viernes, 20 de octubre de 2017

[Humor en cápsuIas] Para hoy viernes, 20 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 19 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Pulso al Estado: Ni un paso atrás en CataIuña





El pulso al Estado del gobierno autónomo catalán es, lisa y llanamente, un chantaje inaceptable, razón por la cual es esencial restablecer el orden constitucional en Cataluña sin ceder en nada. Quien así se expresa es el jurista y catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona Francesc de Carreras. 

En enero de 2013, comienza escribiendo en el diario El País, el Parlamento de Cataluña declaró solemnemente, por mayoría, que la soberanía residía en el pueblo de Cataluña. Ahí empezó la fase del catalanismo separatista. Hasta entonces los nacionalistas se habían contenido, fue en aquel momento que hicieron explícita su aspiración última: constituirse en un Estado independiente y soberano.

Ahora bien, ¿es eso lo que realmente pretenden?, ¿los nacionalistas más lúcidos, con más sentido de la realidad, creen que es posible? No lo creo. Si son mínimamente cultos e inteligentes, si tienen alguna idea de economía y derecho, saben que la independencia es imposible por razones jurídicas y es catastrófica por razones económicas. Lo estamos viendo: las empresas huyen y ningún Estado del mundo occidental está dispuesto a reconocer a Cataluña como Estado.

Entonces, ¿qué pretenden? A mi modo de ver, pretenden echar un pulso al Estado, chantajearlo, para ver si llegan a un pacto en el que obtengan determinadas ventajas que aumenten su poder en Cataluña y puedan vender a los suyos, a los que han creído en ellos, el resultado de este pacto como una gran victoria en una batalla en la que era muy difícil ganarlo todo: ya llegará el momento en que eso será posible.

En este momento, con que dieran a Cataluña el estatus de nación, con un trato privilegiado especial; un sistema de financiación con las mismas ventajas del Concierto vasco y navarro, y más competencias, sobre todo en los aspectos económicos e internacionales; si les dieran todo eso, lo considerarían una salida digna. “No es la victoria final, seguiremos luchando por la independencia, pero es un gran paso adelante”, les dirían a los suyos. Por eso solicitan una mediación, clara señal de que están a la defensiva, se han comprometido a algo que no pueden cumplir.

Existe un cierto desánimo entre los contrarios a la independencia de Cataluña. Comprensible pero injustificado. Son los independentistas los que no saben ya cómo seguir adelante. Ahora se invoca que España es un país donde los derechos humanos están sistemáticamente vulnerados, para que se nos considere como Kosovo. Algo que da risa. Y pena. Pero es un último recurso.

Salirse del lío en que estamos será complicado, pero nos saldremos si el Gobierno tiene clara una cuestión fundamental: que lo previo es restablecer el orden constitucional en Cataluña sin ceder en nada, que en esta labor se tienen que utilizar todos los medios legales necesarios, y que una vez cubierta esa fase, si algo hay que reformar, no debe ser para satisfacer a los nacionalistas catalanes sino porque así lo necesitan y acuerdan todos los españoles. Si esto lo tiene claro el Gobierno, la solución no será fácil pero está ya al alcance de la mano, concluye diciendo el profesor Carreras.



El presidente de la comunidad autónoma de Cataluña, Carles Puigdemont



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[Desde la RAE] Hoy, con el académico José B. Terceiro







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico José B. Terceiro. Nacido en Santiago de Compostela el 14 de julio de 1943, fue elegido el 14 de junio de 2012 y tomó posesión de su silla, la "f" minúscula, el 18 de noviembre de 2012 con el discurso titulado Entorno institucional económico, al que respondió en nombre de la corporación el académico Juan Luis Cebrián. 

José B. Terceiro es doctor en Ciencias Económicas y catedrático de Economía Aplicada (Universidad Complutense de Madrid). Fue vicepresidente ejecutivo de Abengoa, presidente de la Fundación Focus-Abengoa, vocal científico del Alto Consejo Consultivo en Investigación y Desarrollo de la Presidencia de la Generalitat Valenciana y consejero del diario El País. Ha sido director general del Libro y Bibliotecas (1977-1979), subsecretario de la presidencia del Gobierno (1980-1981), consejero nacional de Educación (1980-1981), vicepresidente del Centro de Estudios Constitucionales (1980-1981) y consejero, en calidad de experto, del Consejo Económico y Social (2000-2004).

Ha recibido el Premio Rey Jaime I (2000) a la Economía y ha sido condecorado con la Orden del Mérito Constitucional por la ideación y convocatoria de la Comisión de Subsecretarios que actuó como Gobierno suplente el 23 de febero de 1981.

Es autor del primer diccionario de economía que se publicó en España en 1970 e investigador de los impactos socioeconómicos de las tecnologías de información con especial referencia a los medios impresos y las peculiaridades del digitalismo como una nueva forma de cultura.

Entre su obra escrita se cuentan: Estructura Económica, Socied@d digit@l. Del homo sapiens al homo digitalis (finalista para el Premio Nacional de Literatura, modalidad de ensayo en 1997) y Digitalismo. El nuevo horizonte socioeconómico.




