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martes, 2 de abril de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] Europa y el Islam





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Hoy hay 1.800 millones de musulmanes y para fines de este siglo habrá más musulmanes que cristianos en el mundo, pero antes, en 2050, el 10% de los europeos serán musulmanes. Más que alarmarnos, ahora, más que nunca, lo que necesitamos es comprender a fondo esa religión, sus problemas y sus promesas, comenta el escritor y ensayista venezolano de origen judío, Moisés Naím. 

"¿Por qué nos odian?" Este fue el titular de portada de la revista Newsweek después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. El titular se refería al hecho de que todos los terroristas que perpetraron los ataques eran musulmanes impulsados por un odio visceral contra EE UU y el mundo occidental. Los atentados provocaron una feroz respuesta militar por parte de EE UU y sus aliados, así como un intenso debate acerca de las causas de ese odio y cómo enfrentarlo. El debate popularizó la hipótesis del choque de civilizaciones, según la cual las religiones y culturas reemplazarían al choque de ideologías —comunismo contra capitalismo, por ejemplo— como fuentes de los conflictos internacionales. El enfrentamiento de la civilización islámica contra la occidental es un importante pronóstico de esta visión.

Hoy sabemos que este pronóstico no fue acertado. Más que un choque entre civilizaciones lo que ha ocurrido es un sangriento choque dentro de una civilización: el islam. La inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo a nivel mundial son musulmanes inocentes asesinados o heridos por musulmanes radicalizados. Los ataques de terroristas islamistas contra europeos y estadounidenses han sido graves y siguen siendo una amenaza real. Y el reciente ataque a la mezquita en Nueva Zelanda forma parte del nuevo activismo criminal de los supremacistas blancos. Pero el número de víctimas del terrorismo islamista en EE UU y Europa es bajo en comparación con las muertes que causan esos terroristas en países musulmanes.

Para enfrentar con éxito este terrorismo hay que comprender a fondo sus orígenes y motivaciones así como la actual situación del islam. La urgencia de esta mejor comprensión no es solo por el terrorismo. En este siglo el islam moldeará temas críticos para la humanidad, tales como el futuro de África y el Oriente próximo, los flujos migratorios, la lucha contra la pobreza y tragedias como las de Siria y Yemen o la de los rohinyá.

Hoy hay 1.800 millones de musulmanes y son el grupo religioso que más rápido crece. Para fines de este siglo habrá más musulmanes que cristianos en el mundo y antes, en 2050, el 10% de los europeos serán musulmanes.

Hasta finales de los años noventa, el análisis del papel del islam en el comportamiento económico había sido dominado por teólogos, sociólogos y politólogos. Esto está cambiando y hay cada vez más investigaciones de economistas que estudian esta religión aplicando las teorías y métodos modernos de su disciplina. Timur Kuran, profesor de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, acaba de publicar la más exhaustiva reseña que se ha hecho hasta ahora de la relación entre el islam y la economía. El ámbito de este trabajo es amplísimo e imposible de resumir pero el texto completo está en The Journal of Economic Literature.

Una de las preguntas clave es si el islam retarda el desarrollo económico, ya que los países con una población mayoritariamente musulmana son más pobres que el promedio del resto del mundo. En 2017 el ingreso por persona de los 57 países miembros de la Organización de Cooperación Islámica fue de media 11.073 dólares. Ese año el ingreso por persona de todos los demás países fue de 18.796 dólares.

En naciones con mayorías musulmanas, las expectativas de vida son más bajas y el analfabetismo más alto. Además, en países como India por ejemplo, donde importantes porcentajes de la población practican diferentes religiones, los musulmanes tienden a ser los más pobres. La pobreza relativa de los musulmanes ocurre tanto en países donde son minoría como en los que constituyen el mayor grupo religioso.

No obstante, el profesor Kuran alerta de que si bien estos datos son muy sugerentes, no son suficientes para concluir que el islam está reñido con la prosperidad económica. Después de todo, las economías de los países pobres del sur de Asia y de América Latina también sufren de un mediocre y crónico desempeño.

La revisión de los artículos científicos publicados desde 1997 revela otros interesantes resultados. Algunos ejemplos: quienes participan en la peregrinación anual a la Meca adquieren actitudes que favorecen el crecimiento económico y una mayor tolerancia hacia los no-musulmanes. Los individuos cuyas madres ayunaron durante el ramadán estando embarazadas de ellos tienen vidas más breves, mala salud, menos agudeza mental, bajos logros educacionales y un débil desempeño laboral.

