jueves, 8 de mayo de 2025

De la nueva Arca de Noe

 







Las grandes tecnológicas están resucitando una peculiar eugenesia que considera la discriminación algorítmica y el sesgo artificial herramientas necesarias de una nueva “selección natural”, comenta en El País [Un lugar en el arca, 05/05/2025] la escritora Marta Peirano. En muchos aspectos, comienza diciendo Peirano, la tarifa arancelaria de Trump es un reality en el que no sólo concursan los países que comercian con EE UU, sino también las propias empresas estadounidenses, que asisten al derrumbamiento de sus mercados con los ojos secos y la boca cerrada. Un Dios poseído por un espíritu revolucionario puede invocar el diluvio cuando “la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. La operación no sólo le permite sanear las instalaciones, sino elegir todo aquello que merece ser salvado, es bonito y se porta bien. El Gobierno es un arca que salva con ayudas y excepciones, licencias, inmunidad absoluta y la garantía de una reconstrucción oligárquica y monopolista. Cuando el diluvio se acabe, el futuro será nuestro. El revival eugenésico que prospera en el Valle tiene la misma factura. La discriminación algorítmica y el sesgo artificial no son errores en el código sino herramientas necesarias de un nuevo sistema de “selección natural”.

La eugenesia es la pseudociencia que asegura que se puede mejorar la raza humana a partir de aspectos seleccionados, bajo numerosas premisas anticientíficas. Por ejemplo, que hay rasgos innatos superiores, determinados por la composición biológica y genética de cada persona, y que esos rasgos se manifiestan a través de su fisonomía, sus logros y su estatus social. Todo hombre se hace a sí mismo, para bien y para mal. Que esos mismos atributos son heredados por sus hijos y que la raza puede prosperar de forma más eficiente favoreciendo deliberadamente la propagación de esos rasgos y eliminando la incidencia de otros. Por ejemplo, practicando esterilizaciones forzosas en poblaciones cuyos rasgos revelan inferioridad genética: piel oscura, frente prominente, baja estatura y una incapacidad intelectual para comprender que la destrucción del entorno en el que viven es un proceso innato e inevitable del progreso de la humanidad en su conjunto. Para implementar medidas, es necesario establecer categorías de desviaciones genéticas, psicológicas y físicas que justifiquen su aislamiento, aunque sea por motivos sanitarios, y a menudo su destrucción. Hay muchas maneras de implementar esos programas. Por ejemplo, restringiendo el acceso al tratamiento durante una pandemia para que la naturaleza acelere su curso. No hay sitio en el arca para los que no están destinados a sobrevivir.

El concepto vuelve de entre los muertos con relativa facilidad porque nunca está muerto del todo. Hay algo que engancha con su falso sentido común. Quién no quiere que sus hijos crezcan libres de enfermedades y que sean más altos, guapos, listos y rápidos que todos los demás, especialmente cuando pensamos desde una sociedad individualista y competitiva, más preocupada por la supervivencia de lo propio que por la sostenibilidad de lo común. Pero, sobre todo, la eugenesia es un vampiro que chupa la sangre del desarrollo científico sin metabolizarla nunca bien.

De hecho, el origen de esta meritocracia genética reprogramable es un bienintencionado primo de Darwin llamado Francis Galton que, habiendo leído mal El origen de las especies, nos dejó como legado un vocabulario de fundamentos estadísticos sobre la genética del comportamiento, y el concepto de cociente intelectual. Dos valores basados en principios de correlación profundamente anticientíficos y fundamentalmente racistas, perfectamente alineados con la era del big data, las herramientas de edición genética, los sistemas de reconocimiento biométrico y la inteligencia artificial.















