sábado, 15 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 15 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[A vuelapluma] La necesaria reforma de la administración pública española





No pueden encararse los retos del siglo XXI y su revolución tecnológica con una organización basada en el siglo XIX. Las instituciones que ejercen de intermediarios sociales están en riesgo de desaparecer si no generan un nuevo valor, comenta refiriéndose a la Administración pública española el catedrático de Ciencia política y de la Administración en la Universitat Pompeu Fabra, Carles Ramió, en un reciente artículo en El País.

Las Administraciones públicas están en una coyuntura en la que está en juego su propia supervivencia, señala el profesor Ramió al comienzo del mismo. La revolución tecnológica 4.0 está facilitando un gran empoderamiento ciudadano que se manifiesta no solo con la economía colaborativa sino también en otras dimensiones de carácter político, educativo y cultural. Las instituciones y organizaciones que ejercen de intermediarios sociales están en riesgo de desaparecer si no son capaces de generar un nuevo valor para sus contribuciones. Medios de comunicación, editoras de enciclopedias, universidades, entre otras, están en riesgo de evaporización. Las Administraciones públicas no son una excepción ya que fundamentalmente su papel es de intermediación entre la ciudadanía y el bien común o el interés general. Resulta obvio que no se hace referencia a su desaparición física sino a una potencial defunción conceptual en el sentido que pueden dejar de ser relevantes en las redes de gobernanza cada vez más complejas en las que comparten espacio con las empresas privadas, con las organizaciones sin ánimo de lucro y con diferentes modelos alternativos de organización social. Además, las Administraciones públicas están en horas bajas por la impotencia de la política para resolver buena parte de los problemas y retos ciudadanos. El poder real está difuso en la economía y los partidos políticos no encuentran las palancas para generar las soluciones que exige la ciudadanía. Cada vez el Estado, en su acepción más amplia, es más irresponsable ya que no puede asegurar el trabajo, unas retribuciones dignas, la vivienda, las prestaciones sociales e incluso la seguridad a una sociedad cada vez más temerosa y crispada. La impotencia de la política y del Estado revierte de manera muy negativa en la Administración pública ya que su fuente principal de energía reside en la fuerza del poder político.

Muchos son los retos y la Administración pública carece de capacidad de reacción, ya que está atenazada por un modelo organizativo y por un sistema de gestión de sus recursos humanos totalmente obsoleto. Los desafíos del siglo XXI no pueden enfrentarse con un modelo conceptual propio del siglo XIX. Pero además, la Administración pública se encuentra totalmente paralizada por capturas de carácter político, corporativo y sindical. A pesar de esta situación estructural tan negativa, las Administraciones públicas españolas han logrado durante los 40 años de singladura democrática prestar unos servicios públicos de una gran calidad y de forma bastante eficiente y edificar un Estado de bienestar. Es un milagro solo explicable por el dinamismo de una clase política y de unos empleados públicos, dos colectivos injustamente desprestigiados socialmente, que han adoptado modernas formas de liderazgo y de gestión en la prestación de servicios públicos. Pero ambos no se han preocupado en exceso por lograr un mayor refinamiento institucional y por modernizar las anticuadas arquitecturas organizativas.

Durante la próxima década se va a producir un proceso de jubilación masiva de los empleados públicos y se estima que durante este periodo va a entrar un millón de nuevos efectivos. Trabajadores públicos que prestarán sus servicios hasta el 2070. Esta es una enorme oportunidad de renovación del sistema que no se puede dejar escapar. Durante los próximos 50 años se experimentarán cambios vertiginosos de la mano de las tecnologías de la información, de la robótica y de la biomedicina. El papel de la Administración pública será distinto en el marco de una sociedad del aprendizaje y sus modelos organizativos deberán ser mucho más contingentes y, por tanto, adaptables a los cambios. Pero estamos dormidos y las Administraciones siguen con sus inercias, con sus tradiciones y sin ninguna expectativa de romper unas pautas culturales, institucionales y organizativas de carácter mineral. Si no se realiza ahora mismo un esfuerzo de análisis de prospectiva que impulse un proceso de cambio y de modernización rápida y radical, la Administración pública puede perder el tren para los próximos 50 años. Y ello puede implicar su irrelevancia en las futuras redes de gobernanza público-privadas. Es insensato que los empleados del futuro sean seleccionados por pretéritos sistemas memorísticos con temarios que van a perder su consistencia y vigencia en muy pocos años. Es incomprensible que los nuevos empleados públicos entren en un modelo organizativo y de gestión de recursos humanos totalmente obsoleto a nivel de vínculos (¿tiene sentido que la mayoría sigan siendo funcionarios?), de una falta clara de definición de competencias, de aptitudes y de actitudes, de una carrera administrativa y unas tablas retributivas insensatas y que residen en una burbuja autista y autárquica respecto al resto del mercado laboral. Van a entrar durante la próxima década jóvenes muy bien preparados, adaptados a la era digital y con enormes capacidades de aprendizaje. Pero pueden alistarse en un contexto de cultura institucional y organizativa tan anticuado que castre de raíz todas sus potenciales capacidades y en pocos años los transforme en empleados anticuados, rutinarios y corporativos.