La filantropía de los musulmanes tiende a favorecer más a la clase media que a los más pobres. Las reglas que rigen las llamadas finanzas islámicas no tienen mayor efecto en la conducta financiera de los musulmanes. Los gobernantes de países musulmanes han contribuido a la persistencia del autoritarismo a través del uso del islam con fines políticos.

El estudio incluye las explicaciones y los datos que apoyan estas conclusiones así como muchos otros sorprendentes hallazgos. Necesitamos más y mejores estudios de este tipo. Ahora más que nunca nos hace falta comprender a fondo el islam, sus problemas y sus promesas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 29 de marzo de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] El desafío de la populocracia






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Los europeos nos enfrentamos al desafío de la ‘populocracia’. Y si las democracias no son capaces de refundarse, renovarse, inventar formas nuevas y originales de participación, se corre el riesgo de caer en regímenes como los instalados en Hungría y Polonia, comenta Marc Lazar, profesor de Historia y Sociología política en la Universidad Sciences Po, de París. 

El movimiento de los chalecos amarillos, comienza diciendo Lazar, iniciado en noviembre no deja de despertar la curiosidad tanto en Francia como en el extranjero. ¿Cómo es posible que una movilización minoritaria pueda durar tanto, cuando no dispone de ninguna estructura organizada y la mayoría de los medios de comunicación no la ven con ojos demasiado favorables? ¿Cómo es posible que la opinión pública la haya apoyado en gran medida, al menos hasta hace poco, pese a que los manifestantes recurren a una violencia extrema o la justifican porque, según ellos, es la única forma de hacer oír su voz y la policía los reprime con gran dureza?

Los chalecos amarillos, divididos sobre muchas cuestiones —en particular, sobre sus métodos de actuación— entre radicales y moderados, proceden de las periferias de las grandes ciudades, de las ciudades medianas y, en menor medida, de las zonas rurales. En su mayoría ejercen trabajos mal remunerados, pero también hay muchas mujeres solas y jubilados. Es una población que sufre socialmente, que se siente marginada y despreciada. El movimiento nació de forma espontánea, a través de Facebook, a partir de una protesta contra la subida de impuestos sobre los carburantes.

Después amplió sus reivindicaciones para exigir, por ejemplo, el incremento del poder adquisitivo, servicios públicos más eficientes y el restablecimiento del impuesto sobre el patrimonio, y enseguida denunció la violencia policial. A pesar de su heterogeneidad, los chalecos amarillos han propuesto consignas políticas: la dimisión de Emmanuel Macron, por el que sienten un odio visceral, al que culpan de todos los males y sospechan capaz de todas las manipulaciones posibles e imaginables, y la celebración de un referéndum de iniciativa ciudadana.

Es en ese aspecto en el que el movimiento revela la magnitud del malestar político actual. Francia posee instituciones fuertes, las de la Quinta República, un presidente que, elegido por sufragio universal, dispone de unos poderes considerables, un método de escrutinio que permite obtener una mayoría clara en el Parlamento, una clase política bien formada y una Administración eficaz. Eso no ha impedido la eclosión de este movimiento que tiene, entre otros, los aspectos totalmente inéditos de un populismo social.

El populismo, en general, es un estilo basado en unos preceptos que constituyen un sistema de creencias bastante coherente. Afirma la existencia de un antagonismo irreductible entre un pueblo supuestamente unido, bueno y virtuoso y una élite homogénea, diabólica y perversa que conspira contra el primero. Proclama la soberanía sin límites del pueblo, que debe expresarse en la celebración constante de referendos y el uso de las redes sociales. Celebra la superioridad de la democracia directa frente a las formas anticuadas de la democracia liberal y representativa, que no es más que una nueva versión del poder oligárquico. Para el populismo y los populistas no existen preguntas, temas ni asuntos complicados de explicar, sino solo soluciones simples e inmediatas; esto se traduce en la denuncia y la estigmatización de los expertos, porque se considera que sus conocimientos son el instrumento supremo de los dominadores contra los dominados. El maniqueísmo innato y esencial del populismo empuja a crear chivos expiatorios en los que cristalizan los resentimientos y los odios y que se convierten en víctimas de una violencia que hasta hora, en general, sigue siendo simbólica: la casta, las élites, los inmigrantes, los extranjeros, los musulmanes, a veces los judíos. El populismo está impulsado por un líder que teóricamente encarna al pueblo en sus discursos. El populismo recurre al registro de la emoción y las pasiones, en contra de la fría racionalidad de los responsables políticos tradicionales y los tecnócratas, otro blanco de los populistas. Los cuales son muy dispares. Normalmente, el populismo es fruto de movimientos o partidos políticos. No es así en el caso de los chalecos amarillos, que pueden haber estado influidos por Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, pero que se formaron de manera espontánea.

