domingo, 15 de junio de 2025

PEDRO LAÍN ENTRALGO: ANTROPOLOGÍA DE LA ESPERANZA. ESPECIAL DE HOY DOMINGO, 15 DE JUNIO DE 2025

 







En el momento en que aspira a 'ser siempre', la esperanza humana rebasa el límite de la existencia, «trasciende a la muerte» afirma en El País [Pedro Laín Entralgo: «Antropología de la esperanza», 27/05/2025] el escritor Alfonso Basallo. Pedro Laín Entralgo. (1908–2001), comienza diciendo Basallo, médico y humanista, fue catedrático de Historia de la Medicina y director de la Real Academia Española. Obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. De su amplia producción cabe destacar El médico y el enfermo, Qué es el hombre, España como problema, La espera y la esperanza, Descargo de conciencia y las biografías de Ramón y Cajal y Marañón.

La indagación filosófica que Laín Entralgo hace sobre la esperanza es profundamente optimista: el hombre no puede no esperar. Hasta el suicida, solo que este «espera un modo de ser más satisfactorio que la vida que le desespera», o en palabras de Baudelaire, «yo me mato porque me creo inmortal y espero». Como dice el filósofo francés Gabriel Marcel, cuyos pasos sigue Laín: «La esperanza es la estofa de la que está hecha nuestra alma». La forma primaria de la esperanza es la espera, en la medida en que la existencia humana es temporal y el futuro, imprevisible; y el ingrediente que eleva la espera a la esperanza es la confianza. Cuando falla la confianza y predomina la sospecha surge el sentimiento de la angustia. Esta última, muy presente en el hombre occidental del siglo XX, responde, en última instancia, al miedo ante la nada (el no ser). ¿Por qué hay gente desesperanzada?, se pregunta el autor. Acaso por una vida familiar tormentosa, una educación inadecuada, una biografía marcada por el desengaño, etc. Y como la vida no es fácil para nadie, siempre será necesaria una voluntad tenaz para hacer al hombre esperanzado, independientemente de las circunstancias. Viene bien para ello meditar sobre la muerte y considerar la vida como una prueba, en la que el dolor y el fracaso tienen un papel para ejercitar la paciencia, que «consiste en dar tiempo a lo real».

La meta u objeto de la esperanza no es otra que la felicidad y el apetito de esta «nos proyecta siempre hacia la trascendencia», porque nuestras aspiraciones solo son verdaderamente personales «cuando aspiran a ser siempre y a ser todo». ¿Y qué son estas expresiones sino «modos humanos de nombrar lo trascendente»? En el momento en que aspira a ser siempre, la esperanza humana rebasa el límite de la existencia, «trasciende a la muerte». El autor da paso así a la esperanza cristiana. Esta virtud teologal sería la culminación de la esperanza natural que interpela y acucia a todos los hombres. Gracias a esta brújula trascendente y tras-natural, el hombre «arroja en Dios su cuidado de existir» o, como dice san Agustín, «la carne descansa en la esperanza».

Solo desde esta perspectiva es posible mantener la esperanza en un mundo marcado por las crisis, las guerras y la pérdida de fe en el ser humano. Para el hombre contemporáneo, afirma Laín, existir consiste «en aceptar con resignación trágica el deber de crear, día a día, su realidad propia, bajo un cielo sin Dios y dentro de un mundo sin sentido». Cree Laín, sin embargo, que es posible escapar de esa trampa. Instalado en su libertad, «el hombre creador y esperanzado confía en la creatividad del Tú absoluto que yace en el fondo mismo de lo real y entrevé como posibilidad el remedio de su deficiencia». Porque, como anticipó san Agustín, «la zona de la esperanza es también la zona de la plegaria».

Pedro Laín Entralgo es uno de los pensadores del siglo XX que se han dedicado a reflexionar sobre la esperanza, junto con el francés Gabriel Marcel y los alemanes Ernst Bloch y Josef Pieper. El español la estudió, de forma sistemática, en cuatro ensayos elaborados a lo largo de casi cuatro décadas. El primero fue La espera y la esperanza (Historia y teoría del esperar humano) (1957), al que seguiría en 1978 Antropología de la esperanza, que recoge, sintetizada por su discípulo Diego Gracia, la tesis del anterior más un epílogo comentando las aportaciones de Bloch y del teólogo protestante Jurgen Moltmann. En los años 90, Laín completaría este ciclo con otros dos ensayos, Creer, esperar, amar y Esperanza en tiempo de crisis.

Esa indagación filosófica fue, en cierto modo, una respuesta al análisis realizado por Heidegger en Ser y tiempo, señala Antonio Piñas en el prólogo a la Antropologia de la esperanza, que acaba de reeditar Encuentro. Si el pensador alemán enfatizaba la angustia, el español considera más acertado enfatizar la esperanza.

