El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
domingo, 31 de diciembre de 2023
De la palabra fin
De las cosas que solo se aprecian con los años
Salud, alegría y levedad
ANA IRIS SIMÓN
30 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com
Las uvas de mi infancia eran en un piso de protección oficial, el de mi tita Toñi, en cuyo salón había siempre más gente que sillas. Antes de brindar se echaba algo de oro en la copa, un anillo o una esclava. Se fumaba y se reía mucho, era imperativo llevar algo rojo y cuando por fin sonaba la última campanada, siempre había alguien a quien se le caían las lágrimas: mi abuela María, la Rebeca, la Alma, quizá todas ellas.
Yo entonces no entendía mucho. Andaba toda la noche correteando de la cocina al salón y del salón a la cocina, contando una y otra vez las uvas que había en cada vasito de plástico y recolectando las millas de los paquetes de tabaco para que mi abuela y la Toñi las canjearan después por camisetas. Me embriagaba con la emoción del resto, pero veía que entre los adultos y yo había un muro, algo que ellos entendían o sentían y yo no. Quizá porque para los críos el año empieza en septiembre; igual porque, al contrario de lo que solemos pensar, crecer es ir incorporando creencias y supersticiones en lugar de deshacerse de ellas. El caso es que lo único que ocurría para mí el 31 de diciembre era que quedaba un día menos para la noche de Reyes. Aún no me creía del todo, como escribe Leila Guerriero, esa farsa renovada de que algo nuevo va a empezar.
Después llegó la adolescencia y con ella los SMS (“x más risas juntas este año, tqm”), y Nochevieja pasó a ser una excusa para llevar vestidos horteras y salir. Llegaron las entradas carísimas a garitos de mala muerte y las listas de buenos propósitos. Dejé de hacerlas con veintitantos y por una razón muy ridícula: en un suplemento de tendencias de un periódico leí a una psicóloga argumentando que suponían un perjuicio para la salud mental. Defendía que todas esas expectativas y propósitos, con demasiada frecuencia incumplidos, acababan generando ansiedad.
Supongo que entonces seguía sin entender las lágrimas de mi familia materna, pues las campanadas habían pasado a ser, simplemente, el pistoletazo de salida a la fiesta. Hasta que un día me descubrí a mí misma, ya sin vestido hortera, ya sin entrada para ningún cotillón, con una lágrima corriéndome por la mejilla mientras en la tele voceaban “feliz año nuevo”. Volví entonces a mi abuela, a la Rebeca y a la Alma. Entendí que se emocionaban por los que se habían ido y por los que vendrían, porque deseaban que en el año que entraba hubiera más trabajo o menos hospitales, por las bodas, los bautizos y los funerales.
Más o menos al mismo tiempo dejé de leer, gracias a Dios, los suplementos de tendencias de los periódicos. Maldije a la psicóloga aquella, cuyo discurso entroncaba con un paradigma muy en boga —y nocivo, ese sí— que nos dice que uno tiene que aceptarse a sí mismo en lugar de, como recomendaba Cortázar, vivir combatiéndose. Y volví a hacer listas de buenos propósitos para el año nuevo.
Así que para 2024 les deseo lo mismo que a mí: salud, alegría y levedad, que no es lo mismo que intrascendencia. Caridad, esa virtud teologal tan mal entendida, para mirarse y mirar. Ser como un Jano Bifronte, capaz de mirar hacia delante sin perder de vista lo de atrás. Paciencia para aguantar y coraje para decir basta. Cosas buenas, bellas y verdaderas. Y una mirada limpia para saber apreciarlas. Feliz año nuevo. Ana Iris Simón es escritora.