Los chalecos amarillos exhiben todas las características del populismo, a excepción de una: no tienen líder y se niegan a tenerlo. Pero su existencia y la duración de su movilización, aunque se haya ido reduciendo semana tras semana, indican una transformación política fundamental. Para empezar, muestran la amplitud del desafío político al presidente de la República, su mayoría y las instituciones, sobre todo con el declive de los partidos políticos y los órganos intermedios. Además, señalan una especie de agotamiento de la Quinta República. Y por último, ilustran el avance de lo que el sociólogo italiano Ilvo Diamanti y yo hemos llamado la populocracia, que erosiona las bases de las democracias liberales y representativas en Francia y otros países. La populocracia es el resultado de la fuerza de los populismos organizados como partidos. Sus ideas impregnan las opiniones públicas, sus temas de interés dictan las agendas, su forma de hacer política se ve reproducida en gran parte por sus adversarios, su lenguaje simplificador se extiende, su temporalidad, la temporalidad de la urgencia, se impone. Sobre todo porque han entendido que lo digital constituye una revolución.

Nuestras sociedades han dejado de tener “intermediarios”. Por consiguiente, gracias a la repercusión de las redes sociales, las propuestas de democracia, ya no solo directa, sino inmediata —porque no tiene mediación e impone la urgencia de la temporalidad absoluta—, que defienden la soberanía ilimitada de la gente, en detrimento de las normas y los procedimientos del Estado de derecho, adquieren una enorme fuerza. Además, los líderes que combaten el fondo del populismo, por ejemplo porque son profundamente europeístas, en la forma tienden a recurrir al estilo populista para conquistar el poder y para presentarse como alguien de fuera, antisistema, de modo que personalizan sus políticas, simplifican su lenguaje, fustigan a todos los partidos y responsables políticos tradicionales y apelan a la gente sin dialogar ni negociar con los órganos intermedios, los sindicatos, las organizaciones sectoriales y las asociaciones, a las que acusan de defender exclusivamente los corporativismos; buscan actuar de la forma más rápida posible, hasta el punto de caer en la precipitación. Es lo que se ha podido denominar el populismo centrista, o el populismo de gobierno, bien representado hace algún tiempo por Matteo Renzi en Italia y también por Emmanuel Macron.

Desde luego, la populocracia no ha triunfado aún ni en otros países ni en Francia, donde Macron está aún protegido por las instituciones y donde, con el “gran debate” que ha puesto en marcha, está tratando de recuperar el contacto con una parte de la población (no con los chalecos amarillos) y también su empuje político. Sin embargo, tanto en Francia como en otros países, constituye una posibilidad, una dinámica que está sacudiendo los partidos tradicionales —ya en mala situación—, los sistemas políticos y, en general, las democracias. O estas son capaces de refundarse, renovarse, inventar formas nuevas y originales de participación, o la próxima etapa podría ser la que ya se encuentra en vigor en el corazón de Europa, en Hungría y Polonia: la democracia iliberal.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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martes, 26 de marzo de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] El Reino Unido arde a lo bonzo





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.


Y ya sin más, continúo hoy con un artículo del periodista Andrea Rizzi, redactor jefe de la sección de Internacional del diario El País, en el señala que el Reino Unido arde a lo bonzo en el Brexit y Europa espera a sus Prometeos, que el fuego británico muestra las consecuencias de la retórica incendiaria y el continente vislumbra intentos de propagar de la cúpula política a la ciudadanía un debate realmente paneuropeo.  

La historia dirá si el Brexit fue un suicidio político o solo una autoinmolación de consecuencias graves pero no letales, comienza diciendo Rizzi. De momento, consta en actas que Reino Unido lleva tres años —desde el referéndum de 2016— sumido en una parálisis absoluta, incapaz de hacer otra cosa que atender el gran incendio que devasta sus islas. Es probable que siga carcomido por esta situación durante mucho más tiempo, incluso si se aprobara el pacto de salida. El fuego eurohostil lo expandieron de forma luciferina, durante lustros, varios medios informativos y corrientes políticas. Como mínimo se les fue de las manos; puede que no tuviesen ni idea de lo que hacían.

La autoinmolación británica a lo bonzo (cada uno decidirá cuán justificada era la causa) provoca serios problemas al continente. Pero, también, importantes activos. Entre otras que las dimensiones de esa catástrofe han rociado cordura y sobriedad en el ágora continental: no conviene jugar con fuego. ¿Alguien ha oído recientemente alguna otra propuesta de salir de la UE? ¿O simplemente de la Zona Euro (concepto secundario con el que hace no mucho todavía algunos populistas euroescépticos coqueteaban)?

