, concluye su artículo Javier Solana, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global. 



Mural. Pekín, Mayo de 2017


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 15 de junio de 2015

[Pensamiento] Las clases medias y el fin de la Historia




Francis Fukuyama



¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukuyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? Su polémico artículo, "El Fin de la Historia", publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro "El fin de la Historia y el último hombre" (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo y fue ensalzado y criticado a partes iguales.

Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: La Historia humana, como lucha de ideologías ha terminado con la llegada de un mundo final basado en la democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, Fukuyama afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, demostrándose así que la única opción viable era la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. Los hombres satisfacerán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ningún tipo de batallas. 

Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. O lo que es lo mismo, que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que han dado forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historia. Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal, el proletariado creado por el modo de producción capitalista, consiga "emancipar" a toda la humanidad.

Fukuyama, sin embargo, habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo mientras que Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.

El periodista y subdirector de El País Lluís Bassets escribió hace ya un tiempo un artículo titulado "La nueva lucha de clases", en el que comentaba algunas de las razones del estrepitoso fracaso de la denominada "Ronda de Doha" que por aquel entonces impulsaba la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, estábamos, sí, inmersos en un nuevo tipo de lucha de clases, pero una lucha de clases sin ningún parecido con la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora, comentaba Bassets, la lucha se producía entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados, ambas empeñadas en conseguir la mejor parte en el reparto del pastel global, y todo ello, decía, en un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía y también de la capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más, señalaba, y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado.

¿Qué queda hoy en pie, mediado el año 2015, de esa "clase media" como motor de la Historia en Occidente? La verdad es que parece declinar de manera acelerada en este mismo Occidente (y no digamos en Europa y España),  que hasta hace solo un momento, como quien dice, despreciaba y miraba al resto del mundo por encima del hombro. Marx antes, y Fukuyama después, dan la impresión de haber errado en sus predicciones: el primero, en las económicas, aunque no tanto en sus análisis históricos, como muy bien dice el historiador y economista Gabriel Tortellá en su artículo de hoy en El Mundo, titulado "Marx, siempre Marx". El segundo, por el contrario, en las históricas, aunque no tanto en las económicas. Quizá nos lo tengamos merecido, pero como escéptico que soy, es decir,  un optimista empedernido chamuscado por la experiencia, no pierdo la esperanza en un mundo mejor, sin vencedores ni vencidos, sin Marx(s) y sin Fukuyama(s).

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Karl Marx





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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

lunes, 27 de enero de 2014

Un mundo global (y desquiciado)




Un mundo global



A mi amigo, y "pensador mediterráneo", Rafael R.

Reconozcámoslo sin ambages: el mundo globalizado de hoy es un mundo trastornado, descompuesto, exasperado; desquiciado, en suma. El historiador Juan Pablo Fusi, al final de su libro más reciente: "Breve historia del mundo contemporáneo. Desde 1776 hasta hoy" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2013), que he leído en estos días, reconoce que el problema político de la humanidad en esta segunda década del siglo XXI es el mismo que ya señalara en 1926 el economista británico John Maynard Keynes, cuyo pensamiento favorable a un mayor control de la economía por el Estado en el marco de un capitalismo inteligentemente dirigido pareció especialmente revalorizado por la crisis de 2008: "el problema político de la humanidad -escribió Keynes- consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual". Complicado pero no imposible.

Sobre el "disgusto radical con la sociedad existente y el pesimismo sobre su futuro" escribe también en el número de Revista de Libros de este mes de enero el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado. Nada proclive a los tremendismos, el profesor Arias, en el artículo citado, titulado precisamente "Los tremendistas", sale al paso de quienes así se manifiestan justificando su diagnóstico catastrofista, para hacer ver que aunque el pesimismo encuentre razones en las que fundamentarse: crisis todavía en marcha, desigualdades crecientes y salarios estancados, a pesar de todo eso, añade, nuestras sociedades desarrolladas han alcanzado estándares de bienestar y justicia, que aun lejos de ser completos y perfectos, no tienen comparación con el pasado, salvo acaso el perído dorado de las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

En parecido sentido puede interpretarse también el artículo que en El País del pasado día 25 escribía el economista Moisés Naím titulado "El milagro del año 2000". Los políticos nos han educado para no creerles, dice en su artículo, sin embargo, en los trece años que van del 2000 a acá -añade- la humanidad ha experimentado la mayor reducción de la pobreza de su historia: 500 millones de personas salieron de la miseria en la que vivían, la mortalidad infantil cayó en un 30% y las muertes por malaria disminuyeron un 25%. Y 200 millones de habitantes de los barrios más pobres del mundo tuvieron acceso a agua, cloacas y mejores viviendas.