José B. Terceiro en su toma de posesión académica



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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 19 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





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miércoles, 18 de octubre de 2017

[A vuelapluma] La agitación de las langostas





"Solo hay que hacerles cosquillas a las panterillas para convertirlas en monstruos", comentaba antes de ayer en el diario El Mundo Felipe Fernández-Armesto, Felipe Fernández-Armesto, historiador y titular de la cátedra Príncipe de Asturias de la Tufts University en Boston (EEUU), en relación con la crisis de Cataluña.

En mi seminario de la Universidad de Notre Dame, comenzaba diciendo, no solemos comentar el comportamiento de las langostas del desierto, ya que el tema de la clase son los documentos indígenas mesoamericanos de la época colonial y nuestro propósito es intentar comprender por qué tantas comunidades nativas colaboraban libremente con la Monarquía española. Como reza textualmente una petición, dirigida a Felipe II, de parte de los nahua de Huexotzinco, en Nueva España, en 1560, "Dios, en su misericordia, nos iluminó para que aceptáramos a Vuestra Majestad como nuestro rey (...) y nadie nos intimidó ni nos esforzó, sino que Dios quiso que mereciéramos presentarnos voluntariamente ante V. M.". 

"Pero no pudo ser así", expresa Nicolás, un estudiante de ascendencia indígena norteamericana. "¿Lo que ocurrió no fue que los españoles masacraron y torturaron a miles de indígenas?". Con esa pregunta se inició nuestro debate sobre los motivos de comportamientos irracionales, inusitados y a menudo violentos que surgen de situaciones provocadoras. "Junto a las influencias culturales y las circunstancias concretas del momento histórico" -respondí- "hay que pensar en las condiciones biológicas y en los procesos químicos que afectan el cerebro cuando nos encontramos involucrados en movimientos masivos, con las emociones suscitadas a niveles anormales. No somos la única especie que se transforma en agentes destructoras que, individualmente, sería inconcebible que fuéramos". De allí pasamos a lo de las langostas. Por regla general, son bichitos amables, placenteros, complacientes, que se dedican a comer la poca verdura que encuentran en sus entornos áridos, sin molestar a nadie. "Pero de vez en cuando" -prosiguió mi alocución en el aula- "si se congrega un número relativamente elevado de langostas, digamos que cuando se unen unas 30 de ellas, se hace activo ese nervio en la pierna que suelta una cantidad sicotrópica de serotonina por los cerebros de los ortópteros. Hasta cambian de forma y de color. Los músculos de las patas se vuelven enormes. Las cabezas se hinchan. El tono marrón del cuerpo se torna negro y amarillo. Y se ponen en marcha campo a través, atrayendo a otras langostas, destruyendo todo que se les pone por delante, convirtiéndose en una masa depredadora e irresistible y terminando comiéndose unas a otras".

Termino el discurso sobre las langostas. Hay un momento de silencio reflexivo en la aula. "¿Y quién hace cosquillas a las panterillas de los catalanes y demás españoles?", pregunta Cristina, una especialista en Ciencias Políticas que se apuntó a mi clase por capricho.

Tengo la sospecha de que en Estados Unidos, como en el resto del mundo, se ha abandonado todo intento por comprender la crisis catalana. Desde aquí, España parece un desierto lleno de langostas enloquecidas por un exceso de serotonina. No es que escasee la irracionalidad en EEUU: la de quienes votaron a Donald Trump; la locura de los manifestantes que quieren derribar monumentos de muertos de una guerra civil que terminó hace casi siglo y medio; la insensatez de legisladores que no consienten que se conceda la ciudadanía, por ser hijos de inmigrantes, a personas cabales que han pasado casi toda la vida en el país; la indiferencia de las instituciones ante casos de desigualdad tan extremos como el de Equifax, una compañía que sigue sacando cientos de millones de ganancias a pesar de haber fracasado en sus compromisos más básicos con el público... Pero al lado de la locura en España todo esto parece obedecer por lo menos a una lógica de intereses particulares, mientras que el gran misterio del órdago español es que casi todos están actuando en contra de su propio bien. 

He aquí las instancias más incomprensibles: Primera, la de los políticos burgueses independentistas. A cada paso del proceso, la antigua Convergència y los partidos sucesores o afines han ido perdiendo apoyo electoral. Si Cataluña acabara siendo un territorio independiente, el PDeCAT habría perdido su razón de ser y acabaría eliminado del escenario político, tal como le sucedió a la UCD durante la Transición al verse abandonada por casi todos sus votantes. Por su propia supervivencia, más les valdría a los líderes del PDeCAT pactar con los ángeles del Estado que con los demonios de Esquerra y de la CUP.

