miércoles, 17 de julio de 2013

Política y sociedad: Creencias y prejuicios




Sin prejuicios



Todos tenemos prejuicios sobre algo, sobre alguien; quien esté libre de pecado que tire la primera piedra... Como opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal, lo define el diccionario de la Real Academia. Y siempre con connotaciones negativas. ¿Siempre?... Yo pensaba que sí, pero ahora ya no estoy tan seguro.

En el número 182 (junio 2008) de "Revista de Libros" correspondiente al pasado mes de junio leo un interesante artículo ("Theodore Dalrymple contra la corrección política"), que reproduzco íntegramente más adelante con el permiso de Revista de Libros y del propio autor, el economista Luis María Linde (Banco de España/Banco Interamericano de Desarrollo) sobre dos recientes libros ("In praise of prejudice. The necessity of preconceived ideas", Encounter Books, Nueva YorK, y "Our culture, What's left of it. The mandarins and the masses", Ivan R. Dee, Chicago), del médico, psiquiatra y escritor británico Anthony Daniels (n. 1949), que suele escribir bajo el seudónimo de Theodore Dalrymple, y al que Linde considera como uno de los "escritores políticos más independientes y menos políticamente correctos" de Europa.

Dice Linde que Dalrymple "cree que las sociedades occidentales llevan varios decenios sustituyendo creencias y prejuicios que desempeñaban un papel muy importante para la convivencia y que eran, por ello, cimientos de su modelo político democrático y de sus avances económicos, por otras ideas preconcebidas y nuevos prejuicios que los empujan hacia modelos políticos y reglas morales alejados o contrarios a sus valores". Degeneración cultural, política y moral que afectaría a toda Europa y en las que Gran Bretaña y Holanda ocuparían un primerísimo lugar. La descomposición o desaparición de la vida familiar y el aumento de la violencia en todos los ámbitos y en todas sus formas sería para Dalrymple, según Linde, una de las manifestaciones más claras de esa patología, a la que, paradójicamente, atribuye como causa la doctrina de los derechos humanos, a los que considera "una verdadera catástrofe humana"...

Para Dalrymple, deja de manifiesto Luis María Linde, "nadie puede escapar a obligaciones y mandatos cuya justificación no puede ser probada, es decir, obligaciones y mandatos justificados en o derivados de prejuicios; ningún sistema ético puede existir sin prejuicios; no hay virtud sin prejucios".

Es un análisis denso el que realiza Luis María Linde sobre Theodore Dalrymple (Anthony Daniels), su pensamiento y los dos libros citados, pero su lectura resulta sumamente instructiva, obliga a pensar, recapacitar y, hasta es posible, a replantearnos algunos de nuestros propios "prejuicios"... Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Anthony Daniels




"Theodore Dalrymple, contra la corrección política", por Luis María Linde
Revista de Libros, núm.138, Junio 2008

Theodore Dalrymple (seudónimo del médico y escritor inglés Anthony Daniels) es muy poco conocido en España; ninguno de sus libros –más de una docena a lo largo de los últimos veinte años– se ha traducido al español y muy pocos de sus artículos, que aparecen con bastante frecuencia en Estados Unidos y en el Reino Unido, se han publicado en España (1).

Dalrymple, nacido en 1949, ha trabajado en Tanzania y Zimbabue, se ha interesado por la situación de varios países latinoamericanos y por los problemas de la ayuda al desarrollo, y ha trabajado en Inglaterra, hasta su jubilación, con personas y familias pobres, inmigrantes, marginales y en la prisión de Birmingham. Su clientela han sido los grupos de población que dan título a uno de sus libros, Life at the Bottom (2) («La vida abajo del todo», o algo similar). Hoy, Dalrymple se encuentra entre los escritores políticos más independientes y menos «políticamente correctos» del Reino Unido y es uno de los más originales y lúcidos analistas culturales y sociales en lengua inglesa y, quizás, en cualquier lengua europea (3).

Dalrymple no es un académico, ni un periodista, ni un político. No le interesa o, al menos, no le interesa primordialmente explicar o discutir ideas ajenas, ni pretende defender o atacar ningún programa político, ni habla en nombre de ningún partido, ni ofrece ningún nuevo código moral. Aunque opina sobre cuestiones políticas o culturales de interés general, escribe, fundamentalmente, a partir de su experiencia profesional como médico y psiquiatra. Lo que le ha interesado es, sobre todo, entender y explicar las creencias y las costumbres, lo que quizá podríamos llamar la «psicología moral» de los grupos más pobres, marginales y peor educados de los países occidentales, con el Reino Unido como experiencia «ejemplar», así como el papel y la responsabilidad de los intelectuales y de los «personajes públicos» en la construcción y justificación de la nueva moralidad que empieza a alumbrarse en el siglo XIX y se convierte en «políticamente correcta» en las sociedades occidentales, empezando por las más ricas, durante los últimos cincuenta años.

Aunque por su falta de intención o ambición sistemática y su forma breve puede recordar, a veces, a los moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII, su interés no estriba, como ocurre con esos moralistas, en analizar y entender los entresijos y reacciones de la psicología individual, las «pasiones» del ser humano consideradas como «naturaleza» y, por consiguiente, «invariables». También está lejos, por sus intereses y su estilo, de los dos grandes críticos sociales ingleses del siglo XVIII, Swift y Mandeville –este último no era inglés, sino un holandés emigrado y, por cierto, también médico–, que, con intenciones muy distintas, se ocuparon de las paradojas, los vicios y los absurdos de la sociedad que conocieron.

Dalrymple ha publicado varios libros sobre cuestiones médicas y de salud de interés general (entre ellos, uno con ideas muy contrarias a las opiniones más extendidas sobre la forma de entender y tratar las adicciones a los derivados del opio (4) y dos libros en que reunía artículos publicados con anterioridad: Life at the Bottom, al que ya nos hemos referido, y el segundo de los reseñados al comienzo de estas líneas, que podría traducirse como Nuestra cultura, lo que queda de ella. Los mandarines y las masas, que incluye, entre otros artículos de gran interés, uno, «The Goddess of Domestic Tribulations» (La diosa de las tribulaciones cotidianas), realmente antológico, sobre las reacciones sociales, políticas y periodísticas en el Reino Unido tras la muerte en 1997 de Diana Spencer, ex esposa del príncipe Carlos, «la princesa del pueblo», según el título que le dio –la revista Hola no lo habría hecho mejor– el entonces primer ministro británico, Tony Blair.

Dalrymple cree que las sociedades occidentales llevan varios decenios sustituyendo creencias y prejuicios que desempeñaban un papel muy importante para la convivencia y que eran, por ello, parte de los cimientos de su modelo político democrático y de sus avances económicos, por otras ideas preconcebidas y nuevos prejuicios que los empujan hacia modelos políticos y reglas morales alejados o contrarios a sus valores. Cree que el Reino Unido y algunos países del norte europeo –Holanda, quizás, en primer lugar– son los lugares en que ese proceso, que para él significa una verdadera degeneración cultural, política y, en suma, moral, está más avanzado, aunque piensa que el fenómeno afecta, en mayor o menor medida, a toda Europa y, desde luego, aunque con características diferentes, a los dos países ricos de América del Norte: Estados Unidos y Canadá.

LA VIDA ABAJO DEL TODO, PERO SIN PREJUICIOS...