La cuestión no es menor porque se acercan a la vez elecciones europeas y una ralentización económica, un territorio potencialmente inflamable. A Europa obviamente no le conviene un pulso radical, en cambio sí necesita un debate vivo, vibrante, que active la conexión de la ciudadanía con el proyecto. La tasa de participación ha caído de forma inexorable a cada convocatoria de elecciones europeas, desde el 62% de 1979 hasta el 42% de 2014. La UE necesita Prometeos que cojan la llama en el Olimpo-Bruselas y la difundan entre los ciudadanos en el continente de forma apasionada pero responsable. En el horizonte se detectan algunos síntomas esperanzadores.

Este periódico, junto a otros 27 de la Unión, publicó a principios de mes una carta del presidente francés, Emmanuel Macron, titulada Por un renacimiento europeo y dirigida a los “Ciudadanos de Europa”. Su contenido puede gustar más o menos —y desde luego marca un claro retroceso con respecto a anteriores alocuciones en clave europea mucho más ambiciosas del mandatario galo— pero es de entrada notable el concepto de dirigirse a un demos común.

Lo interesante es que en cuestión de días hubo dos respuestas de calado paneuropeo. Annegret Kramp-Karrenbauer, sucesora de Angela Merkel al mando de la CDU, ha publicado en el dominical alemán Welt am Sonntag una respuesta contundente —Acertar en la construcción de Europa— en la que rechaza gran parte de las propuestas del francés y plantea otras que agradan poco en París. De forma significativa, el texto ha sido traducido a varios de los principales idiomas de la UE.

Desde otro lado del espectro político contestó el líder izquierdista francés Jean-Luc Mélenchon con un texto titulado ¡Salid de los tratados, estúpidos! y también publicado por este diario. Es sin duda vitriólico, más radical, propone un cambio de tratados un pelín poco realista —siendo comedidos— pero se enmarca en una visión de destrucción creativa y mantiene la virtud de dirigirse a un demos europeo.

Queda por ver si se trata de un embrión de debate genuinamente paneuropeo, pero cuando menos es una llamarada interesante. El momento es propicio. Por un lado, el Brexit funciona como lección moderadora ante tentaciones de aventurismo rompedor; por el otro, hay otras fuerzas centrípetas que favorecen ahora que la Unión se mantenga compacta y estable, que piense en cómo reforzarse. La Administración Trump es una invitación cotidiana a pensar en cómo apañarse solos; la compleja relación con Rusia también debería invitar a la cohesión.

La Britannia que gobernaba las olas decidió de repente empotrarse de frente contra la más grande de este tiempo: la corriente de las interconexiones, de la convergencia, de las sinergias, las economías de escala, de la creciente inutilidad de las barreras, de la fusión y mezcla. Salir de la UE es perfectamente legítimo pero parece ir contra la corriente del tiempo. Ciertas olas conviene cabalgarlas más que encararlas.

Ahora, mientras Reino Unido descubre que salir de la UE no es ni cortar un cordón umbilical, ni amputarse una extremidad, sino intentar separar células en cada órgano y tejido, la UE necesita con urgencia un debate sobre cómo proseguir el surf, sobre cómo preparase para las próximas tempestades. Es necesario involucrar a los ciudadanos. Conviene que sea a escala continental, superando las parroquias nacionales de siempre. Se buscan Prometeos europeos, que tomen el fuego en el Olimpo y lo vayan repartiendo. Bonzos absténganse, por favor.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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viernes, 22 de marzo de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] El laboratorio belga





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Y ya sin más, continúo hoy con un artículo de la periodista belga Béatrice Delvaux, excolumnista de Le Soir, que el pasado 1 de marzo escribía en el diario El País un interesante artículo sobre como la comunidad germanófona de Bélgica ha adoptado un sistema permanente de consulta a los ciudadanos basado en el sorteo, ya ensayado con eficacia no solo en una pequeña comunidad como es la de habla alemana de Bélgica, sino en Irlanda, que permitió modificar la Constitución  del país.

"El pueblo inglés cree que es libre. Pero se equivoca, porque solo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento; en cuanto resultan elegidos, se convierte en esclavo, en nada”. Esta frase, comienza diciendo Delvaux, no es de Nigel Farage ni Boris Johnson, sino que data de 1762 y está sacada del Contrato social de Jean-Jacques Rousseau. Un libro que los partidarios del Brexit deberían haber leído, porque se habrían enterado de que la mejor manera de liberar al elector-esclavo y darle la palabra no es el referéndum, sino que sería mucho más eficaz probar con una asamblea de ciudadanos escogidos por sorteo.