Es ahora el momento de poner manos a la obra en la tarea de modernizar la Administración pública. Y no hacerlo como una impostura o de forma incremental, como suele dictar la tradición. Nuestro modelo de Administración pública exige un cambio radical solo posible si se dinamita su modelo organizativo y, en especial, su sistema de gestión de recursos humanos. Hay que pensar de manera estratégica, con altura y con prospectiva. No estamos hablando de cambiar ligeramente los temarios y otros elementos vinculados a la gestión de recursos humanos. Estamos planteando descartar todo lo que hay ahora y definir un imaginativo modelo de futuro. Por ejemplo, ya deberíamos estar pensando en sistemas meritocráticos para el acceso de los robots (se especula que el 30% de los actuales puestos administrativos van a ser suplantados por robots) y en un modelo de gobernanza de la robótica.

Para implantar este cambio hace falta una gran valentía política para enfrentarse a inercias conservadoras de carácter corporativo y sindical, concluye diciendo. Pero no queda otra opción si queremos que nuestros hijos y nietos disfruten de los servicios públicos de los que nuestras generaciones han gozado hasta el momento. No se percibe que las empresas estén capacitadas, ellas solas, para defender el interés general. Tampoco se avista que los grupos sociales organizados puedan defender, en solitario o con las empresas, de manera transversal el bien común. Ambos grupos de actores serán imprescindibles para lograrlo, pero bajo la batuta de unas Administraciones públicas —bajo el mando del poder político derivado de la democracia representativa— más modernas e inteligentes, capaces de asumir lo que la literatura denomina el papel del metagobernador.



Dibujo de Eva Vázquez



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Píldoras literarias] Hoy, con "Mensaje a la madre", de David Lagmanovich





Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Mensaje a la madre, de David Lagmanovich (1927-2010), crítico literario y escritor argentino. Como investigador en el campo de la microficción contribuyó a sentar las bases críticas del género del microrrelato con importantes obras como El microrrelato. Teoría e historia (2006) y La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005). Como escritor publicó, entre otras, La hormiga escritora (2004) y Los cuatro elementos (2007). Doctor en Literatura por la Georgetown University, además de su labor de crítico y escritor, fue docente en distintas universidades en Argentina, Estados Unidos y Alemania.

La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Les dejo con el relato Mensaje a la madre. Fue publicado en la obra Casi el silencio, de 2005. Tiene quince palabras, y dice así:


MENSAJE A LA MADRE
por 
David Lagmanovich

No quiero verte como eres, 
sino como te veía 
cuando lo eras todo para mí.





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viernes, 14 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 14 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] ¿Un referéndum dual para Cataluña y España?






Una salida constitucional al problema que se ha generado en y con Cataluña sería la celebración de una votación en todo el territorio nacional con múltiples opciones abiertas que desactivarían el rupturismo independentista, comenta en El País Víctor Lapuente Giné, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, Suecia.

Los referendos no son buenos ni malos, señala al inicio de su artículo. Los hay disgregadores, como los plebiscitos presidenciales, el Brexit o los que arruinaron al Estado de California con consultas populistas de expansión del gasto público y contracción de los impuestos. Y los hay que, por el contrario, favorecen el pactismo, como los celebrados en Suiza o Uruguay. Tal y como señala el politólogo David Altman, Suiza y Uruguay son los países que más consultas populares organizan en sus regiones y, en lugar de ser los países más radicalizados, son los más consensuales.

Lo que determina si un referéndum socava o apuntala una democracia es quién lo promueve. Los referendos polarizadores tienen un solo emprendedor político. Este puede ser un conservador como Cameron o un izquierdista como Tsipras, un movimiento socialista caribeño o uno popular catalán. Todos comparten el mismo problema: responder sí o no a una sola propuesta.