¿Cuál es el diagnóstico del psiquiatra Dalrymple? Su último libro, el primero reseñado más arriba, En alabanza del prejuicio, que lleva por subtítulo La necesidad de las ideas preconcebidas (redactado, por así decir, «de nueva planta», ya que no se trata de una recopilación de artículos ya publicados), ofrece una respuesta que gira en torno al adanismo, es decir, el desprecio o rechazo de lo que el pasado pueda enseñarnos, la convicción de que la autonomía moral que podría tildarse de «nueva» o «renacida» es en cada individuo un valor supremo. El adanismo, junto con la igualdad como aspiración y meta suprema de la política, y fundamento y justificación del Estado benefactor y sus muchas y variadas consecuencias, así como el relativismo, fundamento del multiculturalismo, son, para Dalrymple, las manifestaciones de esa patología que está cambiando –a peor, en su opinión– la política y la cultura de las sociedades occidentales. El adanismo moral, la inclinación a rechazar las normas, prejuicios y costumbres heredadas del pasado, se manifiesta desde hace décadas con tal empuje que hace difícil discriminar y salvar o defender los «prejuicios buenos» o no descartar los «malos» cuando ello puede dar lugar a prejuicios aún peores. Pero ¿hay acaso prejuicios buenos?

Como parte de una herencia cuya causa puede remontarse a la Ilustración y a las dos grandes revoluciones del siglo XVIII, la americana y la francesa, la respuesta sería: no, no hay prejuicios buenos, porque las costumbres y reglas heredadas del pasado no pueden ser buenas, algo que, independientemente de otros significados y otras consideraciones es, en sí mismo, un nuevo prejuicio. Su justificación pasa, en última instancia –dice Dalrymple– por el rechazo del pasado, de todo el pasado: las tragedias y los horrores de la Historia no permiten otra cosa, no hay nada que salvar, la Historia no es más que una larga cadena de abusos, latrocinios, crímenes y genocidios.

Esta condena absoluta, sin resquicios, de la Historia lleva a un patrón moral fundado, «bien en un completo amoralismo, bien en la perfecta congruencia moral» (p. 16), es decir, bien en la regla según la cual ninguna regla es peor o mejor que ninguna otra porque ninguna puede justificarse de forma enteramente coherente y racional, bien en la regla que exige perfecta coherencia y congruencia, a falta de lo cual ningún juicio puede ser válido o aceptable: por ejemplo, el colonialismo europeo en África, o el británico en Australia, o el español en América, son absolutamente rechazables porque, cualesquiera que sean los argumentos y razones que puedan aducirse en su favor, se cometieron innumerables abusos, crueldades y crímenes; la democracia formal es una farsa porque no protege por igual a todos y no asegura la igualdad; gran parte de la investigación médica y farmacéutica es moralmente rechazable porque exige la realización de crueles experimentos con animales, e incluso, a veces, con seres humanos que se prestan a ser conejillos de Indias, etc. Los ejemplos pueden multiplicarse.

Tanto el amoralismo como el perfeccionismo moral ofrecen, dice Dalrymple, «una gran ventaja: nos liberan del peso del pasado. Libres de cualquier mancha heredada, tenemos no sólo el derecho, sino la obligación de llegar a todo por nosotros mismos, sin referirnos a nada que algún otro haya podido pensar alguna vez. Somos átomos morales en movimiento, para quienes el pasado no significa nada o, al menos, nada positivo o digno de emulación o, incluso, nada que convenga mantener. El pasado es, más bien, algo a evitar a cualquier precio, no sea que vaya a infectarnos con sus crímenes y sus locuras» (pp. 15-16).

El desarreglo moral e intelectual que significa el rechazo absoluto del pasado como fuente de experiencias aprovechable y, en suma, como fuente de «sabiduría» provoca toda una cadena de desarreglos añadidos en cuestiones cruciales como la educación y la vida familiar, y da lugar a nuevos prejuicios que no tienen más justificación que ser prejuicios que niegan los anteriores o justifican mejor las conveniencias y deseos –del orden que sea y entendidos del modo que sea– de los sujetos que se estiman libres de todo prejuicio.

Uno de los fenómenos más dramáticos con los que ha tenido que tratar Dalrymple durante sus años de ejercicio profesional en Inglaterra ha sido el rápido aumento en el número de mujeres muy jóvenes (muchas, casi adolescentes; algunas, casi niñas; todas ellas, pobres, de bajos niveles educativos, de ambientes sociales en los que la violencia doméstica es moneda corriente, con frecuencia cercanos a la delincuencia) que deciden tener hijos sin estar casadas, sin pareja estable y sin apoyo familiar de ninguna clase. «Derribar un prejuicio no es destruirlo como tal. Es, más bien, inculcar otro prejuicio [...]. El prejuicio de que está mal tener un niño fuera del matrimonio ha sido reemplazado por el prejuicio de que no hay nada en absoluto malo en ello. Pero es interesante señalar que la clase social que primero puso objeciones, en el terreno intelectual, al prejuicio original, es decir, la clase media-alta bien educada, es la que menos probabilidades tiene de comportarse como si el prejuicio original no estuviera justificado. En otras palabras, para esta clase es una cuestión de aseo intelectual, de obtener puntos, de parecer atrevida, generosa, imaginativa y de mentalidad independiente [...] más que una cuestión de política práctica» (p. 25).

Citando los resultados de un informe hecho en el Reino Unido sobre lo que piensan y cómo actúan esas madres solteras (pp. 25-26) y cómo justifican su decisión de tener un hijo sin pareja estable, sin medios económicos, sin apenas posibilidades de obtener un empleo estable y sin apoyo familiar, Dalrymple se pregunta si no habría sido mejor para ellas haber sido educadas con los prejuicios tradicionales: que, para tener un hijo, mantenerlo y educarlo, es mejor esperar a tener una familia y la compañía y ayuda de un padre, que no tener nada de eso. Pero esto es algo que, por varias razones –entre ellas, su carencia de vida familiar, su pobreza y falta de educación, la brutalidad del medio en que se desenvuelven, problemas de drogas y delincuencia–, muchas de esas mujeres consideran completamente fuera de su alcance, un sueño imposible. De forma que el niño que van a mantener, con la única o casi única ayuda, más o menos generosa, mejor o peor, del Estado benefactor, se convierte en su única posesión y consuelo, con lo cual están reproduciendo para esos niños las condiciones familiares y sociales de las que ellas mismas se consideran víctimas y de las que, naturalmente, querrían escapar.

... AL AMPARO DEL ESTADO BENEFACTOR

La desaparición del prejuicio contra las mujeres que tienen hijos sin estar casadas y contra los niños nacidos fuera del matrimonio se solapa, en parte, con la desaparición del prejuicio a favor de la vida familiar como elemento fundamental para la educación y para la convivencia. Dalrymple se acerca a este «antiguo» prejuicio a través de algo tan aparentemente trivial como es el hecho de que en muchos hogares de «clase baja» en el Reino Unido no hay una mesa y unas sillas que sirvan para que los miembros de la familia se reúnan a comer juntos (capítulo 6), algo que constituye –no parece que exija ninguna demostración– una rutina característica y significativa de la sociedad familiar. La descomposición y, con frecuencia, desaparición de la vida familiar entre los grupos de población de rentas más bajas y niveles de educación más deficientes es, para Dalrymple, una manifestación crucial de la enfermedad que trata de analizar y tiene, entre otras consecuencias, una muy profunda y significativa: la familia es un refugio y, a la vez, un lugar en el que hay que transigir con los demás; la carencia de ese refugio hace a los seres humanos más agresivos, egotistas e intolerantes, y más propicios a entender mejor las relaciones fundadas en, y justificadas por, la fuerza y el poder que por la empatía, la generosidad y la paciencia.