Si el problema, como dice el profesor Arias en el artículo citado, no es quién tiene derecho a hablar -que todos lo tenemos- sino quién merece ser escuchado, es al público -concluye- a quien corresponde filtrar el tremendismo y ponerlo en su lugar -poético, moral- a la hora de formar sus propios juicios. A no ser, añade, que el público sea el primer seducido por la tentación apocalíptica y quienes la encarnan no hagan, en fin, más que responder a sus demandas.

Y termino, como empecé, volviendo al profesor Fusi y su libro sobre la historia contemporánea, del que pueden leer la crítica que sobre el mismo realizara en Revista de Libros (noviembre, 2013) el también historiador y filósofo Rafael Núñez Florencio en el enlace de más arriba. Cuenta Juan Pablo Fusi en el prólogo del libro citado que Ortega y Gasset, con tan solo veinticinco años, tuvo el atrevimiento de espetarle a Ramiro de Maeztu que cuando se escribe historia "o se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno". Eso no quiere decir que la literatura desmerezca de la historia, pero sí, que la historia se mueve en parámetros distintos que la literatura, y que los hechos son los hechos, y a ellos hay que atenerse para contarlos y para interpretarlos.

Fiel a la filosofía que inspiró el nacimiento de "Desde el trópico de Cáncer" su objetivo sigue siendo echar una ojeada sobre el mundo a partir de lo que dicen y cuentan "otros" con mucho mejor criterio, manifiesto, que al autor del blog. Lo que no quiere indicar que siempre se esté de acuerdo con lo manifestado por esos "otros" a los que, sin embargo, respeta y admira.

Sean felices, por favor. Y como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos, aunque ahora ya estemos de vuelta. Tamaragua, amigos. HArendt





Un mundo de todos y para todos




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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Globalización, crisis y democracia




El economista turco Dani Rodrik


"La crisis financiera de 2008 ha desencadenado la Gran Recesión, que todavía estamos padeciendo, y también, aparentemente, ha puesto fin al movimiento de protestas contra la globalización, martillo de las instituciones multilaterales, que tan activo había estado en las calles desde mediados de los años noventa. Dominada por activistas, la antiglobalización era el único núcleo unificador en una coalición circunstancial de grupos de las ideologías más varias: grupúsculos antisistema, comunistas recalcitrantes, partidarios del comercio justo, feministas radicales, ecologistas, sindicatos tradicionales, ONG de desarrollo y empresarios de la industria cultural, entre otros. Las primeras protestas se desarrollaron en Madrid en 1995, con ocasión de las reuniones de las asambleas del FMI y del Banco Mundial, y se hicieron violentas en Seattle en 1999, reventando la celebración de la reunión ministerial de la Organización Internacional del Comercio (OMC), para alcanzar su cosecha de un muerto y varias decenas de heridos en enfrentamientos de los globófobos con la policía en la reunión del G-8 en julio de 2001 en Génova."

Un buen comienzo para un enjundioso artículo del profesor y técnico comercial del Estado, Alfonso Carbajo, que Revista de Libros publica en su número de noviembre con el título de "Crisis y globalización", dedicado en su integridad a desmontar las tesis del también profesor y economista turco de origen sefardí, Dani Rodrik, considerado uno de los economistas más influyentes del mundo, y muy crítico con el fenómeno de la globalización. Críticas explicitadas en su libro La paradoja de la globalización. Democracia y el futuro de la economía mundial (Antoni Bosch, Barcelona, 2012), que el profesor Carbajo analiza en el artículo citado.

El fenómeno de la globalización nunca ha tenido buena prensa entre la izquierda. Pero como dijo en una ocasión el expresidente del gobierno español, Felipe González, es un fenómeno que está ahí y que ha venido para quedarse. Así que más vale enfrentarse a él con conocimiento de causa. Es lo que hacen, desde posiciones dispares, aunque no tanto, el libro de Dani Rodrik y el artículo de Alfonso Carbajo.

Aunque remota, se lee en el artículo, la posibilidad del hundimiento real del orden económico internacional existe y, si la ruina económica llega a producirse, será producida por factores políticos. [...] La globalización, como la democracia, es una planta frágil, de desarrollo difícil, y vulnerable a la demagogia nacionalista, al oportunismo político y a las presiones de los grupos de interés organizado.


No quiero privarles del interés de su lectura, así que, no insisto en mi labor de glosador de ideas ajenas. Si acaso, recomendarles que vean el vídeo que acompaña la entrada, dedicado precisamente al comentario del libro de Dani Rodrik que ha dado lugar a esta entrada. Está realizado por la cadena de televisón iraní en español, Hispan TV, recogiendo en él una entrevista a los profesores españoles Ludolfo Paramio y Sergio Carmona. 


Y sean felices, por favor. A pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt








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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)