viernes, 10 de octubre de 2025

DEL ARCHIVO DEL BLOG. TRUMP EN LA RED. PUBLICADO EL 13/10/2016

 






El título de esta entrada de hoy no constituye una metáfora, ni una alegoría, ni un deseo subliminal por parte del autor del blog de que el señor Trump, al que detesta cordialmente, se siga enredado en sus propias contradicciones y se pegue una buena hostia en las elecciones del mes próximo, aunque todo hay que decirlo, confío para que ello ocurra tanto o más en el enrevesado sistema electoral estadounidense como en el innato sentido de la libertad de sus conciudadanos.

¿Debemos descuartizar a Trump?, se pregunta el profesor de la Universidad de Oxford Timothy Garton Ash en El País. Para Trump, el engaño es una segunda piel”, señala al comienzo de su artículo. Es lo que me decía -señala- el otro día en Chicago, Nathan, propietario de una pequeña empresa. Yo no habría podido decirlo mejor. Según un análisis reciente, Donald Trump dice una mentira o algo que no es cierto aproximadamente cada cinco minutos. Los medios de comunicación estadounidenses mantienen un gran debate a propósito de cómo informar sobre este demagogo narcisista, fanfarrón, mentiroso, ignorante y peligroso. Pero los medios son parte del problema.

Todos parecen estar de acuerdo, sigue diciendo, en que los presentadores de televisión deben pedirle cuentas cada vez que mete la pata, como hizo Leslie Holt en el primer debate, y no mantener un falso equilibrio entre dos candidatos de calidad y seriedad muy diferentes, lo que la analista Brooke Gladstone llama el prejuicio de la equidad. “Ah, sí, profesor Smith, gracias por defender que la Tierra es redonda, y ahora voy a dar el mismo tiempo y respeto a Mr. Jones, que asegura que la Tierra es plana”. Un ejemplo reciente del prejuicio de la equidad es la cobertura que hizo la tímida e intimidada BBC de la campaña del Brexit.

Es interesante que incluso The New York Times, añade, haya abandonado su habitual imparcialidad y discreción. No sólo porque casi cada día publica dos o tres artículos que atacan a Trump, sino porque sus informaciones, además de incluir excelentes reportajes de investigación sobre Trump como hombre de negocios, farsante y racista, deslizan expresiones, adjetivos y adverbios peyorativos que la vieja dama de gris, antiguamente, no habría aprobado.

Entiendo a la perfección por qué el Times ha dejado su práctica habitual, comenta el profesor Garton. Como decía en un editorial, Trump es “el peor candidato propuesto por un gran partido en la historia moderna de Estados Unidos”. Es un peligro para la paz civil y el prestigio de su país en el mundo. Un amigo italiano lo compara con la reacción de La Repubblica ante el ascenso de Silvio Berlusconi.

Por desgracia, añade, la decisión de tomar partido puede reforzar una tendencia estructural que está corroyendo la democracia norteamericana. Estados Unidos ha defendido siempre la libertad de expresión y la prensa libre con el argumento —mencionado expresamente en la Primera Enmienda de la Constitución— de que es necesaria para el autogobierno democrático. Los ciudadanos, como hacían los antiguos atenienses cuando se reunían a los pies de la Acrópolis, deben poder oír todos los argumentos y pruebas para tomar una decisión informada y, por tanto, poder decir legítimamente que se autogobiernan.

Sin embargo, nos dice, el primer debate televisado entre los dos candidatos no fue más que un breve instante de experiencia común en la plaza pública. El resto del tiempo, los votantes están en su cámara de eco, oyendo opiniones que consolidan las suyas. Este efecto de cámara de eco se vio primero en Internet, con la burbuja informativa y el filtro burbuja, pero se ha convertido en un elemento fundamental de todo el panorama mediático, no solo en la Red y no solo en Estados Unidos. Existe una profusión descontrolada de fuentes de noticias y opiniones, con la correspondiente fragmentación. Los votantes de Trump se alimentan de Fox News, los programas de radio de derechas, sitios de Internet como Breitbart (cuyo jefe supremo es asesor de Trump); los votantes de Clinton, de MSNBC, NPR, PBS, sitios de Internet como Slate o el HuffPost, gente de su misma opinión en las redes sociales... y ahora el periódico anti-Trump, The New York Times.