De la vida como acertijo
De los hermanos pequeños y la Navidad
Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz domingo y feliz fin de año. Quizá por ser el pequeño de los hermanos, comenta en El País de hoy el escritor Ignacio Peyró, uno pensaba en la Navidad como un calor seguro, que no iba a cambiar nunca, pero con la lentitud del tiempo sabemos que también es un abandono, que la belleza y el drama de la Navidad es que tenemos las Navidades contadas. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com
Y nosotros nos iremos, y no volveremos más
IGNACIO PEYRÓ
23 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com
Todos los hermanos mayores se parecen, pero los hermanos pequeños lo son cada uno a su manera. Ocurre desde el propio nacimiento: a veces los pequeños llegamos al mundo como una sorpresa, otras veces llegamos como una preocupación y tampoco es infrecuente ser ese hermano que buscaban los padres para completar el pack. Aparecidos en la familia como estrambote feliz o alegría decreciente, la encrucijada ontológica, en todo caso, no nos va a abandonar ya nunca. Puede ocurrir que seamos los mimados, pero también podemos ser los olvidados: cosas de aparecer en la función cuando los papeles ya se han repartido. Quizá por eso hay hermanos pequeños que van por la vida como si el planeta no hubiera hecho otra cosa que esperarlos, mientras que otros tuvieron que ser algo zorros porque si no los mayores le dejaban sin tarta. De igual modo, es posible que de los pequeños no se espere lo mismo que de los mayores, pero si no se espera mucho tal vez sea porque de ellos no se acuerdan tanto. Entre las desventajas, hay hermanos pequeños que no han estrenado ropa hasta el día de su boda. Entre las ventajas, los hermanos mayores ya han negociado las horas de llegada antes de que tú empezaras a salir. Como sea, uno puede pensar que los pequeños se han ganado su mala fama a pulso, pero —en términos contemporáneos— cabe decir que no han controlado nunca la narrativa: baste pensar que Caín era un hermano mayor. Por supuesto, hablamos de pequeños y mayores cuando Freud ya sabía que lo importante es ser el favorito de mamá.
Lo interesante del hermano pequeño, sin embargo, es una soledad muy propia, que va más allá de no tener a quien cuidar o no tener —a veces— quien nos cuide. Los mayores van estrenando y asentando las tradiciones familiares, mientras que los pequeños llegamos a un mundo ya ordenado, con sus ritos ya hechos, los padres ya muy padres y los abuelos muy abuelos. Durante años, uno no tiene edad para comer no sé qué o para jugar a no sé cuántos. El rezagado tiene por tanto el privilegio poético de ver el mundo desde abajo, de contemplar una vida que funciona sin uno: le toca más estar que hacer, acompañar una realidad que ya está resuelta. La del hijo pequeño es la última mano que se desprende de la mano de los padres: si de acompañar hablamos, es otro privilegio.
Esa inmovilidad ilusoria del mundo nunca es más fuerte que en Navidad, quizá porque el recuerdo de la Navidad llega al hondón de lo que somos: el tacto primero de la infancia, el recuerdo de la maravilla, la inocencia como sabiduría deseable, el corazón como raíz de la mirada. Es, más prosaicamente, el gran tiempo de las liturgias familiares. Aquella tía que siempre trae el foie. Elegir el vino. Un asado triunfante. Esa cristalería buena que —quizá por ser el último en llegar— piensas que ha estado ahí eternamente. Con los años, vivimos la Navidad como un anclaje contra el tiempo, desde aquella mañana de aguanieve en que alguien nos llevó a coger musgo a la constatación de que cenamos con aquellos que se asomaron a nuestra cuna y se asomarán a nuestra tumba.
A algunos les sonará naíf, pero cada casa tiene sus costumbres: nosotros oímos el discurso del Rey con una copa y, ya sentados, antes de cenar, se bendice la mesa. No todos creen, pero todos tenemos ahí un instante para meditar y quizá conjurarnos —el año termina— contra “el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo desperdiciado”. Pero la mirada suele volverse además sobre esos otros que de alguna manera también nos han dado forma. La novia alemana que nos acompañó un año, dónde estará. Los maridos convertidos en exmaridos y que ya no han de volver nunca. Los abuelos que faltan, y cuánto faltan. Los sobrinos y los hijos que se han incorporado y que luego te preguntarán por tu modelo de iPhone sin que les sepas decir bien. Quizá por ser el pequeño, uno pensaba en la Navidad como un calor seguro, que no iba a cambiar nunca. Solo con la lentitud del tiempo sabemos que también es un abandono, que la belleza y el drama de la Navidad es que tenemos las Navidades contadas, que la cena de la Nochebuena tiene algo de mesa caliente de la que unos entran y otros salen, y que a su tiempo cada uno será nada más que el recuerdo que dejamos en los otros. Porque, como dice el villancico más triste del mundo, también nosotros nos iremos, y no volveremos más. Ignacio Peyró es escritor y director del Instituto Cervantes en Roma.