La descomposición o desaparición de la vida familiar es, para Dalrymple, un factor que contribuye directamente al aumento de la violencia en todos los ámbitos y en todas sus formas, algo en lo que, paradójicamente, ha colaborado de forma decisiva, en su opinión, la política de bienestar social de muchos gobiernos europeos. Refiriéndose al Reino Unido, «el Gobierno [se refiere al gobierno laborista en el poder en febrero de 2007] admitirá cualquier cosa menos reconocer que sus políticas sociales y las de gobiernos previos durante los pasados cuarenta años han moldeado una sociedad de psicópatas, en la cual una parte lamentablemente amplia de la población considera al resto de la gente de una forma puramente instrumental, como un medio para el logro de sus fines inmediatos. Esa parte de la población no siente ningún lazo afectivo o solidario de ninguna clase con el resto de la gente» (5). Lo más paradójico es que, amparándolo y justificando todo, está la doctrina de los derechos humanos, «una verdadera catástrofe humana [...] [esta doctrina] no sólo proporciona a las instituciones gubernamentales una excusa para introducirse en el tejido de nuestras vidas, sino que, además, tiene un efecto profundamente corruptor en la juventud, adoctrinada para creer que antes de que esos derechos se concedieran (¿o, hay que decir, se descubrieran?) no había libertad [...]. Todavía peor, convence a los jóvenes de que cada uno de ellos es de un valor precioso y único, lo que equivale a decir que más precioso que ninguna otra persona: y que, además, el mundo es una conspiración gigantesca para privarle de todo lo que legítimamente le corresponde. Una vez que alguien está seguro de cuáles son sus derechos, resulta imposible discutir con él; y, así, la razón de la Ilustración se transforma rápidamente en la sinrazón del psicópata» (6).

DOS DALRYMPLES

Los prejuicios, las ideas hechas o preconcebidas son inevitables e imprescindibles en la vida privada y en la vida profesional, en el arte, así como en la ciencia, lo que no significa, evidentemente, que todos los prejuicios heredados sean aceptables y que todos deban conservarse. «Sin duda, podemos deshacernos de cualquier actitud en particular respecto a cualquier cuestión dada, pero no podemos deshacernos de cualquier actitud de cualquier clase hacia esa cuestión» (7). Creer que los seres humanos pueden y deben vivir y actuar sin prejuicios de ninguna clase, ni ideas preconcebidas, es una especie de metaprejuicio que, además, propone un patrón moral ilusorio, imposible y, por eso mismo, nefasto. Dalrymple cree que uno de los padres de este metaprejuicio moderno es John Stuart Mill, quien convirtió en On Liberty la lucha contra los convencionalismos dominantes en su época en la columna vertebral de sus propuestas morales, aunque es seguro que Mill rechazaría algunas de las interpretaciones y aplicaciones actuales de su exigencia de luchar contra los convencionalismos (8).

El tono de Dalrymple es siempre compasivo y comprensivo con los sujetos y casos reales que son la fuente de sus reflexiones, como podía esperarse de un médico que comenta los casos de sus pacientes. Pero hay otro Dalrymple cuando rastrea la formación de la cultura anticonvencional a través de las opiniones, los exabruptos y las elucubraciones de los mandarines, los escritores, intelectuales, artistas y políticos para quienes la destrucción del viejo orden moral nunca fue y no es ahora otra cosa que esteticismo de privilegiados: el paradigma sería Virginia Woolf, a la que detesta, y a quien dedica uno de sus más penetrantes artículos (9); la originalidad o la provocación artística (Ibsen o George Bernard Shaw serían dos buenos ejemplos) o pseudocientífica: el ejemplo de esta última sería Peter Singer, profesor en Princeton, apóstol de los derechos de los animales y partidario declarado de legalizar el infanticidio (hasta cierta edad de los bebés, por ejemplo, treinta días), de la eutanasia y, en su caso, de la eliminación, decidida por familiares y allegados, de ancianos, inválidos mentales y enfermos incurables (10); o el oportunismo político que está detrás del relativismo y del desvarío multicultural (el ejemplo más evidente y patético: cierta opinión «progresista» occidental según la cual debemos tratar de entender el fundamentalismo islámico y su posición en relación con las mujeres, en vez de criticar y defender cambios inspirados en nuestra cultura e incompatibles con el islam).

Realmente, la tesis más subversiva de Dalrymple es que este proceso de sustitución de prejuicios, que se desarrolla entremezclado con las muy diversas reivindicaciones amparadas en la doctrina de los derechos humanos, empeora, sobre todo, la situación y las posibilidades de las «clases bajas», de los pobres y peor educados, pero también, en algunos casos, de las mujeres y de los niños, es decir, de todos aquellos a los que, supuestamente, quieren favorecer las políticas inspiradas en las convenciones «políticamente correctas»: «Habiendo llevado a cabo una parte considerable de mi carrera profesional en países del Tercer Mundo en los que la implementación de ideales e ideas abstractos ha hecho que situaciones malas llegaran a ser incomparablemente peores, y el resto de mi carrera en medio de la muy extensa infraclase británica, cuyas desastrosas nociones sobre cómo vivir derivan, en última instancia, de ideas de los críticos sociales que son poco realistas, autocomplacientes y, con frecuencia, fatuas, veo ahora la vida artística e intelectual como algo que tiene incalculables efectos e importancia práctica. John Maynard Keynes escribió en un pasaje famoso de Las consecuencias económicas de la paz [...] que el mundo está gobernado por poco más que ideas viejas o difuntas de economistas y filósofos sociales. Estoy de acuerdo: excepto que ahora yo añadiría novelistas, autores de teatro, directores de cine, periodistas, artistas e, incluso, cantantes pop. Son los no reconocidos legisladores del mundo, y debemos prestar atención a lo que dicen y a cómo lo dicen» (11).

No hay benevolencia sin prejuicios; no podemos escapar a obligaciones y mandatos cuya justificación no puede ser probada, es decir, obligaciones y mandatos justificados en o derivados de prejuicios; ningún sistema ético puede existir sin prejuicios; no hay virtud sin prejuicios: estas cuatro contundentes afirmaciones, que son títulos de los últimos capítulos de In Praise of Prejudice, resumen la posición de Dalrymple y pueden dar una medida de su distancia respecto de la «corrección política».

Notas
1.- La revista Actualidad Económica publica, desde hace unos meses, traducciones de artículos de Dalrymple aparecidos en City Journal. El Instituto Juan de Mariana, con sede en Madrid, se ha ocupado varias veces de Dalrymple (puede verse en el portal de Internet del Instituto), igual que Libertad Digital y varios blogs españoles. Dalrymple colabora principalmente en City Journal (que edita el Manhattan Institute for Policy Research, uno de los más influyentes think-tanks promercado, antiintervencionistas y liberales –en el sentido europeo– de Estados Unidos), en los británicos The Spectator y The Times y en The Wall Street Journal, entre otros. La historia del Manhattan Institute for Policy Research y de su influencia durante las últimas décadas está contada por Tom Wolfe en un artículo publicado en The New York Post, 30 de enero de 2003, disponible en Internet: www.manhattan-institute.org/html/_nypost-revolutionaries.htm.
2.- Publicado en 2001 por Ivan R. Dee.
3.- En Internet pueden leerse dos interesantes entrevistas con Dalrymple: en www.frontpagemag.com, del 31 de agosto de 2005, y en www.brusselsjournal.com, del 17 de septiembre de 2006.
4.- Romancing Opiates: Pharmacological Lies and the Addiction Bureaucracy, Nueva York, Encounter Books, 2006.
5.- Theodore Dalrymple, «The Terrible Logic of Kids, Drugs, and Killing», The Times, 19 de febrero de 2007.
6.- Theodore Dalrymple, «From Stiff Upper Lip to Clenched Jaws», The Australian News, 3 de noviembre de 2007, disponible en Internet.
7.- In Praise of Prejudice, p. 29.
8.- Ibídem, capítulo 11, «The Overestimation of Rationality in Choice», pp. 42-46.
9.- Our Culture, What's Left of It, «The Rage of Virginia Woolf», pp. 62-76.
10.- Anthony Daniels, «How to Murder a Bolivian Boy», The New Criterion, vol. 19, núm. 10, junio de 2001. Éste es uno de los raros artículos que Dalrymple no firma con su seudónimo.
11.- Our Culture, What's Left of It, p. XI.