El sentido común nos dice que las consultas sí-no son más claras, pero esconden una oscura perversidad. Porque, como la opción del sí (al Brexit, a la independencia de Cataluña, etc) se construye sobre muchos hipotéticos si (si nos dejan estar en el mercado común, si quedamos fuera de la UE, etc), a la hora de la verdad lo que se discute es cuánto nos gusta la situación actual.

El resultado de estos referendos dicotómicos depende pues del siempre volátil termómetro del enfado social. Políticos ventajistas, o salvapatrias bienintencionados, intentarán capitalizar el descontento ciudadano generado por una crisis política o económica para elevar la temperatura con críticas desmesuradas y pescar en río revuelto para su causa antisistema. En reacción, los partidarios del sistema se defenderán también con argumentos hiperbólicos sobre las catastróficas consecuencias de dejar votar al pueblo. El corolario es una fuerte polarización social.

Ese efecto es independiente de si la consulta se celebra o no. Por ejemplo, aunque no se pongan las urnas, Cataluña ya está fracturada en dos bandos.

La solución pasa por facilitar un referéndum dual. Es decir, una consulta iniciada por dos emprendedores políticos que actúan el uno de contrapeso al otro porque derivan su legitimidad de fuentes opuestas.

Es lo que ocurre en Suiza o Uruguay. Estos países permiten una participación ciudadana activa tanto para proponer iniciativas legislativas como para someter a referéndum las del legislador. Pero, para evitar un saqueo del debate político por parte de minorías altamente motivadas, el legislador tiene la opción de hacer una contrapropuesta, que también se añade a la pregunta de la consulta.

A su vez, para que los representantes políticos no descuarticen la iniciativa popular con una contraoferta que divida al “enemigo”, los referendos consensuales pueden incluir una doble pregunta. Primero se decide sobre si el statu quo debe cambiar o no (una disyuntiva que favorece a los impulsores de la propuesta popular). Y después se enfrenta la concreta iniciativa popular a la contrapropuesta del legislador (un dilema que favorece a éste).

De esta forma, un referéndum potencialmente centrífugo se convierte en centrípeto. Los adversarios políticos se ven forzados a acomodar la opinión del otro en sus propuestas para evitar una derrota humillante. Si los movimientos populares saben que su invitación rupturista acabará contraponiéndose a una respuesta estratégica de los partidarios del continuismo, serán más cautos en sus peticiones; y viceversa.

Esto es lo que debemos lograr en España: transformar el enfrentamiento binario en un acuerdo plural. Eso quiere decir rechazar un referéndum polarizador, como el propuesto por la Generalitat, y sentar las bases de uno consensual en el que haya una secuencia de preguntas —separadas en el tiempo— sobre la estructura territorial del país.

Para ello, las Cortes Generales deberían permitir, primero, una consulta no vinculante en Cataluña sobre si sus ciudadanos desean un cambio en el modelo territorial o no. En el caso de existir una amplia respuesta afirmativa, se abriría un proceso participativo en el que se verían obligados a posicionarse hasta los más escépticos, como Ciudadanos y el PP.

Tras un prudencial periodo de negociaciones, las fuerzas políticas representadas en las Cortes harían una propuesta de relación territorial con Cataluña, que podría incluir un pacto fiscal y algunas delegaciones de competencias, pero también devoluciones y obligaciones. Y es que ninguna iniciativa que incluyera sólo cesiones tendría posibilidades de generar consenso en todo el país.

Llegado ese momento, nos encontraríamos ya en condiciones de plantear un referéndum dual en todo el territorio nacional. Es decir, un referéndum en el que el statu quo se enfrente tanto a la propuesta popular (la independencia que proponen los soberanistas) como a la propuesta del legislador (la reforma territorial acordada en las Cortes).

La pregunta se podría articular de distintas formas. Podría ser una pregunta con tres respuestas (la situación actual frente a las dos alternativas), tal y como planteamos con Alberto Penadés en El arte del referéndum (EL PAÍS, 08/09/2014). Una pregunta así permitiría satisfacer la preferencia mayoritaria de los catalanes que no es ni el contexto presente ni la independencia, sino una opción intermedia.

