martes, 1 de abril de 2025

[ARCHIVO DEL BLOG] Hoy hace 70 años. Publicado el 01/04/2009










Hoy hace 70 años que finalizó la más cruel de las numerosas guerras civiles que los españoles hemos afrontado en nuestra historia. Ninguna produjo tan alto número de muertos, heridos, desaparecidos y exiliados. Ninguna paz fue tan sanguinaria como la que siguió a esta guerra. Me gustaría pensar que los españoles nos hemos vacunado para siempre de este virus mortal. Espero que sí. No es día para conmemoraciones pero sí para el recuerdo.

El País de hoy lo hace con una crónica de la periodista Natalia Junquera, "El último pedazo de la II República", (1) en el que se recrea lo sucedido aquel día en el puerto de Alicante, en que se amontonaban miles de republicanos y sus familias en espera de unos barcos que les llevarían al exilio pero que nunca llegaron. Sólo lo hizo un pequeño carbonero inglés, el "Stanbrook", que desobedeciendo las órdenes de su patrón recogió a 3000 hombres, mujeres y niños y los trasladó hasta Orán, en Argelia.

Esto es lo que cuenta Junquera: 20.000 perdedores de la contienda se concentraron en el puerto de Alicante para huir de Franco - Sólo 3.000 lo lograron, y una docena optaron por suicidarse.

De todas las historias que pueden contar los que sobrevivieron y de todos los relatos que han podido reconstruir las familias de los que no lo hicieron, hay una capaz de concentrar todo el horror de 32 meses de Guerra Civil y anticipar todo el que continuó en la paz de los vencedores. Ocurrió en Alicante hace 70 años.

Franco ha ganado la guerra y la mitad de España trata de escapar de sus garras por la única salida que queda: el puerto de Alicante. Algunos han logrado irse en barcos durante los primeros 15 días de marzo. Pero los vencidos de última hora, los que más tiempo han tardado en asumir la derrota, se encontrarán en Alicante.

Cerca de 20.000 hombres, mujeres y niños deshechos extienden una alfombra tupida de hambre y miedo sobre el puerto. No cabe un alfiler, no se ve un trozo de suelo. Confían en esos barcos que la República ha apalabrado con Francia y Reino Unido para evacuarles. Pero para entonces, ya han empezado a reconocer al Gobierno de Burgos y las palabras se las ha llevado el viento. El único barco que saldrá de Alicante será el Stanbrook, un viejo carbonero inglés con capacidad para 24 tripulantes pilotado por un galés desobediente que se convertirá en un héroe. Iba a recoger naranjas, tabaco y azafrán, pero zarpó rumbo a la colonia francesa de Orán (Argelia) con cerca de 3.000 republicanos a bordo. La mayoría, con las manos vacías.

"La cola para embarcar era impresionante, había miles de personas. Pasaban las horas y temíamos no poder subir. Mi padre había estado en el frente así que para nosotros huir era cuestión de vida o muerte. Recuerdo perfectamente cómo después de muchas horas de espera el capitán Dickson me cogió por fin en brazos y me aupó al barco", relata Helia González, una de las afortunadas niñas del Stanbrook. Tenía cuatro años, "pero hay cosas que son imposibles de olvidar". "El capitán le daba la mano a cada pasajero al subir", recuerda Helia, que pasó las 24 horas de travesía sin soltar la de su padre -"me daba pavor perderme entre aquella masa de gente"- , pegada a su madre, a su hermana, y al único equipaje que llevaban para su otra vida: "Un maletín de 40x30 centímetros en el que mi madre había metido una muda de ropa interior, una sábana, pañales para mi hermana y unos cubiertos de plata que, por supuesto, no vendió a nadie porque nadie pudo comprarlos".

"Nada más salir cayeron bombas en el lugar donde había estado el barco", recuerda. "Al oír la explosión, el hombre que viajaba a nuestro lado se asustó tanto que se tiró al mar. Su bota golpeó a mi madre al caer. Fue terrible".

Las tropas italianas y las franquistas comenzaban a ocupar también Alicante. Mientras, miles de republicanos seguían llegando al puerto, convertido ya en una ratonera. Entre ellos, Carmen Arrojo, que entonces tenía 20 años. Había llegado allí con su padre, su hermano y su novio desde Madrid. No sabían a qué país conducían aquellos barcos que esperaban, ni les importaba. Pero el único que verían lo enviaba Franco. "Por un megáfono nos dijeron que tiráramos nuestras armas y que, o nos rendíamos a las cinco, o nos ametrallarían. Cuando fui a tirar mi pistola al mar, vi a un hombre corriendo a toda velocidad hacia mí. No sabía lo que iba a hacer, pero se tiró al agua. No pudimos hacer nada", recuerda Carmen.

Había llegado al puerto pocas horas después de que zarpara el Stanbrook. "Era un hervidero de caras chupadas por el hambre y el cansancio. En una esquina se reunían los de la UGT, en otra las mujeres antifascistas... A las dos de la tarde llegó el barco de Franco". A sus 90 años, Carmen confiesa que aún escucha los sonidos del horror que invadió aquella alfombra humana durante las tres horas que siguieron hasta agotar el plazo de los vencedores. "Delante de mí, un hombre se rebanó el cuello con una navaja. No olvidaré nunca aquel grito espantoso de una de sus hijas. Tuvieron que dejarle allí. La niña se tiró por el hueco de la escalera en cuanto llegó a la cárcel".

"Hay un parte del general Gambara que habla de 66 suicidios, aunque otro posterior, los reduce a 12. Se apuntaban unos a otros, contaban hasta tres, y disparaban", asegura Enrique Cerdán Tato, escritor que ha dedicado casi 40 años a estudiar aquel episodio. Un barco semivacío, el Marítima, había partido de Gandía pocas horas antes. Su capitán, obediente, sólo había permitido subir a unas 40 autoridades políticas.

