Utopía: palabra griega que significa "lugar que no existe"... Una buena amiga de muchos años con la que he compartido vida académica, estudios, intimidades, complicidades y muchas otras cosas, tenía la palabra "utopía" grabada a fuego en su corazón. Yo, no; me resulta imposible después de ver lo que las dos grandes utopías del pasado siglo, el fascismo y el comunismo le han hecho a la humanidad. A pesar de ello, pienso, como mi amiga, que no se puede vivir sin ella.
El libro Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), escrito por el teólogo español Juan José Tamayo, que acabo de leer hace unos días, comienza su primer capítulo con una cita del escritor británico Oscar Wilde, que no me resisto a transcribir: "Un mapa del mundo que no incluya Utopía, no merece la pena ni echarle un vistazo, pues deja fuera el país en el que la Humanidad está siempre desembarcando. Y al desembarcar allí la Humanidad y ver un país mejor, vuelve a poner proa hacia ella. El progreso es la realización de las utopías".
Quizá sean las citas de otros autores, que Tamayo pone encabezando los distintos capítulos de su obra, y algunas de las otras que aparecen a lo largo de la misma, lo que más me ha gustado de ella. Iré poniéndolas a lo largo de mi comentario.
El capítulo que me ha resultado más interesante es el primero: "Viaje in terram utopicam" (págs. 15/142), un recorrido por lo que ha sido y significado la utopía a lo largo de los siglos, desde Platón en la antigüedad, a los medievales Joaquín de Fiore, Agustín de Hipona o Pedro Valdo, y de estos a los renacentistas Campanella, Müntzer, Moro o Bacon. Interesantísimas también las reflexiones sobre Owen, Saint-Simon, Fourier, Marx, Proudhon y Bakunin, todos ya en el siglo XIX, así como las utopías sobre la liberación femenina, protagonizadas por Olympia de Gouges, Elizabeth Cady, Mary Wollstonecraft, la "Declaración de Seneca Falls", o más modernamente por Simone de Beauvoir.
En la página 108 hay una reflexión sobre el marxismo que me parece necesario citar en su integridad: "El marxismo en sus orígenes fue una utopía racional vinculada a la lucha de los trabajadores por una sociedad más justa. Ahora bien, el marxismo incurriría en irracionalidad si, tras la caída del socialismo real mantuviera intacta su formulación originaria. El socialismo como utopía puede resumirse hoy en los siguientes principios: compromiso con la libertad y la democracia, la justicia y la igualdad, fortalecimiento del Estado de derecho y su papel redistributivo; participación de la ciudadanía en la vida política a través de una democracia participativa de base, y no solo representativa; protección especial de los sectores más desfavorecidos del capitalismo". Una reflexión inobjetable.
El capítulo se cierra con un interesante apartado dedicado a las distopías, las utopías "contrautópicas", centrado como era de esperar en Zamyatin, Huxley y Orwell.
El segundo capítulo: "La utopía en la reflexión filosófica" (págs. 143/182) viene encabezado por una cita de Ernst Bloch, que va a ser en gran medida el eje conductor del capítulo: "La razón no puede florecer sin esperanza; la esperanza no puede hablar sin razón". Ha sido para mí el más complejo de leer dada mi escasa formación filosófica. La obra del filósofo citado, el alemán Ernst Bloch, y su denominado "principio esperanza" es como decía, el tema central del capítulo, sin que falten referencias y comentarios a la obra de Marcurse, Mannheim, Davis, Kolakowski, Horkheimer, Tillich, Alves, Ricoeur, Adorno o los españoles Ortega, Muguerza y Cortina.
En la página 150 hay una cita muy interesante de Marcuse: "Yo creo que esta concepción restrictiva de la utopía debe ser revisada, y que la revisión aparece insinuada, e incluso exigida, por la evolución concreta de las sociedades contemporáneas. La dinámica de su productividad despoja la utopía de su tradicional contenido irreal: lo que se denuncia como utópico no es ya aquello que no tiene lugar ni puede tenerlo en el mundo histórico, sino más bien aquello cuya aparición se encuentra bloqueada por el poder de las sociedades establecidas".