[ARCHVO DEL BLOG] Balance personal de lecturas a fin de año. [Publicada el 31/12/2016]
2.- Montaigne, Michel de: Essais/Ensayos.
30.- Romero, Juan y Furió, Antoni (eds.): Historia de las Españas.
31.- Marías, Javier: Corazón tan blanco.
32.- Penadés, Alberto y Pavía, José Manuel: La reforma electoral perfecta.
33.- Bourdieu, Pierre: Sobre el Estado.
34.- Gilbert, Michael: La ruta M.
35.- Hammett, Dashiell: El halcón maltés.
36.- Greene, Graham: El tercer hombre.
37.- Michels, Robert: Los partidos políticos.
38.- Graves, Robert: Yo, Claudio.
39.- Maurier, Daphne du: Mi prima Rachel.
40.- Irish, William: La ventana indiscreta.
41.- Remarque, Erich M.: Sin novedad en el frente.
42.- Alighieri, Dante: Comedia. Paraíso.
44.- Smolan, Rick y Cohen, David: Un día en la vida de España.
50.- Montero, José Ramón: Informe sobre la reforma electoral.
51.- Informe del Consejo de Estado sobre la modificación del régimen electoral.
52.- Vallespín, Fernando: Historia de la teoría política.
53.- Touchard, Jean: Historia de las ideas políticas.
54.- Castro, Américo: España en su historia. Cristianos, moros y judíos.
55.- Barrera Tyszka, Alberto: La enfermedad.
56.- Stewart, Ian: Cartas a una joven matemática.
57.- Hölderlin, Friedrich: Cantos.
58.- Sófocles: Edipo en Colono.
59.- Jay, J.; Hamilton, A.; y Madison, J.: El Federalista.
60.- Esquilo: Los siete contra Tebas.
61.- Ceram, C.W.: Dioses, tumbas y sabios.
62.- Eurípides: Las fenicias.
63.- Goethe, J.W.: Las penas del joven Werther.
64.- Artola, Miguel: Textos fundamentales para la historia.
65.- Gullón, Ricardo: Diccionario de literatura española e hispanoamericana.
66.- Fernández-Miranda, Pilar y Alfonso: Lo que el Rey me ha pedido.
67.- Lorenz, Konrad: Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros.
68.- Wences, Isabel: Tomando en serio la teoría política.
69.- Durrell, Gerald: Bichos y demás parientes.
70.- Guldi, Jo y Armitage, David: Manifiesto por la historia.
71.- Galfard, Christophe: El universo en tu mano.
72.- RAE: Manual de la nueva gramática de la lengua española.
73.- Oz, Amos y Oz-Salzberger, Fania: Los judíos y las palabras.
74.- Freixes, Teresa y Gavara, Juan Carlos: Repensar la constitución de 1978.
75.- Álvarez Junco, José: Dioses útiles. Naciones y nacionalismos.
76.- Villacañas, José Luis: Populismo.
77.- Dumas, Alejandro: La dama de las camelias.
78.- Vargas Llosa, Mario: Cinco esquinas.
79.- Grueso, Natalio: Woody Allen. El último genio.
80.- Pardo, José Luis: Estudios del malestar.
81.- Tocqueville, Alexis de: La democracia en América.
82.- López Varas, María Luisa: Cartografía de la memoria de infancia.
83.- Ferry, Luc: Aprender a vivir.
84.- Lemaitre, Pierre: Tres días y una vida.
85.- Eurípides: Alcestis.
86.- Milena Busquets: También esto pasará.
Supongo que para los amables seguidores de "Desde el trópico de Cáncer" resultará mucho más interesante saber cuales han sido las lecturas realizadas este año por notables escritores como Javier Marías, Eduardo Mendoza, Isabel Burdiel o Elvira Lindo, entre otros. Pueden conocerlas en este enlace; en este otro, la lista de las diez lecturas más interesantes de 2016 sugeridas por la revista literaria Babelia; en este de aquí las recomendados por el New York Times en español; y por último, los cien libros que Librotea sugiere para escoger como regalo de estas Navidades.
Como podrán observar, apenas coinciden unas con otras. Lo que confirma el dicho ese de que para gustos se hicieron colores. Lean lo que quieran, pero lean, y disfruten de ello. ¡Y Feliz Año Nuevo a todos! Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
sábado, 30 de diciembre de 2023
Del elogio español de lo grotesco