Luis María Linde







Entrada núm. 1912
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

viernes, 12 de julio de 2013

*Federalismo: La hora de las "provincias". Reedición de la entrada de fecha 25/7/2008




Hannah Arendt




Hace unos días escribí en el blog sobre el lenguaje de los políticos y aunque siempre hay excepciones a la regla general, la verdad es que suelen hablar mucho, con muchos circunloquios, para al final no decir nada. Los filósofos también resultan difíciles de entender a menudo, con una diferencia, la de que utilizan un lenguaje sumamente críptico, sólo para iniciados o miembros de la tribu filosofal, que se compadece muy poco con el del común de los mortales. No siempre es así: Bertrand Russell y Ortega, por ejemplo, pueden leerse con facilidad por la precisión, elegancia y belleza de su lenguaje. Ambos escribieron de política y participaron activamente en la de su tiempo. También lo hizo mi querida y admirada Hannah Arendt, pero como dice su biógrafa, Laura Adler ("Hannah Arendt", Destino, Barcelona, 2006): "ella, que durante un tiempo ha flirteado con el compromiso en la acción política, se aleja definitivamente de la misma. Desde ahora considera que no está hecha para eso: demasiado emotiva, demasiado a flor de piel, no es lo bastante estratega y se inclina demasiado por la verdad". Sí, es difícil compatibilizar filosofía, acción política y verdad sin acabar pringándose... ¿No cree, Sr. Savater?

Años atrás, durante el proceso de traslado de la biblioteca familiar de Las Palmas a Maspalomas, un poco en broma y como para tentar al destino -lo mismo hace uno de los personajes de "Los amantes encuadernados" (Espasa-Calpe, Madrid, 1997), de Jaime de Armiñan- fui guardando al azar dentro de mis libros fotos, cartas, postales, escritos personales, artículos de prensa... Espero que mis nietos se diviertan encontrándolos y recopilándolos, o echándolos a la hoguera, como hacía Pepe Carvalho, el detective protagonista de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán.

Resultó una auténtica sorpresa encontrar hace muy pocos días, hojeando uno de esos libros, un artículo de prensa, ya amarillo por el paso del tiempo, titulado "El derecho fundamental del pueblo canario", publicado en el periódico El Eco de Canarias, de Las Palmas, el 9 de marzo de 1977, y escrito por Néstor David, que reivindicaba, siguiendo el pensamiento de Ortega en su "España invertebrada" (1921), la exigencia para nosotros, "como canarios, de las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los restantes pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en una España libre, justa y democrática será posible la existencia de un pueblo canario libre, justo, democrático, pacífico y orgulloso". Salvo algunas expresiones un poco ampulosas, propias de la época y el momento, lo suscribo totalmente.

Las casualidades no existen, pero como las meigas, haberlas, haylas...Así que, no es de extrañar que ayer, 24 de julio, El País publicase un artículo del notario catalán Juan-José López Burniol, miembro de la asociación cívico-política "Ciutadans pel canvi", titulado "La rebelión de las provincias", que reivindica igualmente a Ortega para defender que "la dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como 'la redención de las provincias', es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España". Un brillante y crítico comentario contra los que aún parecen no entender que la rebelión de las provincias no sólo es inevitable sino absolutamente justa. Me ha parecido interesante contraponer ambos textos, separados por treinta y un años y muchas cosas más, y reproducirlos a continuación. ¡Ah, por cierto!, se me olvidaba decir que el de "Néstor David" era uno de los seudónimos que utilizaba "HArendt" en sus escritos políticos de esa época... No voy a rebuscar más textos antiguos entre mis libros; que el Azar y la Fortuna decidan el mañana... Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





http://theatrumbelli.hautetfort.com/images/medium_Ortega_y_Gasset.jpg.jpg
José Ortega y Gasset





"La rebelión de las provincias", por Juan-José López Burniol
El País, 24/07/08

Contemplé por televisión la cara de contenido asombro -sólo perceptible en la mirada- con que Ana Mato aguantó impávida el abucheo que le propinó parte de los asistentes al reciente congreso del Partido Popular de Cataluña. Los hechos son sabidos. Se habían presentado tres candidaturas a la presidencia del partido y, tras un intento fallido de impulsar una candidatura de unidad, la dirección central madrileña impuso otra distinta. Así las cosas, cuando Ana Mato anunció esta salida, la respuesta de muchos asistentes al congreso fue una bronca pura y dura. Bronca de la que participaron luego María Dolores de Cospedal y Javier Arenas.

Mi sorpresa fue absoluta, pero no por la bronca, sino por haber dado pie a ella. Porque, ¿cómo es posible, me dije, que gente con talento pueda cometer un error tan burdo?, ¿en qué cabeza cabe imponer en Cataluña una decisión tomada en Madrid sin contar con los catalanes? Parece evidente, por lo visto, que resulta difícil superar los atavismos; pero dos hechos son ya inocultables: para empezar, el debate político esencial gira hoy, en España, en torno a la dialéctica centro-periferia, y segundo, que el sistema de partidos catalán es -con la sola excepción del PP- un sistema de partidos autónomo. Veámoslo.

La dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como "la redención de las provincias", es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España. A consecuencia de este cambio socioeconómico, así como de la correlativa formación de núcleos de intereses locales, ligados a sus respectivos poderes autonómicos con relaciones más o menos clientelares, la dialéctica política en España no girará, a partir de ahora, en torno al eje derecha-izquierda, ni tampoco alrededor de la confrontación entre el nacionalismo español y los nacionalismos catalán y vasco, sino que se polarizará en la dialéctica entre dos núcleos de poder: el centro -el "Gran Madrid"- y la periferia -Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Galicia y el País Vasco-, comunidades a las que pueden unirse Baleares y Canarias. Esta confrontación ha comenzado a producirse ya en el seno de los dos grandes partidos. Así, la reciente refriega congresual del PP en Cataluña es una primera escaramuza. Y, por lo que hace al PSOE y el PSC, habrá que seguir sus negociaciones en materia de financiación, cuyo término está fijado para el próximo 9 de agosto, pues aun cuando el reciente congreso socialista ha discurrido con la unanimidad gozosa propia de los partidos que levitan gracias al disfrute del poder, no son coincidentes, en ésta y en otras materias, los intereses de los socialistas catalanes y los del PSOE. Lo que nos lleva a examinar el segundo hecho antes apuntado: el carácter autónomo del sistema de partidos catalán.

Debatir si Cataluña es o no una nación, constituye un ejercicio nominalista estéril. Ahora bien, lo que no puede negarse, por ser un hecho, es que Cataluña es una comunidad con conciencia clara de poseer una personalidad histórica diferenciada, así como con una voluntad decidida de proyectar esta personalidad hacia el futuro en forma de autogobierno. De no ser así, Cataluña no hubiese subsistido tal y como es hoy, a comienzos del siglo XXI. Y ha sido esta personalidad diferenciada de Cataluña la que ha marcado siempre a los partidos nacionalistas -CiU y Esquerra- y ha conformado progresivamente a los demás -como el PSC-, de modo que, en la actualidad y con la sola excepción del PP, el sistema de partidos de Cataluña es autónomo del español.