Laín Entralgo parte de una observación: es imposible vivir sin esperanza. «Lo primero que debe afirmarse acerca de la esperanza es la hondura y la universalidad de su implantación en el corazón del hombre», constata. Y la forma primaria de la esperanza es la espera, en la medida en que la existencia humana es temporal, y el futuro, imprevisible. «Toda sala de espera es siempre de algún modo sala de esperanza», afirma el filósofo, en alusión a las estaciones de tren. El hombre no puede no esperar. Hasta el que acaricia la idea del suicidio: «Espera un modo de ser más satisfactorio que la vida que le desespera», o dicho por Baudelaire: «Yo me mato porque me creo inmortal y espero».

A su vez, «la forma primaria de la espera es el proyecto; y el hábito de la espera se actualiza, de modo concreto, en el acto de aguardar». El modo más operativo de la espera es la creación; el más receptivo es la expectación (que viene de ex-pectare, mirar atentamente hacia algo); y el más auténtico y radical es la entrega. En esta el hombre no aspira al simple logro de un objeto deseado, «sino al cumplimiento de una vocación personal».

El otro elemento fundamental de la esperanza es la confianza, porque es «la que eleva la espera a esperanza». Por eso, cuando falla la confianza y predomina la «defianza» o la sospecha, surge el sentimiento de la angustia. Esta última, muy presente en el hombre occidental del siglo XX, responde, en última instancia, al miedo ante la nada (el no ser). Mi angustia ante la muerte consiste en un «no saber lo que va a ser de mí», señala el autor. Sin embargo, «ni la angustia aguda de la desesperación ni la angustia mitigada y crónica de la desesperanza anulan totalmente la esperanza en el alma, tan solo la reducen«.

Una confianza meramente expectante y pasiva no es sino «una forma de presunción […], quien confía en la ruleta no es un esperanzado, sino un iluso». Por el contrario, la confianza del esperanzado exige de este «actividad y osadía, le mueve a la magnanimidad y a la concepción de proyectos altos y arriesgados».

De todo esto se sigue que «la esperanza es la estofa de la que está hecha nuestra alma», como decía Gabriel Marcel. Laín añade dos ingredientes más: la condición creyente (o pística) y la amorosa (o fílica). Las tres corresponden a las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Gracias a la creencia, la esperanza y el amor —continúa Laín—, puede superar el hombre sus cuatro primordiales indigencias: necesidad de mundo cósmico, necesidad de saber, necesidad de los otros y necesidad de un fundamento último.

El sujeto de la esperanza es el hombre, «ser inteligente y finito que no se conforma con su propia finitud». De suerte que vivir humanamente es vivir en precario, en instancia de la plenitud que se espera. El proyecto, la pregunta y la creación son las formas naturales de la precariedad humana; la plegaria —o precaria, cuya raíz es la voz latina prex (ruego)— es su forma religiosa. Pero en el acto de esperar, advierte Laín, no está el hombre solo: la espera es siempre co-espera; y el que espera es un yo en nosotros. Un nosotros que, por lazos tenues, se extiende a toda la humanidad, desde Adán hasta el fin de los tiempos, como apunta Gabriel Marcel. «Mi esperanza —argumenta Laín— me hace amar a los hombres porque esperamos juntos, y mi amor a los hombres me mueve a esperar con ellos y para ellos». En este sentido, la historia es el inmenso despliegue temporal de la esperanza humana, como enseñó san Agustín.

La esperanza se puede debilitar, se puede perder y también se puede recuperar. Es lo que el médico humanista llama «la dinámica de la esperanza». ¿Por qué existe gente desesperanzada? Influyen factores varios: una vida familiar tormentosa, una educación inadecuada o cínica; una biografía marcada por el desengaño, «dispondrán el alma a la espera desesperanzada». Y como la vida no es fácil para nadie, siempre será necesaria una voluntad tenaz para hacer al hombre esperanzado, independientemente de las circunstancias. Es lo que Laín llama «la ascética de la esperanza». Es verdad que los factores externos influyen, pero solo la acción de una voluntad libre hace posible una existencia confiada, esperanzada y amorosa en lugar de una marcada por la duda, la desesperanza y el odio.

Para preservar la esperanza son necesarios cuatro recursos, explica el autor: «Considerar la vida como prueba, practicar el sacrificio, ejercitar la creación y meditar sobre la muerte». El dolor, la limitación, el fracaso ponen a prueba la vida y es preciso hacerlos nuestros. Ante ellos solo caben dos actitudes: «la resignación», que consiste en «apropiarse el fracaso», es decir «su incorporación positiva a la vida personal como ocasión para reordenarla»; y la paciencia, que «consiste en dar tiempo a lo real, esperar el futuro con la confianza puesta en la realidad, que siempre merece crédito».