Otra alternativa sería una doble pregunta: ¿Quiere que se cambie el Estado de las Autonomías? Sí o no. Y, en caso afirmativo: ¿Quiere esta reforma del Estatuto de Autonomía o quiere iniciar un proceso de reforma constitucional agravado que regule un proceso de separación para Cataluña? En este caso también los votantes tendrían una opción intermedia de consenso.

Tanto con un diseño como con otro, un referéndum dual sobre la estructura territorial de España desactivaría la opción rupturista. El referéndum favorecería un pacto consensuado sobre la cuestión de fondo porque cada una de las partes actuaría de forma táctica. Si sabes que no vas a arrollar en las urnas, abandonas las posiciones maximalistas y te conformas con reescribir el marco de convivencia.

Los constitucionalistas deben entender que permitir referendos de estas características es la mejor fórmula para salvar el orden constitucional de tempestades políticas presentes y futuras. Porque la alternativa realista a un referéndum dual no es la paz social, sino un referéndum polarizador de sí o no a la independencia de Cataluña que, si no llega en 2017, lo hará en 2019 o en cuanto el país entre en el próximo ciclo recesivo.

Y los soberanistas deben asumir que las votaciones claras —de sí o no— son las que más confunden, porque no trazan líneas de entendimiento sino fronteras internas.

Un mal referéndum, se celebre o no, nos separa. Uno bueno nos unirá.



Dibujo de Enrique Flores para El País



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[Galdós en su salsa] Hoy, con "España trágica"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Publicado en 1909, España trágica es el segundo episodio de la quinta serie del gran friso narrativo de los Episodios Nacionales que sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós para recrear novelescamente engarzada la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX. La España trágica de este episodio, turbulenta y sin rumbo, es la que sucede a la Revolución de 1868 y al destierro de Isabel II. La muerte en duelo del infante don Enrique de Borbón a manos del duque de Montpensier y el misterioso asesinato del general Prim son los sucesos en torno a los cuales se urde la acción de este episodio que se desarrolla en los escenarios madrileños tan gratos al novelista.



El asesinato del general Prim



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jueves, 13 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 13 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] Dos o tres cosas sobre Simone Veil





Simone Veil (1927-2017) fue una abogada y política francesa, superviviente del Holocausto. Al frente del Ministerio de Sanidad en el gobierno de Valéry Giscard d'Estaing, promulgó la ley llamada ley Veil por la que se despenalizó el aborto en Francia. Fue también la primera mujer en presidir el Parlamento Europeo. Ocupó varios cargos ministeriales en el gobierno de Édouard Balladur, y fue miembro del Consejo Constitucional de Francia.

Era imperiosa y dulce, irascible y generosa. Nadie identificó con tanta precisión los rasgos que singularizan el Holocausto judío. Recibió toda clase de honores, pero llevó una existencia furtiva en una época a la que nunca se adaptó del todo, dice de ella el filósofo francés Bernard-Henri Lévy en un artículo en su homenaje publicado en El País con motivo de su reciente fallecimiento.

Primera imagen de Simone Veil. Septiembre de 1979, durante esas fechas, entre Rosh Hashaná y Yom Kipur, que la tradición denomina “días terribles”. Es una foto en blanco y negro, en la calle Geoffroy l'Asnier, en París, ante el Memorial del Mártir Judío Desconocido. En el estrado, un joven con la cabeza descubierta pronuncia un discurso de homenaje a los muertos de la Shoá. Ella está en primera fila, de pie, muy bella, perdida en sus pensamientos pero evidentemente atenta. Escéptica y severa. Incrédula y cautelosa. Más tarde, le dirá al joven en un tono de amable reproche: “Demasiado lírico”.

Algunos años antes, Simone había pronunciado ante el Parlamento el discurso que iba a cambiar la vida de las mujeres francesas y a marcar el septenio de Giscard d'Estaing como la abolición de la pena de muerte marcaría el de François Mitterrand. Simone parecía la Romy Schneider de El proceso de Orson Welles. Se la veía determinada pero forzada. En sus palabras, había desaprobación pero también una infinita melancolía. No creo que “llorase” tras el discurso, pero no dudo que vivió aquellos momentos en lo que cierto teólogo llamó “soledad última”.

A partir de entonces, recibiría toda clase de honores, sería celebrada, beatificada en vida y venerada pero, paradójicamente, llevaría una existencia furtiva en una época a la que nunca se adaptó del todo.

Siempre fue un enigma para sus contemporáneos, siempre ligeramente retraída, aunque tan transparente a sus propios ojos como es humanamente posible.