Como Internet ha destruido, señala más adelante, el modelo de negocio tradicional de la prensa y, al mismo tiempo, permite una enorme abundancia de fuentes, todos compiten ferozmente por quedarse con las visitas y los clics en este terreno abarrotado día y noche: como si fuera el parqué de una Bolsa o la calle de un mercado en India. Hay que gritar. Cuanta más sangre y más rugidos, mejor. A las informaciones y los análisis matizados, equilibrados y basados en pruebas les cuesta hacerse oír. Las posibilidades tecnológicas, los imperativos comerciales y los cambios culturales se unen para convertir la democracia deliberativa en infotainment, en espectáculo.

La realidad televisiva vence a la auténtica, sigue diciendo. Trump, hombre de negocios y antigua estrella de un reality show, es al tiempo creador y producto de este nuevo mundo. En esta realidad alternativa, los hechos, las pruebas y las opiniones de expertos dejan paso a los mitos, las exageraciones, las mentiras y las simplificaciones (el “hagamos que América vuelva a ser grande” de Trump, el “recuperemos el control” del Brexit). Los historiadores de la propaganda saben que las mentiras se imponen por mera repetición, a base de atontar la mente hasta expulsar la verdad. Las cámaras de eco constantes de los medios sectarios y las redes sociales que refuerzan los prejuicios causan un efecto similar.

Una vez tuve la divertida experiencia de tener que defender un libro mío, Los hechos son subversivos, nos dice, en el programa satírico Colbert Report. “¡Qué dice —exclamó Stephen Colbert—, yo no quiero que los hechos me subviertan y me hagan sentirme incómodo, quiero cosas que me hagan sentirme bien!”. Colbert fue quien inventó el término truthiness para indicar esa cómoda verdad alternativa, la que nos gustaría que fuera. Pues bien, la realidad ha superado a su humor satírico. Trump es el maestro de la verdad alternativa. Aunque ya ha dejado de hablar de la partida de nacimiento de Obama, uno de sus comentarios después de que Obama la hiciera pública es un buen ejemplo: “Mucha gente tiene la sensación de que no era un certificado propiamente dicho”. Y yo tengo la sensación de que la Tierra es plana.

En el primer debate, añade poco después, Clinton soltó una frase muy ensayada: “Donald, sé que vives en tu propia realidad”. Y él replicó con otra frase menos practicada, más graciosa y muy reveladora: “Creo que el mejor miembro de su campaña son los grandes medios de comunicación”. Unas palabras propias de la retórica populista en todo el mundo, desde Estados Unidos a Francia y desde Polonia a India, con las que señala que sus partidarios son un grupo asediado por las poderosas élites liberales y que son la única “gente real” (una expresión que utiliza mucho Nigel Farage).

La distorsión, concluye diciendo, está más agudizada en la derecha populista, pero la polarización tendenciosa, los gritos simplistas y las cámaras de eco son un problema en todas partes. Estados Unidos tiene medios de comunicación libres, variados y sin censura, pero que cada vez tienen menos sitio en la plaza pública común. Existe allí un noble lema que nos invita a creer en el “mercado de las ideas”. Lo que estamos presenciando en estas elecciones es el fracaso del mercado de las ideas.

Ariel Dorfman, famoso escritor chileno que reside en Estados Unidos, relataba hace unos días también en El País una anécdota que le ocurrió hace unos años a su madre con las autoridades de inmigración en una de sus visitas a los Estados Unidos que, nos cuenta, podría repetirse -hasta convertirse en una pesadilla- con infinidad de visitantes no estadounidenses, si Trump lograra la victoria en las presidenciales de noviembre. Se titula Mi madre y las cerradas fronteras de Trump, y está escrito con la suficiente ironía como para no resultar ofensivo. 