El sacrificio, segundo recurso, supone «ofrecimiento y renacimiento». Los romanos llamaban mortificatum granum a la semilla que deja de ser semilla, por haber germinado ya. Análogamente, «la mortificación sacrificada mata parcialmente el hombre, haciéndolo nacer […]». Lo expresaron los versos de Unamuno:

—la vida, esa esperanza que se inmola

y vive así inmolándose en espera—

y los del poeta inglés Shelley:

… amar y soportar, esperar hasta que la esperanza cree de su propio naufragio la cosa que contempla.

Vivir vocacional y creadoramente es el tercer camino para mantener la esperanza, sobre todo cuando «la creación cobra forma de magnanimidad o “razonable empresa de cosas altas”». Lo cual no es exclusivo de genios, advierte Laín, pues todo hombre puede ser creador y magnánimo hasta en las tareas más humildes.

Y, por último, meditar sobre la muerte. Puesto que se trata del término de nuestra vida proyectable, «el hecho de pensar en ella nos descubre la consistencia real de los proyectos que llenan esa vida». Se pregunta Laín qué es el acto personal de morir sino un «definitivo poner a prueba nuestro personal modo de sentir y entender “la prueba de la vida” y la hondura y el alcance de nuestra esperanza».

En esa dinámica, en esa sucesión de esperas, lo que el hombre persigue no es otra cosa que la felicidad, el objeto de la esperanza. «La consecución de lo que espero —nos dice Laín— me traerá la posesión de un modo de ser en el cual mi vida será más rica que antes; y en consecuencia, una nueva etapa en el camino del ser que mi persona ansía». El hombre espera la felicidad a través de los sucesivos algos que sus proyectos tienen. Ese apetito de felicidad «nos proyecta siempre hacia la trascendencia, hasta cuando más inmanente parece, porque nuestras aspiraciones solo son verdaderamente personales —esto es, creadoras— cuando secretamente aspiran a ser siempre y a ser todo», y ¿qué son estas expresiones sino «modos humanos de nombrar lo trascendente»?

En el momento en que aspira a ser siempre, la esperanza humana rebasa el límite de la existencia proyectiva, «trasciende a la muerte»; y en cuanto que existe apoyada sobre una donación gratuita, «la esperanza —que siempre es interrogación confiada o confianza interrogante— supone el coloquio metafísico y transversal con un Tú absoluto. Esperando así, el hombre da figura a la realidad de su religación: espera en lo que haya, en la Divinidad». La esperanza —deduce de todo esto el autor— «solo puede ser genuina cuando nos abre la existencia al ámbito de una realidad trasnatural […] siendo, de alguna manera, religiosa; lo cual incluye la perspectiva cuasi religiosa del marxismo auténtico o la formalmente religiosa del cristiano o del musulmán verdaderos».

Observa el pensador que esa sed de transcendencia estaba latente en los griegos y, de alguna manera, en el panteísmo, el deísmo e incluso en el ateísmo. Y considera formas de religiosidad la de los científicos contemporáneos que ponen su esperanza en «la Divina Naturaleza» y en la de los materialistas, dialécticos o no dialécticos, que la ponen en «la Divina Materia». Ahora bien, si el espíritu humano es consecuente, ¿podrá dejar la esperanza a ese nivel? «¿No sentirá ese hombre, en la intimidad del alma, que todo su ser debe elevarse a una manera de esperar esencialmente superior a la naturaleza humana?», se pregunta Laín.

El autor da paso así a la esperanza cristiana, la beata spes, de la que habla san Pablo. La virtud teologal sería la culminación de la esperanza natural que interpela y acucia a todos los hombres. Si bien la esperanza cristiana no es una simple coronación de los deseos humanos, matiza Laín; sino que es «el fruto de una regeneración de nuestra naturaleza, adquirida por la Resurrección de Cristo, infundida por el bautismo, sostenida por la fe y conservada por la vida sacramental».

Se trata de un salto cualitativo en la escala de la esperanza, algo a lo que tiende el hombre: a la suma felicidad, al Sumo Bien, pero a lo que no puede llegar sin la ayuda de ese Sumo Bien. Limitado a los puros recursos de la naturaleza, el hombre no podría esperar la vida eterna. Como apunta Gabriel Marcel, para que se pueda hablarse de esperanza, el hombre tiene que fiarse de algo externo a él, que le viene dado de forma gratuita, y ese algo no es otra cosa que la «gracia». «En la raíz de la esperanza, hay algo que nos es literalmente ofrecido», afirma en su obra Homo viator.