Contra las elecciones: este es el título del polémico libro que descubrió Bélgica en 2013, firmado por el historiador, arqueólogo y escritor David van Reybrouck. En el curriculum vitae de este joven intelectual no hay nada que haga pensar que hubiera perdido la cabeza cuando, para revitalizar una democracia anémica, propuso el método del sorteo. Su libro es resultado de una investigación científica y una experiencia real. En 2011, su grupo, G1000, reunió en Bruselas a 704 ciudadanos belgas, escogidos por sorteo, para debatir temas seleccionados mediante una consulta en Internet.

¿Humo de pajas? Fueron muchos los que, a partir de entonces, se reían por lo bajo cada vez que se decía “G1000” en los círculos políticos. Pero este ovni acaba de reaparecer. La comunidad germanófona de Bélgica acaba de adoptar un sistema permanente de consulta a los ciudadanos basado en el sorteo: por una parte, un consejo de 24 personas que fija el programa de consultas, y, por otra, una asamblea ciudadana (Bürgerversammlungen) cuyos miembros se eligen mediante un sorteo ponderado por criterios de sexo, edad y educación. Se les remunerará por su labor, no tienen que ser belgas y se renovarán por tercios cada seis meses.

¿Parece fácil en una región cuya población cabe en una cabina telefónica? Los autores rechazan el argumento: aunque Eupen tenga una mentalidad muy provinciana en su región de 76.000 habitantes, sus poderes son equivalentes a los de Renania del Norte-Westfalia, Cataluña o Escocia.

La lectura de Contra las elecciones es lo que movió a actuar a Olivier Paasch, ministro presidente de la comunidad germanófona. Llamó al autor para preguntarle: “¿Eso existe en algún sitio?”, y obtuvo una respuesta negativa: “Ustedes pueden hacer historia”. Y he aquí que, tres meses antes de las elecciones federales y regionales belgas, el decreto de creación de esta especie de “Senado” compuesto por ciudadanos fue aprobado unánimemente el lunes pasado por el Parlamento de la tercera comunidad de Bélgica. Entre la primera llamada de teléfono y esta votación ha habido grupos de trabajo y 13 expertos llegados de Australia, Irlanda y Polonia para debatir durante una semana con los germanófonos, bajo los auspicios del G1000. Este último forma parte desde hace dos años de Democracy R&D, una red que agrupa a los australianos, brasileños, japoneses y muchos más interesados en la democracia colaborativa y los sorteos. El G1000 obtuvo recientemente el apoyo económico de la Open Society Initiative for Europe del hombre de negocios George Soros.

¿Dinero para hacer qué? “Mostremos a Europa lo que sucede en Eupen”, declaró el intelectual y activista la semana pasada a Le Soir. Van a organizarse “cursos de verano” en Eupen para dar a conocer el modelo “de los cantones del Este” a alcaldes belgas y extranjeros. “Pawel Adamowicz, el alcalde polaco de Gdansk, defensor de la participación ciudadana, iba a ser nuestro primer conferenciante; por desgracia, lo asesinaron”, añade Van Reybrouck.

“No hay nada mejor ni más legítimo, para oír a los ciudadanos, que las elecciones”, afirmaba la semana pasada un (viejo) político belga flamenco en un estudio de televisión. “El sorteo es una cosa simpática, pero no me gusta demasiado”. Tonterías y ceguera, responde el fundador del G1000, que menciona el ejemplo de Irlanda. El mundo político, que se debatía sin solución con unos problemas tan delicados como el aborto y el matrimonio homosexual, los remitió a un panel de 99 ciudadanos seleccionados por sorteo, a los que permitió modificar la Constitución. Otros casos de consultas sin relación directa con el G1000 son el de la ciudad de Amberes, que pudo superar así unos terribles enfrentamientos por las restricciones de tráfico.

No puede extrañar que David van Reybrouck estuviera en la cabeza de la manifestación de Youth for Climate en Bruselas, junto a la madre de la líder, de 17 años, Anuna De Wever. Las marchas estudiantiles se producen todos los jueves, otra expresión ciudadana, pacífica e innovadora que ha trastocado desde hace ocho semanas la agenda política belga y ha impuesto el clima a los partidos que esperaban enardecer al votante a propósito de la inmigración o el confederalismo.





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martes, 19 de marzo de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] Reñidos somos más fuertes



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, Paris


Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección temporal del blog que de voz a los ciudadanos a través de las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Unión Europea, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de la escena europea.

