Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 8 de agosto de 2025. La falta de incentivos de la política para atraer a los más preparados hace que esas personas de valía acaben refugiándose en puestos de la sociedad civil, esquivando el servicio público, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo Fernando Vallespín. En la segunda, un archivo del blog de julio de 2015, decía HArendt: Puede parecer pueril que metidos en una crisis económica como la que afectaba al mundo en aquellos momentos, verano de 2008, y que sigue aun; de disputas territoriales que no han cesado; de acciones terroristas que se han incrementado hasta el paroxismo; y de unas olimpiadas perfectas en lo material (Pekín) pero que dejaron mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos, alguien, aunque ese "alguien" fuera tan representativo del mundo de la inteligencia como la estadounidense Universidad de Berkeley, en California, se ocupara de organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados protagonizados, ¡como no!, por la familia Simpson. El poema del día, en la tercera, se titula, A un roble tarde florecido, está escrito por el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, y comienza con estos versos: Un desmedrado roble sin verdor/que seco ayer a todos parecía,/hijo del páramo y de la sequía,/próxima víctima del leñador,/que era como una niña sin amor... Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
viernes, 8 de agosto de 2025
DE LA TITULITIS Y EL SECTARISMO
La falta de incentivos de la política para atraer a los más preparados hace que acaben refugiándose en puestos de la sociedad civil, esquivando el servicio público, escribe en El País [La ridícula guerra de los currículos, 030/8/2’25] el politólogo Fernando Vallespín. Una de las principales funciones de la formación universitaria, comienza diciendo, es acreditar para el ejercicio profesional; no se requiere, sin embargo, para ser político. La característica fundamental de esta profesión es que está abierta a cualquiera. Winston Churchill, uno de los más ensalzados por su capacitación para esta actividad, nunca pisó una universidad; fue a una academia militar. Otro tanto ocurre con muchos otros de los grandes, como Willy Brandt, quien cursó un par de carreras, pero por contingencias de la guerra nunca llegó a completar sus estudios universitarios. Si acabaron sobresaliendo no fue, pues, gracias a sus estudios formales, sino por su capacidad casi natural para el liderazgo, su compromiso cívico y sus inclinaciones autodidácticas.
Por otro lado, como sabemos bien por el rendimiento de algunos políticos británicos salidos de Eton y Oxbridge, esta educación de excelencia no garantiza sin más el éxito en la política, como tampoco el haber pasado por la ENA en el caso de los franceses. Sería ridículo ignorar que poseer una gran formación universitaria de base otorga una cierta gravitas a quienes la tienen. Muchos sectores sociales la reclaman de sus representantes, pero por sí misma no anticipa grandes resultados en un mundo con reglas y cualificaciones propias como es el de la política; muchas de ellas no se estudian en ningún campus. Por todo lo anterior, el que algunos de nuestros políticos se vieran en la necesidad de meter este u otro máster o carrera en su biografía se me antoja ridículo; el problema es que mintieron, no que no tuvieran dicha formación.
Más grave me parece el caso inverso, que aceptemos sin más la designación para determinados puestos de personas que carezcan de toda una serie de cualificaciones imprescindibles para su ejercicio. Las dotes de liderazgo, por ejemplo, no sirven sin más para ostentar cargos de perfil tecnocrático. Pero en estos casos se suelen ocupar como retribución por los servicios prestados al partido; o con personas leales antes que con las verdaderamente capacitadas para ejercerlos. Otras veces hay dificultades para elegir a las personas idóneas porque las más cualificadas ni están ni se las espera en la política. Como sabemos, esta es una observación corriente: la falta de incentivos de la política para atraer a los más preparados, que acaban refugiándose en puestos de la sociedad civil y esquivan el servicio público.Al final, todo revierte sobre la tan denostada “profesionalización” de la política, que la convierte en una carrera con rasgos propios. Lo que ahí importa no sería ya tanto el tener esta u otra formación cuanto la fidelidad al partido al que uno se adscribe. El peligro aquí, como ya advertía Max Weber, es que se acaba viviendo de la política en vez de para ella. En este último caso, lo importante sería el ”dar sentido a una vida al servicio de una causa”, la política como vocación; en el otro, “se convierte en una profesión como cualquier otra”, se limita a ser una fuente de ingresos o estatus. Y, cabría añadir, acaba convirtiendo a sus beneficiarios en seres más propensos a seguir las disciplinas y el group-think del partido que en seres con capacidad para pensar por sí mismos y mantener siempre vivo un espíritu crítico, que es lo que algunos consideramos que debería ser el proceso educativo auténticamente logrado. Al final, lo importante en un político no es que tenga un máster en Oxford o un doctorado en gestión pública; lo que importa es que crea en una causa y goce de la suficiente autonomía para no sucumbir a las dinámicas uniformizadoras del partidismo rampante en el que vivimos. El problema no es la titulitis; es el sectarismo. Fernando Vallespín es politólogo.