Y el motivo de la esperanza cristiana es la fidelidad de Dios a sus promesas, puesto que Dios es la misma verdad. «Solo cuando la esperanza de los bienes futuros y transitorios se ordena dentro de la expectación del bien supremo, trascendente y eterno […] se puede decir que el hombre ha arrojado en Dios su cuidado de existir», indica Laín. Como expresa san Agustín en La ciudad de Dios, es entonces cuando «la carne descansa en la esperanza».

Dicho esto, ¿es posible la esperanza en medio de un Occidente secularizado, que no solo ha perdido la fe en Dios sino también en el propio ser humano, tras el Holocausto y las dos guerras mundiales? ¿No suponen un test de estrés para la esperanza la crisis del hombre contemporáneo y el fin de las certezas filosóficas? Así lo plantea el propio Laín: «¿No es a veces heroico esperar in spe contra spem, como san Pablo aconsejaba?».

Ante esa tesitura solo caben tres salidas, considera Laín Entralgo: suicidarse, convertirse a una nueva esperanza o hacer de la desesperanza un hábito. Y eso es, exactamente, lo que ha pasado en el siglo XX: han aumentado los suicidios; y también las conversiones religiosas (al cristianismo) o pseudo religiosas (al marxismo); y destacados intelectuales han hecho del «heroísmo desesperanzado la forma suprema de la vida humana». Singularmente Camus o Sartre. Este último subraya que «el hombre es un deseo de ser Dios; pero Dios es impensable e imposible, no existe y no puede existir; luego el hombre es una pasión inútil». Para el hombre contemporáneo existir consiste «en aceptar con resignación trágica el deber de crear, día a día, su realidad propia, bajo un cielo sin Dios y dentro de un mundo sin sentido —afirma Laín—. Al Yo soy Dios de sus abuelos ha opuesto el Yo soy mi libertad, de los que en ser libres cifran todo su haber».

Pese a todo, sostiene el autor que el alma humana puede salir de esa trampa a lomos de la esperanza. El mero hecho de interrogarse propia de los filósofos —incluidos los actuales— es un motivo para confiar, pues «si no hubiera esperanza de obtener una respuesta, la pregunta sería absurda». Instalado en su libertad, añade Laín, «el hombre creador y esperanzado confía en la creatividad del Tú absoluto que, activamente, yace en el fondo mismo de lo real y entrevé como posibilidad el remedio de su deficiencia. Como dice Marcel y había anticipado san Agustín, “la zona de la esperanza es también la zona de la plegaria”».

Postdata.- Completa este trabajo un epílogo en el que Laín Entralgo glosa las aportaciones de Ernst Bloch, desde una óptica marxista, y del teólogo Jurgen Moltmann desde la perspectiva protestante. Valora el español el notable ensayo El principio de la esperanza, del primero, y afirma que esta opción y la suya deberían cooperar intelectual y socialmente entre sí, pese a sus radicales diferencias, para promover la justicia en el mundo. Y destaca cómo La teología de la esperanza de Moltmann retoma el El principio de la esperanza de Bloch y busca un fundamento trascendente, apoyándose en la resurrección de Cristo y la promesa del reino futuro de Dios, como argumentos últimos de la esperanza. Imagen de cabecera: El Tiempo vencido por el Amor, la Esperanza y la Belleza (1627), óleo sobre lienzo de Simon Vouet. Museo del Prado. Alfonso Basallo es Doctor en Comunicación. Periodista y escritor.























sábado, 14 de junio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 14 DE JUNIO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 14 de junio de 2025. Ojalá el asunto de Santos Cerdán sea un punto de inflexión en esa política de aislamiento y silencio que el PSOE ha adoptado en los últimos meses, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy la politóloga Cristina Monge, pues está más que estudiado y comprobado: la corrupción no es un fenómeno de manzanas podridas, sino de cerezas que se enganchan unas a otras revueltas en un cesto. En la segunda, un archivo del blog de noviembre de 2019, la redactora de El País, Rosario G. Gómez, escribía sobre el eco que las plataformas sociales generan a menudo, deshumanizando al otro, y la necesidad de aprender a usarlas sin dañar a otros ni cometer un delito. El poema del día, en la tercera, de la poetisa maltesa Nadia Mifsud, se titula Abrakadabresk /Abrakadabresque /Abracadabresque, lo publico en maltés, inglés y español, y comienza con estos versos: Este silencio que extiende la tristeza/de un edificio a otro/en esta ciudad enmarañada. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
















DE UN CESTO LLENO DE CEREZAS

 