Y la inicio hoy con un artículo del periodista Edgar Schuler, jefe de Opinión del diario Tages Anzeiger de Zúrich, que el pasado 25 de febrero publicaba en El País una provocativa reseña titulada Reñidos somos más fuertes

¿A quién tengo que llamar si quiero hablar con Europa?”,  cuenta Schuler que suspiró en una ocasión Henry Kissinger, el gran anciano de la política exterior estadounidense. Aunque apócrifa, la cita es, al menos, una invención lograda, ya que ilustra la que pasa por ser la gran debilidad de Europa.

Efectivamente, ¿a quién hay que llamar? La respuesta es menos evidente que nunca. ¿A Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión? No le queda mucho en el cargo. Es verdad que Donald Tusk posee el título de jefe del Consejo de la Unión Europea, pero no tiene derecho al voto en el club de los jefes de Gobierno. La presidencia propiamente dicha cambia cada seis meses. En cuanto a la primera ministra rumana, Viorica Dancila, actualmente en el cargo, parece que a la mayoría de los no rumanos les es desconocida o profundamente indiferente.

Podríamos decir, entonces, que quien quiera llamar a Europa tiene que marcar el número de uno de los miembros de la Unión realmente poderosos. Pues no, tampoco. Las ambiciones europeas de Emmanuel Macron se esfuman ante los chalecos amarillos, Angela Merkel empieza a estar fuera de combate dentro de su propio partido, y de Theresa May mejor ni hablar.

Los profetas de la decadencia de Europa o de su derrumbe inminente —cuyo número aumenta a diario— pueden alegar innumerables razones adicionales para su pesimismo. En las cuestiones más importantes, ya sea el Brexit, la disputa por los refugiados, la crisis de Ucrania, la crisis del euro, el gas ruso o la parálisis económica, la Unión Europea transmite una sensación de ausencia de contenido conceptual, desunión y discordia.

Desde Suiza, la flaqueza de Europa se contempla o bien con preocupación, o bien alegrándose del mal ajeno, dependiendo de la postura ante el acercamiento a su enorme vecino y, con diferencia, principal socio comercial.

La factura de la brecha entre lo que la Unión Europea pretende y su realidad es el crecimiento de los partidos antieuropeos

Sea como sea, el caos europeo recuerda a la situación en el propio país. También en él los debates épicos acerca de los principales problemas suelen acabar en tablas sin solución. En Suiza, las polémicas sobre la emigración, la financiación del Estado de bienestar, la digitalización o el futuro del clima son igualmente perpetuas. Y cuando, tras ásperos enfrentamientos, se llega a una solución política, la sociedad puede echarla por tierra en un referéndum.

Ahora bien, la experiencia de Suiza, con sus centenarias estructuras de gobierno asamblearias y sus 170 años de Estado federal, es que el conflicto no tiene por qué desembocar en parálisis. Ni siquiera hace falta entenderse bien. En contra del tópico de la confederación perfectamente cuatrilingüe, las regiones cultivan a diario una vecindad indiferente antes que una colaboración entusiasta.

Esta es la razón de que el país no destaque por sus propuestas visionarias. En cambio, de manera paradójica, el tira y afloja produce una y otra vez soluciones que sorprenden por su solidez y, sobre todo, por su amplia aceptación. El hecho de que, en apariencia, nada se mueva o, como mucho, lo haga poco a poco, proporciona a Suiza una estabilidad de la que ella misma se maravilla, y por la que espera ser admirada por los demás.

Trasladado a la Unión Europea, se podría decir que su problema no es el exceso de disputas, sino la falta de ellas. Mucha gente percibe la promesa de una “Unión cada vez más estrecha” como una amenaza. La factura de la brecha entre lo que la UE pretende y su realidad es el crecimiento de los partidos antieuropeos desde el Mediterráneo hasta el Danubio.

Tendemos a olvidar que la Unión Europea resulta convincente justamente allí donde, tras duras negociaciones, llega a soluciones que solo una unión de países es capaz de proponer, pero que, al mismo tiempo, producen beneficios para las ciudadanas y los ciudadanos de cada uno de los Estados miembros. Entre ellas destaca el mercado único. Otras son los proyectos educativos y de investigación conjuntos, así como, últimamente, la respuesta colectiva a los ataques de los gigantes de Internet estadounidenses contra nuestros datos personales. Quizá algún día haya también una política común en materia de seguridad y emigración. Otras cuestiones se pueden seguir confiando a los países miembros.