En Orán, las autoridades impidieron a los pasajeros abandonar la embarcación. Dickson logró que dejasen salir a las mujeres y los niños. El padre de Helia logrará reunirse con ellas después de que intercedieran por él unos familiares. El resto acabará en un campo de trabajo cerca de Marruecos y muchos morirán construyendo el ferrocarril transahariano. La familia se ganará la vida sustituyendo a la mitad de la compañía de teatro español, que se había ido a la España de Franco.

A los miles de republicanos que aguardaban en el puerto de Alicante los llevarán a campos de concentración. Al novio de Carmen lo fusilarán. Ella tardará muchos años en recomponer su vida y con 90 publicará: Lo que no se debe perder. Memorias de una republicana.

Y la Asociación Cívica de Alicante tendrá que devolver una subvención del Gobierno para levantar un monumento a aquellas víctimas porque el Ayuntamiento (PP) se negó a colocarlo. Siguen negociando.

Sirva esta crónica de recuerdo y homenaje emocionado a todos los que murieron y padecieron la injusticia de unos españoles contra otros. Sólo sabiendo la verdad de lo ocurrido podemos liberarnos del odio y el rencor. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt

















Del poema de cada día. Hoy, Mujer con alcuza, de Dámaso Alonso

 






MUJER CON ALCUZA



¿Adónde va esa mujer,

arrastrándose por la acera,

ahora que ya es casi de noche,

con la alcuza en la mano?


Acercaos: no nos ve.

Yo no sé qué es más gris

si el acero frío de sus ojos,

si el gris desvaído de ese chal

con el que se envuelve el cuello y la cabeza

o si el paisaje desolado de su alma.


Va despacio, arrastrando los pies

desgastando suela, desgastando losa,

pero llevada

por un terror

oscuro,

por una voluntad de esquivar algo horrible.


Sí, estamos equivocados.

Esta mujer no avanza por la acera

de esta ciudad,

esta mujer va por un campo yerto,

entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes

y tristes caballones,

de humana dimensión, de tierra removida

de tierra

que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,

entre abismales pozos sombríos,

y turbias simas súbitas

llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.


Oh sí, la conozco.

Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren

en un tren muy largo

ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:

unas veces nevaba y hacía mucho frío,

otras veces lucía el sol y remejía el viento

arbustos juveniles

en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,

mareada por el ruido de la conversación,

por el traqueteo de las ruedas

y por el humo, por el olor a nicotina rancia.

¡Oh!:

noches y días,

días y noches,

noches y días,

días y noches,

y muchos, muchos días,

y muchas, muchas noches.


Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.


Ella recuerda sólo

que en todas hacía frío,

que en todas estaba oscuro,

y que al partir, al arrancar el tren

ha comprendido siempre

cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,

ha sentido siempre

una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,

como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,

como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,

blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo

como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios

y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.


Pero las lúgubres estaciones se alejaban,

y ella se asomaba frenética a las ventanillas,

gritando y retorciéndose,

sólo

para ver alejarse en la infinita llanura

eso, una solitaria estación

un lugar

señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico

por una cruz

bajo las estrellas,

y por fin se ha dormido,

sí, ha dormitado en la sombra,

arrullada por un fondo de lejanas conversaciones

por gritos ahogados y empañadas risas,

como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,

sólo rasgadas de improviso

por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,

o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,

… aún mareada por el humo del tabaco.


Y ha viajado noches y días,

sí, muchos días

y muchas noches.

Siempre parando en estaciones diferentes,

siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,

ay,

para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada

para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.


… No ha sabido cómo.

Su sueño era cada vez más profundo,

iban cesando,

casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:

sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,

algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.

Y luego nada.

Sólo la velocidad,

sólo el traqueteo de maderas y hierro

del tren,

sólo el ruido del tren.


Y esta mujer se ha despertado en la noche,

y estaba sola,

y ha mirado a su alrededor,

y estaba sola

y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,

de un vagón a otro,

y estaba sola,

y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,

a algún empleado,

a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,

y estaba sola

y ha gritado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado

quién conducía,

quien movía aquel horrible tren.

Y no le ha contestado nadie,

porque estaba sola,

porque estaba sola.

Y ha seguido días y días,

loca, frenética,

en el enorme tren vacío,

donde no va nadie,

que no conduce nadie.


… Y ésa es la terrible,

la estúpida fuerza sin pupilas,

que aún hace que esa mujer

avance y avance por la acera,

desgastando la suela de sus viejos zapatones,

desgastando las losas,

entre zanjas abiertas a un lado y otro,

entre caballones de tierra,

de dos metros de longitud,

con ese tamaño preciso

de nuestra ternura de cuerpos humanos.

Ah, por eso esa mujer avanza

(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),

abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,

como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,

o una nebulosa de cruces,

de cercanas cruces,

de cruces lejanas.


Ella,

en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más

se inclina

va curvada como un signo de interrogación

con la espina dorsal arqueada

sobre el suelo.

¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera

como si se asomara por la ventanilla

de un tren,

al ver alejarse la estación anónima

en que se debía haber quedado?

¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro

sus recuerdos de tierra en putrefacción,

y se le tensan tirantes cables invisibles

desde sus tumbas diseminadas?

¿O es que como esos almendros

que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta

conserva aún en el invierno el tierno vicio

guarda aún el dulce álabe

de la cargazón y de la compañía,

en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?



DÁMASO ALONSO (1898-1990)

poeta español




















De las viñetas de humor del blog de hoy martes, 1 de abril de 2025