El capítulo tercero: "La utopía en la Biblia y en la reflexión teológica" (págs. 182/236), sin cita de encabezamiento, está dedicado a estudiar y plantear el innegable contenido utópico de gran parte de la Biblia hebreo-cristiana. Renglón aparte merece su comentario sobre la persona y el mensaje de Jesús de Nazareth y el contenido utópico-mesiánico del mismo. La mención de autores como Metz, Moltmann, y de nuevo Bloch, resulta imprescindible. El último apartado del capítulo está dedicado a la "Teología de la Liberación" como utopía y esperanza de los pobres, y es, quizá, el más interesante del capítulo.
Para Tamayo, la teología de la liberación nace como tal en 1968, un año "emblemático" -dice- por muchos otros acontecimientos, con la celebración en la ciudad colombiana de Medellín de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. La figura central del apartado es el jesuita español, asesinado en noviembre de 1989 en San Salvador, Ignacio Ellacuría. En la página 229 hay una cita sobre el pensamiento de Ellacuría que dice así: "Ellacuría recurre al lenguaje utópico de la Biblia y habla de la creación de un nuevo ser humano, una nueva tierra y un nuevo cielo. El ser humano nuevo se caracteriza por la solidaridad con la causa de los oprimidos, la protesta activa y la lucha permanente contra la injusticia estructural, además de por la misericordia y el amor como motores de la lucha, la esperanza en las posibilidades de construir un mundo más justo, la aoertura a otros proyectos utópicos liberadores, el respeto a la naturaleza y la actitud contemplativa".
El capítulo termina con un comentario sobre las utopías de los pueblos originarios americanos, que algunas comunidades indígenas intentan revivir, tales como la andina "Sumak Kawsay" (la utopía del Buen Vivir), o la guaraní "Abya Yala" (la utopía de la Tierra Sin Mal).
"Críticas contra la utopía" (págs. 237/257) es el título del penúltimo capítulo. Lo encabeza una cita de Mario Benedetti: "Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible". Esas críticas que Tamayo reseña están centradas en la obra de filósofos y escritores como Comte, y contemporáneos como Cioran, Hinkelammert, Popper, Berger, Hayek, Vattimo o Saramago; y muy especialmente en Günther Anders, el que fuera primer marido de mi admirada Hannah Arendt. De él es una cita (págs. 238/239) que dice así: "La nueva condición humana se caracteriza por una excesiva confianza en el progreso y la máquina, y tiene que responder a un nuevo imperativo: Actúa de tal manera que sirva a la necesidad de la máquina. Los seres humanos se convierten así, en piezas de la máquina, las noticias son mercancía y quienes nos las transmiten componen un todo falso a partir de verdades parciales. Resultado: el mundo no es otra cosa que una cárcel de siervos felices". ¿Será casualidad que esa misma expresión de "esclavos felices" es la que daba título al artículo de Raimundo Ortega que comentaba en mi entrada del blog de hace unos días titulada "¿Capitalismo y Estado de Bienestar, son incompatibles?" No lo creo...
De Popper hay otra cita que me parece muy significativa: "No podemos construir el cielo en la tierra. ¿Qué hacer, entonces? Algo tan vaporoso como lograr que la vida sea un poco menos injusta en cada generación, resolver, al menos parcialmente, los problemas más acuciantes de la humanidad, trabajar para eliminar los males concretos y no para realizar los bienes abstractos. ¿Y algo más? Sí, ayudar a aquellos que necesitan nuestra ayuda, pero no... hacer felices a los demás, puesto que esto no depende de nosotros y más de una vez significaría una intrusión en la vida privada de aquellos hacia quienes nos impulsan nuestras buenas intenciones".
Y llegamos al último capítulo: "Rehabilitación crítica de la utopía" (págs. 259/271), que se abre con dos citas. Una, de Eduardo Galeano: "¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve... Para caminar". La otra, de Adela Cortina: "Sin futuro utópico en el que quepa esperar y por el que quepa comprometerse, carece de sentido nuestro actual presente". En este quinto y último capítulo Tamayo se va a centrar en autores como Jonas, Boff, Rawls, Lévinas, Benjamin o West.