[ARCHIVO DEL BLOG] Bajo presión. Publicado el 16/04/2010










Me gusta escribir bajo presión. Me explico: bajo la presión del plazo que se cumple irremediablemente, de darle todas las vueltas posibles a la idea original, del ahora o  nunca, de ajustarse a lo políticamente correcto o de mandarlo a tomar por el culo y que salga el sol por Antequera. Pero no me gusta someterme a la agenda que me impone la noticia de rabiosa actualidad. Entre otra razones porque ya hay mucha gente que la comenta muy bien, desde luego mucho mejor que yo, y no veo razón alguna para aburrir con un comentario superfluo sobre algo que otros han analizado y comentado mejor. Por ejemplo desde el nuevo diario digital de opinión "República de las Ideas". No comparto su línea editorial, pero si merece la pena su atenta lectura. O en los blogs de El País. O ya puestos, en la sección "Mis blogs amigos", que pueden leer en este su "Desde el Trópico de Cáncer". Se los recomiendo.
La vida política española está hoy polarizada entre otros muchos asuntos por los procesos abiertos al juez Garzón por el Tribunal Supremo y su correlativa defensa por una significativa parte de la sociedad, por la incapacidad del Tribunal Constitucional para dictar sentencia sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña,  las ramificaciones cada vez más densas del caso Gürtel, la crisis económica que cesa pero no cesa, y la necesidad o no necesidad de una reforma laboral que muchos desearían que se ciñese exclusivamente a poder bajar los sueldos de los trabajadores, hacerles trabajar más por menos dinero, y sobre todo por poder dejarles en la calle con lo puesto. Pero hoy querría detenerme por un momento en la desoladora crisis que se abate sobre la jerarquía de la iglesia católica a cuento de los casos de pederastia cometidos por algunos de sus miembros de cuyo conocimiento y traslado a la luz pública se está dando cuenta un día sí y otro también en todo el mundo, pero sobre todo en Europa y Estados Unidos.
No soy creyente, pero no hay en mi animosidad alguna hacia la iglesia católica como institución por este turbio asunto. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de sus sacerdotes, religiosos y religiosas, responsables de juventudes y fieles no tienen nada que ver con esa execrable y delictiva actuación. El problema de fondo, pues, por doloroso que sea o haya sido para las víctimas, no es ese. El problema es que la jerarquía suprema de la iglesia católica: la Curia, el Colegio Cardenalicio, la Congregación para la Doctrina de la Fe, los obispos, los superiores de las órdenes monásticas y el propio Papa (todos, no sólo éste), han callado, mirado para otro lado, borrado pruebas, negado hasta lo evidente y ocultado o absuelto a sus pederastas y corruptores en un cínico ejercicio de espíritu de cuerpo que es, ya y ahora, plenamente delictivo e insostenible.
No creo que sea otro el ánimo que impulsa la carta abierta a los obispos católicos del mundo del teólogo suizo Hans Küng, catedrático emérito de Teología Ecuménica en la universidad alemana de Tubinga, que El País y otros muchos e influyentes diarios del mundo publicaban ayer. Ojalá tomen nota los responsables, pero me temo que no será así. Sean felices a pesar de todo. Les dejo con la lectura de la carta de Hans Küng. Dice así:. "Estimados obispos, Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.
Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.
Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.
Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:
- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.
- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.
- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.
- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.
El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.
Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.
Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.
Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.
Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.
1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!
2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.
3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.
4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.
5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:
6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.
La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva. Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng". Tamaragua, amigos. HArendt  







Del poema de cada día. Hoy, "El cielo aún existe" / ""Երկինքը դեռ կա", de Violet Grigoryan

 






EL CIELO AÚN EXISTE


El cielo aún existe, por lo tanto aún soy,

Y mientras aún sea, por lo tanto hay esperanza.

Aunque todo se convierta en ceniza de repente,

Aunque mi corazón se vuelva una doncella sin esperanza,

Aun así, el cielo está arriba,

Y mirándolo, recordaré algún día,

Que yo también estuve alguna vez aquí,

Y dejé una huella, aunque insignificante.




***




ԵՐԿԻՆՔԸ ԴԵՌ ԿԱ




Երկինքը դեռ կա, ուրեմն դեռ կամ,

Եվ քանի դեռ կամ, ուրեմն կա հույս:

Թեկուզ ամեն ինչ մոխրանա հանկարծ,

Թեկուզ սիրտս դառնա անհույս մի կույս,

Միեւնույն է, երկինքը կա վերեւում,

Եվ նայելով նրան՝ կհիշեմ մի օր,

Որ ես էլ եմ եղել երբեւէ այստեղ,

Ու թողել եմ հետք անգամ աննշան:





***




Violet Grigoryan (1962)

poetisa armenia



















De las viñetas del blog de hoy jueves, 8 de mayo de 2025

 







































miércoles, 7 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy miércoles, 7 de mayo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 7 de mayo de 2025. La colaboración es una ventaja evolutiva; a la larga, nadie se salva sin contar con apoyos, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Irene Vallejo. En la segunda, un archivo del blog de abril de 2019, HArendt hablaba de las próxima elecciones al Parlamento europeo y de que le parecía un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escucharan las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa. La tercera es un poema titulado "Flores de Chernóbil", de la poetisa bielorrusa Natalia Litvinova, que comienza con estos versos: "Nuestros hombres comienzan a desaparecer,/nadie sabe por qué las mujeres aguantan más./Mi padre llora cuando sacrifica al animal,/y mi madre empapela de nuevo las paredes". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