Este hecho trascendente acarrea, dos consecuencias: primera, que la acción de los partidos catalanes está guiada, en primer lugar, por el interés exclusivo de Cataluña, y segundo, que, desde esta perspectiva, el único marco jurídico capaz de ahormar la relación entre España y Cataluña es la relación bilateral. Si alguien -socialista o no- piensa que esto no puede predicarse del PSC, máxime después de acceder al control del partido los capitanes procedentes de la inmigración, se engaña: el catalanismo de los intereses, distinto del identitario, vertebra su ideario y su acción de forma irrevocable. Y, por último, la fuerza de este catalanismo es tan grande, que incluso al PP le es imposible eludir un mínimo común denominador catalanista, que, tras los sucesos de estos días, irá a más.

Concluido el último congreso del PP en Valencia con la consolidación de Mariano Rajoy, un columnista madrileño escribió que habían ganado los abogados y las provincias. No discutamos el nombre -provincias- y admitamos el hecho, si bien matizando su significado: no es que ganasen las provincias, sino que éstas se rebelaron y ya nada será igual.

A partir de ahora, mandarán en la Península quienes acierten a tejer alianzas, tanto desde el centro como desde la periferia. 





http://www.elpais.com/recorte/20070304elpdmgrep_8/LCO340/Ies/Bertrand_Russell.jpg
 Bertrand Russell





"El derecho fundamental del pueblo canario", por Néstor David
El Eco de Canarias, 09/03/77

A estas alturas del tiempo político que vivimos, y a la vista de las estructura social, económica y cultural en que se mueve el ciudadano medio español, nadie medianamente informado, ya milite en la izquierda, el centro o la derecha, o no comprometido con ningún sector de la vida política, duda de los derechos del pueblo canario, y de los demás pueblos españoles, a obtener y gozar de una autonomía tan amplia, general y justa como sea necesario para poder sacar a la luz todas las potencialidades que les son propias y peculiares, plantear, enjuiciar y dilucidar sus propios asuntos y, sin menoscabo de su propia identidad, integrar, potenciar y desarrollar esa otra entidad común a todos ellos que es España.

De forma casual, sin premeditación ni alevosía por mi parte, ayer me he encontrado con don José Ortega y Gasset, nuestro pensador universal. El azar me hizo recalar sin ninguna razón particular en el anaquel de la pequeña biblioteca familiar, donde, en lugar de honor figuran desde hace tiempo las Obras Completas de don José, y comenzar a hojear nuevamente -tambien en forma casual- el tomo III de las mismas. Dicho toma abarca sus escritos del año 1917 al 1928, y comienza con la reproducción de varios de los artículos que publicara, en el invierno de 1917-1918, en el diario El Sol, de Madrid.

Entre ellos leí con verdadera fruición los dedicados a nuestro paisano universal Benito Pérez Galdós, y esa granadina que fue emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo, muertos ambos por aquellas fechas en el silencio oficial y decadente de la vida pública de entonces. También leí una serie de artículos que dedicara en aquellos días igualmente, al gran poeta indio Rabandrinath Tagore, premio Nobel de Literatura, a quien Ortega ensalza merecidamente como portavoz de la sensibilidad y espiritualidad más acendrada.

A las pocas páginas me he encontrado -no sabría decirlo de otra manera- con uno de los libros (ensayo de ensayo, lo denomina él mismo) que más profunda huella dejaron en la juventud de aquellos años y cuya influencia ha perdurado, vital y sugerente hasta nuestros días. Evidentemente, es fácil adivinar que me estoy refiriendo a su "España invertebrada", escrito en 1921.

Lo he leído nuevamente, de un tirón. Y su lectura me ha sugerido inmediatamente y en forma imperiosa la necesidad de expresar de forma tajante que el primer derecho fundamental de nuestro pueblo, del pueblo canario, es el derecho inalienable a seguir siendo español. Y ello, movido por el reconocimiento íntimo de que resulta evidente que con muy mala, o buena, intención (eso es difícil de precisar), se está pretendiendo minimizar esa cuestión, y por una politiquilla barata al uso, a la caza electoral de futuros votos de insatisfechos y descontentos, manejando insinuantes y bochornosos planteamientos pseudoindependentistas en base a una política secular de olvido y marginación que, no por cierta e injusta, sería menos suicida a todas luces.

Ni por asomo me atrevería a comentar el contenido de "España invertebrada", ¡más quisiera yo!, pero hay algunos párrafos que me han impresionado y no podía por menos que reflejarlos. Entre ellos, aquellos del capítulo 5 en que Ortega explica las causas que a su juicio empujan a España en esos momentos a su desvertebración, y entre las que cita el "particularismo". Dice así: "La esencia del particularismo es cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuenia, deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizan con ellos para auxiliarles en su afán. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simpática transmisión a los demás núcleos nacionales, queda éste abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es característica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesión son fácilmente soportador, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional". ¿No vemos en estas líneas algo que comenzamos a percibir ya en nuestra comunidad? ¿Será posible, pienso yo, que algún canario auténtico piense que la libertad y la gloria y la prosperidad de nuestro pueblo la vamos a encontrar en una idílica y bucólica independencia? ¿En el último tercio del siglo XX, a un paso de la conquista espacial, qué viabilidad puede tener un estado insular de 7.000 kilómetros cuadrados escasos de superficie y un millón y poco de habitantes? Poco orgullo tendremos como pueblo y como nación si preferimos ser un estado africano más, en la órbita de influencia marroquí o argelina, y desligarnos de quinientos años de fecunda historia europeo-americana. Fecundos por lo aportado tanto o más que por lo recibido.

Pienso que en el reconocimiento y aceptación íntima que cada día hace nuestro pueblo -a pesar de las vejaciones, el olvido y la injusticia- de su inquebrantable deseo de seguir siendo un pueblo español, está la fuente primigenia de todos nuestros necesarios, exigibles e iirenunciables derechos a la autonomía.

En el primer capítulo de su libro, Ortega, analiza los procesos de integración y desintegración, y nos pone, dice, dos ejemplos históricos de integración: el de los pueblos latino y español, a partir, respectivamente, de dos núcleos originarios: Roma y Castilla.

"Entorpece sobremanera la inteligencia de los histórico -dice- suponer que cuando de los ñucleos inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquellos de existir como elementos activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad nacional a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de eso: sometimiento, unificación, incorporación, no significa muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía central que los obliga a vivir como partes de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza central, escultora de la nación -Roma en el Imperio; Castilla en España; la Isla de Francia en Francia- amengüe para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos.

Es preciso pues -continúa- que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional no como una coexistencia inerte, sino como un sistema dinámico. Tan esencial es para su mantenimiento la fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso de la techumbre, gravitando sobre las pilastras, no es menos esencial al edificio que el empuje contrario ejercido por las pilastras para sostener la techumbre.

La fatiga de un órgano parece a primera vista un mal que éste sufre. Pensamos acaso que, en un ideal de salud, la fatiga no existiría. No obstante, la fisiología ha notado que sin un mínimun de fatiga el órgano se atrofia. Hace falta que su función sea excitada, que trabaje y se canse para que pueda nutrirse. Es preciso que el órgano reciba frecuentes o pequeñas heridas que lo mantengan alerta. Estas pequeñas heridas han sido llamadas 'estímulos funcionales'; sin ellas el organismo no funciona, no vive.

Del mismo modo -concluye- la energía unficadora, central, de rotación -llámesele como se quiera-, necesita para no debilitarse de la fuerza contraria, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este estimulante, la cohesiónm se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo independiente".