Donald Trump, nos dice Dorfman, reaccionando antes los recientas ataques de terror, ha llamado al gobierno y la policía a que luchen – al mejor estilo Macartista- contra “el cáncer interno.” Y enseguida exclamó: “Me es incomprensible cómo pudieron haber ingresado a este país.” Evidentemente piensa que éstos y miles de otros criminales parecidos no fueron sometidos al escrutinio drástico (extreme vetting) que propuso como indispensable para bloquear en la frontera estadounidense a terroristas islámicos o propugnadores de la ley de la Sharia. Es dudoso que tales intentos de impedir el acceso de semejantes visitantes a suelo norteamericano tengan éxito alguno.

Hace mucho tiempo atrás, nos cuenta, mi madre, Fanny Zelicovich de Dorfman, que falleció hace mas de veinte aňos, tuvo que enfrentarse a un sistema de interrogación similar al que el candidato republicano patrocina. Su experiencia podría ayudarnos a esclarecer los inconvenientes y trampas que tales exámenes conllevan. Aunque Fanny solía contar de una manera graciosa su detención por oficiales de migración norteamericana, no hubo, desde luego, mucho de qué solazarse cuando ocurrió aquel episodio.

Mi hermana y yo nos enteramos de la desventura de nuestra madre el último día de estadía en un campamento de verano en Massachusetts (fue a fines de julio o tal vez de agosto de 1953), cuando no aparecieron nuestros padres para rescatarnos. Mi papá les había pedido a unos amigos de Boston que se encargaran de nosotros mientras él intentaba extraer a mamá del berenjenal en que se había metido.

El problema se produjo porque mi madre, habiendo acompañado a su marido en un viaje a Europa, decidió no volar con él de vuelta a Estados Unidos, sino hacer la travesía en un lento transatlántico para llegar a Nueva York donde, gracias a que mi padre argentino era un alto oficial de las Naciones Unidas, residíamos hacía nueve aňos, con visa diplomática. Lo que significó que mi madre estaba sola cuando tuvo su encontronazo con los agentes de migración.

Empezaron, dice, por dirigirle una serie de preguntas habituales: su nombre (¿Usa usted ahora o ha usado antes algún apellido diferente del actual?), su dirección, su estatus de residente y, entonces, envalentonados quizás por La Ley McCarran que había sido promulgada el aňo anterior pese al veto del Presidente Truman, decidieron sondear otros aspectos de su identidad.

Are you now or have you ever been a member of the Communist Party? (¿Es usted ahora o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?). Fue fácil para mamá responder. Rara vez osaba estar en desacuerdo con mi papá sobre lo que fuere, pero respecto al comunismo había disentido de sus fervientes simpatías bolcheviques, aunque siempre lo manifestaba en forma dulce, y con humor. A la hora de la cena anunciaba, con un destello travieso en los ojos, que había fundado una organización, el PCLRCLV (el Partido Comunista Levemente Reformado para Conservar La Vida), del cual ella era presidente, secretaria, tesorera y único adherente. De manera que pudo responder, con toda veracidad, que no, no era ni ahora ni nunca había sido miembro del grupo totalitario que los funcionarios de migración querían extirpar de América.

-¿Aboga por derrocar al gobierno de los Estados Unidos mediante el uso de la fuerza o la subversión?, le preguntaron. 

La pregunta era ridícula, nos dice, pero mi madre prefirió morderse la lengua. No le dijo que amaba muchas cosas del país (adoraba a Roosevelt), hasta el punto de que había contemplado hacerse ciudadana, pero la caza de brujas contra los Rojos, las investigaciones del Congreso en torno a actividades tildadas de antiamericanas, la cruzada de Joseph McCarthy en pos de la pureza ideológica, y la persecución de su propio marido e incontables amigos, le había tornado desagradable e irreconocible esta América de Lincoln. En efecto, ya estábamos planeando mudarnos a Chile. ¿Qué se ganaba con discutir tales asuntos con gente como aquella?