[ARCHIVO DEL BLOG] FILOSOFÍA PARA ANDAR POR CASA. PUBLICADO EL 16/07/2015
Pero así fue. Y al parecer la serie dio para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explicaron en su día con todo lujo de detalles en el diario El País. No se lo tomen a broma, porque no lo fue. Y merece la pena leer, aun hoy, lo que escribieron al respecto. Personalmente, en lo que a mí concierne, retomé la serie y reconozco que comencé a mirarla y disfrutarla con ojos menos inocentes. Y que aprendí algunas cosas de esa filosofía para andar por casa que los Simpson desprenden. En su artículo "Pienso, luego... ¡mosquis!", el escritor Jordi Soler lo contaba con humor, y a él les remito. En la Universidad de Berkeley, decía, se impartía un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota a lo largo de un semestre, comentaba, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico.
Por su parte, el también escritor Eloy Fernández Porta, dedicaba su artículo, "Esta niña está en mi cabeza", al personaje de Lisa. El único personaje indispensable de Los Simpson, decía. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. En la escuela de Estados Unidos, añade Eloy Fernández, no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental". Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. No dejen de leerlos en los enlaces de más arriba. Y por supuesto, disfruten de la familia Simpson y de su filosofía para andar por casa, de la que les dejo aquí algunos de sus aforismos más célebres: - Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso. - Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman. - Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda. - Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, A UN ROBLE TARDE FLORECIDO, DE JOSÉ CORONEL URTECHO
A UN ROBLE TARDE FLORECIDO
Un desmedrado roble sin verdor
que seco ayer a todos parecía,
hijo del páramo y de la sequía,
próxima víctima del leñador,
que era como una niña sin amor
que en su esterilidad se consumía,
con la lluvia de anoche ¡oh, qué alegría!
ha amanecido esta mañana en flor.
Yo me he quedado un poco sorprendido
al contemplar en el roble florido
tanta ternura de la primavera,
que roba, en los jardines de la aurora,
esas flores de nácar con que enflora
los brazos muertos del que nada espera.
JOSÉ CORONEL URTECHO (1906-1994)
poeta nicaragüense
jueves, 7 de agosto de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 7 DE AGOSTO DE 2025
DE LAS GUERRAS QUE LOS EUROPEOS VAMOS PERDIENDO
La agresión rusa, la ofensiva comercial de Trump, las maniobras industriales chinas y la masacre israelí en Gaza componen un terrible retrato de debilidad de la UE y urge una respuesta radical, afirma en El País [Europa afronta cuatro guerras: las está perdiendo todas, 02/08/2025] el analista político Andrea Rizzi. La Unión Europea se enfrenta a cuatro graves conflictos, comienza diciendo Rizzi, y esta perdiendo en todos ellos.
El primero es militar: la agresión de Rusia contra Ucrania. El segundo es comercial: la ofensiva arancelaria de Trump. El tercero es económico-productivo: la maniobra de China para dopar con respaldo público su capacidad manufacturera, echándonos de facto de su mercado e inundando el nuestro. El cuarto es moral. Es la devastación israelí en Gaza, a la cual, como bloque, asistimos inertes. No es un asalto dirigido contra nosotros, pero, igualmente, en él perdemos algo tan grande como nuestra honorabilidad.