Segunda, la del Govern en general. La teoría de que Puigdemont y los suyos siguen aferrados a esta alocada huida hacia adelante para mantenerse en el poder por temor a las persecuciones judiciales por corrupción y otros delitos si pierden sus actuales privilegios, es atractiva. Pero lo más seguro es que, tarde o temprano, quedarán sin amparo. Lo más conveniente para ellos sería mantener la tensión, al estilo Pujol, sin llegar a provocar una crisis incontrolable para prolongar su okupación del Palau de la Generalitat.

Tercera, la de los votantes independentistas. Entiendo la frustración que sienten millones de catalanes ante la falta de progreso sobre el problema planteado. Yo siempre he mantenido la tesis de que el bien común exige reformas constitucionales para respetar las discrepancias y encontrar un mejor acomodo de todas las minorías. Pero no se mejora la Constitución española optando por un futuro económicamente insostenible y apoyando a Esquerra, la CUP y la facción que queda alrededor de Puigdemont y Forcadell, quienes han dejado clara su falta de fiabilidad. Los que hoy son capaces de violar las leyes de España lo harían igual con las de una Cataluña independiente.

Cuarta, la del Gobierno de España. Encargar a los agentes de las Fuerzas de Seguridad -Policía y Guardia Civil- desplazados a Cataluña en vísperas del pseudo referéndum una tarea imposible carecía de todo sentido. Estaba claro que agentes desarraigados y aislados enfrentados a un populacho agresivo iba a tener unas consecuencias que proyectarían una imagen poco apetecible de España a través de los medios de todo el mundo. Hubiera sido más sensato permitir que tuviera lugar la consulta ilegal, sometiéndola a un escrutinio pormenorizado por parte de observadores calificados y objetivos para demostrar que no existe en Cataluña una mayoría a favor de la independencia. En cambio, la estrategia del Gobierno ha dado una victoria propagandística a Puigdemont. Siento decirlo, porque admiro mucho el liderazgo del PP, y creo que dentro de lo que cabe ha cumplido con sus responsabilidades. 

Quinta, la del PSOE. El gran problema del partido, y el motivo de sus sucesivos fracasos electorales, es que no tiene una política coherente. Se deshizo del programa de la izquierda, que está en manos de los populistas. No quiso apoderarse del centro, que se divide entre los populares y Ciudadanos. No representa exclusivamente a la democracia social que ya es más o menos propiedad común, ni se siente capaz de abordar el capitalismo. Apuesta retóricamente por la unidad nacional, pero sigue insistiendo en negociar con el separatismo aunque está más claro que nunca que los cómplices del 1-O no tienen interés en tal cosa. Como siempre, no sabemos a qué intereses sirve el PSOE ni qué defiende.

Entre todas las bandas irracionales de langostas desérticas lanzadas en sus carreras autodestructoras, los únicos que están a salvo son los listos: los de Esquerra y los de la CUP. Son partidos revolucionarios a los que no les interesa construir economías fuertes, ni estados estables, ni paz social, ni convivencia con sus opositores, sino socavar las instituciones, deshacerse del Derecho, provocar violencia, quemar la Constitución, destruir España y fomentar la lucha de clases. Se han apoderado del Govern y sometido a Puigdemont y a los señoritos de la arruinada Convergència. Con la crisis actual, solo ganan ellos. Si fracasa su movimiento serán lo que más les conviene: una minoría que se proclama víctima de represión y héroe de la resistencia. Si se agarran de la soberanía de Cataluña, podrán disfrutar arruinando un país entero. Ya sabemos quiénes están haciendo cosquillas a las panterillas de los catalanes, concluye diciendo el profesor Fernández-Armesto. Más claro, el agua.



Dibujo de LPO para El Mundo



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[Píldoras literarias] Hoy, con "Lengua de víbora", de Jaime Valdivieso






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Lengua de víbora, de Jaime Valdivieso (1929)Profesor de Literatura y escritor. Ha sido profesor en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional de México (UNAM) y titular de la cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Houston, Texas. Galardonado con los premios Gabriela Mistral y Alerce, ha publicado más de veinticinco libros.

Les dejo con su Lengua de víbora, publicado por Juan Armando Epple en Brevísima relación del cuento breve de Chile. Tiene catorce palabras y dice así: 



LENGUA DE VÍBORA
por 
Jaime Valdivieso



No tuvo que apretar 
el gatillo: bastó que lo forzara 
a morderse la lengua.








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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 18 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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martes, 17 de octubre de 2017

[A vuelapluma] ¿Francoland? ¿Y por qué no Hitlerland, Petainland, o Mussoliniland?





En Europa o América, les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro "atraso" que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado, comenta en El País el escritor Antonio Muñoz Molina. Nos ven aún como "la tierra de Franco", lo que no deja de resultar irónico en un país donde la extrema derecha cabe en un taxi, sin contar el conductor. ¿Pueden decir lo mismo franceses, alemanes o italianos? No, ¿verdad? Pues eso... No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refranero. Y tiene razón.

Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, comienza diciendo, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.

Fuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula.

Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes.

La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.

Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.

De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.

Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles, concluye diciendo.




"Estiu, 1993". La película en catalán que representa a España en los Óscar



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