Ojalá el asunto de Santos Cerdán sea un punto de inflexión en esa política de aislamiento y silencio que el PSOE ha adoptado en los últimos meses, escribe en El País [Sánchez debe comprobar la profundidad del cesto de cerezas, 13/06/2025] la politóloga Cristina Monge. Está más que estudiado y comprobado: la corrupción no es un fenómeno de manzanas podridas, sino de cerezas que se enganchan unas a otras revueltas en un cesto, comienza diciendo Monge. Es decir, raramente un fenómeno de corrupción puede darse solo por una persona, sino que habitualmente necesita de la complicidad o colaboración, por acción u omisión, de otras más. De ahí que cada vez que aparece un caso de corrupción sea necesario tirar de la cereza para ver cuántas más te llevas con ella, o dicho de otra manera, cuántas voluntades han sido necesarias para que la fechoría haya podido llevarse a cabo. Esto es lo que el PSOE debería haber hecho tras conocer los asuntos que rodeaban al tándem Ábalos/Koldo y lo que no puede dejar de hacer ahora, cuando el sucesor de Ábalos en la Secretaría de Organización del partido parece haber formado parte de la misma trama en la que presuntamente participaba el ministro.

Con la solemnidad y el tono grave que exige la situación, el secretario general del PSOE ha salido del caparazón en que ha estado más de 40 días escondido para, ahora sí, dar la cara ante los medios, preguntas incluidas. Ojalá el asunto de Santos Cerdán sea un punto de inflexión en esa política de bunkerización, aislamiento y silencio que el PSOE ha adoptado de unos meses a esta parte, confiando en que los suyos entenderían que todo es parte de una cacería. Del resto de la ciudadanía los socialistas se habían olvidado.

El PSOE ha aprendido, a fuerza de experiencia, que es muy difícil garantizar que no haya corruptos en una organización grande que maneja tanto poder, pero la diferencia está en cómo reacciona esa organización cuando los casos aparecen. La dimisión de Santos Cerdán de todos sus cargos era la única opción posible.

Hace bien el secretario general en perimetrar este asunto y encapsularlo, diferenciándolo así de otros casos que nada tienen que ver con este. De esta manera centra la gravedad donde está y deja claro que es algo distinto a otros asuntos que pivotan sobre el Gobierno, como la investigación sobre la actividad profesional de Begoña Gómez, sobre la que el juez instructor no consigue armar un argumentario contundente. Si algunas de estas investigaciones desembocan finalmente en un caso, lo sabremos, pero hasta la fecha, el análisis riguroso obliga a diferenciar unos asuntos de otros.

La auditoría anunciada sobre las cuentas del PSOE era obligada. Tras los audios, indicios y conversaciones conocidas a través del informe de la UCO, tanto los militantes del Partido Socialista como el conjunto de la ciudadanía necesitamos conocer qué ha pasado. El anuncio del secretario general en esa comparecencia a pocas horas de conocerse el informe de la UCO probablemente no podía ir más allá. Sin embargo, con el paso de los días, sería importante ampliar las medidas a tomar. Sus socios, además, se lo van a exigir, según han ido anunciando.

En primer lugar, es importante hacer extensible la auditoría externa a aquellas áreas del Gobierno que han podido ser víctimas de estos actos de corrupción, incluyendo también información sobre la otra parte, esa que nunca aparece cuando se trata de corrupción en contratos públicos. ¿Qué tienen que decir las empresas citadas en el informe de la UCO?

Una vez comprobada la profundidad de la cesta de cerezas y los daños ocasionados, se le abrirá al presidente del Gobierno una oportunidad de oro para demostrar que está dispuesto a plantar batalla frente a la corrupción. Hace más de un año, y tras los cinco días de reflexión, el presidente del Gobierno anunció un ambicioso plan de regeneración democrática que ha quedado muy por debajo de las expectativas. De hecho, sería cuestionable incluso si lo presentado merece tal nombre. Ahora tiene Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de España, la oportunidad, la segunda oportunidad, de mostrar que ha entendido la gravedad del momento y tiene la valentía necesaria para poner en marcha un auténtico programa de regeneración a la altura del desafío. Pocos legados tan importantes puede dejar un presidente cuando llegue el momento de abandonar La Moncloa.
