¡Qué bien expuesto ese eterno dilema histórico de los grandes pueblos en sus interminables procesos de integración-desintegración, entre la alternativa atracción-repulsión de sus componentes! Tras una etapa de decadencia, que no tiene sus orígenes como algunos pretenden ingenuamente hacernos creer en los últimos cuarenta años de nuestra historia más reciente, sino al menos en los últimos trescientos, el "pueblo" y los "pueblos" de España tienen en sus manos la oportunidad histórica de configurar libre y democráticamente su futuro, partiendo de una relativamente buena salud social, económica y cultural que no desvirtúa para nada la actual crisis económica.

Exijamos nuestro derecho como canarios a configurar una nueva España, integrada e integradora en sus pueblos, en sus clases y en sus hombres. Exijamos para nosotros las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en uan España libre, justa y democrática, será posible la existencia de un pueblo canario, justo, democrático, pacífico y orgulloso, puente y punta de lanza de la civilización occidental -se diga lo que se diga, la más creadora y vital de las civilizaciones humanas- en un oceáno que baña tres continentes y en el epicentro de todas las líneas de civilización, comercio y cultura que lo cruzan y unen sus orillas. 









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Rodin y Courbet: Sensualidad a flor de piel



El beso (Auguste Rodin)



La Fundación Mapfre expuso en mayo de 2008 en Madrid una interesantísima antológica dedicada al gran escultor francés Auguste Rodin. No se si es la misma que yo tuve ocasión de ver anteriormente en Las Palmas de Gran Canaria organizada en aquella ocasión por la Fundación La Caixa. Supongo que sí. Si no es la misma fue muy parecida, pues casi las mismas obras que recalaron en Madrid las vi yo entonces en la Sala de Exposiciones de La Regenta en Las Palmas. Recuerdo que me impresionó en gran manera la reproducción a escala, del mismo Rodin, del impresionante y magnífico grupo escultórico titulado "Los burgueses de Calais". En todo caso, la estrella de la exposición era, como supongo que ocurrirá ahora en Madrid, "El beso". Para mi, sin duda, la más sensual escultura de la historia. La habrá más bellas, mejores, más impresionantes, pero no más sensuales...

Ángeles García, en un artículo que reproduzco más abajo, comentaba la apertura de la exposición madrileña y señalaba al inicio del mismo el erotismo de alto voltaje que sacudía Europa en el último tercio del siglo XIX, desde la psicología del subconsciente de Freud, hasta el arte del mismo Rodín, Klimt o el también pintor realista francés, Gustave Courbet, pintor de campesinos y obreros, pero también autor de una de las obras más provocadoras de la pintura europea: "El origen del mundo", que pueden ver más abajo. Por cierto, que el escritor chileno Jorge Edwards, tomando como eje central de su trama el parecido del torso desnudo de la protagonista de su novela homónima con la pintura de Courbet escribió hace unos años una deliciosa y divertida historia que les recomiendo encarecidamente: "El origen del mundo" (Tusquets, Barcelona, 1996). Disfruten de la entrada, de la novela, de la vida: no tenemos otra. Y sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt







La revolución erótica de Auguste Rodin", por Ángeles García
El País, 13/05/08

Una exposición muestra el lado más sensual de la obra del artista. Todo parecía estar teñido de sexo en la Europa de finales del XIX y comienzos del XX. De erotismo de alto voltaje. En aquel tiempo y en este lugar arrasaban las teorías del inconsciente de Sigmund Freud; todos miraban embobados a las mujeres de Gustav Klimt y sus compañeros vieneses y Courbet escandalizaba con su más que explícito Origen del mundo. Es en ese entorno de transgresión permanente donde Auguste Rodin (1840-1917) se embarca en la radical transformación de la escultura como se conocía hasta entonces. Rompe con los cánones clásicos y propone todo un mundo marcado por, lo han adivinado... el sexo. Esta tendencia se acentúa en los últimos años de su actividad creativa. La Fundación Mapfre (www.fundacionmapfre.com) abre mañana al público una retrospectiva en la que por primera vez se pueden ver en Madrid 33 esculturas (12 bronces, 3 mármoles y 18 yesos) y 90 dibujos pertenecientes a las colecciones del Museo Rodin de París. La edad de bronce, El beso, Manos de amantes, La avaricia y la lujuria o Balzac son algunas de las piezas más impresionantes y justamente célebres. La exposición se centra en la obra del escultor dedicada expresamente al cuerpo desnudo. Pablo Giménez Burillo, comisario de la exposición, explica que con su trabajo ha pretendido mostrar dos discursos paralelos: uno relatado a través de las esculturas y otro a partir de los dibujos. "Son dos historias diferentes, inevitablemente conectadas, que cuentan cómo un gran artista transformó para siempre la representación del cuerpo humano". Los dibujos, aclara, pertenecen a los últimos años de la vida del creador. "No son bocetos preparatorios de sus esculturas, como podría pensarse. Están hechos de una manera muy rápida, mirando directamente a la modelo y no al papel. Después los calca, los siluetea y los colorea. Hizo muchísimos y son piezas muy delicadas. Es también la forma de expresión en la que se habla del erotismo de una manera más explícita".

El desnudo titulado La edad de bronce (1877) recibe al visitante. La humanidad del cuerpo masculino es tal, que Rodin tuvo problemas para convencer a la crítica de que era un trabajo tomado del natural y no un molde realizado a partir de una persona. "Eliminó todas las referencias hacia lo que hasta entonces había sido algo indiscutible: el canon clásico. Con Rodin, las esculturas pasan a ser de carne y hueso, se humanizan", explica el comisario.

En origen, el escultor presentó esta pieza sin título, como si rehusase bautizarla. A lo cual, la crítica también puso pegas. Un periodista escribió que se asemejaba a la figura de alguien a punto de terminar con su vida y la bautizó como El suicida. No le hizo demasiada gracia a Rodin, a juzgar por el hecho de que la tituló inmediatamente La edad de bronce.

Tras esta embriagadora experiencia aguarda Manos de amantes, obra de 1904. Esculpidas en mármol blanco, las dos manos se acarician con gran sensualidad. Con ellas, Rodin alcanza la máxima depuración formal. Las manos eran uno de los temas favoritos del artista. Cuentan que tenía montones de ellas en su taller. De todos los tamaños y de ambos sexos. En esta escultura se puede apreciar la influencia de Miguel Ángel en el tipo de bases que utiliza para sus piezas. Son soportes que dan una idea de inacabado. "Es", dice el comisario, "una forma de decir: ahí lo dejo. No lo acabo porque el mundo termina cuando yo lo decido". El non finito de Miguel Ángel es especialmente evidente en Fugit amor, una obra en la que un hombre y una mujer están fundidos en un abrazo. Una escultura que es necesario rodear totalmente para poder aprehenderla en todos sus detalles.

Desde el territorio confortable de la escultura, la exposición propone un salto al lado más oculto de Rodin. Es en sus dibujos donde volcó sus mayores obsesiones sexuales. La Europa oficial desarrollaba campañas contra el amor extraconyugal, la prostitución y la pornografía, las madres solteras y todo lo que escapase a la moral más estricta. Pero Rodin nunca se ahorró la expresión de sus pasiones. Sus muchísimas modelos se convierten en amantes ocasionales. Amigo de Gustav Klimt, podían haber rivalizado en número de hijos ilegítimos. Aunque si el austriaco accedía a cederles su apellido, Rodin nunca lo hizo. Ya se sabe que insaciable apetito sexual no suele corresponderse con la responsabilidad.