En el frente ucranio, no sufrimos una derrota rotunda y definitiva. Pero cabe observar que la intensidad de los bombardeos rusos está en alza, golpeando física y anímicamente cada vez más la población del país invadido. Las tropas del Kremlin ganan, poco a poco, terreno. Las sanciones no han impedido a la industria de defensa rusa reconfigurarse alcanzando niveles de producción formidables; las ayudas a Kiev no bastan para contener el empuje de la ofensiva. La sumisión ante Donald Trump —sea en materia de gasto militar en la OTAN, sea en relaciones comerciales— es la prueba de nuestra total ineptitud para sostener solos ese frente. Necesitamos a EE UU, y el temor a que nos abandone explica las genuflexiones en buena medida.
El pacto comercial es otra derrota. Evita tal vez daños mayores, mantiene algunos sectores exentos de aranceles, en el del automóvil mejora la situación preexistente, retiene la capacidad reguladora sobre los gigantes digitales. Pero no hay que confundirse: es una derrota, en la sustancia, y también en la forma, con esa pleitesía al emperador en su campo de golf.
También perdemos inequívocamente en el enfrentamiento económico con China. Como ha correctamente señalado el economista Brad W. Setser, la de Pekín también es una guerra comercial contra Europa, y la está ganando. Lleva adelante desde hace tiempo una gigantesca operación de apoyo público a sectores manufactureros cruciales —después de haber impuesto cesiones forzosas de tecnología extranjera—. Ahora, progresivamente, echa de su mercado a competidores europeos y va inundando el nuestro por la vía de ese dopaje público. Sectores clave de nuestra industria sienten la presión estrecha en la yugular.
Perdemos además de forma indignante en cuanto a la masacre israelí en Gaza. Algunos Estados, con España a la cabeza, han actuado de forma digna. Pero en conjunto permanecemos inertes ante hechos que encajan de forma cada vez más cristalina con la definición de genocidio según el derecho internacional. El veto de algunos impide que la UE haga incluso lo mínimo, es decir, suspender su acuerdo de asociación con Israel por manifiesta violación de derechos humanos. Pero seamos claros: Alemania no solo bloquea eso, es que directamente ha seguido entregando armamento a Israel. En conjunto, es una ignominiosa renuncia a sostener nuestros principios fundacionales —de lo cual toma buena nota el resto del mundo—. Un desastre moral y político.
Las culpas, conviene tenerlo claro, son de muchos. Es fácil disparar contra Ursula von der Leyen por la claudicación comercial, pero es evidente que su penoso desempeño viene de debilidades y divisiones subyacentes, de las realidades de facto y del mandato conferido por los Estados miembros. Sobre Israel, no solo Alemania bloquea: también Italia, Hungría, y otros. Sobre la embestida comercial china, Alemania también tiene culpas, con un largo historial de ceguera ante lo que se gestaba. Pero Francia es quien bloquea empecinadamente la culminación del pacto con Mercosur, elemento clave de esa necesaria diversificación comercial.
Francia también es quien insiste mucho en la cláusula del comprar europeo en Defensa (correcto) pero cuyo subtexto parece ser más bien comprar francés, con escasa propensión a la colaboración necesaria (equivocado). España, tan europeísta en muchos frentes, está en el absoluto furgón de cola en cuanto a solidaridad en defensa. Se ha descolgado del excesivo objetivo de gasto militar del 3,5% de PIB (con ulterior 1,5% en gastos asociados) quedándose en un raquítico 2,1% —¡qué casualidad!, justo lo que ya tenía previsto, ni un paso más, a no ser que alguien proteste—, y siendo, según los cálculos del Instituto Kiel, uno de los más rácanos sostenes de Kiev en cuanto a ayuda militar. Conviene insistir en recordar el dato: desde el inicio de la invasión rusa hasta finales de abril de 2025, Estonia ha suministrado ayuda militar a Ucrania por valor de 900 millones de euros; España, país incomparablemente más grande, 840 millones. España, por supuesto, hace de otras formas aportaciones significativas. Pero, en proporción a su tamaño, son realmente modestas. El listado de las responsabilidades puede seguir con aquellos que frenan la culminación del mercado financiero —de nuevo, Alemania en primera fila—, la emisión de nuevos eurobonos —el clan de los halcones—, de un presupuesto más amplio, y un largo etcétera.