Al inicio del mismo (págs. 259/260) hay dos largos párrafos de Juan José Tamayo que me resulta imposible soslayar. Dice el primero: "¿Qué hacer ante las críticas? Creo que hay que tomarlas en serio, analizar su fundamento, valorarlas en su justo término, saber de dónde vienen y qué intereses las mueven. A su vez, caben varias actitudes ante la utopía. Una muy extendida hoy consiste en declararla muerta, y no hacer nada por su recuperación, ya que se mueve en el horizonte de los grandes mitos a los que debemos renunciar. Yo creo, sin embargo, que a pesar de las críticas, algunas de ellas bien fundadas, la utopía no está tan muerta como se nos quiere hacer ver. Esa es precisamente la estrategia del pensamiento antiutópico: alegar que ya no es necesaria la utopía porque se ha hecho realidad y ya no cabe esperar más. Pero la utopía está suficientemente enraizada en la realidad y en el ser humano como para que pueda morir, y menos aún por un decreto del neoliberalismo, su principal adversario hoy".
El segundo, unas líneas más adelante, lo dedica nuestro autor a explayar cuál "debe" ser la función de la utopía en nuestro tiempo: ""La utopía debe responder a una visión dialéctica y abierta, no determinista, de la realidad, como ya indiqué en el capítulo segundo al hablar de la filosofía de la esperanza. Ha de responder, y mantenerse fiel, a la intención ética que la anima, consciente de la distancia entre cómo es el mundo y cómo debe ser, pero con el propósito de aproximar el ser al deber ser. Intención ética que debe traducirse en imperativo ético según las diferentes formulaciones que ha recibido en las distintas filosofías morales. La más conocida es la de Kant, en sus varias fórmulas: Actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre y en todo tiempo como fin y nunca como simple medio, actúa de tal manera que la máxima de tu acción se convierta por tu voluntad en ley universal. El imperativo ético para Kant no es hipotético, es decir, no somete el bien a un deseo, ni hace depender el deber del interés que pueda sacarse de su cumplimiento, sino categórico. Obliga tanto a uno mismo como a los demás, y tiene carácter universal e incondicional".
Y unas líneas antes de la conclusión de su libro (pág. 278), una frase que me deja absolutamente descolocado y con un sabor amargo en la boca: "Utopía descolonizada: por ahí parece avanzar el socialismo del siglo XXI en países latinoamericanos como Venezuela, Ecuador y Bolivia". No entiendo que ha querido decir...
El vídeo que acompaña la entrada lleva el título de "Siete utopías para cambiar el mundo". Está realizado por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en 2011. Espero que entrada y vídeo les resulten de interés. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt
Quizá sean las citas de otros autores, que Tamayo pone encabezando los distintos capítulos de su obra, y algunas de las otras que aparecen a lo largo de la misma, lo que más me ha gustado de ella. Iré poniéndolas a lo largo de mi comentario.
El capítulo que me ha resultado más interesante es el primero: "Viaje in terram utopicam" (págs. 15/142), un recorrido por lo que ha sido y significado la utopía a lo largo de los siglos, desde Platón en la antigüedad, a los medievales Joaquín de Fiore, Agustín de Hipona o Pedro Valdo, y de estos a los renacentistas Campanella, Müntzer, Moro o Bacon. Interesantísimas también las reflexiones sobre Owen, Saint-Simon, Fourier, Marx, Proudhon y Bakunin, todos ya en el siglo XIX, así como las utopías sobre la liberación femenina, protagonizadas por Olympia de Gouges, Elizabeth Cady, Mary Wollstonecraft, la "Declaración de Seneca Falls", o más modernamente por Simone de Beauvoir.
En la página 108 hay una reflexión sobre el marxismo que me parece necesario citar en su integridad: "El marxismo en sus orígenes fue una utopía racional vinculada a la lucha de los trabajadores por una sociedad más justa. Ahora bien, el marxismo incurriría en irracionalidad si, tras la caída del socialismo real mantuviera intacta su formulación originaria. El socialismo como utopía puede resumirse hoy en los siguientes principios: compromiso con la libertad y la democracia, la justicia y la igualdad, fortalecimiento del Estado de derecho y su papel redistributivo; participación de la ciudadanía en la vida política a través de una democracia participativa de base, y no solo representativa; protección especial de los sectores más desfavorecidos del capitalismo". Una reflexión inobjetable.