[ARCHIVO DEL BLOG] CUANDO COMPARTIR ES HUMILLAR. PUBLICADO EL 10/11/2019










El Especial de cada domingo no es otra cosa que un A vuelapluma diario con un poco más de extensión. Trata lo mismo que estos últimos, quizá, con una mayor profudidad y rigor, y lo subo al blog el día final de la semana en que la mayoría de nosotros goza de un mayor sosiego para la lectura. Espero que el Especial de hoy, escrito por la redactora de El País, Rosario G. Gómez, sobre el eco que las plataformas sociales generan a menudo, deshumanizando al otro, y la necesidad de aprender a usarlas sin dañar a otros ni cometer un delito, les resulte interesante. Les dejo con él.
El youtuber que hace dos años entregó una galleta rellena de dentífrico a un mendigo en Barcelona, -comienza diciendo Gómez- , grabó la escena y la subió a la web sabría que estaba cometiendo un delito contra la integridad moral si hubiese intuido que en el mundo virtual rigen los mismos derechos y obligaciones que en el entorno físico. Humilló y vejó a una persona vulnerable. Y para agravar la situación lo difundió masivamente a través de su propio canal de YouTube. Hace dos semanas, fue condenado a 15 meses de cárcel. Las redes sociales no son una simple e inocente tertulia de un bar. Tienen un eco infinito y, a menudo, distorsionan y corroen la convivencia.
El caso del youtuber es una muestra de la deshumanización que se ha instalado en las redes sociales. Se atenta contra los derechos fundamentales de las personas, se menosprecian los valores sociales, se pisotea la intimidad. Como apunta el coordinador del máster de Marketing Digital de La Salle, Ricard Castellet, las redes sociales son una herramienta con dos polos: “Han amplificado hechos punibles, algunos muy tristes, pero también han desarrollado flujos de comunicación y de conocimiento, contribuyendo a que estos circulen y se democraticen como nunca. El problema está en el uso que hacemos. Son fantásticas, pero, si se les da un mal uso, son plataformas peligrosísimas para la convivencia.
Las redes sociales nacieron antes de lo que pensamos. Al abogado estadounidense Andrew Weinreich se le atribuye la creación de la primera a mediados de los años noventa del siglo pasado. La bautizó Six Degrees (Seis Grados), evocando la hipótesis de que cualquier persona puede estar conectada a otra a través de una cadena de conocidos con un máximo de seis enlaces. Weinreich vendió su empresa en 1999, al borde del pinchazo de las puntocom y apenas cinco años antes de que Mark Zuckerberg y sus socios fundaran Facebook, la más popular de las redes sociales contemporáneas, con más de 2.000 millones de usuarios.
Para gran parte de la legión de adeptos, usar bien estas plataformas es una asignatura pendiente. Subir vídeos que inciten al odio, cortejen la xenofobia o fomenten la violencia y el sexismo no son solo reprobables ética y socialmente, sino que puede acarrear consecuencias penales. Muchos usuarios no son plenamente conscientes. “Hay que vacunarse contra la ingenuidad”, dice el experto en Derecho Digital Ricardo Oliva, quien reclama que se refuerce en los colegios la educación digital para evitar cometer humillaciones, vejaciones o atentados contra la intimidad a golpe de clic.
El pasado abril, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó un informe coordinado por el exsenador socialista José Cepeda que planteaba una pregunta inquietante: las redes, ¿son conexiones sociales o amenazas a los derechos humanos? El documento cuestionaba el modelo de negocio de Internet, asentado en recopilar datos personales. ¿Es ese el precio a pagar por acceder a los servicios? ¿Cómo evitar el control subrepticio?
En teoría son inocuas, pero pueden mutar y mutar hacia maquinarias perversas. El científico británico Tim Berners-Lee aprovechó el 30º aniversario de la Word Wide Web para reflexionar sobre los aciertos y errores derivados de su invento. “Aunque la web ha creado oportunidades, dando voz a grupos marginados y haciendo más fácil nuestras vidas, también ha creado oportunidades para los estafadores, ha dado voz a los que proclaman el odio y hecho más fácil cometer todo tipo de crímenes”.
La trabajadora de la planta de la empresa Iveco ubicada en el distrito madrileño de San Blas-Canillejas que se suicidó a finales de mayo tras la difusión masiva de un vídeo sexual grabado hace cinco años es un ejemplo paradigmático de los efectos ominosos de las plataformas digitales. La empleada de este grupo empresarial, de 32 años y madre de dos niños de 4 años y 9 meses, no pudo soportar el acoso que vivió en el entorno laboral, los cuchicheos de sus compañeros y la presión ambiental al hacerse viral el vídeo a través de grupos de Whats­App. La investigación judicial determinará las responsabilidades ante esta trágica muerte. Pero la ley es muy clara. “Ver un vídeo de estas características es un tema moral, exhibirlo es una cuestión legal”, sostiene la experta en comunicación digital y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya Raquel Herrera, que percibe en este desdichado suceso una evidente carga machista. La fanfarronería, la cultura de la exhibición, es masculina. “Todavía en muchas situaciones se considera que un hombre es un campeón si tiene muchas conquistas, pero en una mujer parece que fuera un delito. Hay mucha gente que ha buscado el vídeo por puro morbo. Es fácil que un contenido morboso se vuelva viral. Si la gente supiera que distribuir este tipo de imágenes es delito, se abstendría de hacerlo”, dice Herrera.