Simone era consciente de su misión, de la dirección que había tomado su destino y, también, de su deseo —al que nunca renunció— de romper con lo que una vez, en París, durante la manifestación de apoyo a las víctimas del atentado de la calle Copérnico, llamó “derelicción judía”.

¿Quién eres cuando has vivido lo imposible: mirar a la muerte a los ojos? ¿Cómo no guardar las distancias cuando has conocido en carne propia la doble experiencia del desastre y el milagro?

Nada la enojaba más que escuchar una y otra vez: “La Shoá es inenarrable y por eso los supervivientes, cuando regresaron, se encerraron en el silencio”. “Pues no”, tronaba ella. Ellos no pedían otra cosa que hablar. Era el mundo el que no quería escuchar. Y al contrario que el tópico que pretende que en el principio era la memoria y que esta fue reemplazada poco a poco por el olvido, ella pensaba que, para la generación de los campos, primero fue el olvido y la memoria tuvo que construirse paso a paso e imponerse a la banalización y a la negación.

¡Qué malestar cuando, ministra o eminencia, intentaba abordar el tema! ¿Y qué pensó cuando, durante una recepción, un hombre le preguntó si el tatuaje que llevaba en el brazo era el número del guardarropa?

Una vez nos peleamos. Fue en 1993. Yo acababa de llevarle a François Mitterrand un mensaje del presidente bosnio Izetbegovic, en el que este comparaba Sarajevo con el gueto de Varsovia; luego, había organizado un encuentro en París entre ambos mandatarios, con ocasión del cual Simone, Izetbegovic y yo cenamos en la cervecería Lipp junto con otros amigos de Bosnia. Ella no se anduvo por las ramas: “Las comparaciones son odiosas. Por extrema que sea la situación bosnia, equiparándola con el incomparable sufrimiento judío no le hacemos un favor a nadie”. Izetbegovic asintió con la cabeza y, curiosamente, pareció estar de acuerdo.

Era imperiosa y dulce. Irascible y generosa. En su defensa, hay que decir que nadie ha identificado con tanta precisión como ella los rasgos que, efectivamente, singularizan la Shoá. Fue un crimen, decía: 1. Sin huellas (ni órdenes escritas ni directivas oficiales, nunca, en ninguna parte); 2. Sin tumbas (su padre, su hermano, su madre, desaparecieron convertidos en cenizas y humo, sin otra tumba que su memoria y, al final de su vida, su autobiografía); 3. Sin ruinas (Auschwitz, cuando ella regresa años después, es un lugar apaciguado, neutralizado, aseptizado); 4. Sin escapatoria (un sarajevita tenía, al menos en teoría, la posibilidad de abandonar Sarajevo; un ruandés, Ruanda; un camboyano, Camboya; lo propio del Holocausto fue que no había ningún lugar adonde ir: el mundo era una trampa); 5. Sin el menor rastro de racionalidad (cuando tuvieron que escoger entre dar paso a un tren con tropas de camino al frente o a otro con judíos de camino a los hornos, los nazis siempre escogieron este último).

Y, luego, estaba Europa. Después de la guerra, había dos actitudes. La de Jankélévitch: culpabilidad ontológica de Alemania; corrupción definitiva de su lengua por las huestes hitlerianas; juramento de no volver a tener nada que ver ni con esa lengua ni con ese pueblo. Y la de Simone Veil: no hay culpabilidad colectiva; el alemán es la lengua del nazismo pero también del antinazismo; es posible levantar una Europa cuyos pilares serán, precisamente, esa Francia y esa Alemania que guardan luto por sus fantasmas.

Según Bachelard, el mundo puede reducirse a una serie de copyrights. La relatividad según Einstein. La duda según Descartes. La risa según Bergson o el infierno según Dante. Del mismo modo: Europa según Simone Veil. Pues ¿qué otro nombre sino el suyo me viene a la cabeza en este preciso instante si intento ponerle cara a la princesa Europa?

La última vez que hablé con ella fue hace 10 años, cuando le entregué el Premio Scopus de la Universidad de Jerusalén, termina Lévy su artículo. Estaba con Antoine, el hombre de su vida. Con Jean y Pierre-François, sus hijos. Cansada pero batalladora. Intranquila pero libre de nostalgia. En su elogio de la paz, la ciencia y el derecho, dijo, como en respuesta a un filósofo al que reprobaba: “Solo una palabra puede salvarnos”.



Dibujo de Enrique Flores para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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