¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukuyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? Su polémico artículo El fin de la Historia, publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro El fin de la Historia y el último hombre (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo y fue ensalzado y criticado a partes iguales.
Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: La Historia humana, como lucha de ideologías ha terminado con la llegada de un mundo final basado en la democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, Fukuyama afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, demostrándose así que la única opción viable era la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. Los hombres satisfacerán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ningún tipo de batallas.
Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. O lo que es lo mismo, que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que han dado forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historia. Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal, el proletariado creado por el modo de producción capitalista, consiga "emancipar" a toda la humanidad.
Fukuyama, sin embargo, habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo mientras que Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.
El periodista y subdirector de El País Lluís Bassets escribió hace ya un tiempo un artículo titulado La nueva lucha de clases, en el que comentaba algunas de las razones del estrepitoso fracaso de la denominada "Ronda de Doha" que por aquel entonces impulsaba la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, estábamos, sí, inmersos en un nuevo tipo de lucha de clases, pero una lucha de clases sin ningún parecido con la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora, comentaba Bassets, la lucha se producía entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados, ambas empeñadas en conseguir la mejor parte en el reparto del pastel global, y todo ello, decía, en un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía y también de la capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más, señalaba, y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado.
¿Qué queda hoy en pie, mediado el año 2015, de esa "clase media" como motor de la Historia en Occidente? La verdad es que parece declinar de manera acelerada en este mismo Occidente (y no digamos en Europa y España), que hasta hace solo un momento, como quien dice, despreciaba y miraba al resto del mundo por encima del hombro. Marx antes, y Fukuyama después, dan la impresión de haber errado en sus predicciones: el primero, en las económicas, aunque no tanto en sus análisis históricos, como muy bien dice el historiador y economista Gabriel Tortella en su artículo de hoy en El Mundo, titulado Marx, siempre Marx. El segundo, por el contrario, en las históricas, aunque no tanto en las económicas. Quizá nos lo tengamos merecido, pero como escéptico que soy, es decir, un optimista empedernido chamuscado por la experiencia, no pierdo la esperanza en un mundo mejor, sin vencedores ni vencidos, sin Marx(s) y sin Fukuyama(s). Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
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