lunes, 12 de mayo de 2025

Del poema de cada día. Hoy, Un mundo cambiante, de Stefan Strázay

 






UN MUNDO CAMBIANTE


El mundo cambia, se destiñe.
Se agria. Por la noche hay cada vez menos oscuridad,
en invierno menos nieve. Cada dos por tres
es domingo por la tarde. Los tranvías
siempre a reventar. Imposible cruzar la calle.
Perennes los mismos tés y bombones
en los escaparates. Veranos cortos. En las piscinas
agua sucia. El tiempo pasa:
primavera, verano, etcétera. Asombro
y estupefacción ante todo, pero después
un hallazgo tranquilizador: el mundo, ése permanece
idéntico, sólo soy yo
el que cambia
de esta manera.



***




MENIACI SA SVET


Svet sa mení, bledne. 

Kysne. V noci je čoraz menej tmy,

 v zime menej snehu. Každú chvíľu

je nedeľné popoludnie. Električky 

stále preplnené. Nemožno prejsť cez ulicu. 

Večne tie isté čaje a cukríky 

vo výkladoch. Krátke letá. V bazénoch 

špinavá voda. Čas plynie: 

jar, leto atď. Úžas 

a ohromenie nad všetkým, ale potom 

upokojujúce zistenie: svet, ten ostáva

rovnaký, iba ja 

sa takto mením.



***




STEFAN STRÁZAY (1940)

poeta eslovaco





















De las viñetas de humor del blog de hoy lunes, 12 de mayo de 2025

 

















































domingo, 11 de mayo de 2025

Mi Europa. Especial 1 de hoy domingo, 11 de mayo de 2025

 







Como cuando vivía en la Rumania comunista, esa palabra sigue significando para mí acceso al conocimiento, a la belleza, a una herencia compartida, comenta en El País [Mi Europa, 11/05/2025], la escritora rumana Corina Oproae. No recuerdo cuando escuché por primera vez la palabra Europa, comienza diciendo Oproae, pero sí sé lo que significó durante mi adolescencia, que coincidió con los últimos años del régimen comunista en Rumania. Mi Europa era una voz y significaba deseo de libertad. Muchas tardes me sentaba junto a mi madre frente a nuestra vieja radio, siempre acosada por interferencias, para escuchar las emisiones de Radio Europa Libre. En un país donde la información se limitaba a los logros ficticios del socialismo, cada crónica, cada análisis, incluso cada canción que llegaba de Occidente nos recordaba que había una frontera que separaba el aislamiento de la promesa. Soñábamos con cruzarla algún día y acceder así a lo que llamábamos simplemente Europa, que no era solo un lugar en el mapa sino la promesa de la literatura, del arte y del pensamiento libre. Tal vez fuera una visión un tanto idealizada, pero nacía del deseo de ser europeos tanto por afinidad cultural y espiritual como por ubicación geográfica.

La primera vez que crucé esa frontera tangible e imaginaria a la vez fue como entrar en un mundo que hasta entonces solo había habitado en los libros. En 1993, en mi primer viaje a España, al llegar a Madrid me detuve ante el Prado entre la incredulidad y la fascinación. Dentro, al contemplar cualquier obra que conocía solo de reproducciones, sentía una emoción desbordante por haber alcanzado, tras años de deseo silenciado, algo que creí durante mucho tiempo fuera de mi alcance. En el transcurso del mes que pasé en la capital, visité el museo a diario, como si pudiese recuperar el tiempo perdido deteniéndome una y otra vez ante Las Meninas o El jardín de las delicias. Poco a poco la emoción se convirtió en la certeza de que aquello, en el fondo, me pertenecía, no por haber llegado hasta allí, sino porque ya lo había conocido y amado antes, a través de los viejos álbumes de arte, muchas veces en blanco y negro, que hojeaba como si fueran objetos sagrados. Eso era y sigue siendo Europa para mí: acceso al conocimiento, a la belleza, a una herencia compartida que nos conforma.

Y digo todo esto sabiendo que ni siquiera después de 1989 la frontera que nos separaba del resto de Europa desapareció del todo. La división entre la llamada Europa del Este y la otra seguía latente en las leyes, pero también en las miradas, en los prejuicios. En 2007 Rumania se incorporó a la Unión Europea. Para entonces yo ya llevaba casi una década viviendo fuera del país, pero no pude evitar sentir, desde la distancia, la emoción de quien cruza una vez más una frontera simbólica. Europa volvía a significar un lugar de encuentro con la dignidad. Aquel anhelo adolescente de pertenecer a algo más libre, más justo, cobraba por fin una forma concreta, aunque no exenta de tensiones y ambivalencias.

Desde entonces, he vivido más años fuera de mi país que en él. He estudiado, he trabajado, he amado; he vivido en lenguas que no son mías por nacimiento, pero que he habitado hasta el punto de convertirlas en lenguas de creación. Gracias a la literatura, al arte y a los vínculos afectivos que he tejido a lo largo de los años, he podido mantenerme fiel a esa idea de que Europa es un diálogo incesante entre culturas, entre formas de ver el mundo. Escribir en una lengua distinta a la materna no ha significado en mi caso un exilio, sino una manera de ensanchar mi identidad.