El capítulo se cierra con un interesante apartado dedicado a las distopías, las utopías "contrautópicas", centrado como era de esperar en Zamyatin, Huxley y Orwell.
El segundo capítulo: "La utopía en la reflexión filosófica" (págs. 143/182) viene encabezado por una cita de Ernst Bloch, que va a ser en gran medida el eje conductor del capítulo: "La razón no puede florecer sin esperanza; la esperanza no puede hablar sin razón". Ha sido para mí el más complejo de leer dada mi escasa formación filosófica. La obra del filósofo citado, el alemán Ernst Bloch, y su denominado "principio esperanza" es como decía, el tema central del capítulo, sin que falten referencias y comentarios a la obra de Marcurse, Mannheim, Davis, Kolakowski, Horkheimer, Tillich, Alves, Ricoeur, Adorno o los españoles Ortega, Muguerza y Cortina.
En la página 150 hay una cita muy interesante de Marcuse: "Yo creo que esta concepción restrictiva de la utopía debe ser revisada, y que la revisión aparece insinuada, e incluso exigida, por la evolución concreta de las sociedades contemporáneas. La dinámica de su productividad despoja la utopía de su tradicional contenido irreal: lo que se denuncia como utópico no es ya aquello que no tiene lugar ni puede tenerlo en el mundo histórico, sino más bien aquello cuya aparición se encuentra bloqueada por el poder de las sociedades establecidas".
El capítulo tercero: "La utopía en la Biblia y en la reflexión teológica" (págs. 182/236), sin cita de encabezamiento, está dedicado a estudiar y plantear el innegable contenido utópico de gran parte de la Biblia hebreo-cristiana. Renglón aparte merece su comentario sobre la persona y el mensaje de Jesús de Nazareth y el contenido utópico-mesiánico del mismo. La mención de autores como Metz, Moltmann, y de nuevo Bloch, resulta imprescindible. El último apartado del capítulo está dedicado a la "Teología de la Liberación" como utopía y esperanza de los pobres, y es, quizá, el más interesante del capítulo.
Para Tamayo, la teología de la liberación nace como tal en 1968, un año "emblemático" -dice- por muchos otros acontecimientos, con la celebración en la ciudad colombiana de Medellín de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. La figura central del apartado es el jesuita español, asesinado en noviembre de 1989 en San Salvador, Ignacio Ellacuría. En la página 229 hay una cita sobre el pensamiento de Ellacuría que dice así: "Ellacuría recurre al lenguaje utópico de la Biblia y habla de la creación de un nuevo ser humano, una nueva tierra y un nuevo cielo. El ser humano nuevo se caracteriza por la solidaridad con la causa de los oprimidos, la protesta activa y la lucha permanente contra la injusticia estructural, además de por la misericordia y el amor como motores de la lucha, la esperanza en las posibilidades de construir un mundo más justo, la aoertura a otros proyectos utópicos liberadores, el respeto a la naturaleza y la actitud contemplativa".
El capítulo termina con un comentario sobre las utopías de los pueblos originarios americanos, que algunas comunidades indígenas intentan revivir, tales como la andina "Sumak Kawsay" (la utopía del Buen Vivir), o la guaraní "Abya Yala" (la utopía de la Tierra Sin Mal).
"Críticas contra la utopía" (págs. 237/257) es el título del penúltimo capítulo. Lo encabeza una cita de Mario Benedetti: "Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible". Esas críticas que Tamayo reseña están centradas en la obra de filósofos y escritores como Comte, y contemporáneos como Cioran, Hinkelammert, Popper, Berger, Hayek, Vattimo o Saramago; y muy especialmente en Günther Anders, el que fuera primer marido de mi admirada Hannah Arendt. De él es una cita (págs. 238/239) que dice así: "La nueva condición humana se caracteriza por una excesiva confianza en el progreso y la máquina, y tiene que responder a un nuevo imperativo: Actúa de tal manera que sirva a la necesidad de la máquina. Los seres humanos se convierten así, en piezas de la máquina, las noticias son mercancía y quienes nos las transmiten componen un todo falso a partir de verdades parciales. Resultado: el mundo no es otra cosa que una cárcel de siervos felices". ¿Será casualidad que esa misma expresión de "esclavos felices" es la que daba título al artículo de Raimundo Ortega que comentaba en mi entrada del blog de hace unos días titulada "¿Capitalismo y Estado de Bienestar, son incompatibles?" No lo creo...