El Código Penal deja poco margen a la duda. El artículo 197 es meridianamente claro cuando dice que será castigado con una pena de 3 meses a 1 año de prisión o multa de 6 a 12 meses aquel que sin autorización de la persona afectada “difunda, revele o ceda a terceros” imágenes o grabaciones audiovisuales privadas, incluso en el caso de que hubieran sido obtenidas con su consentimiento. Parece obvio que en el terrible caso de Iveco se ha vulnerado la ley y atentado gravemente contra la intimidad personal. El daño fue de tal dimensión que condujo a esta trabajadora a tomar una decisión drástica. El abogado Oliva considera que las personas que han contribuido a la distribución del vídeo deberían ser investigadas por un delito de revelación de secreto y de ataque a la intimidad. 
Hasta la reforma del Código Penal de 2015, solo se castigaba la difusión de fotografías o vídeos si habían sido tomados sin autorización del interesado o eran imágenes robadas. El detonante del endurecimiento tiene un nombre propio: Olvido Hormigos. En 2012 era concejal de la localidad toledana de Los Yébenes. Denunció a su expareja por difundir un vídeo erótico que circuló por Internet a toda velocidad. Pero no hubo delito contra la intimidad porque no fue robado ni se grabó ilícitamente. El Código Penal de aquella época recogía que el delito de descubrimiento y revelación de secretos requería que las imágenes difundidas hubieran sido obtenidas de forma ilícita. No era el caso de Hormigos.
En las redes sociales confluyen las conductas privadas con las sociales. “Hay una falsa apariencia de privacidad”, dice el profesor de la Universidad Complutense Arturo Gómez Quijano, que observa cómo en Internet domina la ley de simplicidad. “Se juzga inmediatamente, eliminando matices y profundidad. Los medios de comunicación necesitan información sobre lo que ocurrió en la tragedia de Iveco antes que los jueces, y las redes, antes que los medios. Hemos convertido estas plataformas en un fin, cuando en realidad son un medio”. En el mismo instante en el que un vídeo recala en Internet o en Facebook se pierde su control. Se desboca. Su difusión puede adquirir una dimensión global.
El desconocimiento por parte de los usuarios es monumental. “Tenemos un problema de pedagogía y educación de las redes”, apuntala Castellet. “Estamos ante una revolución de la comunicación. Un cambio radical. En 10 años se han modificado usos y costumbres. La sociedad está aprendiendo a utilizar estas plataformas y debería haber formación obligatoria en primaria y secundaria para enseñar las posibilidades negativas de las redes y sus peligros. Hay que educar en la escuela y en la familia para que el uso sea coherente y racional”.
Utilizar incorrectamente estas plataformas es nocivo para la convivencia. De ahí que se haya extendido una corriente de opinión que reclama una mayor reglamentación de Internet y de las redes sociales. “Si se utilizan estos canales para dañar la reputación de una persona, ha de entrar el regulador”, dice Castellet. Para evitar situaciones dramáticas, no faltan quienes apuestan por activar en el ecosistema laboral manuales de buenas prácticas. Estos cortafuegos serían, según Raquel Herrera, una garantía de los derechos y deberes de las empresas para proteger la reputación de su plantilla.
Los cambios tecnológicos avanzan a un ritmo vertiginoso y la sociedad no los asimila con la misma celeridad. Gómez Quijano recurre a una metáfora: “La gente no está capacitada para conducir un Ferrari, y eso genera problemas de calado”. Las redes sociales son una herramienta muy potente para la que los usuarios no están formados. “Nos ha estallado en las manos y vamos aprendiendo a fuerza de prueba y error”, añade. La dualidad emisor-receptor de los medios tradicionales ya no sirve. “El receptor antes era pasivo, pero ahora le hemos dado la máquina de responder. La sociedad está atrapada en un ecosistema hiperconectado, con sus ventajas e inconvenientes. Nos falta experiencia y conocimiento acumulado. En las redes sociales se ha perdido la sensación de privacidad e intimidad. Medimos muchos lo cuantitativo, pero hace falta educación para jerarquizar y dar importancia a lo cualitativo. Hasta ahora, la tribu ha sabido educar, pero por primera vez en la historia no está sabiendo asumir esa función pedagógica”.
Esta carencia, mezclada con una clamorosa ignorancia y un ilimitado afán de notoriedad, es un cóctel explosivo que lleva a alimentar a las redes con productos tóxicos para ganar adeptos a toda costa. Incluso con pasatiempos macabros. Muchos adolescentes se enganchan a retos violentos, extravagantes pruebas y ridículas competiciones para ampliar su cuadrilla de seguidores online. Por la web circulan vídeos donde los jóvenes rivalizan con juegos salvajes. Una de las últimas modas consiste en apretar el cuello de una persona para provocar el desmayo por asfixia, una atrocidad que convive en la Red con otros desafíos absurdos, como embadurnarse el cuerpo con alcohol y prenderse fuego, autolesionarse o pasar de una habitación a otra por el balcón en los hoteles.
Es precisamente esta falta de formación y aprendizaje en el uso de las redes la que hace a los usuarios altamente manipulables, según Gómez Quijano: “Somos previsibles porque las empresas nos conocen. Les regalamos nuestra intimidad. Facebook y WhasApp son un gigantesco oído. Saben todo lo que decimos”. Para mitigar este poder omnímodo, el Consejo de Europa da una receta: establecer fórmulas de cooperación entre las redes sociales y las autoridades públicas como antídoto a los venenos del ciberespacio: la intolerancia, la desinformación, la incitación al odio, los ataques a la privacidad". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt

