Mi Europa de hoy es también una Europa crítica. No ignoro sus carencias, sus desigualdades, sus políticas migratorias cuestionables, pero quiero pensar que el proyecto europeo sigue siendo, pese a todo, una de las ideas más generosas del siglo XX: la de que podemos unirnos no por imposición, sino por voluntad. Que podemos compartir sin uniformarnos. Que podemos convivir sin renunciar a nuestra historia. En un momento en que los nacionalismos resurgen, en que la desinformación erosiona los lazos, siento que la Europa en la que he elegido vivir y que quiero defender es aquella donde caben las diferencias. Donde nadie es extranjero por hablar otra lengua. Cuando me preguntan si me siento rumana o española contesto que no quiero elegir. España no sustituye a mi país de origen: lo amplía dentro de esa idea que es Europa. Me permite ser quien soy con más libertad, con más matices. Y esa posibilidad, que ahora parece tan frágil, hay que defenderla no solo con leyes, sino también con palabras, con actos cotidianos, con gestos de hospitalidad. Europa está en los libros que viajan de una lengua a otra, en las bibliotecas donde conviven Ramon Llull, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Proust, Joyce, Woolf, Zweig, Pessoa, Kundera o Szymborska. En los cafés donde se entremezclan los acentos. Hoy, más que nunca, me aterra pensar que mi Europa pueda derrumbarse, que el miedo y la desilusión podrían poner en peligro lo que hemos construido. Hay que seguir compartiendo nuestras historias europeas. No para idealizar, sino para recordar por qué empezamos este viaje. Corina Oproae es narradora, poeta y traductora. Ganadora del premio Tusquets de Novela con La casa limón. 













sábado, 10 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy sábado, 10 de mayo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 10 de mayo de 2025. Vivimos una paradoja: somos ciudadanos del siglo XXI con hormonas del Paleolítico e instituciones del Imperio Romano; amamos como si estuviéramos cazando mamuts, pero exigimos estabilidad emocional en formatos sociales diseñados hace milenios; ¿resultado?: una trampa; la trampa del amor romántico, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el psicólogo Luis Muiño. Iniciar la jornada con un poco de buen humor, escribía HArendt en la segunda, un archivo del blog de mayo de 2015, aunque dure justo hasta terminar el desayuno, no parece mala idea para afrontar el día con una cierta posición estratégica de ventaja. El poema de hoy en la tercera, se titula "Nada se pierde", es de la poetisa rumana Svetlana Cârstean, y comienza con estos versos: "Nada se pierde,/todo se transforma/en silencio largo". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












De la trampa del amor

 






Vivimos una paradoja: somos ciudadanos del siglo XXI con hormonas del Paleolítico e instituciones del Imperio Romano. Amamos como si estuviéramos cazando mamuts, pero exigimos estabilidad emocional en formatos sociales diseñados hace milenios. ¿Resultado? Una trampa. La trampa del amor romántico. Lo dice en la revista Ethic [La trampa del amor, 30/04/2025] el psicólogo Luis Muiño.

Ese amor que idealiza, posee y adormece. Que se sirve de las hormonas como si fueran oráculos. Que nos susurra que hemos encontrado «a la persona» cuando en realidad solo estamos atravesando la fase de enamoramiento, ese subidón bioquímico que, como explico en el libro, dura unos tres años. Justo el tiempo que necesita una cría humana para alimentarse sola. Después, caemos. Y lo llamamos fracaso amoroso, comienza diciendo Muiño.

En lugar de aceptar este diseño como inevitable, propongo una rebelión: pasar del amor romántico al amor consciente. El primero nos promete éxtasis; el segundo nos ofrece crecimiento. Uno quiere exclusividad eterna; el otro sabe que la libertad es el mejor alimento del deseo. El amor romántico idealiza; el amor consciente observa. No es fusión, sino sintonía.

Para llegar ahí hace falta algo más que suerte. Hace falta un casting emocional. Elegir a las personas no por el vértigo que generan, sino por su capacidad de estar. No por lo que proyectamos sobre ellas, sino por cómo se muestran en el conflicto, en el cansancio, en lo cotidiano. En la forma en que nos escuchan cuando no tenemos nada brillante que decir.

Pero incluso con el mejor casting, las relaciones terminan. Y cuando lo hacen, aparece el duelo amoroso. Nuestra cultura —obsesionada con la narrativa romántica— ha hecho del desamor una tragedia y de la ruptura una debacle. Sin embargo, como explico en el libro, el duelo por una pareja sigue las mismas fases que el duelo por una muerte: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No porque la persona haya muerto, sino porque nuestras vísceras no entienden la diferencia.