-No – dijo. -Claro que no.

Y finalmente la interpelaron con algo de veras sorpresivo:

-¿Tiene usted la intención de asesinar al Presidente de los Estados Unidos?

Mi madre no se pudo contener. Se río de una pregunta tan absurda, su única intención era bajarse del barco y reunirse con su esposo para que partieran al Norte a buscar a sus dos hijos. Pensó que una broma podría alivianar el proceso.

-Si yo fuera a asesinar al Presidente, ¿usted cree que se los diría?

Confiada de que su encanto pródigo le permitiría sortear siempre cualquier contrariedad, prosigue Dorfman su relato, se asombró de que inmediatamente le bloquearan el ingreso a los Estados Unidos y la mandaran a Ellis Island para que se investigaran a fondo sus actividades díscolas y posiblemente letales. A sus protestas de que se trataba tan solo de un chiste se le replicó: "Estas cosas no son como para reírse, señora Dorfman".

Las leyendas de la familia, sigue diciendo, y la inclinación narrativa irreprimible de mi mamá para exagerar en forma épica toda aventura sostienen que ella estuvo detenida durante tres días en esa isla frente a Manhattan donde durante décadas millones de inmigrantes habían sido depurados y registrados antes de entrar los Estados Unidos, pero pienso que su odisea probablemente no duró más que una larga noche. Lo que sí es cierto es que el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, tuvo que intervenir personalmente para convencer a los comisarios que la dicha Fanny Zelicovich de Dorfman no constituía amenaza alguna para la seguridad o el bienestar de la nación ni tampoco atentaría contra la salud o la vida de su Presidente.

Sesenta y tres aňos más tarde, concluye Dorfman su artículo, en medio de una era dominada por el miedo a lo foráneo y diferente – musulmanes en vez de Rojos como el enemigo, la ley Sharia en vez del marxismo doctrinario como filtro y enfoque -, el encuentro de mi madre con aquellos inquisidores y sus pesquisas, ofrece evidencia anecdótica de cómo el tipo de escrutinio drástico propuesto por Donald Trump, además de violar la constitución norteamericana, terminaría por apresar en la frontera a gente inocente como Fanny Zelicovich mientras criminales experimentados pasarían la prueba sin mayores dificultades. Aquellos que están verdaderamente decididos a causar devastación ocultarán sin duda sus propósitos (¿o no han recibido acaso un entrenamiento intensivo?), y aquellos que son tan ingenuos como para llevar a cabo una broma acerca de la paranoia vigente serán entregados a las manos ineficientes de la Homeland Security. Y eso, en efecto, es demasiado serio como para reírse.























DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, LA ETERNIDAD ANSIADA, DE CARLOS MARZAL

 








LA ETERNIDAD ANSIADA




De que el mundo no basta

y de que no es bastante una vida cualquiera

nos da perfecta cuenta

la manera en que algunos observan el futuro.


Se propagan (dicen que se propagan)

en hijos, en palabras, y que su descendencia

y sus escritos

les conceden la eternidad ansiada.

Por obra de sus frutos,

resucita el que fueron

y regresa a la vida en la vida de otros.


Esa ingenua ilusión —albergar la esperanza

de que se cobra vida mediante la memoria—

nos da perfecta cuenta

de lo frágil y de lo lamentable

que es la ciudadanía.


La eternidad, si fuera,

si en verdad contuviese una brizna de vida,

y no sólo la prueba de nuestra insuficiencia,

no sería jamás vida que otros viviesen

en lugar de nosotros.

La eternidad, si fuera,

sería vida eterna, es decir, que esta vida

se prolongara ahora eternamente,

llegar a serlo todo

en todos los instantes, bajo todos los precios,

a sangre y fuego siempre, bajo cualquier

desánimo y bajo cualquier tedio.


