Europa, ruega por nosotros
LOLA PONS RODRÍGUEZ
08 JUN 2024 - El País - harendt.blogspot.com
“El mentido robador de Europa” era el nombre que Luis de Góngora asignó al gran dios Zeus. En la oscura clave poética de sus Soledades, Góngora lo llamó “robador” porque, en la mitología griega, Zeus se encarnaba en un toro blanco y engañaba a una joven princesa llamada Europa, que paseaba por la playa. Se la ganaba con su mansedumbre para después raptarla y llevarla por el mar hasta Creta. El nombre de esa princesa es el que históricamente se usó para dar nombre a nuestro continente.
¿Quién nos ha robado Europa ahora? En este día de reflexión previo a las elecciones europeas, me pregunto por la presencia de Europa en la campaña electoral que hasta ayer vivimos, porque mucha Europa no he visto. En el sentido más puramente discursivo, los partidos políticos han monopolizado esta campaña con discursos y declaraciones en clave nacional esgrimidos incluso por los cabezas de lista: discusiones en torno al procés y la amnistía, apelación a la imagen del fango, manifestaciones sobre la adhesión personal y supraideológica a los líderes, balance de logros locales aprovechando que se ha cumplido un año desde las elecciones municipales de 2023... ¿Dónde ha quedado Europa? Esto no ha sido una visita a ciudadanos de toda España para atender sus peticiones, escucharlos y darles, si es posible, propuestas en la dimensión europea que puedan tener sus necesidades. Estamos en una perpetua campaña nacional y no ante una verdadera y cabal campaña electoral europea.
El filólogo Dámaso Alonso decía que Góngora escribía pensando en el puro placer de las formas. La elaboración artística y el lenguaje del poeta cordobés son difíciles y hay que saber dirimir qué pasa por debajo de su discurso, en la trama; hacen falta explicaciones para entender que, escondido en el retorcimiento formal, hay un argumento que progresa y que apela al lector. Pero no es lo que aquí ocurre. Aquí lo grande no incluye a lo pequeño, porque lo nacional no es exactamente lo europeo en proporción reducida. Si hablamos de las convocatorias judiciales españolas, de las tensiones de la Cámara baja o de las elecciones catalanas no estamos hablando de Europa sino de España, y esos discursos sobre problemas del país no están forzosamente atravesados por el ángulo de la política continental. No hay un contenido europeo celado bajo la forma del debate doméstico. No hay sublimación posible, a menos que pensemos en Europa como un proyector rutinario de la política interna donde aburridamente nuestros parlamentarios, viejas glorias de los partidos nacionales, pasan los días entre comisiones técnicas menos politizadas que las que conocieron cuando frecuentaban la política española.
Pienso en Europa mientras escribo este texto desde una comarca gaditana, entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo. Redacto estas líneas teniendo cerca el Campo de Gibraltar. El lugar histórico excepcional donde se fundaban las míticas columnas de Hércules es hoy epicentro del tráfico de drogas y del crimen organizado. Este no es un lugar más de España: es la frontera sur de la Unión Europea y está frente a Marruecos; el tráfico de hachís tiene aquí una dimensión distinta a la de cualquier otro lugar de España. El desempleo roza la cifra del abuso, la desfachatez con que opera el narco en el mar está a la altura de la impunidad con que blanquea su dinero en tierra, los cuerpos de seguridad del Estado pierden efectivos cada año porque los matan (quiero nombrar a David Pérez, quiero nombrar a Miguel Ángel González), faltan efectivos judiciales. Aquí no está premiado el decoro de la población que respeta las normas, que contiene a sus hijos de la tentación fácil de ocuparse en el trapicheo o que los educa en política para que no vean en la facilidad del discurso populista la solución rápida a una situación compleja. Y no solo no están premiados socialmente el civismo ciudadano y la madurez política, sino que no están acompañados institucionalmente. Porque aquí, a veces, las noticias hacen mucho ruido pero apenas cascan nueces políticas. En estas elecciones europeas, otra vez poca gente se ha acordado de ellos, de un territorio que no es un lugar más de España, sino la puerta de Europa.
Por eso, por ser la puerta de Europa, en el siglo XIV se levantó en Gibraltar el santuario a la virgen de Europa, una advocación religiosa cuya devoción nació en el Peñón y luego, desde Algeciras, fue difundida a otros lugares del mundo. A la protección de esta imagen mariana se consagra el continente europeo desde la Baja Edad Media, en uno de esos sincretismos ingenuos que hizo que la vieja doncella fenicia raptada se convirtiera en virgen sedente cristiana. Y allí está la pobre virgen de Europa, sola en su santuario, con el olor lejano de los motores de las potentes narcolanchas y de las patrulleras cansadas, el ambiente cargado en el SEPE y las viejas redes de pesca arrumbadas en el ángulo oscuro, mientras que otros se llevan los mítines y las declaraciones a sus prioridades y su agenda. El “mentido robador de Europa” que decía el poeta no se disfraza ya de toro blanco ni rapta princesas, pero hurta muchos debates que importan y que sospecho que seguirán siendo ignorados la semana próxima, pasadas las elecciones. Que Europa ruegue por los de aquí. Lola Pons Rodríguez es filóloga.
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