De la cooperación desinteresada

 






La colaboración es una ventaja evolutiva. A la larga, nadie se salva sin contar con apoyos, comenta en El Pais [El cero y el infinito, 04/05/2025] la escritora Irene Vallejo. Como niños que se disputan un solo juguete, comienza diciendo Vallejo, extendemos los brazos y pensamos, sí, el mundo es una pugna. Lo que un jugador gana, otro lo pierde. La metáfora perfecta de la batalla por las recompensas finitas es la tarta de cumpleaños: tu porción solo puede aumentar menguando la ración de los demás. El mundo no es un pañuelo, sino un pastel que todos quieren engullir a solas. Los expertos llaman a este concepto “la falacia de la suma cero”. Consiste en creer que, si alguien consigue algo, otro debe sufrir una pérdida de exactamente el mismo valor. Esta mentalidad, hoy en auge, late en opiniones extendidas: los ricos se enriquecen a costa del resto, los hombres retroceden cuando las mujeres avanzan, el Sur se aprovecha del Norte, los extranjeros nos quitan trabajo y beneficios sociales, los demás países abusan de la gran potencia global.

Así florecen los discursos maniqueos —eres ganador o perdedor, devoras o eres devorado— y líderes manipuladores que convierten la confrontación en un camino inexorable. Con su visión divisiva, empujan a comunidades y países hacia una actitud cínica y contagiosa, un conmigo o contra mí. Como si no existiese la suma positiva, como si no pudiesen ganar a la vez muchas personas. Esta falacia agudiza los antagonismos, nos impulsa a vivir alienados y sin aliados. Una mirada cerril y cerrada que entraña el peligro de abocarnos a situaciones donde todos pierden, cuya manifestación extrema es la guerra.

La psicología afirma que esta actitud de suma cero nace de una percepción de escasez y del sentimiento de amenaza. Según las investigaciones, hunde sus raíces en el miedo, y predomina en sociedades jerárquicas con gran desigualdad económica. Quienes defienden esta visión suelen definirse como realistas: el mundo es así, no hay alternativa. Sin embargo, paradójicamente, sus vidas cotidianas están recorridas por innumerables formas de colaboración.

En el mundo grecorromano, la hospitalidad era sagrada. La palabra xénos, que hoy sobrevive en “xenofobia”, significaba “extranjero” y “huésped”. Los viajeros tenían escasa protección de las leyes; por eso, necesitaban confiar en la buena voluntad de los desconocidos. Era un deber religioso acoger al recién llegado, ofreciéndole comida y techo. El anfitrión y el invitado intercambiaban un symbolon, un objeto dividido en dos partes que se ensamblan, para reconocerse en el futuro, incluso sus hijos y nietos. Ambas familias quedaban unidas: cuantos más favores, mayor protección. Esa reciprocidad se consideraba una bendición que atravesaba generaciones. En la epopeya antigua, el forastero siempre era un bien para la casa que lo acogía. A veces, los dioses se disfrazaban de mendigos para poner a prueba la generosidad de los humanos. Por eso dice la Epístola a los hebreos: “No olvidéis la hospitalidad, ya que, por ella, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles”. Esta antigua costumbre, como la del regalo, es un ejemplo de mutuo beneficio y reciprocidad. Y muestra que el miedo puede impulsarnos a la lucha de todos contra todos, pero también a la colaboración y la alianza.

La Odisea es una narración sobre la hospitalidad. El marino Odiseo es recibido por los habitantes —fieros o compasivos— de las costas donde naufraga: los despiadados cíclopes, la atractiva bruja Circe, la tierna ninfa Calipso, los indolentes lotófagos, los prósperos feacios… Tras una década de ausencia, el héroe regresa a Ítaca, su reino. Allí descubre que algunos nobles conspiran para arrebatarle el trono y se disfraza de mendigo para pasar desapercibido mientras urde su venganza. Eumeo, un humilde porquero que atiende las pocilgas de palacio, acoge en su cabaña al rey sin reconocerlo. Al amor de la hoguera, los dos hombres comparten comida y charlan. Así, Odiseo escucha la historia del silencioso y fiel servidor en el que nunca antes se fijó. Eumeo había nacido príncipe de una remota isla, pero había sido raptado siendo niño por su nodriza, vendido a unos piratas y subastado como esclavo en Ítaca. El héroe escucha a un hombre de sangre real, su igual, que ahora cuida las piaras de sus cerdos, sin familia ni fortuna ni libertad. Comprender, como aquella noche Odiseo vestido de harapos frente al fuego, que los mayores vaivenes caben en cualquier vida, que la adversidad puede irrumpir en un hogar seguro y que todos dependemos de la bondad ajena, nos ayudaría a ser, ante las desgracias de los demás, menos pasivos y más compasivos.