Al igual que ocurre con la jefatura de la Unión Europea, en Suiza, el Consejo Federal que preside el Gobierno de la nación también cambia periódicamente. Este cambio constante propicia una estabilidad que los hombres fuertes como Trump, Putin o Xi Jinping solo aparentan. El futuro de la Unión Europea estaría en peligro si fuese posible localizar al verdadero poder en un único número de teléfono.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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jueves, 21 de febrero de 2019

[EUROPA] Cien días para decidir



El rapto de Europa (1908), de Felix Valloton (Kunstmseum, Berna)


La cuenta atrás ha empezado, anuncia a los europeos el presidente del Parlamento de la Unión, Antonio Tajani, apelando a la movilización de los ciudadanos. Faltan 100 días para las elecciones europeas, un acontecimiento crucial en la historia de la Unión. Es el momento de hacer oír nuestras voces, yendo a las urnas del 23 al 26 de mayo. Ahora, más que nunca, la participación de los ciudadanos, la suya, es esencial, señala en un artículo publicado en todos los grandes diarios europeos.

El Parlamento Europeo es la única institución europea directamente elegida, y representa los intereses de los 435 millones de ciudadanos de la Unión. Por eso, dice Tajani, necesitamos un Parlamento fuerte, que esté legitimado por un amplio voto popular y pueda así crear una Europa más eficaz.

La UE es mucho más que un mercado o una moneda común: es un proyecto basado en los valores que compartimos, principalmente la libertad y la dignidad de las personas. Gracias a estos valores, Europa ha vivido 70 años de libertad, democracia, paz y prosperidad.

La crisis económica, el desempleo, el Brexit, los flujos migratorios, el terrorismo y la inestabilidad en nuestras fronteras han puesto de relieve las debilidades de la construcción europea, pero destruir lo que hemos construido juntos sería un grave error.

Muchos ciudadanos británicos se están dando cuenta de que han sido víctimas de la propaganda y las noticias falsas, y que la salida de la UE traerá consigo daños irreparables para su país, especialmente si se llega a un acuerdo del Brexit.

Creo que la Unión debe cambiar profundamente, para ser más democrática y para proteger mejor a nuestros ciudadanos. Pero ¿qué hace falta para que Europa nos vuelva a hacer soñar? Los ciudadanos europeos quieren que sean los representantes que ellos han votado, y no los funcionarios, quienes decidan sobre su futuro.

Quieren un Parlamento con poderes plenos y capacidad para proponer leyes, como todas las demás asambleas del mundo. Quieren, además, que el Parlamento esté al mismo nivel que los representantes de los Gobiernos de los Estados miembros, también en temas cruciales como los impuestos o la política exterior.

Los europeos piden una Unión centrada en los temas que de verdad importan a la ciudadanía: la inversión para crear empleo, la estabilidad y la paz con una verdadera política exterior de defensa y seguridad, la gestión de los flujos migratorios, la protección del medio ambiente y la defensa de los intereses europeos en el mundo global en el que vivimos.

La Unión Económica y Monetaria (UEM) europea ha de ser reformada para proteger, en la misma medida, a inversores y consumidores, y asegurar que el sistema es capaz de responder a las futuras crisis económicas y financieras que puedan poner en riesgo nuestras empresas y nuestra calidad de vida. Estas reformas no pueden ser superficiales, sino que deben dotar al sistema de poder real, presupuesto suficiente y de una vigilancia democrática de las instituciones que controlan nuestra economía.

Además, es necesario reforzar nuestro apoyo a la economía real, garantizando a nuestros emprendedores que puedan invertir en un mercado europeo libre de competencias desleales.

Las plataformas digitales no pueden estar por encima de la ley. Como el resto de las empresas, deben comportarse de manera responsable: pagar impuestos, garantizar la transparencia y salvaguardar la privacidad y la seguridad, además de proteger a los menores, consumidores y la propiedad intelectual.

También necesitamos un presupuesto de la UE más político, capaz de reflejar las prioridades de los ciudadanos. Para el período 2021-2027, el Parlamento ha pedido más recursos para afrontar los actuales desafíos. El nuevo presupuesto equivale al 1,3% del PIB de la UE y se financiará con un sistema de recursos propios a nivel europeo, sin reducir los fondos destinados a los ciudadanos en cada Estado miembro.

Los desafíos que Europa tendrá que afrontar necesitan una respuesta política valiente, que deje a la burocracia en un segundo plano. El Parlamento Europeo debe ser el corazón y el cerebro de este cambio.

Los ciudadanos solo se sentirán plenamente representados por la Unión Europea si esta es capaz de dar respuestas efectivas a sus preocupaciones. Por eso, necesitamos un Parlamento fuerte, votado y apoyado por millones de ciudadanos.