Lo demás, mientras tanto,

es un enorme equívoco

que propician las lenguas naturales

y la falta de orgullo de los hombres.




CARLOS MARZAL (1961)

poeta español

























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY VIERNES, 10 DE OCTUBRE

 




























jueves, 9 de octubre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 9 DE OCTUBRE DE 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 9 de octubre de 2025. Parte del electorado natural de la izquierda se gira hacia la derecha y culpa a aquella de su situación, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy la psicoanalista Lola López Mondejar. En la segunda, un archivo del blog de noviembre de 2019, hablaba del abusivo control de nuestras actividades más privadas e íntimas que las nuevas tecnologías ejercen sobre nosotros, y lo que es peor, con nuestro consentimiento tácito. El poema del día, en la tercera, lleva por título Creación, es del poeta italiano Cesare Pavese y comienza con estos versos: Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba./Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora./Mis compañeros duermen todos. La clara jornada/se me revela más limpia que los rostros aletargados. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












DE LA AUTOINCULPACIÓN AL ODIO

 







Parte del electorado natural de la izquierda se gira hacia la derecha y culpa a aquella de su situación, escribe en El País [[De la autoinculpación al odio, 06/10/2025] la psicoanalista Lola López Mondejar. El pasado agosto, comienza diciendo López Mondejar, se publicó en este periódico un amplio artículo, firmado por Ángel Munárriz, titulado ”Abascal gana fuerza entre obreros y parados y se acerca al umbral de Le Pen", donde se informaba del aumento de los apoyos a Vox entre los desempleados, los asalariados y quienes se consideran pobres. Se trata de ciudadanos que no votan políticas progresistas, a pesar de que son estas, precisamente, las que han incrementado el salario mínimo interprofesional, aumentado las pensiones, defendido la sanidad y la educación públicas, o intentado, intento frustrado por la derecha, reducir la jornada laboral. A pesar de todo lo anterior, parte del electorado natural de la izquierda se gira hacia la derecha y culpa a aquella de su situación.

Pablo López Calle ha investigado la subjetividad precaria en las periferias metropolitanas desindustrializadas, mediante entrevistas realizadas a jóvenes trabajadores de Coslada que sufrieron la crisis de 2007. Jóvenes que, en época de bonanza, dejaron pronto la enseñanza en busca de oficios manuales que ofrecían salarios bien remunerados y que, tras la recesión económica, se encontraron en situación de desempleo sin cobertura, abocados a vivir con sus padres o a volver a formarse para acceder a otras profesiones supuestamente mejor pagadas. Su insuficiente formación inicial les impedía optar al escaso trabajo decente disponible, continúa el autor, lo que les llevó a soportar situaciones de “infraempleo y sobreexplotación”. Notemos que se trata de las mismas condiciones materiales que hoy encontramos en los potenciales votantes de Vox a los que se refiere Munárriz.

Hace menos de diez años, López Calle observaba en estas clases populares una subjetividad, es decir, un modo de saber y representarse a sí mismo, que tenía conciencia de su precarización, que sufría el duelo por la pérdida de estatus, y también, y esto es lo que más nos interesa aquí, una subjetividad que se culpaba, psicologizaba y consideraba problemas individuales los conflictos colectivos que le afectaban. Es lo que se conoce como individualizar la queja. Tratar de convertir en problemas personales los problemas sistémicos es una práctica común del neoliberalismo, como sabemos. La crisis económica fue vivida entonces como un episodio traumático, un shock que se interpretó como un conjunto de errores colectivos y personales, un pecado involuntario, lo llama López Calle, vinculado con una naturaleza débil o con elecciones personales equivocadas, entre otros factores.

Lo que quiero destacar es que el desclasamiento, la precarización, la falta de reconocimiento social que la pérdida de un trabajo más digno comportaba era interpretado por los afectados como efecto de una mala gestión de sus recursos personales, con el consiguiente correlato de culpa, depresión y otras patologías del reconocimiento, como son la pérdida de aprecio social, en palabras de Axel Honneth, que afectan a quienes pierden el sostén identitario que el trabajo y el acceso a los bienes materiales e intangibles que este proporciona.