La antropología ha estudiado la hospitalidad y el don en numerosas culturas como símbolo de reciprocidad. Dar y recibir regalos eran tareas principales en la jornada laboral de un héroe homérico. No es una licencia literaria: refleja una costumbre real y regia en el mundo micénico. ¿Por qué aquellos reyes tan celosos hacían regalos a cada cual más espléndido, menguando su tesoro para acrecentar los bienes ajenos? El regalo no es el objeto que se entrega; es el vínculo, la alianza, la confianza. De acuerdo con la mentalidad de la suma cero, la lógica del depredador debería haber barrido a quienes renuncian a su interés dando o cuidando a los demás, incluso más allá del parentesco. Sin embargo, de alguna manera descubrimos que compartir genera beneficios mutuos, ganancia individual y logros colectivos. Somos capaces del mayor egoísmo, pero también, por estrafalario que parezca, de dar y repartir, incluso de regalar. Nuestra adaptación modeló un cerebro contractualista, preparado para entender que la colaboración es una ventaja evolutiva. A la larga, nadie se salva sin apoyos. Hay que tener ambición: por qué conformarte con ser un triunfador que avasalla al prójimo cuando puedes convertirlo en tu aliado. Aunque saborees la victoria en Troya, un día llegarás a Ítaca en harapos y tal vez tu única esperanza estará donde menos creíste, en las pocilgas.

La investigadora Elinor Ostrom, premio Nobel, rebatió desde la economía la tesis de la contribución nula, según la cual los seres humanos no están dispuestos a cooperar, ni siquiera cuando la cooperación sería mutuamente beneficiosa, salvo que sean obligados por normas externas. Los partidarios de esta idea afirman que ninguna persona contribuiría al bien común sin coerción. Sin embargo, Ostrom reunió evidencias de que “personas en todas las esferas y en todas partes del mundo se organizan para defenderse mutuamente ante los riesgos y proteger los recursos naturales”. En toda sociedad hay individuos “más deseosos que otros de trabajar en reciprocidad”, pero, cuando los cooperadores se reconocen, tejen redes eficaces y resistentes.

Nuestros antepasados antiguos creían que cultivar la hospitalidad y la reciprocidad eran normas sagradas, además de sagaces. Como afirma el Deuteronomio: “Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros”. Ciertos líderes nos hacen creer que la colaboración es un mal negocio o un animal mitológico, pero la leyenda de los seres humanos nacidos para buscar solo la máxima ventaja a toda costa está ya desacreditada por la biología: el individualismo egoísta por naturaleza es un invento sin sustento. Perseguir el mayor beneficio caiga quien caiga suele acabar en el ojo por ojo: a largo plazo, todos tuertos. El desarrollo de nuestra especie prueba que es más racional buscar la cooperación que el conflicto, lograr aliados que crear adversarios, cultivar el regalo y no el palo. El más capaz no es el más rapaz, porque en la convivencia nos jugamos la supervivencia. Irene Vallejo es filóloga y escritora, Premio Nacional de Ensayo de 2020 por El infinito en un junco (Siruela).