Se acerca un momento clave para Europa. Me gustaría ver un debate abierto y constructivo sobre el futuro de Europa en todos los Estados miembros en el tiempo que resta hasta las elecciones de mayo. A 100 días de la votación, hago un llamamiento a que vayan a votar. Voten a quien quieran, pero vayan a las urnas y elijan. Están en juego su futuro y el del proyecto europeo.



Británicos partidarios de la U.E. (Fotografía de Niklas Hallen)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 22 de agosto de 2018

[A VUELAPLUMA] Atila, a las puertas de Europa





Las elecciones europeas de mayo pueden tener consecuencias desastrosas para el destino de Europa. La posibilidad más que real del rapto de Europa por los fascistas está a las puertas. Lo dice en El País Massimo Riva, analista político de La Reppublica, el más prestigioso de los diarios italianos.

¡Por fin!, comienza diciendo Riva. Ha hecho falta cierto tiempo para que las advertencias sobre las convulsiones de la política europea capturasen las mentes y los corazones de la intelectualidad continental. Y hace al menos un par de años que varios países de Europa del Este —encabezados por la Hungría de Viktor Orban— lanzan peligrosos ataques contra los valores fundacionales de la Unión Europea, y el primero de todos, la defensa de las libertades políticas a través del Estado de derecho. Y además, en el delirio autocrático del viktador de Budapest,con el propósito de reivindicar un futuro común para la UE bajo la bandera de la “democracia iliberal”, un oxímoron político tras el que no es difícil vislumbrar el empeño agresivo de fomentar el regreso de una de las bestias más sanguinarias y destructivas de la historia reciente de Europa: el fascismo.

La próxima renovación del Parlamento de Estrasburgo —se votará en mayo— es lo que ha empujado a las conciencias más despiertas a hacer un llamamiento desesperado. Desesperado con razón, porque las elecciones de mayo pueden tener consecuencias desastrosas para el destino de Europa. Un éxito de los movimientos nacionalistas y soberanistas no solo indicaría el fin del camino unitario —con todas sus vacilaciones— recorrido hasta aquí, sino también el regreso a un modelo de relaciones conflictivas entre los Estados, que volvería a colocar a Europa a merced de aquella maldición secular tan bien sintetizada en el célebre aforismo de Carl von Clausewitz: la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios.

Ahora bien, para que la señal de alarma de estos doctores por fin resucitados no se quede en nada, hace falta que se transforme en una bandera de batalla, en primer lugar por parte de las fuerzas políticas organizadas que tienen sus raíces culturales en la democracia y el Estado de derecho. Con los fascistas a las puertas, no queda ya tiempo para pararse a pensar qué cosas dividen a los socialistas de los liberales y los populares. Y, una vez más, la solución está sobre todo en Alemania. Allí se dice que Angela Merkel está meditando sobre la posibilidad de presentarse como candidata a la presidencia de la Comisión Europea, una decisión que tal vez se debe a motivos tácticos y específicos de la política alemana. El cuarto mandato está resultando complicado para la canciller, y la posibilidad de que un hombre del Bundesbank suceda al frente del BCE a Mario Draghi está encontrándose con mayores resistencias de las previstas. Esta situación quizá haga aconsejable impulsar una candidatura alemana no en Frankfurt sino en Bruselas, donde podría comenzar con fuerza, entre otras cosas, porque ya hoy Merkel encabeza una coalición entre las dos principales familias políticas europeas, la popular cristiana y la socialdemócrata.

¿Pero tendrá la Kanzlerin la fuerza necesaria para dar dimensión europea a sus ambiciones? ¿Estará dispuesta a dejar claro que el propósito de la operación es oponerse al bloque soberanista? Para que tenga éxito, convendría despejar el terreno de varias ambigüedades que resultan embarazosas. Por un lado, es indispensable que Merkel abandone la tentación de contener el ascenso de la derecha populista a base de invadir su propio territorio, como desean sus aliados bávaros: la canibalización de Silvio Berlusconi por parte de la Liga Norte en Italia es una lección sobre la que deberían reflexionar en Berlín.

Por otro lado, es urgente que se expulse al “demócrata iliberal” Orban del Partido Popular Europeo. Si los moderados alemanes no cortan los lazos con él, no solo repetirían el trágico error de los que, a la manera de Von Papen, avalaron el ascenso de Hitler, sino que, igual que entonces, arrebatarían a Europa toda esperanza de ponerse a salvo del fascismo-nacionalismo que se nos avecina. 



El primer ministro húngaro, Viktor Orban.



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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"Atrévete a saber" (Kant); "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire); "Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme de una vez para siempre a realizarlos" (Hegel)