En este escenario, surge una herramienta revolucionaria y brutal: el contacto cero. No es venganza. Es desintoxicación. Si la oxitocina es una droga, entonces necesitamos abstinencia para dejar de necesitar. Y lo más curioso es que, cuando se aplica bien, esta técnica no solo elimina la adicción: permite recuperar territorio emocional. Inicia lo que denomino descolonización emocional.

Porque sí: en las relaciones tóxicas, pero también en muchas relaciones convencionales, cedemos parte de nuestro yo. Lo entregamos al otro en nombre del amor, como si fuera un tributo. Descolonizarse significa reclamar ese espacio perdido. No para cerrarse al otro, sino para volver a ser quien uno era antes de moldearse para agradar. O incluso, mejor aún, para descubrir quién se es sin necesidad de gustar.

El problema de fondo no es solo biológico ni cultural: es narrativo. Hemos heredado un repertorio amoroso hecho de fantasmas: Werther, Heathcliff, Julieta, Ana Karenina… Todos ellos delirantes, celotípicos, adictos al otro. Como si el amor auténtico debiera doler. Como si la pasión se validara por su capacidad destructiva.

En ese contexto, incluso nuestras rupturas parecen ficciones mal dirigidas. A veces, ni siquiera se produce una ruptura: simplemente, el otro desaparece. Ghosting, lo llaman ahora. Fantasmas del amor líquido, que nos dejan flotando en una fase sin cierre. Por eso la fase más difícil del duelo no es la ira ni la depresión: es la negociación. Esa etapa en la que nos contamos que todavía hay esperanza. Que quizás si cambiamos, si esperamos, si escribimos una vez más…

Pero el amor consciente no acepta sobras. No negocia con fantasmas. No mendiga amor. Es una propuesta radical y sensata: amar con atención plena. Con ese tipo de mirada que describía Simone Weil cuando decía: «Somos aquello a lo que atendemos». ¿Y si nuestra forma de amar fuera una forma de mirar? ¿Y si la atención fuera el verdadero erotismo del siglo XXI?

Para eso hace falta un corazón bien informado. Que sepa detectar estafadores emocionales, pero también sus propias trampas internas. Porque no siempre es el otro quien nos hace daño: a veces somos nosotros quienes persistimos en idealizar lo que no existe.

En ese contexto, el amor sano no es una quimera ni una utopía new age. Es un equilibrio dinámico entre tres fuerzas, como explicó Robert Sternberg: intimidad, pasión y compromiso. El famoso triángulo del amor. La intimidad sin pasión es amistad. La pasión sin compromiso es aventura. Solo el equilibrio permite construir vínculos que no dependan del subidón, sino de una arquitectura emocional profunda.

Alberoni hablaba del paso del amor pasional al amor compañero. Pero en nuestra cultura, ese tránsito suele vivirse como una pérdida. Como si abandonar la fogosidad inicial significara caer en el tedio. De ahí que tantas parejas se debatan entre la adicción o el aburrimiento. En realidad, lo que falta no es deseo, sino lenguaje. Recursos para reconectar con el otro sin repetir el libreto romántico.

Y no, no se trata de renunciar al amor. Se trata de reescribirlo. Por eso La trampa del amor es un libro que se publica en San Valentín, pero que se opone al «amor moñas» que nos ha sido vendido. Ese que deja fuera a los solteros, a los no normativos, a los que piensan que amar puede ser también un ejercicio de lucidez.

El amor consciente no es menos profundo, sino más libre. No duele menos, pero hiere mejor. No necesita que nos perdamos, porque apuesta por que nos encontremos. Y eso, en una época saturada de ruido emocional, puede ser el gesto más revolucionario de todos. Este texto es un fragmento de ‘La trampa del amor’ (Aguilar), de Luis Muiño. 














[ARCHIVO DEL BLOG] Un poco de humor para iniciar este domingo. Publicado el 10/05/2015











Buenos días. Iniciar la jornada con un poco de buen humor, aunque dure justo hasta terminar el desayuno, no parece mala idea para afrontar el día con una cierta posición estratégica de ventaja. Hoy domingo, 10 de mayo, con las viñetas de Morgan en Canarias7, Montecruz y Padylla en La Provincia, y Forges, Peridis y El Roto en El País. Ahorro cualquier comentario sobre las mismas. Encierran en su sencillez expositiva agridulces mensajes y verdades como puños que nos ayudan a reflexionar. Benditos sean quienes nos hacen sonreír a pesar de todo. La foto que abre la entrada es un paisaje del interior de la isla de Gran Canaria. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








































Del poema de cada día. Hoy, Nada se pierde, de Svetlana Cârstean

 






NADA SE PIERDE



Nada se pierde,

todo se transforma

en silencio largo

o en una mirada

lanzada por encima del hombro,

cuando te vas

y ya no tienes nada que decir.




***




NIMIC NU SE PIERDE



Nimic nu se pierde,

totul se transformă

în tăcere lungă

sau într-o privire

aruncată peste umăr,

când pleci

și nu mai ai ce spune.




***




SVETLANA CÂRSTEAN (1969)

poetisa rumana



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