Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.
Y ya sin más, continúo hoy con un artículo de la periodista belga Béatrice Delvaux, excolumnista de Le Soir, que el pasado 1 de marzo escribía en el diario El País un interesante artículo sobre como la comunidad germanófona de Bélgica ha adoptado un sistema permanente de consulta a los ciudadanos basado en el sorteo, ya ensayado con eficacia no solo en una pequeña comunidad como es la de habla alemana de Bélgica, sino en Irlanda, que permitió modificar la Constitución del país.
"El pueblo inglés cree que es libre. Pero se equivoca, porque solo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento; en cuanto resultan elegidos, se convierte en esclavo, en nada”. Esta frase, comienza diciendo Delvaux, no es de Nigel Farage ni Boris Johnson, sino que data de 1762 y está sacada del Contrato social de Jean-Jacques Rousseau. Un libro que los partidarios del Brexit deberían haber leído, porque se habrían enterado de que la mejor manera de liberar al elector-esclavo y darle la palabra no es el referéndum, sino que sería mucho más eficaz probar con una asamblea de ciudadanos escogidos por sorteo.
Contra las elecciones: este es el título del polémico libro que descubrió Bélgica en 2013, firmado por el historiador, arqueólogo y escritor David van Reybrouck. En el curriculum vitae de este joven intelectual no hay nada que haga pensar que hubiera perdido la cabeza cuando, para revitalizar una democracia anémica, propuso el método del sorteo. Su libro es resultado de una investigación científica y una experiencia real. En 2011, su grupo, G1000, reunió en Bruselas a 704 ciudadanos belgas, escogidos por sorteo, para debatir temas seleccionados mediante una consulta en Internet.
¿Humo de pajas? Fueron muchos los que, a partir de entonces, se reían por lo bajo cada vez que se decía “G1000” en los círculos políticos. Pero este ovni acaba de reaparecer. La comunidad germanófona de Bélgica acaba de adoptar un sistema permanente de consulta a los ciudadanos basado en el sorteo: por una parte, un consejo de 24 personas que fija el programa de consultas, y, por otra, una asamblea ciudadana (Bürgerversammlungen) cuyos miembros se eligen mediante un sorteo ponderado por criterios de sexo, edad y educación. Se les remunerará por su labor, no tienen que ser belgas y se renovarán por tercios cada seis meses.
¿Parece fácil en una región cuya población cabe en una cabina telefónica? Los autores rechazan el argumento: aunque Eupen tenga una mentalidad muy provinciana en su región de 76.000 habitantes, sus poderes son equivalentes a los de Renania del Norte-Westfalia, Cataluña o Escocia.
La lectura de Contra las elecciones es lo que movió a actuar a Olivier Paasch, ministro presidente de la comunidad germanófona. Llamó al autor para preguntarle: “¿Eso existe en algún sitio?”, y obtuvo una respuesta negativa: “Ustedes pueden hacer historia”. Y he aquí que, tres meses antes de las elecciones federales y regionales belgas, el decreto de creación de esta especie de “Senado” compuesto por ciudadanos fue aprobado unánimemente el lunes pasado por el Parlamento de la tercera comunidad de Bélgica. Entre la primera llamada de teléfono y esta votación ha habido grupos de trabajo y 13 expertos llegados de Australia, Irlanda y Polonia para debatir durante una semana con los germanófonos, bajo los auspicios del G1000. Este último forma parte desde hace dos años de Democracy R&D, una red que agrupa a los australianos, brasileños, japoneses y muchos más interesados en la democracia colaborativa y los sorteos. El G1000 obtuvo recientemente el apoyo económico de la Open Society Initiative for Europe del hombre de negocios George Soros.
¿Dinero para hacer qué? “Mostremos a Europa lo que sucede en Eupen”, declaró el intelectual y activista la semana pasada a Le Soir. Van a organizarse “cursos de verano” en Eupen para dar a conocer el modelo “de los cantones del Este” a alcaldes belgas y extranjeros. “Pawel Adamowicz, el alcalde polaco de Gdansk, defensor de la participación ciudadana, iba a ser nuestro primer conferenciante; por desgracia, lo asesinaron”, añade Van Reybrouck.
“No hay nada mejor ni más legítimo, para oír a los ciudadanos, que las elecciones”, afirmaba la semana pasada un (viejo) político belga flamenco en un estudio de televisión. “El sorteo es una cosa simpática, pero no me gusta demasiado”. Tonterías y ceguera, responde el fundador del G1000, que menciona el ejemplo de Irlanda. El mundo político, que se debatía sin solución con unos problemas tan delicados como el aborto y el matrimonio homosexual, los remitió a un panel de 99 ciudadanos seleccionados por sorteo, a los que permitió modificar la Constitución. Otros casos de consultas sin relación directa con el G1000 son el de la ciudad de Amberes, que pudo superar así unos terribles enfrentamientos por las restricciones de tráfico.
No puede extrañar que David van Reybrouck estuviera en la cabeza de la manifestación de Youth for Climate en Bruselas, junto a la madre de la líder, de 17 años, Anuna De Wever. Las marchas estudiantiles se producen todos los jueves, otra expresión ciudadana, pacífica e innovadora que ha trastocado desde hace ocho semanas la agenda política belga y ha impuesto el clima a los partidos que esperaban enardecer al votante a propósito de la inmigración o el confederalismo.