En apenas una década, insisto, una parte de quienes hoy ven disminuidas sus oportunidades laborales y sociales ha pasado de aquella autoinculpación a la exculpación actual. Esta población desfavorecida ya no se instala en la dolorosa rumiación culposa de entonces, sino que identifica primero a un culpable de su situación, para deshumanizarlo y convertirlo en chivo expiatorio después: los inmigrantes y el Gobierno, proyectando sobre ellos el odio que genera su pobreza, el agudo resentimiento que experimentan quienes observan cómo descienden sus expectativas de prosperidad. Un odio que, en ocasiones, incitado por las arengas de Abascal y compañía, se vierte de manera casi letal, como vimos en los sucesos del pasado verano en Torre Pacheco y Hortaleza.

La autoinculpación reflexiva caracterizaba el modo en que eran socializadas las mujeres en el patriarcado tradicional; mujeres que nos sentíamos fácilmente culpables de cualquier conflicto, de ahí que la depresión la sufra casi el doble la población femenina. La exculpación, por el contrario, es una característica central de la socialización de los varones, especialistas en culpar a otros de sus errores, eludiendo así la reflexión y el aprendizaje, y manteniéndose en una satisfactoria situación de poder. De ahí que la expresión del malestar psicológico entre ellos se manifieste con irritabilidad, comportamientos de riesgo o aislamiento, antes que con tristeza depresiva, que permanece subyacente.

La autoinculpación es dolorosa, produce una hemorragia narcisista difícil de manejar, genera una pasividad que es fruto de la impotencia, mientras que la exculpación reactiva es consoladora: no soy yo el culpable, es el otro, pudiendo generar actuaciones impulsivas para recuperar el control que se siente perdido. Es el inmigrante quien me quita el trabajo, alarga las listas de espera de los hospitales, me roba los recursos de un Estado que no hace lo suficiente por los suyos y protege a los extranjeros; son los inmigrantes quienes convierten España en un país más inseguro. Reconocerán en estas afirmaciones el argumentario más recurrente entre los dirigentes y los votantes de Vox, tan masculinos ellos.

A efectos de esa exculpabilización gratificante no importa que nada de esto sea cierto. Que los inmigrantes no nos quiten el trabajo sino que desempeñen aquellos que los nacionales no queremos hacer, que tengan una buena salud y no frecuenten los hospitales con la insistencia que ellos afirman, o que no se beneficien de esos recursos que sienten amenazados quienes los acusan, pues los trabajadores extranjeros suponen casi un 14% de las aportaciones a la Seguridad Social. No importa que, según datos del Ministerio de Interior, el aumento de extranjeros no haya incrementado los delitos, sino que la criminalidad en España haya disminuido un 0,3% en el último año. Y no importa porque el uso de la razón está reñido con la exculpación impulsiva, que se instala cómodamente como mecanismo de defensa debido a su capacidad de reparar de inmediato cualquier herida, proporcionando potencia y expulsando de sí la responsabilidad. Al proyectar el odio sobre el chivo expiatorio elegido se mantiene intacta la autoestima, dando un sentido simplista y reparador a cualquier malestar. El mecanismo es muy utilizado por los hombres maltratadores, que culpan indefectiblemente a sus mujeres de los reveses que les proporciona la vida, mientras ellas se autoinculpan. Y la extrema derecha y la derecha extrema han sabido capitalizar el descontento, potenciándolo, para hacerse con las simpatías de miles de jóvenes precarizados por un sistema económico capitalista, caníbal y deshumanizado. La culpa que siguió a la crisis anterior se convierte en acusación y odio, en la separación radical entre un nosotros y un ellos, en una peligrosa designación de un culpable al que estigmatizar y desear destruir.