Todas esas modelos le inspiraron obras que saben ser tórridas al mismo tiempo que delicadas. Las protagonistas parecen a veces en poses relajadas, como de celebración, y otras, con rostros tan dramáticos que recuerdan a los de Egon Schiele o Edvard Munch. Todas ellas son mujeres desnudas de cuerpo y alma. 




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El origen del mundo, de Gustave Courbet



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jueves, 11 de julio de 2013

Humor ácido: Empleos biodegradables. (Reedición de la entrada publicada el 8/5/2008)






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Romeu (El País, 08/05/08)




De nuevo un poco de humor negro para endulzar la vida del trabajador... Por un lado, un contrato de trabajo de 90 minutos, que gana un Premio de Precariedad otorgado por la Juventudes de Izquierda Unida de Palencia. Por otro, la para algunos inexplicable página de beneficios de la banca española en época de vacas anoréxicas... ¡Mundo cruel!. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Mariano Rajoy, presidente del gobierno (2013)




"Un contrato de hora y media gana un premio de precariedad", 
Agencia EFE/Palencia - El País, 08/05/08

La crítica a la elevada precariedad del mercado de trabajo es, además de fundamentada (España, con un 31,7%, tiene la tasa de empleo temporal más alta de la UE), recurrente. Y el área de juventud de IU de Palencia ha optado por un enfoque irónico para volver a llamar la atención sobre este problema: un concurso que premia al trabajo más precario. En la modalidad de contrato de duración más breve, ganó un hombre de 35 años que firmó un contrato de hora y media a repartir en una semana de trabajo.

En la categoría de más contratos encadenados, el premio fue para un joven de 23 años que sumó 15 trabajos en 2005. Iván Fradeja, responsable del área de IU, agradeció el espíritu deportivo de los participantes -no reveló su identidad para evitar perjudicarlos en su búsqueda de empleo- y aseguró que varios concursantes habían sido excluidos por haber trabajado sin contrato y no poder demostrar la duración de sus empleos. Los ganadores serán premiados con un ejemplar del Estatuto de los Trabajadores, otro de la publicación Mundo Obrero y una estampa de san Precario. 





J.L. Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno (2008)





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Mitos. (Reedición de la entrada publicada el 11/5/2008)




Claude Lévi-Strauss




Hay un famoso libro de Claude Lévi-Strauss titulado "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (Fondo de Cultura Económica, México, 1968), todo un clásico de la antropología y la etnografía, en el que se analiza y desmenuza con absoluto rigor científico el mito de referencia de los "bororo", una tribu indígena del Brasil central, a la que el insigne investigador francés dedicó la mayor parte de su vida.

Con toda seguridad no es la pretensión del escritor Gustavo Martín Garzo la misma que la del profesor Lévi-Strauss, aunque su artículo de hoy en El País, "Las enseñanzas de Sherezade", se inicie con una definición bastante académica del concepto de mito, sino que se centra en la contraposición paradojica entre el mundo del "mito" y el de las "historias inventadas" con la conclusión de que el mundo del mito -y con él, el de la "verdad" de "su historia"- da a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





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El mito de Sherezade




"Las enseñanzas de Sherezade", por Gustavo Martín Garzo
El País, 11/05/08

Un mito es una historia que, afectando a toda una comunidad, es juzgada por sus miembros como verdadera. Según esto, frente a las historias inventadas, con las que los hombres entretienen su tiempo y avivan su fantasía, existirían las historias verdaderas, que nos hablarían de lo que íntimamente son.

Por ejemplo, las historias que se refieren al origen de las cosas son míticas. La historia del paraíso lo es para el universo cristiano y judío porque en ella se habla de la causa por la que empezó el exilio del hombre en la tierra. Y, en el mundo griego, la historia de Prometeo o la de Demeter y Proserpina son míticas, ya que en ellas se habla, respectivamente, del descubrimiento del fuego y de los ciclos productivos asociados a las estaciones.

Las historias míticas abarcan un espectro muy amplio y pueden referirse desde a grandes dramas del espíritu humano, como la expulsión o el éxodo, hasta a asuntos menores como la creación del vino o el origen de las flores. El narciso surge de la metamorfosis de un joven y bello pastor que se enamora de su reflejo en el agua; el heliotropo, que siempre mira al sol, es la forma que toma la ninfa Clitia al languidecer de amor; el laurel oculta el cuerpo tembloroso de Dafne; y los lirios son gotas de leche vertidas por la diosa Hera cuando alimentaba al pequeño Hércules.

Las historias verdaderas se oponen a las historias inventa-das en que, mientras que aquellas dicen la verdad de lo que somos, éstas no serían sino fórmulas complacientes que nos ayudarían en la tarea de hacer más gratas nuestras horas de soledad.

En nuestro universo cristiano, la conmemoración del nacimiento de Jesús es una historia verdadera, mientras que el cuento de La Bella Durmiente es una inventada. La primera afecta a toda la comunidad de creyentes; la segunda, pertenece a ese ámbito de la intimidad que es el espacio de la crianza de los niños. Pero no siempre es fácil distinguir unas de otras. Nada diferencia, por ejemplo, la historia de la Anunciación de las historias de Rapónchigo o de Blancanieves. Una muchacha que recibe la llegada de un ángel, y que concibe un niño llamado a ser el rey de los hombres, ¿no es el comienzo de un cuento de hadas?

Pero el niño posee un pensamiento mágico en que realidad y ficción se compenetran y fecundan y no tiene claro los límites que separan los dos mundos. Un niño pequeño cree con naturalidad pasmosa la historia de Noé, pero también la de San Jorge y el Dragón o la de Peter Pan, que es ese malicioso personaje que vive anclado en la infancia; por lo que esa distinción entre lo real y lo ficticio siempre le será extremadamente difícil de llevar a cabo, y sólo la intervención del adulto podrá ayudarle en esa tarea.

Al hombre arcaico le pasaba algo parecido. Pensemos, por ejemplo, en las historias de aparecidos. Nuestros antepasados tenían que enfrentarse al enigma de la muerte y aquellas his-torias de familiares que regresaban de sus tumbas a intervenir en el mundo de los vivos, lejos de ser un mero entretenimiento, tenían el carácter de historias verdaderas que estaban en la base de la constitución misma de lo real. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en información pero pobre en historias memorables, queriendo advertir, según creo, del empobrecimiento que había supuesto para el mundo del relato la pérdida de su sustrato mítico.

Curiosamente, la falta de referencias a esas historias verdaderas que constituyen la base del mito ha provocado un empobrecimiento tanto de la realidad como de la ficción. De lo que es sin duda un ejemplo ese mundo tan comentado de las leyendas urbanas, que en el mejor de los casos apenas sirven para otra cosa que para hacernos más grata la sobremesa. La ficción entendida como mero entretenimiento, como mundo paralelo que nos permite sortear el aburrimiento y el cansancio de lo real, termina por convertirse en un juego banal que apenas es capaz de provocarnos algún que otro estremecimiento. O dicho de otra forma, las ficciones nos pertenecen; las historias verdaderas no. Aún más, son ellas las que nos dicen lo que somos y lo que cabe esperar de nosotros. Es la misma diferencia que existe entre el mundo del secreto y el del misterio. El mundo del secreto pertenece al ámbito de la ficción, el del misterio al de la verdad. Somos dueños de nuestros secretos, pero es el misterio el que nos posee.