De Popper hay otra cita que me parece muy significativa: "No podemos construir el cielo en la tierra. ¿Qué hacer, entonces? Algo tan vaporoso como lograr que la vida sea un poco menos injusta en cada generación, resolver, al menos parcialmente, los problemas más acuciantes de la humanidad, trabajar para eliminar los males concretos y no para realizar los bienes abstractos. ¿Y algo más? Sí, ayudar a aquellos que necesitan nuestra ayuda, pero no... hacer felices a los demás, puesto que esto no depende de nosotros y más de una vez significaría una intrusión en la vida privada de aquellos hacia quienes nos impulsan nuestras buenas intenciones".
Y llegamos al último capítulo: "Rehabilitación crítica de la utopía" (págs. 259/271), que se abre con dos citas. Una, de Eduardo Galeano: "¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve... Para caminar". La otra, de Adela Cortina: "Sin futuro utópico en el que quepa esperar y por el que quepa comprometerse, carece de sentido nuestro actual presente". En este quinto y último capítulo Tamayo se va a centrar en autores como Jonas, Boff, Rawls, Lévinas, Benjamin o West.
Al inicio del mismo (págs. 259/260) hay dos largos párrafos de Juan José Tamayo que me resulta imposible soslayar. Dice el primero: "¿Qué hacer ante las críticas? Creo que hay que tomarlas en serio, analizar su fundamento, valorarlas en su justo término, saber de dónde vienen y qué intereses las mueven. A su vez, caben varias actitudes ante la utopía. Una muy extendida hoy consiste en declararla muerta, y no hacer nada por su recuperación, ya que se mueve en el horizonte de los grandes mitos a los que debemos renunciar. Yo creo, sin embargo, que a pesar de las críticas, algunas de ellas bien fundadas, la utopía no está tan muerta como se nos quiere hacer ver. Esa es precisamente la estrategia del pensamiento antiutópico: alegar que ya no es necesaria la utopía porque se ha hecho realidad y ya no cabe esperar más. Pero la utopía está suficientemente enraizada en la realidad y en el ser humano como para que pueda morir, y menos aún por un decreto del neoliberalismo, su principal adversario hoy".
El segundo, unas líneas más adelante, lo dedica nuestro autor a explayar cuál "debe" ser la función de la utopía en nuestro tiempo: ""La utopía debe responder a una visión dialéctica y abierta, no determinista, de la realidad, como ya indiqué en el capítulo segundo al hablar de la filosofía de la esperanza. Ha de responder, y mantenerse fiel, a la intención ética que la anima, consciente de la distancia entre cómo es el mundo y cómo debe ser, pero con el propósito de aproximar el ser al deber ser. Intención ética que debe traducirse en imperativo ético según las diferentes formulaciones que ha recibido en las distintas filosofías morales. La más conocida es la de Kant, en sus varias fórmulas: Actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre y en todo tiempo como fin y nunca como simple medio, actúa de tal manera que la máxima de tu acción se convierta por tu voluntad en ley universal. El imperativo ético para Kant no es hipotético, es decir, no somete el bien a un deseo, ni hace depender el deber del interés que pueda sacarse de su cumplimiento, sino categórico. Obliga tanto a uno mismo como a los demás, y tiene carácter universal e incondicional".
Y unas líneas antes de la conclusión de su libro (pág. 278), una frase que me deja absolutamente descolocado y con un sabor amargo en la boca: "Utopía descolonizada: por ahí parece avanzar el socialismo del siglo XXI en países latinoamericanos como Venezuela, Ecuador y Bolivia". No entiendo que ha querido decir...
El vídeo que acompaña la entrada lleva el título de "Siete utopías para cambiar el mundo". Está realizado por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en 2011. Espero que entrada y vídeo les resulten de interés. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt
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