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, ABRAKADABRESK/ABRAKADABRESQUE/ABRACADABRESQUE, DE LA POETISA MALTESA NADIA MIFSUD

 






ABRAKADABRESK



Is-silenzju li nfirex ilment

minn binja għal oħra

f'dil-belt għoqda


illum ma kinux it-toroq

li stenbħu maħnuqa

jissieltu għan-nifs –

imm'aħna

inweswsu antidoti bl-addoċċ

kontra ċ-ċawl

jgħasses iswed supperv

minn fuq iċ-ċmieni


niddarrsu nisimgħu

l-għajta tiegħu

bħal gażja

ċċarrat in-nir nebbiexi


jifrex ġwinħajh twissija –

u fis tfiġġ imqanżħa

it-tħambiqa t'ambulanza –

numbrawh ftit aktar


nissemmgħu s-seksik

tal-għasafar impespes

minn fergħa għal oħra

minn siġra għal siġra

minn bejt għal bejt


sbieħ il-blu u l-aħdar

fuq denb iċ-ċawluna l-bajda


ngħiru għall-ħamiem ċerċur

jiżżegleg fuq il-qattara 


nixxabbtu ftit, inħollu xagħarna

nieħdu pjaċir inħossuh

jitħabbel twil fiż-żiffa


niggustaw iż-żifna safra u vjola

tat-tulipan u l-iris

fil-btieħi battala


għada, ħanini,

nerġgħu nixirfu fit-tieqa

inxejru lill-ġara ta' faċċata

insejħu lir-riħ u lill-ħuttaf

u forsi, min jaf,

nilmħu ftit friefet

minn sitt sulari għoli


 


***




ABRAKADABRESQUE


The silence that sluggishly spread 

from one building to another

in this knotted city


today it wasn't the streets 

that woke up strangled 

truggling for breath 

– but us 

muttering random antidotes 

against the crow 

a superb black guard 

on the chimney tops


we flinch at the sound 

of its cry 

like a shard of glass 

tearing through the hazy fog


it spreads its wings in warning 

– and a siren's whine 

instantly, sickeningly erupts 

– we fear it some more


we listen in on the gossip 

of twittering birds 

from one branch to another 

from one tree to the next from one roof to another

the beauty of blue and green 


on the tail of the white wagtail

we envy the moulting pigeon 


as it flits about the drainpipe

we climb up for a bit, let our hair down 


take pleasure in feeling 

it tangle, long, in the breeze

we savour the yellow and purple dance 


of tulips and irises 

in the empty courtyards

tomorrow, my love, 


we'll look out the window again 

wave to the neighbour across the street 

call out to the wind and the swallows 

and maybe, who knows, 

we'll spot some butterflies 

from six storeys high.




***





ABRACADABRESQUE



Este silencio que extiende la tristeza

de un edificio a otro

en esta ciudad enmarañada.


Hoy no fueron las calles

las que despertaron una ronca

respiración,

sino nosotros,

murmurando antídotos erráticos

contra los cuervos negros

que marcaban arrogantemente el territorio

desde los tejados.


Nos estremecemos cuando los oímos

delatarnos,

sus gritos

rasgan el cielo azul burlón.


Extienden sus alas en señal de advertencia,

y de inmediato se oyen los gemidos

de una ambulancia;

nuestra irritación por ellos crece.


Escuchamos a escondidas los chismes

de los pájaros telefoneados

de rama en rama,

de árbol en árbol,

de tejado en tejado.


 Hermosos azules y verdes

en la cola de la urraca.


 Tenemos envidia de las palomas vagas

que se retuercen en la manga marina


Nos apoyamos en el borde, dejamos caer nuestro cabello

y disfrutamos la sensación de

trenzarlo con el viento.


Admiramos la danza amarilla y violeta

de los tulipanes y los lirios

en los patios vacíos.


Mañana, amor,

nos posaremos de nuevo en la ventana,

saludaremos a nuestro vecino del otro lado de la calle,

haremos señas al viento y a las golondrinas

y tal vez, quién sabe,

vislumbraremos algunas mariposas

desde seis pisos de altura.




***

 



NADIA MIDSUF (1976)

poetisa maltesa