La debacle no es definitiva. Pero para levantarnos debemos entender la dureza de la derrota que estamos sufriendo, en todos los frentes. Las soluciones son claras, y tienen un común denominador: más integración. Culminar el mercado común para ser más resilientes y productivos; impulsar inversiones comunes para proveer bienes públicos europeos y favorecer innovación de manera equilibrada; más coordinación en el sector de la defensa. Si no lo hacemos, las consecuencias también son claras. No es que las grandes fieras nos comerán en el futuro. El escozor que notamos son ellas mordiendo nuestras extremidades, y lo que ocurrirá es que seguirán hasta las entrañas de la débil presa. Andrea Rizzi es analista de política internacional.
[ARCHIVO DEL BLOG] EL CARRO DE HENO. PUBLICADO EL 24/09/2016
Ante la inminente clausura de la exposición sobre El Bosco en el museo del Prado, el autor se coloca en la piel del pintor y reflexiona sobre el significado de lo misterioso, lo deforme y lo maldito en su obra, comenta el El País [El carro de heno, 24/09/2016] el escritor Gustavo Martín Garzo. Se dice que no he amado a los hombres, que mi obra nace del disgusto que me provocan sus apetitos, sus ansias de poder, su insaciable egoísmo, poniendo sus palabras en boca del pintor.. Se dice que en mis cuadros sólo hay fealdad y locura, que fui un pintor excéntrico y visionario, obsesionado con ese infierno que a casi todos aguarda a causa de los pecados. Mas se olvida que en aquel tiempo solo se pensaba en la muerte. Era normal casarse a los catorce años, tener hijos inmediatamente y morir antes de cumplir los treinta. Una vida corta y no muy feliz así era la vida de casi todos. Y con la muerte llegaba el juicio, y te esperaban el infierno o el purgatorio o, con un poco de suerte, el cielo. Se vivía en mundo lleno de demonios y ángeles, y mis cuadros debían servir para hacer ver a hombres y mujeres los peligros que corrían si abandonaban la senda de la doctrina cristiana.
Se dice que pocos han pintado infiernos más temibles que los míos. Dragones, culebras, peces y escuerzos, se mezclan en ellos con guerreros y soldados torturadores, con flechas, ollas y trompetas, con fogatas y ruinas. Animales y hombres se confunden entre sus llamas dando lugar a criaturas repugnantes que simbolizan las abyecciones humanas y los desvíos de la sexualidad. En mi Tríptico del Juicio Final, algunos cuerpos son mordidos por serpientes, otros se abrasan en hornos. Un demonio femenino con patas de ave cocina a un desdichado a fuego lento junto a dos huevos blancos. Pero esa criatura con un embudo en la cabeza, el enano con sombrero rojo y cola de lagarto, la cabeza con piernas que lleva un naipe en la boca, los hombres ruedas, la monja que cocina cuerpos humanos, ¿acaso no son como las criaturas que en las ferias nos consuelan con sus risas de las miserias de la vida? Aún más, ¿no hay en esas obscenidades y locuras algo que nos obliga a prestarles atención?
No me hice famoso por defender ante los hombres la doctrina cristiana, sino porque me transformé en su bufón. Así fue como mi nombre no tardó en ser conocido en las cortes de Europa. Los príncipes pagaban grandes sumas por mis cuadros, y se formaban colas interminables para contemplarlos. Querían que les mostrara ese carro de heno que nunca se agota, que les hablara del cuerpo que lo roba, que lo esconde entre las ropas, de esa belleza inexplicable que hay en todo lo condenado: el sexo, las pasiones, los sueños.
¿Habéis visto cómo en las catástrofes los niños siempre encuentran la manera de entregarse a sus juegos y así unos dan en bañarse en las calles que el agua inunda, otros en deslizarse por los tejados hundidos por el peso de la nieve, y otros más en levantar sus moradas entre las vigas de la ciudad destruida por las guerras? ¿Les habéis visto jugar con los objetos que flotan en el agua, buscar en los campos de batalla las armas de los soldados muertos, jugar en las ramas del árbol en el que ayer mismo alguien se ahorcó? Yo era como ellos, mi reino eran las ruinas del corazón humano. El árbol del ahorcado donde juegan los niños, eso es toda mi obra.