[ARCHIVO DEL BLOG] La Europa rota. Publicado el 23/04/2019










Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento europeo. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. 
Vuelve con fuerza la llamada a la grandeza de los pueblos, escribe el historiador y columnista José Andrés Rojo, citando al filósofo alemán Rüdiger Safranski, que en su libro sobre el romanticismo le pone una fecha concreta al arranque de ese movimiento que iba a transformar radicalmente la relación del individuo con la realidad. Fue exactamente el 17 de mayo de 1769, dice Rojo, el día en el que Johann Gottfried Herder, que entonces predicaba en la catedral de Riga, decide lanzarse a la mar. No sabe muy bien hacia dónde se dirige, quiere cambiar de aires, explorar terrenos desconocidos. El barco viaja a Nantes, luego en 1771 Herder se encuentra con Goethe en Estrasburgo y en 1776 se instala en Weimar. Para entonces, lo importante ya ha ocurrido. Sucedió durante el trayecto, al hilo del rumor de las aguas: Herder se propone ahí buscar un lenguaje que se ajuste “a la misteriosa movilidad de la vida”. Al diablo con las reglas lógicas, inamovibles y abstractas, de lo que se trata es de mirar las cosas a mi manera. Lo explica Félix de Azúa al referirse a los artistas de aquel movimiento en uno de los ensayos de Volver la mirada: “El romántico descubre que su alma es un paisaje cambiante, pero al tiempo ve que los paisajes naturalesno son sino expresiones del alma”.
Unos años más tarde estalla la Revolución Francesa y buena parte de los románticos de entonces la reciben, dice Safranski, como la “luz del día”, como “una aurora”. Es hija de la Ilustración, de los avances de la razón, quiere liberar a la gente de los lazos religiosos y de los servilismos del Antiguo Régimen y conquistar un presente en el que todos los ciudadanos sean iguales. Tuvo que haber por esos años una época en que convivieron, más o menos amigablemente, cuantos defendían la luz de la razón con los que se veían tentados por explorar el lado oscuro de la vida. El propio Herder es amigo de la democracia y, aunque empieza ya a hablar del Volkgeist, de ese espíritu que diferencia a unos pueblos de otros, se proclama cosmopolita.
La ruptura viene más tarde. Cuando Napoleón avanza por Europa para imponer a sangre y fuego los valores de la Revolución, buena parte de los románticos dan un giro brusco en Alemania y vuelven a apuntar a los misterios y a la religión, a las viejas tradiciones, a la lengua propia. Johann Gottlieb Fichte es uno de los más entusiastas a la hora de transformar a la patria en el verdadero sujeto de la libertad, a ese pueblo que reivindica sus fuertes lazos comunitarios y que reniega de la universalidad que representa Francia. Uno de los bardos del nuevo movimiento patriótico, Ernst Moritz Arndt, lo tiene muy claro: “Quiero el odio contra los franceses, no solo en el transcurso de esta guerra, lo quiero por largo tiempo, lo quiero para siempre”, dice. Prusia le planta cara a Napoleón. “Que brille este odio como la religión del pueblo alemán, como un delirio sagrado en todos los corazones”, remata.
Este tipo de exaltaciones identitarias están volviendo a las sociedades occidentales, que les dieron la espalda después de la II Guerra Mundial. Es cierto que el alma de Europa siempre ha estado rota entre el reclamo de las luces de la razón y la fascinación por esa corriente que se precipita en lo desconocido. Precisamente para que el individuo pudiera rastrear en lo oscuro, a su manera, se han ido construyendo unas instituciones sólidas para canalizar la vida política. Para asegurar las libertades, nada mejor que la democracia: elecciones para poder sustituir a los que están en el poder si una mayoría lo quiere, unas reglas de juego claras, el imperio de la ley. Ahora regresan los discursos que reclaman la grandeza del pueblo, de cada pueblo (frente a los otros): Europa está en peligro. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 
















Del poema de cada día. Hoy, "Flores de Chernóbil" / "Кветкі Чарнобыля", de Natalia Litvinova

 






FLORES DE CHERNÓBIL


Nuestros hombres comienzan a desaparecer,

nadie sabe por qué las mujeres aguantan más.

Mi padre llora cuando sacrifica al animal,

y mi madre empapela de nuevo las paredes.

No podemos tomar el sol, nos marchitamos,

como flores que crecen bajo la nieve.

Huimos al bosque, lejos de ese edificio,

yo con mi chaqueta de niña y mi hermano con una simple camiseta.

Cómo quisiéramos volver allí donde nacimos.





***



Кветкі Чарнобыля


Нашы мужчыны пачынаюць знікаць,

ніхто не ведае, чаму жанчыны трымаюцца даўжэй.

Мой бацька плача, калі рэжа жывёлу,

а маці пералейвае шпалеры.

Нам нельга загараць, мы блякнем,

як кветкі, што растуць пад снегам.

Мы ўцякаем у лес, далей ад гэтага будынка,

я ў сваёй дзіцячай кофтачцы, а брат у простай футболцы.

Як жа хочацца вярнуцца туды, дзе мы нарадзіліся.



***


Natalia Litvinova (1986)

poetisa bielorrusa