Sin embargo, culpar exclusivamente a la ultraderecha y a la derecha de esta dinámica es caer en el mismo error exculpatorio que ellos, pues está claro que los partidos progresistas han contribuido sin proponérselo a este peligroso giro al no atender suficientemente a las condiciones materiales de la población más vulnerable, entre las que la precarización laboral y la falta de vivienda serían las más urgentes, pues privan de agencia y de futuro, aumentando el rencor.

La rectificación está llegando, esperemos que no sea demasiado tarde. Urge para el bien de todos una reflexión profunda que identifique las causas ocultas tras ese malestar desesperado. Urge hacer autocrítica y enmendar. No hay tiempo que perder. Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora, premio Anagrama de Ensayo de 2024 por Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad.












DEL ARCHIVO DEL BLOG. CONEJILLOS 4G. PUBLICADO EL 18/11/2019

 








A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy,  de la escritora y periodista Luz Sánchez-Mellado, sobre el abusivo control de nuestras actividades más privadas e íntimas que las nuevas tecnologías ejercen sobre nosotros, y lo que es peor, con nuestro consentimiento tácito. Les dejo con él.

"El 9 de octubre, -comienza diciendo Sánchez-Mellado-, entre el petardeo de whatsapps, el goteso¡o de gmails y los trinos de Twitter, recibí una notificación de Google Maps que me dejó de fibra óptica. Que sí, que vale, que ya supongo que he debido de aceptar hasta que me empalen, y que puedo evitar estos episodios si cancelo la ubicación, el micrófono, la cámara y los datos y vuelvo a usar el teléfono como si fuera un teléfono y no un criado para todo a cambio de dejarme analizar hasta las heces. Pero ese es otro debate. Lo que me dejó de grafeno fue el contenido y no el continente. “Tus actividades de septiembre”, se titulaba el mensaje, y, al abrirlo, casi me obro encima. Según el geolocalizador, ese mes estuve en siete ciudades, visité 15 establecimientos, anduve seis kilómetros y pasé 59 horas a bordo de un vehículo con el móvil a cuestas. O sea: de casa al coche, del coche al atasco, del atasco al curro y del curro a casa, pasando por la gasolinera y el supermercado. Qué pena me di de mí misma. Además de constatar que mi vida es una mierda y de jurarme que el lunes vuelvo al gimnasio que llevo dos años pagando sin ir por si me animo, confirmé mis peores sospechas de que mi móvil me conoce mejor que mi tocólogo.

Recordaba todo esto el martes, cuando transcendió que el INE va a pagar a las operadoras para que nos rastree, saber cómo nos movemos y poder articular soluciones logísticas. A pesar de que dicen que se trata de información anónima y en bruto, la indignación ha sido un tsunami. Pertinente. Pero me plantea la paradoja de por qué rechazamos que un organismo público sepa nuestros movimientos mientras que a Google le damos nuestra sangre si nos la pide. Sobre el éxito del rastreo, será parcial en cualquier caso. Las grandes preguntas —¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿por qué empieza esta noche la tercera campaña electoral en un año?— seguirán sin respuesta. En cuanto acabe la turra vuelvo al gimnasio".























DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, CREACIÓN, DE CESARE PAVESE

 







CREACIÓN




Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.

Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.

Mis compañeros duermen todos. La clara jornada

se me revela más limpia que los rostros aletargados.


A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo

o a gozar la mañana. No somos distintos,

idéntica claridad respiramos los dos

y fumamos tranquilos para engañar el hambre.

También el cuerpo del viejo debería ser sano

y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.


Esta mañana la vida se desliza por el agua

y el sol: alrededor está el fulgor del agua

siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al

descubierto.

Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto

y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,

y la inmovilidad. Estará la compañera

-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su

voz.

No hay voz que quiebre el silencio del agua

bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca

bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.

Estremece sentir la mañana que vibre,

virgen, como si nadie estuviese despierto.




CESARE PAVESE (1908-1950)

poeta italiano