No era un rebelde, nunca lo fui. Creía que la pintura debía transmitir un mensaje moral, advertir de los peligros que acechan al alma que renuncia a la pureza. Sé que muchos opinaban que estaba loco, que en mis monstruos y quimeras alimentaban extrañas herejías que hacían del cuerpo y de los excesos su única razón de ser. Pero yo no era distinto a los miniaturistas que adornaban los libros de los códices, los salterios y los libros de horas con todo tipo de criaturas extrañas, e incluso en mis cuadros más queridos, los que contienen las imágenes de mi devoción, no podía evitar introducir ese mundo de lo deforme y maldito. Y mentiría si dijera que no gozaba al hacerlo. Algo me decía mientras pintaba que no debemos abandonar prematuramente esa vida desfigurada, que saldremos ganando si no lo hacemos.
Siendo ya mayor pinté el cuadro que entre todos los míos es el que prefiero. Lo llamé La variedad del mundo, aunque a causa de su panel central, todos lo conozcan por El jardín de las delicias. Sus árboles están llenos de frutos rojos. Son los frutos del árbol de la vida por eso en el jardín todos están desnudos, todos danzan en torno a una pequeña laguna llena de muchachas que juegan. Un reino de silencio, donde se habla el lenguaje de las cosas mudas, así es mi jardín.
No están ahí nuestros recuerdos sino lo que hemos olvidado: un mundo de fuentes de ámbar y de secretos de los que no somos dueños. Es inútil que preguntéis por su significado, pues todo lo que pasa en él es indecible. Esa mujer que ofrece a su compañero un fruto rojo, ¿por qué se lo da a probar? Y los amantes que viven en el interior de una manzana ¿qué hacen? Ese ave delgadísima y el árbol que crece a su lado, ¿por qué están ahí, de quién es la pierna que asoma sobre el agua? ¿Qué hacen los grupos de jinetes o las jóvenes que se bañan en la laguna central?
Es inútil que preguntéis por el significado de mi jardín, pues todo lo que pasa en él es indecible
Cada cosa, cada criatura guarda un secreto que ni yo mismo, que todo lo pinté, podría explicar, ¿pues acaso un pintor sabe lo que hace? No, no lo sabe, pues la pintura solo nos espera en el punto en el que no nos estaba destinada, donde no era para nosotros. Somos entonces como aquellos judíos que durante el éxodo, y cuando más desesperados estaban, asistieron al milagro del maná. Estaban perdidos y hambrientos, creían que nada bueno volvería a sucederles y vieron aquellos copos blancos cayendo del cielo, y cómo en su boca se transformaban en la fuente de las delicias. Eso es lo que significa la palabra maná en su lengua: qué es. Veían caer aquella hermosura y se preguntaban qué es.
Fijaros ahora en mi jardín. ¿Acaso no veis caer los copos blancos? ¿No veis como todos quieren probarlos? Fijaros en las muchachas que hay en la laguna central. Algunas llevan frutos rojos en la frente, otras dialogan con garzas y cornejas, las de raza blanca se mezclan con naturalidad con las de raza negra. No sabemos qué hacen allí, qué esperan, se comportan como si pensaran que les basta con extender sus manos para tomar lo que quieren.
Ved ahora el círculo de los jinetes. Unos llevan huevos o peces, otros se cubren con pétalos inmensos o hacen acrobacias sobre sus monturas, que unas veces son caballos, otras dromedarios, cerdos, vacas, leones. ¿No les veis alzar las manos, adoptar todas las posturas inimaginables como esperando recoger eso que cae del cielo? Y todos los otros, los que en círculos aún más amplios reposan en la hierba, se ocultan en mejillones o vainas o se transforman en flores, qué esconden, por qué necesitan buscar los lugares más imprevistos para guardarlo? Esa muchacha, por ejemplo, que yace junto a un joven cuya cabeza es un fruto azul, ¿por qué lo mira así, qué esconde un corazón como el suyo? Qué es, qué es, oímos decir por todos los rincones del jardín, y es como si el maná siguiera cayendo en el mundo. Hemos sido expulsados del paraíso, pero a la vez permanecemos eternamente en él, es lo que nos dicen esos copos que no vemos. Gustavo Martín Garzo es escritor.



