Pero el mito y el misterio han desaparecido de nuestras vidas, y el hombre contemporáneo ha dejado de creer que existan historias verdaderas. ¿Quiere decir esto que su vida se ha hecho más real? Más bien sucede lo contrario. Es la paradoja de los mitos, que a su manera son dadores de realidad. En los evangelios se nos dice que uno de los discípulos descubre al Jesús resucitado por la forma en que éste parte el pan en la mesa. Los restaurantes actuales entregan cartas de panes a sus clientes, pero es difícil que el pan llegue a tener para ellos la materialidad que tenía para los creyentes que escuchaban aquel relato. Incluso unas simples lentejas nunca serán las mismas para quien, tras crecer bajo el influjo misterioso de la Biblia, haya escuchado la historia de la traición de Jacob a Esaú. Es la paradoja del mundo del mito, y de sus historias verdaderas, que dan a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños.

El planteamiento de una obra como El Decamerón no es, en el fondo, distinto al de estos concursos en que un grupo de hombres y mujeres jóvenes se ven obligados a permanecer ais-lados frente a las cámaras de televisión. En El Decamerón era la peste la que les hacía huir, y entonces daban en contarse historias con las que trataban de distraerse de sus angustias, pero en las que también se preguntaban por el mundo del deseo, por el significado de la dicha y del dolor, y con las que trataban, en definitiva, de conjurar a la muerte. Lo que no sucede en absoluto en los programas aludidos, en los que asistimos a un cúmulo de despropósitos y tópicos que ratifican el radical descrédito de lo real que padece el mundo actual.


Sherezade visitaba al sultán cada noche y gracias al arte de sus relatos no sólo logró salvarse, sino salvar la vida de cuantas muchachas habrían tenido que sucederle en su lecho. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficción no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y así el mito vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos más sabrosos. Bien mirado, ¿no es ésa la aspiración del narrador? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena. 



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El escritor Gustavo Martín Garzo





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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

El fin de la Historia puede esperar. (Reedición de la entrada publicada el 31/7/2008)




Francis Fukuyama




¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukuyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? El polémico artículo, "El Fin de la Historia", publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro "El fin de la Historia y el último hombre" (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo, y fue ensalzado y criticado a partes iguales.

Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: "La Historia humana,
como lucha de ideologías ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, que demuestra que la única opción viable es la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas" (1).

Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. Es decir que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que dan forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historía. (.../...) Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal (el proletariado creado por el modo de producción capitalista) consiga "emancipar" a toda la humanidad".

Fukuyama habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo; Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.

El periodista y subdirector de El País, Lluís Bassets, escribe hoy en su blog ("Del alfiler al elefante"), un gran artículo, que transcribo más adelante, con el título de "La nueva lucha de clases", en el que comenta algunas de las razones del estrepitosos fracaso de la "Ronda de Doha" impulsada por la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, "Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. (.../...) Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado".

La "clase media", el motor de la Historia en occidente, parece declinar de manera acelerada en este mismo occidente que hasta hace sólo un momento despreciaba al resto del mundo... Marx y Fukuyama dan la impresión de haber errado en sus predicciones... Quizá nos lo tengamos merecido. Pero como buen escéptico (un optimista empedernido chamuscado por la experiencia) no pierdo la esperanza en un mundo mejor... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





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Dubai (Emiratos Árabes Unidos)





"La nueva lucha de clases", por Lluís Bassets
Del blog "Del alfiler al elefante", El País, 31/07/08

La buena globalización ha terminado. Quedan atrás los tiempos benéficos de desaparición de fronteras para el comercio, producto de grandes acuerdos multilaterales. Los más pesimistas trazan un cuadro tenebroso de regreso al proteccionismo y a los bloques comerciales. El fracaso de la Ronda de Doha de negociaciones para liberalizar el comercio mundial es una pésima señal en un momento de incertidumbre económica. Y cuando soplan malos vientos hasta los liberales más doctrinarios se convierten en partidarios de salvar los muebles de cada uno mediante el intervencionismo gubernamental. Sólo una sorpresa presidencial en Washington para el próximo año puede introducir un cambio de atmósfera que desatasque la Ronda de Doha. Y la sorpresa no es que sea Obama el presidente, sino que no salga proteccionista según una sólida tradición demócrata que ya desmintió Bill Clinton, acogido con prevención por los partidarios del libre comercio y luego en cambio entronizado como el presidente que más ha impulsado la globalización.

Cada vez se ve más claro que los dos mandatos de Bush han sido los años perdidos del siglo XXI. Naciones Unidas no se ha reformado. Su Consejo de Seguridad quedó herido de muerte después del debate sobre la guerra de Irak. La Unión Europea se halla exactamente en el mismo Tratado de Niza en que se encontraba cuando Bush se instaló en la Casa Blanca. Es evidente el fracaso de los esfuerzos por reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera, tal como se proponía el protocolo de Kyoto, debido principalmente a su boicot por el país que más ha contaminado en la historia. Y ahora fracasa la Ronda de Doha, también iniciada en el año mismo inaugural de Bush. Si Clinton actuó de abono y oxígeno para el crecimiento mundial y la aparición de una amplia sociología de clases medias en Asia y América Latina, Bush es el presidente que ha roto sus reglas en nombre del unilateralismo norteamericano y de sus derechos como superpotencia. Ahora, las potencias emergentes que le pisan los talones, China e India sobre todo, quieren también seguir sus pasos en cuanto a unilateralismo, sobre todo en comercio y medio ambiente.

Era casi imposible que la última tanda de negociaciones emprendida en Ginebra la pasada semana consiguiera cambiar el sentido de la marcha del mundo. Todo el voluntarismo y optimismo a chorros de Pascal Lamy, el director general de la Organización Mundial de Comercio, no ha podido con el espíritu del tiempo, que es proteccionista y hostil al multilateralismo, fiel al pésimo ejemplo predicado y ejercitado desde la Casa Blanca. El escollo que ha hundido el barco han sido las cláusulas de salvaguarda para la agricultura de esos países emergentes, más que escamados por anteriores oleadas liberalizadoras, en las que el abatimiento de barreras dejó sin defensa a los agricultores más pobres frente a la invasión de productos agrarios de países ricos. Aunque China e India se han encastillado en la defensa de la agricultura, en realidad han querido desafiar a Estados Unidos, y en menor medida a la Unión Europea, en un gesto que corresponde a la nueva estructura geopolítica del mundo. La pugna que se ha manifestado en Doha indica el signo de los tiempos: es la misma que se expresará en las negociaciones sobre cambio climático, entre los países ascendentes que aspiran a contaminar más en los próximos años, para contar con márgenes de crecimiento y de ensanchamiento todavía mayor de sus nuevas clases medias, y los países ricos que ya se han comido su ración de atmósfera y gracias a ello gozan de su situación privilegiada.

Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. Y quienes tienen las de perder son las clases más pobres, que no cuentan con Estados fuertes que les defiendan y se ven arrolladas por el ímpetu de los que suben (chinos e indios) y los miedos de los que bajan (europeos y norteamericanos). Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado. Esta lucha de clases no lleva a ninguna revolución, pero puede producir tensiones e incluso enervar indirectamente alguna situación conflictiva. De ahí la importancia de una distensión en Oriente Próximo y sobre todo entre Irán y Occidente. Pero donde estos arbitrajes deben producirse es en la OMC y en el panel de Naciones Unidas sobre cambio climático. Si su resolución no es multilateral, no podemos albergar duda alguna de que estamos sembrando las semillas de grandes conflictos que crecerán ya bien entrado el siglo XXI. 




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La ciudad-estado de Singapur






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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 10 de julio de 2013

A falta de palabras, pongamos imágenes. (Del blog "Pensando en la estación")









Sigo viva, sin ordenador, sin mucho que contar y sin ganas de escribir; será este maldito tiempo que quita las ganas de todo... (sique aquí).




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